La cueva tenía el penetrante olor a la prolongada humedad de la tierra y la piedra, y se oía el incesante goteo del agua en algún punto en las tinieblas.
—¿Dónde es más probable que esté? —susurró Sparhawk a Flauta.
—Miraremos primero en la cámara del tesoro —repuso ésta—. Le gusta contemplar su botín. Está allá abajo —dijo, señalando la boca de un pasadizo.
—Está totalmente oscuro —observó Sparhawk.
—Yo me ocuparé de eso —aseguró Sephrenia.
—Pero con discreción —advirtió Flauta—. No sabemos dónde está exactamente Ghwerig y él es capaz de oír y de detectar la magia. —Miró detenidamente a Sephrenia—. ¿Os encontráis bien? —preguntó.
—Ya no es tan duro como antes —respondió Sephrenia, cambiando la espada de sir Gared a su mano derecha.
—Bien. Yo no podré hacer nada allá adentro. De lo contrario, Ghwerig reconocería mi voz. Vos habréis de encargaros de casi todo.
—Puedo hacerlo —afirmó Sephrenia, a despecho de la fatiga que evidenciaba su voz. Alzó la espada—. Ya que debo acarrearla, también podría servirme de ella. —Murmuró unas palabras, realizó un contenido gesto con la mano izquierda y la punta de la hoja comenzó a refulgir tenuemente—. No es que sea mucha luz —señaló—, pero habremos de conformarnos con ella. Si incrementara el brillo, Ghwerig lo vería.
Con la espada en alto, se adentró en la galería. La reluciente punta de metal semejaba casi una luciérnaga entre la opresiva oscuridad, pero su tenue resplandor les permitía hallar el camino y evitar los obstáculos del accidentado suelo por el que transitaban.
Después de un recoveco, el pasadizo adquirió una pronunciada pendiente y se curvó hacia la izquierda. Tras haber recorrido varios metros, Sparhawk cayó en la cuenta de que no se trataba de una galería natural, sino de un pasaje excavado en la piedra que descendía interminablemente en espiral.
—¿Cómo pudo construir esto Ghwerig? —preguntó a Flauta.
—Se valió del Bhelliom. El antiguo pasillo es mucho más largo, y muy empinado. Ghwerig está tan contrahecho que solía tardar días para salir de la cueva.
Siguieron caminando con el mayor sigilo posible, atravesaron una amplia caverna con bóvedas erizadas de estalactitas de caliza que goteaban continuamente y volvieron a adentrarse en un pasadizo de piedra. De tanto en tanto, su débil luz turbaba el reposo de una colonia de murciélagos colgados del techo y las criaturas escapaban en lóbregas nubes, chillando y agitando frenéticamente las alas.
—Detesto los murciélagos —dijo Kurik, soltando un juramento.
—No os harán daño —musitó Flauta—. Un murciélago nunca choca con las personas, ni siquiera en la más completa oscuridad.
—¿Tan buena vista tienen?
—No, pero sí un oído muy fino.
—¿Lo sabes todo? —El susurro de Kurik tenía un tono algo gruñón.
—Todavía no —replicó con calma la niña—, pero lo intento. ¿Tenéis algo de comer? Tengo un poco de hambre, no sé por qué.
—Un poco de buey seco —respondió Kurik, buscando debajo de la túnica que cubría su chaleco de cuero negro—, aunque está muy salado.
—Hay agua en abundancia en esta cueva. —Tomó el duro pedazo de buey que le tendía el escudero y lo mordió—. Está un tanto salado —admitió, engullendo con esfuerzo.
Continuaron andando y a poco advirtieron al frente una luz cuyo tenue resplandor fue intensificándose a medida que avanzaban por la galería en espiral.
—Su cámara del tesoro está allá adelante —susurró Flauta—. Voy a echar un vistazo. —Se alejó a rastras y regresó un momento después—. Está allí —les comunicó, esbozando una sonrisa.
—¿Ha encendido él tanta luz? —musitó Kurik.
—No. Viene del exterior. Hay un arroyo que cae directamente a la caverna y por él entra la luz del sol a determinadas horas del día. —Ahora hablaba en un tono de voz normal—. El ruido de la cascada amortiguará nuestras voces.
Habló un momento con Sephrenia y ésta, realizando un gesto afirmativo, apagó el destello de la punta de la lanza con dos dedos e inició un encantamiento.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Sparhawk a Flauta.
—Ghwerig está hablando solo —repuso— y es posible que diga algo que nos resulte útil. Como habla la lengua de los trolls, Sephrenia está realizando algo que nos permitirá comprenderlo.
—¿Quieres decir que hará que hable en elenio?
—No. El encantamiento no va destinado a él. —Esbozó la picara sonrisa característica en ella—. Estáis aprendiendo muchas cosas, Sparhawk. Ahora entenderéis el idioma troll…, al menos durante un rato.
Cuando Sephrenia hubo liberado el hechizo, la capacidad auditiva de Sparhawk se incrementó de modo insospechado. El impetuoso sonido de la cascada que se vertía en la caverna se convirtió en casi un bramido, entre cuyo fragor se distinguía con claridad el ronco murmullo de Ghwerig.
—Aguardaremos un rato aquí —les indicó Flauta—. Dado que Ghwerig es un marginado, habla solo casi continuamente y expresa todo cuanto le viene a la mente. Podemos enterarnos de muchas cosas escuchando. Oh, por cierto, tiene la corona de Sarak, y el Bhelliom aún está prendido en ella.
Sparhawk sintió una súbita excitación. El objeto que había buscado durante tanto tiempo se hallaba a menos de un centenar de pasos de distancia.
—¿Qué hace? —preguntó a Flauta.
—Está sentado al borde de la sima que la caída de agua ha horadado en la roca, con todos sus tesoros amontonados en torno a sí. Está limpiando las manchas de turba del Bhelliom con la lengua; por eso no podemos entender lo que dice ahora. Acerquémonos un poco más, pero sin llegar a la boca de la galería.
Descendieron con cautela en dirección a la luz y se detuvieron a unos metros de la salida. Los destellos que proyectaba la cascada relucían con una especie de parpadeo líquido, atravesados por una cinta de color semejante a un arco iris.
—¡Ladrones! ¡Bandidos! —Su voz era mucho más rasposa que la que podía brotar de cualquier garganta elenia o estiria—. Sucia. Está toda sucia. —Oyeron otra vez el sonido de baboseo que indicaba que el troll enano lamía su tesoro—. Los ladrones están todos muertos ahora. —Ghwerig emitió una desagradable risa ahogada—. Todos muertos. Ghwerig no está muerto y su rosa ha venido por fin a casa.
—Parece como si estuviera loco —murmuró Kurik.
—Siempre lo ha estado —afirmó Flauta—. Su mente es tan retorcida como su cuerpo.
—¡Háblale a Ghwerig, rosa azul! —ordenó la monstruosidad. Entonces profirió, aullando, un terrible juramento dirigido a la diosa estiria Aphrael—. ¡Devuelve los anillos! ¡Devuelve los anillos! ¡Bhelliom no habla a Ghwerig si Ghwerig no tiene los anillos! —Sonó un gimoteo y Sparhawk advirtió con repulsión que Ghwerig estaba llorando—. Solo —se lamentó el troll—. ¡Ghwerig está tan solo!
Sparhawk experimentó un doloroso arrebato de compasión por el deforme enano.
—No hagáis eso —le prohibió bruscamente Flauta—. Os pondrá en condición de inferioridad al enfrentaros a él. Vos sois nuestra única esperanza ahora, Sparhawk, y vuestro corazón debe ser duro como una piedra.
Entonces Ghwerig habló unos momentos en términos tan viles que no existían en la lengua elenia palabras para traducirlos.
—Está invocando a los dioses troll —explicó Flauta. Ladeó la cabeza—. Escuchad —dijo vivamente—. Los dioses están respondiéndole.
El mudo fragor de la cascada pareció modificar su tono, tornándose más profundo, más resonante.
—Habremos de darle muerte muy pronto —dedujo la niña con escalofriante pragmatismo—. Todavía tiene algunos fragmentos del zafiro original en su taller. Los dioses troll le han aconsejado que modele unos nuevos anillos. Después ellos les infundirán la fuerza para acceder al poder del Bhelliom. Llegado ese punto, dispondrá de la capacidad de destruirnos.
Ghwerig emitió una repugnante risa contenida.
—Ghwerig vencerte, Azash. Azash es un dios, pero Ghwerig vencerlo. Azash ni siquiera verá el Bhelliom ahora.
—¿Cabe la posibilidad de que Azash lo oiga? —inquirió Sparhawk.
—Es probable —repuso con calma Sephrenia—. Azash conoce el sonido de su propio nombre y escucha cuando alguien lo interpela.
—Los hombres nadaban en el lago buscando a Bhelliom —siguió divagando Ghwerig—. El bicho de Azash espiaba desde las hierbas y los veía. Los hombres se fueron. El bicho trajo a los hombres sin cerebro. Los hombres entraron en el agua. Muchos se ahogaron. Un hombre encontró el Bhelliom y Ghwerig mató al hombre y le quitó la rosa azul. ¿Quiere Azash el Bhelliom? Que Azash venga a ver a Ghwerig. Azash se asará en el fuego de los dioses troll. Ghwerig nunca ha comido carne de un dios y no sabe qué gusto tiene.
En las profundidades de la tierra sonó un retumbo y el techo de la cueva pareció estremecerse.
—No hay duda de que Azash lo ha oído —infirió Sephrenia—. Esta deforme criatura de ahí casi es digna de admiración. Jamás nadie ha proferido esa clase de insulto a la cara de uno de los dioses mayores.
—¿Está enfadado Azash con Ghwerig? —decía el troll—. ¿O acaso Azash tiembla de miedo? Ghwerig tiene a Bhelliom ahora. Pronto fabricará anillos. Entonces Ghwerig no necesitará dioses troll. Asará a Azash en el fuego de Bhelliom. Lo asará lentamente para que quede jugoso. Ghwerig comerá a Azash. ¿Quién va a rezar a Azash cuando Azash esté dentro de la barriga de Ghwerig?
El estruendo se oyó acompañado esa vez de secos crujidos de las piedras que se partían en las entrañas de la tierra.
—Está arriesgándose mucho, ¿no os parece? —comentó Kurik con voz tensa—. Azash no es el tipo de dios con el que se pueda jugar.
—Los dioses troll protegen a Ghwerig —replicó Sephrenia—. Ni siquiera Azash osaría enfrentarse a ellos.
—¡Ladrones! ¡Todos unos ladrones! —vociferó el troll—. ¡Aphrael robó los anillos! ¡Adian de Thalesia robó el Bhelliom! ¡Ahora Azash y Sparhawk de Elenia intentan volver a robárselo a Ghwerig! ¡Habla a Ghwerig, rosa azul! ¡Ghwerig está tan solo!
—¿Cómo se ha enterado de mi existencia? —Sparhawk estaba perplejo por la amplia información de que disponía el troll enano.
—Los dioses troll son viejos y muy sabios —respondió Sephrenia—. Suceden muy pocas cosas en el mundo de las que ellos no tengan conocimiento, y están dispuestos a revelarlas a aquellos que los sirven… cobrándose un precio.
—¿Qué clase de precio satisfaría a un dios?
—Rogad por que nunca hayáis de saberlo, querido —contestó, estremeciéndose.
—Ghwerig pasó diez años esculpiendo uno de los pétalos, rosa azul. Ghwerig quiere a la rosa azul. —Masculló algo que resultó inaudible—. Anillos. Ghwerig hará anillos para que Bhelliom vuelva a hablar. Quemar a Azash en el fuego de Bhelliom. Quemar a Sparhawk en el fuego de Bhelliom. Quemar a Aphrael en el fuego de Bhelliom. Todos quemados. Todos quemados. Después Ghwerig comerá.
—Creo que ha llegado la hora de actuar —dijo con ceño torvo Sparhawk—. De ningún modo querría que llegara a su taller. —Se llevó la mano a la espada.
—Usad la lanza —le recomendó Flauta—. Puede arrebataros la espada de la mano, pero la lanza tiene suficiente poder para mantenerlo a raya. Por favor, noble padre mío, tratad de conservar la vida. Os necesito.
—Lo procuro fervientemente —replicó el caballero.
—¿Padre? —preguntó Kurik, sorprendido.
—Es una fórmula estiria de tratamiento —le explicó de forma apresurada Sephrenia, mirando de soslayo a Flauta—. Guarda relación con el respeto… y el amor.
Entonces Sparhawk hizo algo que muy pocas veces había hecho antes. Juntó las palmas de las manos en el pecho y dedicó una reverencia a la extraña niña estiria.
Flauta batió palmas con júbilo y, precipitándose en sus brazos, le dio un sonoro beso con su boquita de piñón.
—Padre —dijo.
Sparhawk no sabía a qué atribuir su embarazo. El beso de Flauta no era el de una niña.
—¿Qué dureza tiene la cabeza de un troll? —preguntó bruscamente Kurik a Flauta, tan turbado como Sparhawk por la desenfadada muestra de afecto de la pequeña que parecía impropia de su edad, al tiempo que hacía oscilar su brutal maza de metal.
—Es muy, muy dura —respondió Flauta.
—Ya sabemos que está contrahecho —continuó Kurik—. ¿Cómo tiene las piernas?
—Débiles. Apenas si le sirven para permanecer de pie.
—Bien, Sparhawk —propuso Kurik con tono de profesional—. Yo me situaré en uno de sus costados y lo golpearé en las rodillas, caderas y tobillos con esto. —Hizo girar con un silbido la maza—. Si consigo derribarlo, clavadle la lanza en las entrañas y yo trataré de machacarle la cabeza.
—¿Debéis ser tan gráficamente explícito? —se quejó Sephrenia.
—Éste es un asunto de trabajo, pequeña madre —le recordó Sparhawk—. Hemos de saber exactamente la táctica que vamos a utilizar, de modo que no os entrometáis en ello. De acuerdo, Kurik, vamos. —Se dirigió con paso resuelto a la boca de la galería y entró en la caverna sin realizar intento alguno por mantenerse oculto.
Aquél era un lugar maravilloso. El techo estaba cubierto por sombras púrpura y en el centro se abría una insondable sima en cuya oquedad resonaba sin cesar el fragor del agua que en ella se precipitaba en borboteante cascada. Las paredes, que se prolongaban hasta donde alcanzaba la vista, resplandecían con motas y vetas de oro y con gemas más valiosas que las de los reyes, a las que arrancaba destellos la cambiante e irisada luz.
El deforme troll enano, peludo y grotesco, permanecía agazapado al borde del abismo, rodeado de pilas de pedazos de oro puro y montones de gemas de todos los matices y colores. Con la mano derecha Ghwerig asía la manchada corona del rey Sarak, rematada con el Bhelliom, la rosa de zafiro. La joya parecía refulgir con la luz que recibía de los rayos que caían con la cascada. Sparhawk observó por primera vez el objeto más preciado de la tierra y por un momento lo invadió una especie de estupor. Después avanzó, rodeando la antigua lanza con la mano izquierda. Ignoraba si el hechizo de Sephrenia facilitaría al grotesco troll la comprensión de sus palabras, pero se sentía moralmente impelido a hablar. No se avenía con su naturaleza dar muerte a traición a aquella deforme monstruosidad.
—He venido a llevarme el Bhelliom —anunció—. No soy Adian, rey de Thalesia, de modo que no intentaré engañarte. Te arrebataré por la fuerza lo que quiero de ti. Defiéndete si puedes. —Aquello era lo más parecido a un desafío formal que las circunstancias le permitían formular.
Ghwerig se levantó, mostrando la totalidad de su repulsivo cuerpo, con los finos labios separados en una mueca de odio.
—No le quitaréis a Ghwerig su Bhelliom, Sparhawk de Elenia. Ghwerig os matará antes. Aquí moriréis, y Ghwerig comerá… Ni el pálido dios elenio salvará ahora a Sparhawk.
—Ello no está aún decidido —replicó fríamente Sparhawk—. Necesito utilizar el Bhelliom por un tiempo y después lo destruiré para impedir que caiga en manos de Azash. Entrégamelo o muere.
La risa de Ghwerig era horrible.
—¿Morir Ghwerig? Ghwerig es inmortal, Sparhawk de Elenia. El hombre no lo puede matar.
—Eso también está por ver.
Sparhawk rodeó el asta de la lanza con ambas manos y avanzó hacia el troll enano. Kurik, empuñando su maza erizada de púas, salió de la galería y adelantó a su señor para atacar al troll de costado.
—¿Dos? —se mofó Ghwerig—. Sparhawk debía haber traído cien. —Se encorvó y cogió un enorme garrote reforzado con hierro de entre una pila de gemas—. No vais a quitarle a Ghwerig su Bhelliom, Sparhawk de Elenia. Ghwerig os matará primero. Aquí moriréis, y Ghwerig comerá. Ni siquiera Aphrael salvará a Sparhawk esta vez. Los pequeños hombres están perdidos. Ghwerig tendrá un festín esta noche. Los hombres asados son muy jugosos. —Hizo un zafio chasquido con la lengua y se enderezó, levantando los prominentes hombros forrados de revuelto pelambre.
Como Sparhawk comprobó, el término «enano» aplicado a un troll era sumamente engañoso. A pesar de su deformidad, Ghwerig era como mínimo tan alto como él y los brazos, retorcidos como viejas cepas, le llegaban hasta más abajo de las rodillas. Tenía la cara uniformemente peluda y en sus verdes ojos se advertía un brillo malévolo. Acudió a su encuentro arrastrando los pies y agitando el descomunal garrote con la mano derecha, mientras en la izquierda todavía aferraba la corona de Sarak con el refulgente Bhelliom en el ápice.
Kurik dio un paso adelante e hizo silbar su maza de metal, dirigiéndola a las piernas del monstruo, pero éste contuvo casi desdeñosamente el golpe con el garrote.
—Huye, insignificante hombre —dijo con una horrible voz rasposa—. Toda carne es manjar para mí.
Entonces hizo oscilar su horrenda arma, doblemente peligrosa por la anormal longitud de sus brazos, y Kurik retrocedió de un salto al tiempo que la porra de piedra con aros de metal pasaba casi rozándole la cara.
Sparhawk arremetió, apuntando con la lanza el pecho del troll, pero Ghwerig rechazó una vez más la acometida.
—Demasiado lento, Sparhawk de Elenia —dijo, soltando una carcajada.
Fue en ese momento cuando Kurik le asestó un mazazo en la cadera izquierda. Ghwerig retrocedió, pero, con la velocidad de un gato, propinó un golpe con el garrote a la pila de relucientes gemas, que se esparcieron con la fuerza de proyectiles. Kurik pestañeó y se llevó la mano libre al rostro para enjugar la sangre que, procedente de un corte en la frente, le entorpecía la visión.
Sparhawk volvió a cargar con la lanza e infligió un corte superficial a Ghwerig en el pecho. Con un bramido de rabia y de dolor, el troll se precipitó hacia adelante blandiendo el garrote. Sparhawk dio un salto atrás, observándolo fríamente en busca de un punto vulnerable. Advirtió que el troll carecía por entero de miedo y que, por ello, ninguna herida que no fuera mortal lo haría batirse en retirada. Ghwerig echaba espumarajos por la boca y sus verdes ojos despedían un brillo de enajenación. Profirió terribles maldiciones y volvió a abalanzarse hacia ellos agitando su horrorosa arma.
—¡Mantenlo apartado del precipicio! —gritó Sparhawk a Kurik—. ¡Si cayera, jamás encontraríamos la corona!
Entonces tuvo clara conciencia de haber hallado la solución. Tenían que conseguir de algún modo que el deforme troll soltara la corona. Por entonces ya resultaba evidente que ni siquiera ellos dos podrían doblegar a esa peluda criatura de largos brazos y ojos encendidos por una demente furia. Sólo una distracción les otorgaría la oportunidad de asestarle un golpe fatal. Sacudió la mano derecha para reclamar la atención de Kurik y luego la situó debajo del codo izquierdo. Los ojos de Kurik expresaron perplejidad por un instante, pero después los entornó, asintiendo y se situó a la izquierda de Ghwerig, con la maza presta.
Sparhawk apretó otra vez el asta con ambas manos e hizo amago de embestir. Ghwerig movió el garrote frente al arma que lo apuntaba y Sparhawk se retiró.
—¡Los anillos de Ghwerig! —gritó triunfalmente el troll—. Sparhawk de Elenia trae los anillos a Ghwerig. ¡Ghwerig nota su presencia! —Con un tremendo rugido, se precipitó hacia adelante, hendiendo el aire con la porra.
Kurik puso su erizada maza en acción y provocó una profunda desgarradura en el recio brazo izquierdo del troll. Éste, no obstante, apenas si prestó atención a la herida y prosiguió su ataque, abatiéndose sobre Sparhawk. Su mano izquierda se cerraba como una tenaza en torno a la corona.
Sparhawk cedió terreno de mala gana, consciente de que debía mantener a Ghwerig alejado del borde del abismo mientras asiera la joya.
Kurik descargó nuevamente su arma, pero Ghwerig se hizo a un lado, hurtando el peludo codo. Por su mueca, parecía que el primer golpe le había causado más sufrimiento del que había demostrado, lo cual aprovechó Sparhawk para reaccionar con celeridad, abriéndole un tajo en el hombro derecho. Ghwerig emitió un aullido, más de rabia que de dolor, y al instante volvió a mover el garrote en rápido vaivén.
Entonces Sparhawk oyó tras él el cristalino sonido de la voz de Flauta elevándose sobre el fragor sordo de la cascada. Ghwerig la miró boquiabierto y con ojos desorbitados.
—¡Tú! —chilló—. ¡Ahora Ghwerig te dará tu merecido, niña! ¡Las canciones de la niña se acabarán aquí!
Flauta continuó cantando y Sparhawk aventuró una mirada por encima del hombro. La pequeña permanecía de pie en la boca de la galería, delante de Sephrenia. Sparhawk intuyó que la canción no era de hecho un encantamiento, sino que iba destinada a distraer al enano para que él y Kurik pudieran sorprenderlo con la guardia baja. Ghwerig volvió a precipitarse hacia adelante, cojeando y blandiendo el garrote para obligar a Sparhawk a dejarle libre el paso. Los ojos del monstruo estaban fijos en Flauta y respiraba entrecortadamente, apretando con fuerza los colmillos. Kurik descargó la maza en la espalda del troll, pero éste, con la atención centrada en la niña estiria, no dio señales de haber acusado el golpe. Entonces Sparhawk atisbó una posibilidad. Al pasar junto a él, las amplias oscilaciones que imprimía al garrote de piedra dejaban desprotegido el pelambroso flanco de Ghwerig, lo cual aprovechó para clavarle con todas sus fuerzas el ancho hierro de la vetusta lanza justo debajo de las costillas. El troll enano emitió un aullido cuando el afilado hierro penetró en su duro cuero e intentó alzar la porra, pero Sparhawk retrocedió bruscamente, arrancando la lanza de un tirón. Entonces Kurik asestó de costado un mazazo a la deforme rodilla derecha de Ghwerig y al instante Sparhawk escuchó el ruido de los huesos quebrados. Ghwerig se vino abajo, soltando el garrote. Sparhawk modificó la posición de la mano en el mango de la lanza y hundió ésta en el vientre del troll.
Ghwerig chillaba, agarrando el asta con la mano derecha mientras Sparhawk la movía hacia uno y otro costado, agrandando con la acerada hoja la desgarradura en las entrañas del troll. La corona, no obstante, continuaba firmemente sujeta en aquella deforme mano izquierda. Sólo la muerte, reflexionó Sparhawk, haría abrir aquella férrea tenaza.
El troll se apartó rodando de la lanza, ahondando aún más terriblemente con ello la herida. Kurik le descargó un golpe en la cara con la maza que le aplastó uno de los ojos. Con un espeluznante alarido, el monstruo fue dando tumbos hasta el borde de la sima, desparramando las joyas de su botín, y luego, exhalando un grito triunfal, se precipitó en el abismo asiendo todavía la corona del rey Sarak.
Henchido de pesar, Sparhawk corrió hacia la orilla de la fosa y se asomó a ella con desaliento. Aún llegó a ver el desfigurado cuerpo que, en un interminable descenso, se sumía en las tenebrosas profundidades; entonces oyó el ligero tamborileo de unos pies desnudos en el suelo de la caverna y vio pasar a Flauta ante él con el brillante pelo al viento en dirección a la sima. Sin la más mínima vacilación, la niña se arrojó a ella en pos del troll.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó angustiado, tendiendo vanamente la mano hacia ella al tiempo que Kurik acudía junto a él con expresión de espanto.
Sephrenia apareció de inmediato, con la espada de sir Gared aún en la mano.
—Haced algo, Sephrenia —rogó Kurik.
—No es necesario, Kurik —replicó, impasible—. A ella no puede ocurrirle nada.
—Pero…
—Silencio, Kurik. Estoy intentando escuchar.
La luz de la reluciente cascada pareció apagarse un tanto, como si, lejos en el exterior, una nube hubiera tapado el sol. Sparhawk pensó que el bramido del agua tenía visos de burla, y cayó en la cuenta de que por su mejilla resbalaban lágrimas.
Después, en la intensa oscuridad del inimaginable abismo, advirtió algo similar a un destello de luz, el cual incrementó su resplandor al elevarse —o ésa era su impresión— por la espantosa sima. Y, en su ascenso, pudo percibirla con mayor claridad. Parecía una brillante saeta de prístina luz blanca coronada con un centelleo de azul puro.
El Bhelliom surgió del abismo, apoyado en la palma de la incandescente manita de Flauta. Sparhawk se quedó boquiabierto de asombro al reparar en la transparencia de su cuerpo, tan insustancial como la niebla. La carita de Flauta aparecía tranquila e imperturbable al tiempo que sostenía con una mano en alto la rosa de zafiro y tendía la otra a Sephrenia. Para horror de Sparhawk, su bien amada tutora avanzó hacia el abismo.
Pero no cayó.
Como si caminara sobre tierra, holló con calma el aire suspendido sobre el insondable abismo para recibir el Bhelliom de manos de Flauta y luego se volvió y habló con lenguaje extrañamente arcaico.
—Abrid vuesa lanza, sir Sparhawk, y poneos el anillo de vuesa reina en la mano diestra, so pena, si no lo hiciéredes, de ser destruido por el Bhelliom cuando yo os lo entregue. —A su lado, Flauta alzó el rostro y entonó un exultante cántico, un cántico que resonaba con las voces de multitudes.
Sephrenia alargó una mano para tocar aquella incorpórea carita con gesto de infinito amor. Después regresó por encima de la sima albergando el Bhelliom en el cuenco de ambas manos.
—Aquí concluye vuesa búsqueda, sir Sparhawk —dijo gravemente—. Tended las manos para recibir el Bhelliom de mí y de mi diosa niña, Aphrael.
Y, de improviso, todos los interrogantes se disiparon. Sparhawk se postró de hinojos con Kurik a su lado, y el caballero aceptó la rosa de zafiro de manos de Sephrenia. La mujer se arrodilló entre ellos en acto de adoración mientras contemplaban arrobados el rostro refulgente de la pequeña a quien habían llamado Flauta.
La eterna diosa niña Aphrael les sonrió, todavía entonando el canto coral que inundaba la totalidad de la cueva de trémulos ecos. La luz que henchía su vaporosa forma fue tornándose más y más brillante, hasta que salió propulsada hacia las alturas, más rauda que cualquier flecha.
Después se desvaneció.