11

Lo único triste fue que la canción fuera tan corta. Pensé en añadir una estrofa de mi propia cosecha, pero aquello solo hubiera estropeado el efecto general, de modo que lo dejé correr. Así que, lamentándolo un poco, canté mis líneas favoritas: «If you touch me, you’ll understand what happiness is. Look, a new day has begun», y encontré una vez más que aquella canción no podía haber sido escrita concretamente para los gatos.

Tal vez fuera cosa del ponche —en realidad era incluso casi seguro—, pero los invitados a esa soirée parecían haber disfrutado tanto con nuestra actuación como con las arias italianas de antes. En cualquier caso aplaudieron entusiasmados, y mientras lady Brompton se acercaba corriendo, yo me incliné hacia Gideon y dije emocionada:

—¡Gracias! ¡Ha sido todo un detalle por tu parte! ¡Y tocas tan, tan bien!

Gideon volvió a apoyar la cabeza en la mano, como si no pudiera creer lo que había hecho.

Lady Brompton me abrazó y mister Merchant me besó efusivamente en las dos mejillas, me llamó «garganta privilegiada» y exigió un bis.

Yo me sentía tan a gusto que hubiera continuado enseguida, pero en ese momento Gideon se despertó de su letargo, se levantó y me cogió de la muñeca.

—Estoy seguro de que Andrew Lloyd Weber estaría encantado si supiera que esta gente ya sabe apreciar su música, pero ahora mi hermana tiene que descansar. Hasta hace una semana tenía una inflamación de la garganta muy fuerte, y por prescripción médica tiene que cuidar su voz. Si no, incluso podría perderla para siempre.

—Por todos los cielos —exclamó lady Brompton—. ¿Por qué no nos lo dijisteis antes? ¡Pobre criatura!

Yo tarareé para mí, satisfecha, con la boca cerrada, «I Feel Pretty» de West Side Story.

—Yo… Me parece que vuestro ponche es muy especial —dijo Gideon—. Se diría que impulsa a la gente a abandonar toda prudencia.

—Oh, sí, desde luego que lo hace —dijo lady Brompton con una sonrisa radiante, y en voz más baja añadió—: Acabáis de desvelar el secreto de mis virtudes como anfitriona. Todo Londres nos envidia por la alegría que reina en nuestras fiestas, pero he necesitado años para perfeccionar la receta, y no tengo intención de hacerla pública hasta que me encuentre en mi lecho de muerte.

—Qué lástima —murmuré—. Pero es cierto: ¡vuestra soirée es mucho más animada de lo que había imaginado! Me habían asegurado que sería una aburrida y ceremoniosa…

—… su gobernanta es un poco conservadora —me interrumpió Gideon—. Y hay que decir que la vida social en Derbyshire es un poco limitada.

Lady Brompton rió entre dientes.

—Oh, sí, estoy convencida. ¡Oh, aquí llega por fin lord Alastair!

Nuestra anfitriona miró hacia la puerta, donde lord Brompton saludaba al recién llegado. Era un hombre de mediana edad (aunque resultaba difícil afirmarlo con certeza con esa peluca blanca) que llevaba una levita tan cargada de recamados y piedrecitas brillantes que parecía que emitiera luz como un faro. El hombre que se encontraba a su lado reforzaba aún más esa impresión. Su acompañante iba envuelto en una capa oscura y tenía el pelo negro como la pez, y la tez, aceitunada, e incluso desde lejos pude ver que sus ojos, como los de Rakoczy, parecían unos enormes agujeros negros.

En esa reunión tan abigarrada y enjoyada producía el efecto de un cuerpo extraño.

—Creí que Alastair ya no nos haría el honor de presentarse hoy. Lo que no hubiera sido tan trágico, la verdad. Su presencia no contribuye precisamente a crear un ambiente alegre y relajado. Trataré de endosarle un vasito de ponche y enviarle a jugar a las cartas a la habitación de al lado…

—Y nosotros trataremos de levantarle el ánimo con un poco de canto —añadió mister Merchant, y se sentó a la espineta—. ¿Me haría el honor, lady Lavinia? ¿Cosifan tutte?

Gideon me cogió la mano, la colocó sobre su brazo y me arrastró un poco más lejos.

—¿Cuánto has bebido, si puede saberse?

—Unos vasitos —reconocí—. Seguro que el ingrediente secreto es algo más que alcohol. ¿Absenta, tal vez? Como en esa película tan triste de Nicole Kidman, Moulin Rouge.

Suspiré.

—«The greatest thing you’ll ever learn is just to love and be loved in return». Apuesto a que también puedes tocar eso.

—Solo para que quede claro de una vez: detesto los musicales —me espetó Gideon—. ¿Crees que aguantarás unos minutos más? Lord Alastair ha llegado por fin, y cuando le hayamos saludado, podremos irnos.

—¿Ya? Qué lástima —dije.

Gideon me miró negando con la cabeza.

—Es evidente que has perdido completamente la noción del tiempo. Si pudiera, te metería la cabeza bajo un chorro de agua fría.

El conde de Saint Germain apareció a nuestro lado.

—Ha sido una actuación… muy especial —dijo, y miró a Gideon levantando las cejas.

—Lo siento —contestó Gideon suspirando, y dirigió la mirada a los recién llegados—. Lord Alastair parece haber engordado un poco.

El conde rió.

—No concibas falsas esperanzas. Mi enemigo sigue estando en magnífica forma. Rakoczy le ha visto practicar esgrima esta tarde en Galliano, y esos jóvenes lechuginos no tuvieron la menor oportunidad contra él. Sígueme, estoy ansioso por verle la cara.

—Hoy está tan simpático… —le susurré a Gideon mientras seguíamos al conde—. ¿Sabes?, la última vez me dio un susto de muerte, pero hoy casi tengo la sensación de estar hablando con mi abuelo o algo así. De algún modo me gusta este hombre. Ha sido tan amable por su parte regalarte el Stradivarius… Seguro que darían una fortuna por él si se subastara en eBay. Ups, este suelo es tan inestable… —Gideon me rodeó la cintura con el brazo.

—Te juro que te mataré cuando hayamos acabado con todo esto —murmuró.

—Oye, ¿te parece que hablo raro?

—Aún no —replicó—. Pero estoy seguro de que no tardarás.

—¿No os había dicho que llegaría en cualquier momento? —Lord Brompton posó una mano sobre el hombro del hombre resplandeciente y la otra sobre el del conde—. Por lo que me han explicado, no es necesario que haga las presentaciones. Lord Alastair, nunca me habíais mencionado que conocíais personalmente al famoso conde de Saint Germain.

—No es algo de lo que acostumbre alardear —dijo lord Alastair con tono arrogante.

Y el hombre vestido de negro de piel aceitunada, que se encontraba un poco más atrás, añadió con una voz ronca:

—Así es.

Sus ojos negros echaban chispas, y clavó la mirada en el rostro del conde como si quisiera taladrarlo, sin que quedara la menor duda de que le odiaba hasta lo más profundo de su ser. Por un momento pensé que había escondido una espada bajo su capa y que iba a sacarla en cualquier momento. De hecho, ya de entrada no podía explicarme por qué llevaba esa prenda encima. En primer lugar, hacía bastante calor, y por otra parte, en ese ambiente festivo parecía descortés y extravagante.

Lord Brompton sonrió encantado a todo el grupo, como si no hubiera percibido la hostilidad que se palpaba en el ambiente.

El conde dio un paso adelante.

—¡Lord Alastair, qué alegría! Aunque han pasado ya algunos años desde nuestro encuentro, nunca os he olvidado —dijo.

Como yo me encontraba detrás de Saint Germain, no podía verle la cara, pero me dio la sensación de que estaba sonriendo. Su voz sonaba cálida y jovial.

—Aún recuerdo nuestras conversaciones sobre la esclavitud y la moral y cómo me sorprendió que fuerais capaz de separar de una forma tan perfecta una cosa de la otra, igual que vuestro padre.

—El conde nunca olvida nada —dijo lord Brompton entusiasmado—. ¡Tiene un cerebro formidable! En los últimos días que he pasado en su compañía, he aprendido más que en toda mi vida anterior. ¿Sabíais, por ejemplo, que el conde está en disposición de fabricar piedras preciosas artificiales?

—Sí, estaba enterado de eso.

La mirada de lord Alastair se volvió aún más fría, si es que era posible, y su acompañante comenzó a respirar con dificultad, como alguien que está a punto de sufrir un ataque de locura homicida. Me quedé con los ojos clavados en su capa, totalmente fascinada.

—La ciencia no es precisamente la afición favorita de lord Alastair, si no recuerdo mal —dijo el conde—. Oh, qué descortesía por mi parte. —Dio un paso a un lado para que el lord pudiera vernos a Gideon y a mí—. Quería presentaros a estos dos encantadores jóvenes. En realidad, para ser sincero, esa es la única razón de que hoy me encuentre aquí. A mi edad, uno evita las reuniones multitudinarias y se va pronto a la cama por la noche.

Al lord casi se le salieron los ojos de las órbitas al ver a Gideon.

Lord Brompton desplazó su voluminoso cuerpo para situarse entre Gideon y yo.

—Lord Alastair, ¿puedo presentarle al hijo del vizconde de Batten? Y esta joven es la pupila del vizconde, la encantadora miss Gray.

Por dos motivos diferentes, mi reverencia resultó un poco menos respetuosa de lo que prescribía la etiqueta: primero porque temía por mi equilibrio, y luego porque el lord parecía tan arrogante que me olvidé del todo de que solo representaba a la pupila sin medios del vizconde de Batten. Pero es que yo misma era la nieta de un lord con un largo y glorioso linaje, y además la extracción social ya no desempeñaba ningún papel en nuestra época; se suponía que todos los hombres eran iguales, ¿no?

En cualquier otro momento, la mirada de lord Alastair me habría helado la sangre en las venas, pero el ponche era un anticongelante de lo más efectivo, y por eso reaccioné dirigiéndole a mi vez una mirada tan altiva como pude. De todos modos, durante un buen rato no me hizo ningún caso, concentrado como estaba en Gideon, al que no perdió de vista ni un momento mientras lord Brompton charlaba alegremente con nosotros.

Nadie se tomó la molestia de presentar al acompañante vestido de negro de lord Alastair, y nadie pareció enterarse cuando me gruñó, mirándome fijamente por encima del hombro del lord:

—¡Tú! ¡Demonio de ojos de zafiro! ¡No tardarás en viajar al infierno!

¿Cómo? ¿De verdad había dicho eso? Realmente aquello ya era demasiado.

Buscando ayuda, miré a Gideon, que tenía una sonrisa un poco tensa, pero no pronunció ni una palabra hasta que lord Brompton sugirió ir a buscar a su mujer y unos vasos de ponche.

—Por favor, lord Brompton, no os molestéis —dijo entonces—. De todos modos, tenemos que despedirnos enseguida. Mi hermana aún se encuentra un poco débil después de su larga enfermedad y no está acostumbrada a acostarse tan tarde. —Volvió a pasarme un brazo por la cintura y con el otro me sujetó el antebrazo—. Como podéis ver, se siente un poco insegura.

¡Cuánta razón tenía! El suelo se movía de una forma muy desagradable bajo mis pies. Agradecida, me apoyé en Gideon.

—¡Oh, enseguida estaré de vuelta! —exclamó el lord—. Seguro que mi mujer aún podrá convenceros de que os quedéis.

El conde de Saint Germain le miró sonriendo mientras se marchaba.

—Es un alma de Dios. Su ansia de armonía es tan grande que no soportaría que discutiéramos entre nosotros.

Lord Alastair examinó a Gideon con marcada hostilidad.

—En otra época viajaba bajo el nombre de un tal marqués de Welldone, si no recuerdo mal, y hoy parece que es el hijo de un vizconde. Diría que, como vos, vuestro protégé tiene cierta tendencia a la impostura. Es realmente deplorable.

—Se le conoce con el nombre de seudónimo diplomático —dijo el conde sin dejar de sonreír—. Pero vos no entendéis nada de eso. En cualquier caso, he oído que disfrutasteis mucho con el pequeño combate a espada de vuestro último encuentro, hace once años.

—Yo disfruto con cualquier combate —replicó lord Alastair, y como si no hubiera oído a su acompañante, que había susurrado «Aniquilad a los enemigos de Dios con las espadas del ángel y el arcángel», prosiguió sin inmutarse—: Y desde entonces he aprendido algunos trucos. Vuestro protegé, en cambio, parece haber envejecido solo unos pocos días en estos once años, y, como yo mismo he tenido ocasión de comprobar, no ha dispuesto de tiempo para mejorar su técnica.

Gideon le dirigió una mirada despectiva.

—¿Que vos mismo habéis podido comprobarlo? —dijo riendo—. Para eso deberíais haber estado presente, pero en realidad únicamente enviasteis a vuestros hombres, y para ellos mi técnica resultó más que suficiente. Con lo que de nuevo queda demostrado que es preferible ocuparse de estas cosas en persona.

—¿No habréis…? —Lord Alastair entrecerró los ojos—. Ah, habláis del incidente en Hyde Park del pasado lunes. Cierto, debería haberme encargado yo mismo. Pero solo fue una idea repentina. Sin embargo, sin la ayuda de la magia negra y de una… muchacha, difícilmente hubierais sobrevivido.

—Me alegra que planteéis las cosas con tanta franqueza —dijo el conde—, porque desde que vuestros hombres quisieron atentar contra la vida de mis jóvenes amigos, estoy algo disgustado… Pensaba que yo era la persona en la que concentrabais vuestras agresiones. Estoy seguro de que comprenderéis que no puedo permitir que vuelva a ocurrir nada semejante.

—Haced lo que creáis que debéis hacer, que yo, por mi parte, haré lo mismo —replicó lord Alastair, y su acompañante gruñó roncamente: «¡Muerte! ¡Muerte al demonio!», con un tono tan peculiar que no excluí la posibilidad de que llevara una espada láser oculta bajo la capa. En todo caso estaba claro que a aquel hombre le faltaba un tornillo. Encontré que no podía seguir ignorando su extraña conducta.

—Aunque no hemos sido presentados y sé que también tengo mis problemas con las normas de cortesía actuales —dije mirándole a los ojos—, creo que esos comentarios sobre muertes y demonios son absolutamente inaceptables.

—¡No hables conmigo, demonio! —replicó Darth Vader con malos modos—. ¡Soy invisible para tus ojos de zafiro! Y tus oídos no pueden escucharme.

—Ya me gustaría —dije, y de pronto desee estar en casa. O al menos en el sofá, por incómodo que fuera el respaldo. Toda la habitación se balanceaba en torno a mí como si estuviera en un barco en alta mar.

Gideon, el conde y lord Alastair parecían haber perdido momentáneamente el hilo de la conversación. Los tres se habían olvidado por completo de lanzarse comentarios crípticos y me miraban con cara de sorpresa.

—Las espadas de mis descendientes hendirán vuestra carne la Alianza Florentina se vengará del daño causado a mi estirpe y borrará de la faz de la Tierra lo que no es querido por Dios —dijo Darth Vader sin dirigirse a nadie en particular.

—¿Con quién estás hablando? —me susurró Gideon.

—Con ese de ahí —contesté, y me apreté un poco más contra él mientras señalaba a Darth Vader—. Alguien debería decirle que su capa parece… que no va precisamente a la última moda. Y que yo, si no le importa, no soy ningún demonio, y que tampoco quiero ser perforada por las espadas de sus descendientes ni ser borrada de la faz de la Tierra. Ay.

La mano de Gideon me había apretado el antebrazo.

—¿Qué significa esta comedia, conde? —preguntó lord Alastair mientras se ajustaba el ostentoso prendedor del pañuelo que llevaba en el cuello.

El conde no le prestó atención. Bajo las espesas cejas, sus ojos apuntaban hacia mí.

—Esto es interesante —dijo en voz baja—. Por lo que se ve, esta muchacha puede ver directamente vuestra negra y confundida alma, mi querido Alastair.

—Ha bebido tanto ponche que me temo que esta delirando —repuso Gideon, y me susurró al oído—: ¡Cierra la boca!

De repente se me contrajo el estómago, porque por fin comprendí con espanto que los otros no podían ver ni oír a Darth Vader, ¡y no podían verlo ni oírlo justamente porque era un maldito fantasma! Si no hubiera estado tan borracha, lo habría deducido mucho antes. ¿Cómo se podía ser tan idiota? Ni sus ropas ni su peinado encajaban con ese siglo, y a más tardar cuando había empezado con esa patética ronquera debería haberme dado cuenta de quién o qué tenía ante mí.

Lord Alastair echó la cabeza hacia atrás y dijo:

—Los dos sabemos qué alma pertenece aquí al demonio, conde. ¡Con la ayuda de Dios impediré que esas… «criaturas» lleguen siquiera a nacer!

—Hendidas por las espadas de la santa Alianza Florentina —completó Darth Vader con un tono lleno de unción.

El conde rió.

—Seguís sin comprender las leyes del tiempo, Alastair. Ya solo el hecho de que estos dos jóvenes estén hoy aquí ante vos demuestra que vuestra empresa no tendrá éxito. Por eso tal vez sería mejor que no contarais demasiado con la ayuda de Dios en este asunto. Y tampoco, en adelante, con mi paciencia.

Un aire gélido impregnaba ahora su mirada y su voz, y pude ve que el lord se estremecía. Por un breve instante de su rostro desapareció toda señal de arrogancia, y un miedo cerval se reflejó en sus rasgos.

—Por haber cambiado las reglas del juego, merecéis la muerte —dijo el conde exactamente con la misma voz con la que me había dado un susto mortal en nuestro último encuentro, y de golpe volví a ser consciente de que ese hombre era muy capaz de cortarle la garganta a alguien con sus propias manos.

—Vuestra amenaza no me impresiona —susurró lord Alastair pero su rostro desmentía sus palabras. Pálido como un muerto se llevó la mano a la nuez.

—¿No querréis marcharos ya, queridos?

Lady Brompton se acercó rápidamente a nosotros entre un susurro de faldas y nos miró con aire risueño.

Los rasgos del conde de Saint Germain volvieron a relajarse. Ahora era todo amabilidad.

—Ah, aquí está nuestra encantadora anfitriona. Debo decir que hacéis honor a vuestra fama, milady. Hacía tiempo que no me divertía tanto.

Lord Alastair se frotó el cuello. Poco a poco el color volvió a sus mejillas.

—¡Satanás! ¡Satanás! —exclamó Darth Vader exaltado—. Te aniquilaremos, te arrancaremos esa lengua viperina con nuestras propias manos…

—Mis jóvenes amigos lamentan tanto como yo que tengamos que irnos ya —continuó el conde sonriendo—. Pero pronto volveréis a verlos, en el baile de lord y lady Pimplebottom.

—Una reunión siempre es tan interesante como lo son sus invitados —dijo lady Brompton—. Por eso me alegraría poder volver a recibiros aquí muy pronto. Así como a vuestros encantadores jóvenes amigos. Ha sido un gran placer para todos nosotros.

—El placer es nuestro —repuso Gideon, y me soltó con cuidado, como si no estuviera seguro de que fuera a mantenerme en pie por mí misma.

Aunque la sala seguía balanceándose como un barco y los pensamientos en mi cabeza parecían flotar entre brumas (para seguir con la imagen), al despedirme saqué fuerzas de flaquza y conseguí hacer honor a las enseñanzas de Giordano y sobre todo de James.

Solo ignoré deliberadamente a lord Alastair y a su fantasma, que seguía lanzando amenazas salvajes. Me incliné ante lord y lady Brompton y les di las gracias por esa hermosa velada, y no moví ni una ceja cuando lord Brompton dejó la huella húmeda de un beso en mi mano.

Ante el conde ejecuté una profunda reverencia, pero no me atreví a volver a mirarle a la cara. Cuando dijo en voz baja: «Nos veremos ayer por la tarde, pues», me limité a asentir con la cabeza y esperé con la cabeza gacha a que Gideon volviera a mi lado y me sujetara del brazo. Luego, agradecida, dejé que me acompañara fuera del salón.

* * *

—¡Maldita sea, Gwendolyn, esto no es ninguna fiesta con tus amigos de la escuela! ¿Cómo has podido hacerlo?

Gideon me colocó con brusquedad el chal sobre los hombros. Parecía como si tuviera ganas de sacudirme.

—Lo siento —dije por enésima vez.

—Lord Alastair ha venido acompañado solo de un paje y de su cochero —murmuró Rakoczy, que había surgido detrás de Gideon como una aparición—. El camino y la iglesia están asegurados. Todas las entradas de la iglesia están vigiladas.

—Vamos, pues —dijo Gideon, y me cogió de la mano.

—También podría llevar a la joven dama en brazos —propuso Rakoczy—. Parece un poco inestable sobre sus piernas.

—Una idea seductora, pero no, gracias —dijo Gideon—. Podrá caminar unos metros sola, ¿no es verdad?

Asentí sin dudarlo.

La lluvia caía con más fuerza ahora, y después de haber estado en el bien iluminado salón de los Brompton, el camino de vuelta a la iglesia en la oscuridad resultaba aún más siniestro que el de ida. De nuevo tuve la sensación de que las sombras cobraban vida a nuestro paso y me pareció ver una figura acechando en cada esquina, preparada para abalanzarse sobre nosotros. «… Y borrará de la faz de la Tierra lo que no es querido por Dios», parecían susurrar las sombras.

Tampoco Gideon daba la impresión de sentirse muy tranquilo. Caminaba tan deprisa que tenía que esforzarme para mantener el paso, y no decía ni una palabra. Por desgracia, el agua de la lluvia no contribuía a aclararme la cabeza ni tampoco a que el suelo dejara de balancearse. Por eso me sentí infinitamente aliviada cuando llegamos a la iglesia y Gideon me hizo sentar en uno de los bancos ante el altar. Mientras él y Rakoczy intercambiaban unas palabras, cerré los ojos y maldije mi falta de juicio.

Desde luego ese ponche también había tenido efectos positivos, pero en conjunto habría sido mejor que me hubiera atenido a mi pacto antialcohol con Leslie. Retrospectivamente, uno siempre es más listo.

Como a nuestra llegada, ante el altar ardía una única vela, y aparte de esa isla de luz pequeña y vacilante, la iglesia se hallaba totalmente a oscuras.

Cuando Rakoczy se retiró —«Todas las puertas y ventanas estarán vigiladas por mi gente hasta que saltéis de vuelta»—, me dominó el miedo. Levanté la cabeza para mirar a Gideon, que se había acercado al banco.

—Esto es tan terrorífico como lo de fuera. ¿Por qué no se queda con nosotros?

—Por cortesía. —Cruzó los brazos—. No quiere oír cómo te grito. Pero no te preocupes, estamos solos. La gente de Rakoczy ha registrado todos los rincones de la iglesia.

—¿Cuánto tiempo queda para que volvamos a saltar?

—Ya no falta mucho. Gwendolyn, supongo que tienes claro que prácticamente has hecho todo lo contrario de lo que debías hacer, ¿no?

Como siempre, en realidad.

—No deberías haberme dejado sola; ¡apuesto a que eso también era todo lo contrario de lo que debías hacer!

—¡Muy bien, ahora échame la culpa a mí! ¡Primero te emborrachas, luego cantas canciones de películas y para acabar te comportas como una loca precisamente ante lord Alastair! ¿De qué demonios iba esa charla sobre espadas y demonios?

—No he sido yo la que ha empezado. Ha sido ese oscuro y siniestro fan… —Me mordí el labio. Sencillamente no podía explicárselo, ya me sentía bastante rara sin necesidad de eso.

Gideon interpretó de una forma totalmente equivocada mi repentino silencio.

—¡Oh, no, por favor, ahora no vomites! Y si tienes que hacerlo que sea lejos de mí. —Me miró un poco asqueado—. Por Dios, Gwendolyn, entiendo que pueda tener cierta gracia emborracharse en una fiesta, ¡pero no precisamente en esta!

—No voy a vomitar. —Al menos de momento—. Y nunca bebo en las fiestas, aunque Charlotte te haya dicho lo contrario.

—No me ha dicho nada de eso —dijo Gideon.

Me eché a reír.

—Si, claro. Tampoco te ha dicho que Leslie y yo estábamos ligadas con todos los chicos de la clase y además con prácticamente todo el curso siguiente, ¿no?

—¿Por qué iba a decir algo así?

«Déjame que piense, ¿tal vez porque es una traicionera bruja lirroja?» Traté de rascarme en la coronilla, pero mis dedos no pudieron atravesar la montaña de rizos. Por eso saqué un alfiler y lo usé como rascador.

—¡Lo siento! ¡De verdad! Se podrá decir lo que se quiera de Charlotte, pero lo que es seguro es que ella ni siquiera hubiera olido ese ponche.

—Sí, eso es cierto —dijo Gideon, y de pronto sonrió—. De todos modos, en ese caso toda esa gente tampoco habría podido oír a Andrew Lloyd Webber doscientos años antes de tiempo, lo que habría sido una verdadera lástima.

—Tienes razón… aunque seguramente mañana querré que se me trague la tierra de vergüenza por lo que he hecho. —Hundí la cabeza entre las manos—. En realidad hoy mismo, ahora que lo pienso.

—Eso es bueno —dijo Gideon—. Significa que el efecto del alcohol va cediendo poco a poco. Pero aún tengo otra pregunta que hacerte: ¿para qué necesitabas un cepillo del pelo?

—Para que me hiciera de micro —murmuré entre los dedos—. ¡Oh, Dios mío!

Soy terrible.

—Pero tienes una voz bonita —dijo Gideon—. Incluso a mí, que odio los musicales, me ha gustado.

—¿Cómo puedes tocar tan bien si lo odias? —Apoyé las manos sobre la falda y le miré—. ¡Has estado increíble! ¿Hay algo que no sepas hacer? —Dios mío, sonaba como una groupie.

—¡No! Puedes tomarme tranquilamente por un Dios —dijo, sonriendo con ironía—. De alguna manera, es un detalle por tu parte. Ven, casi es la hora.

Tenemos que colocarnos en nuestra posición.

Me levanté y traté de mantenerme bien erguida.

—Aquí encima —me dirigió Gideon—. Vamos, no pongas esa cara de pena, por favor. En el fondo la velada ha sido un éxito. Tal vez haya sido un poco distinto a lo que podía imaginarse, pero en realidad todo ha transcurrido conforme al plan. Eh, sin moverse. —Me rodeó la cintura con las dos manos y me atrajo hacia sí, hasta que mi espalda descansó en su pecho—. Puedes apoyarte contra mí si quieres. —Calló un momento—. Y siento haber sido tan desagradable hace un momento.

—Ya está olvidado.

No era del todo verdad, pero era la primera vez que Gideon se disculpaba por su conducta, y no sé si por el alcohol o porque dejaba de hacerme efecto, aquello me emocionó mucho.

Durante un rato permanecimos callados mirando la luz oscilante de la vela, que brillaba lejos ante el altar. Las sombras entre las columnas parecían moverse también, y dibujaban motivos oscuros sobre el suelo y el techo.

—Ese Alastair, ¿por qué odia tanto al conde? ¿Es algo personal?

Gideon empezó a jugar con uno de los rizos que me caían sobre los hombros.

—Según cómo se mire. Lo que tan pomposamente se conoce como Alianza Florentina es en realidad desde hace siglos una especie de empresa familiar. En sus viajes en el tiempo al siglo XVI, el conde se vio envuelto sin querer en un conflicto con la familia del conté di Madrone en Florencia. O digamos que sus capacidades fueron interpretadas por esa gente de un modo totalmente equivocado. Los viajes en el tiempo no encajaban con la mentalidad religiosa del conte y además parece que hubo un malentendido con su hija; en cualquier caso, se convenció de que se encontraba frente a un demonio y creyó que Dios le había llamado a aniquilar a ese engendro de los infiernos. —De pronto su voz sonó muy cerca de mi oído, v antes de seguir hablando me rozó el cuello con los labios—. Cuando el Conte di Madrone murió, su hijo recogió el testigo, y luego el hijo de su hijo, y así sucesivamente. Asi que se podría decir que lord Alastair es el último de un linaje de arrogantes fanáticos cazadores de demonios.

—Comprendo —dije, lo que no era exactamente cierto, pero algún modo encajaba con lo que había visto y oído antes—. Oye, ¿me estás besando?

—No, solo un poco —murmuró Gideon, con los labios pegados a mi piel—. De ninguna manera me gustaría aprovecharme de que estás borracha y ahora me tomas por un Dios. Pero de algún modo me resulta difícil…

Cerré los ojos y apoyé la nuca en su hombro, y él me apretó con más fuerza.

—Como he dicho, realmente no me lo pones fácil. Contigo en las iglesias siempre se me ocurren ideas tontas…

—Hay algo que no sabes sobre mí —dije con los ojos cerrados—. A veces veo… puedo… en fin, que veo a personas que hace tiempo que murieron… A veces puedo verlas y oír lo que dicen. Como antes. Creo que el hombre que he visto junto a lord Alastair podría ser ese conde italiano.

Gideon guardó silencio. Probablemente en ese momento estaba pensando cómo recomendarme un buen psiquiatra con el máximo tacto posible.

Suspiré. Debería habérmelo guardado ahora. Solo faltaba que, además, me tomara por loca.

—Ya empieza, Gwendolyn —dijo. Me apartó un poco y me giró de modo que pudiera verle. Estaba demasiado oscuro para interpretar su expresión, pero vi que no estaba sonriendo. Estaría bien que en los segundos en que esté fuera te estuvieras quieta. ¿Preparada?

Sacudí la cabeza.

—En realidad, no.

—Ahora te soltaré —dijo, y en el mismo instante había desaparecido.

Me encontré sola en la iglesia con todas esas sombras oscuras. Pero solo unos segundos más tarde noté una sensación de vértigo en el vientre y las sombras empezaron a girar.

—Ya está aquí —dijo la voz de mister George.

Parpadeé deslumbrada. La iglesia estaba muy iluminada y, comparada con el resplandor dorado de las velas del salón de lady Brompton, la luz de los focos halógenos resultaba francamente molesta.

—Todo está en orden —dijo Gideon dirigiéndome una mirada escrutadora—. Ya puede guardar su maletín de médico, doctor White.

El doctor White gruñó algo ininteligible. De hecho, el altar estaba cubierto de instrumentos que uno habría esperado encontrar más bien en una mesa de operaciones.

—Por todos los cielos, doctor White, ¿eso son fórceps? —rió Gideon—. Su idea de una soirée en el siglo XVIII es realmente curiosa.

—Quería estar preparado para cualquier eventual —replicó el doctor White mientras volvía a guardar sus instrumentos.

—Estamos ansiosos por escuchar vuestro informe —dijo Falk de Villiers.

—Uf, es un alivio poder quitarse por fin toda esta ropa.

Gideon se desanudó el pañuelo del cuello.

—¿Todo ha… ido bien, entonces? —preguntó mister George inquieto, mirándome de reojo.

—Sí —dijo Gideon arrojando el pañuelo a un lado—. Todo ha transcurrido exactamente como estaba planeado. Aunque lord Alastair se ha retrasado un poco, ha llegado a tiempo para vernos. —Me dirigió una sonrisa irónica—. Y Gwendolyn ha cumplido magníficamente con su misión. La auténtica pupila del vizconde de Batten no lo habría hecho mejor.

No pude evitar sonrojarme.

—Para mí será una satisfacción informar de ello a Giordano —dijo mister George muy orgulloso, y añadió ofreciéndome el brazo—: No hubiera esperado otra cosa…

—No, claro que no —murmuré yo.

* * *

Caroline me despertó con un susurro:

—¡Gwenny, deja de cantar! ¡Es patético! ¡Tienes que ir a la escuela!

Me incorporé de golpe y la miré:

—¿He cantado?

—¿Qué?

—Has dicho que deje de cantar, ¿verdad?

—¡He dicho que tienes que levantarte!

—¿De modo que no cantaba?

—Dormías —dijo Caroline sacudiendo la cabeza—. Date prisa, ya llegas tarde otra vez. ¡Y mamá me ha dicho que te diga que hagas el favor de no usar su gel de baño!

Bajo la ducha traté de mantener apartados de mi mente los recuerdos del día anterior; pero no acabé de conseguirlo, y por eso perdí unos cuantos minutos murmurando con la frente apoyada contra la cabina de la ducha: «Solo ha sido un sueño, solo ha sido un sueño». El dolor de cabeza tampoco contribuía a mejorar las cosas.

Cuando por fin llegué al comedor, el desayuno, por suerte, prácticamente había terminado. Xemerius estaba colgado de la lámpara y balanceaba la cabeza.

—¿Qué, ya vuelves a estar sobria, pequeña borrachína?

Lady Arista me repasó con la mirada.

—¿Lo de pintarte solo un ojo es intencionado?

—Eh… no.

Quise volver arriba, pero mi madre dijo:

—¡Lo primero es desayunar!

Puedes ponerte el rímel después.

—El desayuno es la comida más importante del día —completó la tía Glenda.

—¡Tonterías! —dijo la tía Maddy, que estaba sentada en batín en el sillón reclinable ante la chimenea y se sujetaba las rodillas con los brazos como una niña pequeña—. También te puedes saltar el desayuno; así se ahorran un montón de calorías que se pueden invertir por la noche en un vasito de vino. O en dos o tres.

—Parece que el gusto por las bebidas alcohólicas viene de familia —dijo Xemerius.

—Sí, como puede comprobarse muy bien en tu figura —susurró la tía Glenda.

—Me gusta estar un poco gordita, pero no que me tomen por sorda, Glenda —dijo la tía Maddy.

—Hubiera sido mejor que te quedaras en la cama —dijo lady Arista—. El desayuno es más relajado para todos cuando te duermes.

—¡Es que por desgracia no he podido elegir! —exclamó la tía Maddy.

—Ha vuelto a tener una visión esta noche —me explicó Caroline.

—Sí, ya lo creo —dijo la tía Maddy—. Y ha sido horroroso. Tan triste. Me ha dejado destrozada. Había ese precioso corazón de rubí pulimentado que resplandecía al sol… Estaba arriba de todo, en un saliente de la roca.

No estaba segura de querer oír lo que seguiría.

Mamá me sonrió.

—Come algo, cariño. Al menos un poco de fruta. Y no hagas caso.

—Y entonces pasó ese león… —La tía Maddy suspiró—. Con su magnífico pelaje dorado…

—Uuuh —soltó Xemerius—. Apuesto a que también tenía unos ojos verdes resplandecientes.

—Tienes rotulador en la cara —le dije a Nick.

—Chissst, calla —replicó—, ahora es cuando se pone emocionante.

—Y cuando el león vio el corazón ahí en la roca, le dio un golpe con su zarpa y el corazón cayó al precipicio, a muchos, muchos metros de profundidad —dijo la tía Maddy llevándose dramáticamente la mano al pecho—. Al chocar contra el fondo, se rompió en cientos de pedacitos, y cuando miré mejor, vi que eran gotas de sangre…

Tragué saliva. De repente me sentía mareada.

—Ups —dijo Xemerius.

—¿Y qué pasó después? —preguntó Charlotte.

—Nada más —dijo la tía Maddy—. Ya fue bastante terrible.

—Oh —dijo Nick decepcionado—. Había empezado tan bien…

La tía Maddy le fulminó con la mirada.

—¡Yo no me dedico a escribir guíones, muchacho! —le espetó enfadada.

—Gracias a Dios —murmuró la tía Glenda. Luego se volvió hacia mí, abrió la boca y volvió a cerrarla.

En su lugar habló Charlotte.

—Gideon me ha explicado que superaste bien lo de la soireé. La verdad es que me sentí muy aliviada al saberlo. Creo que todos lo hicieron.

La ignoré y dirigí una mirada cargada de reproche a la araña del techo.

—Bueno… ayer por la noche quería contarte que la metomentodo se quedó a cenar en casa de Gideon; pero… ¿Cómo podría expresarlo?… Tú estabas, de algún modo, un poco… indispuesta —dijo Xemerius.

Solté un resoplido.

—¿Qué quieres que haga si tu preciosa joya la invita a cenar? —Xemerius se descolgó y voló, cruzando sobre la mesa, hasta el asiento vacío de la tía Maddy, donde se sentó bien erguido y enroscó cuidadosamente su cola de lagarto en torno a sus pies—. Quiero decir que yo también lo habría hecho en su lugar. Por un lado, ella se pasó todo el día haciendo de niñera de su hermano, y, por si fuera poco, luego además le ordenó todo el piso y le planchó las camisas.

—¿Qué?

—Como he dicho, yo no puedo hacer nada ante eso. En todo caso, él se sentía tan agradecido que tuvo que enseñar enseguida lo rápido que es capaz de hacer aparecer un plato de espaguetis para tres personas… El muchacho estaba tan eufórico que me vi tentado de pensar que se había tomado algo. Y ahora vuelve a cerrar la boca, todos te están mirando.

En efecto lo hacían.

—Voy a pintarme el otro ojo —dije.

—También podrías ponerte un poco de lápiz de labios —dijo Charlotte—. Es solo una sugerencia.

* * *

—¡La odio! —exclamé—. La odio. ¡La odio!

—¡Eh, venga! ¿Solo porque le plancha las camisas? —Leslie me miró sacudiendo la cabeza—. Pero eso es… ¡una estupidez!

—Ha cocinado para ella —gemí—. ¡Estuvo todo el día en su piso!

—Sí, pero en cambio en la iglesia estuvo haciendo manitas contigo y te besó —dijo Leslie, y lanzó un suspiro—. No lo hizo.

—Bueno, pero le hubiera gustado.

—¡También besó a Charlotte!

—Pero solo para despedirse, ¡en la mejilla! —me chilló al oído Xemerius—. Creo que, si tengo que repetirlo otra vez, reviento. Me largo. Estos cotilleos de chicas me ponen malo.

En un aleteo, se subió al tejado de la escuela y allí se puso cómodo.

—No quiero oír ni una palabra más sobre esto —espetó Leslie—. Ahora es mucho más importante que recuerdes todo lo que se dijo ayer. Y me refiero a cosas que importen realmente, ¡ya sabes cuestiones de vida o muerte!

—Te he explicado todo lo que sé —le aseguré y me dí un masaje en la frente.

Gracias a las tres aspirinas que me había tomado, el dolor de cabeza había desaparecido, pero aún sentía una molestia difusa alrededor de las sienes.

—Hum… —Leslie se inclinó sobre sus notas—. ¿Por qué no le preguntaste a Gideon en qué circunstancias encontró a ese lord Alastair hace once años y de qué combate a espada hablaban?

—¡Créeme, hay muchas cosas que no le he preguntado aparte de eso!

Leslie volvió a suspirar.

—Te haré una lista. Así podrás dejar caer una pregunta de vez en cuando, en el momento apropiado y cuando tus hormonas te lo permitan. —Guardó el bloc de notas y miró hacia la puerta de la escuela—. Tenemos que subir; si no, llegaremos tarde. No quiero perderme el momento en que Raphael Bertelin entre por primera vez en la clase. Pobre chico, probablemente al ponerse el uniforme de la escuela se habrá sentido como si se vistiera con un uniforme de presidiario.

Aún dimos un pequeño rodeo para pasar ante el nicho de James. En medio del alboroto de la entrada a clase no llamaba especialmente la atención que hablara con él, sobre todo porque Leslie se colocaba de modo que pareciera que hablaba con ella.

James se llevó a la nariz su pañuelo de bolsillo perfumado y miró alrededor como si buscara algo.

—Veo que esta vez no has traído a ese gato maleducado.

—Imagínate, James, he estado en una soirée en casa de lady Brompton —le conté—. Y he hecho las reverencias exactamente como me habías enseñado.

—Vaya, vaya, lady Brompton —dijo James—. No tiene fama de ser una compañía muy recomendable. Parece que sus veladas son algo turbulentas.

—Sí, es verdad. Pero pensé que tal vez eso era lo normal entonces.

—¡A Dios gracias, no! —replicó James molesto, y frunció los labios.

—Bueno, sea como sea, creo que el próximo sábado o así estoy invitada a un baile que se celebrará en casa de tus padres. Lord y lady Pimplebottom.

—Me cuesta imaginarlo —replicó James—. Mi madre es muy estricta en la elección de sus relaciones.

—Vaya, muchísimas gracias —dije, y me volví para marcharme—. ¡Eres un auténtico esnob!

—¡No lo decía con intención de ofender! —me gritó James cuando me iba—. ¿Y qué es un esnob?

Raphael ya estaba apoyado en la puerta cuando llegamos a la clase. Y parecía tan desgraciado que nos paramos a hablar con él.

—Eh, yo soy Leslie Hay y esta es Gwendolyn Shepherd —dijo Leslie—. Nos conocimos el viernes delante del despacho del director.

Una débil sonrisa le iluminó la cara.

—Me alegro de que al menos vosotras me reconozcáis. A mí mismo me ha costado reconocerme en el espejo.

—No me extraña —dijo Leslie—. Pareces un camarero de barco. Pero no te preocupes, te acostumbrarás.

La sonrisa de Raphael se hizo más amplia.

—Solo tienes que preocuparte de que la corbata no se te meta en la sopa —añadí yo—. A mí me pasa continuamente. Leslie asintió.

—Además, generalmente la comida es horrible, pero, por lo demás, tampoco se está tan mal aquí. Estoy segura de que pronto te encontrarás como en casa.

—Tú no has estado nunca en Sudáfrica, ¿verdad? —preguntó Raphael con cierta amargura.

—No —dijo Leslie.

—Se ve. Nunca podré sentirme como en casa en un país en el que llueve veinticuatro horas al día.

—A los ingleses no nos gusta que siempre se hable tan mal del tiempo que tenemos —observó Leslie—. Ah, ahí viene mistress Counter. Estás de suerte, porque es un poco francófila. Estará encantada contigo si de vez en cuando cuelas un par de palabras en francés al hablar.

Tu es mignonne —dijo Raphael.

—Lo sé —replicó Leslie mientras me arrastraba hacia delante—. Pero yo no soy francófila.

—Le gustas —dije al tiempo dejaba caer los libros sobre mi mesa.

—Por mí perfecto —dijo Leslie—. Por desgracia, no es mi tipo. Me eché a reír.

—¡Sí, claro!

—Oh, vamos, Gwen, ya es suficiente con que una de las dos haya perdido la razón. Conozco a esos tipos. No traen más que problemas. Además, solo está interesado en mí porque Charlotte le ha dicho que soy una chica fácil.

—Y porque te pareces a tu perro Bertie —dije.

—Sí, exacto, y por eso. —Leslie rió—. Además, ya verás como se olvida de mí en cuanto Cynthia se le eche encima. Mira, ha hecho una visita extra a la peluquería, lleva mechas nuevas.

Pero Leslie se equivocaba. Estaba claro que Raphael no tenía mucho interés en hablar con Cynthia. En el descanso, mientras estábamos sentadas en el banco bajo el castaño y Leslie estudiaba de nuevo la hoja con el código del Caballero Verde, Raphael se acercó paseando, se sentó junto a nosotras sin que le hubiéramos invitado a hacerlo y dijo:

—Oh, fantástico, Geocaching.

—¿Qué?

Leslie le miró desconcertada.

Raphael señaló la hoja.

—¿No conocéis el Geocaching? Es una especie de gincana moderna con GPS. Esos números tienen toda la pinta de ser coordenadas geográficas.

—No, solo son… ¿De verdad?

—Déjame ver. —Raphael le cogió la hoja de la mano—. Sí. Presuponiendo que el cero antes de las letras es un cero voladito y por tanto representa el «grado». Y los trazos son «minutos» y «segundos».

Un grito estridente llegó hasta nosotros. Cynthia le dijo algo a Charlotte en la escalera haciendo aspavientos con los brazos, y a continuación Charlotte nos miró con mala cara.

—¡Oh, Dios mío! —dijo Leslie entusiasmada—. Entonces, ¿esto significa «51 grados, 30 minutos, 41.78 segundos norte y 0 grados. 8 minutos, 49.91 segundos este»?

Raphael asintió.

—¿De manera que describe un lugar? —pregunté.

—Sí, exacto —dijo Raphael—. Un lugar bastante pequeño, de unos cuatro metros cuadrados. Y… ¿qué hay allí? ¿Una caché?

—Ya nos gustaría a nosotras saber qué hay —dijo Leslie—. De momento ni siquiera sabemos dónde está.

Raphael se encogió de hombros.

—Eso es fácil de descubrir.

—¿Y cómo? ¿Se necesita un GPS? Yo no tengo ni idea de cómo funcionan esos aparatos —dijo Leslie excitada.

—Pero yo sí. Podría ayudarte —respondió Raphael.

«Mignonne». Volví a girar la cabeza hacia la escalera. Ahora, al lado de Cynthia y Charlotte, también estaba Sarah, y las tres nos miraban fijamente con cara de indignación.

—Muy bien. Pero tiene que ser esta tarde —dijo Leslie, que no se había enterado de nada—. No podemos perder más tiempo.

—Yo tampoco tengo tiempo que perder —convino Raphael—. ¿Qué te parece si nos encontramos a las cuatro en el parque? Para entonces creo que ya habré podido deshacerme de Charlotte.

Le dirigí una mirada compasiva.

—No pienses que será tan fácil.

Raphael sonrió.

—Creo que me subestimas, pequeña viajera del tiempo.