LOS SKA.
Durante diez mil años o más los ska mantuvieron la pureza racial y la continuidad de la tradición, utilizando el mismo idioma de modo tan conservador que las más antiguas crónicas, tanto orales como escritas, resultaban inteligibles y carecían de sabor arcaico. Sus mitos evocaban migraciones al norte más allá de los glaciares del Würm; sus bestiarios más antiguos incluían mastodontes, osos cavernarios y feroces lobos. Sus sagas celebraban batallas con caníbales Neanderthal, con una victoria final de exterminio donde la roja sangre corría sobre el hielo del lago Ko, en Dinamarca. Siguieron por los glaciares hacia el norte, internándose en los desiertos vírgenes de Escandinavia, la cual adoptaron como patria. Allí aprendieron a fundir hierro, forjar herramientas, armas y piezas estructurales; construyeron naves marinas y se guiaron por la brújula.
Alrededor de 2500 a. C. una horda aria, los urgodos, emigró hacia el norte y entró en Escandinavia, empujando a los relativamente civilizados ska del oeste hacia los bordes de Noruega y eventualmente hacia el mar.
Los restantes ska bajaron a Irlanda y fueron considerados en el mito irlandés como los «nemedios»: los Hijos de Nemed. Los urgodos adoptaron el estilo ska, y se convirtieron en ancestros de los diversos pueblos góticos, entre ellos los germanos y los vikingos.
Desde Fomoiry (Ulflandia del Norte), los fosfomoire emigraron hacia Irlanda y lucharon con los ska en tres grandes batallas, obligándoles a abandonar Irlanda. Esta vez los ska se dirigieron al sur, hacia Skaghane, y juraron no abandonarla nunca. Moldeados por la cruda adversidad, se habían convertido en una raza de guerreros aristocráticos que se consideraban en guerra con el resto del mundo. Consideraban subhumanos a todos los demás pueblos, y apenas superiores a los animales. Entre sí eran justos, moderados y razonables; con los demás eran desapasionadamente inmisericordes: esta filosofía se convirtió en su herramienta de supervivencia.
Su cultura era singular y diferente de las demás culturas europeas, en algunos aspectos sobria e incluso austera, en otros ricamente detallada. Cada persona era educada para ser potencialmente capaz de cualquier logro; nadie se consideraba tonto o inepto en cualquier habilidad concebible; como ska, su competencia universal se daba por sentada. Palabras como «artista» y «creatividad» eran desconocidas: cada hombre y mujer creaba hermosas obras artesanales sin considerar que esa actividad fuera inusitada.
En el campo de batalla, los ska eran temerarios en el sentido más cabal de la palabra, y por diversas razones. Un «plebeyo» sólo podía llegar a «caballero» mediante la destrucción de tres enemigos. Ningún ska podía sobrevivir al desprecio de sus camaradas; en tales circunstancias enfermaba y moría de desdén por sí mismo.
A pesar de la creencia en la igualdad básica, la sociedad ska era muy estratificada. El rey ska tenía el privilegio de nombrar a su sucesor, que habitualmente era su hijo mayor. Al cabo de un año el nuevo rey debía ser aprobado por una asamblea de la nobleza superior, y una vez más después de tres años de reinado.
La ley era razonable y esclarecedora según las pautas de la época. Los ska nunca empleaban la tortura, y los esclavos eran tratados con la amabilidad tolerante aunque impersonal que se podría reservar para un animal de granja. Los revoltosos eran castigados con una azotaina poco severa, encierro a pan y agua, o la muerte súbita. Entre sí los ska eran abiertos, generosos y francos. Los duelos eran ilegales; la violación, el adulterio y las perversiones sexuales se consideraban aberraciones extravagantes y se mataba a los ofensores para mantener el bienestar general. Los ska se consideraban el único pueblo culto de la época; otros los veían como bandidos despiadados, ladrones y asesinos.
Aunque no tenían una religión organizada, reconocían un panteón de divinidades que representaban las fuerzas naturales.