3

Steinie no bailes con ellos no lo hagas. Mira lo que le están haciendo a Raimo Diosmío.

Deacuerdo deacuerdo pequeña tranquila disimula no cedas no tengas miedo.

Son muyfuertes especialmente este LordSanadorDionket nunca podré mantenerlo fueradenosotros sin la ayuda de Elizabeth. No les gusta esa amigablebarrera suya pero tienen miedo de ofenderla demasiadopronto. Oh Jesús. Esa suciaperra de Anéar tomando a Raimo ahí en mediodelagente vergüenza disgusto furiaodio… ¡Steinie!

Calma calma estamos protegidos amor Dios bendiga a Elizabeth. Al menos no hacen bailar a Aiken su baile del revés.

No es un juguete como el tontoRaimo.

Ni yo tampoco Sukeyamor.

—¿Estáis seguros de que no queréis uniros a los bailarines? —sonrió Lady Riganone a Stein y Sukey. Las urracas con los leotardos negros estaban volviendo a importunarlos—. Vuestros dos amigos se lo están pasando estupendamente.

—No, gracias, Lady —dijo Stein. Las urracas se alejaron con reluctancia.

Sukey se sirvió otro de los especiados tournedos.

—Son deliciosos, Lord Dionket. —Habló cautelosamente al atento Jefe Sanador, que se sentaba frente a ella—. ¿Son de venado?

—Oh no, Pequeña Hermana. De hipparion.

—¿De esos adorables caballitos? —exclamó Sukey con desánimo.

Lady Riganone sacudió la cabeza y rió alegremente. Los colgantes que pendían de hilos de su tocado lavanda y dorado chocaron y repiquetearon.

—¿Qué otra cosa podemos hacer con ellos? Son la fuente de carne más abundante que tenemos… y gracias sean dadas a la Diosa de que sean tan deliciosos. ¿Te das cuenta de que esa pobre gente ahí arriba en el bosque herciniano, en Finiah y en esos otros lugares en el extremo del mundo, tienen que arreglárselas con cerdos y viejos y duros venados e incluso mastodontes? Nosotros los del sur somos tan afortunados. Realmente no hay nada comparable al lomo de hipparion asado, sazonado con ajo y una pizca de tomillo y quizá un poco de esa nueva pimienta, dorado y crujiente por fuera y rezumando sangre por dentro.

—No seas melindrosa, Sukey —le dijo Stein, sirviéndose él también de una fuente de aromático guiso—. Cuando estés en Roma, ya sabes. No sé lo que es esto, pero realmente huele bien.

Dionket metió un huesudo dedo en el profundo recipiente de plata, luego lo chupó meditativamente.

—Hummm… ragout de promephitis, querido guerrero. Creo que el equivalente en la Vieja Tierra del pequeño animal tiene que ser…

La imagen mental parpadeó ante Stein y Sukey.

—¡Mofeta! —se atragantó el vikingo.

—Oh… vamos, vamos, Steinie —exclamó Lady Riganone, radiando solicitud—. ¿Se te ha ido algo por el conducto equivocado? Toma un poco de vino para aliviarte.

El Personaje sentado al lado de Dionket, un fornido gigante con una chaquetilla sin mangas azul y oro, dijo:

—Prueba alguno de esos erizos en borgoña para asentar tus tripas, Stein. ¡Es un plato que tu estómago va a apreciar! Y ya sabes lo que dicen de los erizos. —Se echó a reír, y la imagen mental de su escabroso chiste fue desagradablemente explícita.

Fríamente, Sukey retiró la bandeja de pequeñas exquisiteces lejos del alcance de Stein.

—El guerrero está recobrándose de una herida, Lord Imidol. No debe propasarse. En nada.

Las risas y el sombrero de Lady Riganone tintinearon juntos.

—¿No es maravilloso, Dionket? Será una espléndida adquisición para tu Liga de Redactores. Pero es realmente perverso que te la hayas reservado en la licitación.

Un golpe mental.

—¿Qué quieres decir, Lady? —preguntó Stein.

—Toma un poco más de aguardiente de cerezas —animó el Presidente de los Redactores—. ¿O lo prefieres de ciruelas o de frambuesas? —Tocó su torque con el dedo. Tanto Stein como Sukey se sintieron impulsados a relajarse.

No pude evitarlo Steinie se metió. ¡Oh Elizabeth vuelve de ahí y ayúdanos antes de que Stein haga algo y yo no sea capaz de contenerlo!

Sukey mujer ¿quequéQUE maldita sea?

Steinie para apenas puedo cubrirte si se dancuenta de todo lo que hay dentrodeti te harán daño oh amor por favor calmaparatranquilízate. ¡Malditasea Elizabeth vuelvedeahí!

Allá en medio del salón, el maestro de ceremonias estaba alzando un trozo de resplandeciente cadena de cristal y agitándola por encima de su cabeza. La frenética danza se calmó y la música disminuyó. Todo el mundo volvió a sus asientos. Cuatro damas Tanu arrastraron al desmelenado Raimo con ellas. Aiken Drum no sufrió tal indignidad. Regresó tambaleante a su lugar en la Mesa de Honor y se sentó cautelosamente en el borde de su asiento.

—¡Exaltados Personajes, nobles damas y caballeros, e ilustres homenajeados! —gritó el maestro de ceremonias—. ¡Ruego silencio! ¡Es el momento de las contribuciones de nuestros honorables visitantes!

Vítores, golpear de jarras y chasquear de cuchillos sobre bandejas de plata.

El maestro de ceremonias hizo sonar de nuevo la cadena.

—Dos de nuestros invitados —el petimetre con el torque de plata hizo una inclinación de cabeza hacia Bryan y Elizabeth— son dispensados de hacerlo por orden de Sus Asombrosas Majestades. ¡Y otro —señaló a Raimo— ya ha mostrado suficientemente sus talentos!

Las damas en las mesas bajas gritaron y rieron. Un cierto número de ellas empezaron a lanzar plátanos a Raimo, deteniéndose reluctantes cuando la cadena del silencio sonó de nuevo.

—¡Oigamos a Sue-Gwen Davies!

Sukey se sintió empujada hacia el centro de la estancia. Su alma se había vuelto más y más impotente al examen de las psiques del Rey y la Reina y los demás Personajes. Los Tanu se sorprendieron de pronto ante la profunda barrera (porque Elizabeth había regresado para ayudarla muy a tiempo), pero se mostraron dispuestos a sentirse satisfechos con las revelaciones superficiales que les eran asequibles. La mente de Dionket habló:

¡Querida pequeña HermanaRedactora aprendiza de sanadoraconsoladora! Proporciónanos esta noche un pequeño solaz cantándonos una canción de tu ViejaTierra natal.

La aprensión de Sukey empezó a fundirse. Otras mentes a todo su alrededor parecieron suplicar: Arrúllanos.

Manteniendo su mirada fija en Stein, cantó una canción de cuna con una voz suave y clara, primero en galés y luego en inglés estándar. Tras la primera estrofa, un arpista la acompañó.

Holl amrantau’r sêr ddywedant,

Ar hyd y nos.

Dymar’r ffordd i fro gogoniant,

Ar hyd y nos.

Golau arall yw tywyllwch,

I arddangos gwir brydferthwch,

Teulu’r nefoedd mewn tawelwch,

Ar hyd y nos.

Amor, no temas si tus sueños son tristes,

A lo largo de toda la noche.

Entre las brumas las estrellas brillan resplandecientes,

A lo largo de toda la noche.

La alegría vendrá a nosotros por la mañana,

La vida se adornará de esperanza con la salida del sol,

Aunque los sueños tristes puedan dar terribles advertencias,

A lo largo de toda la noche.

Tras las palabras y la música resplandecía el confortante amor del cuidador. Su energía sanadora se derramó sobre el hombre-niño al que había hecho renacer, fue más allá y se desparramó en un gran flujo psíquico por todo el salón. Por un momento, la suavidad de la canción de cuna apagó todas las demás ansiedades, ablandó iras y lascivias, disminuyó dolores y frenesíes.

Cuando terminó la canción, los comensales permanecieron en silencio. Y luego, a un nivel extraño de consciencia, que los humanos provistos de torque pudieron captar pero no descifrar, llegó un estallido de declaración de muchas mentes Tanu. Fue cortado en pleno torrente por la dominante voz de Dionket. El Lord Sanador se puso en pie en su lugar en la Mesa de Honor y alzó los brazos, formando un tau viviente plata y carmesí.

Mía. Reservada.

Sukey regresó a su lugar, aturdida, y se sentó al lado de su esposo. El maestro de ceremonias agitó su cadena.

—Sabremos de los talentos de Stein Oleson.

Fue el turno del vikingo de sentirse extraído irresistiblemente de su asiento. Se puso en pie, con la cabeza descubierta, y miró intensamente a la nobleza exótica sentada en la Mesa de Honor, sintiendo sus mentes palpar, tantear, hurgar. Y el pensamiento maternal de la Reina, más compasivo:

¡No hubieran debido ponerle el torque al vidabreve!

Y luego el Rey: Sólo hasta el Combate. ¡Adelante!

Dos de los danzarines urracas aparecieron saltando de los lados, llevando cestos metálicos llenos de frutas parecidas a grandes naranjas. Uno de ellos tomó una de las brillantes esferas con una mano y la arrojó contra la cabeza de Stein.

La espada de bronce silbó al ser sacada de su vaina, tirada por las dos manos del gigante. Partió limpiamente la fruta en dos.

El Rey Thagdal rugió con jovial alegría. Los hombres de blanco y negro empezaron a arrojar naranjas a Stein tan rápido como podían. La espada relumbraba como una rueda dorada. Giraba y saltaba, tasajeando en pedazos las volantes esferas. El Rey puñeó la mesa mientras lágrimas de júbilo corrían por sus mejillas y se enterraban en su espléndida barba. Los demás Tanu lanzaban chillidos y vítores.

La cadena de silencio sonó.

El maestro de ceremonias rugió:

—¡Oh, ha sido una excelente demostración de parte de nuestro más reciente guerrero! ¡Bien hecho, Stein!

Empieza la puja.

De nuevo el estallido de habla mental exótica. Esta vez Elizabeth se había sintonizado a ella. Sin sorpresa, oyó cómo Stein era adjudicado al mejor postor como un probable gladiador en una confrontación llamada Baja Mêlée. Puesto que el ex perforador era uno de los más impresionantes especímenes físicos que habían aparecido en el Exilio en la última década, los exóticos entusiastas de los deportes habían alzado la puja hasta lo que era a todas luces un nivel sin precedentes. Estaban pujando por sus servicios personales ante la Corona —propietaria nominal de todos los viajeros temporales excepcionales— ofreciendo sus metafunciones, sus riquezas materiales, sus súbditos humanos con y sin torque.

¡Trescientos grises para la Guardia Real!

¡Mi mina de granates en los Pirineos!

¡La renombrada danzarina Kanda-Kanda y todo su séquito!

¡Un centenar de chalikos de carreras enjaezados en oro!

La muerte de Delbaeth.

El Rey gritó en voz alta:

—¡Alto! —Se levantó de su asiento y miró con ojos llameantes a la sorprendida concurrencia. En mitad del salón, Stein permanecía inmóvil, con la punta de su gran espada apoyada contra las baldosas del suelo.

—¿Qué persona se ha atrevido a hacer esa puja? —preguntó Thagdal con sedosa suavidad—. ¿Quién estima la fuerza de este guerrero de tal modo que se compromete temerariamente a la destrucción de la Forma de Fuego?

La multitud de comensales contuvo sus lenguas y sus mentes.

—Yo he sido —dijo Aiken Drum.

Hubo un suspiro colectivo, y un sondeo colectivo, y un jadeo mental de desconcertada sorpresa cuando todas las sondas mentales fueron detenidas en seco. Thagdal se echó a reír a carcajadas y, al cabo de un momento, lo mismo hizo Nontusvel, y luego todos los demás. La reacción ante tamaña enormidad sacudió la estancia.

Elizabeth se deslizó en Aiken en modo exclusivamente Humano.

¿Qué demonios?

Mira tú misma la mente de Thaggy Elizacariñobeth desea con toda su alma la extirpación del FirvulagDelbaeth-FormadeFuego. Así que pujé.

¿Por Steinie? ¿Tú loco payasoAiken jugando con la vida de nuestroamigo?

¡Elizamalditaseabeth! Salvando al vulnerableStein. La ferocidad mental de la escueladecombate Tanu carga irrevocablemente de psicoenergía asesina.

Malditasea… sí. Es cierto.

Seguroconmigo. Finalmente conseguiré a Sukey también. Los Tanu lacagaron realmente cuando me pusieron el torque. lo sabes.

Lo sospechaba. Pero maldita sea te cogerán si la mente-unión falla. Nos cogerán a los dos si descifran el contacto operante.

Distracción distracción distracción.

El intercambio mental entre Aiken y Elizabeth había ocupado una fracción de segundo. El maestro de ceremonias estaba agitando frenéticamente la cadena de silencio mientras el bromista con su resplandeciente traje avanzaba desde su sitio en la Mesa de Honor a una posición al lado de Stein. Cuando el tumulto recedió, el Rey dijo:

—Habla, Aiken Drum.

El hombrecillo se quitó el sombrero e hizo una inclinación de cabeza. Luego empezó a hablar; y mientras hablaba en voz alta, su mente elaboró una sutil alocución que de algún modo dio a sus absurdas palabras credibilidad, pintándolas con una plausibilidad mesmérica que desarmó incluso a los más escépticos de la audiencia exótica.

—¡Ahora sé que mi puja os ha sorprendido, amigos! Porque mi atrevimiento no sólo es imprudente, sino que difícilmente podéis comprender cómo sé lo suficiente del horrible Delbaeth para sugerir su extirpación. Os parece increíble, ¿no?, que un pequeño torque de plata recién llegado pueda proponer hacer algo en lo que tantos de vuestros propios campeones han fracasado.

»¡Bien, dejadme deciros cómo son las cosas! ¡Yo soy un tipo distinto de Humano! Nunca me habéis visto tal como soy. Bien, este hombre grande que está a mi lado es mi amigo. Y me temo que la Buena Reina tiene razón al decir que no es del tío que pueda llevar mucho tiempo vuestro torque gris y vivir. El estilo de entrenamiento de vuestra escuela de lucha anulará toda la redacción hecha por la pequeña Sue-Gwen y Lady Elizabeth para restaurar su cordura. Y para salvar a Stein, tengo que arrebatároslo. Pero no sin ofrecer a cambio un precio justo.

»Habéis estado sondeándome y hurgándome e intentando mirar en mi interior mientras hablaba. ¡Y habéis fracasado! Incluso el Rey Thagdal ha fracasado. ¡Ni siquiera Elizabeth puede ya sondearme! Así que será mejor que sepáis que el torque que me pusieron en el Castillo del Portal creó una reacción mental en cadena que sigue produciéndose todavía. Asusté a vuestro Lord Creyn, y estoy asustándoos a vosotros ahora. ¡Pero no os irritéis por ello! No tengo intención de haceros ningún daño. De hecho, me gusta casi todo lo que veo de este mundo, y cuanto más veo de él, más parecen encajar las cosas para nosotros juntos. ¡De modo que esperad hasta que haya terminado de decirlo todo antes de dejaros dominar por el miedo e intentar aplastarme! ¡Primero ved la forma en que puedo ayudaros a ser más grandes aún que antes!

»Ahora, lo de Delbaeth. Vi su Forma de Fuego muy adentro en la mente del Thagdal. Sentí curiosidad, y la estudié mientras comíamos y bebíamos y nos divertíamos. Y cuando empezó la puja, me dije a mí mismo: ¿Por qué no? Y así pujé con mis servicios, siguiendo vuestra propia costumbre. Tengo la confianza de poder exterminar esa amenaza Firvulag. Así que os lo hice saber a todos vosotros, mis amigos mentales. ¡Y a ti, Rey Soberano de los Tanu! Me abriré por un momento tan sólo y os dejaré contemplar lo que está creciendo en mi cráneo. Luego decidid si deseáis tratarme como un compañero mental, o como un esclavo…

Se expandió hacia todos ellos, y acudieron en tropel.

Elizabeth fluyó por encima y alrededor y a través de los exóticos, recibiendo una irónica felicitación de Aiken por su habilidad. Los Tanu se tambalearon a través de la incandescencia, apenas conscientes de las promesas de realización implícitas en los florecientes brotes mentales. Pero Elizabeth supo.

El Medio te hubiera eliminado inmediatamente Aiken-muchacho.

Bah mira cómo echan a correr pobres como psicoelípticos ratones ciegos.

No… uno de ellos sabe. ¿Ves ahí?

¡Ja! ¡Sí! ¿Quién eres tú viejamentefemenina?

Soy Mayvar. He estado aguardando a los como vosotros desde la llegada de la Nave. Soy vieja y fea y dirijo la Liga de los Telépatas. Venid libremente a mí para vuestra iniciación y todo será como esperáis. A menos que tengáis miedo…

La cadena de silencio resonó. Los Grandes y todos los insignificantes y mezquinos inspectores se alejaron huyendo de Aiken. Éste aguardó educadamente mientras Elizabeth y Mayvar se retiraban, antes de cerrar de golpe una vez más la barrera.

—¿Debemos permitírselo? —rugió el Rey Thagdal con voz retumbante.

—¡Slonshal! —respondió la concurrencia.

—¿Debemos enviarlo a la prueba, y que el más atrevido de nosotros testifique su victoria o su destrucción?

—¡Slonshal!

La voz del Rey descendió al nivel de audibilidad.

—¿Y quién de entre nosotros se atreverá a tomarlo a su cargo y enseñarle nuestras costumbres a este peligrosamente brillante joven?

Muy lejos por la parte izquierda de la Mesa de Honor se alzó una delgada figura. Avanzó hacia el centro del salón apoyándose en un largo bastón dorado. Su túnica era de un púrpura tan profundo que era casi negro, salpicada con estrellas de oro, y llevaba una capucha que ocultaba su pelo pero dejaba que la sorprendente fealdad de sus rasgos quedara completamente revelada a los dos Humanos que la aguardaban.

—Mayvar Hacedora de Reyes se hará cargo de él —dijo la bruja—. ¡Yo velaré por él y, si es apto, tanto mejor! ¿Vendrás conmigo, brillante muchacho? ¿Y traerás a tu amigo para aprender la forma de luchar en batalla, antes de que los dos juntos os enfrentéis a Delbaeth?

—¡Stein! —exclamó Sukey.

La bruja se echó a reír. Su mente habló a Aiken en modo íntimo.

Aún en contra de nuestras costumbres haré que él la tenga consigo si tú cumples tu bravata. Dionket y yo somos aliados. Ahora ¿vas a venir?

El hombrecillo con el traje de oro extendió ambos brazos hacia la alta y vieja mujer Tanu. Ella se inclinó hacia él, y se besaron. Luego salieron juntos de la estancia, con Stein siguiéndoles como sumido en un sueño, unos pasos más atrás. El maestro de ceremonias hizo una frenética seña, y los músicos iniciaron inmediatamente la ejecución de un animado baile. Las urracas aparecieron de nuevo saltando y cabrioleando para arrastrar a los desconcertados asistentes casi por la fuerza.

En la Mesa de Honor, Thagdal observó al extraño trío desaparecer por la puerta del lado opuesto del salón. No había movido ni un músculo desde que la mujer de púrpura se había levantado de la mesa. Pero entonces los opacos ojos verdes volvieron a la vida. Thagdal sonrió y alzó su jarra, y lo mismo hicieron los restantes Exaltados Personajes que ocupaban los tronos que lo flanqueaban.

—¿Debemos concederle a Aiken Drum slonshal? —preguntó suavemente el Rey—. ¿O debemos esperar un poco y ver si la Venerable Lady Mayvar ha elegido o no correctamente?

Su jarra se volcó. El licor de frambuesas se derramó sobre la pulida mesa como sangre fresca. Thagdal colocó en posición invertida su jarra en mitad del charco de licor, se puso tambaleante en pie, y desapareció por una puerta oculta por cortinajes. La Reina se apresuró tras él.

Sukey se acercó a Elizabeth, llorando mentalmente pero con los ojos secos.

—Dime, ¿qué es lo que ha ocurrido? Por más que lo intento, no lo comprendo. ¿Por qué se han ido Stein y Aiken con esa vieja mujer?

Un poco de paciencia mi pequeña Hermanamental te explicaré…

—¡La Hacedora de Reyes! —Bryan miró con ojos de búho a las dos mujeres Humanas, luego alzó en su insegura mano su propia jarra dorada en forma de cráneo con joyas como ojos—. ¡Mayvar la Hacedora de reyes, la llamó Creyn! Una maldita leyenda. Un maldito mundo. ¡Slonshal! ¡Larga vida al Rey!

Apuró lo que quedaba en la jarra y se derrumbó de bruces sobre la mesa.

—Creo que la fiesta ha terminado —dijo Elizabeth.