5

—No plata… por supuesto que no plata, Bryan. ¡Oro!

La aguda voz de Ogmol, incongruente en un físico tan impresionante, era lo suficientemente fuerte como para imponerse a los ruidos normales del mercado y para que vendedores y compradores volvieran la vista hacia él. De todos modos, no había muchos Tanu paseando por entre los tenderetes, y ninguno masculino, por lo que Bryan podía ver. De tanto en tanto alguna alta y esbelta dama exótica, seguida por un cortejo de grises y ramas para llevar los paquetes y sujetar su sombrilla, se inclinaba sobre las mercaderías de algún joyero itinerante Humano, un soplador de vidrio o algún otro artesano. Había unos cuantos torques de plata entre los curiosos; pero la mayor parte de los que se movían de un lado para otro en la plaza al aire libre parecían ser cabezas de familia Humanos sin torque o grises de las grandes casas con librea, que habían salido a comprar productos frescos para la cocina, flores, pájaros o animales vivos, u otros artículos generalmente no disponibles en los muchos pequeños puestos que se alineaban en el perímetro de la Plaza del Comercio.

—Ya he discutido esto con Creyn —dijo Bryan pacientemente—. Nada de torque para mí. —Se detuvo para examinar una mesa atestada con una mezcolanza de artefactos del siglo XXII de lo más variado; cantimploras, frascos de cosméticos medio vacíos, libros maltratados, ropas ajadas, instrumentos musicales rotos, cronómetros difuntos y vocoescritoras, unos cuantos artículos comunes de decamolec y herramientas de vitredur.

—Podría ayudarte en tu trabajo —insistió Ogmol. Se dio cuenta demasiado tarde de los variopintos artículos que Bryan estaba examinando—. Estas cosas… los desechos habituales. Los artículos más raros y valiosos de tu época solamente pueden hallarse en los vendedores con licencia. Pero hay un mercado negro, por supuesto.

—Hummm —dijo Bryan, siguiendo adelante.

Ogmol volvió al tema de antes.

—No hay circuitos coercitivos o dispositivos de ningún tipo en un torque de oro. En tu caso, puesto que no tienes latencias significativas, el torque simplemente aumentará tu habilidad telepática, el poder metapsíquico que todos los Humanos poseen, y te permitirá hablar mentalmente con nosotros. ¡Piensa en el tiempo que ahorraremos con ello! ¡Considera las ventajas semánticas! No te perderás ni un solo detalle de tu inmersión cultural. El alcance de tu análisis será más amplio, menos propenso al error subjetivo…

Un vendedor con un sombrero de paja sonrió y agitó una brocheta de pequeños pájaros recién asados.

—¿Barbacoa de alondras, Exaltados Lords? ¡Con mi propia salsa de chile estilo Texas!

—Palomitas de maíz —graznó una arrugada vieja en el tenderete de la siguiente puerta—. Nueva cosecha tetraploide. Cada mazorca es una comida completa.

—Hoy ya sólo me quedan unas cuantas trufas del Périgord, Lord.

—¡Esencia de rosas! ¡Agua de azahar para enfriar vuestras sienes! ¡Sólo para ti, Lord… un raro frasco de 4711!

Ogmol hizo una mueca.

—Es un fraude. Habría que hacer algo respecto a esos tipos… Pero como iba diciendo, con un torque…

—Las únicas condiciones de trabajo que aceptaré son aquellas que me permitan una completa libertad. —Bryan mantenía su buen humor. Ogmol hizo un gesto de resignación y abrió camino hacia un edificio en el lado en sombra de la plaza. Un cartel indicaba: PANADERÍA-KLEINFUSS-CAFÉ.

Los compradores se apartaron respetuosamente ante ellos. Había algunas mesas en una terraza llena de flores frente a la panadería. Un rama con un tabardo a cuadros rojos y blancos acudió trotando, saludó con una inclinación de cabeza, y los llevó hasta una mesa, donde Ogmol se dejó caer en una silla de mimbre.

—¡Este caminar en el calor del día! Espero que podamos dedicarnos por un tiempo a investigaciones menos extenuantes, Bryan. Aún estoy derrengado de la fiesta de la otra noche. No sé cómo consigues permanecer tan activo.

El rama trajo rápidamente dos tazas de café y una gran bandeja de pastas. Bryan eligió una.

—Bueno, se trata de una píldora. Nuestra raza tuvo que aguardar mucho tiempo, pero finalmente desarrollamos una cura instantánea para los excesos justo hará un año o así. Unas píldoras muy pequeñas. Metí una buena cantidad de ellas en mi mochila. Lamento no haber pensado en ofrecerte una esta mañana.

—¡Ajá! —gruñó Ogmol—. Ahí está el detalle, quiero decir. Si llevaras un torque, habrías sabido inmediatamente de mis sufrimientos sin que yo tuviera que decírtelo con tantas palabras. —Vació su café con un largo sorbo, y el rama volvió a llenar la taza—. Y tus deseos serían conocidos también inmediatamente por los ramas. ¿Ves? Ese tipo de ahí al lado nunca sabrá por sí mismo si quieres o no otra taza cuando hayas vaciado ésta… en cambio conmigo nunca habrá ningún problema. No puedes establecer mucha comunicación verbal con los ramas, ya sabes. Sólo «ven», «vete», ese tipo de cosas. Las personas sin torque tienen que utilizar el lenguaje de los signos con los pequeños antropoides… y eso puede resultar un problema excepto para las órdenes más simples.

Bryan se limitó a asentir, mientras comía su pasta. Era deliciosa, como las mejores de Viena. No era extraño que el interior de la panadería Kleinfuss estuviera atestada de clientes.

—Tal como yo lo entiendo, el torque de oro no puede ser retirado una vez ha sido instalado en su lugar. Y he sabido también que algunas personalidades sufren serias alteraciones al llevarlo. Puedes entender por qué no deseo arriesgar mi cordura, Ogmol. No hay ninguna razón por la cual mi status de sin torque deba limitar mis investigaciones. Era un trabajador competente en el Medio sin metafacultades, y lo mismo puedo decir de mis colegas. Todo lo que se necesita para un análisis válido es una fuente de material en la que se pueda confiar.

Los ojos del Tanu cambiaron.

—Bien, sí. Haremos todo lo posible por conseguir eso para ti. Mi Asombroso Padre ha dado órdenes explícitas.

Bryan intentó emplear el tacto.

—Algunas de mis investigaciones puede que escuezan un poco. No puedo evitarlo en un estudio como éste. Incluso mis observaciones superficiales han empezado a revelar un esquema de profunda tensión como resultado del impacto de las culturas Tanu y Humana.

—Esto es lo que mi Padre quiere evaluar, Bryan. Pero las investigaciones pueden realizarse de una forma mucho más… elegante a nivel mental. Las palabras son tan densas. —Vació otra taza de café, entrecerró los ojos, y apretó las yemas de los dedos de sus dos manos contra su torque de oro. Muchos de los varones exóticos poseían rostros de extraordinaria belleza; pero el de Ogmol era alentadoramente poco atractivo. Su nariz tenía como un nudo en el puente, y sus labios, sobre una corta barba que parecía felpa color tostado, eran demasiado gruesos y rojos. Recordaba al Rey solamente en sus profundos ojos color jade… ahora lamentablemente inyectados en sangre. Para estar fresco se había puesto un atuendo corto sin mangas de color azulado y plata, simbólico de la Liga de Creadores. Sus brazos y piernas estaban cubiertos por un denso y recio vello tostado.

—No sirve de nada intentar alejar psíquicamente las miserias de uno. —Ogmol se golpeó la frente con los nudillos—. El aguardiente de ciruela siempre se toma su venganza. ¿Me permitirás conservar una o dos de tus píldoras para uso futuro?

—Por supuesto. E intentaré ser tan juicioso como me sea posible en mis investigaciones. Puede que así tome un poco más de tiempo, pero lo conseguiremos.

—Considérate libre de ser tan directo como quieras conmigo. —Ogmol dejó escapar una renuente risita—. Mis sensibilidades no cuentan.

—¿Por qué dices eso?

—Mi deber es ayudarte. Y mi honor. Y como un hermanastro que soy, mi piel no es tan fina como la de… esto… la fracción pura.

—¿Tu madre era una Humana?

Ogmol alejó al rama con un gesto de la mano y se reclinó en su silla.

—Era una plata. Una escultora del mundo de Wessex. Me pasó su creatividad latente, pero era demasiado inestable emocionalmente como para permanecer mucho tiempo en la Tierra Multicolor. Yo fui su único descendiente.

—¿Quieres decir que existe un prejuicio significativo contra aquellos que poseen una mezcla de herencia?

—Existe. —Ogmol frunció el ceño, luego agitó la cabeza—. Pero… ¡malditas palabras!… el desdén con el que somos considerados por los Viejos está fuertemente teñido por otras emociones. Nuestros cuerpos no están tan exquisitamente formados como los suyos, pero físicamente somos más fuertes. La mayor parte de los purasangre no pueden nadar, pero nosotros no tenemos ninguna dificultad en el agua. Los híbridos son más fértiles, pese al hecho de que los Tanu completos poseen una libido más imperiosa. Y somos menos propensos a engendrar una descendencia Firvulag o torques negros. —Repitió la insegura risita—. ¿Te das cuenta, Bryan? Nosotros los híbridos somos en realidad una mejora del modelo original. Eso es lo insoportable.

—Hummm —temporizó el antropólogo.

—Como puedes ver, mi cuerpo es superficialmente muy similar al de un purasangre: pelo fino, piel clara, ojos típicos sensibles a la luz, torso alargado, miembros débiles. Pero la abundancia de vello corporal es una herencia Humana, y también lo son mi estructura ósea y mi musculatura más robustas. Tan sólo una minoría de los varones purasangre tienen este tipo de físico… el Rey y los campeones guerreros. Allá en la galaxia natal de los Tanu, un cuerpo fornido era casi un anacronismo. Un recuerdo de los toscos orígenes de la raza.

—Pero la herencia que el grupo exiliado estaba decidido a revivir —observó Bryan—. Interesante.

El rama acudió corriendo con una gran servilleta, que Ogmol utilizó para secarse la frente. Realmente era una lástima, pensó Bryan, haber dejado el aldetox en el palacio.

—¿Pero no comprendes, Bryan, lo difícil que es para los Viejos aceptar el hecho de que los genes Humanos optimizan su supervivencia racial en la Tierra? El vigor híbrido representa para ellos un descenso en la escala. Los Viejos son muy orgullosos. Es ilógico… pero parecen temer nuestra mezcla de sangres.

—Ese modo de pensar no era infrecuente en mi propia época —admitió Bryan. Tragó el último trozo de su pasta y terminó su café—. Dijiste que podríamos visitar el establecimiento de Lord Gomnol. ¿Podemos ir ahora?

Ogmol sonrió y tocó su torque.

—¿Lo ves? ¡Otra ventaja! Dame un minuto.

El camarero rama aguardaba pasivamente al lado de la mesa, un niño-mono con unos ojos inteligentes y tristes. Mientras Ogmol efectuaba su llamada telepática, Bryan rebuscó en un bolsillo algunas de las monedas locales que le habían proporcionado, y tendió un surtido al azar. Solemnemente, los dedos del homínido extrajeron dos piezas de plata.

—¿No hay propina? —preguntó Bryan, casi para sí mismo. Miró a su alrededor, a las otras mesas. No había ninguna persona sin torque sentada en la terraza. Los que llevaban el cuello desnudo debían acudir al self-service del interior, donde camareros Humanos tomaban sus órdenes verbales.

—Buenas noticias —dijo Ogmol—. Gomnol está libre y se sentirá encantado conduciéndote personalmente a visitar sus laboratorios… Veo que has pagado. Pero déjame…

El rama emitió un pequeño hipido de placer y frunció los labios hacia Ogmol.

—Propina mental, Bryan.

—Debí haberlo supuesto.

Tomaron un coche, tirado por un helladotherium, hasta el gran complejo en el extremo norte de la ciudad que albergaba la Liga de Coercedores. De camino por los amplios bulevares pasaron junto a muchas tiendecitas con hermosas viviendas adosadas. No había nada de la peculiar arquitectura «Munchkin Tudor» de los asentamientos exteriores en Muriah. Aquí los edificios poseían una elegancia clásica de líneas que era casi dórica. Las masas blancas y pastel eran suavizadas con frondosas plantas, cuidadas por siempre presentes ramapitecos. Los habitantes humanos de Muriah —artesanos, tenderos, trabajadores, soldados y funcionarios— tenían un aspecto universalmente próspero y bien alimentado. Las únicas personas que podían ser clasificadas como pordioseros eran los buhoneros del mercado al aire libre, los conductores de caravanas, y los viajeros recién llegados de las regiones alejadas; e incluso esos parecían mugrientos sólo temporalmente. Bryan no vio ninguna evidencia de enfermedad, privación o maltrato entre los elementos sin torque. Superficialmente, Muriah parecía ser una pequeña ciudad idílica. Ogmol le dijo que la población total permanente incluía a unos cuatro mil Tanu, unos cuantos centenares de Humanos con torques de oro, casi mil platas, unos cinco mil torques grises, y seis o siete mil sin torque. Los ramas superaban a la gente al menos en la proporción de tres a uno.

—Clasificamos como Tanu a cualquier persona que parece exótica —explicó el musculoso intelectual—. Oficialmente, no hay discriminación entre purasangres y mestizos. Y, por supuesto, un Humano con un torque de oro es socialmente el igual de un Tanu. En teoría, al menos.

Bryan reprimió una sonrisa.

—¿Otra razón para animarme a ponerme el collar? Tu asociación con un cuello desnudo debe desclasarte un poco. Observé que los vendedores me dirigían dudosas miradas en el mercado.

Casi rígidamente, Ogmol dijo:

—Cualquier persona de rango sabe quién eres. Los otros no importan. —Guardaron silencio durante un trecho del camino. Bryan consideró otro posible motivo para que el Rey hubiera encargado el estudio antropológico. Se sintió feliz de que Ogmol fuera incapaz de leer sus pensamientos.

Llegaron a un hermoso grupo de edificios en el mismo borde del acantilado del golfo Catalán. El mármol blanco de la Sede de los Coercedores estaba incrustado y adornado de azul y amarillo. El patio delantero tenía un pavimento de mosaico con dibujos abstractos. Los tejados estaban recubiertos con llamativas tejas azul celeste con canalones y otros resaltes que resplandecían como oro. Pelotones de bien armados guardias con torques grises en semiarmaduras de cristal azul y bronce montaban guardia estoicamente en el arco de la entrada y en todas las puertas. Cuando el carruaje pasó junto a ellos y Ogmol emitió algún silencioso saludo telepático, los hombres golpearon los extremos de sus albardas de vitredur en respuesta. Un pequeño destacamento acudió a toda prisa mientras Bryan y Ogmol bajaban del coche, asegurándose de que el vehículo y su conductor no se entretuvieran más tiempo de lo preciso en el interior del recinto de la Liga.

—Los Coercedores parecen muy preocupados por su seguridad —observó Bryan.

—La fábrica de torques está aquí. En un cierto sentido, este lugar es la clave de nuestro Reino Soberano.

Pasaron al interior de frescos corredores, donde había más guardias firmes como estatuas vivientes… con el aburrimiento aliviado sin duda por sus torques grises. En algún lugar una profunda campana sonó tres veces. Bryan y Ogmol ascendieron por una escalera y llegaron a un par de altas puertas de bronce. Cuatro guardias apostados alzaron una pesada barra ornamentada a fin de que los dos investigadores pudieran entrar en la antesala de la oficina del Presidente. Allá, tras una consola equipada con construcciones de resplandeciente cristal, estaba sentada una mujer exótica de singular belleza. Bryan notó algo como una aguja de hielo hurgar detrás de sus ojos.

—¡Por el amor de Tana, Meva! —dijo Ogmol irritadamente—. ¿Traería yo a alguien hostil aquí? ¡El doctor Grenfell fue examinado por el propio Lord Dionket!

¿Lo fui?, se preguntó Bryan.

—Yo sólo cumplo con mi deber, Hermano Creativo —dijo la mujer. Hizo un gesto hacia la puerta del sanctasanctórum interior, que al parecer se abría por psicocinesis, y prosiguió con el esotérico trabajo que su llegada había interrumpido.

—¡Adelante! ¡Adelante! —dijo una voz muy aguda.

Se hallaron ante Gomnol, el Lord Coercedor, que vivía en un mundo propio. La habitación era fría pese al clima tropical de Muriah. Unas cuantas ascuas resplandecían en la parrilla de una enorme chimenea, sobre la cual había un austero tapiz que tenía que ser un Georgia O’Keefe. Un perro chihuahua miró dispépticamente a los recién llegados desde su almohadón delante del fuego. Las paredes de la habitación estaban paneladas con madera oscura, interrumpida por estanterías llenas de libros encuadernados en cuero, cristalinos audiovisuales Tanu, y placas del siglo XXII. Una peana sostenía una copia (¿era realmente una copia?) de la pequeña y siniestra Tentación de San Antonio de Rodin. Varias sillas y canapés de empenachado cuero color vino ocupaban un lugar ante una enorme reproducción de un escritorio rococó, sobre el cual descansaba una lámpara de aceite con pantalla verde, un deslustrado portatintero de plata con una pluma de ave, un humidificador de madera, y un cenicero de ónice rebosante de colillas de cigarros. Una credencia de nogal del mismo adornado estilo que el escritorio, flanqueada por repisas de helechos, contenía una docena de vasijas de cristal tallado, una bandeja de vasos Waterford, un sifón, y una lata pequeña de bizcochos Cadbury. (¿Y qué viajero temporal había entregado sus últimos tesoros ante la irresistible demanda del Lord Coercedor?)

En medio de una nube de fragante humo se sentaba Eusebio Gómez-Nolan en persona, llevando una chaqueta acolchada de brocado de oro con solapas y puños de satén azul medianoche. Aunque quizá no fuera el «pequeño enano feo» despreciado por el rey Thagdal, era solamente de mediana estatura según los estándares del Viejo Mundo, con una nariz que no era simplemente aquilina sino tirando a bulbosa. Sus ojos, sin embargo, eran de un hermoso azul luminoso con oscuras pestañas, y sonrió a los visitantes mostrando unos pequeños y perfectos dientes.

—Sentaos, colegas —dijo con un tono casual, haciendo un gesto con su cigarro.

Bryan se preguntó cómo demonios aquel tipo bajito de aspecto vulgar había conseguido instalarse como Presidente de la Liga de Coercedores.

Y Gomnol oyó.

En una ocasión, hacía años, Bryan había navegado en su pequeño yate en medio de un huracán que había escapado de los controladores del clima y vagaba cerca de las Islas Británicas. Tras soportar horas de zarandeo, se había relajado en un respiro… tan sólo para ver alzarse ante su embarcación una montaña de verde mar con una cresta que parecía hallarse al menos a treinta metros por encima suyo. Deliberadamente, aquella enorme ola se había enroscado sobre su yate, aplastándolo bajo ella con una monstruosa indiferencia que supo debía terminar con la aniquilación. Y así fue ahora con la fuerza psíquica de Gomnol golpeando contra su aturdida consciencia, aplastándola fácilmente hacia una definitiva oscuridad.

La gran ola de la tormenta había soltado finalmente su maltrecho pero aún navegable yate. Con un despreocupado capirotazo similar, Gomnol soltó la mente de Bryan.

—Así fue cómo —dijo el Presidente de la Liga de Coercedores—. Bien. ¿Cómo puedo ayudar a vuestras investigaciones?

Bryan oyó a Gomnol explicar la tarea que el Rey Soberano había dispuesto para ellos, y las técnicas que esperaban utilizar para reunir los datos para el análisis del impacto cultural. Lord Gomnol podía ayudar, si quería, no solamente explicando el papel crucial de los torques, sino también compartiendo sus reminiscencias personales, de un valor único debido a su privilegiado status Humano. Y si el Exaltado Lord prefería conferenciar con el doctor Grenfell a solas…

Gomnol formó anillos de humo en torno a su amistosa sonrisa.

—Creo que sería mejor. Mis felicitaciones por la delicadeza de tus sentimientos, Hermano Creativo. ¿Por qué no vuelves y te unes a nosotros para la cena… digamos dentro de tres horas? Espléndido. Asegura a tu Asombroso Padre que me ocuparé personalmente del respetable Doctor en Antropología.

Y al cabo de un momento Gomnol y Bryan estaban a solas en el aposento pseudovictoriano, y el psicobiólogo estaba cortando el extremo de un nuevo cigarro y diciendo:

—Bien, bien, amigo mío. ¿Qué demonios es lo que piensas hacer en el Exilio?

—¿Puedo… beber algo?

Gomnol se dirigió a las vasijas y alzó una conteniendo un líquido casi incoloro.

—Tenemos el Glendessarry, pero no agua de Évian, me temo. ¿O prefieres probar alguno de nuestros licores caseros? Cinco modalidades de whisky, un vodka, un buen número de coñacs… la bebida preferida de nuestros hermanos Tanu.

—Un escocés solo vale —consiguió decir Bryan. Cuando el whisky hubo restablecido un poco sus nervios, prosiguió—: Espero que no me consideres como una amenaza. Realmente… ni yo mismo estoy completamente seguro de los motivos que hay tras la petición del Rey. Crucé el portal del tiempo por la más vulgar de las razones. Estaba siguiendo a la mujer a la que quería. Esperaba convertirme en un pescador o un comerciante en un primitivo mundo pliocénico. El interés en mi profesión por mis captores Tanu fue una completa sorpresa para mí. Estoy cooperando debido a que me han dicho que ésta es la única forma en que podré volver a ver a Mercy.

Gómez-Nolan bajó una negra ceja en un semifruncimiento, pareciendo escrutar algo que flotaba en el aire justo frente a Bryan.

—¿Ésa es tu Mercy? —inquirió crípticamente—. Buen Dios. —Sin molestarse en explicarse, encendió su cigarro—. Bien, sigamos. Te enseñaré la fábrica y te contaré la Historia del Renegado.

Un panel de la pared se corrió a un lado, revelando un largo y bien iluminado pasillo. Bryan siguió la estela de humo de Gomnol. Llegaron a una gran puerta con barrotes de bronce que se plegó a un lado por su propia acción cuando Gomnol llegó despreocupadamente ante ella.

—Oh, sí, también poseo PC —dijo el psicobiólogo—. Y telepatía, y redacción. No tan fuertes como la facultad coercitiva, por supuesto, pero sí lo suficiente como para ser útiles.

Entraron en una amplia habitación llena con lo que parecían ser bancos de joyero. Hombres y mujeres Humanos y Tanu con guardapolvos azules, llevando gafas de aumento, estaban fabricando torques de oro.

—Éste es el corazón del lugar, exactamente éste. Todo se hace a mano. Los componentes, los chips cristalinos con sus circuitos, tienen que formarse, montarse y fijarse, y luego ser enviados aquí para ser instalados dentro del caparazón de metal. Los Tanu se trajeron únicamente una unidad formadora de cristales y un grabador de chips de su galaxia natal, pero yo conseguí construir más para permitir un incremento de producción de unas diez veces.

Apareció un rama, tirando de una carretilla con contenedores llenos de brillantes componentes. Gomnol agitó su cigarro, haciendo que una rosada microplaqueta partiera volando de una de las cajas y fuera a aterrizar entre sus dedos.

—Este pequeño dispositivo es mi psicorregulador, que desarrollé para los platas y grises. Pone a quien lo lleva a disposición mental de cualquier oro.

Bryan no pudo evitar el pensar en Aiken Drum.

—Un caso fascinante —dijo Gomnol, radiante—. No estuve en la fiesta, pero me lo contaron todo acerca de él. Lástima que la vieja Mayvar lo haya encerrado bajo siete llaves en la Casa de los Telépatas. Tanto Culluket como yo ardemos en deseos de interrogarle.

—¿Preocupa al establecimiento?

Gomnol se echó a reír.

—A los elementos más ingenuos. No me preocupa a mí. Suena como si el chico siga el camino de convertirse en una nova mental. Un deslumbrante pseudooperativo. El fenómeno no era desconocido en el Medio. Algunos latentes pueden ser conducidos de golpe a la operatividad a través de algún profundo trauma. Lo hemos visto ocurrir aquí una o dos veces antes, aunque ninguno de los casos fue tan memorable como parece ser el de este Aiken Drum. El status operativo temporal del cerebro pasa por encima de los controles del torque de plata. Pero la cosa no puede mantenerse por sí misma mucho tiempo, y finalmente termina quemándose… y el sujeto se convierte en algo parecido a un niño de pecho, simplemente eso.

—He oído hablar de los tristes casos que no pueden adaptarse al torque. Pero tengo entendido que tú has estado llevando uno durante cuarenta años sin sufrir ningún incendio mental.

El hombre con el batín se limitó a sonreír en torno a su cigarro.

Caminaron por entre los bancos, observando el cuidadoso trabajo. Un técnico necesitaba casi una semana para completar uno de los anillos de oro para el cuello… más aún para los delicados torques pequeños que llevaban los niños Tanu. Se producían en cuatro tamaños; y cuando era colocado uno más grande, el más pequeño podía ser retirado sin problemas y utilizado en otro niño.

—¿No hay torques de plata para niños? —preguntó Bryan.

—Las mujeres Tanu no tienen descendencia Humana… ni siquiera cuando se unen con hombres Humanos. Y a las mujeres humanas, sean oros o platas o grises o cuellos desnudos… sólo se les permite concebir con hombres Tanu. Toda su descendencia es exótica, pero con un porcentaje mucho más pequeño de fenotipos Firvulag de los que producen las mujeres Tanu. Los híbridos Tanu varían grandemente en facultades metapsíquicas, por supuesto. Hasta ahora, todos ellos son latentes. Pero a su debido tiempo, la raza producirá operativos naturales, del mismo modo que lo ha hecho la Humanidad. La llegada de los Humanos fue casi una salvación genética para los Tanu, como puedes imaginar. Por sí mismos, sin ninguna mezcla con los Humanos, no hubieran conseguido la operatividad ni en millones de años. Las uniones Humanos-Tanu han acelerado drásticamente el proceso evolutivo. Dada la calidad del stock latente que ha cruzado la puerta del tiempo, Prentice Brown ha calculado que los Tanu llegarán a ser completamente operativos en tan sólo cincuenta generaciones. Por supuesto, ahora…

—¿Elizabeth?

—Exactamente. Cuando supimos de su llegada, Prentice Brown y yo recalculamos las posibilidades hereditarias de los distintos genes meta basadas en las presuntas muestras genéticas de Elizabeth, y los resultados fueron asombrosos. Puedes obtener los detalles del propio Prentice Brown en la Casa de Creación. Le llaman Lord Greg-Donnet, ya sabes.

Bryan no pudo impedir el pensar: el Loco Greggy.

Gomnol se echó a reír de nuevo, apretando fuertemente el cigarro con sus dientes.

—Algunos más pronto, otros más tarde. Vamos por aquí. Los torques de plata son básicamente similares a los de oro. Pero hemos conseguido automatizar un poco la fabricación de los grises y los utilizados en los ramas.

—¿Cómo encajan los Firvulag en vuestro esquema genético? —preguntó Bryan.

—No lo hacen, todavía. Es una auténtica lástima desde el punto de vista eugenésico, como ya habrás deducido. La Pequeña Gente son genuinamente operativos, aunque sus poderes tienden a ser limitados. Desgraciadamente, ambas razas poseen un terrible tabú acerca de unirse entre ellas con fines procreativos… y ningún Firvulag tocaría a un Humano ni con una pértiga. Pero algunos de nosotros estamos trabajando en el problema. Si pudiéramos convencer a los Tanu de que conservaran a sus hijos Firvulag en vez de entregarlos a la Pequeña Gente, quizá tuviéramos una posibilidad de cambiar el esquema de emparejamiento. Es algo que está lleno de posibilidades.

Efectuaron una rápida visita por la zona donde eran fabricados los torques grises. Había una atmósfera más de fábrica en aquel taller, donde algunas sencillas máquinas estampadoras elaboraban las carcasas de los torques y algunos ramas efectuaban parte del montaje. Gomnol explicó que los torques grises eran una variante del dispositivo utilizado originalmente con los ramas por los Tanu pioneros, que él mismo había modificado hasta convertirlos en un psicorregulador adaptado para la Humanidad.

—Seguimos teniendo algunos problemas con los torques, como habrás oído. Pero son mucho más efectivos que los implantes de docilización que eran utilizados con los sociópatas en el Medio. Y el circuito de placer-dolor y la ampliación telepática son una completa innovación. —Los ojos de Gomnol miraron de soslayo. Con un tono neutro, añadió—: Yo diseñé el dispositivo original de docilización en Berkeley, ya sabes.

Bryan frunció el ceño.

—Tenía entendido que fue Eisenmann…

Gomnol se volvió hacia otro lado. Con una voz tensa, dijo:

—Yo era uno de sus estudiantes. Un joven imbécil. Manteníamos una conmovedora relación de hermandad, y él se sentía orgulloso de mí. Mi trabajo era prometedor, decía, pero su potencial corría el peligro de permanecer irrealizado porque me faltaba el prestigio necesario para atraer los fondos del Gobierno Humano. Sin embargo, si trabajaba con él… no habría problemas. Yo me sentí agradecido y él fue muy listo, y el trabajo fue un resonante éxito. Y ahora todo el Medio conoce a Eisenmann el laureado. Pero muy pocos recuerdan a Eusebio Gómez-Nolan, su pequeño y fiel ayudante.

—Entiendo.

El otro hombre giró en redondo.

—¿De veras entiendes? —llameó—. ¿De veras? Sólo cuarenta años, y he moldeado toda una cultura… ¡he conducido a esos exóticos de un inútil barbarismo a la civilización! Si la manipulación genética con Elizabeth tiene éxito, ¡pueden convertirse en transtecnológicos, superiores a la Unidad o a nuestro aún no nacido Medio Galáctico! ¿Qué pensarían Eisenmann y esos idiotas de Estocolmo si pudieran ver todo esto?

Oh, Dios, pensó Bryan. Intentó mantener su mente tan en blanco como le fue posible. ¿Qué le había dicho Elizabeth ahí atrás en el albergue? ¡Cuenta! Unodostrescuatro unodostrescuatro unodostrescuatro…

Pero Gomnol no estaba intentando leer los pensamientos del antropólogo presa del pánico. Estaba completamente ocupado con su visión interior.

—Hace muchos años, durante la época de la Rebelión, un pequeño número de otros operativos cruzaron la puerta del tiempo. Yo no estaba aún preparado. Mi posición aún no había sido consolidada, y la cultura Tanu estaba en un tal estado de flujo que las cosas escaparon de mis manos antes de que pudiera actuar. ¡Pero ahora estoy preparado! Hay gente trabajando conmigo que comparte mis puntos de vista. Con una nueva generación de operativos entre nosotros, prosperaremos.

Unodostrescuatro unodostrescuatro.

—Es una notable ambición, Lord Gomnol. Contando con la cooperación de Elizabeth, no veo cómo puede fallar. —Unodostrescuatro.

El psicobiólogo pareció relajarse. Lanzó un anillo de humo, luego dio a Bryan una animosa palmada en el hombro.

—Mantén una mirada objetiva, Grenfell. Eso es todo lo que pido.

Entraron en otra zona, donde eran montados los módulos de cristal para las máquinas de pruebas mentales.

—¿Te importa dejar que tu alma sea microanalizada? —Ahora Gomnol se mostraba jovial—. Podemos hacer un trabajo mucho mejor aquí que en el Castillo del Portal. Estamos construyendo un prototipo de un modelo mejorado. Puedo proporcionarte tu perfil psicosocial completo, así como un análisis de latencia. Toma solamente unas pocas horas.

Unodostrescuatro.

—Me temo que no te sería demasiado útil. Lady Epone no se sintió impresionada cuando me probó allá en el castillo.

Una expresión de cautela nubló la sonrisa del Lord Coercedor.

—Sí. Fue Epone quien sondeó tu grupo, ¿no? —Guardó silencio, y tras un mecánico recorrido por las dependencias de investigación y pruebas, donde Gomnol se mostró evasivo acerca de la naturaleza exacta del trabajo que se estaba realizando, descendieron una larga rampa que conducía de la fábrica a un atrio a cielo abierto refrescado por los chorros de una espectacular fuente. Se sentaron ante una mesa a la sombra y unos sirvientes ramas vestidos con librea azul y oro trajeron una bebida parecida a sangría helada.

—Uno de los miembros de tu grupo era una mujer joven llamada Felice —dijo Gomnol—. Se ha visto implicada en un serio accidente. ¿Puedes decirme algo acerca de ella?

Unodostrescuatro.

Bryan recapituló todo lo que podía recordar de la carrera de la muchacha como jugadora de anillo-jockey, su ataque al consejero del albergue, su gran fuerza física y su obvia desviación de la norma psicosocial.

—Nunca vi su perfil. Pero su habilidad para controlar animales sugiere ciertamente una latencia. Me siento más bien sorprendido de que no se hiciera merecedora de un torque de plata. ¿Resultó gravemente herida en el accidente?

—No resultó herida en absoluto. —El tono de Gomnol era estudiadamente neutro—. Los componentes de su caravana se rebelaron en el camino a Finiah. Lady Epone, una poderosa coercedora, resultó muerta, junto con toda la escolta de soldados con torques grises. Los prisioneros escaparon, aunque la mayor parte de ellos fueron recapturados más tarde. Admitieron en los interrogatorios que tu amiga Felice había sido la cabecilla de todo el asunto.

¡Unodostrescuatro!

—Eso es increíble. ¿Y ella… conseguisteis volver a capturar a Felice?

—No. Ella y otros tres miembros de tu Grupo se hallan aún en libertad. La mayor parte de los Grandes Tanu se inclinan a pensar que el asunto fue una casualidad. Se han producido ocasionalmente algunas otras revueltas menores, a veces instigadas por los Firvulag. Pero nunca antes de esto habían conseguido unos Humanos con el cuello desnudo matar a un Tanu. Si Felice lo consiguió, tenemos que averiguar cómo.

Unodostrescuatro unodostrescuatro.

—No creo que pueda decirte mucho más sobre ella que pueda serte útil. Me dio la impresión de ser una muchacha peculiar y peligrosa. Tan sólo tiene dieciocho años, ya sabes.

Gomnol suspiró.

—Los niños son siempre los más peligrosos… Termina tu bebida, Bryan. Creo que nos queda tiempo para visitar las clases de los aprendices a coercedores antes de que termine la tarde. Te gustará conocer a mis jóvenes. Tengo grandes esperanzas con ellos. Realmente grandes esperanzas.

Dando una profunda chupada a su cigarro, Eusebio Gómez-Nolan llevó a Bryan a ver nuevas maravillas.