Arrastraron los restos del Buscador afuera del camino y regresaron a la arboleda para aguardar a Ghwerig.
—¿Dónde está ahora? —preguntó Sparhawk a Flauta.
—No lejos de la orilla norte del lago. Supongo que, ahora que la niebla se ha disipado, los siervos habrán ido a los campos y, habiendo tanta gente por los alrededores, habrá debido esconderse.
—Por consiguiente es probable que pase por aquí después de anochecer, ¿no es cierto?
—En efecto.
—La verdad es que no me seduce la idea de pelear con un troll a oscuras.
—Yo puedo iluminaros, Sparhawk…, lo bastante para conseguir nuestro propósito en todo caso.
—Te lo agradecería. —Frunció el entrecejo—. Si eras capaz de provocar esa transformación en el Buscador, ¿por qué no lo hiciste antes?
—No había tiempo. Siempre se aproximaba por sorpresa. Lleva cierto tiempo prepararse para ese encantamiento concreto. ¿Es preciso que habléis tanto, Sparhawk? Estoy tratando de concentrarme en Bhelliom.
—Lo siento. Iré a hablar con Ulath. Quiero informarme de cómo hay que proceder exactamente frente a un troll.
Encontró al fornido genidio dormitando bajo un árbol.
—¿Qué ocurre? —inquirió Ulath, abriendo uno de sus azules ojos.
—Flauta opina que Ghwerig debe de estar escondido ahora. Lo cierto es que está parado y lo más probable es que pase por aquí de noche.
Ulath asintió con la cabeza.
—Los trolls tienen afición a moverse a oscuras —declaró—. Es su hora habitual de caza.
—¿Cuál es la mejor manera de enfrentarse a él?
—Las lanzas podrían dar buen resultado… si todos lo atacamos a un tiempo. Así cabría la posibilidad de que uno se la clavara en un punto vulnerable.
—Esto es demasiado serio para dejarlo a merced de una azarosa posibilidad.
—Vale la pena intentarlo…, para comenzar al menos. Seguramente habremos de recurrir también a las espadas y hachas. Pero tendremos que obrar con mucho cuidado. Hay que ser muy cauteloso con los brazos de un troll. Son muy largos, y esas criaturas son mucho más ágiles de lo que parecen.
—Por lo que veo, tenéis muchos conocimientos acerca de ellos. ¿Habéis luchado alguna vez con uno?
—Unas cuantas veces, sí. No es realmente el tipo de tarea que uno desearía convertir en costumbre. ¿Todavía conserva Berit ese arco?
—Creo que sí.
—Estupendo. Por lo general, ésa es la mejor manera de iniciar la embestida a un troll: hacer que aminore la marcha con unas flechas y luego acometer directamente.
—¿Tendrá algún arma?
—Un garrote quizá. Los trolls no tienen habilidad para trabajar el hierro o el acero.
—¿Cómo llegasteis a aprender su lengua?
—Tuvimos un cachorro de troll en nuestro castillo de Heid. Era una cría cuando lo encontramos, pero los trolls nacen con la capacidad de hablar su lengua. Era un afectuoso bribonzuelo…, al menos al principio, aunque luego desarrolló un mal carácter. Aprendí su idioma mientras crecía.
—¿Decís que se volvió malo?
—No era por culpa suya, Sparhawk. Cuando un troll crece, comienza a sentir la llamada del sexo, y nosotros no teníamos tiempo para ir a cazarle una hembra. Y luego su apetito empezó a ser desmesurado. Devoraba un par de vacas o un caballo por semana.
—¿Qué fue de él?
—Uno de nuestros hermanos fue a darle de comer, y lo atacó. Entonces decidimos sacrificarlo. Hubimos de hacerlo entre cinco y después casi todos nos vimos obligados a guardar cama una semana.
—Ulath —dijo con suspicacia Sparhawk—, ¿me estáis tomando el pelo?
—¿Por qué iba a hacerlo? Los trolls no son en realidad tan malos…, con tal que se disponga de un buen número de hombres armados a su alrededor. Con los que hay que ir con cuidado es con los ogros, porque no tienen inteligencia para obrar con cautela. —Se rascó la mejilla—. En una ocasión hubo una ogresa que se prendó de modo irracional de uno de los hermanos de Heid —refirió—. No tenía un aspecto demasiado horrible, teniendo en cuenta que era una ogresa. Llevaba el pelambre bastante limpio y los cuernos relucientes e incluso se sacaba brillo a los colmillos. Para eso mastican granito, ¿sabíais? El caso es que, como os decía, estaba locamente enamorada de ese caballero de Heid. Solía merodear por los bosques y cantarle canciones…, el más espantoso sonido que jamás hayáis oído. Era capaz de pasarse la noche cantando a un centenar de pasos. Por fin el caballero no pudo resistirlo más y entró en un monasterio. La ogresa se mudó de bosque después de ello.
—Ulath, sé que me estáis tomando el pelo.
—Vamos, Sparhawk —protestó sin convicción Ulath.
—¿Entonces la mejor manera de atacar a Ghwerig es manteniéndose alejado y dispararle flechas?
—Para comenzar. De todas maneras deberemos acercarnos pues los trolls tienen una piel muy dura y una espesa pelambrera y las flechas no suelen penetrar a gran profundidad. Además, hay que tener en cuenta que a oscuras será más difícil acertar el blanco.
—Flauta afirma que puede darnos luz.
—Aún siendo estiria, es una persona muy extraña, ¿verdad?
—En efecto, amigo mío.
—¿Qué edad creéis que tiene?
—No tengo ni idea. Sephrenia ni siquiera me ha dado una pista. Lo que sí sé es que es muchísimo mayor de lo que aparenta y más sabia de lo que cualquiera de nosotros alcanzamos a imaginar.
—Después de ver cómo nos ha librado del Buscador, creo que nos vendrá bien seguir sus instrucciones.
—Yo también me inclino en el mismo sentido —acordó Sparhawk.
—Sparhawk —llamó con apremio la niña—, venid aquí.
—Sólo desearía que no fuera tan autoritaria la mayor parte del tiempo —murmuró Sparhawk, volviéndose para atender a la llamada.
—Ghwerig está haciendo algo que no comprendo —manifestó la pequeña cuando se hubo reunido con ella.
—¿Y qué es?
—Está alejándose por el lago.
—Habrá encontrado un bote —apuntó Sparhawk—. Ulath asegura que no sabe nadar. ¿Qué dirección ha tomado? La niña cerró los ojos, concentrándose.
—Noroeste aproximadamente. Sorteará la ciudad de Venne y tomará tierra en la orilla occidental del lago. Deberemos cabalgar hasta allí para interceptarlo.
—Se lo comunicaré a los demás —anunció Sparhawk—. ¿A qué velocidad se desplaza?
—Muy despacio por ahora. Me parece que no sabe remar muy bien.
—Eso nos da la posibilidad de llegar antes que él.
Cabalgaron hacia el sur bordeando la ribera oeste del lago Venne mientras el crepúsculo se asentaba sobre Kelosia occidental.
—¿Podrás precisar el lugar aproximado donde desembarcará? —preguntó Sparhawk a Flauta, que iba en los brazos de Sephrenia.
—Con un margen de error de menos de un kilómetro —respondió—. A medida que se acerca a la orilla detectaré mejor el curso que toma, pues entonces ya no interfieren tanto los vientos y las corrientes.
—¿Todavía va tan lento?
—Más incluso. Ghwerig tiene dificultades con los hombros y las caderas y eso representa un obstáculo a la hora de remar.
—¿Podríais realizar alguna previsión al momento en que tomará tierra en este lado del lago?
—Si sigue el mismo ritmo, no llegará hasta después del alba. En estos momentos está pescando. Necesita comida.
—¿Con las manos?
—Los trolls son muy rápidos con las manos. La superficie del lago lo confunde. Apenas sabe la dirección que toma. Los trolls tienen un pésimo sentido de la orientación…, exceptuando el norte. Tienen la capacidad de sentir la atracción del polo desde cualquier punto de la tierra, pero en el agua se sienten casi indefensos.
—En ese caso lo tenemos en nuestras manos.
—No planeéis la celebración de la victoria hasta haber ganado la batalla, Sparhawk —replicó cáusticamente.
—Eres una niña muy desagradable, Flauta. ¿Lo sabías?
—Pero me queréis, ¿verdad? —dijo con desarmante ingenuidad.
—¿Qué puede hacer uno? —preguntó con impotencia a Sephrenia—. Es imposible.
—Responded a su pregunta —sugirió su maestra—. Es más importante de lo que pensáis.
—Sí, Dios me asista —dijo a Flauta—. Te quiero, aunque a veces sienta deseos de darte unos azotes.
—Eso es lo único que importa. —La pequeña exhaló un suspiro, se acurrucó en el sayo de Sephrenia y pronto quedó dormida.
Patrullaron una larga franja de la orilla occidental del lago Venne, escrutando entre la oscuridad que cubría el lago. Gradualmente, en el transcurso de la larga noche, Flauta redujo el área de vigilancia.
—¿Cómo sabes que podemos hacer eso? —le preguntó Kalten unas horas después de media noche.
—¿Lo comprendería? —interrogó Flauta a Sephrenia.
—¿Kalten? Es probable que no, pero puedes procurar explicárselo si tienes ganas —repuso Sephrenia con una sonrisa—. Todos necesitamos algunas dosis de frustración en la vida.
—Cuando el Bhelliom se mueve en diagonal lo percibo de manera diferente de cuando lo hace en línea recta —explicó Flauta.
—¡Oh! —exclamó dubitativamente el caballero—. Tiene sentido, supongo.
—Veis —dijo Flauta a Sephrenia con tono triunfal—. Sabía que podría hacérselo comprender.
—Una pregunta —añadió Kalten—. ¿Qué es una diagonal?
—Oh Dios —se lamentó la niña, apretando el rostro en el regazo de Sephrenia con gesto de desesperación.
—Bueno, ¿qué es? —insistió Kalten, dirigiéndose a sus compañeros.
—Desviemos un poco hacia el sur, Kalten, y mantengamos la atención centrada en el lago —propuso Tynian—. Os lo explicaré mientras nos movemos.
—¡Vos! —avisó Sephrenia a Ulath, que tenía una tenue sonrisa en el rostro—. Ni una palabra.
—¡Si no he dicho nada!
La luna se levantó tarde esa noche y proyectó un largo y rutilante sendero en la superficie del agua. Sparhawk se relajó un poco entonces, pues la tarea de buscar a un troll entre tinieblas le había producido gran tensión. Ahora se le antojaba de algún modo demasiado sencillo. No tenía más que aguardar a que Ghwerig llegara a la orilla. Después de todas las dificultades y reveses que habían entorpecido su misión desde que emprendieron la búsqueda del Bhelliom, la idea de limitarse a permanecer sentado esperando a que se lo entregaran le provocaba cierto nerviosismo. Tenía la ominosa sospecha de que algo iba a torcerse. Si las cosas seguían el mismo curso que todo lo que había ocurrido en Lamorkand y allí en Kelosia, algo saldría mal. Su búsqueda se había hallado al borde del desastre casi desde el momento en que abandonaron el castillo pandion de Cimmura, y Sparhawk no veía señales que lo indujeran a esperar que sería distinto en aquella ocasión.
Una vez más, el sol se alzó en un cielo rojizo, como un cobrizo disco suspendido sobre las turbias aguas del lago. Sparhawk regresó cansinamente de su posición de guardia al lugar donde aguardaban los niños y Sephrenia.
—¿A qué distancia se encuentra ahora? —preguntó a Flauta.
—A poco más de un kilómetro de la orilla —repuso ésta—. Ha vuelto a pararse.
—¿Por qué se para continuamente?
La irritación de Sparhawk iba en aumento cada vez que el troll detenía su avance.
—¿Querríais oír mi teoría al respecto? —inquirió Talen.
—Exponla.
—Una vez robé un bote porque tenía que cruzar el río Cimmura, y resultó que estaba agujereado. Tenía que pararme cada cinco minutos para achicar el agua. Ghwerig se detiene aproximadamente cada media hora. Tal vez su bote no hace tanto agua como el mío.
Sparhawk miró fijamente al muchacho un momento y luego prorrumpió en súbitas carcajadas.
—Gracias, Talen —dijo, sintiendo una repentina mejoría en el ánimo.
—No hay de qué —replicó con descaro el chiquillo—. ¿Veis, Sparhawk? La respuesta más sencilla suele ser la que da en el clavo.
—Entonces tengo a un troll allá, embarcado en un bote que hace agua, y debo esperar aquí en la orilla a que achique el agua.
—En resumidas cuentas, sí.
Tynian se acercó al trote.
—Sparhawk —advirtió en voz baja—, se aproximan unos jinetes por el oeste.
—¿Cuántos?
—Demasiados para contarlos convenientemente.
—Vayamos a echar un vistazo.
Se alejaron entre los árboles hasta el sitio donde Kalten, Ulath y Bevier permanecían inmóviles a caballo, contemplando el horizonte de poniente.
—Los he estado observando, Sparhawk —declaró Ulath—. Creo que son thalesianos.
—¿Qué hacen tantos thalesianos aquí en Kelosia?
—¿Recuerdas que ese posadero de Venne te dijo —relacionó Kalten— que había guerra allá en Arcium? ¿No dijo que los reinos occidentales estaban movilizándose?
—Lo había olvidado —admitió Sparhawk—. Bien, no es asunto que nos concierna…, al menos por ahora.
Kurik y Berit llegaron a caballo.
—Creo que Berit lo ha visto, Sparhawk —informó Kurik.
Sparhawk miró al novicio.
—He trepado a un árbol, sir Sparhawk —explicó Berit—. Hay un pequeño bote a cierta distancia de la costa. No he podido distinguirlo en detalle, pero parece que hace agua y se ven muchas salpicaduras.
—Apuesto a que Talen estaba en lo cierto —dijo Sparhawk, forzando una carcajada.
—No acabo de comprenderos, Sparhawk.
—Ha dicho que Ghwerig robó seguramente un bote en mal estado y que tenía que pararse tan a menudo para achicar el agua.
—¿Quieres decir que hemos estado esperando toda la noche mientras Ghwerig sacaba el agua de la barca? —inquirió Kalten.
—Eso parece —confirmó Sparhawk.
—Están acercándose, Sparhawk —anunció Tynian, señalando hacia el oeste.
—Y son thalesianos sin lugar a dudas —agregó Ulath.
Sparhawk profirió un juramento y se dirigió al linde de la arboleda. A la cabeza de la columna que se aproximaba iba un hombre robusto vestido con cota de malla y una capa púrpura, al cual Sparhawk conocía. Era el rey Wargun de Thalesia y parecía hallarse en un estado de total embriaguez. Junto a él cabalgaba un pálido y esbelto individuo enfundado en una armadura profusamente decorada, pero con una apariencia algo delicada.
—El que va al lado de Wargun es el rey Soros de Kelosia —informó Tynian en voz baja—. No creo que represente un peligro, pues se pasa el día rezando y ayunando.
—Aun así, nos hallamos ante un problema, Sparhawk —manifestó gravemente Ulath—. Ghwerig va a tomar tierra de un momento a otro y lleva la corona real de Thalesia con él. Wargun daría su propia alma por recuperar esa joya. Lamento tener que decirlo, pero será mejor que lo alejemos de aquí antes de que Ghwerig llegue a la orilla.
Sparhawk comenzó a maldecir, contrariado. Las sospechas que había abrigado durante la noche se habían hecho realidad.
—Todo saldrá bien, Sparhawk —le aseguró Bevier—. Flauta puede seguir el rastro del Bhelliom. Apartaremos al rey Wargun a cierta distancia y después nos despediremos de él. Podemos regresar después y perseguir al troll.
—No parece que tengamos otra alternativa —concedió Sparhawk—. Vayamos a buscar a Sephrenia y a los niños y alejemos a Wargun de aquí.
Montaron con presteza y volvieron al lugar donde se encontraban Sephrenia, Talen y Flauta.
—Hemos de irnos —anunció concisamente Sparhawk—. Se acercan unos thalesianos y el rey Wargun va con ellos. Ulath opina que, si Wargun averigua el motivo por el que nos hallamos aquí, tratará de arrebatarnos la corona tan pronto como pase a nuestras manos. Cabalguemos.
Partieron al galope en dirección norte y, tal como habían previsto, las tropas thalesianas salieron en su persecución.
—Hemos de recorrer dos o tres kilómetros como mínimo —gritó Sparhawk a los demás— para que Ghwerig tenga posibilidades de escapar.
Llegaron al camino que conducía a Venne y continuaron galopando, sin volver la mirada hacia los thalesianos que iban en pos de ellos.
—Están cada vez más cerca —informó a Sparhawk Talen, que podía volver la cabeza sin que lo advirtieran los perseguidores.
—Me gustaría apartarlos un poco más de Ghwerig —se lamentó Sparhawk—, pero me temo que ya no podemos ir más lejos.
—Ghwerig es un troll, Sparhawk —le recordó Ulath—. Sabe cómo esconderse.
—Bien —acordó Sparhawk. Hizo ademán de mirar atrás y alzó la mano, ordenando el alto. Tensaron las riendas y volvieron grupas para encararse a los thalesianos, uno de los cuales se aproximó a ellos al paso.
—El rey Wargun de Thalesia quiere hablar con vosotros, caballeros —anunció respetuosamente—. Se reunirá con nosotros de un momento a otro.
—Muy bien —replicó Sparhawk.
—Wargun está borracho —murmuró Ulath a su amigo—. Procurad ser diplomático, Sparhawk.
El rey Wargun y el rey Soros se adelantaron y refrenaron las monturas.
—¡Jo, jo, Soros! —bramó Wargun, tambaleándose peligrosamente en la silla—. Parece que hemos dado caza a una nidada de caballeros de la Iglesia. —Pestañeó y observó con ojos entornados a los caballeros—. Conozco a ése —dijo—. Ulath, ¿qué estáis haciendo en Kelosia?
—Asuntos eclesiásticos, majestad —respondió Ulath.
—Y ése de la nariz torcida es el pandion Sparhawk —añadió Wargun—. ¿Por qué corríais tanto, Sparhawk?
—Nuestra misión es urgente, majestad —repuso Sparhawk.
—¿Y qué misión es ésa?
—No nos está permitido difundirla, majestad. Es la práctica habitual en la Iglesia, comprendedlo.
—Una cuestión política pues —bufó Wargun—. Ojalá la Iglesia no metiera las narices en los asuntos políticos.
—¿Cabalgaréis con nosotros un trecho, majestad? —inquirió con cortesía Bevier.
—No, creo que será al revés, caballero… y será más de un trecho. —Wargun los miró a todos—. ¿Estáis al corriente de lo que sucede en Arcium?
—Hemos oído algunos rumores, majestad —refirió Tynian—, pero nada coherente.
—Bien —anunció Wargun—, os daré una información coherente. Los rendoreños han invadido Arcium.
—¡Eso es imposible! —exclamó Sparhawk.
—Id a hablar de imposibles a la gente que vivía en Coombe. Los rendoreños saquearon e incendiaron la ciudad. Ahora marchan hacia el norte en dirección a Larium, la capital. El rey Dregos ha apelado a los tratados de defensa mutua. Soros y yo estamos haciendo leva de todo hombre capacitado al que podamos echar las manos encima. Cabalgaremos rumbo sur y arrancaremos de cuajo esa infección rendoreña de una vez por todas.
—Ojalá pudiéramos acompañaros, majestad —se lamentó Sparhawk—, pero tenemos otro compromiso. Tal vez podamos reunimos con vos una vez concluida nuestra tarea.
—Ya lo habéis hecho, Sparhawk —afirmó categóricamente Wargun.
—Hemos de atender con urgencia otra obligación, majestad —repitió Sparhawk.
—La Iglesia es eterna, Sparhawk, y por ello es muy paciente. Ese otro compromiso habrá de esperar.
Aquella fue la gota que colmó el vaso. Sparhawk, que habitualmente había de esforzarse por mantener a raya su vivo genio, miró de hito en hito al monarca de Thalesia. A diferencia de los otros hombres, que descargaban su ira gritando y profiriendo juramentos, Sparhawk adoptaba una gélida calma a medida que su furia iba en aumento.
—Somos caballeros de la Iglesia, majestad —afirmó con voz neutra e inexpresiva—. No estamos sujetos a la autoridad de los reyes mundanos. Sólo somos responsables ante Dios y ante nuestra madre, la Iglesia, y son sus órdenes las que obedeceremos, no las vuestras.
—Tengo un millar de hombres armados con picas a mi espalda —vociferó Wargun.
—¿Y cuántos estáis dispuestos a perder? —preguntó Sparhawk con escalofriante parsimonia. Se irguió en la silla y se bajó lentamente la visera—. No perdamos el tiempo, Wargun de Thalesia —añadió, quitándose el guantelete derecho—. Considero vuestra actitud impropia, irreligiosa incluso, y me doy por ofendido. —Con gesto de aparente negligencia, arrojó el guantelete al camino frente al rey de Thalesia.
—¿Ése es su concepto de diplomacia? —murmuró, consternado, Ulath a Kalten.
—Ésa es la aproximación a la que suele llegar —aseveró Kalten, haciendo ademán de desenvainar la espada—. Vos también podríais adelantaros y aprestar el hacha, Ulath. Promete ser interesante la mañana. Sephrenia, llevad a los niños atrás.
—¿Estáis loco, Kalten? —se indignó Ulath—. ¿Queréis que apreste el hacha en contra del rey de mi país?
—Por supuesto que no —repuso Kalten, esbozando una sonrisa—. Sólo para lucirla en el cortejo de su funeral. Si Wargun acepta el reto de Sparhawk, beberá hidromiel celestial después de la primera estocada.
—En ese caso habré de pelear con Sparhawk —dedujo, apesadumbrado, Ulath.
—Sois libre de decidir hacerlo, amigo mío —reconoció Kalten con igual pesar—, pero no os lo aconsejo. Aun cuando vencierais a Sparhawk, habríais de enfrentaros a mí, y yo hago muchas trampas.
—¡No voy a permitir esto! —tronó una potente voz. El hombre que se abrió paso a caballo entre los thalesianos era enorme, más alto que el propio Ulath. Llevaba cota de malla y un yelmo rematado con cuernos de ogro y empuñaba una pesada hacha. Una ancha cinta negra en el cuello lo identificaba como eclesiástico—. ¡Recoged el guantelete, sir Sparhawk, y retirad el desafío! ¡Ésta es una orden de nuestra madre, la Iglesia!
—¿Quién es? —preguntó Kalten a Ulath.
—Bergsten, el patriarca de Emsat —repuso Ulath.
—¿Un patriarca? ¿Vestido de esa manera?
—Bergsten no es un prelado normal.
—Ilustrísima —tartamudeó Wargun—, yo…
—¡Deponed la espada, Wargun —bramó Bergsten— o habréis de luchar conmigo en combate individual!
—Yo no lo haría —confesó Wargun a Sparhawk, casi amigablemente—. ¿Y vos?
Sparhawk observó con detenimiento al patriarca de Emsat.
—No de poder evitarlo —admitió—. ¿Cómo creció tanto?
—Era hijo único —explicó el monarca—. No tuvo que pelear con nueve hermanos para llevarse la cena a la boca cada noche. ¿Qué opinión os merecería una tregua llegado este punto, Sparhawk?
—Me parece que es lo que la prudencia aconseja, majestad. No obstante, tenemos realmente algo importante que atender.
—Hablaremos de ello más tarde…, cuando Bergsten esté rezando.
—¡Éste es el mandato de la Iglesia! —rugió el patriarca de Emsat—. Los caballeros de la Iglesia se sumarán a nosotros en esta sagrada misión. La herejía eshandista es una ofensa a Dios. Ya que Dios nos otorga la fuerza, hijos míos, emprendamos esta gran tarea que nos proponemos. —Encaró el caballo hacia el sur—. No olvidéis vuestro guantelete, sir Sparhawk —gritó por encima del hombro—. Quizá lo necesitéis cuando lleguemos a Arcium.
—Sí, Ilustrísima —replicó Sparhawk, apretando las mandíbulas.