3

—¿Xemerius?

La sensación de humedad en torno a mi cuello había desaparecido.

Rápidamente, encendí la linterna de bolsillo, aunque la habitación donde había aterrizado ya estaba iluminada por una débil bombilla que se balanceaba en el techo.

—Hola —dijo alguien.

Me volví en redondo. La habitación estaba repleta de cajas y muebles de todas clases, y había un joven de tez pálida apoyado contra la pared junto a la puerta.

—Hum… Lo… lo importante es participar —balbuceé.

—¿Gwendolyn Shepherd? —balbuceó él en respuesta.

Asentí con la cabeza.

—¿Cómo sabes quién soy?

Él joven, que parecía estar tan nervioso como yo, se sacó una hoja de papel arrugada del bolsillo de los pantalones y me la tendió. Mi interlocutor llevaba tirantes y unas gafitas redondas, y con el pelo rubio peinado hacia atrás con mucha gomina y la raya en medio, había pasado perfectamente por el sabihondo pero inofensivo ayudante del curtido comisario en una película de gángsters. El fumador empedernido que se enamora de la novia del gángster con estola de plumas de avestruz y al final siempre muere tiroteado.

Me tranquilicé un poco y miré a mi alrededor. Aparte de nosotros atravesar no había nadie más en la habitación, y tampoco había ni rastro de Xemerius. Por lo visto, podía atravesar las paredes, pero no viajar en el tiempo.

Después de dudar un momento, cogí el papel. Estaba amarillento. Era una hoja cuadriculada que había sido arrancada de cualquier manera de la espiral de un cuaderno. En ella pude leer con una letra descuidada y asombrosamente familiar:

Para lord Lucas Montrose. ¡¡¡Importante!!!

12 de agosto de 1948, 12 del mediodía. Laboratorio de alquimia.

Por favor, ven solo.

Gwendolyn Shepherd

Inmediatamente se me aceleró el corazón de nuevo. ¡Lord Lucas Montrose era mi abuelo! Había muerto cuando yo tenía diez años. Preocupada, observé la arqueada línea de la L. Por desgracia, no había ninguna duda: la escritura descuidada era clavada a la mía. Pero ¿cómo podía ser?

Levanté la mirada hacia el joven.

—¿De dónde has sacado esto? ¿Y quién eres?

—¿Has escrito tú ese mensaje?

—Es posible —dije, y mis pensamientos empezaron a girar vertiginosamente. Si lo había escrito yo, ¿por qué no podía recordarlo?—. ¿De dónde lo has sacado?

—Tengo esa nota desde hace cinco años. Alguien la coló en el bolsillo de mi abrigo junto con otra el día de la ceremonia de admisión en el segundo grado. En la segunda ponía: «Quien protege secretos debería conocer también el secreto tras el secreto. Demuestra que no solo sabe callar, sino también pensar». No había ninguna firma. Era una escritura distinta a la de la hoja, una escritura, hum… más elegante, un poco anticuada.

Me mordí el labio.

—No lo entiendo.

—Yo tampoco. Durante todos estos años creí que era una especie de prueba —dijo el joven—. Un nuevo examen, podríamos decir. No le hablé de esto a nadie, y siempre esperé que alguien me comentara algo al respecto o que me llegaran nuevas instrucciones. Pero nunca pasó nada. Y hoy me he escabullido aquí abajo y he esperado. En realidad ya no contaba con que ocurriera nada. Pero entonces, de repente, te has materializado ante mí. A las doce en punto. ¿Por qué me escribiste esta nota? ¿Por qué nos encontramos en este sótano perdido? ¿Y de qué año vienes?

—De 2011 —dije—. Lo siento, pero no tengo respuesta para las otras preguntas. —Luego me aclaré la garganta y le pregunté—: ¿Quién eres tú?

—Oh, perdón. Mi nombre es Lucas Montrose. Sin «lord». Soy adepto de segundo grado.

Tragué saliva.

—¿Lucas Montrose, Bourdonplace número 81?

El joven asintió.

—Ahí viven mis padres, sí.

—Entonces… —Le miré fijamente y cogí aire—. Entonces eres mi abuelo.

—Oh, no, otra vez no —dijo el joven, y suspiró profundamente.

Sin embargo, pronto se rehízo y se apartó de la pared, limpió el polvo de una de las sillas que estaban apiladas en un rincón de la habitación y la colocó ante mí.

—Será mejor que nos sentemos —propuso—. Me siento como si tuviera las piernas de goma.

—Yo también —reconocí, y me dejé caer sobre el asiento.

Lucas cogió otra silla y se sentó frente a mí.

—¿De modo que eres mi nieta? —dijo sonriendo débilmente—. ¿Sabes?, para mí es algo difícil de imaginar. No estoy casado. La verdad es que ni siquiera tengo prometida.

—¿Cuántos años tienes ahora? Ah, perdón, debería saberlo… Eres de 1924, de modo que en el año 1948 tienes que tener veinticuatro años.

—Si —dijo—. Dentro de tres meses cumpliré los veinticuatro. Y tú ¿cuántos años tienes?

—Dieciséis.

—Igual que Lucy.

Lucy. En ese momento me vino a la cabeza lo que me había gritado cuando huíamos de casa de lady Tilney.

Aún no podía creer que estuviera sentada ante mi abuelo. Busqué algún parecido con el hombre en cuyo regazo había escuchado tantas historias emocionantes. El hombre que me había defendido ante Charlotte cuando mi prima había dicho que solo quería hacerme la importante con mis historias de fantasmas. Pero la cara fina de la persona que tenía delante no parecía compartir ningún rasgo con el rostro lleno de arrugas y surcos del anciano que yo había conocido. En cambio, encontré que se parecía a mi madre, con sus ojos azules, la pronunciada curva del mentón, el modo en que ahora sonreía… Cerré los ojos con fuerza durante un momento: lo que estaba ocurriendo era sencillamente… demasiado para mí.

—Bueno, ¿dónde estábamos? —dijo Lucas en voz baja—. ¿Soy… ejem… un abuelito simpático?

Las lágrimas me cosquilleaban en la nariz y tenía que esforzarme para no romper a llorar, de modo que me limité a asentir.

—Los otros viajeros del tiempo siempre aterrizan arriba, de un modo perfectamente oficial y confortable, en la Sala del Dragón junto al cronógrafo o en la sala de documentos —continuó Lucas—. ¿Por qué has elegido este viejo y lúgubre laboratorio?

—Yo no lo he elegido. —Me froté la nariz con el dorso de la mano—. Ni siquiera sabía que era un laboratorio. En mi época, aquí hay un sótano normal y corriente con una caja fuerte donde se guarda el cronógrafo.

—¿De verdad? Bueno, en la época actual también hace tiempo que ha dejado de serlo —dijo Lucas—, pero originalmente esta habitación se utilizaba como laboratorio secreto de alquimia. Es una de las salas más antiguas de este caserón. Cientos de años antes de la fundación de la logia del conde de Saint Germain, famosos alquimistas y magos londinense ya realizaban experimentos aquí para encontrar la piedra filosofal. En las paredes aún pueden verse algunos dibujos siniestros y fórmulas misteriosas, y se dice que los muros son tan gruesos porque contienen huesos y cráneos emparedados… —Calló, y ahora fue él el que se mordió el labio—. De modo que tú también eres mi nieta. ¿Puedo preguntar… hum… de cuál de mis hijos?

—Mi madre se llama Grace —respondí—. Se parece a ti.

Lucas asintió.

—Lucy me habló de Grace. Dice que será la más simpática de mis hijos, que los otros serán sosos y cerrados. —Hizo una mueca—. No puedo imaginar que un día llegue a tener unos hijos así… En realidad, no puedo imaginar que llegue a tener hijos…

—Posiblemente no tenga que ver contigo, sino con tu mujer… —murmuré.

Lucas suspiró.

—Desde que Lucy apareció aquí por primera vez hace dos meses, todos me toman el pelo porque tiene el cabello rojo, exactamente igual que una muchacha que… me gusta. Pero Lucy no quiso revelarme con quién me casaré; cree que eso podría hacerme cambiar de opinión. Y entonces ninguno de vosotros nacería.

—Más que el color de los cabellos, el factor decisivo es el gen de los viajes en el tiempo que tu futura esposa tiene que transmitir —aseveré—. Podrías haberla reconocido por eso.

—Ahí está lo curioso. —Lucas se adelantó un poco en su silla—. Resulta que encuentro… ejem… especialmente atractivas… a dos muchachas de la línea Jade, el número de observación cuatro y el número de observación ocho.

—Vaya —respondí yo.

—¿Sabes?, es que no acabo de encontrar la forma de decidirme. Tal vez una pequeña indicación por tu parte podría acabar con mis dudas.

Me encogí de hombros.

—Por mí no hay problema. Mi abuela, es decir, tu mujer, es la…

—¡No! —gritó Lucas, levantando los brazos en un gesto defensivo—. Lo he pensado mejor, será mejor que no me lo digas. —Se rascó la cabeza avergonzado—. Ese es el uniforme del Saint Lennox, ¿no? —preguntó, cambiando de tema—. Reconozco el escudo de los botones.

—Exacto —dije, y miré hacia abajo, a mi chaqueta azul oscuro. Sin duda madame Rossini había lavado y planchado las piezas del uniforme, porque se veían como nuevas y olían ligeramente a lavanda. Además, había hecho algo con la chaqueta, que ahora me sentaba mucho mejor.

—MI hermana Madeleine también va al Saint Lennox. Debido a la guerra, no ha podido acabar sus estudios hasta este año.

—¿La tía Maddy? No lo sabía.

—Todas las chicas Montrose van al Saint Lennox. Lucy también. Lleva el mismo uniforme que tú. El de Maddy es verde oscuro y blanco. Y la falda es de cuadros… —Lucas carraspeó—. Hum… bueno, solo por si te interesaba… Pero ahora sería mejor que nos concentráramos en averiguar por qué nos hemos encontrado hoy aquí. De modo que, suponiendo que tú escribieras esta nota… —¡… que yo vaya a escribir esa nota!

—… y me la vayas a hacer llegar en uno de tus futuros viajes en el tiempo… ¿por qué crees que lo has hecho?

—¿Quieres decir por qué crees que lo haré? —Suspiré—. Bueno, de algún modo parece tener sentido. Supongo que tú podrías aclararme un montón de cosas. Pero tampoco sé… —Miré a mi joven abuelo desconcertada—. ¿Conoces bien a Lucy y a Paul?

—Paul de Villiers viene a elapsar desde enero. Se ha hecho dos años mayor en ese tiempo, es un poco siniestro. Y Lucy estuvo aquí por primera vez en junio. Normalmente, yo los tutelo durante sus visitas. Por lo general es muy… divertido. Puedo ayudarles con los deberes escolares. Y debo decir que Paul es el primero de los De Villiers que me cae bien. —Volvió a carraspear—. Pero si tú vienes de 2011 debes de conocerlos a los dos. Es curioso pensar que ya se irán acercando a los cuarenta… Tienes que saludarles de mi parte.

—No, eso no puedo hacerlo.

Buf, todo era tan complicado… Y, probablemente, sería mejor que fuera con cuidado con lo que contaba mientras yo misma no comprendiera bien cómo estaban las cosas aquí. Las palabras de mi madre seguían resonando en mi oídos: «No te fíes de nadie. Ni siquiera de tus propias sensaciones».

Pero, sencillamente, tenía que confiarme a alguien, ¿y quién mejor para eso que mi abuelo? Decidí jugármelo todo a una carta.

—No puedo saludar a Lucy y a Paul de tu parte porque han robado el cronógrafo y han saltado con él al pasado.

—¿Qué? —Detrás de las gafas, los ojos de Lucas se abrieron de par en par—. ¿Y por qué iban a hacer algo así? No puedo creerlo. Ellos nunca… ¿Cuándo se supone que ocurrió eso?

—En 1994 —dije—. El año en que yo nací.

—En 1994 Paul tendrá veinte años y Lucy dieciocho —dijo Lucas, más para sí mismo que para mí—. De modo que dentro de dos años. Porque ahora ella tiene dieciséis y él dieciocho. —Me dirigió una sonrisa de disculpa—. No quiero decir ahora, sino solo ahora cuando vienen a elapsar a este año.

—Las últimas noches no he dormido demasiado; por eso en estos momentos tengo la sensación de que mi cerebro es como una nube de algodón de azúcar —dije—. Y, de todos modos, soy un desastre para el cálculo.

—Lucy y Paul son… Lo que me acabas de explicar no tiene ningún sentido.

Ellos nunca serían capaces de cometer semejante locura.

—Pues lo han hecho. Pensé que tal vez tú podrías decirme por qué. En mi época todos quieren hacer creer que ellos son… malos. O que están locos.

O las dos cosas a la vez. En cualquier caso, que son peligrosos. Cuando me encontré con Lucy, dijo que debía preguntar por el Caballero Verde. De modo que, dime, ¿quién es el Caballero Verde?

Lucas me miró perplejo.

—¿Te encontraste con Lucy? Pero si acabas de decir que ella y Paul desaparecieron en el año de tu nacimiento. —Entonces abrió los ojos como si le acabara de venir otra idea a la cabeza—. Si se llevaron el cronógrafo, ¿cómo es que tú puedes viajar en el tiempo?

—La vi en el año 1912. En casa de lady Tilney. Y existe una segundo cronógrafo que los Vigilantes utilizan con nosotros.

—¿Lady Tilney? Lady Tilney hace cuatro años que murió. Y el segundo cronógrafo no está en condiciones de ser utilizado.

Suspiré.

—Ahora sí. Escucha, abuelo —al oír esta palabra, Lucas se estremeció—, para mí este asunto es aún más enrevesado que para ti, porque hasta hace solo unos días no tenía ni idea de todo este lío. Yo no puedo aclararte nada. Me han enviado aquí para elapsar; por Dios, ni siquiera estoy segura cómo se escribe esa maldita palabra, la oí por primera vez ayer. De hecho, es solo la tercera vez que viajo en el tiempo con el cronógrafo. Antes salté tres veces de forma incontrolada. Lo que no resultó especialmente divertido.

Pero, en realidad, todos pensaban que la portadora del gen era mi prima Charlotte, porque había nacido el día señalado y mi madre mintió con respecto al día de mi nacimiento. Por eso Charlotte recibió clases de danza en mi lugar, está informadísima sobre la peste y el rey Jorge, sabe esgrima, cabalgar como una dama y tocar el piano, y Dios sabe qué más habrá aprendido en esas clases misteriosas. —Cuanto más hablaba, más rápido brotaban las palabras de mi boca—. Yo, en todo caso, no sé nada de nada, excepto lo poco que hasta ahora han querido confirmarme, y desde luego no puede decirse que haya sido mucho ni especialmente esclarecedor, y lo que es peor, hasta este momento no he tenido ni tiempo de reflexionar sobre lo que ha pasado. Leslie, mi amiga, lo estuvo mirando en Google, pero mister Whitman nos quitó el dossier, y de cualquier modo solo me enteré de la mitad de lo que decía. Todos parecían esperar algo especial de mí y ahora están decepcionados.

—«Rojo rubí, con la magia del cuervo dotado, sol mayor cierra el círculo que los doce han formado» —murmuró Lucas.

—¿Lo ves?, magia del cuervo y bla bla bla. Por desgracia, en mi caso no aparece por ningún lado. El conde de Saint Germain trató de estrangularme, aunque estaba a unos metros de distancia, y pude oír su voz en mi cabeza, y luego aparecieron esos hombres en Hyde Park, armados con pistolas y espadas, y tuve que clavarle una espada a uno de ellos porque si no habría matado a Gideon, que es un… es un… —Cogí aire, solo para seguir hablando a trompicones—. Es un auténtico cerdo, en realidad, me trata como si fuera una piedra más en su zapato, y esta mañana le ha dado un beso a Charlotte, solo en la mejilla, pero tal vez eso signifique algo, en todo caso yo no debería haberle besado nunca sin preguntar antes por eso, de hecho solo lo conozco desde hace un día o dos, pero de repente ha estado tan… tan amable y luego… todo ha ocurrido tan rápido… y todos piensan que yo he revelado a Lucy y a Paul cuándo iríamos a ver lady Tilney porque necesitamos su sangre, y también la de Lucy y la de Paul, pero ellos también necesitan la de Gideon y la mía, porque aún les falta en su cronógrafo. Y nadie me dice qué pasará cuando la sangre de todos nosotros esté registrada en el cronógrafo, y a veces pienso que ni ellos mismos lo saben exactamente. Y tengo que preguntarte por el Caballero Verde, me dijo Lucy.

Lucas había entornado los ojos detrás de las gafas y sin duda se esforzaba desesperadamente en encontrar algún sentido a mi aluvión de palabras.

—No tengo ni idea de qué puede significar eso del Caballero Verde —contestó—. Lo siento, pero es la primera vez que lo oigo. ¿No será el título de una película? ¿Por qué no se lo preguntas a…? ¿Claro, podrías preguntármelo a mí en el año 2011?

Le miré espantada.

—Ah, comprendo —dijo Lucas rápidamente—. No puedes preguntármelo porque hará tiempo que habré muerto o me estaré consumiendo, viejo, sordo y ciego, en una residencia de ancianos… No, no, por favor, no quiero saberlo.

Esta vez no pude contener las lágrimas. Durante al menos medio minuto estuve sollozando, porque, por extraño que suene de repente eché terriblemente de menos a mi abuelo.

—Te quería mucho —dije finalmente.

Lucas me tendió un pañuelo y me miró con lástima.

—¿Estás segura? A mí no me gustan demasiado los niños. Encuentro que son una lata en general… Pero tal vez tú fueras un espécimen especialmente simpático. Seguro, vaya.

—Sí, lo era. Pero tú eras simpático con todos los niños. —Me soné ruidosamente—. Incluso con Charlotte.

Guardamos silencio, y al cabo de un rato Lucas se sacó un reloj del bolsillo y dijo:

—¿Cuánto tiempo tenemos todavía?

—Me han enviado aquí dos horas exactamente.

—No es que sea mucho. Ya hemos perdido demasiado tiempo. —Se levantó—. Voy a buscar lápiz y papel y trataremos de poner un poco de orden en este caos. Será mejor que no te muevas de donde estás.

Me limité a asentir en silencio. Cuando Lucas desapareció, me quedé mirando al vacío con la cara apoyada en las manos. Mi abuelo tenía razón: en ese momento lo importante era mantener la mente clara.

¿Quién sabía cuándo volvería a encontrarme con él? ¿Sobre qué cosas que iban a ocurrir debía informarle, y sobre cuáles no? En sentido inverso, traté desesperadamente de decidir qué información útil podía proporcionarme él.

En el fondo, era mi único aliado. Solo que en la época equivocada. ¿Sobre cuáles de los muchos oscuros enigmas que me rodeaban podía arrojar, desde allí, un poco de luz?

Lucas estuvo mucho tiempo fuera, y a medida que pasaban los minutos empecé a dudar cada vez más. Posiblemente había mentido y volvería enseguida con Lucy y Paul y un gran cuchillo para extraerme sangre. Al final me puse tan nerviosa que me levanté y busqué algo que pudiera utilizar como arma. En un rincón había una tabla con un clavo oxidado, pero cuando la levanté, se desmenuzó entre mis dedos. Justo en ese momento la puerta volvió a abrirse y mi joven abuelo apareció con un bloc bajo el brazo y un plátano en la mano.

Respiré aliviada.

—Esto para el hambre. —Lucas me lanzó el plátano, cogió una tercera silla de la pila, la colocó entre nosotros y dejó el bloc encima—. Siento haber tardado tanto, pero ese condenado Kenneth de Villiers se ha puesto a husmear a mi alrededor. No puedo soportar a esos De Villiers, siempre tienen que meter sus largas y curiosas narices en todas partes, quieren controlarlo y decidirlo todo, ¡y siempre saben más que tú!

—Exacto —murmuré.

Lucas me hizo un gesto con la mano.

—Bien, adelante, nieta. Tú eres el Rubí, el duodécimo en el Círculo. El Diamante de la familia De Villiers nació dos años antes que tú. De modo que en tú época tendrá más o menos diecinueve años. ¿Cómo has dicho que se llamada?

—Gideon —dije, y solo con pronunciar su nombre me sentí que me sofocaba—. Gideon de Villiers.

El lápiz de Lucas corrió sobre el papel.

—Y es un tipo asqueroso, como todos los De Villiers, pero de todos modos le has besado, si no he entendido mal. ¿No eres un poco joven para eso?

—No, qué va —dije—. Al contrario, estoy terriblemente atrasada. Aparte de mí, todas las chicas de la clase toman la píldora. Bueno, todas menos Aishani, Peggy y Cassie Clarke, pero los padre de Aishani son indios conservadores y la matarían por mirar a un chico, a Peggy me parece que le van más las chicas, y en cuento a Cassie, seguro que en algún momento las espinillas desaparecerán y entonces volverá a ser agradable con el prójimo y dejará de soltar «¿Qué miras con esa cara de idiota?» cada vez que alguien se le acerca. Ah, y Charlotte naturalmente tampoco quiere saber nada de sexo. Por eso Gordon Gelderman la llama la Reina de Hielo. Aunque ahora ya no estoy tan segura de que siga siendo así… —Me castañearon los dientes al recordar cómo había mirado Charlotte a Gideon, y viceversa. Si pensaba en lo rápido que se le había ocurrido a Gideon besarme, exactamente dos días después de conocernos, no necesitaba dejar volar demasiado la imaginación para adivinar todo lo que podía haber pasado entre él y Charlotte con los años que hacía que se trataban.

—¿Qué clase de píldora?

—¿Cómo dices? —Madre mía, supongo que en el año 1948 aún debían de usar condones de intestino de vaca o algo así, si es que los usaban. En todo caso no quería saberlo—. Preferiría no hablar de sexo contigo, abuelo, de verdad.

Lucas me miró sacudiendo la cabeza.

—Y yo preferiría no oír esa palabra de tu boca. Y no me refiero a «abuelo».

—Muy bien. —Pelé el plátano mientras Lucas tomaba notas—. ¿Y qué decís entonces?

—¿Cuándo?

—Cuando habláis de «sexo».

—No hablamos de ello —replicó Lucas, inclinado sobre su bloc—. En todo caso, no con chicas de dieciséis años. De modo que sigamos: el cronógrafo fue robado por Lucy y Paul antes de que pudiera registrarse en él la sangre de los dos últimos viajeros del tiempo. Por eso se puso en funcionamiento el segundo cronógrafo, pero naturalmente a este le falta la sangre de todos los demás viajeros.

—No, ya no. Gideon los ha localizado a casi todos y les ha extraído sangre.

Solo faltan lady Tilney y el Ópalo, Elise no-sé-qué.

—Elaine Burghley —dijo Lucas—. Una dama de la corte de Isabel I, que murió a los dieciocho años de fiebre puerperal.

—Exacto. Y la sangre de Lucy y de Paul, claro. De modo que nosotros vamos tras su sangre, y ellos, tras la nuestra. O al menos eso es lo que he creído entender.

—¿Ahora hay dos cronógrafos con los que se puede completar el Círculo?

Esto es realmente… ¡increíble!

—¿Qué ocurrirá cuando el Círculo esté completo?

—Entonces se revelará el secreto —dijo Lucas con tono solemne.

—¡Oh, no, ya empezamos! —Sacudí la cabeza irritada—. ¿Aunque fuera solo por una vez, no podría decirme alguien algo más concreto?

—Las profecías hablan del ascenso del águila, de la victoria de la humanidad sobre la enfermedad y la muerte, del comienzo de una nueva era.

—Vaya —dije tan perdida como antes—. Entonces, ¿es algo bueno o no?

—Muy bueno, incluso. Representará un avance decisivo para la humanidad.

Por eso fundó el conde de Saint Germain la Sociedad de los Vigilantes y por eso figuran entre nuestros miembros los hombres más inteligentes y poderosos del mundo. Todos nosotros queremos preservar el secreto, para que se revele en el momento oportuno y pueda salvar al mundo.

Muy bien. Esa sí era una explicación clara. Al menos la más clara que había conseguido hasta ahora sobre el asunto.

—Pero ¿por qué Lucy y Paul no quieren que el Círculo se cierre?

Lucas suspiró.

—No tengo ni idea. ¿Cuándo me dijiste que te habías encontrado con ellos?

—En el año 1912 —dije—. En junio. El 22 de junio. O el 24, no me fijé muy bien. —Cuanto más intentaba recordar, más insegura me sentía—. También es posible que fuera el 12. Era un número par, de eso estoy completamente segura. ¿El 18? En cualquier caso, en algún momento de la tarde lady Tilney lo tenía todo preparado para tomar el té. —En ese instante me di cuenta de la importancia de lo que acababa de decir y me tapé la boca con la mano—. ¡Oh!

—¿Qué ocurre?

—Ahora yo te lo he explicado a ti, y tú se lo contarás a Lucy y a Paul, y por eso estarán allí esperándonos. De modo que en el fondo el traidor eres tú, no yo. Aunque al fin y al cabo el resultado es el mismo.

—¿Qué? ¡De ninguna manera! —Lucas sacudió enérgicamente la cabeza.

Yo no voy a hacer tal cosa. No les contaré absolutamente nada de ti; ¡sería una locura! Si mañana les dijera que en algún momento robarán el cronógrafo y que viajarán con él al pasado, caerían muertos en el acto.

Hay que pensar muy bien lo que se explica a la gente sobre el futuro, ¿me oyes?

—Bueno, de acuerdo, tal vez no se lo digas mañana mismo, pero tienes muchos años para hacerlo. —Mastiqué mi plátano con aire pensativo—. Por otra parte… ¿a qué época podrían haber saltado con el cronógrafo? ¿Por qué no a esta? Aquí siempre tendrían a un amigo, a ti. Tal vez me estés mintiendo y hace rato que están esperando tras la puerta para sacarme sangre.

—No tengo ni la menor idea de adónde podrían haber saltado. —Lucas suspiró—. Ni siquiera puedo imaginar que vayan a cometer semejante locura. ¡O por qué! —Desanimado, añadió—: La verdad es que no tengo ni idea de nada.

—Por lo que se ve, en este momento los dos andamos igual de perdidos —dije tan desanimada como él.

Lucas escribió «Caballero Verde», «segundo cronógrafo» y «lady Tilney», en el bloc, seguido de un gran signo de interrogación.

—¡Lo que necesitamos es una nueva cita más adelante! Hasta entonces podría enterarme de un montón de cosas… Aquello me dio una idea.

—Inicialmente tenían que enviarme a elapsar al año 1956 —dije—. De modo que tal vez podríamos volver a vernos mañana por la noche.

—¡Ja, ja! —soltó Lucas—. Para ti puede que 1956 sea mañana por la noche, pero para mí es… Pero en fin, vamos a pensarlo. Si te envían a elapsar a una época posterior a esta, ¿será también a esta habitación?

Asentí.

—Eso creo. Pero tú no vas a estar esperando aquí día y noche a que yo aparezca. Además, Gideon podría aparecer en cualquier momento. Al fin y al cabo, él también tiene que elapsar.

—Ya sé cómo lo haremos —dijo Lucas, cada vez más entusiasmado—. ¡La próxima vez que aterrices en esta habitación, sencillamente ven a verme!

Tengo un despacho en el segundo piso. Tendrás que pasar junto a dos vigilantes, pero eso no será ningún problema, solo tienes que decirles que te has perdido y que eres mi prima Hazel, del campo. Hoy mismo empezaré a hablarles a todos de ti.

—Pero mister Whitman dice que esto siempre está cerrado, y además no sé muy bien dónde estamos exactamente.

—Naturalmente, necesitas una llave. Y la contraseña del día. —Lucas miró a su alrededor—. Encargaré una copia de la llave para ti y la dejaré en algún sitio. Y lo mismo vale para la contraseña. La escribiré en una hoja y la colocaré en nuestro escondrijo. Lo mejor sería que fuera en algún punto del muro. Ahí detrás los ladrillos están un poco sueltos, ¿ves? Tal vez podamos abrir un hueco. —Se levantó, se abrió paso entre los trastos viejos y se arrodilló ante la pared—. Mira ahí. Volveré con herramientas y construiré un escondite perfecto. Cuando saltes aquí la próxima vez, solo tendrás que sacar este ladrillos, y detrás encontrarás las llave y la contraseña.

—Pero todos los ladrillos son iguales —me quejé.

—Solo tienes que fijarte bien en este, la quinta fila desde abajo, más o menos en el centro de la pared. ¡Ay, mi uña! No importa, el caso es que creo que es un gran plan.

—Pero a partir de hoy tendrás que venir aquí abajo todos los días para renovar la contraseña —dije—. ¿Cómo vas a hacerlo? ¿No estudias en Oxford?

—La contraseña no se renueva a diario —replicó Lucas—. A veces tenemos la misma durante semanas. Además, es la única forma de poder arreglar otra cita. Fíjate en este ladrillo. También dejaré un plano para que puedas orientarte arriba. Desde aquí parten corredores secretos que se extienden a lo largo de medio Londres. —Miró su reloj—. Y ahora volvamos a sentarnos y tomemos notas. Ya verás como pronto vemos las cosas más claras.

—O seguimos dándoles vueltas a la cabeza inútilmente en este sótano mohoso.

Lucas ladeó la cabeza y me sonrió con ironía.

—Tal vez de paso podrías revelarme si el nombre de tu abuela empieza por A. ¿O es una C?

—¿Qué preferirías? —respondí devolviéndole la sonrisa.