Capítulo 19

Sparhawk estaba sentado en la habitación que compartía con Kalten, examinando detenidamente su mapa mientras su amigo roncaba en la cama contigua. Ulath había tenido una buena idea al proponer alquilar un barco y era tranquilizante que Sephrenia afirmara que así burlarían los métodos más peligrosos de que disponía el Buscador para seguir su rastro. Podrían regresar a esa solitaria playa cenagosa donde había perecido el conde de Heid y proseguir con su interrumpida búsqueda sin tener que preocuparse de que una figura encapuchada olisqueara el suelo tras ellos. La calavera de zemoquiano que Berit había encontrado en las fangosas profundidades había revelado con precisión casi certera la ubicación de Bhelliom. Con un poco de suerte, podrían localizarlo en una tarde. Aun así, habrían de regresar a Venne, a recoger los caballos, y eso representaba un problema. Si, tal como suponían, las cohortes del Buscador permanecían al acecho en los campos y bosques que rodeaban la ciudad, habrían de enfrentarse a ellas para salir de allí. En circunstancias ordinarias, a Sparhawk no le hubiera inquietado la perspectiva de tener que luchar, pues ésa era una actividad que había practicado durante toda su vida, pero, con el Bhelliom en sus manos, no sería tan sólo su propia vida la que arriesgaría, sino también la de Ehlana, y ello era inaceptable. Por otra parte, tan pronto como Azash detectara la reaparición de Bhelliom, el Buscador los hostigaría con verdaderos ejércitos en un desesperado intento de arrebatarles la joya.

La solución era simple. Únicamente habían de hallar la manera de trasladar los caballos a la ribera occidental del lago, en cuyo caso el Buscador podría rastrear los alrededores de Venne hasta morir de viejo sin mayores consecuencias para ellos. El bote que habían alquilado, no obstante, no podía transportar más de dos monturas a la vez y la perspectiva de hacer ocho o nueve viajes para descargar los caballos en una solitaria playa de la orilla oeste del lago exacerbaba en extremo su impaciencia. Asimismo, existía la posibilidad de alquilar varias barcas, pero tenía el inconveniente de que una flotilla atraería demasiado la atención. Tal vez lograran encontrar a alguna persona a quien confiarle la tarea de conducir los caballos hasta la ribera occidental, pero el problema era que Sparhawk no tenía garantías de que el Buscador no fuera capaz de identificar el olor de los caballos al igual que el de las personas que los montaban. Se rascó distraídamente el dedo en que llevaba el anillo, en el cual sentía un hormigueo y palpitaciones inusuales.

Entonces sonó un golpecillo en la puerta.

—Estoy ocupado —respondió Sparhawk, irritado.

—Sparhawk. —La voz era suave y melodiosa y tenía el peculiar deje de los estirios. Sparhawk frunció el entrecejo. No reconocía esa voz.

—Sparhawk, he de hablar con vos.

Se levantó y fue a abrir la puerta. Para su sorpresa era Flauta, que se deslizó en el interior y cerró la puerta tras ella.

—¿De modo que sabes hablar? —preguntó con perplejidad.

—Por supuesto que sí.

—¿Y por qué no lo habías hecho antes?

—Entonces no era necesario. Los elenios parloteáis en exceso. —A pesar de que su voz era la una niña, las palabras y las inflexiones utilizadas correspondían más a un adulto—. Escuchadme, Sparhawk. Esto es muy importante. Debemos partir de inmediato.

—Es media noche, Flauta —objetó.

—Que gran perspicacia —replicó con sarcasmo, observando la ventana—. Ahora, por favor, callad y escuchad. ¡Ghwerig ha recuperado el Bhelliom! Hemos de detenerlo antes de que llegue a la costa del norte y embarque en dirección a Thalesia. Si no logramos encontrarlo antes, habremos de seguirlo hasta su cueva en las montañas de Thalesia y ello nos llevaría bastante tiempo.

—Según afirma Ulath, nadie sabe siquiera dónde está esa cueva.

—Yo sé dónde está. Ya he estado allí.

—¿Cómo?

—Sparhawk, estamos perdiendo el tiempo. Hemos de abandonar esta ciudad. Hay demasiadas cosas que distraen mis sentidos para que pueda detectar lo que acontece. Poneos vuestro traje de hierro y partamos. —Su tono era brusco, casi imperioso. Lo miró gravemente con sus grandes y oscuros ojos—. ¿Es posible que seáis tan zoquete que no notéis que el Bhelliom se está moviendo por el mundo? ¿Acaso no os advierte de nada ese anillo?

Con un ligero sobresalto dirigió la mirada al anillo de rubí que adornaba su mano izquierda. La joya parecía latir y la niñita que tenía delante parecía saber mucho más de lo que en ella cabía esperar.

—¿Está Sephrenia al corriente de la situación?

—Desde luego. Ya está preparando el equipaje.

—Vayamos a hablar con ella.

—Estáis comenzando a irritarme, Sparhawk. —Sus oscuros ojos despidieron un destello y su rosada boquita hizo una mueca.

—Lo siento, Flauta, pero he de hablar con Sephrenia.

La pequeña alzó los ojos al cielo.

—¡Elenios! —exclamó en un tono tan similar al de Sephrenia que Sparhawk casi se echó a reír.

La tomó de la mano y la llevó al corredor.

Sephrenia introducía a toda prisa sus ropas y las de Flauta en una bolsa de lona.

—Entrad, Sparhawk —indicó cuando éste se detenía en el umbral—. Os estaba esperando.

—¿Qué está ocurriendo, Sephrenia? —inquirió el caballero con tono desconcertado.

—¿No se lo has explicado? —preguntó la mujer a Flauta.

—Sí, pero por lo visto no me cree. ¿Cómo podéis tolerar a esta gente tan obstinada?

—Tienen un cierto encanto. Creedle, Sparhawk —recomendó gravemente—. Sabe de qué habla. Bhelliom ha salido del lago, yo misma lo he notado, y ahora está en poder de Ghwerig. Debemos salir al campo para que Flauta y yo podamos averiguar adónde se dirige con él. Id a despertar a los otros y ordenad a Berit que ensille los caballos.

—¿Estáis segura de esto?

—Sí. Apresuraos, Sparhawk, o de lo contrario Ghwerig huirá.

Se volvió con presteza y salió al pasillo. Todo se precipitaba tan vertiginosamente que no tenía tiempo para pensar. Fue de puerta en puerta, llamando a sus compañeros e indicándoles que se reunieran en la habitación de Sephrenia. Mandó a Berit al establo y por último despertó a Kalten.

—¿Qué pasa? —preguntó el rubio pandion, incorporándose con ojos soñolientos.

—Ha ocurrido algo —respondió Sparhawk—. Nos vamos.

—¿En mitad de la noche?

—Sí. Vístete, Kalten, y yo recogeré las cosas.

—¿Qué está sucediendo, Sparhawk? —Kalten se sentó al borde de la cama.

—Sephrenia lo explicará. Date prisa, Kalten.

Gruñendo, Kalten comenzó a vestirse mientras Sparhawk metía sus escasas ropas en la alforja que habían llevado al dormitorio. Después volvieron al corredor y Sparhawk llamó a la puerta de la habitación de Sephrenia.

—Oh, entrad, Sparhawk. No es momento de andar con ceremonias.

—¿Quién ha hablado? —preguntó Kalten.

—Flauta —repuso Sparhawk, abriendo la puerta.

—¿Flauta? ¿Sabe hablar?

Los demás ya estaban adentro mirando con estupefacción a la niña que hasta entonces habían considerado muda.

—Para no perder más tiempo —anunció ésta—, sí, sé hablar, y no, no quería hacerlo antes. ¿Quedan con ello respondidas todas esas fatigosas preguntas? El troll enano Ghwerig ha logrado recuperar nuevamente el Bhelliom e intenta llevarlo a su cueva de las montañas de Thalesia. A menos que obremos con celeridad, se nos escapará de las manos.

—¿Cómo ha logrado sacarlo del lago cuando no lo había conseguido en todos estos años? —interrogó Bevier.

—Lo han ayudado. —Les miró la cara uno a uno y murmuró una palabrota en estirio—. Será mejor que se lo mostréis, Sephrenia, si no estarán toda la noche haciendo estúpidas preguntas.

Había un gran espejo —una plancha de latón pulido en realidad— en una de las paredes de la habitación.

—¿Sois tan amables de venir aquí? —Les pidió Sephrenia, acercándose a la brillante superficie.

Cuando todos se hallaron alrededor del espejo, dio inicio a un encantamiento que Sparhawk no había oído antes y después gesticuló. El espejo se enturbió por unos instantes y, cuando se aclaró, vieron el lago.

—Ahí está la balsa —observó Kalten con asombro—, y ése que sale a la superficie es Sparhawk. No lo entiendo, Sephrenia.

—Estamos mirando sucesos acaecidos poco antes del mediodía de ayer —precisó la estiria.

—Ya sabemos lo que ocurrió entonces.

—Sabíamos lo que hacíamos nosotros —lo corrigió—. Pero también había otros allí.

—Yo no vi a nadie.

—Eso era lo que pretendían. Seguid mirando.

La imagen reflejada en el latón se modificó, apartándose del lago para centrarse en la espesura de juncias que crecían en las turberas. Una forma tapada con un oscuro sayo se acurrucaba entre ellas.

—¡El Buscador! —exclamó Bevier—. ¡Estaba espiándonos!

—No era el único —declaró Sephrenia.

La perspectiva cambió de nuevo, desplazándose varios centenares de metros en dirección norte hasta unos árboles achaparrados en los que se ocultaba una peluda figura grotescamente deforme.

—Y ése es Ghwerig —les dijo Flauta.

—¿Y eso es un enano? —exclamó Kalten—. Es tan grande como Ulath. ¿Qué tamaño tiene un troll normal?

—Casi el doble que el de Ghwerig —repuso Ulath con indiferencia—. Los ogros son aún mayores.

El espejo volvió a nublarse al tiempo que Sephrenia murmuraba unas rápidas palabras en estirio.

—Como no sucedió nada importante durante un rato, nos saltamos esa parte —explicó.

El metal adoptó su brillo habitual.

—Ahí vamos nosotros, alejándonos del lago —señaló Kalten.

Entonces el Buscador se levantó entre las hierbas y con él emergieron unos diez hombres de semblante imperturbable que parecían ser siervos kelosianos, los cuales se encaminaron con gestos maquinales a la orilla del lago y entraron vadeando en el agua.

—Ese era uno de nuestros temores —señaló Tynian.

El espejo se enturbió una vez más.

—Prosiguieron la búsqueda el resto del día de ayer, anoche y hoy —refirió Sephrenia—. Entonces, hace tan sólo una hora, uno de ellos encontró el Bhelliom. Esto no se verá muy bien porque ya había oscurecido. Procuraré iluminar la imagen.

Resultaba difícil distinguirlo, pero parecía que uno de los siervos salía del lago llevando en la mano un objeto rebozado de barro.

—La corona del rey Sarak —lo identificó Sephrenia.

El Buscador corrió por la orilla del lago, con las garras de escorpión extendidas y chasqueando ansiosamente la lengua, pero Ghwerig alcanzó al siervo antes que la criatura de Azash. Con un poderoso golpe asestado con su nudoso puño, aplastó la cabeza del siervo y agarró la corona. Después huyó a la carrera antes de que el Buscador conminara a salir del lago a sus seguidores. Ghwerig corría apoyándose en las dos patas y en un brazo extraordinariamente largo, con un peculiar paso de amplia zancada cuya velocidad apenas conseguiría superar un hombre.

La imagen se desvaneció.

—¿Qué ha pasado después? —inquirió Kurik.

—Ghwerig se ha parado varias veces, cuando uno de los siervos estaba a punto de darle alcance —respondió Sephrenia—. Parecía como si redujera deliberadamente el paso. Los ha matado a todos.

—¿Dónde está Ghwerig ahora? —preguntó Tynian.

—No lo sabemos —repuso Flauta—. Es muy difícil seguir a un troll en la oscuridad. Por ese motivo debemos ir a campo abierto. Sephrenia y yo somos capaces de detectar el Bhelliom, pero sólo cuando hay poca gente alrededor.

—El Buscador se encuentra ya más o menos fuera de combate —reflexionó Tynian—. Habrá de salir en busca de más gente antes de perseguir a Ghwerig.

—Es un consuelo —reconoció Kalten—. No me gustaría tener que habérmelas con ambos a un tiempo.

—Será mejor que nos pongamos en camino —urgió Sephrenia—. Poneos la armadura, caballeros —sugirió—. Es posible que la necesitemos cuando encontremos a Ghwerig.

Regresaron a sus habitaciones para recoger sus cosas y revestirse de acero. Sparhawk bajó las escaleras con metálico tintineo para pagar la cuenta al gordo posadero, el cual permanecía apoyado en la jamba de la puerta de la vacía cervecería, bostezando con ojos soñolientos.

—Nos vamos —le comunicó Sparhawk.

—Todavía es de noche, caballero.

—Lo sé, pero ha ocurrido algo.

—Habéis oído la noticia entonces.

—¿Qué noticia es ésa? —inquirió con cautela Sparhawk.

—Hay disturbios en Arcium. No he podido sacar mucho en claro, pero corren incluso rumores de que podría tratarse de una guerra.

Sparhawk frunció el entrecejo.

—Eso no tiene mucho sentido, compadre. Arcium no es como Lamorkand. Hace muchos años que los nobles arcianos renegaron bajo juramento de sus rencillas hereditarias a instancias del rey.

—Sólo puedo repetiros lo que he oído, caballero. De creer lo que me dijeron, los reinos de Eosia occidental están movilizándose. Esta misma noche han pasado por Venne a toda prisa unos hombres, que no parecían ser de los que sienten interés por ir a combatir en el extranjero, y han afirmado que hay un gran ejército que recluta en la región oeste del lago a todo hombre que encuentra.

—Los reinos occidentales no se movilizarían porque hubiera una guerra civil en Arcium —arguyó Sparhawk—. Ese tipo de contiendas son un asunto interno.

—Eso es lo que también me extraña a mí —acordó el posadero—, pero lo que me extraña más es que algunos de esos individuos han dicho que una buena parte de ese ejército se compone de thalesianos.

—Debían de estar en un error —observó Sparhawk—. El rey Wargun es un gran bebedor, pero aun así no invadiría un reino amigo. Si esos hombres de que habláis intentaban no incorporarse a filas, seguramente no se habrían parado a examinar a los hombres que los perseguían, y los hombres que llevan cota de malla se parecen mucho entre sí.

—Es probable que estéis en lo cierto, caballero.

Sparhawk pagó la cuenta del hospedaje.

—Gracias por la información, compadre —dijo al posadero mientras los demás iban bajando. Luego salió al patio.

—¿Qué ocurre, sir Sparhawk? —preguntó Berit, tendiéndole las riendas de Faran.

—El Buscador estaba espiándonos mientras estábamos en el lago —respondió Sparhawk—. Uno de sus hombres encontró el Bhelliom, pero Ghwerig el troll se lo arrebató. Ahora hemos de ir en busca de Ghwerig.

—No será fácil, sir Sparhawk. La niebla está levantándose en el lago.

—Con suerte, ya se habrá disipado antes de que Ghwerig llegue aquí.

—Montemos —insistió Sparhawk a los otros—. ¿Qué rumbo tomamos, Flauta?

—Norte por ahora —respondió ésta mientras Kurik la aupaba a los brazos de Sephrenia.

—¡Sabe hablar! —exclamó Kurik, pestañeando.

—Por favor, Berit —le dijo la niña—, no repitáis lo que es evidente. Vamos, Sparhawk. No podré precisar el lugar donde se halla Bhelliom hasta no haber salido de aquí.

Se adentraron en la calle sumida en la espesa niebla preñada de humedad y del ácido olor de las turberas que rodeaban el lago.

—No es una noche muy apropiada para tener un encuentro con un troll —señaló Ulath, situándose al lado de Sparhawk.

—Dudo que topemos con Ghwerig esta noche —replicó Sparhawk—. Él va a pie y hay un largo camino hasta aquí desde donde ha encontrado el Bhelliom…, suponiendo que haya tomado esta dirección.

—Casi está obligado a hacerlo —aseguró el genidio—. Si quiere llegar a Thalesia, ha de ir a un puerto de la costa norte.

—Sabremos qué ruta ha tomado cuando estemos fuera de la ciudad.

—Yo me inclinaría por Nadera —apuntó Ulath—. Es un puerto mayor que Apalia y hay más barcos allí. Ghwerig habrá de embarcarse furtivamente en uno, ya que no creo que le concedieran pasaje. La mayoría de los capitanes tienen las superstición de que trae mala suerte tener trolls a bordo.

—¿Comprende lo bastante Ghwerig nuestra lengua para averiguar escuchando a hurtadillas qué navíos se dirigen a Thalesia?

Ulath asintió con la cabeza.

—Casi todos los trolls poseen conocimientos elementales del elenio e incluso del estirio. No suelen ser capaces de hablar otro idioma que el suyo, pero entienden algunas palabras del nuestro.

Traspusieron las puertas de la ciudad y antes del amanecer llegaron al cruce de caminos en la ruta norteña que partía de Venne. Observaron dubitativamente la tortuosa senda que conducía a las montañas colindantes con Ghasek para ir a morir en la ciudad portuaria de Apalia.

—Espero que no decida ir por allí —hizo votos, estremeciéndose, Bevier—. Realmente no me gustaría volver a Ghasek.

—¿Está en camino? —consultó Sparhawk a Flauta.

—Sí —repuso ésta—. Viene en dirección norte bordeando el lago.

—No lo entiendo —dijo Talen a la niña—. Si detectas dónde está Bhelliom, ¿por qué no nos hemos quedado tranquilamente en la posada hasta que estuviera más cerca?

—Porque hay demasiada gente en Venne —le explicó Sephrenia—, y no podemos precisar con claridad el lugar donde se encuentra Bhelliom en medio de todo ese amasijo de pensamientos y emociones.

—¡Oh! —exclamó el chiquillo—. Supongo que tiene un sentido.

—Podríamos cabalgar por la orilla del lago y salir a su encuentro —propuso Kalten—. Nos ahorraríamos mucho tiempo.

—No con niebla —objetó con firmeza Ulath—. Quiero verlo venir. No me gustaría que me tomara por sorpresa un troll.

—Tendrá que pasar por aquí —aventuró Tynian— o como mínimo a corta distancia de aquí si se dirige a la costa norte. No puede atravesar el lago a nado ni entrar en Venne. Los trolls causan mucha sensación, según tengo entendido. Cuando esté más cerca podemos tenderle una emboscada.

—No sería una mala idea, Sparhawk —opinó Kalten—. Si nos indican la ruta que va a tomar, podemos cogerlo desprevenido. Entonces lo matamos y ya estaremos a medio camino de Cimmura en un santiamén.

—Oh, Kalten —suspiró Sephrenia.

—Eso es lo que hacemos nosotros, pequeña madre, matar —replicó éste—. Vos no tenéis por qué mirar si no queréis. A nadie le importará demasiado que haya un troll más o menos en el mundo.

—Podría surgir un problema, no obstante —dijo Tynian a Flauta—. El Buscador va a pisarle los talones a Ghwerig en cuanto disponga de suficientes hombres y es probable que él sea capaz de detectar el Bhelliom al igual que tú y Sephrenia, ¿no es así?

—Sí —admitió la niña.

—Entonces no estamos teniendo en cuenta el hecho de que habremos de enfrentarnos a él después de dar cuenta de Ghwerig.

—Y vos olvidáis que en ese momento ya tendremos el Bhelliom en nuestras manos y que Sparhawk tiene los anillos.

—¿Eliminaría Bhelliom al Buscador?

—Sin duda.

—Situémonos tras esos árboles —propuso Sparhawk—. Ignoro cuánto tardará Ghwerig en llegar aquí y no querría que nos sorprendiera plantados en medio del camino conversando sobre el tiempo y asuntos similares.

Se retiraron bajo las sombras de un bosquecillo y desmontaron.

—Sephrenia —inquirió con perplejidad Bevier—, si Bhelliom es capaz de destruir al Buscador por medio de la magia, ¿no podríais vos serviros de los métodos habituales de la magia estiria para conseguirlo?

—Bevier —repuso pacientemente la mujer—, si pudiera hacerlo, ¿no creéis que ya lo habría hecho hace tiempo?

—Me temo que no lo había pensado —reconoció, algo compungido, el arciano.

El sol apareció borroso aquella mañana, nublado por la persistente niebla del lago y la espesa neblina del bosque que se mantenían casi a ras de tierra. Dispusieron turnos de vigilancia y comprobaron el estado de las sillas y el equipo, tras lo cual la mayoría de ellos se pusieron a dormitar, amodorrados por el bochornoso calor, sustituyendo con frecuencia al centinela, pues en tiempo sofocante un hombre no mantiene siempre los sentidos alertas.

Era poco después de mediodía cuando Talen despertó a Sparhawk.

—Flauta quiere hablar con vos —le comunicó.

—Pensaba que estaría durmiendo.

—No creo que duerma nunca —opinó el chiquillo—. Es imposible aproximarse a ella sin que abra los ojos.

—Algún día quizá se lo preguntemos.

Sparhawk apartó la manta, se levantó y se lavó la cara en una fuente. Luego se encaminó al lugar donde Flauta se acurrucaba cómodamente al lado de Sephrenia.

La pequeña abrió al instante los ojos.

—¿Dónde estabais? —le preguntó.

—He tardado un poco en despejarme.

—Manteneos alerta, Sparhawk —recomendó—. El Buscador está acercándose.

El caballero profirió un juramento e hizo ademán de desenvainar la espada.

—Oh, no hagáis eso —lo contuvo con gesto disgustado la niña—. Todavía está a más de un kilómetro de distancia.

—¿Cómo ha llegado tan al norte tan deprisa?

—No se detuvo a reunir gente como nosotros habíamos previsto. Está solo y está reventando al caballo. La pobre bestia está agonizando en estos instantes.

—¿Y Ghwerig aún se encuentra bastante lejos de aquí?

—Sí, Bhelliom aún está al sur de la ciudad de Venne. Sin embargo, puedo percibir fragmentariamente al Buscador. —Se estremeció—. Es horrible, pero tiene la misma intención que nosotros. Trata de conseguir una buena ventaja sobre Ghwerig para tenderle una emboscada. Podrá someter la voluntad de los campesinos de la zona para que lleven a cabo su cometido aquí. Creo que deberemos enfrentarnos a él.

—¿Sin el Bhelliom?

—Me temo que sí, Sparhawk. No tiene nadie que lo asista, con lo cual será más sencillo dar cuenta de él.

—¿Podemos matarlo con armas ordinarias?

—Me parece que no, pero hay algo que tal vez surta efecto. Yo nunca lo he intentado, pero mi hermana mayor me dijo cómo hacerlo.

—No sabía que tuvieras familia.

—¡Oh, Sparhawk! —rió—. Mi familia es muchísimo más grande de lo que alcanzáis a imaginar. Avisad a los demás. El Buscador llegará por ese camino dentro de unos minutos. Salidle al paso y yo traeré a Sephrenia. Perderá la capacidad de reflexionar…, lo cual significa que Azash dejará de pensar, pues es él quien controla su mente. Aun así, Azash es demasiado arrogante para evitar la ocasión de mofarse de Sephrenia, y será entonces cuando yo atacaré al Buscador.

—¿Vais a darle muerte?

—Por supuesto que no. Nosotros no matamos ningún ser, Sparhawk. Dejamos que la naturaleza se ocupe de ello. Ahora idos. Nos queda poco tiempo.

—No lo comprendo.

—No hay necesidad de ello. Limitaos a llamar a los otros.

Se ubicaron en la encrucijada, con las lanzas prestas.

—¿Sabrá en verdad lo que trae entre manos? —inquirió dubitativamente Tynian.

—Eso espero —murmuró Sparhawk.

Entonces oyeron la trabajosa respiración de un caballo que se hallaba a punto de perecer de fatiga, el irregular martilleo de herraduras que denunciaba un paso vacilante y el salvaje silbido de un látigo restallado. El Buscador, encorvado bajo su negro hábito en la silla, dobló el recodo, azotando despiadadamente a su agonizante montura.

—¡Deteneos, sabueso del infierno —gritó Bevier con voz estentórea—, que aquí concluye vuestra temeraria marcha!

—Algún día habremos de hablar con ese chico —murmuró Ulath a Sparhawk.

El Buscador ya había refrenado cautelosamente el paso.

En ese instante Sephrenia salió de los árboles acompañada de Flauta. El rostro de la menuda mujer estiria se encontraba aún más pálido de lo que en ella era habitual. Sparhawk advirtió, sorprendido, que nunca había caído realmente en la cuenta de la exigua estatura de su profesora…, apenas unos centímetros más alta que la propia Flauta. Su presencia había sido siempre tan imperiosa que en su mente había adquirido una talla superior a la de Ulath.

—¿Es éste el encuentro que prometisteis, Azash? —preguntó con desdén—. Estoy preparada si la respuesta es afirmativa.

—De modo, Sssephrenia —dijo la odiosa voz—, que volvemosss a encontrarnosss de manera impensssada. Tal vez éssste sssea vuessstro último día de vida.

—O el vuestro, Azash —replicó con impasible coraje la mujer.

—No podéisss dessstruirme —aseguró con una siniestra carcajada.

—El Bhelliom sí puede —señaló—, y nosotros impediremos que caiga en vuestro poder y nos serviremos de él. Huid, Azash, si apreciáis vuestra vida. Cubríos la cabeza con las piedras de este mundo y encogeos de temor ante la ira de los dioses menores.

—¿No está exagerando un poco? —objetó Talen con voz estrangulada.

—Está tramando algo —murmuró Sparhawk—. Sephrenia y Flauta están provocando deliberadamente a esa criatura para que haga algo precipitado.

—¡Ello no será mientras me quede resuello a mí! —declaró con fervor Bevier, bajando la lanza.

—¡Quieto aquí, Bevier! —ordenó Kurik—. ¡Ellas saben qué están haciendo! Y bien sabe Dios que el resto de nosotros lo ignoramos.

—¿Todavía mantenéisss vuessstra insssana alianza con esssosss eleniosss, Sssephrenia? —preguntó la voz de Azash—. Sssi vuessstro apetito esss tan vasssto, venid a mí y yo lo sssaciaré.

—No podéis hacerlo, Azash, ¿o acaso habéis olvidado vuestra cobardía? Sois un engendro abominable para el resto de los dioses y ése fue el motivo de que os rechazaran, os castraran y os confinaran a la posición de eterno tormento y pesar que ocupáis.

El ser montado en el extenuado caballo bufó con furia y Sephrenia hizo una señal a Flauta. La niña se llevó el caramillo a los labios y comenzó a tocar una rápida melodía, una serie de burlonas notas discordantes ante las que pareció acobardarse el Buscador.

—Essso no osss ssservirá, Sephrenia —declaró con voz aguda Azash—. Todavía hay tiempo.

—¿Así lo creéis, poderoso Azash? —replicó la estiria con tono de mofa—. Entonces los interminables siglos de confinamiento os han privado de juicio así como de vuestra virilidad.

El chillido del Buscador estaba henchido de rabia.

—Impotente deidad —siguió agujándolo Sephrenia—, regresad a la tierra de los insensatos zemoquianos a roeros el alma en vano pesar por las delicias que os son eternamente denegadas.

Azash emitió un aullido y la música de Flauta aceleró su cadencia.

Algo le ocurría al Buscador. Su cuerpo parecía retorcerse bajo su negro sayo y de la capucha brotaban terribles sonidos inarticulados. Con movimientos espasmódicos, desmontó del moribundo caballo y avanzó medio tambaleante con las garras de escorpión extendidas.

Instintivamente, los caballeros de la Iglesia se acercaron para proteger a Sephrenia y a la niña.

—¡Quedaos atrás! —espetó Sephrenia—. Ahora ya no puede detener el curso de las cosas.

El Buscador cayó retorciéndose en el camino y rasgó su negro sayo. Sparhawk contuvo un violento deseo de vomitar. La criatura tenía un cuerpo alargado dividido en el medio por una cintura similar a la de una avispa, el cual relucía con un grisáceo humor semejante al pus. Sus larguiruchas extremidades presentaban múltiples articulaciones y no tenía un rostro propiamente dicho, sino únicamente un par de ojos saltones y unas abiertas fauces rodeadas de una serie de apéndices puntiagudos con forma de colmillo.

Azash chilló algo a Flauta. Sparhawk reconoció la inflexión estiria, pero —y ello fue algo que hubo de agradecer— no identificó ninguna de las palabras.

Y entonces el Buscador comenzó a desgajarse con un terrible sonido a sustancia rasgada. Había algo en su interior, algo que se retorcía serpenteando, tratando de liberarse. El desgarrón se alargó en el cuerpo del Buscador y de él comenzó a emerger la criatura que albergaba. Era de un negro resplandeciente y estaba mojada. De sus hombros brotaban unas alas traslúcidas. Tenía dos enormes ojos prominentes y delicadas antenas, pero carecía de boca. Con un estremecimiento, se sacudió el cascarón de la ya fláccida piel del Buscador y, cuando se hubo liberado de él, se agazapó sobre la tierra del camino y desplegó sus alas de insecto para secarlas. Una vez deshumedecidas, éstas se tiñeron de una tonalidad roja como la sangre y comenzaron a agitarse a tal velocidad que su visión se tornó imprecisa, para al fin elevar por los aires al repugnante ser que había nacido ante sus ojos, que se alejó rumbo al este.

—¡Detenedlo! —gritó Bevier—. ¡No lo dejéis escapar!

—Ahora es inofensivo —le aseguró con calma Flauta, apartando de sus labios el caramillo.

—¿Qué has hecho? —le preguntó con estupefacción.

—El encantamiento, que ha acelerado su proceso de maduración —repuso—. Mi hermana estaba en lo cierto cuando me lo enseñó. Ahora es un adulto y todos sus instintos se centran en la reproducción. Ni siquiera Azash podrá contener su desesperada búsqueda de pareja.

—¿Qué os proponíais con ese pequeño intercambio de insultos? —preguntó Kalten a Sephrenia.

—Para que el hechizo de Flauta fuera efectivo, Azash debía estar tan furioso como para empezar a perder control sobre el Buscador —explicó—. Por esa razón le he echado en cara ciertas realidades en nada agradables.

—¿No era ello un tanto peligroso?

—Mucho —admitió.

—¿Encontrará el adulto una pareja? —interrogó impresionado Tynian a Flauta—. Sería detestable ver el mundo poblado de Buscadores.

—No la encontrará —aseveró la niña—. Es el único de su género en toda la superficie de la tierra. Como ya no tiene boca, es incapaz de alimentarse. Volará desesperadamente durante una semana aproximadamente.

—¿Y luego?

—¿Y luego? Entonces morirá —afirmó con escalofriante indiferencia.