Capítulo 8

El antiguo campo de batalla del lago Randera, en la zona norte de Lamorkand central, les pareció aún más desolado de lo que esperaban. Era un vasto erial de tierra removida con pequeños montículos de barro amontonado por doquier. En el suelo había grandes socavones y zanjas llenas de agua cenagosa que, con la prolongada lluvia, habían convertido el terreno en un auténtico tremedal.

Kalten permanecía a caballo junto a Sparhawk, mirando con impotencia el fangoso campo que parecía extenderse hasta el horizonte.

—¿Por dónde comenzamos? —preguntó, evidenciando el desconcierto por la enormidad de la tarea que les aguardaba. Sparhawk recordó algo.

—Bevier —llamó.

—¿Sí, Sparhawk? —contestó, aproximándose, el caballero arciano.

—Dijisteis que habéis llevado a cabo un estudio de historia militar.

—Sí.

—Dado que ésta fue la más grande batalla jamás librada, supongo que dedicaríais algún tiempo a ella, ¿no es así?

—Desde luego.

—¿Creéis que podríais localizar el área aproximada donde combatieron los thalesianos?

—Dadme unos minutos para orientarme. —Bevier cabalgó lentamente por el cenagoso campo, escrutándolo en busca de alguna marca en el terreno—. Allí —indicó, apuntando hacia una colina próxima, medio borrosa en la brumosa llovizna—. Allí fue donde las tropas del rey de Arcium resistieron a las hordas de Otha y sus sobrenaturales aliados. A pesar de la furia de los ataques, mantuvieron sus posiciones hasta la llegada de los caballeros de la Iglesia. —Entrecerró los ojos, mirando la lluvia con aire pensativo—. Si no me falla la memoria, el ejército del rey Sarak de Thalesia bajó rodeando la orilla oriental del lago en una maniobra de flanqueo.

—Al menos eso restringe un poco las posibilidades —se animó Kalten—. ¿Estarían los caballeros genidios con las huestes de Sarak?

Bevier negó con la cabeza.

—Todos los caballeros de la Iglesia habían sido reclutados en la campaña de Rendor. Cuando tuvieron noticia de la invasión de Otha, navegaron hasta Cammoria por el mar Interior y después vinieron a marchas forzadas aquí. Llegaron al campo por el sur.

—Sparhawk —advirtió Talen en voz baja—, por allí. Unas personas intentan esconderse detrás de ese gran montón de tierra…, ése con el tocón de un árbol medio volcado a un lado.

Sparhawk consideró prudente no volverse.

—¿Has podido observarlos?

—No sabría decir qué clase de gente son —respondió el chico—. Están completamente cubiertos de barro.

—¿Llevaban algún tipo de arma?

—Palas mayormente. Creo que un par de ellos llevaban ballestas.

—Lamorquianos entonces —dedujo Kalten—. Nadie más utiliza esa arma.

—Kurik —consultó Sparhawk a su escudero—, ¿cuál es el alcance efectivo de una ballesta?

—Doscientos pasos con posibilidades de acertar blanco. A partir de ahí, todo es cuestión de suerte.

Sparhawk miró en torno a sí, tratando de aparentar indolencia. El terraplén se hallaba tal vez a cincuenta metros de distancia.

—Iremos por ese lado —anunció en voz lo bastante alta para ser escuchada por los ocultos buscadores de tesoros. Alzó una mano protegida con guantelete de acero y señaló al este—. ¿Cuántos había, Talen? —preguntó quedamente.

—Yo he visto ocho o diez. Podrían ser más.

—Mantenlos vigilados, pero sin que se note demasiado. Si alguno se dispone a levantar la ballesta, avísanos.

—De acuerdo.

Sparhawk emprendió un trote y los cascos de Faran hollaron el suelo levantando salpicaduras de fango diluido.

—No miréis atrás —recomendó a los otros.

—¿No sería más aconsejable ir al galope ahora? —inquirió Kalten con voz tensa.

—No hay que darles a entender que los hemos visto.

—Esto me pone los nervios de punta —murmuró Kalten, moviendo su escudo—. Tengo una sensación terriblemente inquietante entre los omóplatos.

—Yo también —confesó Sparhawk—. Talen, ¿hacen algo?

—Sólo mirarnos —repuso el muchacho—. De vez en cuando veo asomarse una cabeza.

Prosiguieron al trote, chapoteando en el barro.

—Casi estamos a salvo —observó Tynian con intranquilidad.

—La lluvia está arreciando en torno a esa colina —informó Talen—. No creo que puedan vernos ya.

—Estupendo —se congratuló Sparhawk, exhalando un bufido de alivio—. Aminoremos el paso. Es evidente que no estamos solos aquí y no conviene arriesgarnos a topar con algo.

—Qué nervios —comentó Ulath.

—Sí, ¿verdad? —convino Tynian.

—No veo por qué os preocupabais vos —señaló Ulath, mirando la maciza armadura deirana de Tynian—, teniendo en cuenta la cantidad de acero que os envuelve.

—Disparada de cerca, una ballesta es capaz de penetrar incluso esto —aseguró Tynian, golpeando con el puño el peto de su armadura, que resonó casi como una campana—. Sparhawk, la próxima vez que habléis con la jerarquía, ¿por qué no les sugerís que declaren ilegal el uso de las ballestas? Me he sentido como si estuviera desnudo.

—¿Cómo soportáis el peso de esa armadura? —le preguntó Kalten.

—Penosamente, amigo mío, penosamente. La primera vez que me la pusieron, me desplomé y tardé una hora en volver a ponerme en pie.

—Mantened los ojos abiertos —los previno Sparhawk—. Una cosa son los buscadores de tesoros lamorquianos y otra bien distinta los hombres controlados por el Buscador; si había apostado a esos individuos en las proximidades del bosque, es casi seguro que haya dispuesto algunos también aquí.

Continuaron chapaleando entre el cieno, mirando con cautela a su alrededor. Sparhawk volvió a consultar el mapa, resguardándolo de la lluvia con la capa.

—La ciudad de Randera se encuentra más allá de la ribera oriental del lago —indicó—. Bevier, ¿constaba en alguno de los libros que consultasteis si los thalesianos la habían ocupado?

—Esa parte de la batalla aparece un tanto oscura en las crónicas que leí —respondió el caballero de capa blanca—. Una de las pocas referencias a ella afirma que los zemoquianos ocuparon Randera en la fase inicial de la campaña. Desconozco por completo si los thalesianos tomaron medidas al respecto.

—Seguramente no lo hicieron —declaró Ulath—. Los thalesianos nunca hemos sido buenos sitiadores. No tenemos paciencia para eso. El ejército del rey Sarak probablemente evitó iniciar un asedio.

—Puede que esto sea más sencillo de lo que pensaba —se alegró Kalten—. La única zona en que debemos buscar va de Randera a la punta sur del lago.

—No alimentes grandes esperanzas, Kalten —lo disuadió Sparhawk—. Es con todo una gran extensión. —Tendió la mirada hacia el lago, atravesando la llovizna—. La orilla del lago parece arenosa y la arena mojada es mejor para cabalgar que el fango. —Volvió grupas y condujo la comitiva hacia el lago.

La playa que se extendía hasta la lejanía en la orilla sur no presentaba vestigios de haber sido excavada tan intensivamente como el resto del campo.

—Me pregunto por qué no han cavado aquí —se interrogó Kalten.

—La crecida —replicó crípticamente Ulath.

—¿Cómo decís?

—El nivel del agua sube en invierno y vuelve a rellenar con arena los hoyos que hayan podido cavar.

—Oh. Eso lo explica, supongo.

Cabalgaron con cautela bordeando la orilla del agua durante la media hora siguiente.

—¿Hasta dónde hemos de ir? —preguntó Kalten a Sparhawk—. Tú eres el que lleva el mapa.

—A diez leguas de aquí —contestó Sparhawk—. Esta playa parece lo bastante llana como para galopar sin riesgo de obstáculos. —Hincó los talones en los flancos de Faran y aligeró la marcha.

La lluvia continuaba cayendo inexorablemente y la rizada superficie del lago tenía un color plomizo. Habían recorrido varios kilómetros por la orilla cuando vieron otro grupo de hombres hurgando un tanto furtivamente la empapada tierra del campo.

—Kelosianos —dijo Ulath, con desdén.

—¿Cómo lo sabéis? —le preguntó Kalten.

—Por esos estúpidos sombreros puntiagudos.

—Oh.

—Creo que tienen la misma forma que sus cabezas. Sin duda oyeron rumores acerca del tesoro y bajaron del norte. ¿Queréis que los ahuyentemos, Sparhawk?

—Dejad que sigan cavando. No nos molestan…, al menos mientras se queden donde están. Los hombres captados por el Buscador no mostrarían interés por el tesoro.

Hasta última hora de la tarde siguieron bordeando el lago.

—¿Qué os parecería montar el campamento aquí? —propuso Kurik señalando una gran pila de madera arrojada por las aguas—. Tengo un poco de leña seca en uno de los mulos y me parece que encontraremos más debajo de esa pila.

Sparhawk levantó la mirada hacia los nubarrones, calculando el tiempo que restaba de luz.

—Es hora de detenernos —acordó.

Desmontaron junto a la leña devuelta por las aguas y Kurik encendió el fuego prometido. Berit y Talem comenzaron a extraer leños relativamente secos de debajo de la pila, pero, un poco después, Berit se encaminó a su montura en busca de su hacha de guerra.

—¿Qué vais a hacer con eso? —le preguntó Ulath.

—Partir los trozos más gruesos con ella, sir Ulath.

—No, de ningún modo.

Berit pareció algo desconcertado.

—No es ésa la función para la que fue forjada. Embotaríais el filo y es posible que lo necesitéis dentro de poco.

—Mi hacha está en la carga de ese animal, Berit —indicó Kurik al novicio de avergonzado semblante—. Usadla. Yo no tengo intención de atacar a nadie con ella.

—Kurik —pidió Sephrenia desde el interior de la tienda que Sparhawk y Kalten acababan de montar para ella y Flauta—, plantad un toldo cerca del fuego y tended una cuerda debajo. —Salió enfundada en un sayo estirio con su chorreante vestido blanco en una mano y la ropa de Flauta en la otra—. Es hora de secar nuestro atuendo.

Tras la puesta del sol, del lago comenzó a soplar una brisa nocturna que hizo ondear la tela de las tiendas y las llamas del fuego. Comieron una frugal cena y luego se acostaron.

Alrededor de medianoche, Kalten regresó de su puesto de guardia y despertó a Sparhawk.

—Te toca a ti —le dijo en voz baja para no alterar el sueño de los demás.

—De acuerdo. —Sparhawk se incorporó bostezando—. ¿Has encontrado un buen lugar?

—Esa colina justo detrás de la playa. Pero mira dónde pones los pies al subir, pues han estado cavando sus laderas.

Sparhawk comenzó a ponerse la armadura.

—No estamos solos aquí, Sparhawk —le advirtió Kalten, quitándose el yelmo y la empapada capa negra—. He visto media docena de fogatas alejadas tierra adentro.

—¿Más kelosianos y lamorquianos?

—Resulta difícil precisarlo. El fuego no suele tener señas de identidad.

—No se lo digas a Talen y Berit. No quiero que vuelvan a arrastrarse por ahí a oscuras. Duerme un poco, Kalten. Mañana será un largo día.

Sparhawk ascendió con cuidado la horadada ladera de la colina y se apostó en la cima. Enseguida divisó las fogatas que Kalten había mencionado y compartió con éste la opinión de que se hallaban a buena distancia y apenas constituían una amenaza.

Llevaban ya tiempo en camino, y a Sparhawk lo roía una creciente impaciencia. Ehlana se encontraba sola en la silenciosa sala del trono allá en Cimmura y el tiempo que le quedaba de vida iba consumiéndose. Unos meses más y los latidos de su corazón se debilitarían y después cesarían. Sparhawk apartó aquellas cavilaciones de su mente y, como siempre hacía cuando la aprensión se adueñaba de él, la ocupó deliberadamente en otros asuntos y recuerdos.

Sufriendo la incomodidad del frío y la humedad de la lluvia, trasladó sus pensamientos a Rendor, donde el sol abrasador absorbía toda traza de humedad del aire. Evocó las hileras de mujeres veladas de negro que al alba se encaminaban con paso airoso a los pozos antes de que el sol tornara insoportables las calles de Jiroch. Rememoró a Lillias con una irónica sonrisa, preguntándose si la melodramática escena representada cerca del puerto le habría reportado la clase de respeto que tan desesperadamente necesitaba.

Y después se acordó de Martel. Aquella noche en la tienda de Arasham, en Dabour, había sido ciertamente memorable. El hecho de ver a su odiado enemigo contrariado y frustrado había sido casi tan satisfactorio como hubiera sido matarlo.

—Pero ese día llegará, Martel —murmuró—. Tienes mucho que pagar y creo que se acerca el tiempo en que rendirás cuentas.

Era aquél un reconfortante pensamiento. Sparhawk lo acarició largamente mientras permanecía bajo la lluvia, precisando sus detalles, hasta que fue hora de despertar a Ulath para su turno de vigilancia.

Levantaron el campamento al despuntar del día y reemprendieron la marcha por la playa azotada por la llovizna.

Hacia media mañana, Sephrenia refrenó su blanco palafrén, reclamando silencio.

—Zemoquianos —dijo en tono conminatorio.

—¿Dónde? —preguntó Sparhawk.

—No estoy segura. Están cerca y tienen intenciones hostiles.

—¿Cuántos son?

—Es difícil decirlo, Sparhawk. Como mínimo una docena, pero seguramente menos de veinte.

—Tomad a los niños y retroceded hasta el borde del agua. —Miró a sus compañeros—. Veamos si podemos espantarlos —dijo—. No quiero que continúen siguiéndonos.

Los caballeros avanzaron por el cenagoso campo al paso, con las lanzas dispuestas, flanqueados por Berit y Kurik.

Los zemoquianos, que se escondían en una zanja poco profunda a menos de cien metros de la playa, se alzaron empuñando armas al ver cómo los siete elenios arremetían resueltamente contra ellos. Eran tal vez quince, pero el hecho de ir a pie los situaba en clara desventaja. No exhalaron ningún sonido, ni emitieron grito de batalla alguno, y su mirada estaba vacía.

—El Buscador los mandó —infirió Sparhawk—. Tened cuidado.

Mientras se aproximaban los caballeros, los zemoquianos se precipitaron hacia ellos y varios incluso se abalanzaron ciegamente contra las puntas de las lanzas.

—¡Tirad las lanzas! —ordenó Sparhawk—. ¡Están demasiado cerca!

Desenvainó la espada y, una vez más, los sujetos sometidos al Buscador atacaron envueltos en un mortal silencio, sin prestar atención alguna a sus camaradas abatidos. Pese a aventajarlos en número, no se hallaban a la altura de los caballeros montados, y su destino estaba sellado cuando Kurik y Berit los rodearon y acometieron contra ellos por detrás.

La lucha duró unos diez minutos y luego cesó.

—¿Está alguien herido? —inquirió Sparhawk, mirando rápidamente en torno a sí.

—Varios, diría yo —repuso Kalten, observando los cuerpos tendidos sobre el fango—. Esto está empezando a resultar demasiado fácil, Sparhawk. Se precipitan contra nosotros, casi pidiendo que los matemos.

—Siempre estoy dispuesto a hacer favores —bromeó Tynian, limpiando la espada con el sayo de un zemoquiano.

—Arrastrémoslos hasta la zanja en que se ocultaban —indicó Sparhawk—. Kurik, ve a buscar la pala. Los enterraremos.

—Ocultar el cuerpo del delito, ¿eh? —bromeó Kalten.

—Puede que haya otros por los alrededores —explicó Sparhawk—, y no vamos a anunciarles que hemos estado aquí.

—Bien, pero antes quiero asegurarme de su estado. No me gustaría que uno de ellos se despertara cuando tengo las manos ocupadas en agarrarle los tobillos.

Kalten desmontó y se dispuso a realizar la macabra tarea de cerciorarse de que estaban muertos. Después todos se pusieron manos a la obra, la cual fue facilitada por la maleabilidad del barro.

—Bevier —preguntó Tynian—, ¿verdaderamente le tenéis tanto apego a esa hacha?

—Es mi arma favorita —repuso Bevier—. ¿Por qué lo preguntáis?

—Resulta un poco molesto llegado el momento de poner orden. Cuando les sesgáis la cabeza de ese modo, hay que hacer dos viajes con cada uno. —Tynian se inclinó y agarró por el cabello varias cabezas cercenadas, como si quisiera dar énfasis a sus palabras.

—Qué divertido —replicó secamente Bevier.

Después de tirar los cadáveres y sus armas a la zanja y de que Kurik los hubo cubierto de fango, volvieron a la playa, donde Sephrenia aguardaba a caballo, tapando cuidadosamente la cara de Flauta con su capa e intentando mantener ella misma los ojos apartados del escenario de la pelea.

—¿Habéis terminado? —inquirió al acercarse los caballeros.

—Ya ha pasado —le aseguró Sparhawk—. Ahora ya podéis mirar. —Frunció el entrecejo—. Kalten acaba de expresar algo curioso. Ha dicho que esto estaba poniéndose demasiado fácil. Esa gente se limita a atacar sin pensar, como si quisieran que los matáramos.

—No es así, Sparhawk —se mostró en desacuerdo la mujer—. El Buscador tiene hombres de sobra y los expondría a morir por centenares sólo para acabar con uno de nosotros… y enviaría cientos de otros para matar al siguiente.

—Deprimente. Si dispone de tantos, ¿por qué los envía en grupos tan pequeños?

—Son partidas de exploración. Las hormigas y abejas hacen exactamente lo mismo. Mandan grupos reducidos para localizar lo que busca la colonia. El Buscador sigue siendo un insecto después de todo y, a pesar de Azash, todavía piensa como tal.

—Al menos no regresan para informar —apuntó Kalten—. En todo caso ninguno de los que nos han visto lo ha hecho hasta el momento.

—Ya han informado —lo desanimó Sephrenia—. El Buscador sabe cuándo han sido mermadas sus fuerzas. Es posible que ignore el lugar preciso donde nos hallamos, pero es consciente de que hemos matado a sus soldados. Me parece que debemos irnos de aquí. Es probable que haya otros grupos y no nos conviene que nos ataquen a la vez.

Ulath sostuvo una seria conversación con Berit mientras cabalgaban al trote.

—Habéis de mantener el hacha bajo control en todo momento —aconsejó—. No deis jamás un golpe tan abierto del que no podáis recobraros al instante.

—Me parece que entiendo lo que queréis decir —respondió reflexivamente Berit.

—Un hacha puede ser un arma tan delicada como una espada… con tal que uno sepa lo que hace —observó Ulath—. Prestad atención, muchacho. Tal vez vuestra vida dependa de ello.

—Pensaba que todo consistía en golpear con ella a alguien con la mayor fuerza posible.

—Ello no es realmente necesario —replicó Ulath—. No si la mantienes afilada. Cuando uno casca nueces con un martillo, le da el impulso suficiente para romper la cáscara, pero no le interesa aplastarla para que el fruto quede hecho pedazos. Con el hacha sucede lo mismo. Si golpeas a alguien con excesiva fuerza, es muy posible que la hoja quede prendida en su cuerpo, lo cual te sitúa en clara posición de inferioridad cuando has de enfrentarte con el siguiente contrincante.

—Ignoraba que el hacha fuera un arma tan complicada —comentó en voz baja Kalten a Sparhawk.

—Creo que forma parte de la religión thalesiana —respondió Sparhawk. Miró a Berit, que escuchaba embelesado las instrucciones de Ulath—. Siento tener que decirlo, pero temo que hemos perdido un buen espadachín. Berit le tiene mucho cariño a esa hacha y Ulath está fomentándolo.

Horas después, cuando la orilla del lago comenzó a trazar una curva hacia el noreste, Bevier examinó el paisaje, orientándose.

—Me parece que hemos de detenernos aquí, Sparhawk —aconsejó—. Según mis conocimientos, ésta es aproximadamente la zona donde los thalesianos combatieron contra los zemoquianos.

—De acuerdo —convino Sparhawk—. Creo que el resto depende de vos, Tynian.

—Será lo primero que haga por la mañana —repuso el caballero alcione.

—¿Por qué no ahora? —le preguntó Kalten.

—Pronto comenzará a anochecer —explicó Tynian, con expresión desapacible— y yo no invoco espíritus de noche.

—¿Oh?

—El que sepa cómo hacerlo no significa que sea de mi agrado. Me gusta tener luz a raudales a mi alrededor cuando comienzan a aparecer. Estos hombres fallecieron en combate y por consiguiente no presentarán un aspecto muy halagüeño. Preferiría no toparme con ninguno de ellos a oscuras.

Sparhawk y los otros caballeros examinaron los contornos mientras Kurik, Berit y Talen instalaban el campamento. La lluvia había amainado ligeramente cuando regresaron.

—¿Alguna novedad? —inquirió Kurik, asomando la cabeza bajo las telas de lona que había levantado a un lado del fuego.

—Hay humo a pocos kilómetros por el sur —respondió Kalten, bajando del caballo—. Pero no hemos visto a nadie.

—Aún así deberemos montar guardia —opinó Sparhawk—. Si Bevier sabe que ésta es la zona aproximada donde lucharon los thalesianos, podemos tener la certeza de que los zemoquianos también lo han averiguado, y el Buscador debe de saber qué andamos buscando, por lo cual seguramente ha situado gente aquí.

Fue una velada insólitamente silenciosa la que pasaron sentados bajo las lonas que Kurik había tendido para resguardar el fuego de la lluvia. Ese lugar había sido su meta durante las semanas que había durado su viaje desde Cimmura y muy pronto sabrían si éste había servido para algo. Sparhawk estaba particularmente ansioso y preocupado. Ardía en deseos de pasar a la acción, pero respetaba la actitud que Tynian mantenía al respecto.

—¿Es muy complicado el proceso? —preguntó al deirano de anchos hombros—. La nigromancia, me refiero.

—No se trata de un hechizo normal, si es eso lo que queréis decir —contestó Tynian—. El encantamiento es bastante largo y hay que dibujar diagramas en el suelo para protegerse. En ocasiones los muertos no quieren ser despertados y pueden hacerle una buena jugarreta a uno si se enfadan.

—¿Cuántos planeáis invocar a la vez? —inquirió Kalten.

—Uno —respondió con firmeza Tynian—. No quiero tener que atender a un tiempo a toda una brigada. Puede que nos lleve algo más de tiempo, pero es mucho más seguro.

—Vos sois el experto.

La mañana se levantó triste y brumosa. La lluvia había regresado durante la noche y en la tierra, que ya había recibido más agua de la que podía absorber, se extendían charcos por doquier.

—Un día perfecto para levantar a los muertos —observó agriamente Kalten—. No parecería correcto que lo hiciéramos con la luz del sol.

—Bien —se decidió Tynian, poniéndose en pie—. Supongo que ya es hora de empezar.

—¿No vamos a desayunar primero? —objetó Kalten.

—De veras no os conviene tener algo en el estómago, Kalten —replicó Tynian—. Creedme.

Caminaron por el campo.

—No parece que excaven tanto por aquí —señaló Bevier—. Después de todo quizá los zemoquianos desconocen el lugar donde están enterrados los thalesianos.

—Confiemos en que así sea —hizo votos Tynian—. Este es un sitio tan idóneo para comenzar como otro cualquiera. —Tomó una rama seca y se dispuso a dibujar un diagrama en el empapado suelo.

—Es mejor que utilicéis esto —aconsejó Sephrenia, tendiéndole una cuerda enrollada—. Es adecuado trazar un dibujo en tierra seca, pero, como aquí hay charcos, cabe la posibilidad de que los espíritus no lo adviertan en su totalidad.

—Lo cual no nos interesa en modo alguno —acordó Tynian, comenzando a disponer en el suelo la cuerda para formar un diseño extraño, con inexplicables curvas y círculos y estrellas de formas irregulares—. ¿Es correcto? —consultó a Sephrenia.

—Desplazad eso un poco a la izquierda —indicó la mujer, señalando.

El caballero siguió su consejo.

—Así está mucho mejor —aprobó la maga—. Repetid el hechizo en voz alta. Yo os corregiré si os equivocáis.

—Sólo por curiosidad, ¿por qué no lo hacéis vos, Sephrenia? —le preguntó Kalten—. Según parece, vos poseéis más conocimientos sobre ello que los demás.

—No soy lo bastante fuerte —confesó—. Lo que se hace en este ritual es luchar con los muertos para obligarlos a levantarse. Yo soy un poco endeble para este tipo de cosas.

Tynian comenzó a hablar en estirio. Entonaba sonoramente las palabras, confiriéndoles una peculiar cadencia que acompañaba con lentos y majestuosos movimientos. El volumen de su voz fue incrementándose y su tono se tornó más imperativo. Luego alzó ambas manos y las juntó de improviso.

Al principio no advirtieron nada. Después, bajo el diagrama, el suelo pareció hincharse trémulamente. Lenta, casi dolorosamente, algo brotó de la tierra.

—¡Dios! —exclamó horrorizado Kalten al contemplar el ser grotescamente mutilado.

—Habladle, Ulath —dijo Tynian, apretando los dientes—. No puedo retenerlo mucho tiempo.

Ulath se adelantó unos pasos y empezó a hablar en una lengua áspera y gutural.

—Thalesiano antiguo —identificó el dialecto Sephrenia—. Lo que hablarían los soldados rasos en tiempos del rey Sarak.

La fantasmagórica aparición vaciló antes de contestar con espantosa voz y luego señaló espasmódicamente un punto con una huesuda mano.

—Dejad que se vaya —indicó Ulath—. Ya tengo lo que necesitábamos.

Tynian, con el rostro pálido y manos temblorosas, pronunció dos palabras en estirio y el espectro volvió a hundirse en la tierra.

—Ése no sabía nada —les comunicó Ulath—, pero ha señalado el lugar donde está sepultado un conde que formaba parte del séquito del rey Sarak, y, si alguien de aquí conoce el sitio donde está enterrado el monarca, ése sería él. Está por allí.

—Dejad que recupere el aliento —pidió Tynian.

—¿Es en verdad tan difícil?

—No tenéis idea, amigo.

Aguardaron mientras Tynian jadeaba penosamente. Momentos después, éste enrolló la cuerda y se enderezó.

—De acuerdo. Vayamos a despertar al conde.

Ulath los condujo a un pequeño montículo levantado en las proximidades.

—Un túmulo funerario —constató—. Es costumbre erigirlos al enterrar a un hombre importante.

Tynian trazó el dibujo sobre la tierra amontonada y luego retrocedió y volvió a iniciar el ritual, el cual terminó juntando las manos una vez más.

La aparición que brotó del túmulo, no tan horriblemente mutilada como la primera, iba vestida con la tradicional cota de malla thalesiana y tocada con un yelmo rematado con cuernos.

—¿Quién sois vos que venís a turbar mi sueño? —preguntó a Tynian en la arcaica habla al uso cinco siglos antes.

—Él os ha devuelto a la luz del día a instancias mías, mi señor —respondió Ulath—. Soy de vuestra raza y querría hablar con vos.

—Hablad prontamente pues. Me descontenta que hayáis hecho esto.

—Buscamos el lugar donde reposa Su Majestad el rey Sarak —declaró Ulath—. ¿Sabríais vos, mi señor, adónde hemos de dirigirnos?

—Su Majestad no yace en este campo de batalla —respondió el fantasma.

A Sparhawk le dio un vuelco el corazón.

—¿Sabríais vos qué le aconteció? —insistió Ulath.

—Su Majestad partió de su capital en Emsat al tener noticias de la invasión de las hordas de Otha —explicó el espectro—, y se llevó con él una reducida partida de asistentes de corte. Los demás nos quedamos para formar el grueso de la tropa. Habíamos de sumarnos a ellos una vez reunido el ejército. Cuando llegamos aquí, no hubo modo de encontrar a Su Majestad y nadie sabía qué había sido de él. Buscadlo pues en otro lugar.

—Una última pregunta, mi señor —solicitó Ulath—. ¿Sabríais por ventura qué ruta tenía intención de seguir Su Majestad para llegar a este campo?

—Embarcó rumbo a la costa norte. Ningún hombre, vivo o muerto, conoce el sitio donde tomó tierra. Buscadlo en Kelosia o Deira y devolvedme a mí el reposo.

—Gracias, mi señor —dijo Ulath con una profunda reverencia.

—Vuestro agradecimiento no significa nada para mí —replicó con indiferencia el espíritu.

—Dejad que se retire, Tynian —indicó tristemente Ulath.

Una vez mas, Tynian liberó al espíritu mientras Sparhawk y los otros se miraban entre sí, con el pesar reflejado en los rostros.