El rey de Casmir envió a Tintzm Fyral un emisario que a su debido tiempo regresó con un tubo de marfil, del cual el heraldo principal extrajo un rollo. Se lo leyó al rey Casmir:
Noble señor:
Como de costumbre, mis respetuosos saludos. Me agrada enterarme de tu inminente visita. Ten la certeza de que nuestro recibimiento será apropiado a tu regia persona y tu distinguido cortejo, el cual, sugiero, no debería sumar más de ocho personas, pues en Tintzin Fyral carecemos de los costosos lujos de Haidion.
De nuevo, mi cordialísimo saludo.
Faude Carfilhiot Duque de Valle Evander.
El rey Casmir inmediatamente se dirigió al norte con un cortejo de veinte caballeros, diez sirvientes y tres carretas.
La primera noche el grupo se detuvo en el Twannic, el castillo del duque Baldred. El segundo día siguieron hacia el norte a través del Troagh, un caos de cumbres y desfiladeros. El tercer día cruzaron la frontera y entraron en Ulflandia del Sur. A mitad de la tarde, en las Puertas de Cerbero, los riscos les cerraron el paso, que estaba bloqueado por la fortaleza Kaul Bocach. La guarnición consistía en una docena de soldados harapientos y un comandante para quien los asaltos resultaban menos rentables que cobrar peaje a los viajeros.
A una voz del centinela la caravana de Lyonesse se detuvo mientras los soldados de la guarnición, pestañeando y frunciendo el ceño bajo los cascos de acero, se inclinaban sobre las almenas.
Un caballero, Welty, se adelantó.
—¡Alto! —ordenó el comandante—. ¡Decid vuestros nombres, vuestro origen, destino y propósito, para que podamos calcular el peaje legal!
—Somos nobles al servicio del rey Casmir de Lyonesse. Vamos a visitar al duque de Valle Evander por invitación suya, y estamos exentos de peaje.
—Nadie está exento del peaje, salvo el rey Oriante y el gran dios Mitra. Debéis pagar diez florines de plata.
Welty retrocedió para hablar con Casmir, quien evaluó la fortaleza.
—Paga —dijo el rey Casmir—. A la vuelta ajustaremos cuentas con estos canallas.
Welty regresó al fuerte y desdeñosamente arrojó un puñado de monedas al capitán.
—Pasad, caballeros.
El grupo atravesó Kaul Bocach de dos en dos, y esa noche descansó en un prado junto a la bifurcación sur del Evander.
Al mediodía del día siguiente, la tropa se detuvo ante Tintzin Fyral: el castillo coronaba un alto risco como si formara parte del risco mismo.
El rey Casmir y ocho caballeros se adelantaron; los otros volvieron grupas y acamparon junto al Evander.
Un heraldo salió del castillo e interpeló al rey Casmir.
—Señor, el duque Carfilhiot te manda sus cumplidos y solicita que me sigas. Cabalgaremos por un sinuoso camino en el flanco del risco, pero no temas, es peligroso sólo para los enemigos. Yo iré delante.
Mientras la tropa seguía la marcha, la brisa traía un hedor de carroña. A medio camino el Evander atravesaba un verde prado donde se elevaban unos veinte postes, la mitad con cadáveres empalados.
—No es un espectáculo confortante —le dijo el rey Casmir al heraldo.
—Señor, eso recuerda a los enemigos del duque que su paciencia no es inagotable.
El rey Casmir se encogió de hombros, menos fastidiado por los actos de Carfilhiot que por la pestilencia.
Al pie del risco aguardaba una guardia de honor de cuatro caballeros con armadura ceremonial, y Casmir se preguntó como Carfilhiot sabía con tanta exactitud la hora de su llegada. ¿Una señal de Kaul Bocach? ¿Espías en Haidion? Casmir, que nunca había podido introducir espías en Tintzin Fyral, frunció el ceño.
La procesión escaló el risco por un camino tallado en la roca, que finalmente, en lo alto, doblaba bajo un rastrillo para entrar en el patio de la fortaleza.
El duque Carfilhiot se adelantó, el rey Casmir desmontó y ambos se estrecharon en un abrazo formal.
—Estoy encantado con tu visita —dijo Carfilhiot—. No he dispuesto celebraciones apropiadas, pero no por falta de buena voluntad. En realidad, me avisaste con muy poca antelación.
—No te preocupes —dijo el rey Casmir—. No estoy aquí para frivolidades. Por el contrario, me interesa que examinemos asuntos de mutua conveniencia.
—¡Excelente! Ese es siempre un tema de interés. Es tu primera visita a Tintzin Fyral, ¿verdad?
—Lo conocí cuando era joven, pero desde lejos. Es indudablemente una poderosa fortaleza.
—Ya lo creo. Dominamos cuatro carreteras importantes: la de Lyonesse, la de Ys, la que atraviesa los pantanos ulflandeses y la que conduce a la frontera norte de Dahaut. Nos autoabastecemos. He cavado en la roca viva un profundo pozo que llega hasta una capa de agua. Tenemos provisiones para años de sitio. Cuatro hombres podrían defender la ruta de acceso contra mil, o un millón. Considero que el castillo es inexpugnable.
—Me inclino a creerlo —dijo Casmir—. Aun así, ¿qué me dices del paso? Si una fuerza ocupara aquella montaña, podría utilizar máquinas de asalto.
Carfilhiot se volvió para inspeccionar las alturas del norte, que estaban conectadas al risco por un paso, como si nunca hubiera reparado en ese paisaje.
—Eso parece —dijo.
—¿Pero no te alarma?
Carfilhiot rió, mostrando unos dientes blancos y perfectos.
—Mis enemigos han reflexionado mucho y bien sobre el Risco Quiebraespaldas. En cuanto al paso, tengo mis pequeños ardides.
El rey Casmir cabeceó.
—La vista es excepcional.
—Es cierto. En un día claro, desde mi cuarto de trabajo, contemplo todo el valle, desde aquí hasta Ys. Pero ahora debes descansar, para que luego reanudemos nuestra conversación.
Condujeron al rey Casmir a unos aposentos que daban al Valle Evander: una vista de unos treinta kilómetros de paisaje verde claro hasta el lejano destello del mar. El aire, fresco excepto por una ocasional ráfaga pestilente, soplaba a través de las ventanas abiertas. Casmir pensó en los enemigos muertos de Carfilhiot que adornaban calladamente el prado.
Una imagen le cruzó la mente: Suldrun pálida y retirada aquí en Tintzin Fyral, respirando el aire pútrido. Ahuyentó la imagen. Ese asunto estaba terminado.
Dos atezados jóvenes moriscos con el pecho desnudo y turbantes de seda púrpura le llevaron pantalones y sandalias de punta espiralada, lo ayudaron a tomar un baño, lo vistieron en ropa de seda y un blusón tostado decorado con rosetas negras.
Casmir bajó al gran salón, pasando frente a una enorme pajarera donde aves de plumaje multicolor volaban de rama en rama. Carfilhiot le esperaba en el gran salón; los dos hombres se sentaron en divanes y les sirvieron sorbete de fruta helado en tazones de plata.
—Excelente —dijo Casmir—. Tu hospitalidad es reconfortante.
—Es informal, y espero que no te aburras demasiado —murmuró Carfilhiot.
Casmir dejó el sorbete a un lado.
—He venido para hablar de un asunto de importancia. —Echó una ojeada a los sirvientes. Carfilhiot les ordenó que abandonaran el salón.
—Te escucho —dijo. Casmir se reclinó en su diván.
—Recientemente, el rey Granice envió una misión diplomática en una de sus nuevas naves de guerra. Atracaron en Blaloc, Pomperol, Dahaut, Cluggach de Godeha e Ys. Los emisarios se lamentaron de mi ambición y propusieron una alianza para derrotarme. Sólo obtuvieron un respaldo poco entusiasta, cuando lo obtuvieron. —Casmir sonrió fríamente—. No he intentado ocultar mis intenciones. Cada cual espera que los otros libren la batalla. Cada cual desea ser el único reino no perturbado. Estoy seguro de que Granice no esperaba mejores resultados; quería reafirmar su liderazgo y su dominio del mar. En esto tuvo éxito. Su nave destruyó una nave ska, lo cual modifica nuestra percepción de los ska. Ya no se los puede considerar invencibles, y el poder marítimo troicino se ha acrecentado. Pagaron un precio, pues perdieron al comandante y a uno de los príncipes que iba a bordo.
»Para mí el mensaje es claro. Los troicinos se vuelven más fuertes; debo atacar y desbaratarlos. El lugar obvio es Ulflandia del Sur, desde donde puedo atacar a los ska de Ulflandia del Norte antes de que consoliden sus fortificaciones Una vez que tome la fortaleza Poéhtetz, Dahaut estará a mi merced. Audry no puede combatir contra mí desde el oeste y el sur a la vez.
»Lo primero, pues, es tomar Ulflandia del Sur con la máxima facilidad, lo cual supone tu colaboración.
El rey de Casmir hizo una pausa. Carfilhiot, mirando pensativamente el fuego, calló unos instantes. El silencio se volvió incómodo.
—Cuentas, como sabes, con mi aprobación personal —dijo al fin Carfilhiot—, pero yo no soy del todo libre, y debo conducirme con prudencia.
—¿De veras? Supongo que no te refieres a tu nominal fidelidad al rey Oriante.
—No, por supuesto.
—¿Quiénes son, si no soy indiscreto, los enemigos a quien tan elocuentemente intentas disuadir?
Carfilhiot hizo un ademán.
—Convengo en que el hedor es espantoso. Son bandidos de los pantanos: pequeños barones, señores de poca monta, poco más que salteadores, de modo que un hombre honesto arriesga el pellejo si atraviesa los páramos para un día de caza. Ulflandia del Sur carece de ley, excepto por el Valle Evander. El pobre Oriante no puede dominar a su esposa, mucho menos un reino. Cada jefe de clan se cree un aristócrata y construye una fortaleza en la montaña, desde la cual ataca a sus vecinos. He intentado imponer orden: una tarea ingrata. Se me considera un déspota y un ogro. La rudeza, sin embargo, es el único lenguaje que entienden esos patanes.
—¿Son esos los enemigos que causan tu prudencia?
—No. —Carfilhiot se puso de pie y se plantó de espaldas al fuego. Miró a Casmir con desapasionamiento—. Con toda franqueza, he aquí la situación. Soy estudiante de magia. Fui alumno del gran Tamurello, y le estoy obligado, así que debo consultar con él ante cuestiones políticas. Así son las cosas.
—¿Cuándo sabré tu respuesta? —preguntó Casmir, mirándolo a los ojos.
—¿Por qué esperar? —dijo Carfilhiot—. Arreglemos el asunto ahora. Ven.
Los dos subieron al cuarto de trabajo de Carfilhiot. Casmir ahora callaba, lleno de interés y curiosidad.
El equipo de Carfilhiot era casi embarazosamente exiguo; aun las chucherías de Casmir eran impresionantes en comparación. Quizá, pensó Casmir, Carfilhiot tuviera la mayor parte de su equipo guardado en gabinetes.
Un gran mapa de Hybras, tallado en diversas maderas, dominaba todo lo demás, tanto por tamaño como por importancia. En un panel detrás del mapa habían tallado una cara, al parecer el semblante de Tamurello, en contornos toscos y exagerados. El artesano no había hecho ningún esfuerzo por halagar a Tamurello. La frente sobresalía sobre ojos saltones; las mejillas y los labios estaban pintados de un rojo desagradable. Carfilhiot no dio explicaciones. Tiró del lóbulo de la oreja de la imagen.
—¡Tamurello! ¡Oye la voz de Faude Carfilhiot! —Le tocó la boca—. ¡Tamurello, habla!
—Oigo y hablo —dijo la voz con un crujido de madera. Carfilhiot le tocó los ojos.
—¡Tamurello! Mírame a mí y al rey Casmir de Lyonesse. Estamos pensando en usar sus ejércitos en Ulflandia del Sur, para combatir el desorden y extender el sabio dominio del rey Casmir. Comprendemos tu desinterés en este asunto pero aun así pedimos tu consejo.
—Mi consejo es que no vayan tropas extranjeras a Ulflandia del Sur —dijo la imagen—, y menos los ejércitos de Lyonesse. Rey Casmir, tus ambiciones son dignas, pero desestabilizarían toda Hybras, Dahaut incluida, provocándome inconvenientes. Mi consejo es que regreses a Lyonesse y hagas las paces con Troicinet. Carfilhiot, mi consejo es que uses definitivamente el poder de Tintzin Fyral para impedir incursiones en Ulflandia del Sur.
—Gracias —dijo Carfilhiot—. Nos guiaremos por lo que has dicho.
Casmir no dijo una palabra. Juntos descendieron al salón, donde, durante una hora, hablaron cortésmente de temas menores. Casmir declaró que estaba preparado para acostarse, y Carfilhiot le deseó una buena noche de reposo.
Por la mañana el rey Casmir se levantó temprano, agradeció a Carfilhiot su hospitalidad y se marchó.
Al mediodía el grupo se acercó a Kaul Bocach. El rey Casmir y ocho caballeros pasaron junto a la fortaleza tras pagar un peaje de ocho florines de plata. Se detuvieron a poca distancia. El resto de la partida se acercó a la fortaleza. El capitán se adelantó.
—¿Por qué no pasasteis todos juntos? Ahora tendréis que pagar otros ocho florines.
Welty desmontó sin prisa. Aferró al capitán y le acercó un cuchillo a la garganta.
—¿Qué prefieres ser: un ulflandés degollado o un soldado vivo al servicio del rey Casmir de Lyonesse?
El casco de acero del capitán cayó, y su coronilla calva y marrón se movió mientras se contorsionaba y luchaba.
—¡Esto es traición! —jadeó—. ¿Dónde está el honor?
—Mira: allá está el rey Casmir. ¿Lo acusas de deshonor tras haberlo despojado de sus reales dineros?
—Claro que no, pero… —Welty apretó el cuchillo.
—Ordena a tus hombres que salgan para una inspección. Serás cocinado a fuego lento si se derrama una sola gota de sangre que no sea la tuya.
El capitán hizo un último intento de resistencia.
—¿Esperas que te entregue nuestra inexpugnable Kaul Boachsm sin tan siquiera una protesta?
—Protesta todo lo que quieras. De hecho, te dejaré volver dentro. Luego estaréis bajo sitio. Treparemos al risco y arrojaremos piedras sobre las almenas.
—Tal vez es posible, pero muy difícil.
—Encenderemos leños y los arrojaremos al pasaje; arderán y humearán, y os cocinaréis cuando se propague el calor. ¿Desafías al poderío de Lyonesse?
El capitán inhaló profundamente.
—¡Claro que no! Como dije desde el principio, entro de buen grado al servicio del muy gracioso rey Casmir. ¡Eh, guardias! Salid para una inspección.
La guarnición salió malhumoradamente para pararse al sol con ceño fruncido y aspecto desaliñado, el pelo desmelenado bajo los yelmos de acero.
Casmir los inspeccionó con desprecio.
—Sería más fácil cortarles la cabeza.
—¡No temáis! —exclamó el capitán—. ¡Somos las tropas más sagaces en circunstancias comunes!
El rey Casmir se encogió de hombros y se alejó. Los peajes de la fortaleza se cargaron en una de las carretas; Welty y catorce caballeros se quedaron como guarnición temporal y el rey Casmir regresó sin alegría a la ciudad de Lyonesse.
En su cuarto de trabajo de Tintzin Fyral, Carfilhiot reclamó nuevamente la atención de Tamurello.
—Casmir se ha marchado. Nuestra relación es, a lo sumo, formalmente cortés.
—¡Lo mejor! Los reyes, como los niños, suelen ser oportunistas. La generosidad sólo los malcría. Confunden la afabilidad con la debilidad y se apresuran a explotarla.
—El temperamento de Casmir es aún menos agradable. Es empecinado. Sólo lo noté espontáneo aquí en mi cuarto de trabajo. Está interesado en la magia, y tiene ambiciones en ese sentido.
—Casmir es una futileza. Carece de paciencia, y en eso es muy parecido a ti.
—Tal vez sea cierto. Estoy ansioso de pasar a las primeras extensiones.
—La situación es la de antes. El campo de los análogos debe ser como una segunda naturaleza para ti. ¿Cuánto tiempo puedes fijar una imagen en tu mente, cambiarle los colores a voluntad, mientras mantienes lincamientos fijos?
—No soy capaz.
—Estas imágenes deberían ser duras como piedras. Al concebir un paisaje debes ser capaz de contar las hojas de un árbol, y luego contar de nuevo el mismo número.
—Es un ejercicio difícil. ¿Por qué no puedo simplemente trabajar con el dispositivo?
—¿Y dónde obtendrás ese dispositivo? A pesar de mi amor por ti, no puedo separarme de ninguno de mis operadores, que tanto me costó conseguir.
—Aun así, siempre se puede elaborar un aparato nuevo.
—¿De veras? Me agradaría aprender ese hermético y abstruso secreto.
—Pero aceptas que es posible.
—Pero difícil. Los sandestinos ya no son inocentes, abundantes ni complacientes. —Tamurello soltó una exclamación y cambió la voz—. Se me ocurre una idea. Es una idea tan bella que apenas me atrevo a pensarla.
—Cuéntame.
El silencio de Tamurello era el de un hombre sumido en cálculos complejos.
—Es una idea peligrosa —dijo al fin—. ¡No podría defender, ni siquiera sugerir, tal idea!
—Dímela.
—Con sólo decirla sería cómplice de su implantación.
—Debe de ser peligrosa de verdad.
—Lo es. Pasemos a temas más seguros. Podría hacer esta maligna observación: un modo de obtener un aparato mágico es, dicho crudamente, robárselo a otro mago, quien luego quedaría demasiado débil para vengarse del hurto, especialmente si no conoce al culpable.
—Te entiendo. ¿Y luego?
—Supón que alguien robara a un mago. ¿De quién se querría vengar? ¿De Murgen? ¿De mí? ¿De Baibalides? Nunca. Las consecuencias serían ciertas, rápidas y terribles. Uno buscaría un novicio aún inexperto en estas artes, y preferiblemente con un equipo amplio, de modo que el robo resulte productivo. Además, la víctima debería ser alguien a quien se considere un enemigo en el futuro. El momento para debilitar y aun destruir a esa persona es el actual. Desde luego, hablo en términos pura mente hipotéticos. Para dar un ejemplo, incluso hipotéticamente, ¿quién sería esa persona?
Tamurello no se atrevió a pronunciar el nombre.
—Aun las contingencias hipotéticas se deben explorar a varios niveles, y es preciso disponer de zonas enteras de duplicidad. Hablaremos luego de esto. De momento, ni una palabra a nadie.