6

Esta vez nada nos molestó, no hubo saltos en el tiempo ni daimones gárgola descarados. Mientras sonó «Hallelujah», el beso siguió siendo muy dulce y delicado, pero después Gideon hundió las manos en mis cabellos y me atrajo hacia sí. Aquello ya no era un beso suave, y la reacción que me provocó me sorprendió a mí misma. De repente, mi cuerpo se volvió blando y ligero y mis brazos se colgaron con autonomía del cuello de Gideon. No tengo ni idea de cómo ocurrió, pero en algún momento de los siguientes minutos y sin dejar de besarnos aterrizamos en el sofá verde, y allí seguimos besándonos hasta que Gideon se sentó súbitamente y miró su reloj.

—Como he dicho, es una lástima que no pueda besarte más—dijo jadeando un poco. Tenía las pupilas enormes y sus mejillas habían enrojecido visiblemente.

Me pregunté qué aspecto debía de tener yo. Como provisionalmente había mutado en una especie de pudin humano, no estaba en condiciones de liberarme de mi posición recostada. Y constaté con horror que no tenía ni idea del tiempo que hacía que se había acabado el «Hallelujah». ¿Diez minutos? ¿Media Hora? Todo era posible.

Gideon me miró, y me pareció ver algo parecido a la perplejidad en sus ojos.

—Deberíamos recoger nuestras cosas—dijo finalmente—. Y deberías hacer algo urgente con tus cabellos; parece como si algún idiota se hubiera puesto a revolver en ellos con las dos manos y luego te hubiera tirado sobre el sofá… Sea quien sea el que nos espere sabrá que dos y dos son cuatro… Oh, por Dios, no me mires así.

—¿Cómo?

—Como si ya no pudieras moverte.

—Es que no puedo —dije en serio—. Soy un pudin. Me has transformado en un pudin.

Una breve sonrisa iluminó por un instante el rostro de Gideon, y luego se puso en pie de un salto y empezó a guardar mis cosas en la cartera.

—Vamos, pudincito, levántate de una vez. ¿Tienes un peine o un cepillo?

—En algún sitio ahí dentro —contesté con voz apagada.

Gideon sostuvo en alto el estuche de las gafas de sol de la madre de Leslie.

—¿Aquí dentro?

—¡No! —grité, y el pánico puso punto final a mi existencia como pudin.

Salté como movida por un resorte, le arranqué a Gideon el estuche con el cuchillo para verdura japonés y lo volví a tirar dentro de la cartera. Si Gideon se extrañó, no lo pareció. Dejó la silla en su sitio junto a la pared y volvió a mirar su reloj, mientras yo sacaba el cepillo del pelo.

—¿Cuánto tiempo nos queda todavía?

—Dos minutos —dijo Gideon, y recogió el iPod del suelo. No tenía ni idea de cómo había llegado allí. O cuándo.

Me cepillé el cabello nerviosamente.

Gideon me observaba con aire serio.

—¿Gwendolyn?

—¿Hum…?

Dejé caer el cepillo y le devolví la mirada con tanta tranquilidad como pude. ¡Oh, Dios mío! Era increíblemente guapo. Una parte de mi cuerpo quería volver a transformarse en pudin.

—¿Has…?

Esperé.

—¿Qué?

—No, nada, no importa.

La conocida sensación de vértigo se extendió por mi estómago.

—Creo que ya empieza—dije.

—Sujeta bien la cartera. No debes soltarla en ningún momento. Y acércate un poco hacia aquí; si no, aterrizarás sobre la mesa.

Cuando me acercaba, todo se difuminó ante mis ojos, y una fracción de segundo después aterricé suavemente sobre mis pies, justo ante los ojos abiertos de par en par de mister Marley. La cara impertinente de Xemerius me observaba por encima de su hombro.

—Bueno, por fin —dijo Xemerius—. Ya llevo un cuarto de hora aguantando los soliloquios de este pelirrojo.

—¿Está usted bien, miss? —tartamudeó mister Marley retrocediendo un paso.

—Sí, lo está—respondió Gideon, que había aterrizado detrás de mí, y mientras lo decía, me dirigió una mirada escrutadora.

Cuando le sonreí, miró rápidamente hacia otro lado.

Mister Marley carraspeó.

—Me han encargado que le diga que le esperan en la Sala del Dragón, sir. El Cír… El número siete ha llegado y desea mantener una conversación con usted. Si me lo permite, llevaré a la miss hasta su coche.

—La miss no tiene ningún coche —dijo Xemerius—. Ni siquiera tiene carnet de conducir, cretino.

—No es necesario, yo la acompañaré arriba.

Gideon cogió la venda negra.

—¿De verdad hace falta?

—Sí, hace falta. —Gideon me ató el pañuelo en la nuca, y al hacerlo me enganchó el cabello y me tiró de los pelos; pero yo no tenía ninguna intención de quejarme, de manera que me limité a morderme los labios—. Si no conoces el lugar donde se guarda el cronógrafo, no podrás revelarlo y nadie podrá estar acechando nuestra llegada en el momento, sea cuando sea, en que aterricemos en el lugar indicado.

—Pero este sótano pertenece a lo Vigilantes, y las entradas y salidas están vigiladas en todas las épocas —dije.

—En primer lugar, en estas bóvedas hay todavía más caminos que a través de los edificios de Temple, y en segundo lugar, no podemos descartar que quizá alguien de nuestras propias filas tenga interés en un encuentro sorpresa.

—«No te fíes de nadie. Ni siquiera de tus propias sensaciones» —murmuré—. Hay un montón de gente desconfiada por aquí.

Gideon me pasó la mano por la cintura y me empujó hacia delante.

—Exacto.

Oí decir adiós a mister Marley, y luego la puerta se cerró tras nosotros.

En silencio caminamos uno junto al otro. Sin embargo, había un montón de cosas sobre las que me hubiera gustado hablar, solo que no sabía por dónde empezar.

—Mis sensaciones me dicen que habéis vuelto con los arrumacos—comentó Xemerius—. Mis sensaciones… y mi penetrante mirada.

—Tonterías —repliqué yo, y oí cómo Xemerius soltaba una carcajada.

—Créeme, estoy en este mundo desde el siglo XI y sé qué aspecto tiene una chica al salir del pajar.

—¿¡Del pajar!? —repetí yo indignada.

—¿Está hablando conmigo? —preguntó Gideon.

—¿Con quién si no? —dije—. Hablando de paja, tengo un hambre de lobos.

Ya debe de ser muy tarde, ¿no?

—Son casi las siete y media.

Gideon me soltó inesperadamente. Se oyó una serie de pitidos electrónicos y me golpeé el hombro contra un muro.

—¡Eh!

Xemerius volvió a soltar una carcajada.

—A eso lo llamo yo comportarse como un auténtico caballero.

—Perdona. Esta mierda de móvil no tiene cobertura aquí dentro. ¡Treinta y cuatro llamadas perdidas, fantástico! Solo puede ser… ¡Oh, Dios, mi madre! —Gideon lanzó un profundo suspiro—. Ha dejado once mensajes en el buzón de voz.

Avancé palpando las paredes.

—¡O me quitas esta estúpida venda, o me guías!

—Está bien.

Ahí estaba otra vez su mano.

—No sé qué pensar de un tipo que le venda los ojos a su amiga para poder mirar el móvil tranquilo —dijo Xemerius.

La verdad es que yo tampoco lo sabía.

—¿Ha pasado algo malo?

Otro suspiro.

—Supongo. Normalmente no nos llamamos muy a menudo. Sigue sin haber cobertura.

—Cuidado, escalones —me avisó Xemerius.

—Tal vez esté enfermo alguien—dije—. O quizá has olvidado algo importante. Hace poco mi madre también me dejó no sé cuántos mensajes para recordarme que felicitara a mi tío Harry por su cumpleaños.

—¡Ay!

Si Xemerius no hubiera lanzado un grito de aviso, me habría dado en el estómago con el pomo de la barandilla. Gideon ni siquiera se dio cuenta.

Subí como pude por la escalera de caracol tanteando con las manos.

—No, no es eso. Nunca olvido un cumpleaños. —Sonaba nervioso—. Tiene que ser algo sobre Raphael.

—¿Tu hermano pequeño?

—Siempre está haciendo cosas peligrosas. Conduce sin tener carnet, se lanza desde acantilados y escala sin arnés. No sé qué quiere demostrar o a quién quiere impresionar con eso. El año pasado tuvo un accidente practicando el parapente y se pasó tres semanas en el hospital con un trauma craneoencefálico. Cualquiera habría pensado que aprendería algo de la experiencia, pero no, por su cumpleaños le pidió a monsieur una lancha rápida. Y, naturalmente, el muy idiota le concede hasta el más mínimo de sus deseos. —Cuando llegamos arriba, Gideon aceleró el paso y yo tropecé varias veces—. ¡Ah, por fin! Funciona.

Por lo que parecía, ahora se dedicaba a escuchar su buzón de voz mientras caminábamos. Por desgracia, yo no podía oír nada.

—¡Oh, mierda! —le oí murmurar varias veces.

Me había soltado de nuevo, y yo avanzaba a trompicones, totalmente a ciegas.

—Si no quieres darte contra la pared, deberías girar a la izquierda ya—me informó Xemerius—. Vaya, parece que al fin se ha dado cuenta de que no llevas incorporado ningún sistema de radar.

—Bueno… —murmuró Gideon. Sus manos me palparon un momento la cara, y luego la nuca—. Gwendolyn, lo siento. —Su voz sonaba preocupada, pero estaba bastante claro que no era yo el objeto de su preocupación—. ¿Encontrarás el camino de vuelta sola desde aquí? —Desanudó el pañuelo y yo parpadeé deslumbrada. Estábamos en el taller de madame Rossini.

Gideon me acarició fugazmente la mejilla y me dirigió una débil sonrisa.

—Conoces el camino, ¿verdad? Te espera el coche. Nos veremos mañana.

Y antes de que pudiera responder, se marchó.

—Y ahora se va—dijo Xemerius—. No es un prodigio de delicadeza que digamos.

—Dime, ¿qué ha pasado? —le grité mientras se alejaba.

—Mi hermano se ha largado de casa—respondió sin volverse ni aflojar el paso—. Y puedes imaginarte adónde habrá ido.

Pero antes de que pudiera imaginarme nada, ya había desaparecido detrás de la esquina.

—Yo no apostaría por las Fidji—murmuré.

—Creo que hubiera sido mejor que no te fueras al pajar con él—dijo Xemerius—. Ahora piensa que eres una chica fácil y ya no se esfuerza.

—Cierra la boca, Xemerius. Toda esta charla sobre pajares me está poniendo de los nervios. Solo nos hemos besado un poco.

—¡Ese no es motivo para ponerse como un tomate, tesoro!

Me toqué las mejillas y noté que estaban ardiendo.

—Venga, vámonos—dije fastidiada—, tengo hambre. Al menos hoy tendré la oportunidad de conseguir algo de cenar. Y tal vez podamos echar un vistazo al pasar a esos misteriosos hombres del Círculo Interior.

—¡Ni se te ocurra! Les he estado espiando toda la tarde—replicó Xemerius.

—¡Vaya, qué bien! ¡Explica!

—¡A-bu-rri-do! Pensaba que beberían sangre en calaveras y se pintarían runas misteriosas en los brazos, pero qué va: solo se han dedicado a hablar sin aflojarse la corbata.

—¿Y de qué exactamente?

—A ver si aún consigo explicarlo… —Carraspeó—. Básicamente se trataba de si se podían infringir las reglas de oro para engañar a Turmalina negra y Zafiro. «Una idea fantástica», decían unos; «No, de ninguna manera», decían los otros; y luego los unos otra vez: «¿Y qué pasará entonces con lo de la salvación del mundo, gallinas?»; y luego los otros: «pero es que está mal, además es peligroso por el continuum y la moral»; y entonces los unos: «Sí, pero nos importa un pepino si de este modo salvamos el mundo»; y luego mucha verborrea empalagosa por ambas partes. Creo que al llegar a este punto me he dormido. Pero a continuación todos volvían a estar de acuerdo en que el diamante, por desgracia, tiende a actuar por su cuenta, mientras que el rubí es una cabeza de chorlito y por tanto queda descartado que actúe en las misiones de viaje en el tiempo Operación Ópalo y Operación Jade porque es sencillamente demasiado boba. ¿Me sigues hasta ahora?

—Humm… Naturalmente, yo te defendí, pero no me escucharon —añadió Xemerius—. Se comentó que tenían que mantener lo más ajena posible de cualquier información; que con tu ingenuidad, resultado de tu falta de formación, y tu ignorancia, constituías un peligro, y que además eras la indiscreción personificada. En todo caso, quieren tener controlada también a tu amiga Leslie.

—Oh, mierda.

—La buena noticia es que toda la culpa de tu incapacidad se la achacan a tu madre. De hecho, las mujeres siempre son las culpables de todo, en eso sí estaban de acuerdo los señores revuelvesecretos. Y luego la cosa siguió con pruebas, cuentas de sastre, cartas, sentido común, y después de algunos tira y afloja todos estuvieron de acuerdo en que Paul y Lucy habían saltado con el cronógrafo al año 1912, en el que ahora vivían. Aunque aquí la palabra «ahora» no acabe de encajar. —Xemerius se rascó la cabeza—. Es igual, el caso es que los dos se esconden allí, de eso están todos muy seguros, y en la próxima oportunidad tu fuerte y maravilloso héroe tendrá que localizarlos, extraerles sangre y llevarse el cronógrafo de donde esté ahora, y luego todo volvió a empezar desde el principio, bla bla bla, reglas de oro, verborrea empalagosa…

—Pues es interesante —dije.

—¿Tú crees? Si es así, se debe exclusivamente a mi ingeniosa manera de resumir esa aburrida charla.

Abrí la puerta que daba al siguiente corredor y ya iba a responder a Xemerius cuando oí una voz:

—¡Sigues siendo exactamente igual de arrogante que antes!

¡Era la voz de mamá! Y, efectivamente, al traspasar la puerta, la vi plantada frente a Falk de Villiers. Tenía los puños apretados.

—¡Y tú igual de obstinada y testaruda! —replicó Falk—. Lo que te has permitido hacer, sea por el motivo que sea, tratando de ocultar la fecha de nacimiento de Gwendolyn, ha perjudicado considerablemente a la causa.

—¡La causa! ¡Vuestra causa siempre ha sido más importante para vosotros que las personas implicadas en ella! —exclamó mi madre.

Cerré la puerta tan suavemente como pude y avancé despacio.

—Uf, parece realmente furiosa —observó Xemerius, que me seguía colgándose de los salientes de la pared.

Y era cierto. Los ojos de mi madre echaban chispas, tenía las mejillas encendidas y su voz era insólitamente alta.

—Habíamos quedado en que se mantendría a Gwendolyn apartada de esto. ¡Que no se la pondría en peligro! Y ahora queréis servírsela en bandeja al conde. ¡No ves que está totalmente… desamparada!

—Y tú eres la única responsable de eso —dijo fríamente Falk de Villiers.

Mamá se mordió los labios.

—¡Como gran maestre de esta logia, tú eres el responsable de lo que ocurra!

—Si desde el principio hubieras jugado limpio, ahora Gwendolyn estaría preparada. Y solo para que lo sepas, te diré que tal vez pudieras engañar a mister George con lo de que querías proporcionar a tu hija una infancia libre de preocupaciones, pero no a mí. Sigo muy intrigado por saber qué tendrá que contarnos esa comadrona.

—¿Aún no la habéis encontrado?

La voz de mi madre ya no era tan estridente.

—Es solo cuestión de días, Grace. Tenemos a nuestra gente por todas partes.

En ese momento Falk de Villiers advirtió mi presencia, y la expresión fría y airada de su mirada desapareció.

—¿Por qué estás sola, Gwendolyn?

—¡Cariño! —Mi madre se precipitó hacia mí y me abrazó—. Pensé que, antes de que se hiciera tan tarde como ayer, sería mejor que viniera a recogerte.

—… y aprovecharas la oportunidad para cargarme de reproches —completó Falk con una sonrisita—. ¿Por qué no está mister Marley contigo Gwendolyn?

—Podía hacer sola el último tramo—respondí evasivamente—. ¿Sobre qué estabais discutiendo?

—Tu madre cree que tus excursiones al siglo XVIII son demasiado peligrosas—dijo Falk.

Bueno, la verdad es que no podía tomárselo a mal. Y eso que solo conocía una pequeña parte de los peligros. Nadie le había hablado de los hombres que nos habían atacado en Hyde Park. Yo al menos antes me habría cortado la lengua que contárselo. Tampoco podía saber nada de lady Tilney y las pistolas. Y la única persona que estaba enterada hasta ahora de la siniestra forma en que me había amenazado el conde de Saint Germain era Leslie. Ah, y mi abuelo, claro.

Miré fijamente a Falk.

—Lo de mover el abanico y bailar el minué no será ningún problema—dije para quitar importancia al asunto—. No puede decirse que tenga nada de arriesgado, mamá. El único peligro está en que haga trizas el abanico contra la cabeza de Charlotte… —Ya lo has oído, Grace—dijo Falk guiñándome un ojo.

—¡A quién quieres engañar, Falk! —Mamá le dirigió una última mirada sombría, y luego me cogió del brazo y me arrastró hacia fuera—. Ven. Nos esperan para cenar.

—¡Hasta mañana, Gwendolyn! —gritó Falk desde atrás—. Y… hum… hasta otro momento, Grace.

—Adios —murmuré yo.

Mamá también murmuró algo ininteligible.

—Si me lo preguntas, te diré: pajar —anunció Xemerius—. A mí no me engañan con sus broncas. Reconozco a los viejos compañeros de pajar en cuanto los veo.

Suspiré. Mamá me imitó y me apretó contra sí mientras recorríamos los últimos metros hasta la salida. Primero me puse un poco rígida, pero luego incliné la cabeza sobre su hombro.

—No tienes que pelearte con Falk por mi culpa, mamá. Te preocupas demasiado.

—Es tan fácil decirlo… Pero no es nada agradable sentir que una lo ha hecho todo mal. Me doy cuenta de que estás furiosa conmigo, ¿sabes? —Suspiró de nuevo—. Y de algún modo con razón.

—De todos modos, te quiero—dije.

Mamá tuvo que esforzarse para contener las lágrimas.

—Y yo te quiero a ti, más de lo que puedas imaginar—murmuró. Habíamos llegado a la callejuela ante la casa, y miró alrededor como si temiera que alguien nos estuviera espiando en la oscuridad—. Daría cualquier cosa por tener una familia completamente normal con una vida completamente normal.

—¿Y qué es normal? —pregunté.

—Nosotros, en todo caso, no.

—Todo es cuestión de perspectiva. Bueno, ¿y cómo te ha ido el día? —pregunté irónicamente.

—Oh, lo habitual—dijo mamá con una débil sonrisa—. Primero una pequeña discusión con mi madre, luego una discusión mayor con mi hermana, en el trabajo he discutido un poco con mi jefe y para acabar también he discutido con mi… ex amigo, que casualmente es el gran maestre de una siniestra logia secretísima.

—¡Ajá! ¿Qué te había dicho? —Xemerius estaba exultante—. ¡¡¡Pajar!!!

—¿Lo ves? ¡Todo completamente normal, mamá!

No pudo por menos de sonreír.

—¿Y cómo te ha ido a ti el día, cariño?

—Nada especial tampoco. En la escuela, estrés con el Ardilla, luego un poco de clase de baile y modales en la sede de esa oscura sociedad secreta que se ocupa de viajes en el tiempo, y luego, antes de que pudiera estrangular a mi queridísima prima, una pequeña excursión al año 1953 para poder hacer tranquilamente los deberes y no tener tanto estrés el día siguiente con Ardilla.

—Suena bastante relajado.

Los tacones de mamá resonaban contra el empedrado. Volvió a mirar alrededor.

—No creo que nos siga nadie—la tranquilicé—. Todos están muy ocupados, la casa hormiguea de gente secretísima y siniestra.

—El Círculo Interior se reúne, lo que no sucede a menudo. La última vez que se juntaron todos fue cuando Lucy y Paul robaron el cronógrafo. Están repartidos por todo el mundo… —¿Mamá? ¿No crees que ya ha llegado el momento de decirme lo que sabes? No es útil para nadie que siempre tenga que andar a tientas en este asunto.

—En el sentido literal de la expresión —dijo Xemerius.

Mamá se detuvo.

—¡Me sobre valoras! Lo poco que sé no te serviría de nada. Seguramente solo contribuiría a confundirte aún más. O peor, a ponerte en peligro.

Sacudí la cabeza. No quería ceder tan fácilmente.

—¿Quién o qué es el Caballero Verde? ¿Y por qué Lucy y Paul no quieren que el Círculo se cierre? ¿O en realidad sí que quieren, pero solo porque tienen intención de emplear el secreto en beneficio propio?

Mamá se frotó las sienes.

—Es la primera vez que oigo hablar de un Caballero Verde. Y por lo que respecta a Lucy y Paul, estoy segura de que sus motivos no eran de naturaleza egoísta. Conociste al conde de Saint Germain. Él dispone de medios… —Volvió a callar—. Ay, cariño, nada de lo que pueda decirte te ayudará, créeme.

—¡Por favor, mamá! ¡Ya es bastante duro que esos hombres actúen con tanto secreto y no confíen en mí, pero tú eres mi madre!

—Sí —dijo, y de nuevo las lágrimas asomaron a sus ojos—. Soy tu madre. —Pero estaba claro que el argumento no funcionaba—. Ven, el taxi ya lleva media hora esperando. Seguramente me costará medio sueldo.

Lancé un suspiro y la seguí calle abajo.

—Podemos ir en metro.

—No, necesitas comer algo caliente con urgencia. Además, tus hermanos te echan terriblemente de menos. No soportarían otra cena sin ti.

* * *

En contra de lo habitual, disfrutamos de una velada agradable y tranquila, porque mi abuela se había ido a la ópera con la tía Glenda y Charlotte.

—Tosca —dijo la tía abuela Maddy encantada, y sacudió sus rubios rizos—. Espero que la representación les eleve el espíritu. —Me guiñó el ojo socarronamente—. Suerte que a Violet le sobraban unas entradas.

Miré interrogativamente a mi alrededor, y entonces me explicaron que la amiga de la tía abuela Maddy (una simpática anciana que llevaba el maravilloso nombre de mistress Violet Purpleplum y siempre nos tejía chales y calcetines para Navidad) en realidad quería ir con su hijo y su futura nuera a la Ópera, pero por lo visto ahora la futura nuera iba a ser la futura nuera de otra mujer.

Como siempre que lady Arista y la tía Glenda estaban fuera de casa, enseguida se creó un ambiente relajado. Pasaba un poco como en primaria cuando el maestro se marchaba de la clase. Aún estábamos a media comida cuando tuve que levantarme y enseñar a mis hermanos, la tía Maddy, mamá y mister Bernhard cómo Labios de Morcilla y Charlotte me habían enseñado a bailar el minué y a utilizar un abanico, y Xemerius me lo soplaba cuando me olvidaba de algo. Viéndolo retrospectivamente, yo misma la encontré más cómico que trágico, y comprendí que los demás se divirtieran escuchándolo. Al cabo de un rato, todos estábamos bailando por la habitación (excepto mister Bernhard, que sin embargo marcaba el ritmo con la punta del pie) y hablando con voz nasal como Giordano, y mientras lo hacíamos, nos íbamos gritando continuamente el uno al otro:

—¡Ignorante criatura! ¡Mira cómo lo hace Charlotte!

—¡A la derecha! ¡No, la derecha es donde el pulgar está a la izquierda!

Y:

—¡Puedo verte los dientes! ¡Eso es antipatriótico!

Nick presentó veintitrés maneras diferentes de abanicarse con una servilleta y de este modo comunicar algo a un interlocutor sin necesidad de palabras.

—Esto significa: «Ups, tiene la bragueta abierta, caballero», y si el abanico se baja un poco y se mira así por encima, significa: «¡Uau, quiero casarme con usted!». Pero cuando se gira de este otro modo quiere decir: «Vaya, desde hoy nos encontramos en guerra con España…».

Tuve que reconocer que Nick tenía verdadero talento para el teatro. Al final, Carolina levantó tanto las piernas al bailar (más cancán que minué) que uno de sus zapatos aterrizó en la fuente con la crema bávara que había de postre.

Este incidente frenó un poco nuestra euforia, hasta que mister Bernhard pescó el zapato, lo colocó sobre el plato de Carolina y, serio como un muerto, dijo:

—Me alegra que haya sobrado tanta crema. Miss Charlotte y las dos damas sin duda querrán tomar un tentempié cuando vuelvan de la ópera.

Mi tía abuela le dirigió una sonrisa radiante.

—Usted siempre tan atento, querido.

—Es mi obligación velar porque todos ustedes estén bien—dijo mister Bernhard—. Se lo prometí a su hermano antes de su muerte.

Les miré a los dos pensativa.

—Me estaba preguntando si el abuelo no le explicaría alguna vez algo de un Caballero Verde, mister Bernhard. O a ti, tía Maddy.

La tía Maddy negó con la cabeza.

—¿Un Caballero Verde? ¿Qué se supone que es eso?

—Ni idea—admití—. Solo sé que tengo que encontrarlo.

—Cuando tengo que buscar algo, normalmente voy a la biblioteca de su abuelo—dijo mister Bernhard, y sus marrones ojos de lechuza centellearon bajo las gafas—. Allí siempre he encontrado lo que quería. Si necesita ayuda, conozco bien el lugar, porque soy el que limpia el polvo de los libros.

—Es una buena idea, querido—convino la tía abuela Maddy.

—Siempre a su servicio, madame.

Mister Bernhard puso más leña en la chimenea y nos dio las buenas noches.

Xemerius le siguió.

—Tengo que averiguar como sea si se quita las gafas cuando se va a dormir—explicó—. Te tendré informada en caso de que salga a hurtadillas de casa para imitar en secreto al bajista de un grupo de heavy metal.

En realidad, entre semana mis hermanos se tenían que ir pronto a la cama, pero por esta vez mi madre hizo una excepción. Hartos y cansados de tanto reír, nos instalamos cómodamente ante la chimenea. Caroline se acurrucó en los brazos de mamá, Nick se aovilló contra mí, y la tía Maddy se sentó en el sillón de orejas de lady Arista, se sopló un rizo rubio que le caía sobre la cara y nos miró satisfecha.

—¿Puedes explicar algo de cuando eras pequeña, tía Maddy? —pidió Caroline—. ¿De cuando tenías que visitar a tu horrible prima Hazel al campo?

—Va, si ya lo habéis oído un motón de veces… —respondió ella, y apoyó sus zapatillas rosas de fieltro en el reposapiés.

Pero la tía Maddy no se hizo de rogar. Todas las historias sobre su horrible prima empezaban con las palabras: «Debo deciros, antes que nada, que Hazel era la niña más engreída que uno puede imaginar»; luego nosotros decíamos a coro: «¡Igual que Charlotte!», y la tía abuela Maddy sacudía la cabeza y decía: «No, Hazel era mucho, pero que mucho peor. Hazel levantaba a los gatos cogiéndolos de la cola y los hacía girar en círculo por encima de su cabeza».

Mientras, con la barbilla apoyada sobre el pelo de Nick, escuchaba la historia—en el curso de la cual la Tía Maddy, a los diez años, vengaba a todos los gatos de Gloucestershire y se encargaba de que la prima Hazel tomara un baño en la fosa de purines—, mis pensamientos volaron hacia Gideon. ¿Dónde debía de estar ahora? ¿Qué hacía? ¿Quién estaba con él?

¿Pensaría en mí con esa misma extraña y cálida sensación en el estómago?

Seguramente no.

Reprimí con esfuerzo un profundo suspiro al pensar en nuestra despedida ante el taller de madame Rossini. Gideon ni siquiera me había mirado, aunque hacía unos minutos que nos habíamos besado.

Otra vez. Y sin embargo, anoche le había jurado a Leslie por teléfono que nunca volvería a ocurrir.

—¡No hasta que no hayamos aclarado qué pasa entre nosotros!

Leslie de todos modos, se había limitado a reírse.

—Vamos, ¿a quién quieres engañar? Está muy claro lo que pasa ente vosotros: ¡estás locamente enamorada de ese tío!

Pero ¿cómo podía estar enamorada de un chico al que solo hacía unos días que conocía? ¿Un chico que la mayor parte del tiempo se comportaba de un modo imposible conmigo? Aunque en los momentos en que no lo hacía era sencillamente… tan… tan increíble…

—¡Aquí estoy otra vez! —graznó Xemerius, y aterrizó impetuosamente sobre la mesa del comedor junto a la vela.

Caroline se estremeció en el regazo de mamá y miró fijamente en su dirección.

—¿Qué pasa, Caroline? —le pregunté en voz baja.

—No, nada—contestó—. Pensaba que había visto una sombra.

—¿De verdad?

Miré a Xemerius estupefacta.

Él se limitó a levantar un hombro sonriendo.

—Pronto habrá luna llena —dijo—. A veces las personas sensibles nos ven en esos días, generalmente solo con el rabillo del ojo. Cuando miran mejor, ya no estamos… —Volvió a colgarse de la araña—. La anciana de los rizos también ve y percibe más de lo que admite. Antes le he puesto una zarpa en el hombro para probar, y se ha llevado la mano ahí… No me extraña tratándose de tu familia.

Miré a Caroline con ternura. La niña sensible; solo faltaba que al final hubiera heredado también el don de las visiones de la tía abuela Maddy.

—Ahora llega mi parte favorita—anunció Caroline con los ojos brillantes, y la tía Maddy explicó satisfecha cómo la sádica Hazel se había quedado metida hasta el cuello en la fosa con su delicado vestido de los domingos y había chillado con todas sus fuerzas: ¡Me las pagarás, Madeleine, me las pagarás!

—Y, de hecho, sí que lo hizo—dijo la tía abuela Maddy—. Más de una vez.

—Pero esa historia ya la oiremos en otro momento—intervino mamá con tono enérgico—. Los niños tienen que irse a la cama. Mañana hay colegio.

Entonces todos suspiramos, y la tía abuela Maddy suspiró más fuerte que el resto de nosotros.

* * *

El viernes tocaban buñuelos, y ese día nadie se perdía la comida en la escuela, porque en realidad era el único plato que se podía comer. Como yo sabía que Leslie se moría por esos buñuelos, no dejé que se quedara conmigo en clase, donde había quedado con James.

—Ve a comer—le dije—. Me sentiría fatal si por mi culpa tuvieras que renunciar a los buñuelos.

—Pero entonces no quedará nadie aquí para hacer guardia, y además me gustaría oír con más detalle cómo fue lo de ayer entre tu, Gideon y el sofá verde…

—Por mucho que me esforzara no podría explicártelo con más detalle —respondí.

—Pues entonces sencillamente explícamelo otra vez, ¡es tan romántico!

—¡Ve a comer buñuelos!

—Hoy tienes que pedirle sin falta su número de móvil —dijo Leslie—. Quiero decir que esa es regla de oro: no se puede besar a ningún chico del que ni siquiera se tenga su número de móvil.

—Sabrosos, crujientes buñuelos de manzana… —insistí.

—Pero… —Xemerius está conmigo.

Señalé hacia la repisa de la ventana, donde Xemerius se hallaba sentado mordisqueando aburrido el puntiagudo extremo de su cola.

Leslie capituló.

—Muy bien, de acuerdo. ¡Pero procura que te enseñe algo productivo hoy! ¡Hacer molinetes con el bastón de mistress Counters no lleva a ninguna parte! Y si alguien te viera mientras tanto, acabarías encerrada en un manicomio; piénsalo.

—Vamos, vete de una vez—dije, y la empujé fuera, justo cuando entraba James.

James se alegró de que esta vez estuviéramos solos.

—La pecosa siempre me pone nervioso con sus comentarios descorteses.

Actúa como si yo no estuviera.

—Eso es porque… hum… Será mejor que lo dejemos.

—Bien. ¿En qué puedo ayudarte?

—Pensaba que tal vez podrías enseñarme cómo se dice hola en una soirée del siglo XVIII.

—¿«Hola»?

—Sí. Hola. Qué tal. Buenas noches. Tú ya sabes cómo se saluda la gente cuando se encuentra. Y lo que hay que hacer. Estrecharse la mano, besamanos, inclinación de cabeza, reverencia, alteza, ilustrísima, serenísima… Todo es tan complicado y se puedes cometer tantos errores… James se hinchó como un pavo.

—No si haces lo que te digo. Primero te enseñaré cómo se inclina una dama ante un caballero de su mismo rango social.

—Fantástico—dijo Xemerius—. Pero la cuestión es: ¿cómo va a reconocer Gwendolyn el rango social de un caballero?

James clavó sus ojos en él.

—¿Qué es esto? —exclamó—. ¡Cush, cush, gato malo! ¡Largo de aquí!

Xemerius soltó un bufido de incredulidad.

—¿Qué me ha llamado?

—¡Vamos, James! —dije yo—. ¡Míralo bien! Este es Xemerius, mi amigo… ejem… daimon gárgola. Xemerius, este es James, también un amigo.

James se sacó un pañuelo de la manga y un olor a muguete me llegó a la nariz.

—Sea lo que sea… tiene que irse. Me recuerda que en estos momentos me encuentro sumergido en un espantoso sueño provocado por la fiebre, un sueño en el que debo dar una clase de modales a una chica carente de educación.

Suspiré.

—James. Esto no es ningún sueño, ¿cuándo lo entenderás? Es posible que hace doscientos años tuvieras un sueño provocado por la fiebre, pero luego te… quiero decir, que tú y Xemerius estáis… estáis…

—… muertos —dijo Xemerius—. Hablando claro. —Ladeó la cabeza y añadió—: Es la verdad, ¿no? ¿Por qué te andas con tantos rodeos?

James agitó su pañuelo en el aire.

—No quiero oírlo. Los gatos no pueden hablar.

—¿Acaso me parezco a un gato, espíritu memo? —exclamó Xemerius.

—De algún modo sí—dijo James sin mirar—. Excepto por las orejas quizá. Y los cuernos. Y las alas. Y esa extraña cola. ¡Oh, cómo aborrezco estos delirios!

Xemerius se plantó con las piernas abiertas ante James. Su cola golpeaba furiosamente el suelo a un lado y a otro.

—No soy ninguna fantasía. Soy un daimon—espetó, y con la excitación escupió un gran chorro de agua contra el suelo—. Un daimon poderoso.

Invocado por magos y maestros constructores en el siglo XI en vuestro cálculo del tiempo para vigilar, en la forma de una gárgola de piedra, la torre de una iglesia que hace tiempo que ya no existe. Cuando mi cuerpo de piedra caliza se destruyó, hace muchos cientos de años, solo quedó esto de mí; por así decirlo, la sombra de mi antiguo yo, condenada para siempre a errar por esta tierra hasta que se descomponga, lo que probablemente aún tardará unos cuantos millones de años en ocurrir.

—La la la, no oigo nada —dijo James.

—Eres un pobre tipo —prosiguió Xemerius—. Al contrario que tú, yo no tengo otra posibilidad; estoy ligado a este destino por el conjuro del mago.

Pero tú podrías acabar en cualquier momento con tu penosa vida de espíritu e ir allá adonde van las personas cuando mueren.

—¡Pero es que yo no he muerto, estúpido minino! —gritó James—. Sencillamente estoy enfermo en cama y delirando por la fiebre. ¡Y si no cambiamos de tema inmediatamente, me vuelvo a marchar!

—Está bien—convine mientras trataba de secar el charco que había dejado Xemerius con un borrador—. Continuemos, pues. La reverencia ante un caballero del mismo rango… Xemerius sacudió la cabeza y se alejó volando sobre nosotros en dirección a la puerta.

—Yo montaré guardia fuera. Sería demasiado penoso que alguien te descubriera aquí haciendo reverencias al vacío.

El descanso del mediodía no era lo bastante largo para aprender todas las complicadas maniobras que James quería enseñarme, pero al final pude inclinarme y dar a besar mi mano de tres maneras distintas. (Una costumbre que celebraba mucho que hubiera caído en el olvido). Cuando mis compañeros volvieron, James se despidió con una inclinación de cabeza y yo le susurré rápidamente unas palabras de agradecimiento.

—¿Y? —preguntó Leslie.

—James toma a Xemerius por un gato extraño surgido de sus delirios febriles—la informé—. Así que solo espero que lo que me ha enseñado no esté distorsionado también por sus fantasías. Si no es así, ahora ya sé lo que debo hacer cuando me presenten al duque de Devonshire.

—Oh, qué bien —dijo Leslie—. ¿Y qué harás?

—Inclinarme profunda y largamente —respondí—. Un poquito menos de tiempo que ante el rey, pero más tiempo que ante un marqués o un conde.

En realidad es muy sencillo. Y por otro lado, soportar que me besen la mano como una buena chica y sonreír al mismo tiempo.

—Vaya, nunca habría imaginado que James pudiera ser bueno para algo. —Leslie miró a su alrededor con cara de aprobación—. Les dejarás maravillados a todos en el siglo XVIII.

—Esperemos que tengas razón —repliqué.

Pero el resto de la clase no pudo enturbiar mi buen humor. Charlotte y ese bobo Labios de Morcilla se quedarían pasmados cuando vieran que ahora conocía incluso la diferencia entre «ilustrísima» y «serenísima», a pesar de que lo habían intentado todo para explicármelo de la forma más complicada posible.

—Todavía no te he dicho que he desarrollado una teoría sobre la magia del cuervo —me dijo Leslie cuando acabaron las clases, de camino a las taquillas—. Es tan sencilla que no se le había ocurrido a nadie. Mañana por la mañana nos encontramos en tu casa y llevaré todo lo que he recopilado, siempre y cuando mi madre no haya vuelto a planear un día de limpieza familiar y nos reparta guantes de goma a todos…

—¿Gwenny?

—Cynthia —Dale me dio unas palmaditas en la espalda desde atrás—. ¿Te acuerdas de Regina Curtiz, que hasta el año pasado iba a la clase de mi hermana? Ahora está en una clínica para anoréxicas. ¿Tú también quieres acabar allí?

—No —dije desconcertada.

—¡Muy bien, entonces cómete esto! ¡Enseguida! —Cynthia me lanzó un caramelo. Yo lo atrapé y lo desenvolví obedientemente.

Pero cuando iba a metérmelo en la boca, Cynthia me sujetó del brazo.

—¡Alto! ¿De verdad quieres comerte eso? ¿Así que no sigues ninguna dieta?

—No —respondí de nuevo.

—Entonces Charlotte ha mentido. Dice que no vienes a comer al mediodía porque quieres quedarte tan delgada como ella… Trae acá el caramelo. No corres ningún peligro de volverte anoréxica. —Cynthia se metió el caramelo a la boca—. Aquí está la invitación a mi cumpleaños. Otra vez es una fiesta de disfraces. Y este año el lema es «Verde que te quiero verde». También puedes traer a tu amigo.

—Bueno, es que… —¿Sabes?, le he dicho lo mismo a Charlotte, no me importa cuál de las dos traiga a ese tipo. Lo importante es que venga a la fiesta.

—Se le va la olla —me susurró Leslie.

—Te he oído —dijo Cynthia—. Tú también puedes traer a Max, Leslie.

—Cyn, ya hace medio año que no estamos juntos.

—Oh, eso sí que es un fastidio —contestó Cynthia—. Esta vez parece que no habrá bastantes chicos. O traéis alguno vosotras o tendré que eliminar a unas cuantas chicas. A Aishani, por ejemplo, aunque probablemente no quiera venir, porque sus padres no la dejan ir a fiestas mixtas… Oh, Dios mío, ¿qué es eso de ahí? ¿Alguien puede pellizcarme?

«Eso de ahí» era un chico alto y rubio con el pelo corto. Estaba delante del despacho del director junto con mister Whitman. Y de algún modo me resultaba conocido.

—¡Ay! —chilló Cynthia cuando Leslie la pellizcó tal como había pedido.

Mister Whitman y el chico se volvieron hacia nosotras. Y cuando la mirada de esos ojos verdes bajo unas gruesas pestañas oscuras me rozó, supe enseguida quién era el desconocido. ¡Madre mía! Tal vez Leslie debería pellizcarme a mí también.

—Vaya, llegáis en un buen momento—dijo mister Whitman—. Raphael, estas son tres compañeras tuyas. Cynthia Dale, Leslie Hay y Gwendolyn Shepherd. Chicas, saludad a Raphael Bertelin, a partir del lunes irá a vuestra clase.

—Hola —murmuramos Leslie y yo.

Cynthia dijo:

—¿De verdad?

Raphael nos sonrió sin sacarse las manos de los bolsillos de los pantalones. Se parecía mucho a Gideon, aunque era un poco más joven.

Tenía los labios gruesos y la piel bronceada, como si acabara de pasar un mes de vacaciones en el Caribe. Probablemente las felices gentes del sur de Francia tenían todas ese aspecto.

—¿Por qué cambias de escuela a mitad de curso? —preguntó Leslie—. ¿Has hecho alguna gamberrada?

La sonrisa de Raphael se ensanchó.

—Depende de lo que entiendas por eso —dijo—. En realidad estoy aquí porque estaba harto de la escuela. Pero por alguna razón… —Raphael se ha mudado aquí desde Francia—le interrumpió mister Whitman—. Ahora ven, Raphael, el director Gilles nos espera.

—Hasta el lunes, pues —se despidió Raphael, y tuve la sensación de que se dirigía exclusivamente a Leslie.

Cynthia esperó a que mister Whitman y Raphael hubieran desaparecido en el despacho del director Gilles, y luego levantó los brazos al cielo y gritó:

—¡Gracias! ¡Gracias, Dios mío, por haber escuchado mis oraciones!

Leslie me dio un codazo en las costillas.

—Parece como si te hubiera atropellado un autobús.

—Espera a que te explique quién es —le susurré—, y pondrás la misma cara que yo.