Glosario II:

LAS HADAS.

Las hadas son semihumanos, como los gnomos, los falloys, los ogros y los duendes, y contrariamente a los tonoalegres, los quists y los oscuros. Los tonoalegres y los sandestins pueden cobrar aspecto humano, pero siempre fugazmente y por capricho. Los quists son siempre tal como son, y los oscuros prefieren apenas insinuar su presencia.

Las hadas, como otros semihumanos, son funcionalmente híbridas, con variables proporciones de materia terrena. Con el paso del tiempo la proporción de esta materia terrena aumenta, entre otras cosas por la ingestión de aire y agua, aunque el coito ocasional entre hombre y semihumano acelera el proceso. Cuando el semihumano se vuelve «pesado» con materia terrena, su humanidad aumenta y pierde parte de su magia, o toda.

El hada «pesada» es expulsada del shee[29] por su torpeza, para vagar por el campo y eventualmente integrarse a la comunidad humana, donde vive infeliz y sólo en ocasiones practica su magia evanescente. Los vástagos de estas criaturas son muy sensibles a la magia, y a menudo se convierten en brujas o hechiceros: así ocurre con todos los magos de las Islas Elder.

Los semihumanos se extinguen lentamente; los shees oscurecen, y la materia vital semihumana se disipa en la raza humana. Cada persona viva hereda más o menos material semihumano a través de miles de tranquilas infusiones. En las relaciones humanas la presencia de esta cualidad es asunto de conocimiento general, aunque intuido subliminalmente y rara vez identificado con precisión.

El hada del shee parece muy pueril a causa de sus actos de intemperancia. Desde luego su carácter varía de individuo en individuo, pero es siempre caprichosa y a menudo cruel. Pero también es fácil granjearse la simpatía de un hada, cuya generosidad se vuelve extravagante. Las hadas son jactanciosas, histriónicas e irritables; son quisquillosas y el ridículo las pone frenéticas. Admiran la belleza y también la extrañeza grotesca, que para ellas son atributos equivalentes.

Las hadas son eróticamente imprevisibles y a menudo promiscuas. El encanto, la juventud y la belleza no son consideraciones de peso; ante todo, las hadas ansían novedad. Sus apegos rara vez son duraderos, al igual que sus estados de ánimo. Pasan de pronto de la alegría a la pena, de la ira a la histeria y a la risa, o a muchos otros afectos desconocidos para la más estólida raza humana.

Las hadas aman los trucos. ¡Ay del gigante u ogro a quien las hadas decidan molestar! No le dan tregua; su propia magia es tosca, fácil de evadir. Las hadas lo atormentan con cruel alegría hasta que se oculta en su antro o castillo.

Aman la música y usan cien instrumentos raros, algunos de los cuales han sido adoptados por los hombres, como el violín, la gaita o la flauta. Unas veces tocan jigas y otras danzas para poner alas en los talones; otras, tristes melodías a la luz de la luna, que una vez oídas no se pueden olvidar. En las procesiones y ceremonias los músicos tocan nobles armonías de gran complejidad, interpretando temas incomprensibles para los humanos.

Las hadas son celosas e impacientes, y no toleran la intrusión. Un niño que entra inocente en un prado de hadas puede ser cruelmente azotado con ramas de castaño. Por otra parte, si las hadas están adormiladas quizás ignoren al niño, o quizá le arrojen una lluvia de monedas de oro, pues las hadas gustan de confundir a los hombres con una fortuna repentina, no menos que con un desastre también inesperado.