La lluvia amainaba y una brisa racheada procedente del lago la barría en ráfagas al caer sobre los charcos de agua diseminados por el cenagoso campo. Kurik y Berit habían encendido un fuego en el centro de su círculo de tiendas y dispuesto una lona sujeta con palos del lado de barlovento, tanto para proteger las llamas del agua como para dirigir su calor hacia la tienda donde yacían los caballeros lastimados.
Ulath salió de otra de las tiendas, cubriéndose con una capa las fornidas espaldas acorazadas con mallas.
—Parece que está despejándose —comentó a Sparhawk, alzando la mirada al cielo.
—Esperemos que así sea —contestó Sparhawk—. No creo que les hiciera bien a Tynian y a los demás viajar en ese carro bajo una tempestad.
Ulath emitió un gruñido a modo de asentimiento.
—A fe que esto no ha dado muy buenos resultados —reconoció con humor taciturno—. Tenemos tres hombres descalabrados y no hemos conseguido ningún avance en el rescate del Bhelliom.
—Vayamos a ver qué hace Sephrenia —propuso Sparhawk, no teniendo nada que agregar al sombrío panorama expuesto por Ulath.
Rodearon el fuego y entraron en la tienda donde la menuda mujer estiria se inclinaba sobre los heridos.
—¿Cómo evolucionan? —le preguntó Sparhawk.
—Kalten se pondrá bien —respondió, estirando una roja manta de lana hasta la barbilla del rubio pandion—. Se ha roto huesos en otras ocasiones y se le sueldan con rapidez. Le he administrado algo a Bevier para parar la hemorragia. Pero es Tynian quien más me preocupa. Si no hacemos algo pronto, perderá el juicio.
—¿No podéis aplicarle vos remedio alguno? —inquirió Sparhawk, estremecido.
—He estado pensando en ello —respondió la mujer, frunciendo los labios—. Es más complicado tratar la mente que el cuerpo y con ella hay que proceder con mucha cautela.
—¿Qué le ha sucedido realmente? —le preguntó Ulath—. No he acabado de comprender lo que habéis dicho antes.
—Al final de su encantamiento se encontraba totalmente expuesto a esa criatura surgida del montículo. Los muertos suelen despertarse con lentitud, con lo cual uno dispone de tiempo para acomodar las propias defensas, pero, como esa bestia no está realmente muerta, se ha abalanzado contra él antes de que pudiera protegerse. —Bajó la mirada hacia el macilento rostro de Tynian—. Hay algo que puede servir —musitó con expresión dubitativa—. Supongo que vale la pena intentarlo. No creo que haya otro medio de preservar su salud mental. Flauta, ven aquí.
La niña se levantó del suelo, donde había permanecido sentada con las piernas cruzadas. Sparhawk reparó distraídamente en que tenía los pies desnudos manchados de hierba. A pesar del barro y la lluvia, los pies de Flauta siempre parecían conservar aquellas manchas verduzcas. La pequeña se acercó a Sephrenia con ojos interrogadores.
Sephrenia le habló en aquel peculiar dialecto estirio y Flauta asintió.
—Bien, caballeros —dijo Sephrenia a Sparhawk y Ulath—. No hay nada que podáis hacer aquí, y en estos momentos no sois más que un estorbo.
—Esperaremos afuera —anunció Sparhawk, algo avergonzado por la rudeza de la observación.
—Os lo agradecería.
Los dos caballeros salieron de la tienda.
—Puede ser muy brusca, ¿verdad? —señaló Ulath.
—Cuando se propone realizar algo que reviste gravedad.
—¿Siempre os ha tratado así a los pandion?
—Sí.
Entonces oyeron el sonido del caramillo de Flauta interpretando una melodía muy similar a aquella tan soporífera que había utilizado para mitigar la atención de los espías apostados fuera del castillo pandion y de los soldados del puerto de Vardenais. Había, sin embargo, ligeras diferencias entre ellas, y Sephrenia hablaba con voz sonora en estirio, poniendo una especie de contrapunto a la música. De improviso, la tienda comenzó a brillar con una extraña luz dorada.
—Me parece que no había escuchado nunca ese hechizo —confesó Ulath.
—Nuestra instrucción sólo cubre los aspectos que presumiblemente hemos de conocer —replicó Sparhawk—. Existen campos enteros de magia estiria de los que ignoramos hasta la propia existencia. Algunos entrañan demasiada dificultad y otros demasiados peligros. —Hizo una pausa y alzó la voz—. Talen —llamó.
El ladronzuelo asomó la cabeza por la entrada de una de las otras tiendas.
—¿Qué? —contestó sin ceremonias.
—Ven aquí. Quiero hablar contigo.
—¿No podría ser aquí adentro? Está todo mojado afuera.
—Ven aquí, te he dicho —repitió, suspirando, Sparhawk—. Trata de no llevarme la contraria cada vez que te pido que hagas algo.
El chico salió de la tienda rezongando y se aproximó con cautela a Sparhawk.
—Bueno, ¿me he metido otra vez en un lío?
—No que yo sepa. ¿Has dicho que el granjero al que has comprado el carro se llama Wat?
—Sí.
—¿A cuánto está su granja de aquí?
—A unos tres kilómetros.
—¿Qué aspecto tiene?
—Los ojos miran cada uno en una dirección distinta y no para de rascarse. ¿No es el tipo del que hablaba ese viejo de la cervecería?
—¿Cómo sabías eso?
—Estaba escuchando detrás de la puerta —respondió Talen, encogiéndose de hombros.
—¿A escondidas?
—Soy un niño, Sparhawk…, o al menos la gente me considera como tal, y los mayores no piensan que deban contarles nada a los niños. He llegado a la conclusión de que, si me interesa enterarme de algo, he de descubrirlo por mí mismo.
—Sin duda tiene parte de razón, Sparhawk —acordó Ulath.
—Será mejor que vayas a buscar tu capa —indicó Sparhawk al chiquillo—. Dentro de poco, tú y yo iremos a hacer una visita a ese granjero.
Talen observó los lluviosos campos y exhaló un suspiro.
En el interior de la tienda, la música de Flauta se interrumpió y Sephrenia puso fin a su encantamiento.
—Me pregunto si será una buena o mala señal —se interrogó Ulath.
Aguardaron tensamente hasta que Sephrenia asomó la cabeza momentos después.
—Creo que se pondrá bien. Entrad y habladle. Lo sabré con mayor certeza cuando haya escuchado sus respuestas.
Tynian estaba incorporado sobre una almohada, si bien aún con cara macilenta y manos temblorosas. Aunque sus ojos aún reflejaban tormento, no presentaban el mismo extravío.
—¿Cómo os encontráis? —le preguntó Sparhawk, tratando de imprimir cierta ligereza a su tono de voz.
Tynian rió débilmente.
—Si queréis que os diga la verdad, me siento como si me hubieran vuelto del revés y luego me hubieran vuelto a colocar el cuerpo en su sitio. ¿Habéis conseguido matar a ese monstruo?
—Sparhawk lo ha ahuyentado con su lanza —explicó Ulath.
Los ojos de Tynian reflejaron un miedo irracional.
—¿Puede volver entonces?
—Es harto improbable —respondió Ulath—. Ha saltado adentro del túmulo y se ha tapado él mismo con tierra.
—¡Alabado sea Dios! —exclamó con alivio Tynian.
—Creo que ahora será mejor que durmáis —aconsejó Sephrenia—. Ya hablaremos más tarde.
Tynian asintió y se acostó de nuevo.
Sephrenia lo tapó con una manta y condujo afuera a Sparhawk y Ulath.
—Me parece que se repondrá —les comunicó—. Me he sentido mucho mejor al oírlo reír. Requerirá cierto tiempo, pero al menos se halla en el buen camino.
—Me llevaré a Talen e iremos a charlar con ese granjero —declaró Sparhawk—. Al parecer se trata del hombre del que nos habló el viejo de la posada. Tal vez nos dé alguna idea sobre el lugar adonde hemos de dirigirnos.
—Vale la pena intentarlo, supongo —dijo Ulath—. Kurik y yo nos encargaremos de la vigilancia aquí.
Sparhawk asintió y se encaminó a la tienda que solía compartir con Kalten. Allí se quitó la armadura, que sustituyó por una simple cota de malla, polainas de lana y su capa gris de viaje.
—Vamos, Talen —llamó, de regreso junto al fuego.
El chiquillo salió de la tienda con expresión resignada y la todavía húmeda capa apretada alrededor del cuerpo.
—Supongo que no podría disuadiros —dijo.
—No.
—Entonces espero que el campesino no haya mirado aún dentro del corral. Podría estar molesto si ha notado que le falta leña.
—Se la pagaré si es preciso.
—¿Después de lo que me ha costado robarla? —protestó, torciendo el gesto, Talen—. Sparhawk, eso es degradante, tal vez incluso inmoral.
Sparhawk le dirigió una curiosa mirada.
—Algún día vas a tener que explicarme cuál es el código moral de un ladrón.
—Es muy sencillo, Sparhawk. La primera regla es no pagar nada.
—Ya me parecía que sería algo así. Vamos.
El cielo de poniente iba aclarando en tanto que Sparhawk y Talen cabalgaban hacia el lago, y la lluvia había quedado reducida a esporádicos aguaceros, lo cual por sí solo levantó el ánimo del caballero, después de la prolongada llovizna soportada. El curso de los acontecimientos había dado plena razón a la incertidumbre que había pesado sobre él desde el momento en que abandonaron Cimmura, pero incluso ahora la comprobación del fracaso de sus tentativas le proporcionaba una base firme sobre la que proyectar un nuevo comienzo. Sparhawk aceptó estoicamente sus pérdidas y prosiguió en dirección a la luz que se abría paso en el horizonte.
La casa del granjero Wat y los edificios adyacentes se encontraban en un pequeño valle. Era un lugar de aspecto descuidado, rodeado por una empalizada de troncos que el viento inclinaba. La vivienda, mitad de piedra y mitad troncos, con un precario tejado de paja, aparecía claramente desvencijada y el corral aún se hallaba en peores condiciones, dando la impresión de que se mantenía en pie más por la fuerza de la costumbre que por respeto a la ley de la gravedad. Una carreta rota yacía en el fangoso patio, donde también reposaban oxidadas herramientas al capricho del azar, entre mojadas y desgreñadas gallinas que picoteaban sin grandes expectativas el mismo barro que hozaba cerca de las escaleras de la casa un flaco cerdo blanquinegro.
—No es muy ordenado, ¿verdad? —observó Talen al pasar.
—Yo vi el sótano donde vivías allá en Cimmura —replicó Sparhawk— y no era precisamente un lugar aseado.
—Pero al menos no estaba al descubierto. Este individuo lo tiene todo destartalado a la vista del público.
Entonces salió a la puerta, rascándose el estómago, un hombre estrábico de revuelto y sucio pelo cuyas prendas de ropa parecían mantenerse juntas con cabos de cuerda.
—¿Qué diantre os trae por aquí? —preguntó hoscamente antes de propinar una patada al cerdo—. Largo de aquí, Sophie.
—Estuvimos conversando con un anciano allá en el pueblo —repuso Sparhawk, señalando su ubicación con el pulgar—. Era un hombre de cabello blanco al que se le bambolea la cabeza, el cual parecía conocer muchas historias.
—A lo que yo imagino, ése es el viejo Farsh —dedujo el granjero.
—No me fijé en su nombre —dijo con calma Sparhawk—. Lo conocimos en la cervecería de la posada.
—Ese es Farsh, seguro. Le gusta estar cerca de donde hay cerveza. ¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—El dijo que vos también erais aficionado a las viejas narraciones…, a esas que guardan relación con la batalla que se libró por estas tierras hace quinientos años.
El rostro del campesino se iluminó visiblemente.
—Oh, pues sí —reconoció—. Farsh y yo acostumbrábamos intercambiar viejos cuentos. ¿Por qué no entran vuestra merced y el chico? Hace mucho tiempo que no tengo ocasión de charlar sobre los buenos viejos tiempos.
—Vaya, sois muy amable, compadre —agradeció Sparhawk, bajando de lomos de Faran—. Vamos, Talen.
—Dejad que ponga vuestras monturas en el corral —ofreció el hombre.
Faran miró el destartalado edificio y se estremeció.
—Os agradezco, pero no es necesario, compadre —declinó Sparhawk—. La lluvia está cediendo y la brisa les secará el cuero. Si no es molestia, los dejaremos en el prado.
—Podía pasar alguien y robarlos.
—Este caballo no es de ésos que atraen a los maleantes.
—Vos seréis el que habrá de deslomarse andando si erráis. —Con un encogimiento de hombros, el bisojo se volvió para abrir la puerta de su morada.
En el interior de la casa, donde se amontonaba la ropa sucia en los rincones y restos de comida en la mesa, el desorden imperaba tanto o más que en el patio.
—Me llamo Wat —se identificó el bizco, dejándose caer en una silla—. Sentaos —invitó. Luego observó con ojos entornados a Talen—. Dime, tú eres el chaval que me ha comprado el carro viejo, ¿no es verdad?
—Sí —respondió Talen un tanto nervioso.
—¿Te ha ido bien? Quiero decir, ¿no se le ha caído ninguna de las ruedas ni nada?
—Circulaba bien —le aseguró Talen, algo tranquilizado.
—Es un contento oírlo. Y ahora, ¿cuáles historias os interesan en especial?
—Lo que andamos buscando, Wat —explicó Sparhawk—, es cualquier información que pudierais darnos acerca de lo que le ocurrió al rey de Thalesia durante la batalla. Un amigo nuestro tiene un distante parentesco con él y la familia quiere llevar sus huesos a Thalesia para darles apropiada sepultura.
—Nunca oí nada sobre ningún rey de Thalesia —confesó Wat—, pero eso no quiere decir gran cosa. Ésta fue una gran batalla, y había thalesianos luchando contra los zemoquianos desde la punta sur del lago hasta la misma Kelosia. Veréis, lo que pasó fue que, cuando los thalesianos empezaron a desembarcar allá en la costa norte, las patrullas zemoquianas los vieron y Otha empezó a mandar fuerzas bien nutridas allá arriba para intentar que no llegaran al campo de batalla principal. Primero, los thalesianos bajaron en pequeños grupos, y a los zemoquianos les salían las cosas a pedir de boca porque acababan con ellos tendiéndoles emboscadas, pero cuando el grueso del ejército thalesiano tomó tierra, todo cambió. Mirad, tengo un poco de cerveza hecha en casa allá atrás. ¿Os apetecería?
—A mí sí —aceptó Sparhawk—, pero el chico es demasiado joven.
—Tengo leche, si te gusta chaval —ofreció Wat.
—¿Por qué no? —suspiró Talen.
—El rey de Thalesia debe de haber sido uno de los primeros en desembarcar —declaró Sparhawk, tras reflexionar un instante—. Abandonó la capital antes que su ejército, pero nunca llegó al campo de batalla.
—Lo más seguro es que esté enterrado en algún sitio de Kelosia, o a lo mejor en Deira —replicó Wat, levantándose para ir a buscar la cerveza y la leche.
—Es una gran extensión de terreno —señaló Sparhawk, torciendo el gesto.
—Sí que lo es, amigo, pero seguís el camino correcto. Hay muchos en Kelosia y Deira que hallan tanto solaz en las viejas historias como yo y el viejo Farsh, y, cuanto más os acerquéis, a donde sea que está enterrado el rey ese que buscáis, más posibilidades habrá de que encontréis la persona que pueda deciros lo que queréis saber.
—Es cierto, supongo. —Sparhawk tomó un sorbo de cerveza. Ésta era turbia, pero se hallaba entre las mejores que había probado.
Wat apoyó la espalda en la silla, rascándose el pecho.
—La cosa es, amigo, que la batalla fue demasiado grande para que la viera toda un solo hombre. Yo conozco mucho de lo que pasó aquí y Farsh sabe de lo que pasó cerca de su pueblo y más al sur. Y también sabemos lo que ocurrió en general, mas cuando se quiere entrar en detalles, hay que platicar con alguien que viva muy cerca del sitio en cuestión.
—Entonces es un asunto que sólo depende de la suerte —se lamentó sombríamente Sparhawk—. Podríamos pasar a caballo delante del mismo hombre que conoce ese detalle sin enterarnos siquiera.
—Hombre, eso tampoco es verdad, amigo —disintió Wat—. Nosotros, las personas aficionadas a las historias, nos conocemos unos a los otros. El viejo Farsh os envió aquí y yo os mandaré a la casa de otro hombre de Paler, en Kelosia. El sabrá mucho más sobre lo que pasó allá arriba que yo, y conocerá a otros que saben aún más de lo que pasó cerca de donde ellos viven. Eso es a lo que me venía a referir cuando he dicho que seguíais el camino correcto. Solamente tenéis que ir de persona a persona hasta dar con la historia que buscáis. Así iréis mucho más rápido que cavando por todo el norte de Kelosia y Deira.
—Puede que tengáis razón.
El granjero esbozó una torcida sonrisa.
—No es por ofender, Excelencia, pero la nobleza se cree que los del vulgo no sabemos nada, pero, cuando nos ponen juntos, hay muy pocas cosas que no sepamos.
—Lo tendré en cuenta —aseveró Sparhawk—. ¿Quién es ese hombre de Paler?
—Es un curtidor, Berd de nombre… Un nombre estúpido, pero los kelosianos son así. Tiene la tenería justo afuera de la puerta norte de la ciudad. No lo dejan instalarse dentro de las murallas por el olor, ¿sabéis? Id a ver a Berd y, si él no sabe la historia que queréis oír, seguramente conocerá a alguien que a lo mejor lo sabe…, o cuando menos a alguien que pueda deciros a quién habéis de preguntar.
—Wat —dijo Sparhawk, poniéndose en pie—, nos habéis prestado un gran servicio. —Tendió algunas monedas al campesino—. La próxima vez que vayáis al pueblo, tomaos unas jarras de cerveza y, si encontráis a Farsh, invitadlo a una.
—Oh, muchas gracias, Excelencia. Descuidad que lo haré. Y buena suerte.
—Gracias. —Sparhawk recordó entonces algo—. Querría compraros un poco de leña, si no andáis escaso de ella. —Entregó algunas monedas más a Wat.
—Vaya, cómo no, Excelencia. Venid al corral y os enseñaré dónele está.
—No es preciso, Wat —dijo Sparhawk con una sonrisa—. Ya la hemos cogido. Vamos, Talen.
La lluvia había cesado del todo cuando Sparhawk y Talen salieron de la casa, y sobre la parte occidental del lago se veía un brillante cielo azul.
—¿Teníais que hacerlo, eh? —protestó Talen, disgustado.
—Ha sido muy amable —replicó Sparhawk a la defensiva.
—Eso no tiene nada que ver. ¿Acaso hemos avanzado algo?
—No es un mal comienzo —aseguró Sparhawk—. Aunque no parezca muy listo, Wat es realmente muy astuto. El plan de ir de un recopilador de narraciones a otro es uno de los mejores que me han propuesto últimamente.
—Vamos a tardar mucho.
—No tanto como con algunas de las posibilidades que hemos considerado.
—Entonces ha servido de algo hacer el viaje.
—Lo sabremos con más certeza después de conversar con ese curtidor de Paler.
Ulath y Berit habían tendido una cuerda cerca del fuego y colgaban ropa mojada en ella cuando Sparhawk y el chiquillo regresaron al campamento.
—¿Ha habido suerte? —inquirió Ulath.
—Algo, espero —repuso Sparhawk—. Es casi seguro que el rey Sarak no llegó tan al sur. Parece que hubo muchas más escaramuzas en Kelosia y Deira de lo que averiguó Bevier en sus libros.
—¿Qué haremos pues?
—Iremos a la ciudad de Paler, en Kelosia, a hablar con un curtidor llamado Berd. Si él no ha oído hablar de Sarak, es probable que nos dé las señas de alguien que posea referencias sobre él. ¿Cómo está Tynian?
—Todavía duerme. Pero Bevier está despierto, y Sephrenia ha conseguido que tomara un poco de sopa.
—Es una buena señal. Entremos a conversar con ella. Creo que, ahora que se está serenando el tiempo, nuestra partida será más propicia.
Entraron en tropel en la tienda y allí Sparhawk repitió sucintamente lo que le había dicho Wat.
—Es un buen plan, Sparhawk —aprobó Sephrenia—. ¿A qué distancia está Paler?
—Talen, ve a buscar mi mapa, si eres tan amable.
—¿Por qué yo?
—Porque te lo he pedido.
—Oh. Bueno.
—Sólo el mapa, Talen —añadió Sparhawk—. No saques nada más de las alforjas.
El chico volvió al cabo de unos momentos y Sparhawk desplegó el mapa.
—Paler está aquí arriba —explicó—, en la orilla norte del lago…, justo al otro lado de la frontera con Kelosia, calculo que a unas tres leguas.
—Ese carro no avanzará muy deprisa —advirtió Kurik—, y no conviene que los heridos sufran muchos traqueteos. Probablemente tardaremos dos días.
—Al menos llevándolos a Paler tendremos la posibilidad de que los vea un medido —observó Sephrenia.
—No es preciso utilizar ese carro —objetó Bevier, pálido y sudando copiosamente—. Tynian está mucho mejor, y Kalten y yo no estamos tan mal. Podemos ir a caballo.
—No mientras yo dé las órdenes —aseveró Sparhawk—. No voy a poner en juego vuestras vidas sólo para ganar unas horas. —Se acercó a la puerta de la tienda y asomó la cabeza—. Está oscureciendo —señaló—. Todos vamos a descansar bien esta noche y saldremos mañana a primera hora.
Kalten se incorporó penosamente con un gruñido.
—Bien —dijo—. Ahora que todo está decidido, ¿qué hay para cenar?
Después de comer, Sparhawk se retiró junto al fuego. Contemplaba taciturno sus llamas cuando Sephrenia se reunió con él.
—¿Qué os ocurre, querido? —le preguntó.
—Ahora que he tenido tiempo para pensar acerca de ello, me parece una solución un tanto descabellada. Podríamos vagar por Kelosia y Deira durante los próximos veinte años escuchando relatar historias a ancianos.
—Yo no lo veo así, Sparhawk —se mostró en desacuerdo Sephrenia—. A veces tengo corazonadas…, pequeñas y súbitas previsiones del futuro. Tengo el presentimiento de que nos hallamos en la vía adecuada.
—Corazonadas… —repitió un tanto divertido.
—Tal vez sea algo de mayor consistencia, pero es una palabra que no entenderían los elenios.
—¿Tratáis de decir que realmente adivináis el futuro?
—Oh, no —contestó, riendo—. Sólo los dioses pueden hacerlo e incluso ellos lo auguran de manera imperfecta. Todo cuanto yo puedo lograr es una percepción de lo que es o no acertado. Siento de algún modo que éste es un camino correcto. Hay algo más a tener en cuenta —agregó—. El espectro de Aldreas os dijo que había llegado el tiempo de que Bhelliom emergiera de nuevo. Sé que Bhelliom es capaz de ello. Puede controlar las cosas hasta extremos que no llegamos ni a imaginar. Si quiere que seamos nosotros quienes lo encontremos, nada en el mundo será capaz de detenernos. Creo posible que suceda que los depositarios de las tradiciones orales de Deira y Kelosia nos cuenten cosas que ellos mismos tenían por olvidadas e incluso algunas de las que nunca hasta ahora tuvieron noticia.
—¿No es eso un poco místico?
—Los estirios somos místicos, Sparhawk. Pensaba que lo sabíais.