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Los temores de Sukey habían disminuido, pero aún quedaba la sensación subyacente del terror de verse separada de Stein. Pero ya no la preocupaba que él pudiera estar en peligro; Aiken Drum, aquel inexplicable payaso, cuidaría de él.

¿Pero qué es lo que iba a ser de ella?

Creyn había venido a buscarla… el amistoso y familiar Creyn, la única persona además de Elizabeth a la que seguiría voluntariamente (¿Y cómo lo habían sabido ellos?). Ahora se dirigía con el sanador exótico en una calesa tirada por hellads hacia el Colegio de Redactores, situado muy arriba en la ciudad, en una carretera que conducía al boscoso Monte de los Héroes. Una serie de olivos con frutos del tamaño de ciruelas se alineaban a ambos lados de la carretera y tras las vallas de hermosas villas blancas. Vio huertos de limones y almendros; y, más arriba, hileras de viñedos cuidadas por ramas. Hacia el oeste la tierra de Aven se extendía en una abigarrada sucesión de verdes y dorados hasta la Sierra del Dragón, apenas visible en el horizonte. La mayor parte de la región parecía sometida a cultivos intensivos, un sorprendente contraste con las llanuras de sal y pálidos lagos azulados de la cuenca mediterránea que los rodeaba.

A medida que el carruaje ascendía, Sukey podía ver la peculiar topografía del antiguo lecho marino al sur de las Baleares. Un acantilado de unos cien metros de altura se erguía vertical por aquel lado de la península. Abajo se extendía una ondulante ladera de dunas blancas como la nieve, rotas aquí y allá por oteros y erosionadas columnas de lo que parecía ser sal color pastel. Un pequeño río procedente de la península, ligeramente al oeste de Muriah, había excavado un cañón a través de destellantes sedimentos. El curso de agua serpenteaba por el yermo lecho de su garganta, cuyas paredes mostraban pálidas estrías de color, y finalmente alcanzaba el brazo meridional del lago. Al este del canal del río y extendiéndose más abajo del extremo de Aven había llanuras que reflejaban la luz del sol con destellos como de espejo.

—La Llanura de Plata Blanca —le dijo Creyn—. Ahí celebramos el Gran Combate, erigiendo ciudades de tiendas a cada lado del Pozo del Mar. Aproximadamente diez mil luchadores Tanu y Humanos acuden al Combate desde todas partes de la Tierra Multicolor, junto con cinco veces ese número de no combatientes. Y los Firvulag acuden también, envueltos todos en sus brillantes y temibles ilusiones, con sus negras armaduras ocultas debajo, portando monstruosos estandartes de los que cuelgan cueros cabelludos y ristras de cráneos dorados.

El ojo de su mente captó la imagen conjurada por el Tanu… primero los preliminares, donde los Firvulag se dedicaban a sus rústicos juegos mientras los Tanu contendían en espléndidos torneos y carreras con chalikos y carruajes, y luego la manifestación de poderes cuando eran elegidos los líderes de la batalla, y finalmente la Alta Mêlée en sí, con Tanu y Humanos y Firvulag lanzándose los unos contra los otros, resplandeciente héroe contra horrible demonio en batallas que enfrentaban brazo contra brazo, mente contra mente, durante tres días… con el arrebatar de banderas y estandartes y el apoderarse de cabezas, el torbellinear de cristal y bronce y cuero y carne sudorosa, los gritos de victoria y los resplandores como antorchas en la oscuridad, mientras los perdedores yacían en silencio, derramando su sangre sobre la sal…

—¡No! —exclamó Sukey—. ¡No Stein!

—Pero a él le gusta…

La paz fluyó en su interior.

Tranquilízate, pequeña HermanaMental. Todavía falta tiempo y pueden ocurrir muchas cosas y no todos los Tanu derraman su sangre oh no en absoluto.

—No lo comprendo —dijo ella, buscando el cerrado rostro de Creyn—. ¿Qué estás intentando decirme?

—Tienes que ser fuerte. Aguarda hasta que llegue el momento y mira las cosas con una perspectiva amplia. Mantén altas tus esperanzas incluso cuando… te ocurran cosas inquietantes. Stein y Aiken Drum tienen un camino duro ante ellos, pero el tuyo puede ser más duro.

Ella intentó sondearlo, descubrir qué había tras aquella suave e impenetrable mirada, pero no lo consiguió. Regresó al más simple confort que él le ofrecía, sin preocuparse ya más de lo que pudiera ocurrirle mientras hubiera una esperanza de que todo se resolviera bien al final.

Hay una esperanza, Sukey. Recuérdalo. Y sé valiente.

Paredes y torres plata y escarlata se alzaron sobre su carruaje. Pasaron bajo una arcada de filigrana de mármol y se detuvieron ante una estructura blanca con columnas de mármol rojo. Una mujer Tanu vestida de vaporoso blanco salió y tomó a Sukey de la mano.

Creyn hizo las presentaciones.

—Lady Zealatrix Olar, que será tu maestra aquí en la Casa de Sanadores.

Bienvenida QueridaHermana. ¿Cuál es tu nombre?

—Sue-Gwen.

—Un nombre agradable —dijo la mujer en voz alta—. Te daremos el honorífico de Minivel, y te alegrará saber que la Lady que lo llevó por última vez vivió dos mil años. Ven conmigo, Gwen-Minivel.

Sukey se volvió hacia Creyn, los labios temblando.

—Te dejo en las mejores manos —dijo el Tanu—. Valor.

Y luego Creyn se hubo ido, y Sukey siguió a Olar a la sede de la Cofradía de Redactores. Era un lugar tranquilo y fresco, decorado principalmente con unos castos blanco y plata, con tan sólo acentos ocasionales del rojo heráldico. Podía verse poca gente; no había guardias.

—¿Puedo… puedo hacerte una pregunta, Lady? —murmuró Sukey.

—Por supuesto. Las pruebas y la disciplina vendrán más tarde. Pero ahora, al principio, te mostraré el trabajo que hacemos aquí y responderé a todas tus preguntas tanto como me sea posible. —Y corregiré y guiaré e iluminaré.

—Las personas como yo… con torques de plata o de oro. ¿Cuánto tiempo podemos vivir en este mundo? ¿Es como das a entender…?

Una sonrisa. Ven a ver. ¡Anticipa!

Descendieron a unas catacumbas excavadas en la roca de la montaña, iluminadas con lámparas rubíes y blancas. Olar abrió una gruesa puerta y penetraron en una estancia circular, casi completamente a oscuras, donde un solitario redactor Tanu permanecía sentado en un taburete central con los ojos cerrados, meditando. Lentamente, la visión de Sukey se fue adaptando a la profunda penumbra. Lo que había confundido con estatuas blancas alineadas a lo largo de la pared demostró ser gente, con sus desnudos cuerpos completamente envueltos en una materia transparente parecida a una membrana plástica que se pegaba a ellos.

¿Puedo examinar?

Libremente.

Avanzó por la habitación, mirando a las figuras de pie. Había un hombre Humano con un torque de oro, reducido a un virtual esqueleto por la caquexia. A su lado había una mujer Tanu, aparentemente sumida en un sereno sueño, con un colgante pecho deformado por un tumor. Un niño Tanu inmóvil, los ojos completamente abiertos, tenía un brazo seccionado un poco más abajo del codo. Un hombre robusto de dorada barba, sonriendo mientras soñaba dentro de su capullo amniótico, mostraba los costurones de un centenar de heridas. Otro hombre de tipo guerrero tenía ambas manos profundamente quemadas. Cerca de él había una mujer Humana ya de edad madura, de cuerpo fláccido pero sin ninguna señal visible.

—Los casos más graves son tratados a nivel individual —dijo Olar—. Pero éstos pueden ser tratados por nuestro Hermano Sanador en masa. La membrana es una sustancia psicoactiva que nosotros llamamos Piel. A través de una combinación de psicocinesis y redacción, el sanador puede manejar las energías curativas de la propia mente y cuerpo del paciente. Heridas, enfermedades, cánceres, las debilidades de la edad… todo responde al tratamiento, si la mente del paciente es lo bastante fuerte como para cooperar con el sanador.

¿Limitaciones?

—No podemos restablecer heridas cerebrales. Y va contra nuestra ética restaurar a aquellos que han sido decapitados en combate o en ceremonias rituales. Si una persona no nos es traída para tratamiento antes de la muerte completa del cerebro, no podemos hacer nada. Como tampoco podemos restablecer a los viejos cuyas mentes se ha permitido que se deterioren más allá de un punto crítico. Teniendo en cuenta estas limitaciones, no nos hallamos tan adelantados como la ciencia de vuestro Medio Galáctico, que puede regenerar toda una corteza cerebral con sólo que quede un gramo de tejido, o rejuvenecer incluso a los más decrépitos si su voluntad sigue siendo fuerte.

—De todos modos… es maravilloso —jadeó Sukey—. ¿Puedo tener esperanzas de conseguir hacer este tipo de trabajo algún día?

Olar tomó su mano y la sacó de la estancia.

—Quizá, muchacha. Pero hay otras tareas. Ven y mira.

Observaron a través de unas ventanas unidireccionales a estancias donde los mentalmente alterados estaban siendo sometidos a redacción profunda. Un gran porcentaje de los pacientes eran gente joven, y Olar explicó que en su mayor parte eran híbridos Tanu-Humanos que experimentaban dificultades en adaptarse al torque.

—También tratamos a los oros y platas Humanos. Sin embargo, algunos cerebros Humanos son fundamentalmente incompatibles a los efectos a largo plazo de la amplificación de los torques. Conducir a esos pacientes a una completa cordura puede resultar imposible. Lord Gomnol nos ha proporcionado dispositivos que indican las posibilidades. No podemos malgastar nuestro tiempo o el talento de nuestros redactores en casos sin esperanzas.

—Supongo que tampoco malgastáis vuestro tiempo en los torques grises —dijo Sukey en voz muy baja, la barrera al estilo Elizabeth firmemente erguida en su lugar.

—No, querida. Normalmente no. Por valiosos que sean los grises para nosotros, son efímeros… vienen y van en un breve destello de vitalidad. La curación es un proceso difícil y que consume mucho tiempo. No es para ellos… ¡Ahora ven y contempla crecer a nuestros bebés!

Subieron a la parte superior del enorme edificio y llegaron a una serie de soleadas habitaciones llenas de equipo de juegos de brillantes colores. Bien atendidas hembras ramapitecas retozaban y jugaban bajo los benevolentes ojos de cuidadores Humanos y Tanu. En habitaciones adyacentes, otras ramas estaban comiendo o durmiendo o siendo sometidas a varios tipos de cuidados. Todas ellas estaban embarazadas.

—Puede que sepas —dijo Olar con aire intrascendente— que nosotras las mujeres Tanu tenemos dificultades para reproducirnos en este mundo. Desde los primeros tiempos de nuestro Exilio, utilizamos a los ramas como anfitriones del zigoto. Los óvulos fertilizados in vitro son implantados en esos animales y atendidos. Los ramas son demasiado pequeños para llevar a buen término el feto, por supuesto Pero cuando el desarrollo se ha producido hasta tan lejos como ha sido posible, los niños son recuperados mediante una cesárea. La mortalidad es casi de un ochenta por ciento pero creemos que los preciosos supervivientes merecen el esfuerzo. En los primeros días, esas madres de alquiler parecían ser nuestra única esperanza de supervivencia racial Afortunadamente, desde vuestra llegada esta situación ya no se produce.

Abandonaron a las ramas y avanzaron de puntillas por una sección casi a oscuras donde los niños prematuros dormían en cerradas cunas de cristal. Sukey se mostró sorprendida al ver que tanto los bebés Tanu como los Firvulag recibían el mismo tipo de atentos cuidados.

—Son nuestros hermanos sombríos —le dijo Olar—. Estamos obligados por los más antiguos preceptos de nuestras costumbres a permitir que lleguen a buen término y entonces entregarlos a su propia gente.

¿Y luego cazarlos y matarlos?

Algún día comprenderás pequeñaHermanaMental. Así son nuestras costumbres. Si quieres sobrevivir tienes que seguirlas.

—Y ahora —dijo Olar en voz alta— visitaremos a Lady Tasha-Bybar.

Tras su pantalla mental, Sukey gritó.

—El proceso es muy breve, y normalmente unas pocas semanas más tarde el ciclo menstrual se reanuda espontáneamente. Nos ocuparemos de este pequeño asunto antes de empezar tu aprendizaje a fin de que el retraso en tu iniciación sea mínimo.

Manteniéndose firme con un esfuerzo, Sukey dijo:

—Yo… protesto. Ser usada de esta forma…

Pazcalmatranquilidad.

—Es tu deber. Acéptalo. ¡Hay tanta alegría en el hecho de ser escogida en compensación! Y Lady Bybar es muy hábil. No sentirás ningún dolor.

Olar permaneció inmóvil por unos instantes, los dedos apoyados en su torque de oro. Asintió, sonrió, y llevó a Sukey por una retorcida escalera hasta una de las altas torres. La habitación allá arriba tendría unos treinta metros de diámetro, y mostraba una vista fantástica de los campos a su alrededor y del resplandeciente y brumoso mar de sal.

En medio del pulido suelo negro había una larga mesa dorada rodeada de pequeños carritos con objetos que brillaban como joyas en sus abiertos estuches. El plato reflector de una enorme lámpara, apagada, colgaba sobre el equipo.

—Lady Bybar danzará primero para ti, Gwen-Minivel. Te hace un gran honor. Aguarda aquí hasta que venga, y compórtate con la dignidad que corresponde a tu torque de plata.

Tras lo cual, Olar la dejó sola.

Vacilante y temerosa, Sukey se acercó a la mesa central ¡Lo era! Había abrazaderas y estribos. Y las cosas con hojas como joyas eran exactamente lo que había sospechado.

Las lágrimas la cegaron, y se apartó tambaleante del aparato. Gritó en silencio: Stein yo era para ti.

Aún podía echar a correr…

La presa mental de Olar la aferró. Se vio obligada a de tenerse, a volverse en redondo, a contemplar con asombrada incredulidad cómo Tasha-Bybar entraba e iniciaba su danza.

El cuerpo Humano era tan pálido y generoso como el de una hurí… y tan exagerado en su sexualidad que el instinto de Sukey le dijo que tenía que haber sido desarrollado artificialmente. Había pelo solamente en la cabeza de la mujer y llameaba como una capa negroazulada cada vez que giraba o saltaba, y caía en cascada hasta casi sus rodillas cuando se inmovilizaba momentáneamente.

Todo lo que llevaba eran campanillas, y el torque de oro Las campanillas eran pequeñas y redondas, pegadas a su piel formando graciosos dibujos serpenteantes. Tenían notas distintas; y a medida que los músculos de la bailarina se flexionaban y distendían, una melodía encantada nacía de sus movimientos y resonaba en la enorme y casi vacía habitación. El ritmo era el del pulso de Sukey. Ésta permanecía inmóvil, helada e impotente, mientras la bailarina se acercaba a grandes saltos fluidos, retorciendo los brazos a medida que tejía su fantasmagórica canción, los pies golpeando el suelo con una acelerada insistencia que impulsaba al corazón de Sukey a latir más y más aprisa.

Los hundidos ojos de la bailarina eran tan negros como su pelo. Unos labios casi incoloros se curvaban en un rictus sobre sus dientes. La bailarina giró y giró en torno a Sukey, incrementando el tempo de la música hasta que Sukey se sintió mareada, presa de náuseas, intentando en vano cerrar sus ojos y oídos y mente a la llameante repiqueteante girante cosa que se apoderaba de ella y la hacía dar y dar vueltas hasta sumirla en el olvido.