—Estaré en deuda permanente con vosotros, amigos míos —les dijo Ghasek en el patio del castillo a la mañana siguiente cuando se disponían a partir.
—Y nosotros con vos, mi señor —le aseguró Sparhawk—. Sin vuestra ayuda, no teníamos posibilidad alguna de hallar lo que buscamos.
—Que Dios propicie vuestro camino, sir Sparhawk —le deseó Ghasek, estrechando con afecto la mano del fornido pandion.
Sparhawk salió a la cabeza y emprendió la marcha por el angosto sendero que conducía al pie del risco.
—Me pregunto qué será de él —comentó entristecido Talen mientras se alejaban del castillo.
—No tiene elección —contestó Sephrenia—. Ha de quedarse aquí hasta que fallezca su hermana. Aunque ya no representa un peligro, hay que vigilarla y cuidarla.
—Me temo que va a pasar muy solo el resto de sus días —dijo Kalten con un suspiro.
—Tiene sus libros y sus crónicas —disintió Sparhawk—. Ésa es toda la compañía que necesita un erudito.
Ulath murmuraba para sus adentros.
—¿Algún problema? —le preguntó Tynian.
—Debí pensar que había alguna causa concreta para que aquel troll se encontrara en el lago Venne —respondió Ulath—. Habríamos ganado tiempo si hubiera realizado pesquisas.
—¿Habríais reconocido a Ghwerig en caso de haberlo visto?
Ulath asintió con la cabeza.
—Es uno de los escasísimos trolls enanos que existen, pues las hembras suelen devorar a los cachorros que nacen con malformaciones.
—Una práctica brutal.
—Los trolls no son precisamente famosos por su gentileza. Ni siquiera mantienen relaciones amistosas entre ellos la mayoría de las veces.
El sol relucía con fuerza aquella mañana y los pájaros trinaban en la maleza cercana al pueblo abandonado situado en el centro del campo sobre el que se alzaba el castillo del conde Ghasek. Talen se desvió para cabalgar hacia la aldea.
—No habrá nada que robar allí —le advirtió Kurik.
—Sólo siento curiosidad —respondió el chiquillo—. Os alcanzaré dentro de un par de minutos.
—¿Queréis que vaya a buscarlo? —inquirió Bevier.
—Dejad que dé un vistazo —aconsejó Sparhawk—. De lo contrario, se pasará el día quejándose.
Poco después Talen regresó al galope con el rostro mortalmente pálido y los ojos desencajados y, al llegar junto a ellos, cayó del caballo y quedó tendido en el suelo vomitando, incapaz de hablar.
—Será mejor que vayamos a echar una ojeada —propuso Sparhawk a Kalten—. Los demás aguardad aquí.
Los dos caballeros cabalgaron precavidamente hacia el pueblo desierto con las lanzas en ristre.
—Ha ido por aquí —anunció en voz baja Kalten, señalando con la punta de la lanza las huellas dejadas por la montura de Talen en la enfangada calle.
Siguieron el rastro hasta llegar a una casa de dimensiones algo mayores que las de las restantes. Allí desmontaron, desenvainaron las espadas y entraron.
Las habitaciones del interior estaban polvorientas y despojadas de todo mobiliario.
—No hay nada aquí —observó Kalten—. ¿Qué puede haberlo asustado tanto?
Sparhawk abrió la puerta de una estancia y miró adentro.
—Ve a buscar a Sephrenia —indicó con voz lúgubre.
—¿Qué es?
—Un niño. Lleva mucho tiempo muerto.
—¿Estás seguro?
—Míralo tú mismo.
Kalten se asomó a la habitación y dobló el cuerpo a causa de las náuseas.
—¿Quieres que ella vea esto? —preguntó.
—Debemos saber qué ocurrió aquí.
—Iré en su busca.
Salieron a la calle y Kalten volvió a montar y se dirigió al lugar donde esperaban los otros, mientras Sparhawk permanecía cerca de la puerta de la casa. El rubio caballero regresó al cabo de unos minutos con Sephrenia.
—Le he recomendado que dejara a Flauta con Kurik —informó Kalten—. No es conveniente que vea lo que hay ahí.
—No —coincidió sombríamente Sparhawk—. Pequeña madre —se disculpó—, esto no os resultará agradable.
—Son pocas las cosas que lo son —respondió la mujer con resolución.
Ya en la habitación, la estiria lanzó una ojeada y se volvió.
—Kalten —dijo—, id a cavar una tumba.
—No tengo pala —objetó el caballero.
—¡Entonces utilizad las manos! —Su tono era severo, casi salvaje.
—Sí, Sephrenia —replicó antes de salir el caballero, casi amedrentado por la insólita vehemencia de la mujer.
—Oh, pobre criatura —se lamentó Sephrenia, inclinándose sobre el cuerpecillo disecado.
El cadáver del niño estaba reseco, con la piel grisácea y los hundidos ojos abiertos.
—¿Bellina de nuevo? —inquirió Sparhawk con voz que se le antojó excesivamente alta.
—No —respondió la mujer—. Esto es obra del Buscador. Así es como se alimenta. Mirad aquí —señaló un punto en el cuerpo del pequeño—, y aquí, aquí y aquí. Éstas son las marcas que deja el Buscador. Absorbe los fluidos vitales y no deja más que un pellejo seco.
—No volverá a hacerlo —afirmó Sparhawk, apretando el puño en torno al asta de la lanza de Aldreas—. La próxima vez que nos encontremos, morirá.
—¿Podéis permitiros eso, querido?
—No puedo consentir lo contrario. Vengaré a este niño… enfrentándome al Buscador, a Azash o al propio infierno.
—Estáis furioso, Sparhawk.
—Sí, a fe que lo estoy.
Sparhawk desenvainó de improviso la espada y destruyó con ella una inofensiva pared, en un acto inútil y carente de sentido que, sin embargo, lo hizo sentirse mejor.
Los demás llegaron silenciosamente al pueblo y se pararon en la tumba que Kalten había cavado con las manos. Sephrenia salió de la casa llevando en brazos el cuerpo desecado del pequeño. Flauta se acercó a ella con una ligera tela de lino y ambas envolvieron cuidadosamente con ella el cadáver, el cual depositaron después en la tosca sepultura.
—Bevier —solicitó Sephrenia—, ¿querríais oficiar el funeral? Es un niño elenio, y vos sois el más devoto entre estos caballeros.
—No soy digno de ello. —Bevier sollozaba abiertamente.
—¿Y quién lo es, querido? —arguyó la mujer—. ¿Vais a confiar a solas a este niño a las tinieblas?
Bevier la miró unos instantes y luego se hincó de rodillas en la tierra y comenzó a recitar la antigua plegaria por los difuntos propia de la Iglesia elenia.
Curiosamente, Flauta se instaló junto al arciano arrodillado y enredó los dedos entre los rizos de sus negros cabellos azulados en ademán extrañamente apaciguador. Sin saber por qué, Sparhawk dio en pensar que aquella extraña niña era tal vez muchísimo mayor de lo que ellos sospechaban. Entonces se llevó la flauta a los labios e interpretó un viejo himno que se remontaba casi a los inicios de la fe elenia, pero agregando a él armónicos estirios. Por un instante, al compás, del cántico que tañía la pequeña, Sparhawk comenzó a percibir algunas posibilidades harto increíbles.
Una vez completado el funeral, montaron y reemprendieron camino. Conservaron un humor taciturno durante el resto del día, al final del cual instalaron el campamento en las cercanías del pequeño lago donde habían encontrado al trovador errante. El hombre había desaparecido.
—Era lo que me temía —dijo Sparhawk—. Hubiera sido demasiado esperar que todavía estuviera aquí.
—Tal vez lo alcancemos de camino hacia el sur —sugirió Kalten—. Ese caballo que llevaba no estaba en muy buen estado.
—¿Qué podemos hacer por él en caso de encontrarlo? —inquirió Tynian—. No estaríais planeando matarlo, ¿verdad?
—Sólo como último recurso —repuso Kalten—. Ahora que Sephrenia conoce los métodos que utilizó Bellina para ejercer su influencia en él, tal vez podría curarlo.
—Me halaga vuestra confianza, Kalten —replicó la mujer—, pero puede que resultara infundada en este caso.
—¿Se mitigarán alguna vez los efectos del hechizo con que lo embrujó? —preguntó Bevier.
—En cierto modo. Su desesperación irá menguando con el paso del tiempo, pero jamás quedará enteramente libre de ella. Sin embargo, quizá lo inspire a escribir poemas más hermosos. Lo importante es que su capacidad de contagio irá disminuyendo. A menos que trabe contacto con un considerable número de personas en el transcurso de la próxima semana, apenas constituirá un peligro para el conde, y lo mismo puede afirmarse de esos criados.
—Es apaciguador oírlo —reconoció el joven cirínico. Frunció ligeramente el entrecejo—. Puesto que yo ya estaba infectado, ¿por qué vino a mí esa noche aquella criatura? ¿No era ello una simple pérdida de tiempo? —Bevier parecía aún muy afectado por el entierro del niño.
—Era para reforzar el enajenamiento, Bevier —explicó la estiria—. Estabais agitado, pero no habríais llegado al punto de atacar a vuestros compañeros. Debía asegurarse de que recurriríais a cualquier extremo para liberarla de esa torre.
Mientras montaban las tiendas, a Sparhawk se le ocurrió una idea que fue a consultar con Sephrenia, sentada junto al fuego con su taza de té en las manos.
—Sephrenia —preguntó—, ¿qué está tramando Azash? ¿Por qué se dedica de improviso a corromper elenios? Nunca lo había hecho antes, ¿no es cierto?
—¿Recordáis lo que os anunció el espectro del rey Aldreas esa noche en la cripta? —replicó la mujer—. Que había llegado la hora de que Bhelliom surgiera de nuevo a la luz.
—Sí.
—Azash también lo sabe y su ansiedad va en aumento. Supongo que ha comprobado que no puede confiar en sus zemoquianos, pues, aunque siguen sus órdenes, su inteligencia es escasa. Llevan siglos excavando en ese campo de batalla y no hacen más que continuar removiendo la misma tierra. Nosotros hemos reunido más datos sobre la localización de Bhelliom en unas semanas que ellos en el transcurso de quinientos años.
—Ha sido una cuestión de suerte.
—Eso no es del todo cierto, Sparhawk. Ya sé que a veces os importuno burlándome de la lógica elenia, pero ha sido precisamente ella la que nos ha aproximado tanto a Bhelliom. Un zemoquiano es incapaz de hilar con coherencia las ideas, y ése es el punto débil de Azash. Los zemoquianos no piensan porque no tienen necesidad de hacerlo, puesto que Azash piensa por ellos. Ésa es la razón por la que Azash necesita desesperadamente elenios conversos. No es su adoración lo que necesita, sino su mente. Tiene zemoquianos desperdigados por todos los reinos occidentales para rescatar viejas historias…, del mismo modo que lo hemos hecho nosotros. Me parece que cree que uno de ellos dará con el relato adecuado y que luego sus elenios conversos serán capaces de desentrañar su sentido.
—Es un método muy lento.
—Azash dispone de tiempo. No tiene la urgencia que nos acosa a nosotros.
Esa misma noche, más tarde, Sparhawk hacía guardia a cierta distancia del fuego, contemplando el pequeño lago que relucía a la luz de la luna. Una vez más, los aullidos de los lobos resonaron en el corazón de los sombríos bosques, pero por algún motivo aquel sonido ya no se le antojaba tan ominoso. El fantasmagórico espíritu que había encantado aquellas florestas había quedado prisionero a perpetuidad y ahora los lobos ya no eran más que simples animales y no un presagio del maligno. El Buscador, desde luego, era harina de otro costal. Sparhawk se prometió solemnemente hincar la lanza de Aldreas en el cuerpo de aquella inmunda criatura cuando tuviera lugar su próximo encuentro.
—Sparhawk, ¿dónde estáis? —Era Talen, que hablaba quedamente cerca del fuego escrutando la oscuridad.
—Por aquí.
El chiquillo se acercó a él, vigilando con cuidado dónde ponía los píes para no tropezar.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Sparhawk.
—No podía dormir. He pensado que tal vez os agradaría tener compañía.
—Eres muy amable, Talen. Hacer guardia es un trabajo solitario.
—Estoy muy contento de dejar atrás ese castillo —confesó Talen—. En mi vida había pasado tanto miedo.
—Yo mismo estaba un poco nervioso —admitió Sparhawk.
—¿Queréis saber algo? Había toda clase de objetos preciosos en el castillo de Ghasek y ni por una vez se me pasó por la cabeza la idea de robar alguno. ¿No es curioso?
—Quizás estés creciendo.
—He conocido ladrones muy viejos —disintió Talen. Después exhaló un desconsolado suspiro.
—¿Por qué estás tan afligido, Talen?
—A pocos les diría esto, Sparhawk, pero ya no me resulta tan divertido como antes. Ahora que sé que puedo hurtar casi todo lo que se me antoja a la mayoría de la gente, ha perdido gran parte de la emoción.
—Tal vez deberías emprender otro tipo de trabajo.
—¿Para qué otra cosa estoy dotado?
—Lo pensaré y ya te comunicaré lo que se me ocurra.
Talen se puso a reír de improviso.
—¿Qué es lo que te hace gracia? —inquirió Sparhawk.
—Sería un poco difícil conseguir referencias —respondió el chico, entre risas—. Normalmente mis clientes ignoraban que mantenían tratos conmigo.
—Podría ser un problema —concedió Sparhawk, sonriendo—. Ya idearemos algo.
El muchacho volvió a suspirar.
—Ya se está acabando esto, ¿verdad, Sparhawk? Ahora ya sabemos dónde está enterrado el rey. Sólo tenemos que desenterrar su corona y regresar a Cimmura. Vos iréis al palacio y yo volveré a las calles.
—Me parece que no —replicó Sparhawk—. Puede que hallemos alguna alternativa a la vida callejera.
—Tal vez, pero, en cuanto se vuelva aburrido, me escaparé otra vez. Voy a echar de menos todo esto, ¿sabéis? Ha habido ocasiones en que he estado tan asustado que casi me meo en los pantalones, pero también lo he pasado bien. Serán esos momentos buenos los que recordaré.
—Al menos te hemos dado algo. —Sparhawk puso la mano en el hombro del chiquillo—. Vuelve a acostarte, Talen. Mañana nos levantaremos temprano.
—Lo que vos digáis, Sparhawk.
Partieron con el alba y cabalgaron con cautela por el pedregoso camino en previsión de posibles accidentes. Pasaron frente al pueblo de leñadores sin detenerse y siguieron la marcha.
—¿Cuánto tiempo calculas que tardaremos? —preguntó a media mañana Kalten a Sparhawk.
—Tres o cuatro días…, cinco a lo sumo —respondió Sparhawk—. Una vez que hayamos salido de este bosque, el camino será más transitable y avanzaremos con mayor rapidez.
—Entonces lo único que hemos de hacer es localizar el Túmulo del Gigante.
—No creo que cueste encontrarlo. A juzgar por lo que dijo Ghasek, los campesinos lo utilizan como un punto de referencia del terreno. Se lo preguntaremos a ellos.
—Después nos pondremos a cavar.
—Sin duda no es ésa una tarea que vayamos a encomendar a desconocidos.
—¿Recuerdas lo que dijo Sephrenia en el castillo del Alstrom allá en Lamorkand? —preguntó Kalten—. ¿Eso de que la reaparición de Bhelliom sería una portentosa señal cuyos ecos llegarían a todos los confines del mundo?
—Vagamente —repuso Sparhawk.
—En ese caso, en cuanto lo hayamos desenterrado, Azash tendrá conocimiento de ello y es posible que todo el camino que conduce a Cimmura esté flanqueado de zemoquianos por todos lados. Podría ser un viaje muy agitado.
—No creo que sea así —disintió Ulath, que cabalgaba tras ellos—. Sparhawk ya tiene los anillos y yo puedo enseñarle algunas palabras de la lengua troll. Una vez que tengamos a Bhelliom en nuestras manos, habrá pocas cosas que no se hallen a nuestro alcance. Será capaz de derribar regimientos enteros de zemoquianos.
—¿De veras es tan poderoso?
—Como no tenéis idea, Kalten. De dar crédito a las historias, apenas existe nada imposible para Bhelliom. Probablemente Sparhawk podría hasta detener el sol con él si así se lo propusiera.
—¿Es preciso conocer el idioma de los trolls para hacer uso del Bhelliom? —preguntó Sparhawk a Ulath.
—No estoy seguro —respondió Ulath—, pero dicen que los dioses troll le han infundido su poder. Es posible que no respondieran a palabras en elenio o estirio. La próxima vez que hable con un dios troll se lo consultaré.
Acamparon de nuevo en el bosque esa noche. Después de cenar, Sparhawk se alejó del fuego para meditar y Bevier se reunió con él.
—¿Pernoctaremos en Venne? —preguntó el cirínico.
—Es más que probable —repuso Sparhawk—. Dudo que logremos llegar más lejos mañana.
—Bien. Habré de buscar una iglesia.
—¿Oh?
—He sido contaminado por el maligno. Necesito rezar.
—No fue realmente algo de lo que debáis sentiros culpable, Bevier. Podría haberle sucedido a cualquiera de nosotros.
—Pero fue a mí a quien le ocurrió —repuso Bevier con un suspiro—. Sin duda esa bruja se dirigió a mí porque sabía que era susceptible de rendirme a ella.
—Tonterías, Bevier. Sois el hombre más devoto que he conocido.
—No —disintió Bevier, entristecido—. Conozco mis flaquezas. Me siento poderosamente atraído por los miembros del sexo débil.
—Sois joven, amigo. Dicha inclinación es algo completamente natural. Su apremio cede con el tiempo…, al menos eso me han dicho.
—¿Todavía experimentáis tales urgencias? Confiaba en que al llegar a vuestra edad ya no me atormentarían.
—No funciona así, en realidad, Bevier. He conocido algunos hombres muy viejos que perdían la cabeza por una cara bonita. Supongo que es parte integrante de los seres humanos. Si Dios no quisiera que lo sintiéramos, no lo permitiría. El patriarca Dolmant me lo explicó en una ocasión en que me inquietaba por ello. No sé si acabé de creerlo, pero me hizo sentirme menos culpable.
Bevier rió entre dientes.
—¿Vos, Sparhawk? Es una faceta que desconocía en vos. Pensaba que el sentido del deber os consumía por completo.
—No enteramente, Bevier. También me queda algo de tiempo que dedicar a otras cuestiones. Es una lástima que no tuvierais ocasión de conocer a Lillias.
—¿Lillias?
—Una mujer rendoreña con la que viví cuando estaba en el exilio.
—¡Sparhawk! —exclamó, escandalizado, Bevier.
—Formaba parte de un imprescindible disfraz.
—Pero sin duda no… —Bevier dejó la frase por concluir. Sparhawk tenía la certeza de que estaba completamente ruborizado, a pesar de la oscuridad que le ocultaba el rostro.
—Oh, sí —le aseguró su amigo—. De lo contrario Lillias me habría abandonado. Es una mujer muy fogosa. Como la necesitaba para encubrir mi verdadera identidad, había de hacer ciertas concesiones para contentarla.
—Realmente me sorprendéis, Sparhawk.
—Los pandion somos una orden mucho más pragmática que la de los cirínicos, Bevier. Hacemos cuanto es preciso para lograr un objetivo. No os preocupéis, amigo mío. Vuestra alma apenas ha sufrido estragos.
—Aun así necesito dedicar un tiempo a orar en una iglesia.
—¿Por qué? Dios está en todas partes, ¿no es así?
Desde luego.
—Hablad con él aquí pues.
—No sería lo mismo.
—Si ello os resulta más reconfortante…
Reemprendieron la marcha con las primeras luces del amanecer, por un camino que descendía por la cadena de colinas. De vez en cuando, al doblar una curva o coronar un cerro, avistaban el lago Venne refulgiendo bajo el sol primaveral en la lejanía; a media tarde llegaron al cruce de caminos. La vía principal se hallaba en un estado inmejorable comparada con la que conducía a Ghasek y antes de que el crepúsculo abrasara de rojo el horizonte de poniente ya traspasaban la puerta norte de Venne.
Una vez más cabalgaron entre las angostas calles cuyos abultados pisos superiores proyectaban prematuras sombras y llegaron a la posada donde se habían hospedado previamente. El posadero, un jovial y gordo kelosiano, les dio la bienvenida y los condujo a los dormitorios.
—¿Y bien, mis señores? —inquirió—. ¿Cómo resultó vuestra estancia en esos malditos bosques?
—Fue casi un éxito, compadre —respondió Sparhawk—, y creo que podéis comenzar a propagar la voz de que Ghasek ya no es un lugar que deba inspirar temor. Averiguamos la causa del problema y tomamos medidas al respecto.
—¡Alabado sea Dios por otorgarnos la merced de los caballeros de la Iglesia! —gritó con entusiasmo el posadero—. Los rumores que circulaban han tenido una mala influencia en los negocios de la región de Venne. La gente ha elegido otras rutas para no tener que adentrarse en esos bosques.
—Ahora ya está solucionado —aseveró Sparhawk.
—¿Era alguna clase de monstruo?
—En cierto modo, sí —repuso Kalten.
—¿Lo habéis matado?
—Lo sepultamos —contestó Kalten encogiéndose de hombros y disponiéndose a quitarse la armadura.
—Bien hecho, mi señor.
—Oh, por cierto —dijo Sparhawk—, buscamos un lugar llamado el Túmulo del Gigante. ¿Sabéis dónde caer por azar?
—Me parece que está en la ribera oriental del lago —respondió el hombre—. Hay algunos pueblos por allí. Todos quedan un poco apartados de la orilla por las turberas. —Emitió una carcajada—. No será difícil encontrarlos. Los campesinos queman turba en lugar de leña y, con el humo que ésta desprende, no tenéis más que seguir las indicaciones de vuestro olfato.
—¿Qué vais a ofrecernos para cenar hoy? —le preguntó Kalten, ansioso.
—¿Es eso en lo que piensas constantemente? —lo recriminó Sparhawk.
—Ha sido un largo viaje, Sparhawk, y necesito tomar una comida como Dios manda. Sois todos buenos compañeros, pero vuestra cocina deja bastante que desear.
—Tengo un pernil de buey girando en el asador desde esta mañana, mi señor —explicó el posadero—. A estas horas ya debe de estar hecho.
Kalten esbozó una sonrisa beatífica.
Cumpliendo con su palabra, Bevier pasó la noche en una iglesia cercana y se reunió con ellos por la mañana. Sparhawk decidió no interrogarlo sobre el estado de su alma.
Salieron de Venne por el camino sur que bordeaba el lago y avanzaron a un ritmo mucho más rápido que el que habían seguido de viaje a la ciudad. En dicha ocasión, Kalten, Bevier y Tynian estaban reponiéndose de la pelea con el monstruoso ser que había surgido del túmulo funerario en la zona norte del lago Randera, pero ahora estaban completamente recuperados, en condiciones de ir al galope.
Era a última hora de la tarde cuando Kurik situó su montura junto a la de Sparhawk.
—Acabo de notar un atisbo de humo de turba en el aire —le comunicó—. Hay algún pueblo por los alrededores.
—Kalten —llamó Sparhawk.
—¿Sí?
—Hay un pueblo cerca. Kurik y yo iremos a echar un vistazo. Instalad el campamento y encended una buena hoguera. Tal vez ya haya anochecido cuando regresemos, y necesitaremos alguna señal para orientarnos.
—Sé lo que debo hacer, Sparhawk.
—Hazlo pues. —Sparhawk y su escudero se apartaron del camino y atravesaron al galope un campo en dirección a un bosquecillo situado a poco más de un kilómetro al este.
El olor a turba quemada era cada vez más intenso…, un aroma extrañamente hogareño. Sparhawk se arrellanó en la silla, experimentando una curiosa sensación de bienestar.
—No bajéis la guardia —lo previno Kurik—. El humo les produce extraños efectos en la cabeza. La gente que alimenta el fuego con turba no siempre es de fiar. En algunos sentidos, son peores que los lamorquianos.
—¿Dónde aprendiste todo eso, Kurik?
—Hay maneras de enterarse. La Iglesia y la nobleza obtienen la información por medio de partes e informes. La plebe va directamente al grano.
—Lo tendré en cuenta. Ahí está el pueblo.
—Será mejor que me dejéis hablar a mí —le aconsejó Kurik—. Por más que lo intentéis, no conseguiríais haceros pasar por un plebeyo.
La aldea tenía una sola calle en la que se alineaban casas bajas de piedra gris y techos de paja. Un corpulento paisano ordeñaba una vaca en un cobertizo.
—Hola, amigo —lo llamó Kurik, bajando del caballo.
El campesino se volvió y se quedó mirándolo fijamente con cara de estupidez.
—¿Conocéis por fortuna un sitio llamado el Túmulo del Gigante? —le preguntó Kurik.
El hombre siguió mirándolo embobado sin responder.
Entonces salió de una casa cercana un delgado individuo de ojos bizcos.
—No vale para nada que le habléis —le advirtió—. Un caballo le coceó la cabeza de joven y no quedó bien.
—¡Oh, qué pena! —exclamó Kurik—. Quizá podríais asistirnos vos. Buscamos un lugar llamado el Túmulo del Gigante.
—¿No pensaréis ir allí de noche?
—No, teníamos intención de aguardar a la luz del día.
—Eso está mejor, aunque no mucho. Ese sitio está encantado, ¿sabéis?
—No, no lo sabía. ¿Por dónde cae?
—¿Veis esa senda que va hacia el sureste? —preguntó el hombre, señalando con el dedo.
Kurik asintió con la cabeza.
—Después de la salida del sol, seguidlo. Pasa por el montículo…, a unos siete u ocho kilómetros de aquí.
—¿Habéis visto a alguien merodeando por allí? ¿Cavando tal vez?
—Nunca oí decirlo a nadie. La gente tiene la sensatez de no acercarse a los sitios encantados.
—Hemos oído que tenéis un troll en esta comarca.
—¿Qué es un troll?
—Una fea bestia cubierta de pelo. Ése tiene el cuerpo grotescamente deforme.
—Oh, ese animal. Tiene la madriguera en algún sitio allá en las turberas. Sólo sale de noche y entonces deambula por la orilla del lago. Hace unos horribles ruidos durante un rato y luego aporrea el suelo como si estuviera furioso por algo. Yo mismo lo he visto un par de veces cuando cortaba turba. Yo de vos no me acercaría a él. Parece que tiene muy mal genio.
—Seguiré el consejo. ¿Habéis visto algún estirio por los alrededores?
—No, no vienen por aquí. A nosotros no nos gustan los paganos. No paráis de hacer preguntas, amigo.
Kurik se encogió de hombros.
—Es la mejor manera de enterarse de las cosas —replicó con ligereza.
—Bueno, id a preguntar a otro. Yo tengo trabajo. —Su expresión era ahora de completa hostilidad. Miró con entrecejo fruncido al idiota del cobertizo—. ¿Aún no has acabado de ordeñar? —le preguntó.
El estúpido sacudió la cabeza con aprensión.
—Pues afánate. No cenarás hasta que termines.
—Gracias por dedicarnos parte de vuestro tiempo, amigo —dijo Kurik, volviendo a montar.
El delgado campesino emitió un gruñido y entró nuevamente en la casa.
—Interesante —comentó Sparhawk mientras abandonaban el pueblo con el rojizo resplandor del sol poniente—. Al menos no hay zemoquianos en los contornos.
—No estoy tan seguro de ello —disintió Kurik—. No creo que ese hombre fuera la mejor fuente de información del mundo. No parece prestar gran interés a lo que ocurre a su alrededor. Además, los zemoquianos no son nuestro único motivo de preocupación. Ese Buscador podría hacer que nos ataque cualquiera y también debemos mantenernos en guardia a causa de ese troll. Si Sephrenia no se equivoca respecto a la inmediata resonancia que tendrá la reaparición de esa joya, el troll sería el primero en enterarse, ¿no creéis?
—No lo sé. Habremos de preguntárselo a ella.
—Es preferible suponer que ése será el caso. Si desenterramos la corona, hemos de estar prevenidos.
—No estás con ánimo alegre. Piensa que al menos hemos averiguado dónde está ese túmulo. Veamos si podemos encontrar el campamento antes de que oscurezca.
Kalten había levantado las tiendas en un bosquecillo de hayas emplazado a algo más de un kilómetro del lago y había encendido una gran hoguera en el linde de la arboleda, junto a la cual lo encontraron Sparhawk y Kurik al llegar.
—¿Cómo ha ido? —inquirió.
—Nos han indicado el camino para ir al montículo —respondió Sparhawk desmontando—. No está muy lejos. Vayamos a hablar con Tynian.
El alcione, acorazado con pesada armadura, se encontraba al lado del fuego, conversando con Ulath.
Sparhawk les transmitió la información recabada por Kurik y luego se dirigió a Tynian.
—¿Cómo os encontráis? —le preguntó sin rodeos.
—Bien. ¿Por qué? ¿Acaso tengo mal aspecto?
—No. Sólo me preguntaba si os sentíais con disposición de volver a practicar la nigromancia. Según recuerdo, la última vez salisteis bastante mal parado.
—Estoy en condiciones de hacerlo —le aseguró Tynian—, con tal que no me hagáis invocar regimientos enteros.
—No, sólo una persona. Necesitamos hablar con el rey Sarak antes de desenterrarlo. Él sabrá probablemente dónde fue a parar su corona y querría cerciorarme de que aprueba el traslado de sus restos a Thalesia. No sería agradable padecer el acoso de un fantasma enojado.
—Ciertamente —acordó con vehemencia Tynian.
Al día siguiente se levantaron antes de la salida del sol y aguardaron con impaciencia la aparición de sus primeros rayos en el horizonte antes de emprender la marcha por campos aún envueltos en tinieblas.
—Creo que habríamos debido esperar a que hubiera más luz, Sparhawk —gruñó Kalten—. En estas condiciones es difícil encontrar el camino.
—Vamos en dirección este, Kalten. Por ahí sale el sol. No tenemos más que cabalgar hacia la parte más luminosa del cielo.
Kalten murmuró algo para sus adentros.
—No he captado lo que decías —apuntó Sparhawk.
—No hablaba contigo.
—Oh. Perdona.
La pálida luz predecesora del alba fue incrementando gradualmente, y Sparhawk miró en derredor para orientarse.
—El pueblo queda allá —dijo señalando—. El sendero que hemos de seguir está al otro lado.
—No corramos demasiado —recomendó Sephrenia, arropando a Flauta con su blanca túnica—. Quiero que el sol esté bien alto cuando lleguemos al túmulo. Aun cuando el rumor de que está encantado se deba posiblemente a la superstición, no está de más tomar precauciones.
Sparhawk contuvo a duras penas su impaciencia.
Atravesaron la silenciosa aldea al paso y tomaron la vereda que les había indicado el desabrido campesino. Sparhawk puso a Faran al trote.
—No voy tan deprisa, Sephrenia —aseveró en respuesta al mohín de desaprobación de la mujer—. El sol estará alto para cuando lleguemos allí.
El sendero, flanqueado con paredes de piedra, era sinuoso como todos los caminos, debido al escaso interés de los campesinos por trazar líneas rectas y a su tendencia a seguir la ruta que presentaba menos obstáculos. El desasosiego de Sparhawk iba en aumento con cada kilómetro recorrido.
—Allí está —anunció al fin Ulath, apuntando al frente—. He visto cientos como éste en Thalesia.
—Esperemos a que el sol esté un poco más elevado —propuso Tynian, escrutando el horizonte—. No quiero que haya sombra alguna cuando lo invoque. ¿Dónde es más probable que esté enterrado el rey?
—En el centro —respondió Ulath—, con los pies apuntando hacia poniente. Sus hombres estarán alineados a ambos lados.
—Es una ayuda saberlo.
—Exploremos los contornos —sugirió Sparhawk—, para comprobar que no hay excavaciones y que nadie merodea por aquí. Este acto debe llevarse a cabo en privado.
Cabalgaron por los alrededores del túmulo sin hallar muestras de que alguien hubiera cavado allí. El montículo, de unos treinta metros de largo por seis de ancho, de forma simétrica y laderas cubiertas de hierba, tenía una considerable altura.
—Voy a subir —anunció Kurik al regresar al camino—. Éste es el punto más elevado de la zona y así podré ver si hay alguien.
—¿Vais a caminar sobre una tumba? —preguntó, estupefacto, Bevier.
—Todos vamos a hacerlo dentro dé poco, Bevier —señaló Tynian—. Habré de estar bastante cerca del lugar donde está enterrado el rey Sarak para llamar a su espíritu.
—No veo a nadie —informó Kurik después de avizorar desde lo alto del túmulo—, pero hay algunos árboles al sur. No sería mala idea ir a echar un vistazo antes de comenzar.
Sparhawk hizo rechinar los dientes, pero hubo de admitir que su escudero no carecía de razón.
—Sephrenia —propuso—, ¿por qué no os quedáis aquí con los niños?
—No, Sparhawk —rehusó ésta—. Si hay gente escondida en esos árboles, no nos conviene que sepan que tenemos un interés especial por este montículo.
—Buen argumento —acordó—. Cabalguemos hacia allí como si tuviéramos intención de continuar rumbo al sur.
Retomaron la tortuosa senda que discurría entre los campos.
—Sparhawk —advirtió en voz baja Sephrenia cuando se aproximaban al lindero de la arboleda—, hay gente en ese bosque, y no tienen una actitud amistosa.
—¿Cuántos son?
—Una docena como mínimo.
—Rezagaos un poco con Talen y Flauta —le indicó—. Bien, caballeros —agregó, dirigiéndose a los otros—, ya sabéis lo que hay que hacer.
Antes de que entraran en el bosque, un grupo de campesinos salió a su encuentro blandiendo toscas armas, con rostros inexpresivos que proclamaban su identidad. Sparhawk bajo la lanza y pasó a la carga flanqueado por sus compañeros.
La inexperiencia de los campesinos en el manejo de las armas, sumada a la desventaja de ir a pie, hizo que la refriega durara tan sólo breves minutos.
—Buen trabajo, caballerosss —alabó sarcásticamente bajo la sombra de los árboles una escalofriante voz metálica. Entonces el Buscador salió con su capucha y sayo negros a la luz del sol—. Pero no importa —prosiguió—. Ahora sssé dónde essstáisss.
Sparhawk entregó la lanza a Kurik y deslizó la de Aldreas por la faldilla de la silla.
—Y nosotros sabemos también dónde estáis vos, Buscador —replicó con voz ominosamente tranquila.
—No ssseáisss tan insssensssato, sssir Sparhawk —dijo con voz silbante la criatura—. No sssoisss un contrincante digno de mí.
—¿Por qué no lo probamos?
El rostro tapado de la figura encapuchada comenzó a irradiar un brillo verdoso. Después la luz vaciló y se apagó.
—¡Tenéisss losss anillosss! —musitó, mostrándose menos seguro.
—Pensaba que ya lo sabíais.
Sephrenia se acercó a ellos.
—Ha passsado bassstante tiempo, Sssephrenia —dijo la criatura.
—Me complacería que hubiera sido más largo —replicó fríamente la estiria.
—Osss perdonaré la vida sssi osss possstráisss adorándome.
—No, Azash. Nunca. Seré fiel a mi diosa.
Sparhawk miró con estupefacción a la mujer y al Buscador.
—¿Por ventura creéis que Aphrael puede protegerosss sssi yo decidiera que vuessstra vida ya no esss necesaria?
—Ya lo habéis hecho anteriormente sin obtener efectos espectaculares. Continuaré sirviendo a Aphrael.
Sparhawk se adelantó al paso, deslizando la mano adornada con el anillo por el asta de la lanza hasta dejarla reposar en el hierro, y nuevamente sintió un enorme flujo de poder.
—La partida essstá tocando a sssu fin y sssu conclusssión esss previsssible de antemano. Volveremosss a vernosss, Sssephrenia, y ssserá por última vez.
Entonces el encapuchado volvió grupas y se alejó de la amenazadora proximidad de Sparhawk.