—¡Gwenny! ¡Gwenny, tienes que levantarte!
Emergí con dificultad de las profundidades del sueño —en él yo era una mujer viejísima, jorobada, y estaba sentada en frente de un deslumbrante Gideon y afirmaba que mi nombre era Gwendolyn Shepherd y que procedía del año 2080— y me encontré contemplando la nariz respingona de mi hermana pequeña, Caroline.
—¡Bueno, por fin! Creí que no ibas a despertarte nunca. Ya estaba dormida cuando volviste a casa anoche, y eso que intenté de verdad mantenerme despierta. ¿Has traído otro de esos vestidos estrafalarios?
—No, esta vez no. —Me senté en la cama—. Esta vez pude cambiarme allí.
—¿Y ahora será siempre así? ¿Volverás siempre a casa cuando yo esté dormida? Mamá está tan rara desde que te pasó todo esto… Y Nick y yo te echamos de menos; sin ti las cenas son un aburrimiento.
—Antes también lo eran —le aseguré, y dejé caer de nuevo la cabeza sobre la almohada.
La noche anterior me habían llevado a casa en una limusina; no conocía al chofer, pero el pelirrojo mister Marley se había encargado de acompañarme y dejarme justo delante de la puerta.
No había vuelto a ver a Gideon, lo cual en realidad me parecía perfecto.
Ya tendría suficiente con soñar toda la noche con él.
En la puerta de casa me había recibido mister Bernhard, el mayordomo de mi abuela, que como siempre se había mostrado cortés y absolutamente impasible a un tiempo. Mamá había bajado corriendo y me había abrazado en la escalera como si acabara de volver de una expedición al Polo Sur. Yo también me había alegrado de verla, pero aún estaba un poco enfadada con ella. Me había sentido muy extraña al constatar que mi propia madre me había mentido y no me quería revelar los motivos que había tenido para hacerlo. Excepto un par de frases crípticas —«No te fíes de nadie», «peligroso», «secreto» y bla, bla, bla— no me había dicho nada que explicase su comportamiento. Por eso y porque me estaba cayendo de cansancio, devoré el pedazo de pollo frío casi sin hablar y luego me fui a la cama sin contarle a mamá lo ocurrido. De todos modos, ¿qué iba a conseguir haciéndolo? Ya se preocupaba demasiado. Me pareció que tenía aspecto de estar casi tan agotada como yo.
Caroline volvió a tirarme del brazo.
—¡Eh, no te duermas otra vez!
—Vale, vale.
Balanceé los pies al borde de la cama, y entonces me di cuenta de que, a pesar de la larga conversación telefónica que había mantenido con Leslie antes de dormirme, me sentía totalmente descansada. Pero ¿dónde se había metido Xemerius? La gárgola había desaparecido cuando fui al baño por la noche, y desde entonces no había vuelto a aparecer.
Bajo la ducha me desperté del todo. Me lavé el pelo con el champú caro y el acondicionador de mamá, desafiando el peligro de que el maravilloso olor a rosas y pomelo me traicionara, y mientras me frotaba la cabeza para secármelo, me sorprendí preguntándome si a Gideon le gustarían las rosas y el pomelo e inmediatamente llamarme a mi misma al orden con severidad.
¡Apenas había dormido una o dos horas y ya estaba pensando en ese idiota! Pero, por favor… ¿qué había pasado que fuera tan importante?
Vale, si, nos habíamos besuqueado un poco en el confesionario, pero un instante después el había retomado el papel del cretino sabelotodo, y mi dolorosa vuelta a la realidad no era algo que apeteciera recordar, estuviera descansada o no. Lo que, por otra parte, ya le había dicho a Leslie, que anoche no dejaba de hablar del tema.
Me sequé el pelo con el secador, me vestí y bajé trotando las largas escaleras en dirección al comedor. Caroline, Nick, mi madre y yo vivíamos en el tercer piso de la casa. Allí, a diferencia del resto del edificio, que pertenecía a nuestra familia desde el inicio (¡como mínimo!), el ambiente era, al menos hasta cierto punto, acogedor.
El resto de la casa, en cambio, estaba atiborrado de antigüedades y retratos de antepasados, en su mayoría de aspecto más bien tétrico. Y teníamos una sala de baile en la que Nick había aprendido a montar en bici con mi ayuda (en secreto, claro, porque, como todo el mundo sabe, actualmente el tráfico en la gran ciudad es terriblemente peligroso).
Como tantas otras veces, lamenté que no pudiéramos comer arriba, pero mi abuela, lady Arista, insistía en que nos reuniéramos todos en el sombrío comedor, con sus artesonados de color chocolate con leche (la verdad es que esa era la única comparación agradable que se me había ocurrido, porque el resto resultaba… hum… un poco asqueroso).
Al menos —me di cuenta en cuanto entré en la habitación— hoy el ambiente era claramente mejor que el de ayer.
Lady Arista, que siempre tenía una actitud como de profesora de ballet, de esas que te pegan en los dedos al mínimo fallo, dijo amablemente: «Buenos días, querida», y Charlotte y su madre me sonrieron, como si supieran algo de lo que yo no tenía ni idea.
Como la tía Glenda no me sonreía nunca (de hecho, si se exceptuaba esa avinagrada elevación de la comisura de los labios, podía decirse que no sonreía prácticamente a nadie) y ayer mismo Charlotte había hecho un par de comentarios de lo más desagradables sobre mi persona, desconfié enseguida.
—¿Ha pasado algo? —pregunte.
Mi hermano Nick, que tiene doce años, me dirigió una sonrisa cómplice cuando ocupé mi puesto junto a Caroline, y mamá me pasó un enorme plato con tostadas y huevos revueltos. Casi me desmayé de hambre cuando el olor me llego a la nariz.
—Madre de Dios —dijo la tía Glenda—, supongo que pretendes que tu hija cubra hoy mismo todas sus necesidades de grasa y colesterol de este mes, ¿no, Grace?
—Si, exacto —respondió mamá con indiferencia.
—Después te odiará por no haber prestado suficiente atención a su figura —dijo la tía Glenda, y volvió a sonreír.
—Gwendolyn tiene una figura impecable —dijo mamá.
—Quizá de momento —repuso la tía Glenda y siguió sonriendo.
—¿Han echado algo en el té de la tía Glenda? —le susurre a Caroline.
—La tía Glenda y Charlotte están como transformadas desde que alguien ha llamado antes —me respondió Caroline susurrando también—. ¡Las dos están eufóricas!
En ese instante, Xemerius aterrizó fuera, en la repisa de la ventana, replegó sus alas y se deslizó a través del cristal.
—¡Buenos días! —dije contenta de verle.
—¡Buenos días! —respondió Xemerius, y saltó de la repisa a una silla vacía.
Mientras los otros me miraban un poco sorprendidos, Xemerius se rascó el vientre.
—Vaya, tienes una familia numerosa, por lo que veo; me llama la atención el considerable número de mujeres que hay en esta casa. Demasiadas, diría yo. Y la mitad de ellas la mayor parte del tiempo parecen necesitar que les hagan cosquillas urgentemente. —Sacudió las alas—. ¿Dónde están los padres de estos niños? ¿Y los animales domésticos? Una casa enorme y ni un canario siquiera; la verdad, me siento decepcionado.
Sonreí.
—¿Dónde esta la tía abuela Maddy? —pregunté antes de empezar a comer con entusiasmo.
—Me temo que la necesidad de sueño de mi querida cuñada es bastante mayor que su curiosidad —dijo dignamente lady Arista, que estaba sentada a la mesa tiesa como un palo (de hecho, no recordaba haber visto nunca a mi abuela de otro modo que no fuera tiesa como un palo) y comía media tostada de mantequilla con los dedos bien estirados—. Ayer se levantó demasiado pronto y estuvo todo el día de un humor insoportable. No creo que la veamos aparecer antes de las diez.
—Pues a mí me parece bien —contesto la tía Glenda con su voz de pito—. Esa cháchara suya sobre huevos de zafiro y torres de reloj puede acabar con los nervios de cualquiera. Y tú, ¿cómo te encuentras, Gwendolyn? Me imagino que todo esto debe de resultarte bastante desconcertante.
—Hum… —dije.
—Debe de ser horrible tener que constatar pronto que uno ha nacido para metas elevadas y no esta a la altura de las expectativas.
La tía Glenda ensartó un pedacito de tomate de su plato.
—Mister George afirma que Gwendolyn se las ha arreglado muy bien hasta el momento —comentó lady Arista, y antes de que pudiera alegrarme por su muestra de solidaridad añadió—: Al menos dadas las circunstancias.
Gwendolyn, hoy te recogerán de nuevo en la escuela y te llevarán al Temple. Esta vez Charlotte te acompañará.
Tomo un trago de té.
Yo no podía abrir la boca sin que se me cayera el huevo revuelto, de modo que me limite a mirarla horrorizada, con los ojos abiertos de par en par, mientras Nick y Caroline preguntaban en mi lugar:
—¿Y eso por qué?
—Pues porque Charlotte justamente —dijo la tía Glenda balanceando la cabeza de un modo muy peculiar— sabe todo lo que Gwendolyn debería saber para poder, de alguna manera, cumplir de forma satisfactoria con su tarea. Y ahora, debido a los caóticos acontecimientos de los dos últimos días —que seguro que todos podemos imaginar—, en el Temple quieren que Charlotte ayude a su prima a prepararse para sus próximos saltos en el tiempo.
Se comportaba como si su hija acabara de ganar los juegos olímpicos, como mínimo.
¿Para los próximos saltos? ¿Y cómo?
—¿Quién es esa arpía pelirroja y flacucha? —preguntó Xemerius—. Espero, por tu bien, que solo se trate de una parienta lejana.
—No es que esta petición nos cogiera por sorpresa, pero de todos modos hemos estado reflexionando sobre cómo podríamos atenderla. Al fin y al cabo, Charlotte ya no está sometida a ningún tipo de obligación en ese sentido. Pero —y en este punto la arpía pelirroja y flaca… ejem… quiero decir, la tía Glenda, suspiró teatralmente— Charlotte es muy consciente de la importancia de esta misión y está dispuesta a contribuir desinteresadamente a su éxito en la medida de sus posibilidades.
Mi madre suspiró y me dirigió una mirada compasiva, mientras Charlotte se colocaba un mechón rojo resplandeciente detrás de la oreja y me obsequiaba con un coqueto pestañeo.
—¿Cómo? —preguntó Nick—. ¿Y qué va a enseñarle Charlotte a Gwendolyn?
—Oh —dijo la tía Glenda, y sus mejillas se enrojecieron de puro entusiasmo—. Hay un montón de cosas, supongo; pero sería absurdo pensar que Gwendolyn va a poder asimilar en tan poco tiempo lo que Charlotte ha ido aprendiendo a lo largo de muchos años, por no hablar, en fin… de la injusta repartición de los talentos naturales en este caso. Solo se puede intentar transmitir lo más indispensable. Por encima de todo, Gwendolyn muestra unas carencias casi trágicas en lo que se refiere a conocimientos generales y a las maneras adecuadas para cada época, por lo que oído.
¡Que descaro! ¿De quién se suponía que había oído eso?
—Sí, y es absolutamente necesario conocer las maneras adecuadas para sentarse a solas en un sótano cerrado —dije—. Alguna cochinilla podría ver como te hurgas la nariz.
Caroline soltó una risita.
—Oh, no, Gwenny, siento tener que decirte esto, pero en el futuro las cosas se pondrán un poquitín más complicadas para ti —replicó Charlotte, y me dedicó una mirada supuestamente compasiva que en realidad me pareció más bien sádica.
—Tu prima tiene razón. —Siempre me había dado un poco de miedo la penetrante mirada de lady Arista, pero esta vez me estremecí de verdad al sentirla clavada en mi—. Por órdenes superiores —añadió—, en adelante pasarás mucho tiempo en el siglo XVIII.
—Y además, rodeada de gente —completó Charlotte—. Gente que encontraría muy extraño que no supieras cual es el nombre del rey que gobierna el país. O qué es un ridículo.
¿Un qué?
—¿Qué es un ridículo? —preguntó Caroline.
Charlotte sonrió levemente.
—Dile a tu hermana que te lo explique.
La miré enfadada. ¿Por qué le proporcionaba siempre tanta satisfacción hacerme pasar por tonta? La tía Glenda rió bajito.
—Es una especie de bolso, una estúpida bolsa de mano generalmente llena de puntillas inútiles —dijo Xemerius—. Y de pañuelos. Y frasquitos de sales.
¡Vaya!
—Un ridículo es una antigua expresión para designar un bolso, Caroline —dije sin apartar la mirada de Charlotte, que pestañeó sorprendida pero mantuvo su leve sonrisa.
—¿«Por órdenes superiores»? ¿Qué se supone que significa eso? —Mi madre se volvió hacia lady Arista—. Pensaba que nos habíamos puesto de acuerdo en que se mantendría apartada a Gwendolyn de todo el asunto en la medida de lo posible. Que solo se la enviaría a elapsar a épocas tranquilas. ¿Cómo pueden decidir ahora que van a exponerla e semejante peligro?
—Eso no es asunto tuyo, Grace —repuso mi abuela fríamente—. Creo que ya has causado bastantes desgracias.
Mi madre se mordió los labios. Durante un momento su mirada furiosa pasó de mí a lady Arista y otra vez a mí, luego corrió bruscamente su silla hacia atrás y se levantó.
—Tengo que ir al trabajo —dijo. Le dio un beso a Nick en el pelo y nos miró a Caroline y a mí—. Que lo pasen bien en la escuela. Caroline, piensa en el fular para la clase de manualidades. Nos veremos esta noche.
—Pobre mamá —susurró Caroline cuando mi madre abandonó la habitación—. Anoche lloró. Me parece que no le gusta nada que tengas ese gen de los viajes en el tiempo.
—Si —respondí—. Yo también lo he notado.
—La verdad es que no es la única —añadió Nick, y dirigió una mirada a Charlotte y a la tía Glenda, que seguía sonriendo.
* * *
Nunca había recibido tanta atención al entrar en clase como ese día. La expectación se debía al hecho de que la mitad de mis compañeros habían visto como la tarde anterior pasaba a recogerme una limusina negra.
—Aún se aceptan apuestas —anunció Gordon Gelderman—. Porcentaje superalto para el número uno: el tipo desenvuelto de aire afeminado de ayer es un productor de televisión que montó un casting para un show en el que participaron Charlotte y Gwendolyn, pero Gwendolyn fue la ganadora.
Posibilidad número dos: el tipo es su primo gay y tiene un servicio de limusinas. Posibilidad número tres…
—Por Dios, cierra la boca de una vez, Gordon —le soltó Charlotte, que se echó el pelo hacia atrás y se sentó en su asiento.
—Ya podrías explicarnos cómo es que parecía que estuvieras con ese tipo y luego fuera Gwendolyn quien subió con él a la limusina —le dijo Cynthia Dale con tono zalamero—. ¡Imagínate, Leslie quería hacernos creer que era el profesor particular de Gwendolyn!
—Claro, un profesor particular que viene en limusina y hace manitas con nuestra Reina del Hielo —dijo Gordon mirando a Leslie con mala cara—. Está claro que aquí se ha producido un lamentable intento de encubrimiento.
Leslie se encogió de hombros y me sonrió.
—Así de repente no se me ocurrió nada mejor —se excusó dejándose caer en su silla.
Busqué a Xemerius con la mirada. La última vez le había visto agazapado en el tejado de la escuela, desde donde me había saludado alegremente con un gesto. Aunque tenía instrucciones de mantenerse alejado de mí durante las clases, lo cierto es que no creía que fuera a atenerse a ellas.
—Lo del Caballero Verde parece un auténtico callejón sin salida —dijo Leslie con tono apagado. Al contrario que yo, no había descansado mucho esa noche, porque se había pasado horas buscando en internet—. Hay una famosa figura de jade de la dinastía Ming que se llama así, pero está en un museo de Pekín, y además una estatua en la plaza del mercado de una ciudad alemana llamada Cloppenburg, y dos libros con ese título, una novela de 1926 y un libro infantil, pero este se publicó después de la muerte de tu abuelo. Eso es todo, hasta ahora.
—Había pensado que podría ser un cuadro —dije. En las películas, los secretos siempre estaban ocultos detrás de los cuadros, o en ellos.
—Pues no he encontrado nada —respondió Leslie—. También probé EL CABALLERO VERDE en un generador de anagramas; pero si RAVEL CABELE LERDO tiene algún significado, a mí se me escapa. Imprimí unos cuantos, tal vez a ti te suene alguno. Me tendió una hoja.
—«LARVA BOL CEDERLE» —leí—. «ABRE LLAVE EL CERDO». Hum… No sé…
Leslie soltó una risita.
—Mi preferido es: «LA CEBOLLA REVERDE». ¡Oh, que viene mister Ardilla!
Se refería a mister Whitman, que, como siempre, entraba con paso resuelto en la clase. Le habíamos puesto ese ridículo apodo por sus enormes ojos marrones; pero por entonces aún no teníamos ni idea de quién era en realidad.
—Todavía estoy esperando que nos llamen al despacho del director por lo de ayer —dije, pero Leslie sacudió la cabeza.
—Ni hablar —replicó—. ¿O crees que el director Gilles puede enterarse de que su profesor de inglés es miembro destacado de una siniestra sociedad secreta? Porque eso es exactamente lo que diré si se chiva. Oh, chisss, se acerca. Y ya vuelve a mirar así… ¡con ese aire de perdonavidas!
Mister Whitman se acercó efectivamente a nosotras y colocó la gruesa carpeta que nos había confiscado ayer en los lavabos sobre la mesa ante Leslie.
—He pensado que te gustaría recuperar… esta interesantísima colección de hojas —dijo en tono burlón.
—Sí, gracias —replicó Leslie sonrojándose ligeramente.
La «colección de hojas» era en realidad su gran dossier de investigación sobre los fenómenos de los viajes en el tiempo, y contenía absolutamente todo lo que las dos (naturalmente, Leslie mucho más que yo) habíamos descubierto hasta ahora sobre los Vigilantes y el conde de Saint Germain.
En la página 34, justo detrás de las entradas sobre el tema de la telequinesis, había una nota que hacía referencia a mister Whitman.
«¿Ardilla también miembro de la logia? Anillo. ¿Significado?» Solo nos quedaba esperar que mister Whitman no la hubiera relacionado con su persona.
—Leslie, me duele tener que decirlo, pero creo que harías mejor en invertir tu energía en algunas asignaturas escolares. —Mister Whitman sonreía, pero en su tono había algo más que ironía. Luego añadió bajando la voz—: No todo lo que a uno le parece interesante es bueno para él.
¿Era una amenaza? Leslie cogió el archivador sin decir nada y lo guardó en su cartera.
El resto de la clase miraba con intriga hacia nosotros. Sin duda se preguntaban de qué estaría hablando mister Whitman. La mirada de Charlotte, que estaba sentada lo bastante cerca para oírle, reflejaba una indudable satisfacción, y cuando mister Whitman dijo: «Y tú Gwendolyn, deberías ir comprendiendo que una de las cualidades que no solo es deseable sino incluso exigible de tu parte es la discreción», y asintió.
—Es una verdadera lástima que te muestres tan poco digna de tu posición —añadió el profesor.
¡Aquello era totalmente injusto! Decidí seguir el ejemplo de Leslie, y mister Whitman y yo nos miramos sin decir palabra. Luego su sonrisa se amplió y de repente me dio unas palmaditas en la espalda.
—¡Pero, en fin, arriba esos ánimos! Estoy seguro de que aún puedes aprender un montón de cosas —dijo mientras se alejaba—. ¿Y tú, Gordon?
¿Cómo va eso? ¿Has vuelto a copiar tu redacción directamente de internet?
—Usted siempre dice que tenemos que utilizar todas las fuentes que encontremos —se defendió Gordon, consiguiendo que en solo una frase el tono de su voz variara en más de dos octavas.
—¿Qué quería Whitman de ustedes? —Cynthia Dale se inclinó hacia nosotras desde atrás—. ¿Qué era esa carpeta? ¿Y por qué te ha tocado, Gwendolyn?
—No hay razón para que te pongas celosa, Cyn —replicó Leslie—. No nos quiere ni un poquito más que a ti.
—¡Bah! —exclamó Cynthia—. No estoy en absoluto celosa. ¿Por qué tiene que creer todo el mundo que estoy enamorada de ese tío?
—¿Tal vez porque eres la presidenta del club de fans de William Whitman? —propuse.
—¿O porque escribiste veinte veces «Cynthia Whitman» en una hoja de papel alegando que querías saber cómo te sentirías al leerlo? —preguntó Leslie.
—¿O porque…?
—Vale, vale —susurró Cynthia—. Eso era antes. Pero hace tiempo que pasó.
—Eso era anteayer —dijo Leslie.
—Desde entonces, he madurado. —Cynthia suspiró y miró a su alrededor—. La culpa la tienen estos niñatos. Si en la clase hubiera algún chico aunque fuera un poco normal, nadie tendría necesidad de fijarse en el profesor. A propósito, ¿qué hay de ese tipo que te recogió ayer con la limusina, Gwenny? ¿Hay algo entre ustedes?
Charlotte dejó escapar un resoplido burlón, con lo que volvió a atraer instantáneamente la atención de Cynthia.
—Vamos, Charlotte, ahora no empieces a hacerte la interesante. Díganme, ¿alguna de ustedes dos tiene algo con él?
Entretanto, mister Whitman se había colocado detrás de su atril y nos exhortaba a concentrarnos en Shakespeare y sus sonetos.
Por una vez agradecí sinceramente su intervención. ¡Mejor Shakespeare que Gideon! El ruido de conversaciones enmudeció y fue sustituido por los suspiros de los alumnos y los crujidos de las hojas de papel. Pero aún pude oír que Charlotte decía: —En todo caso, seguro que Gwenny no.
Leslie me miró con aire de pena.
—La pobre no tiene ni idea —susurró—. En realidad, solo se puede sentir lástima por ella.
—Si —le respondí también en un susurro, pero lo cierto es que solo sentía lástima por mí misma. La tarde en compañía de Charlotte prometía ser de lo más divertida.
Esta vez, al acabar las clases, la limusina no nos esperaba delante de la escuela, sino que había aparcado discretamente un poco más lejos, calle abajo. El pelirrojo mister Marley caminaba arriba y abajo junto a ella, y se puso aún más nervioso cuando nos vio llegar.
—Ah, es usted —dijo Charlotte visiblemente decepcionada, y mister Marley se sonrojó.
Charlotte echó un vistazo al interior de la limusina por la puerta abierta.
Estaba vacía, a excepción del conductor y de… Xemerius. El chasco me animó un poco.
—Supongo que me has echado de menos, ¿no?
El coche arrancó, y Xemerius se repanchigó satisfecho en el asiento. Mister Marley había subido delante, y Charlotte, a mi lado, miraba en silencio por la ventanilla.
—Eso es bueno —dijo Xemerius sin esperar mi respuesta—. Pero imagino que entenderás que yo también tengo otras obligaciones y no puedo estar siempre pendiente de ti.
Puse los ojos en blanco, y Xemerius rió entre dientes. La verdad es que le había echado de menos. La clase se había alargado como un chicle, y para cuando mistress Counter se había puesto a disertar sobre las riquezas minerales del Báltico, ya había empezado a añorar a Xemerius y sus comentarios. Además, me hubiera gustado presentarle a Leslie, en la medida en que algo así fuera posible. De hecho, Leslie se había mostrado encantada con mis descripciones, aunque mis intentos de dibujarle no habían resultado muy favorecedores para el pobre daimon gárgola.
(«¿Qué es eso, pinzas de tender la ropa?», me había preguntado mi amiga señalando los cuernos).
—¡Por fin un amigo invisible que puede serte útil! —había dicho entusiasmada—. Piénsalo un poco: al contrario que James, que se pasa el día en su nicho sin enterarse de nada y se dedica a quejarse de tus malos modales, esta gárgola puede espiar para ti y observar lo que ocurre detrás de las puertas.
La idea no se me había pasado por la cabeza, pero lo cierto es que, por la mañana, con la historia del ñoño… del cursi… vamos, con la expresión anticuada para designar un bolso, Xemerius me había sido de gran ayuda.
—Xemerius podría ser tu as en la manga —había opinado Leslie—. No un inútil demasiado susceptible como James.
Por desgracia, Leslie tenía razón en lo que se refería a James. James era…
¿Qué era en realidad? Si hubiera podido arrastrar cadenas o hacer que se movieran las lámparas del techo sin tocarlas, supongo que se le podría haber declarado oficialmente el fantasma de la escuela. James August Peregrin Pimplebottom era un apuesto joven de unos veinte años con peluca empolvada y levita floreada que llevaba muerto doscientos veintinueve años. En otro tiempo, la escuela había sido su hogar, y, como la mayoría de los espíritus, no quería aceptar que había muerto. Para él, los siglos de su vida de fantasma eran como un extraño sueño del que aún esperaba despertar. Leslie imaginaba que la parte de la luz seductora al final del túnel debía de haberle pillado dormido.
—James tampoco es tan inútil —había replicado yo. Al fin y al cabo, ayer mismo había decidido que James —como hijo del siglo XVIII— podía serme de gran ayuda, por ejemplo, como maestro de esgrima. Por unas horas había disfrutado viéndome manejar la espada con la misma habilidad que Gideon gracias a James. Pero, por desgracia, aquella decisión había resultado ser un craso error.
En nuestra primera y aparentemente última clase de esgrima de hacía un rato —durante el descanso del mediodía en el aula vacía—, Leslie se había retorcido de risa en el suelo mirándome. Claro que ella no podía ver los movimientos, en mi opinión muy profesionales, de James ni podía oír sus órdenes. —«¡Solo parar, miss Gwendolyn, solo parar! ¡Tercia! ¡Prima! ¡Tercia! ¡Quinta!»—, sino que solo veía cómo yo agitaba desesperadamente el brazo en el aire armada con el puntero de mistress Counter, luchando contra una espada invisible que se podía traspasar como el aire. Inútil y ridículo.
Cuando Leslie se había cansado de reír, había propuesto que mejor que James me enseñara otra cosa, y excepcionalmente James se había mostrado de acuerdo. La esgrima, y de hecho todos los tipos de lucha, eran cosa de hombres, había declarado; en su opinión, lo más peligroso que las chicas podían blandir era una aguja de coser.
—Sin duda el mundo sería un lugar mejor si también los hombres se atuvieran a esa norma —había replicado Leslie—; pero mientras no lo hagan, las mujeres deben estar preparadas. —Y James casi se había desmayado del susto cuando Leslie había sacado de su cartera un cuchillo de veinte centímetros y había añadido—: Con esto te podrás defender mejor si vuelves a encontrarte en el pasado con algún desgraciado que quiera ponerte la mano encima.
—Eso parece un…
—… cuchillo de cocina japonés. Corta las verduras y el pescado crudo como si fueran mantequilla.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—Solo es para un caso de emergencia —había precisado mi amiga—. Para que te sientas un poco más segura. Es lo mejor que he podido conseguir con tantas prisas y sin permiso de armas.
Ahora el cuchillo estaba guardado en mi cartera, en un estuche de gafas de la madre de Leslie convertido en una funda para armas, junto con un rollo de cinta adhesiva que, en opinión de Leslie, también podía resultarme muy útil.
El conductor tomó una curva a gran velocidad, y Xemerius, que no había podido sujetarse a tiempo, resbaló sobre el fino tapizado de cuero y topó contra Charlotte. Rápidamente se incorporó y comentó, sacudiendo las alas:
—Rígida como una columna de iglesia. —Y mirándola de reojo, añadió—: ¿Vamos a tener que cargar todo el día con ella?
—Sí, por desgracia —dije.
—¿Por desgracia qué? —preguntó Charlotte.
—Por desgracia he vuelto a saltarme la comida —contesté.
—Es culpa tuya —replicó Charlotte—. Pero, para serte sincera, creo que no te iría mal perder un par de quilos. Al fin y al cabo, te tiene que entrar el vestido que madame Rossini hizo para mí.
Apretó los labios un instante, y sentí que algo parecido a la compasión que brotaba en mí. Probablemente Charlotte estaba entusiasmada con la idea de llevar los vestidos de madame Rossini, y entonces había llegado yo y lo había echado todo por tierra. No intencionadamente, claro, pero de todos modos lo había hecho.
—Tengo el vestido que me puse para visitar al conde de Saint Germain en casa, en el armario —dije—. Si quieres, te lo doy. Podrías ponértelo para el próximo baile de disfraces de Cynthia; ¡seguro que los dejarías a todos con la boca abierta!
—Ese vestido no te pertenece —dijo Charlotte en tono seco—. Es propiedad de los Vigilantes, no puedes disponer de él a tu antojo. No se le ha perdido nada en el armario ropero de tu casa.
Volvió a mirar por la ventanilla.
—Gruñona repelente —dijo Xemerius.
La verdad es que Charlotte no era de esas personas que hacen amigos dondequiera que van. Pero, a pesar de que no me lo ponía fácil, ese ambiente gélido me resultaba opresivo, de modo que lo intenté de nuevo.
—¿Charlotte…?
—Llegaremos enseguida —me interrumpió—. Estoy tan emocionada… Tal vez veamos a alguno de los miembros del Círculo Interno. —De pronto su cara malhumorada se iluminó—. Quiero decir, aparte de los que ya conocemos.
Es tremendamente excitante. En los próximos días, en Temple, podrás tropezarte en cada esquina con auténticas leyendas vivientes. Políticos famosos, premios Nóbel y reconocidos científicos visitarán estas sagradas salas sin que el mundo se entere. Estará Koppe Jötland; oh, y también Jonathan Reeves-Haviland… Me encantaría estrecharle la mano.
Para tratarse de Charlotte, parecía realmente entusiasmada. Yo, en cambio, no tenía ni idea de quién era esa gente. Dirigí una mirada interrogativa a Xemerius, pero el daimon gárgola se limitó a encogerse de hombros.
—Nunca he oído hablar de esos figurones, sorry —dijo.
—No se puede saber todo —repliqué yo con una sonrisa comprensiva.
Charlotte suspiró.
—No, pero a nadie le hace daño leer de vez en cuando un diario serio o mirar una revista de información general para informarse sobre la política mundial actual. Claro que para eso también hay que hacer funcionar el cerebro… o al menos tenerlo.
Como decía, no lo ponía fácil.
La limusina se había detenido y mister Marley fue a abrir la puerta del coche. Por el lado de Charlotte, por cierto.
—Mister Giordano las espera en el Antiguo Refectorio —dijo mister Marley, y tuve la impresión de que le costaba esfuerzo reprimir la palabra «sir»—. Debo acompañarlas allí.
—Conozco el camino —respondió Charlotte, y se volvió hacia mí—. ¡Ven!
Debes de tener alguna cosa que hace que todo el mundo te esté dando órdenes continuamente —dijo Xemerius—. ¿Puedo ir contigo?
—Sí, por favor —dije, mientras nos adentrábamos en las estrechas callejuelas de Temple—. Me siento mejor cuando estás cerca.
—¿Me comprarás un perro?
—¡No!
—Pero te gusto, ¿verdad? ¡Creo que tendré que hacerme de rogar más a menudo!
—O ser útil —repliqué, y pensé en las palabras de Leslie. «Xemerius podría ser tu as en la manga». Tenía razón. ¿Quién podía imaginar que tenía un amigo que era capaz de deslizarse a través de las paredes?
—Acelera un poco, ¿quieres? —dijo Charlotte. Ella y mister Marley iban unos metros por delante de nosotros, y en ese momento me llamó la atención cuánto se parecían.
—Sí, señorita Rottenmeier —dije.