6

Entre Dascinet y Troicinet estaba Scola, una isla de riscos y peñascos de treinta kilómetros de largo, habitada por los skyls. En el centro, Kro, un pico volcánico, recordaba a todos su presencia mediante un ruido de sus entrañas, un chorro de vapor o una burbuja de azufre. En Kro nacían cuatro estribaciones que dividían la isla en cuatro ducados: Sadaracx al norte, Corso al este, Rhamnanthus al sur y Malvang al oeste, nominalmente gobernados por duques que a la vez debían obediencia al rey Yvar Excelsus de Dascinet.

En la práctica los skyls, una raza oscura y habilidosa de origen desconocido, eran indomables. Vivían aislados en los valles de las montañas, y sólo salían cuando llegaba el momento de cometer actos atroces. El afán de venganza regía sus vidas. Las virtudes de los skyls eran la cautela, la impetuosidad, la sed de sangre y el estoicismo bajo tormento; la palabra del skyl, fuera una promesa, una garantía o una amenaza, podía tomarse como segura; en verdad, la adhesión de los skyls a sus juramentos rayaba a menudo en el absurdo. Desde el nacimiento hasta la muerte su vida era una sucesión de asesinatos, cautiverios, fugas, persecuciones temerarias y audaces rescates: actos incongruentes en un paisaje de arcádica belleza.

En días de festival se concertaba una tregua; entonces el jolgorio y la diversión superaban los límites racionales. Todo se hacía en exceso: las mesas crujían bajo el peso de la comida; se bebía vino en cantidades heroicas; había música apasionada y bailes desenfrenados. En bruscos arranques de sentimentalismo, se resolvían antiguas enemistades y se olvidaban conflictos que habían producido cientos de asesinatos. Las viejas amistades se renovaban entre lágrimas y reminiscencias. Bellas doncellas y jóvenes gallardos se conocían y se amaban, o se conocían y se separaban. Había embeleso y desesperación, seducciones y raptos, persecuciones, muertes trágicas, virtud ultrajada y alimento para nuevas venganzas.

Los clanes de la costa oeste, cuando se sentían con ánimo, cruzaban el canal que los separaba de Troicinet para cometer desmanes: saqueos, violaciones, asesinatos y secuestros.

El rey Granice había protestado por esos actos ante el rey Yvar Excelsus, quien replicaba que esas incursiones sólo representaban la exuberancia juvenil. Así insinuaba que en su opinión la dignidad equivalía a ignorar las molestias y que, en todo caso, él no tenía manera de impedirlo.

Puerto Mel, en la punta este de Troicinet, celebraba cada año el solsticio de verano con un festival de tres días y una gran procesión. Retherd, el joven y tonto duque de Malvang, en compañía de tres bullangueros amigos, visitó de incógnito el festival. En la gran procesión, convinieron en que las doncellas que representaban a las Siete Gracias eran encantadoras, pero no pudieron ponerse de acuerdo sobre cuál lo era más. Deliberaron sobre el asunto hasta horas tardías, bebiendo vino, y al fin, para resolver la cuestión de modo práctico, secuestraron a las siete doncellas y las llevaron por mar hasta Malvang.

El duque Retherd fue reconocido y las noticias llegaron pronto a oídos del rey Granice.

Sin perder tiempo en nuevas quejas ante el rey Yvar Excelsus, el rey Granice desembarcó en Scola con un ejército de mil guerreros, destruyó el castillo de Retherd, rescató a las doncellas, castró al duque y a sus compinches y, luego, para que no quedaran dudas, incendió vanas aldeas costeras.

Los tres duques restantes reunieron un ejército de tres mil hombres y atacaron el campamento troicino. El rey Granice había reforzado secretamente su fuerza expedicionaria con doscientos caballeros y cuatrocientos jinetes de caballería pesada. Los indisciplinados atacantes fueron derrotados; capturaron a los tres duques y el rey Granice dominó Scola.

Yvar Excelsus lanzó un destemplado ultimátum: el rey Granice debía retirar todas sus tropas, pagar una indemnización de cien libras de oro, reconstruir el castillo de Malvang y pagar una fianza de otras cien libras de oro para garantizar que no cometería más ofensas contra el remo de Dascinet.

El rey Granice no sólo rechazó el ultimátum sino que decretó que Scola quedaba anexada a Troicinet. El rey Yvar Excelsus se enfureció, despotricó y declaró la guerra. Tal vez no habría reaccionado tan enérgicamente si poco tiempo atrás no hubiera firmado un tratado de asistencia mutua con el rey Casmir de Lyonesse.

En ese momento, el rey Casmir sólo había pensado en fortalecerse para su eventual enfrentamiento con Dahaut, no en enredarse en problemas ajenos, y menos en una guerra con Troicinet.

El rey Casmir se habría excusado con uno u otro pretexto si la guerra no le hubiera aportado ciertas ventajas.

El rey Casmir sopesó todos los aspectos de la situación. La alianza le permitiría apostar sus ejércitos en Dascinet, y luego lanzarse con todas sus fuerzas contra Troicinet a través de Scola. Así neutralizaría el poder marítimo de Troicinet, que de lo contrario era invulnerable.

El rey Casmir tomó una fatídica decisión. Ordenó que siete de sus doce ejércitos fueran a Buimer Skeme. Luego, citando la pasada soberanía, las presentes quejas y su tratado con el rey Yvar Excelsus, declaró la guerra el rey Granice de Troicinet.

El rey Yvar Excelsus había obrado así en un arranque de furia y ebriedad. Cuando recobró la sobriedad advirtió que su estrategia era errónea, pues pasaba por alto el hecho elemental de que los troicinos lo superaban en todo: en número, en buques, en habilidad militar y en espíritu combativo. Su único consuelo era su tratado con Lyonesse, de modo que la presteza con que el rey Casmir participó en la guerra le reanimó.

Los transportes marítimos de Lyonesse y Dascinet se reunieron en Bulmer Skeme, donde ejércitos de Lyonesse se embarcaron a medianoche y zarparon rumbo a Dascinet. Al principio fueron sorprendidos por vientos contrarios; luego, al alba, por una flota de buques troicinos.

En dos horas la mitad de los sobrecargados navíos de Lyonesse y Dascinet se hundieron o se despedazaron contra las rocas, con una pérdida de dos mil hombres. La mitad superviviente huyó hacia Buimer Skeme con viento en contra y desembarcó en la playa.

Entretanto una miscelánea flota de naves mercantes, botes costeros y naves pesqueras de Troicinet, cargadas de tropas, entraron en Arquensio, donde les dieron la bienvenida como tropas de Lyonesse. Cuando se descubrió el error, el castillo estaba tomado y el rey Yvar Excelsus capturado.

La guerra con Dascinet había terminado. Granice se declaró rey de las Islas Exteriores, un remo que todavía no era tan populoso como Lyonesse o Dahaut, pero que controlaba el Lir y el Golfo Cantábrico.

La guerra entre Troicinet y Lyonesse incomodaba ahora al rey Casmir. Propuso un cese de las hostilidades y el rey Granice aceptó, con ciertas condiciones: Lyonesse debía ceder el ducado de Tremblance, en el extremo oeste de Lyonesse, más allá de Troagh, y comprometerse a no construir buques de guerra que pudieran amenazar a Troicinet.

Previsiblemente, el rey Casmir rechazó esas duras condiciones, y previno al rey Granice sobre las graves consecuencias que tendría tan irracional hostilidad.

El rey Granice respondió:

—Recuerda que yo, Granice, no te declaré la guerra. Tú, Casmir me atacaste sin razón. Recibiste una grande y justa derrota. Ahora debes sufrir las consecuencias. Has oído mis condiciones. Acéptalas o continúa una guerra que no puedes ganar y por la que pagarás un alto precio en hombres, recursos y humillación. Mis condiciones son realistas. Exijo el ducado de Tremblance para proteger mis naves de los ska. Puedo hacer desembarcar una gran fuerza en Cabo Despedida cuando lo desee; estás advertido.

—A partir de una victoria pequeña y temporal —respondió el rey Casmir en tono amenazador—, desafías al poderío de Lyonesse. Eres tan tonto como arrogante. ¿Crees que puedes superar nuestro gran poder? Ahora declaro una proscripción contra ti y tu linaje; seréis perseguidos como delincuentes y liquidados a la vista de todos. No tengo más que decir.

El rey Granice respondió a este mensaje con la fuerza de su armada. Bloqueó la costa de Lyonesse para que ni siquiera un bote pesquero pudiera navegar a salvo por el Lir. Lyonesse sobrevivió con sus recursos terrestres, y el bloqueo sólo significó un fastidio y una continua afrenta a la que el rey Casmir no podía replicar.

A su vez, el rey Granice no pudo inflingir gran daño a Lyonesse. Los puertos eran escasos y estaban bien defendidos. Además, Casmir hacía vigilar bien las costas y tenía espías en Dascinet y Troicinet. Entretanto, reunió a un consejo de ingenieros navales y les encargó que construyeran, pronto y bien, una flota de naves de guerra para derrotar a los troicinos.

En el estuario del río Sime, el mejor puerto natural de toda Lyonesse, se empezaron a construir doce cascos, y muchos más en astilleros menores en las costas de la bahía de Balt y el ducado de Fetz.

Una noche sin luna, cuando las naves estaban armadas y listas para ser botadas, seis galeras troicinas entraron sigilosamente en el estuario del Sime y, a pesar de las fortificaciones, guarniciones y guardias, quemaron los astilleros. Simultáneamente, guerreros troicinos desembarcaron de pequeños botes en las costas de la bahía de Balt, incendiaron los astilleros, botes en construcción y gran cantidad de planchas de madera. Los planes del rey Casmir se fueron al traste.

En la Sala Verde de Haidion, el rey Casmir desayunó a solas, anguila en salmuera, huevos hervidos y bizcochos; luego se reclinó para reflexionar sobre sus asuntos. La derrota de Bulmer Skeme y su angustia pertenecían al pasado; pudo evaluar las consecuencias con cierto grado de desapasionamiento.

A pesar de todo, un cauto optimismo parecía justificado. El bloqueo era una provocación y un insulto que por el momento debía aceptar digna y pasivamente. A su debido tiempo infligiría una cruel retribución, pero por ahora debía continuar con su gran plan: en síntesis, la derrota del rey Audry y la recuperación del trono Evandig.

El oeste era el punto más vulnerable de Dahaut, pues allí se sorteaba la hilera de fortificaciones que bordeaba la frontera con Pomperol. El trayecto de semejante invasión conducía al norte desde Nolsby Sevan, más allá del castillo Tintzin Fyral, luego al norte a lo largo de la ruta conocida como Trompada, hasta Dahaut. La ruta estaba bloqueada por dos formidables fortalezas: Kaul Bocach, en las Puertas de Cerbero, y Tintzin Fyral. Una guarnición de ulflandeses del sur custodiaba Kaul Bocach, pero el rey Oriante de Ulflandia del Sur, temiendo disgustar a Casmir, ya había concedido el libre paso para él y sus ejércitos.

Tintzin Fyral era el único escollo para las ambiciones de Casmir. Se erguía sobre dos desfiladeros y controlaba tanto la Trompada como el camino que conducía a Ulflandia del Sur a través de Valle Evander. Faude Carfilhiot, que gobernaba Valle Evander desde su nido inexpugnable, con vanidad y arrogancia, no reconocía amo alguno, y menos aún a su soberano nominal, el rey Oriante.

Un lacayo entró en la Sala Verde y se inclinó ante el rey Casmir.

—Majestad, una persona desea veros. Se llama Shimrod y dice estar a vuestras órdenes.

Casmir se enderezó en su silla.

—Hazlo entrar.

El lacayo se retiró, y regresó con un joven alto de físico delgado, que vestía blusón y pantalones de buena tela, botas bajas y una gorra de color verde oscuro que se quitó dejando al descubierto una tupida caballera de color polvoriento cortada hasta las orejas, según la moda de esos tiempos. Los rasgos eran regulares, aunque un tanto angulosos: nariz delgada, mandíbula y barbilla huesudas, boca ancha y torcida, y brillantes ojos grises que le daban un aire de gnomo y de arrogancia en la que quizá no había suficiente reverencia y abnegación como para complacer al rey Casmir.

—Majestad —dijo Shimrod—, estoy aquí para responder a tu urgente requerimiento.

Casmir examinó a Shimrod apretando los labios y ladeando la cabeza.

—Por cierto, no eres como esperaba que fueras.

Con un gesto cortés, Shimrod negó toda su responsabilidad por la perplejidad de Casmir. El rey señaló una silla.

—Siéntate, por favor. —Él se levantó y se plantó de espaldas al fuego—. Me han contado que eres experto en magia.

Shimrod asintió.

—Todo hecho extraordinario hace agitar las lenguas. —Casmir sonrió con desgana.

—¿Y es verdad lo que dicen? —preguntó.

—Majestad, la magia es una disciplina exigente. Algunas personas tienen una habilidad natural, pero yo no soy una de ellas. Me considero un atento estudioso de las técnicas, pero ésa no es necesariamente una medida de mi competencia.

—¿Y cuál es tu competencia?

—Comparada con la de los adeptos, la proporción es, digamos, de una a treinta.

—¿Conoces a Murgen?

—Lo conozco bien.

—¿Y él te ha adiestrado?

—En cierta medida.

El rey Casmir procuró conservar la paciencia. Las airosas afectaciones de Shimrod sorteaban toda insolencia, pero aun así resultaban irritantes, y esas respuestas lacónicas volvían fatigosa la conversación. Casmir habló con voz calmada.

—Como sabrás, nuestra costa está bloqueada por los troicinos. ¿Puedes sugerirme cómo romper el bloqueo?

Shimrod reflexionó un instante.

—En verdad, lo más sencillo es hacer las paces.

—Sin duda. —El rey Casmir se mesó la barba; los magos eran gente rara—. Prefiero un método, quizá más complicado, pero que defienda los intereses de Lyonesse.

—Tendrías que responder al bloqueo con una fuerza superior.

—Exacto. Ésa es precisamente mi dificultad. He pensado en aliarme con los ska, y deseo que predigas las consecuencias de semejante acto.

Shimrod sonrió ladeando la cabeza.

—Majestad, pocos magos pueden leer el futuro. Yo no soy uno de ellos. Hablando como hombre de mero sentido común, te aconsejaría que no llegues a eso. Los ska han conocido diez mil años de tribulaciones; son un pueblo duro. Como tú, se proponen dominar las Islas Elder. Si les invitas al Lir y les concedes bases, nunca se irán. Es obvio.

El rey Casmir entornó los ojos; rara vez le hablaban con tanto desenfado. Aun así, razonó, el estilo de Shimrod bien podía ser medida de su sinceridad; nadie que intentara traicionarlo usaría un tono tan desenvuelto.

—¿Qué sabes del castillo de Tintzin Fyral? —preguntó con estudiada neutralidad.

—Nunca he visto ese lugar. Dicen que es inexpugnable, como sin duda ya sabes.

El rey Casmir asintió.

—También he oído que la magia forma parte de su defensa. Eso lo ignoro. Lo construyó un mago menor, Ugo Golias, que deseaba gobernar el Valle Evander, a salvo de los síndicos de Ys.

—¿Entonces cómo obtuvo Carfilhiot la propiedad?

—Sólo puedo repetir rumores al respecto.

El rey Casmir, con un gesto impasible, le indicó que continuara.

—El linaje de Carfilhiot es dudoso —dijo Shimrod—. Es posible que fuera hijo del hechicero Tamurello y la bruja Desmëi. Pero nada se sabe con certeza, excepto que Desmëi desapareció primero, y luego Ugo Golias, con toda su gente, como si los hubieran capturado los demonios, y el castillo estuvo vacío hasta que Carfilhiot llegó con sus soldados y se adueñó de él.

—Parece como si él también fuese mago.

—No lo creo. Un mago se habría comportado de otro modo.

—¿Entonces le conoces?

—En absoluto. Nunca lo he visto.

—Pero pareces estar familiarizado con su historia y su personalidad.

—Los magos son tan proclives a los chismes como todos los demás, especialmente si se trata de alguien tan notorio como Carfilhiot.

El rey Casmir tiró del cordel de una campanilla; dos lacayos entraron en la sala con vino, nueces y confituras que dejaron en la mesa. El rey Casmir se sentó frente a Shimrod. Sirvió dos copas de vino y le alcanzó una a su huésped.

—Mis respetos, majestad —dijo Shimrod. El rey Casmir se quedó mirando el fuego.

—Shimrod —dijo pensativamente—, creo que mis ambiciones no son un secreto. Un mago como tú podría brindarme una ayuda inestimable. Y mi gratitud no le iría a la zaga.

Shimrod hizo girar la copa de vino y observó el movimiento del oscuro líquido.

—El rey Audry de Dahaut ha hecho una propuesta similar a Tamurello. El rey Yvar Excelsus buscó la ayuda de Noumique. Todos se negaron a causa del gran edicto de Murgen, que también me compromete.

—¡Bah! —rezongó el rey Casmir—. ¿Acaso la autoridad de Murgen trasciende todas las demás?

—En este sentido… sí.

—Pero has hablado sin la menor reserva —gruñó Casmir.

—Sólo te aconsejé como lo haría cualquier hombre razonable.

El rey Casmir se puso de pie abruptamente y arrojó una bolsa sobre la mesa.

—Esto pagará tus servicios.

Shimrod vació la bolsa. Cinco coronas de oro echaron a rodar. Se transformaron en cinco mariposas doradas que revolotearon en el aire convirtiéndose en diez, veinte, cincuenta, cien mariposas. Todas cayeron en la mesa, donde se convirtieron en cien coronas de oro.

Shimrod tomó las cinco monedas, las guardó en la bolsa y metió ésta en el talego.

—Gracias, majestad.

Se inclinó y salió de la sala.

Odo, duque de Folize, cabalgó con una pequeña compañía hacia el norte, a través del Troagh, una lúgubre comarca de riscos y grietas, hasta Ulflandia del Sur, y cruzó Kaul Bocach, donde peñascos opuestos se juntaban tanto que tres hombres no podían cabalgar a la par.

Un abanico de pequeñas cascadas se despeñaban en el desfiladero para convertirse en el tramo sur del río Evander; el camino y el río seguían rumbo al norte uno junto al otro. Delante se elevaba un macizo peñasco: el Diente de Cronos, o Cerro Tac. Por una garganta venía el tramo norte del Evander. Los dos tramos se unían y pasaban entre el Tac y el peñasco donde se erguía el castillo Tintzin Fyral.

El duque Odo se anunció a las puertas y fue llevado por un camino zigzagueante ante la presencia de Faude Carfilhiot.

Dos días después partió y regresó hasta la ciudad de Lyonesse por donde había venido. Se apeó en el patio de la armería, se sacudió el polvo de la capa y fue a ver al rey Casmir.

Haidion, siempre eco de rumores, reverberó de inmediato con noticias de la inminente visita de un importante personaje, el señor de cien misterios: Faude Carfilhiot de Tintzin Fyral.