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La libélula flotaba como un destello dorado justo encima del desnudo mástil de la inmóvil embarcación.

Cuando las primeras brisas agitaron el agua formando hoyuelos como la marca de la pata de un gato, la libélula salió disparada hacia arriba. Cruzó poderosamente el cielo y flotó de nuevo. Ahora la embarcación, allá abajo, se había transformado en un punto solitario en una extensión pastel de someros lagos y llanuras de sal, todo envuelto en una bruma perlina.

¡Más arriba! Sus vibrantes alas lo elevaron aún más a la luz del amanecer. Los ojos compuestos que cubrían la mayor parte de su cabeza le mostraron los oscuros contrafuertes de las laderas continentales extendiéndose hacia el horizonte meridional, con el borde de Europa marcado por una sola nube ascendente que señalaba la cascada del río Ródano deslizándose a lo largo de una enorme ladera de sedimentos hasta la casi seca cuenca mediterránea de la Tierra del plioceno, que era llamada el Mar Vacío.

¿Debía volar hacia la masa continental? Sus alas poseían la fuerza suficiente como para llevarle a más de cien kilómetros por hora en breves impulsos. Sabía que iba a resultarle fácil seguir a la inversa el viaje que había efectuado el barco el día anterior; o podía volar hacia el este hasta la sobresaliente masa de Córcega-Cerdeña, donde Creyn había dicho que no vivía ningún Tanu.

Podía ir a cualquier lugar que deseara. Ahora era libre.

Las restricciones mentales programadas sobre él por el esclavista exótico habían desaparecido. Esta mañana, cuando despertó, el torque de plata en su cuello estaba más frío que cálido, con los circuitos neurales del dispositivo psicocoercitivo sobrecargados e inutilizados por el nuevo poder de su mente. Las latencias metapsíquicas que había desencadenado el torque seguían operantes. Y estaban creciendo.

Tendió sus nuevos sentidos, escuchando. Percibió el lento ciclo de los ritmos de las siete personas dormidas en la embarcación allá abajo, y más lejos, los murmullos telepáticos de otros barcos diseminados por el Gran Lago. En el distante sur —concentró el alcance de sus sentidos, intentando torpemente afinar su sintonía— había un conglomerado de resplandor mental. ¡Fascinante! ¿Era posible que procediera de la capital Tanu de Muriah, el destino hacia el que habían estado viajando durante aquellos últimos cinco días?

Si lanzaba un saludo, ¿habría alguien ahí abajo para responderle? ¡Inténtalo!

Le llegó una seca e intensa respuesta, sorprendente en su ansiedad.

¿Oh de quién es esa brillante mente demuchacho?

Bueno… ese quién es Aiken Drum.

Espera pequeña mente sigue brillandoasí. ¡Ah!

No. ¡Deja eso…!

No teapartes oh Brillante. ¿Qué es loqueeres?

¡Suelta malditasea!

No te alejes creo que sé quéeres

De pronto se vio abrumado por un miedo sin precedentes. Aquel distante desconocido estaba aferrándose a él, viniendo hacia él de alguna forma a lo lago del sendero trazado por el haz de su propia mente. Tiró de la presa, y descubrió demasiado tarde que iba a tomarle casi toda su fuerza cortar la conexión. Se liberó desesperadamente. Se dio cuenta de que estaba cayendo en el aire, con su forma de libélula vuelta a su vulnerable humanidad. El viento silbaba en sus oídos. Caía hacia el barco, mente y voz chillando, y no consiguió recuperar el control y volver a la forma de insecto hasta unos breves momentos antes del desastre. Temblando y al borde del pánico, se posó en la punta del mástil.

La proyección de su pánico había despertado a los demás. La embarcación empezó a agitarse, generando círculos concéntricos en el pálido lago. Elizabeth y Creyn salieron del compartimiento cubierto de los pasajeros para mirarle; y Raimo, con una expresión de confusa incomprensión en su rostro vuelto hacia arriba; y el ceñudo Stein, con la pequeña y preocupada Sukey; e Highjohn, el patrón, que gritó:

—¡Sé que estás ahí arriba, Aiken Drum! ¡Que Dios te ayude si has estado haciendo alguno de tus trucos con mi barco!

El grito del capitán atrajo al último pasajero, el antropólogo sin torque, Bryan Grenfell, que se sentía irritado y no comprendía nada de las preguntas telepáticas que los demás le estaban lanzando ahora a la libélula.

—¿Es necesario agitar el barco de esta manera?

—Aiken, baja de ahí —dijo Creyn en voz alta.

—Ni lo sueñes —respondió la libélula. Con las alas vibrando, el insecto se preparó a huir.

El Tanu alzó una delicada mano en un gesto irónico.

—Echa a volar entonces, estúpido. Pero asegúrate de que comprendes a lo que estás renunciando. No constituye ninguna diferencia el que hayas escapado del torque. Esperábamos eso. Han sido tomadas medidas. Se han dispuesto privilegios especiales para ti en Muriah.

Una dubitativa risa.

—Ya he tenido un pequeño anticipo de eso.

—¿De veras? —Creyn no parecía preocupado—. Si te queda aún un poco de sentido común, sabrás que no tienes nada que temer de Mayvar. ¡Por el contrario! Pero no cometas el error… Incluso sin el torque de plata, ella es capaz de detectarte ahora, vayas donde vayas. Huir sería el peor error que puedas cometer en tu vida. No hay nada para ti ahí afuera, completamente solo. Tu realización está con nosotros, en Muriah. Ahora baja. Ya es hora de que prosigamos nuestro viaje. Llegaremos a la capital esta noche, y podrás juzgar por ti mismo si te hemos dicho o no la verdad.

Bruscamente, el alto exótico volvió a entrar en el compartimiento de los pasajeros. El pequeño grupo de Humanos se quedó en cubierta, desconcertado.

—Oh… qué demonios —dijo la luciérnaga.

Descendió trazando espirales, aterrizó a los pies del patrón, y se convirtió en un hombrecillo vestido con un traje de hilo de oro la confianza en sí mismo, Aiken Drum exhibió su grotesca sonrisa.

—Quizá me quede por aquí un cierto tiempo todavía. Mientras me convenga.

Aquella tarde, cuando la multitud de jinetes Tanu acudió a dar la bienvenida al barco a la orilla de Aven, Bryan pudo pensar solamente en una cosa: que Mercy podía estar en algún lugar entre la comitiva exótica. Y así corrió de un lado a otro del barco mientras un equipo de veinte robustos helladotheria, con el aspecto de gigantescos okapíes, fueron uncidos a la embarcación en los preparativos para ser izada sobre rodillos por la larga pendiente que conducía hasta Muriah. Había una luna brillante y gibosa. A un kilómetro o así por encima de los muelles, instalados sobre una planicie de sal rodeada de masas de estriada evaporita ajada por la intemperie, la capital Tanu resplandecía en las oscuras alturas peninsulares como una galaxia capturada por la Tierra.

—¡Mercy! —exclamaba constantemente Bryan—. ¡Estoy aquí, Mercy!

Había un cierto número de hombres y mujeres humanos cabalgando junto con los altos exóticos, vestidos como ellos con facetadas armaduras de cristal llenas de púas o ricamente enjoyados atuendos de gasa. Las antorchas sin llama que llevaban arrojaban haces de muchos colores. Los jinetes se echaban a reír ante las palabras de Bryan e ignoraban las preguntas que intentaba gritarles entre el tumulto y las cabriolas.

¡Tantas de las mujeres humanas que cabalgaban en los grandes chalikos parecían tener el pelo castaño rojizo! Una y otra vez intentó Bryan captar un atisbo más de cerca de alguna que se le parecía. Pero siempre, cuando la hermosa amazona se le acercaba, no era Mercy Lamballe… ni siquiera alguien que se le pareciera.

Aiken Drum permanecía de pie sobre uno de los asientos del barco, adoptando posturas como una marioneta dorada, importunando, desafiando y lanzando agudezas que provocaban la hilaridad de los exóticos e incrementaban el alboroto. El leñador finocanadiense, Raimo Hakkinen, estaba a horcajadas sobre el cañón neumático del arpón del barco, besando las tendidas manos de las damas y brindando con los hombres, agitando su frasco plateado. En contraste, Stein Oleson permanecía sentado atrás en las sombras, con un enorme brazo curvado protectoramente en torno a Sukey, ambos aprensivos.

El patrón Highjohn se detuvo junto a Bryan en la proa. Se tocó con un dedo el torque gris que rodeaba su cuello y rió estentóreamente.

—Nos pondremos en marcha en cualquier momento, Bryan. ¡Vaya recibimiento! Nunca había visto nada parecido. ¡Simplemente mira a tu bromista amigo dorado ahí arriba! ¡Van a tener que pasar un montón de tiempo domesticándolo… si es que lo consiguen!

Bryan miró inexpresivamente al sonriente rostro moreno del hombre.

—¿Qué? Yo… lo siento, Johnny, no estaba escuchando. Creí… haber visto a alguien. Una mujer a la que conocí hace tiempo.

Con una suave firmeza, el capitán hizo retroceder al antropólogo hasta uno de los bancos. Los tronquistas hicieron restallar sus látigos junto a los hellads y el barco empezó a ascender, acompañado por vítores y un estruendoso clamor de su escolta, algunos de cuyos miembros golpeaban sus escudos con gemas incrustadas con sus resplandecientes espadas. La Canción Tanu brotó de casi un centenar de gargantas y mentes, con su melodía extrañamente familiar para Bryan, aunque sus palabras fueran extrañas:

Li gan nol po’kône niési,

'Kône o lan li pred néar,

U taynel compri la neyn,

Ni blepan algar dedône.

Shompri pône, a gabrinel,

Shal u car metan presi,

Nar metan u bor taynel o pogekône,

Car metan sed gône mori.

Los dedos de Bryan se clavaron en la tela de la protección contra las salpicaduras del barco. La fantástica panoplia de jinetes remolineaba por todo el camino de sirga mientras la embarcación ascendía la larga pendiente. No había vegetación tan cerca del lago salado, pero erosionadas masas y columnas de mineral se alzaban en las estremecientes sombras como las ruinas de algún palacio élfico. La comitiva entró en una depresión entre empinados farallones, y la brillante Muriah desapareció de la vista. El barco arrastrado por los hellads y su fantástica escolta parecieron avanzar hacia la negra boca de un túnel flanqueada por enormes querubines rotos. La Canción resonó en las altas paredes de los lados.

Una antigua imagen brotó en la mente de Bryan. Una cueva, profunda y oscura… y un querido animalito perdido quizás en ella. Él era un niño pequeño, y la época seis millones de años en el futuro: en Inglaterra, en las Colinas de Mendip, donde la familia tenía una casita. Y su gatito, Cenizas, se había perdido, y él lo estuvo buscando durante tres días. Y finalmente había topado con la entrada de la pequeña cueva, apenas lo bastante amplia para dejar pasar, arrastrándose, su cuerpo de ocho años. Se había quedado allí contemplando el fétido agujero negro durante más de una hora, sabiendo que debía registrarlo pero aterrado ante el pensamiento.

Al final, había tomado una pequeña linterna eléctrica y se había arrastrado al interior. La abertura se retorcía y se inclinaba hacia abajo. Arañado por las piedras agudas y casi sin respiración a causa del miedo, había seguido adelante. El hedor de los excrementos de murciélago era horrible. Toda luz del día se desvaneció tras un recodo del angosto corredor; y entonces la hendidura se abrió a una profunda cueva, demasiado grande para que su pequeña linterna pudiera iluminarla. Apuntó el haz hacia abajo y no vio fondo. «¡Cenizas!», llamó, y su voz de niño reverberó en un lamento roto. Hubo un horrible sonido de roce y chillidos. Muy arriba, allá en el techo de la cueva, un chorro de ácida orina de murciélago cayó sobre él.

Ahogándose, presa de náuseas, intentó dar media vuelta, pero la hendidura era demasiado estrecha. No podía hacer más que retroceder sobre su estómago, con las lágrimas resbalando por sus mejillas, sabiendo que en cualquier momento los murciélagos podían echar a volar contra su rostro y hundir sus dientes en su nariz y labios y mejillas y orejas.

Dejó caer la linterna mientras seguía retrocediendo. Quizá la luz asustara a los murciélagos. Se concentró en sus movimientos, reculando centímetro a centímetro sobre ásperas piedras, sintiendo cómo se despellejaban sus codos y rodillas. ¡El pasadizo no terminaba nunca! ¡Era mucho más largo de lo que había sido cuando entró! Y era mucho más angosto también, presionando contra él, inimaginables toneladas de negra roca encima de su cabeza, hasta que supo que iban a estrujarle su vida…

Salió.

Demasiado débil incluso para llorar, permaneció tendido allí hasta que el sol estuvo muy bajo. Cuando fue capaz de ponerse en pie y regresar tambaleante a casa, encontró a Cenizas lamiendo un plato de leche en el jardín de atrás. La horrible expedición en la cueva no había servido para nada.

—¡Te odio! —le gritó, haciendo que su madre acudiera a la carrera. Pero cuando llegó a su lado ya estaba abrazando al negro gatito y restregándolo contra su sucia y arañada mejilla, mientras el sonido de su ronroneo ayudaba a calmar su martilleante corazón.

Cenizas había vivido otros quince años, gordo y complaciente, mientras la devoción infantil de Bryan hacia el animal menguaba a un vago afecto. Pero viviría para siempre en el horror del querido animalillo perdido, el miedo, y la oleada de odio al final, cuando su valiente acción se había revelado inútil. Y ahora estaba penetrando en otro oscuro abismo…

La amistosa voz del patrón lo devolvió a la realidad.

—La dama que estás buscando. ¿Te han dicho que estaba aquí en Muriah?

—Uno de los entrevistadores del Castillo del Portal reconoció su foto. Dijo que había sido enviada aquí. Creyn pareció dar a entender que si yo cooperaba con las autoridades locales en mi línea profesional, ella y yo podríamos… encontrarnos.

Vaciló tan sólo un momento antes de desabrochar el bolsillo de su pecho y sacar la lámina de durofilm. Highjohn contempló la foto autoluminosa de Mercy.

—¡Qué hermoso y atormentado rostro! No sé si ella estará aquí, Bry, pero paso casi todo mi tiempo en el río. Dios sabe que nunca la olvidaría si la hubiera visto. Esos ojos… Te compadezco.

—Puedes decirlo, Johnny.

—¿Por qué vino aquí? —preguntó el patrón.

—No lo sé. Ridículo, ¿no crees, Johnny? La conocí solamente un día. Y luego tuve que abandonarla por un trabajo que parecía ser importante. Cuando volví, ella se había ido. Todo lo que pude hacer fue seguirla. Era la única esperanza que se abría ante mí. ¿Comprendes?

—Por supuesto, Bry. Comprendo. Mis razones de venir aquí no fueron tan distintas. Excepto que para mí no había nadie aguardando… Pero hay algo que tienes que esperar, cuando la encuentres. Habrá cambiado.

—Era una latente. Le dieron un torque de plata. Soy consciente de ello.

El fornido capitán agitó lentamente la cabeza. Volvió a tocarse el collar gris.

—Es más que la conversión de un latente en operante… aunque Dios sabe que el adquirir de pronto metafacultades tiene sus peligros, o al menos así me lo han dicho. Pero incluso nosotros los grises, sin adquirir ninguna metafunción de la que valga la pena hablar, obtenemos algo fantástico a través de este torque. Algo que nunca antes habíamos tenido. —Frunció sus delgados labios púrpura, y luego exclamó de pronto—: ¡Escucha, hombre! ¿Qué es lo que oyes?

—Están cantando en su idioma Tanu.

—Y para ti las palabras no significan nada. Pero para nosotros los que llevamos collar, la Canción dice bienvenidos, y no tengáis miedo, y tú-yo-nosotros. Cuando un ser humano pasa a formar parte de la sociedad de los torques, gana todo un nuevo nivel de consciencia. Incluso nosotros los grises, sin metafunciones operantes, podemos compartirlo. Es más que telepatía… aunque eso forma parte de ello. Es toda una nueva forma de relación social, una intimidad mente-a-mente. ¿Cómo infiernos puedo explicarlo? Como ser un miembro de una especie de superfamilia. Sabes que perteneces a esa gran cosa que avanza arrolladoramente y te arrastra con ella. Nunca volverás a estar solo en tu dolor. Nunca estarás fuera. Nunca serás rechazado. En cualquier momento que necesites fuerza o aliento, puedes acudir a la fuente colectiva. No es algo sofocante porque puedes tomar tanto o tan poco como quieras… bien, sujeto a limitaciones a menos que lleves un torque de oro. Obedeces órdenes, pero exactamente igual que en cualquier cargo o empleo… Lo que estoy intentando decirte es que llevar esta cosa te cambia muy adentro. No ocurre inmediatamente, pero ocurre. Cuando llevas el torque, eres educado respecto a lo que deseas ser o no ser. Tu dama va a ser una persona distinta de la que recuerdas.

—Puede que no me desee. ¿Es a eso a lo que me estás preparando?

—Yo no la conozco, Bry. La gente reacciona de distinta forma a los torques. Algunos florecen. La mayor parte lo hacen.

El antropólogo rehuyó los oscuros ojos del capitán.

—Y algunos no. Entiendo. ¿Qué ocurre con los que fracasan?

—No hay muchos de ellos entre nosotros los grises. Los Tanu han elaborado una buena batería de tests para elegir. Los psicotécnicos Humanos que trabajan con Lord Gomnol intentan asegurarse de que ningún ser humano reciba un torque gris a menos que su perfil PS muestre que el dispositivo será en líneas generales beneficioso al funcionamiento del individuo. No desean malgastar los torques, porque no son fáciles de hacer. Si tus tests psicosociales muestran que eres un rebelde, apto para ser eliminado o para dejarte hervir en tu propio jugo independentista, no te concederán un collar gris. Ejercerán su coerción sobre ti de una forma mucho más convencional para convertirte en un miembro productivo de su sociedad… o te desecharán y te arrojarán con la escoria. Pero los auténticos ganadores aquí en el Exilio son los que llevamos torques. Los Tanu saben que pueden confiar en nosotros porque pueden compartir nuestros pensamientos y controlar nuestras recompensas. De modo que se nos conceden posiciones de responsabilidad. ¡Mírame! Los Tanu son malos nadadores. Pero he tenido a miembros de la Alta Mesa, la cúspide de la administración Tanu, navegando en mi barco.

—Sin el menor temor nunca, estoy seguro.

—De acuerdo… ríete. Pero yo nunca haré nada que ponga en peligro las vidas de los exóticos, y ellos lo saben. ¡Sería impensable!

—Pero no eres libre.

—Nadie es nunca libre —dijo el patrón—. ¿Acaso era un maldito lirio de los campos allá en el Medio, pilotando mi transbordador en Tallahatchie con Lee volviéndome loco de celos? Aquí en este mundo, con este torque, sigo las órdenes Tanu. Y a cambio recibo mi parte en los placeres mentales que solamente obtienen los metapsíquicos en nuestro siglo XXII. Es como ver con un millar de ojos. O ascender con un millar de cuerpos a la vez. No puedo explicarte cómo es. No soy poeta. Ni psicólogo.

—Estoy empezando a comprender, Johnny. Los torques son realmente más complejos de lo que parecen a primera vista.

—Hacen la vida mucho más fácil para la gente que puede llevarlos. Toma simplemente el asunto del idioma. En nuestro Medio, los sociólogos exóticos sabían lo vital que era para cada raza tener un solo idioma. Por eso los humanos tuvimos que aceptar convertirnos en monoidiomáticos como una condición para ser aceptados en el Medio… y el inglés estándar venció sin disputa. Pero con este idioma mental, ¡cualquier tipo de falsa interpretación verbal es imposible! Cuando otra persona habla mentalmente contigo, sabes exactamente cuál es el mensaje.

Medio para sí mismo, Bryan murmuró:

—Bárbaro. Por eso el Medio pone unas limitaciones tan estrictas a los metas. Especialmente a los metas Humanos.

—No acabo de captarte, Bry. ¿Comprendes lo que quiero decir? Si llevaras un torque, sabría exactamente lo que estás intentando comunicarme.

—Olvídalo, Johnny. Es solamente mi cinismo mostrando sus colmillos.

—Para mí, la unidad mental parece algo ideal. Pero solamente soy un torpe marino cuyo amor lo abandonó por otro. Si los dos hubiéramos sido capaces de comprendernos desde el principio… Oh, al infierno con ello. Ahora hay miles de personas que me aman… es una forma de hablar, por supuesto.

El capitán hizo un gesto hacia la procesión de jinetes. Casi todos ellos le devolvieron inmediatamente el saludo. Bryan sintió que algo helado se aferraba a sus entrañas.

—¿Johnny?

El capitán pareció salir de su ensoñación.

—¿Eh?

—No todos los viajeros temporales son sometidos a un test en busca de psicocompatibilidades antes de adjudicarles un torque. Stein no lo fue. Le pusieron el collar cuando se convirtió en una amenaza.

Highjohn se alzó de hombros.

—Puedes comprender por qué. El torque puede ser utilizado para someter a la gente rebelde a corta distancia o a gran distancia. Puesto que tu amigo está aún con nosotros, supongo que tienen algunos planes para él. Algunos tipos, médicos y otros especialistas que raramente cruzan el portal… son sometidos también al torque de buenas a primeras. Ocupaciones esenciales.

—¿Y los metapsíquicos latentes… gente como Aiken y Sukey y Raimo? Al parecer son sometidos al collar de plata tan pronto como es detectada su latencia, sin consideración hacia ninguna consecuencia mental adversa.

—Bueno, los platas son un caso especial —admitió Highjohn—. Es un asunto de genes.

Bryan se lo quedó mirando.

—Los Tanu utilizan mujeres Humanas en sus planes reproductores, Bry. Y también algunos hombres Humanos. Normales, latentes, son utilizados ambos tipos. Pero los latentes son los más valiosos. No estoy muy enterado de los particulares del asunto, pero de alguna forma imaginan que introducir genes latentes Humanos en su reserva genética acelerará la llegada del día en que toda la raza Tanu se vuelva operante. Ya sabes… del mismo modo que la raza Humana se está volviendo operante en el Medio.

—¡Pero los Tanu son operantes ahora, con sus torques de oro!

—Limitados, hombre, limitados. Ni siquiera los mejores de ellos pueden medirse con los maestros metas del Medio. Y ningún Tanu le llega a la suela de los zapatos a uno de nuestros Grandes Maestros. No… tienen aún un largo camino que recorrer en asuntos de poderes mentales. Pero se supone que este esquema genético les permitirá dar un gran salto adelante. Los Tanu son grandes creadores de esquemas. Planear y luchar son sus deportes favoritos… seguidos muy de cerca por fornicar, beber y gozar. El plan genético es simplemente una de las formas con las que están intentando consolidar su ventaja sobre los Firvulag. Supongo que ya habrás oído hablar de la Pequeña Gente, ¿no? Los hermanos raciales de los Tanu. No torque-operantes, sino simplemente creadores de ilusiones, buenos en creatividad y un poco en captación a distancia. Los genes de los Firvulag son fuertemente recesivos entre los Tanu, de modo que las madres Tanu siguen dando a luz ocasionalmente bebés Firvulag. Y los pequeños gnomos son físicamente más fuertes y se reproducen infernalmente más aprisa que los Tanu. De modo que si los Tanu quieren mantener el control del Exilio, van a tener que sudarlo.

—Estoy empezando a comprender la situación —dijo Bryan—. Pero, volviendo a los torques de plata. Si colocan indiscriminadamente sus collares, entonces algunos deben derrumbarse bajo la tensión neural.

—Cierto. Algunos se vuelven locos. Cualquier tipo de torque puede causar esto si la personalidad del que lo lleva es fundamentalmente incompatible. Incluso los Tanu puros tienen sus desconectados. Torques negros, los llaman. De todos modos, aunque un plata se vuelva mochales, los Tanu intentan salvar los genes. Una mujer será puesta en blanco y utilizada para procreación hasta que se derrumbe. Si no puede ser restaurada por los sanadores, sus óvulos pueden ser trasplantados a ramas. A menudo eso no tiene éxito porque los exóticos poseen una reprotecnología más bien chapucera… pero lo intentan de todos modos.

—¿Y los torques de plata masculinos fracasados?

—La esperma puede conservarse fácilmente. En cuanto a su ido propietario… bien, siempre está la Caza. O las ofertas de vida.

—He oído hablar de la Caza —el rostro de Bryan era hosco—. Pero las ofertas de vida son algo nuevo. ¿De qué se trata… sacrificios humanos?

—Más bien una ejecución ritual de criminales y personas inadaptadas sin remedio. Tal como entiendo yo los sacrificios, se supone que la víctima tiene que ser noble o pura o algo parecido. Bien, los Tanu poseen ese tipo de asesinato ritual solamente una vez muy de tarde en tarde… como cuando se corona un nuevo Rey o Reina. Pero las ofertas de vida normales se producen dos veces al año. Al final del Gran Combate a primeros de noviembre, y en el Gran Amor en mayo. En el fondo no se trata más que de limpiar las cárceles y las habitaciones acolchadas. Algo incivilizado según los estándares del Medio, pero una idea no demasiado mala cuando piensas detenidamente en ella.

No leas mi mente, Johnny, pensó Bryan. Y en voz alta dijo:

—¿Cómo se convierten los Humanos plata en oro?

El patrón lanzó una sonora carcajada en tono de bajo profundo.

—Hay formas y formas. ¡Tu pequeño amiguito es un buen candidato para ello!

Bryan no supo qué decir. Sí, Aiken podía encajar perfectamente en este loco mundo de asombrosos poderes y alucinante barbarie. ¿Pero y Mercy, temerosa y delicada?

El alto Creyn, con sus ropas rojas y blancas agitándose en la brisa, avanzó a proa, seguido por Elizabeth.

—Ya casi hemos llegado, Bryan. Ahí está el palacio del Rey Soberano… ese complejo con franjas de luz dorada y centenares de brillantes lámparas espaciadas a lo largo de la fachada. Terminaremos nuestro viaje ahí. Una vez hayamos descansado algunas horas, habrá una cena de homenaje en honor vuestro. El Rey Thagdal y la Reina Nontusvel estarán ahí en persona para daros la bienvenida.

—¿Todos los recién llegados reciben una recepción tan espléndida? —preguntó Elizabeth. Medio oculta tras el alto Tanu, era una figura casi insignificante en su mono de ante rojo.

—No todos —le sonrió Creyn—. Vuestra llegada es una ocasión muy especial. Ha sido un honor para mí escoltaros. Confío poder trabajar contigo en la Casa de Redacción en tiempos futuros.

De pronto, Bryan comprendió. Por supuesto. ¡La magnífica escolta había acudido realmente para echarle una mirada a Elizabeth! Y el banquete con la asistencia del Rey y la Reina sería básicamente para ella. Qué inapreciable presa habían conseguido los pescadores del tiempo con aquella tranquila y contenida mujer de insondables poderes mentales. ¡Y qué nuevos planes debían estar elaborando los planificadores genéticos! Pobre Elizabeth. Bryan se preguntó si ella era consciente del tipo de tentaciones que a buen seguro iban a ofrecerle los Tanu; y si se daba cuenta del peligro mortal al que se enfrentaba si declinaba cooperar…

Creyn seguía señalándoles rasgos de la capital Tanu.

—Las estructuras más grandes, esas con las torres y las luces facetadas, son las sedes de las cinco grandes Ligas Mentales. Podéis pensar en ellas como en clanes metapsíquicos… porque los lazos que hay entre sus miembros son más familiares que profesionales. Las luces violeta y ámbar adornan el Salón de los Telépatas, presidido por la Venerable Lady Mayvar la Hacedora de Reyes. La Liga de Creadores tiene su sede iluminados de aguamarina y blanco. En la actualidad, este grupo es presidido por Lord Aluteyn el Maestro Artesano. Sin embargo, su autoridad ha sido recientemente impugnada, y puede que se produzcan cambios una vez se hayan producido las manifestaciones de poder en el Gran Combate. Las luces azul y ámbar simbolizan la Liga de Coercedores, cuya cabeza es Sebi-Gomnol, un Humano portador del oro. Más allá de ese complejo se alza la sede de los psicocinéticos, los movedores y agitadores de cosas, que son presididos por Lord Nodonn el Maestro de Batalla. En este momento se halla residiendo en su ciudad natal de Goriah. La Liga de los PC tiene el rosa y el ámbar como sus colores heráldicos.

—¿Y tu propia asociación? —preguntó Elizabeth.

—La Liga de los Redactores tiene su sede fuera de la ciudad, en la ladera sur del Monte de los Héroes. La iluminación blanca y roja no es visible desde este lado de la península. Nuestra liga está presidida por Lord Dionket, Jefe Sanador de los Tanu.

Una pequeña figura con un traje de fibra metálica avanzó como deslizándose. Aiken Drum se quitó el sombrero e hizo una inclinación de cabeza. Su sonriente rostro estaba en penumbra y parecía una máscara a la luz de las antorchas de la escolta.

—No he podido evitar el escuchar, Jefe. ¿Cómo es posible que un ser humano, ese Gumball, o como quiera que se llame, pueda encabezar una de vuestras grandes corporaciones?

La respuesta de Creyn fue fría.

—Lord Sebi-Gomnol es una persona de extraordinarios talentos… tanto metapsíquicos como científicos. Cuando lo conozcas, comprenderás por qué lo tenemos en tan alta estima.

—¿Cómo consiguió su oro? —insistió Aiken.

Incluso Bryan fue consciente de la palpable revulsión que asomó en el rostro del sanador exótico.

—Será mejor que lo oigas de sus propios labios.

Aiken dejó escapar una desagradable risita.

—No sé si voy a poder esperar. ¡El viejo Gumball suena como la clase de tipo que puede darme un empujoncito!

Déjanos Aiken Drum.

¡Lo que tú mandes Jefe!

Elizabeth frunció el ceño ante la retirada del grotesco joven. Analizar todas aquellas interesantes implicaciones iba a tomar una buena cantidad de paciente trabajo. Esperaba que Lord Gomnol estuviera presente en la fiesta, se dijo a sí misma.

Bryan estaba preguntando:

—Entonces, ¿el resto de edificios de la ciudad son privados?

—En absoluto —dijo Creyn—. Muriah es una ciudad de trabajo. Las personas residentes en ella están empleadas primariamente en la administración de nuestra Tierra Multicolor. Nuestro sistema educativo se halla enclavado aquí, y también otras operaciones vitales. Pero descubrirás, Bryan, que no somos tan formales en estos altos asuntos como lo será vuestro Medio Galáctico dentro de seis millones de años. En nuestro Reino Soberano tenemos una población pequeña y una cultura más bien sencilla. Muchos de los asuntos de nuestro gobierno son manejados de forma familiar. Te apasionará estudiar más de cerca nuestra estructura social. Y te animaremos a ello. Hay cosas que tienes que decirnos acerca de nosotros mismos.

El antropólogo inclinó la cabeza.

—Será un proyecto fascinante. No puedo pensar en ninguna cultura del Medio que se parezca ni remotamente a la vuestra.

El barco estaba llegando finalmente a un edificio casi babilónico de piedra blanca, recargadamente adornado con plantas en flor que colgaban de altos e iluminados balcones. El pórtico del palacio daba frente a un apartadero del camino de sirga. No había ninguna multitud casual de mirones, sino un amplio grupo de servidores Humanos con librea aguardando, junto con cuarenta o cincuenta pequeños ramas vestidos con tabardos blancos adornados con el estilizado rostro masculino en oro, el emblema del soberano. Cuando el barco se detuvo, la escolta montada subió el tramo de bajas escaleras que conducía a la entrada del palacio. Los jinetes permanecieron rígidamente sentados en sus sillas, alzaron muy altas sus antorchas, y formaron en hileras como una guardia de honor.

Hubo el sonido de un gong y un floreo de trompetas. Una majestuosa mujer Tanu vestida toda ella de plata y asistida por soldados Humanos con armaduras de plata apareció en la cabecera de las escaleras. Tendió ambos brazos hacia los viajeros del barco y cantó una estrofa en idioma Tanu. Los jinetes corearon una respuesta a todo pulmón.

Creyn hizo de intérprete:

—La Exaltada Lady Eadone, Decana de las Ligas e hija mayor del Thagdal, os da la bienvenida. Elizabeth responderá.

El patrón Highjohn había estado atareado instalando una pasarela de desembarco cuyo extremo inferior apoyó en el peldaño más bajo. Le hizo un guiño a Elizabeth y le tendió una enorme mano morena para ayudarla a desembarcar.

Se produjo un brusco silencio. La intensa brisa del atardecer agitó estandartes, capas y ropas de los jinetes en los chalikos. Elizabeth, con su sencillo mono rojo, parecía perdida en medio de toda aquella exhibición; pero su voz física y mental fue firme y tan solemne como la de la hija del Rey.

Pronunció una frase en idioma Tanu, y luego la repitió en inglés estándar:

—Gracias por vuestra bienvenida a esta hermosa ciudad. Nos sentimos impresionados por el esplendor y la riqueza de vuestra Tierra Multicolor, que es tan distinta del mundo primitivo que esperábamos encontrar a seis millones de años en nuestro pasado. Os saludamos de todo corazón. Esperamos que seáis pacientes con nosotros mientras aprendemos vuestras costumbres. Y rezamos porque haya paz entre nuestras dos razas a todo lo largo de la edad del mundo.

Los tambores y címbalos resonaron. La ordenada escena se disolvió en un torbellino de carnaval. Los jinetes en los chalikos galoparon arriba y abajo por las escaleras, lanzando vítores, riendo y cantando. Tras una cortés inclinación de cabeza a Elizabeth, Lady Eadone desapareció en el interior del palacio. Sirvientes y ramas acudieron en tropel para ayudar a los viajeros temporales y reunir sus equipajes.

Elizabeth regresó rápidamente al barco antes de que la alocada multitud la absorbiera. Aturdida, con todas las barreras alzadas contra la cacofonía mental, se dirigió hacia el patrón Highjohn para decirle adiós.

Bryan estaba allí, recostado contra el marco de la puerta de la timonera, con una expresión de horror en su rostro.

Creyn pasó junto a Elizabeth, sonriendo.

—Todo está bien. Highjohn hizo un trabajo tan excelente trayéndonos hasta aquí que he querido darle su recompensa inmediatamente. —El redactor trepó a la pasarela y desapareció entre la multitud.

Elizabeth avanzó y se detuvo al lado de Bryan, mirando al interior de la timonera. El capitán se hallaba tumbado en el suelo junto al timón. Su vieja gorra de la Marina de los Estados Unidos estaba caída a su lado. Tenía los ojos en blanco. Chorretones de saliva brotaban de su abierta boca y se enredaban en su hirsuta barba negra. El torque gris estaba empapado de sudor. Las manos de Highjohn arañaban la cubierta, y su cuerpo se arqueaba hacia arriba una y otra vez en convulsivos espasmos.

Gruñía de éxtasis.

—¿Eso es lo que te hacen, Johnny? —susurró Bryan—. ¿Eso es lo que te hacen, para curar tu soledad?

Con una suave firmeza, apartó a Elizabeth y cerró la puerta de la timonera. Luego siguieron a los demás al interior del palacio del Rey Tanu.