Epílogo

Londres, 29 de septiembre de 1782

Aterrizó con la espalda contra la pared, colocó la mano sobre la empuñadura de la espada y miró alrededor. El patio de la granja estaba vacío, como lo había prometido lord Alastair. Había cuerdas de la ropa de pared a pared, y las sábanas blancas tendidas ondeaban suavemente al viento.

Paul miró hacia arriba, a las ventanas, en las que se reflejaba el sol de la tarde. Un gato acostado sobre un poyete le observaba con aire burlón, y una de sus patas se balanceaba perezosamente sobre el borde. Le recordó a Lucy.

Retiró la mano de la espada y se alisó las puntillas de las muñecas. Esas ropas rococó le parecían todas iguales: ridículos pantalones hasta media pierna, cómicas chaquetas con unos faldones largos muy poco prácticos y, para acabar, puntillas y bordados por todas partes. Horroroso. Había querido ponerse el traje y la peluca que había encargado para la visita al año 1745, pero Lucy y lady Tilney habían insistido en que se hiciera confeccionar un vestido nuevo completo. Afirmaban que, si se paseaba por el año 1782 con ropa de 1745, todo el mundo se le quedaría mirando, y no habían concedido ningún crédito a su argumento de que solo iba a encontrarse un momento en un lugar apartado con lord Alastair para intercambiar los papeles. Metió la mano entre la chaqueta y la camisa, donde llevaba las copias dobladas en un sobre marrón.

—Perfecto. Veo que sois puntual.

La voz fría le hizo girar en redondo. Lord Alastair salió de la sombra del arco, vestido como siempre con ropa elegante pero extremadamente llamativa y con una exagerada cantidad de guarniciones brillantes, colgadas y bordadas, que resplandecían al sol. Entre las sencillas sabanas, producía el efecto de un cuerpo extraño. Incluso la empuñadura de su espada parecía de oro macizo y estaba adornada con piedras preciosas, lo que confería al arma un aire inofensivo y casi ridículo.

Paul lanzó una rápida mirada a través del arco; al otro lado, junto a la calle, se extendían grandes superficies de césped que llegaban hasta el Támesis. Podía escuchar los resoplidos de los caballos, de modo que supuso que lord Alastair había venido en un carruaje.

—¿Estáis solo? —dijo lord Alastair. El tono de su voz era indescriptiblemente arrogante y además sonaba como si padeciera una obstrucción nasal crónica—. ¡Qué lástima! —añadió mientras se acercaba—. Me hubiera gustado volver a ver a vuestra hermosa acompañante pelirroja. Tenía una forma tan… hum… peculiar de expresar su opinión…

—Solo estaba decepcionada porque no habíais aprovechado las ventajas que os habían proporcionado nuestras últimas informaciones. Y desconfía de lo que podáis hacer con las que os traigo ahora.

—¡Vuestras informaciones no eran completas!

—¡Eran lo bastante completas! ¡Los planes de la Alianza Florentina no estaban suficientemente trabajados! ¡En cuarenta años han fracasado cinco atentados contra el conde, y en dos de ellos vos asumíais la máxima responsabilidad! ¡La última vez, hace once años, parecíais estar muy seguro del éxito!

—¡No os preocupéis! ¡El próximo intento no fracasara! —exclamó lord Alastair—. Hasta ahora mis antepasados y yo siempre hemos cometido el error de combatir al supuesto conde como a una persona. Hemos tratado de desenmascararlo, de difamarlo y destruir su reputación. Hemos tratado de ayudar a encontrar el camino recto a almas confundidas como las vuestras sin comprender que todos estabais perdidos desde hace tiempo debido a la sangre demoniaca.

Paul arrugo la frente irritado. Nunca había conseguido sacar nada en claro de los solemnes discursos del lord y de los otros hombres de la alianza Florentina.

—Tratamos de atacarle como a un hombre corriente, con veneno, espadas y pistolas —continuó lord Alastair—. ¡Qué ridículo! —Soltó una risotada ronca—. Hiciéramos lo que hiciésemos, siempre parecía encontrarse un paso por delante de nosotros. Fuéramos a donde fuésemos, el ya había estado allí antes. Parecía invencible. Tiene amigos influyentes y protectores en todas partes, hombres expertos, como él, en la magia negra. Los miembros de su logia se cuentan entre los personajes más poderosos de nuestro tiempo. Han tenido que pasar décadas para que comprendiera que no se puede combatir a un demonio con métodos humanos. Pero ahora soy más listo.

—Me alegra oírlo —dijo Paul, y lanzo una rápida mirada de soslayo.

En el arco habían aparecido otros dos hombres, vestidos de negro, con las espadas a la vista, ¡maldición! Lucy había acertado en sus sospechas. Alastair no pensaba cumplir su promesa.

—¿Tenéis las cartas?

—Naturalmente —dijo lord Alastair, y se saco de la chaqueta un grueso fajo de papeles sujetos con un cordel rojo—. Entretanto, y en parte gracias a vos y a vuestras informaciones, he conseguido infiltrar a un buen amigo entre los vigilantes. Ahora me mantiene al corriente de las novedades más importantes diariamente. ¿Sabíais que en la actualidad el conde vuelve a encontrarse en la ciudad? ¡Ah, claro que lo sabíais!

Sopeso el fajo de papeles y luego lo lanzo hacia Paul, que lo atrapo hábilmente con una mano.

—Gracias. Seguro que habéis hecho copias.

—No era necesario —dijo el lord con tono arrogante—. ¿Y vos? ¿Me habéis traído lo que os pedí?

Paul se metió el fajo de cartas en la chaqueta y sostuvo en alto el sobre marrón.

—Cinco páginas con la genealogía de los De Villiers, que empiezan en el siglo XVI con Lancelot de Villiers, el primer viajero del tiempo, y llegan hasta Gideon de Villiers, nacido en el siglo XX.

—¿Y la línea femenina? —pregunto lord Alastair, y esta vez Paul creyó percibir un punto de ansiedad en su voz.

—También, está todo aquí. Empezando por Elaine Burghley y acabando con Gwendolyn Shepherd.

Al pronunciar este nombre, Paul sintió una punzada en el corazón.

Lanzo una rápida mirada a los dos hombres. Se habían quedado bajo el arco, con las manos en las empuñaduras de las espadas, como si esperaran algo. Apretando los dientes de rabia, tuvo que reconocer que ya intuía qué.

—Muy bien, ¡entonces dádmelo!

Paul vaciló.

—No os habéis atenido a nuestro trato. Debíais venir solo. —Dijo para ganar tiempo, señalando a los dos hombres.

Lord Alastair les echó una mirada con aire indiferente.

—Un caballero de mi posición social nunca está solo, Mis criados me acompañan a todas partes. —Dio un paso hacia él—. ¡Y ahora dadme los papeles, que yo ya me ocuparé del resto!

—¿Y si cambio de opinión?

—A mí personalmente me es indiferente recibir r estos papeles de unas manos vivas o muertas —dijo el lord, y su mano se poso sobre la ornamentada empuñadura de su espada—. Dicho de otro modo, que os mate antes o después de la entrega no tiene ninguna importancia.

Paul asió el pomo de su espada.

—Hicisteis un juramento.

—Bah —exclamo lord Alastair, y desenvaino su espada—. ¡Uno no puede enfrentarse al demonio con escrúpulos morales! ¡Traed acá los papeles!

Paul retrocedió dos pasos y también desenvaino su arma.

—¿No decíais que no se nos puede atacar con armas corrientes? —pregunto levantando una ceja con aire burlón.

—Ahora se verá —dijo e lord—. ¡En garde, demonio!

Paul habría preferido seguir hablando, pero al parecer lord Alastair solo había estado esperando a que se presentara la ocasión para atacarle.

Dio un paso adelante, manifiestamente decidido a matarle. Y esa salvaje determinación unida a su brillante esgrima no era una buena combinación.

Paul tuvo oportunidad de comprobarlo cuando menos de dos minutos después se encontró de nuevo con la espalda contra la pared.

Había parado sus ataques tan bien como había podido, se había metido entre las sabanas y había tratado, a su vez, de tomar la iniciativa y forzarle a defenderse, pero todo había sido en vano.

El gato saltó bufando del poyete y huyo a través del arco. Bajo las ventajas todo estaba en silencio. ¿Por qué demonios no había escuchado a Lucy, que le había rogado con insistencia que ajustara una ventana temporal más pequeñas en el cronógrafo? Si le hubiera hecho caso, tal vez habría podido aguantar lo suficiente para disolverse en el aire ante los ojos del lord.

El arma de Alastair resplandeció al sol. Su siguiente golpe fue tan potente que casi le hizo saltar la espada de la mano.

—¡Esperad! —Gritó, exagerando sus jadeos—. ¡Habéis ganado! ¡Os daré los papeles!

Lord Alastair bajó su espada.

—Muy razonable.

Simulando que se encontraba sin aliento, Paul se apoyo en la pared, lanzo el sobre marrón a lord Alastair, y casi simultáneamente se abalanzo a su vez contra el lord. Pero su oponente parecía haber contado con su reacción. Lord Alastair dejo que el sobre cayera al suelo y detuvo el golpe de Paul con facilidad.

—¡Miraré cada una de las listas de demonios! —exclamó riendo—. ¡Pero ahora quiero ver qué color tiene vuestra sangre!

El lord efectuó un refinado paso de ataque, y Paul sintió como la hoja rasgaba la manga de la chaqueta y la piel que había debajo.

Notó el calor de la sangre deslizándose por su brazo. No le dolía especialmente, de modo que supuso que era solo un rasguño, pero la sonrisa la sonrisa maligna de su oponente y el hecho de que Alastair respirara casi con normalidad mientras que él jadeaba buscando aire no invitaban precisamente al optimismo.

—¿A qué esperáis? —gritó lord Alastair a los dos lacayos por encima del hombro—. ¡No podemos darle más tiempo! ¿O queréis que se desvanezca en el aire antes nuestros ojos como vuestro último adversario?

Los hombres vestidos de negro reaccionaron al instante. Y cuando Paul vio que se acercaban pasando por entre las sabanas, supo que estaba perdido. Al menos Lucy se hallaba a salvo, tuvo tiempo de pensar. Si le hubiera acompañado, ahora moriría con él.

—Pronunciad vuestras últimas palabras —dijo lord Alastair, y Paul barajó la posibilidad de bajar su espada, caer de rodillas y empezar a rezar. Tal vez si lo hacía, el devoto lord, por consideraciones piadosas, esperaría aún un poco para matarle. Pero también podía ser que ya estuviera muerto antes de que sus rodillas tocaran el suelo.

En ese instante Paul percibió un movimiento detrás de las sabanas, y uno de los hombres de lord Alastair se desplomó silenciosamente antes de haber tenido tiempo de volverse. Tras recuperarse de la sorpresa inicial, el otro criado se lanzó con la espada desenvainada contra el recién llegado, un joven vestido con una chaqueta verde que surgió de detrás de la sábana y paró el golpe con su espada casi con indolencia.

—Gideon de Villiers —exclamó Paul, mientras con ánimos renovados trataba de defenderse de los golpes de lord Alastair—. Muchacho, nunca hubiera pensado que me alegraría tanto de verte.

—En realidad solo sentí curiosidad —dijo Gideon—. Vi la carroza con el escudo de lord Alastair parada en la calle y quise echar un vistazo para ver qué hacía en este patio trasero abandonado…

—¡Mylord, es ese demonio que mató a Jenkins en Hyde Park! —dijo jadeando el hombre de lord Alastair.

—Haz aquello por lo que te pagan —le espetó lord Alastair, redoblando la intensidad de sus ataques.

Paul sintió que le habían alcanzado de nuevo, en el mismo brazo, un poco más arriba. Y esta vez un estremecimiento de dolor recorrió todo su cuerpo.

—Mylord… El criado parecía encontrarse en un aprieto.

—¡Coge tú a este! —gritó lord Alastair enojado—. ¡Yo me ocuparé del otro!

Paul tomó aire, aliviado, cuando el lord interrumpió el combate para volverse hacia Gideon. Lanzó una rápida mirada a su brazo: sangraba, pero aún podía sostener la espada.

—¡Vos y yo ya nos conocemos!

Lord Alastair estaba plantado ante Gideon. En la hoja de su espada brillaba la sangre oscura de Paul.

—Cierto —replicó Gideon, y Paul no pudo sino admirar, un poco a su pesar, la serenidad de que daba muestra en esa situación. ¿Es que ese muchacho no sentía ningún miedo?—. Hace once años, poco después de vuestro atentado fallido contra el conde de Saint Germain, nos encontramos en un entrenamiento de esgrima en Galliano.

—Marquis Welldone —dijo el lord despreciativamente—. Lo recuerdo.

Me transmitisteis un mensaje del demonio en persona.

—Os hice llegar una advertencia que, por desgracia, habéis ignorado.

Los ojos verdes brillaban peligrosamente.

—¡Engendro del demonio! Lo supe en cuanto os vi. Y aunque mostrasteis una notable destreza en la ejecución de vuestras paradas, tal vez recordéis aún que fui yo quien ganó nuestro pequeño combate de entrenamiento.

—Lo recuerdo tan bien como si hubiera ocurrido la última semana —replicó Gideon, y se sacudió las puntillas de las muñecas como si le resultaran incomodas—. Lo que, bien mirado, fue efectivamente el caso para mí. En garde.

El metal chocó contra el metal, pero Paul no pudo ver quién cogía ventaja, porque el criado que quedaba había recuperado el aplomo y se dirigía hacia él con la espada desenvainada.

El hombre no manejaba el arma con tanta elegancia como su amo, pero era muy vehemente, y Paul sentía que su brazo herido, a pesar del pequeño respiro, perdía fuerza por momentos.

¿Cuándo iba a producirse el salto? ¡Ya no podía faltar mucho tiempo! Apretó los dientes y lanzó un nuevo ataque. Durante varios minutos nadie dijo nada y solo se oyeron el tintineo de las espadas y los jadeos de los combatientes, y luego Paul vio con el rabillo del ojo cómo la valiosa espada de lord Alastair volaba por los aires y aterrizaba en el pavimento con un ruido sordo.

¡Gracias a dios!

El criado saltó hacia atrás.

—¿Mylord?

—Has empleado un truco sucio, demonio —dijo el lord encolerizado—. ¡Un ataque contra las reglas! ¡Tenía el tocado!

—Me parece que sois un mal perdedor. —Replicó Gideon, que sangraba por una herida en el brazo.

—¡Matadme su os atrevéis! —gritó lord Alastair con los ojos encendidos de ira.

—No hoy —dijo Gideon, y volvió a guardar el arma en su cinturón.

Paul advirtió la inclinación de cabeza del lord y cómo el criado tensaba sus músculos. Rápido como una centella, se interpuso en su camino y paró el golpe antes de que la punta de la espada del sirviente pudiera penetrar entre las costillas de Gideon. Instantánea mente Gideon volvió a desenvainar su espada y alcanzó al hombre en el pecho. La sangre manó a borbotones de la herida y Paul tuvo que apartarse.

Lord Alastair había aprovechando el momento para recoger su espada del suelo y pinchar con ella el sobre marrón. Sin decir palabra, dio media vuelta y cruzó el arco corriendo.

—¡Cobarde! —Gritó Paul furioso, y luego se volvió hacia Gideon—: ¿Estás herido, muchacho?

—No, solo es un rasguño —dijo Gideon—. Pero lo tuyo parece peor.

¡Tu brazo! Toda esa sangre… —Apretó los dientes y levantó su espada—. ¿Qué son esos papeles que le has dado a lord Alastair?

—Árboles genealógicos —dijo Paul sintiéndose desgraciado—. Series de antepasados de las líneas masculina y femenina de los viajeros del tiempo.

Gideon asintió con la cabeza.

—Sabía que vosotros dos erais los traidores, ¡pero no imaginaba que pudierais ser tan tontos! ¡Tratará de matar a todos los descendientes del conde! Y ahora también conoce los nombres de la línea femenina. Si por él fuera, nunca habríamos llegado a nacer.

—Deberías haberle matado cuando pudiste hacerlo —replicó Paul con aspereza—. Nunca debimos confiar en él. Escucha, ya no tengo mucho tiempo, en cualquier momento puedo volver a saltar de vuelta. Pero es importante que me escuches.

—¡No lo haré! —Los ojos verdes centelleaban furiosos—. Si hubiera sabido que hoy te encontraría aquí, habría traído un vaso de reactivo…

—Fue un error asociarnos con la Alianza —dijo Paul apresuradamente—. Lucy estaba en contra desde el principio. Pero yo pensé que si les ayudábamos a neutralizar al conde… —Se llevó la mano al estómago, y al hacerlo, sus dedos tropezaron con el pequeño fajo de cartas que llevaba oculto en la chaqueta—. ¡Maldita sea! ¡Toma! Coge esto, muchacho.

Vacilando, Gideon cogió el paquetito que le tendía.

—Deja de llamarme muchacho. Te saco media cabeza.

—Estas cartas contienen la parte de las profecías que el conde ha ocultado a los Vigilantes. Es importante que las leas antes de que se te ocurra la idea de correr a ver a tu querido conde y delatarnos. Mierda, Lucy me matará cuando lo oiga.

—¿Quién me garantiza que no son falsificaciones?

—¡Tú léelas! Entonces sabrás por qué robamos el cronógrafo. Y por qué queremos evitar que el conde cierre el Círculo. —Cogió aire—. Gideon, tienes que cuidar de Gwendolyn —dijo a toda prisa—. ¡Y debes protegerla del conde!

—¡Protegería a Gwendolyn de cualquiera! —Un brillo altanero resplandeció en sus ojos—. Pero no sé qué puede importarte eso a ti.

—¡Podría importarme mucho!

Paul hizo un esfuerzo por dominarse. No quería iniciar una pelea.

¡Dios, si el muchacho supiera lo que estaba en juego!

Gideon se cruzó de brazos.

—¡A causa de vuestra traición hace poco los hombres de Alastair estuvieron a punto de matarnos en Hyde Park a Gwendolyn y a mí! De modo que difícilmente vas a convencerme de que te preocupa su bienestar.

—No tienes ni idea… —Paul se detuvo. Sencillamente ya no tenía tiempo—. Es igual. Escucha. —Pensó en lo que había dicho Lucy y procuró poner el máximo énfasis en sus palabras—. Pregunta sencilla, respuesta sencilla: ¿amas a Gwendolyn?

Gideon no apartó los ojos de él ni un instante, pero Paul pudo ver claramente que había un brillo de inquietud en su mirada. ¿Tal vez era inseguridad? Fantástico, el muchacho podía manejar muy bien la espada, pero parecía un principiante en cuestión de sentimientos.

—¡Gideon, tengo que saber la respuesta! —insistió con tono cortante.

El rostro del joven perdió parte de su dureza.

—Sí —dijo simplemente.

Paul sintió que toda su rabia se desvanecía. Lucy lo había sabido desde el principio. ¡Cómo había podido dudar nunca de ella!

—Entonces lee los papeles —dijo rápidamente—. Solo así podrás comprender qué papel desempeña Gwendolyn en este asunto y todo lo que se juega.

Gideon le miró fijamente.

—¿Qué quiere decir eso?

Paul se inclinó hacia él.

—Gwendolyn morirá si tú no lo evitas. Eres el único que puede hacerlo. Y el único en quien ella confía, por lo que parece.

Apretó con más fuerza el brazo de Gideon al sentir que el vértigo amenazaba con dominarle. ¡Cuánto habría dado por tener uno o dos minutos más!

—¡Prométemelo, Gideon! —dijo desesperado.

Pero ya no pudo oír su respuesta, porque en ese momento todo se difuminó en torno a él y sintió un tirón en los pies que le lanzó a través del tiempo y el espacio.