El puente de peaje era estrecho y algo deteriorado. Junto a él, frente a una desvencijada cabaña, estaban sentados varios niños sucios de aspecto famélico y decaído. El encargado, de rostro macilento y abatido, llevaba un harapiento sayo. La decepción veló de manera patente sus ojos al ver la armadura de los caballeros.
—Sin pontazgo —suspiró.
—Así nunca os ganaréis la vida, amigo —le advirtió Kalten.
—Es una regulación local, mi señor —explicó tristemente el hombre—. Los eclesiásticos no deben pagar peaje.
—¿Atraviesa mucha gente este puente? —inquirió Tynian.
—Unas pocas personas por semana —repuso el encargado—. Apenas las suficientes para permitirme pagar los impuestos. Mis hijos no han tomado una comida decente desde hace meses.
—¿Hay algún pueblo estirio en los alrededores? —le preguntó Sparhawk.
—Creo que hay uno al otro lado del río, caballero, en ese bosque de cedros de allí.
—Gracias, compadre —dijo Sparhawk, depositando unas monedas en la mano de su estupefacto interlocutor.
—No puedo cobraros por cruzar, mi señor —objetó el hombre.
—Este dinero no es el pontazgo, compadre. Es por la información. —Sparhawk espoleó a Faran y entró en el puente.
Al pasar junto al encargado del puente, Talen se inclinó y le entregó algo.
—Comprad algo de comida para vuestros hijos —le recomendó.
—Gracias, joven señor —dijo el hombre, con lágrimas de gratitud en los ojos.
—¿Qué le has dado? —preguntó Sparhawk.
—El dinero que robé a ese individuo de mirada calculadora de aquel vado —respondió Talen.
—Ha sido una acción muy generosa.
—Siempre puedo robar más —replicó el muchacho, encogiéndose de hombros—. Además, él y sus hijos lo necesitan más que yo. Yo también he pasado hambre alguna vez y sé lo que es.
—¿Sabes? —intervino Kalten—. Tal vez podamos esperar algo bueno de este chico después de todo.
—Posiblemente es demasiado prematuro afirmarlo.
—Como mínimo es un buen indicio.
La húmeda floresta de la otra ribera se componía de viejos y musgosos cedros cuyo verde ramaje casi rozaba el suelo, entre los que discurría un sendero poco frecuentado a juzgar por su aspecto.
—¿Y bien? —preguntó Sparhawk a Sephrenia.
—Están aquí —repuso la mujer—, espiándonos.
—Se esconderán cuando nos aproximemos a su pueblo, ¿no es cierto?
—Probablemente. Los estirios tienen pocos motivos para fiarse de elenios armados. Sin embargo, pienso que podré convencer a alguno para que se deje ver.
Al igual que todos los pueblos estirios, aquélla era una población primitiva, con cabañas de techumbre de paja caóticamente diseminadas en un claro sin mediar ningún tipo de calle entre ellas. Tal como había previsto Sephrenia, el lugar estaba desierto. La menuda mujer se inclinó y habló brevemente con Flauta en aquel dialecto estirio incomprensible para Sparhawk. La niña asintió, tomó el caramillo y comenzó a tocar.
Al principio no sucedió nada.
—Me parece que he visto a uno allá entre los árboles —dijo Kalten al cabo de un momento.
—Son tímidos, ¿eh? —observó Talen.
—No sin razón —argumentó Sparhawk—. Los elenios no tratan muy bien a los estirios.
Flauta siguió tocando. Pasado un rato, un hombre de barba blanca vestido con un sayo de lana cruda salió con paso vacilante del bosque. Juntó las manos en el pecho y, dedicando una profunda reverencia a Sephrenia, habló en estirio. Después miró a Flauta, y se le desorbitaron los ojos. Realizó una nueva reverencia y la niña le respondió con una picara sonrisa.
—Anciano —le preguntó Sephrenia—, ¿habláis por ventura la lengua de los elenios?
—Estoy bastante familiarizado con ella, hermana —fue su respuesta.
—Bien. Estos caballeros tienen algunas preguntas que haceros. Después abandonaremos vuestro pueblo y dejaremos de turbar su paz.
—Responderé lo mejor que pueda.
—Hace algún tiempo —expuso Sparhawk— encontramos a un calderero que nos reveló algo un tanto inquietante. Dijo que los estirios han estado cavando en el campo de batalla del lago Randera durante siglos, en busca de un tesoro. Ello no parece concordar con el carácter de los estirios.
—En efecto, mi señor —convino el anciano—. Nosotros no necesitamos tesoros y con toda seguridad no violaríamos las tumbas de quienes duermen allí.
—Eso es lo que me parecía. ¿Tenéis idea de quiénes pueden ser esos estirios?
—No son de nuestra raza, caballero, y sirven a un dios que nosotros desdeñamos.
—¿Azash? —adivinó Sparhawk.
El anciano palideció ligeramente.
—Yo no pronunciaré su nombre en voz alta, caballero, pero habéis interpretado correctamente mis palabras.
—¿Son entonces zemoquianos quienes excavan junto al lago?
El viejo asintió.
—Sabemos de su presencia allí desde hace siglos. No nos acercamos a ellos porque son impuros.
—Me parece que todos estamos de acuerdo en ese punto —convino Tynian—. ¿Tenéis noción de qué es lo que buscan?
—Algún antiguo talismán que Otha ansia para su dios.
—El calderero con el que conversamos dijo que la mayoría de la gente de aquí piensa que hay un gran tesoro allí.
—Los elenios son propensos a exagerar las cosas —señaló, sonriendo, el anciano—. No pueden creer que los zemoquianos dediquen tanto esfuerzo a la búsqueda de un solo objeto…, aunque lo que buscan tenga más valor que todos los tesoros del mundo.
—Ésa es una explicación razonable —observó Kalten.
—Los elenios sienten un anhelo ciego por el oro y las piedras preciosas —prosiguió el estirio— y por ello es del todo posible que ni siquiera sepan qué buscan. Esperan hallar grandes cofres repletos de gemas, pero no existen tales cofres en ese campo. No sería descabellado pensar que alguno de ellos haya encontrado ya ese objeto y lo haya desechado en la ignorancia de su valor.
—No, anciano señor —discrepó Sephrenia—. El talismán de que habláis no ha sido encontrado aún. Su descubrimiento produciría una señal tan portentosa que resonaría como una campana gigante por todo el mundo.
—Puede que sea como decís, hermana. ¿También viajáis vos y vuestros compañeros al lago en busca del talismán?
—Ése es nuestro propósito —respondió la mujer— y nuestra misión es de vital importancia. Hemos de impedir que el dios de Otha entre en posesión de esa joya.
—En ese caso rogaré a mi dios por el buen éxito de vuestra empresa. —El viejo estirio volvió a dirigir la mirada a Sparhawk—. ¿Cómo le va a la cabeza de la Iglesia elenia? —preguntó prudentemente.
—El archiprelado es muy viejo —repuso sinceramente Sparhawk— y su salud es muy precaria.
—Es lo que temía —declaró, suspirando, el hombre—. A pesar de estar seguro de que no aceptaría los buenos deseos de un estirio, rezaré también a mi dios para que viva muchos años más.
—Así sea —hizo votos Ulath.
—Los rumores afirman que el primado de un lugar llamado Cimmura tiene grandes posibilidades de convertirse en cabeza de vuestra Iglesia —señaló con cautela el estirio de barba blanca tras un instante de vacilación.
—Ello podría ser un tanto exagerado —lo tranquilizó Sparhawk—. Son muchos en la Iglesia los que se oponen a las ambiciones del primado Annias. Parte de nuestro cometido es desbaratar sus planes.
—Entonces rogaré doblemente por vos, caballero. Si Annias ascendiera al trono de Chyrellos, sería un desastre para Estiria.
—Y para la casi totalidad del mundo —gruñó Ulath.
—Será muchísimo más terrible para los estirios, caballero. Los sentimientos que inspira nuestra raza en Annias de Cimmura son de sobra conocidos. La autoridad de la Iglesia elenia ha mantenido a raya el odio de la plebe elenia, pero, si Annias consiguiera su propósito, sin duda daría rienda suelta a su hostilidad y temo que ello sería la perdición de Estiria.
—Todos haremos cuanto esté en nuestras manos para impedirle el acceso al trono —prometió Sparhawk.
El viejo estirio hizo una reverencia.
—Quieran las manos de los dioses menores de Estiria protegeros, amigos míos. —Volvió a inclinarse ante Sephrenia y después frente a Flauta.
—Pongámonos en marcha —indicó Sephrenia—. Estamos manteniendo alejados de sus hogares a los otros habitantes del pueblo.
Salieron de la aldea y volvieron a penetrar en el bosque.
—De modo que los que excavan en el campo de batalla son zemoquianos —musitó Tynian—. Están extendiéndose por toda Eosia occidental, ¿no es así?
—Hace varios decenios que sabemos que ése es el plan global de Otha —confirmó Sephrenia—. La mayoría de los elenios son incapaces de advertir diferencia alguna entre estirios y zemoquianos. A Otha no le interesa ningún tipo de alianza o reconciliación entre los estirios occidentales y los elenios. Unas cuantas atrocidades cometidas en el momento oportuno han mantenido el ardor de los prejuicios de la plebe elenia, y los relatos de dichos sucesos no hacen más que magnificarlos al pasar de boca en boca. Ése ha sido el origen de siglos de opresión generalizada y masacres injustificadas.
—¿Por qué le preocupa tanto a Otha la posibilidad de una alianza? —Kalten parecía desconcertado—. No hay suficientes estirios en Occidente para constituir una amenaza, y, dado que no están dispuestos a tocar armas de acero, no serían de gran utilidad en caso de iniciarse nuevamente la guerra, ¿me equivoco?
—Los estirios lucharían con magia y no con acero, Kalten —le recordó Sparhawk—, y los magos estirios son mucho más expertos en su utilización que los caballeros de la Iglesia.
—El hecho de que los zemoquianos se encuentren en el lago Randera resulta prometedor, no obstante —opinó Tynian.
—¿De qué manera?
—Si todavía están cavando, ello significa que aún no han encontrado el Bhelliom. Asimismo es un indicio de que nos encaminamos al lugar adecuado.
—No estoy tan seguro —disintió Ulath—. Si han estado buscando el Bhelliom a lo largo de los últimos quinientos años y aún no lo han encontrado, puede que el lago Randera no sea el sitio acertado.
—¿Por qué no han probado la nigromancia como nos proponemos hacer nosotros? —se interrogó Kalten.
—Los espíritus thalesianos no responderían a un nigromante zemoquiano —respondió Ulath—. Es probable que me hablen a mí y no a los demás.
—En ese caso es una suerte que os halléis aquí —se congratuló Tynian—. Detestaría tomarme tantas molestias invocando a los muertos para encontrarme con que no están dispuestos a dirigirme la palabra.
—Si los levantáis, yo hablaré con ellos.
—No le habéis preguntado por el Buscador —señaló Sparhawk a Sephrenia.
—No era preciso. Únicamente lo habría asustado. Además, si esa gente hubiera sabido que el Buscador se encontraba en esta zona, habrían abandonado el pueblo.
—Tal vez hubiéramos debido prevenirlos.
—No, Sparhawk. La vida ya es bastante dura para ese pueblo sin convertirlos en vagabundos. El Buscador nos persigue a nosotros. Esos estirios no corren peligro.
Al declinar la tarde llegaron al lindero del bosque y allí se detuvieron para escrutar los campos aparentemente desiertos que se extendían más allá.
—Acampemos allá entre los árboles —propuso Sparhawk—. Nos hallamos ante un terreno excesivamente descubierto y preferiría que nadie vea nuestro fuego si podemos evitarlo.
Retrocedieron entre los cedros, al abrigo de los cuales establecieron el campamento para pernoctar. Kalten, que salió al linde de la floresta para montar guardia, regresó poco después de anochecer.
—Será mejor que camufles ese fuego —indicó a Berit—. Se ve desde la última línea de árboles.
—Enseguida, sir Kalten —repuso el joven novicio, tomando una pala para rodear con más tierra la reducida fogata que les servía de fogón.
—No somos los únicos que acampamos por estos parajes —advirtió con seriedad el rubio caballero—. Hay un par de hogueras a poco más de un kilómetro siguiendo por esos campos.
—Vayamos a echar un vistazo —sugirió Sparhawk a Tynian y Ulath—. Habremos de precisar dónde están instalados para poder evitarlos por la mañana. Aun cuando el Buscador no nos cause problemas durante varios días más, hay otras personas que intentan mantenernos alejados del lago. ¿Vienes, Kalten?
—Adelantaos —contestó su amigo—. Yo aún no he comido.
—Quizá te necesitemos para señalar los fuegos.
—No dejaréis de verlos —aseveró Kalten, llenando su escudilla de madera—. Quien quiera que los haya encendido aprecia la luz a raudales.
—Tiene en gran apego a su estómago, ¿no es cierto? —observó Tynian mientras los tres caballeros caminaban hacia el lindero del bosque.
—Come mucho —reconoció Sparhawk—, pero como es un hombre muy alto necesita una alimentación copiosa para mantenerse en forma.
Las hogueras eran claramente visibles en campo descubierto. Sparhawk reparó con cuidado en los lugares donde se ubicaban.
—Nos desviaremos hacia el norte, creo —anunció en voz baja a los otros—. Probablemente nos convendrá quedarnos dentro de los bosques hasta haber pasado esos campamentos.
—Curioso —apreció Ulath.
—¿Qué? —inquirió Tynian.
—Esos campamentos no están muy alejados entre sí. Si los hombres que los ocupan se conocen, ¿por qué no han montado un solo campamento?
—Quizá no simpaticen mutuamente.
—¿Por qué se han instalado tan próximos entonces?
—¿Quién sabe por qué hacen las cosas los lamorquianos? —repuso Tynian encogiéndose de hombros.
—No hay nada que podamos hacer al respecto esta noche —manifestó Sparhawk—. Regresemos.
Sparhawk se despertó justo antes del alba y, cuando fue a llamar a los demás, vio que Tynian, Berit y Talen se hallaban ausentes. Ello era explicable en el caso de Tynian, pues se hallaba de guardia en el lindero. Pero el novicio y el chico no tenían motivos para haberse levantado. Sparhawk profirió un juramento y fue a despertar a Sephrenia.
—Berit y Talen se han ido —le comunicó.
La mujer escrutó la oscuridad que rodeaba su disimulado campamento.
—Habremos de aguardar a que amanezca —dijo—. Si no han vuelto para entonces, deberemos ir a buscarlos. Atizad el fuego, Sparhawk y acercad mi tetera a la llama.
El cielo se aclaraba por el este cuando Berit y Talen regresaron al campamento. Ambos parecían excitados y tenían los ojos muy brillantes.
—¿Dónde habéis estado? —preguntó con enojo Sparhawk.
—Satisfaciendo una curiosidad —contestó Talen—. Hemos ido a hacer una visita a nuestros vecinos.
—¿Podéis traducirme eso, Berit?
—Nos hemos arrastrado por el campo para echar un vistazo a la gente reunida alrededor de esas hogueras de allí, sir Sparhawk.
—¿Sin pedirme permiso antes?
—Estabais dormido —explicó con celeridad Talen—. No queríamos despertaros.
—Son estirios, sir Sparhawk —informó seriamente Berit—, o al menos lo son algunos. Sin embargo, hay un buen número de campesinos lamorquianos entre ellos. Los hombres que hay junto a la otra fogata son todos soldados eclesiásticos.
—¿Podríais precisar si los que habéis visto son estirios occidentales o zemoquianos?
—No distingo unos estirios de otros, pero los que había allí llevaban espadas y lanzas. —Berit frunció el entrecejo—. Puede que sean imaginaciones mías, pero todos los hombres tenían una expresión como embotada. ¿Recordáis el semblante tan impasible que tenían esos que nos tendieron una emboscada en Elenia?
—Sí.
—La gente que hay allá afuera tienen una apariencia similar, y no hablan entre sí ni duermen siquiera y no han apostado ningún centinela.
—¿Bien, Sephrenia? —inquirió Sparhawk—. ¿Podría haberse recuperado el Buscador antes de lo que habíamos calculado?
—No, repuso —con expresión preocupada—, pero podría haber puesto a esos hombres en nuestro camino antes de ir a Cimmura. Ellos seguirían todas las instrucciones que les hubiera dado, pero serían incapaces de adaptarse a cualquier situación imprevista sin su presencia.
—Pero nos reconocerían, ¿verdad?
—Sí. El Buscador se lo habría inculcado en el cerebro.
—¿Y nos atacarían si nos vieran?
—Inevitablemente.
—Entonces creo que será mejor que emprendamos la marcha —dictaminó—. Esa gente se halla demasiado cerca para sentirme totalmente a mis anchas. No me gusta cabalgar por terreno desconocido antes de que haya amanecido del todo, pero en las presentes circunstancias… —Se volvió hacia Berit—. Agradezco la información que nos habéis proporcionado, Berit, pero no debisteis iros sin avisarme, y en ningún caso llevaros a Talen. Vuestro trabajo y el mío implican ciertos riesgos, pero no teníais ningún derecho a ponerlo en peligro a él.
—Él no sabía que yo le seguía, Sparhawk —intervino con soltura Talen—. Lo vi levantarse y sentí curiosidad por ver qué hacía, de manera que me deslicé tras él. Él ni siquiera sabía que yo estaba ahí hasta que estábamos casi al lado de esas fogatas.
—Eso no es verdad, sir Sparhawk —desmintió Berit con una mirada acongojada—. Talen me despertó y me sugirió ir a lanzar una ojeada a esos hombres. Entonces no me pareció una mala idea. Lo siento. Ni siquiera he pensado que estaba exponiéndolo a un peligro.
Talen miró al novicio con cierto disgusto.
—¿Por qué teníais que hacer eso? —preguntó—. Estaba contándole una mentira perfecta. Hubiera podido evitaros problemas.
—He prestado juramento de decir siempre la verdad, Talen.
—Bueno, yo no. Sólo tenías que mantener la boca cerrada. Sparhawk no me pegará porque soy demasiado pequeño, pero podría decidir azotaros a vos.
—Me encantan estas intrascendentes discusiones sobre moralidad comparativa antes del desayuno —se regocijó Kalten—. Hablando de lo cual… —Dirigió una significativa mirada al fuego.
—Es vuestro turno —advirtió Ulath.
—¿Cómo?
—Os toca cocinar a vos.
—No es posible que ya me toque otra vez.
Ulath asintió.
—Lo he controlado —afirmó Ulath.
Kalten puso cara de pícaro.
—Seguramente Sparhawk tiene razón. Deberíamos emprender camino. Ya comeremos algo más tarde.
Cuando terminaban de levantar el campamento y ensillar los caballos, Tynian volvió del lindero de la espesura donde había estado montando guardia.
—Están dispersándose en grupos reducidos —informó—. Creo que van a batir los alrededores.
—En ese caso nos conviene no salir del bosque —concluyó Sparhawk—. En marcha.
Avanzaron con cautela, manteniéndose distanciados de los límites de la floresta, adonde cabalgaba de vez en cuando Tynian para espiar los movimientos de los sujetos de expresión ofuscada que se encontraban en campo abierto.
—Parece que no tiene en cuenta la cercanía de estos bosques —comentó después de una de las incursiones.
—Poco importa —lo desalentó Kalten—. Forman una barrera entre nosotros y el lago. Mientras sigan patrullando esos campos, no podremos atravesarlos. Al final se acabarán los árboles y nos quedaremos parados.
—¿Cuáles son los que patrullan específicamente esta zona? —preguntó Sparhawk a Tynian.
—Los soldados eclesiásticos. Cabalgan en grupos.
—¿De cuántos se componen?
—De unos doce.
—¿Permanecen a la vista unos de otros?
—Están dispersándose cada vez más.
—Estupendo —dijo Sparhawk—. Id a echar una ojeada y, cuando se encuentren lo bastante alejados para no poder verse entre sí, venid a comunicármelo.
—De acuerdo.
Sparhawk desmontó y ató las riendas de Faran a un arbolillo.
—¿Qué os proponéis hacer, Sparhawk? —inquirió con suspicacia Sephrenia al tiempo que Berit la ayudaba a desmontar junto con Flauta de su blanco palafrén.
—Sabemos que probablemente fue Otha quien envió al Buscador… lo cual nos remite a Azash.
—Sí.
—Azash sabe que el Bhelliom está a punto de volver a salir a la luz, ¿no es cierto?
—Sí.
—El objetivo principal del Buscador es darnos muerte, pero, en caso de no lograrlo, ¿no centraría sus esfuerzos en mantenernos alejados del lago Randera?
—¡Otra vez con la lógica elenia! —exclamó con disgusto la mujer—. Vuestra argumentación es transparente. Sé muy bien adónde apuntáis.
—Aun con las mentes embotadas, los soldados de la Iglesia continúan siendo capaces de transmitirse mutuamente información, ¿no es así?
—Sí —admitió de mala gana.
—Entonces no tenemos más alternativa al respecto. Si cualquiera de ellos nos ve, dentro de una hora los tendremos a todos tras de nosotros.
—No acabo de comprenderlo —dijo Talen, un tanto desconcertado.
—Va a matar a todos los componentes de una de las patrullas —le explicó Sephrenia.
—Hasta el último hombre —aseveró con ferocidad Sparhawk— y tan pronto como los demás se pierdan de vista.
—Sabéis bien que ni siquiera pueden huir.
—Perfecto. Así no tendré que perseguirlos.
—Estáis planeando asesinatos con toda premeditación, Sparhawk.
—Ello no se ajusta del todo a la realidad, Sephrenia. Ellos nos atacarán en cuanto nos vean. Lo que haremos será defendernos.
—Puros sofismas —espetó la estiria antes de alejarse con paso vivo, murmurando para sus adentros.
—Ni siquiera pensaba que conociera el significado de esa palabra —se sorprendió Kalten.
—¿Conocéis el manejo de la lanza? —preguntó Sparhawk a Ulath.
—He practicado con ella —repuso el thalesiano—, pero prefiero el hacha.
—Con la lanza no se ha de llegar tan cerca. Mejor será no exponerse demasiado. Mi intención es derribar el grueso del grupo con las lanzas y después rematarlos con espadas y hachas.
—No es preciso recordarte —observó Kalten— que sólo somos cinco, contando a Berit.
—¿Y eso?
—Simplemente me ha parecido conveniente mencionarlo.
Sephrenia regresó con tez demudada.
—¿Estáis pues enteramente decidido? —preguntó a Sparhawk.
—Hemos de llegar al lago. ¿Podéis proponer alguna alternativa?
—No, de hecho, no. —Su tono era sarcástico—. Vuestra implacable lógica elenia me ha desarmado por completo.
—Quería haceros una pregunta, pequeña madre —declaró Kalten en un evidente intento de prevenir, cambiando de tema, el inicio de una acalorada discusión—. ¿Qué aspecto tiene exactamente ese Buscador? Por lo visto, se toma muchas molestias para taparse.
—Es repugnante —dijo con un estremecimiento—. Nunca he visto ninguno, pero el mago estirio que me enseñó cómo enfrentarme a él me lo describió. Tiene el cuerpo segmentado, muy pálido y delgado. En este estadio, la capa exterior de piel no está completamente endurecida y por las ensambladuras transpira una especie de icor para protegerla del contacto con el aire. Tiene pinzas semejantes a las de los cangrejos y su rostro es horrible hasta extremos increíbles.
—¿Icor? ¿Qué es eso?
—Baba —respondió parcamente—. Ello se produce en su fase larvaria… similar a la de una oruga o un gusano, si bien no enteramente. Cuando llega al estado adulto, su cuerpo se endurece y oscurece y de él brotan alas. Ni siquiera Azash puede controlar a un adulto. Todo cuanto les interesa en la madurez es reproducirse. De quedar un par de adultos sueltos, convertirían el mundo entero en una colmena y alimentarían a sus crías con todas sus criaturas vivientes. Azash mantiene una pareja a fin de preservar la especie en un lugar del que no pueden escapar. Cuando una de las larvas que utiliza como Buscadores se acerca a la madurez, ordena matarla.
—Trabajar para Azash implica algunos riesgos, ¿eh? Pero yo nunca he visto ningún insecto semejante.
—Las criaturas que sirven a Azash no siguen las pautas habituales. —Miró a Sparhawk con expresión angustiada—. ¿Es verdaderamente imprescindible hacerlo?
—Me temo que sí —respondió el caballero—. No hay otra solución.
Permanecieron sentados sobre el húmedo mantillo del bosque, esperando el regreso de Tynian. Kalten se acercó a uno de los caballos de carga y cortó gruesas rebanadas de queso y de pan con su daga.
—Con esto cumplo mi turno de cocina, ¿de acuerdo? —propuso a Ulath.
—Lo pensaré —gruñó éste.
El cielo estaba aún nublado y los pájaros dormitaban entre las ramas, intensamente verdes, de los cedros que impregnaban el bosque con su fragancia. En una ocasión un ciervo se aproximó a ellos, caminando grácilmente por un sendero. Uno de los caballos resopló, y el animal se alejó dando saltos con la blanca cola enhiesta y la aterciopelada cornamenta resplandeciendo sobre su cabeza. Era aquél un ambiente apacible que Sparhawk apartó intencionadamente de la mente, fortaleciéndose para cumplir la tarea que le aguardaba.
—Hay un grupo de soldados casi estacionados a menos de un centenar de metros al norte —informó Tynian, de vuelta—. Todos los demás se han perdido de vista.
—Bien —dijo Sparhawk, poniéndose en pie—. Ya podemos ponernos en acción. Sephrenia, quedaos aquí con Talen y Flauta.
—¿Cuál es el plan? —inquirió Tynian.
—No hay ningún plan —contestó Sparhawk—. Simplemente vamos a ir allá a caballo a eliminar esa patrulla. Después cabalgaremos hacia el lago Randera.
—Posee el encanto de la simplicidad —alabó Tynian.
—Recordad todos —prosiguió Sparhawk— que no reaccionarán ante las heridas como lo haría la gente normal. Cercioraos bien de acabar con ellos para que no os ataquen por la espalda cuando os concentréis en el siguiente. Partamos.
La pelea fue breve y brutal. Tan pronto como Sparhawk y sus compañeros surgieron del bosque en atronadora carga, los soldados eclesiásticos de impasible semblante dirigieron sus monturas hacia ellos, con las espadas en alto. Cuando mediaban unos cincuenta pasos entre ambos, Sparhawk, Kalten, Tynian y Ulath bajaron las lanzas, dispuestos a arremeter. El impacto inicial fue terrible. El soldado que embistió Sparhawk fue desarzonado por la lanza que se clavó en su pecho y lo traspasó de lado a lado. Sparhawk refrenó súbitamente a Faran para no romper el asta, la arrancó del cadáver y prosiguió en la acometida. Habiendo quebrado la lanza en el cuerpo de otro soldado, desenvainó la espada. Cercenó el brazo de un tercer enemigo y luego le hundió la hoja en la garganta. Ulath, que había roto la lanza con el primer ataque, había clavado el trozo que aún le quedaba en la mano al segundo contrincante y después había vuelto al uso del hacha, con la cual descabezó limpiamente a otro soldado. Tynian había horadado el vientre de un soldado y lo había rematado con la espada antes de pasar a otro. La lanza de Kalten se había hecho pedazos al chocar con un escudo, tras lo cual se había visto hostigado por dos contendientes hasta que Berit había llegado al galope y le había partido a uno la cabeza de un hachazo. Kalten dio cuenta del otro con una amplia estocada. Los soldados supervivientes se agolpaban caóticamente a su alrededor. Sus mentes emponzoñadas por la impasibilidad eran incapaces de reaccionar con celeridad suficiente ante la embestida de los caballeros de la Iglesia. Sparhawk y sus amigos los rodearon, apiñándolos, para luego matarlos uno a uno.
Kalten bajó del caballo y caminó entre los soldados tendidos sobre la ensangrentada hierba. Sparhawk volvió la cabeza cuando su amigo se dispuso a hincar sistemáticamente la espada en cada cuerpo.
—Sólo quería asegurarme —explicó Kalten, envainando la hoja y montando de nuevo—. Ninguno de ellos hablará de nosotros ahora.
—Berit —ordenó Sparhawk—, id a buscar a Sephrenia y los niños. Nosotros vigilaremos desde aquí. Oh, otra cosa. Será mejor que cortéis también nuevas lanzas, pues hemos acabado con las que teníamos.
—Sí, sir Sparhawk —respondió el novicio, antes de dirigirse otra vez hacia el bosque.
Sparhawk miró en derredor y vio un hoyo disimulado por la maleza a corta distancia.
—Ocultémoslos —propuso, posando la vista en los cadáveres—. No nos sería beneficioso dejar una huella tan clara de nuestro paso.
—¿Han huido todos sus caballos? —preguntó Kalten, paseando la mirada por los contornos.
—Sí —respondió Ulath—. Los caballos siempre escapan durante las refriegas.
Arrastraron los mutilados despojos al socavón y los arrojaron bajo los arbustos. Cuando ya habían concluido, Berit regresó con nuevas lanzas sujetas de través en la silla, acompañado de Sephrenia, Talen y Flauta. La estiria mantenía los ojos apartados de la encarnada hierba donde había tenido lugar la batalla.
Se demoraron escasos minutos en fijar los hierros a las astas y luego partieron al galope.
—Ahora sí que estoy hambriento de veras —se quejó Kalten.
—¿Cómo podéis decir eso? —se indignó Sephrenia con tono de repugnancia.
—¿Qué he dicho? —preguntó Kalten a Sparhawk.
—No importa.
Los días siguientes transcurrieron sin incidentes, pese a lo cual Sparhawk y los demás vigilaban cuidadosamente a sus espaldas mientras galopaban. Cada noche se cobijaban en lugares emboscados y encendían discretos fuegos bien disimulados. Y entonces el nublado cielo cumplió al fin su promesa y descargó una constante llovizna que los acompañó mientras seguían en dirección noreste.
—¡Fantástico! —exclamó sarcásticamente Kalten, levantando la mirada al plomizo firmamento.
—Limitaos a rogar para que llueva a raudales —le aconsejó Sephrenia—. El Buscador ya debe de estar otra vez en camino, pero no podrá seguir nuestro olor si lo ha barrido la lluvia.
—Supongo que no había pensado en eso —reconoció.
Sparhawk desmontaba periódicamente para cortar una rama de una especie concreta de un arbusto, que depositaba luego en el suelo apuntando hacia donde se dirigían.
—¿Por qué continuáis haciendo eso? —inquirió al cabo Tynian, arrebujándose en su chorreante capa azul.
—Para indicar a Kurik el camino que hemos tomado —repuso Sparhawk, subiendo a caballo.
—Muy ingenioso, pero ¿como sabrá él debajo de qué arbusto ha de mirar?
—Siempre es la misma clase de mata. Kurik y yo así lo establecimos hace mucho tiempo.
El cielo continuó descargando una deprimente lluvia que todo lo empapaba. Era difícil encender fogatas y mantener su lumbre. De vez en cuando pasaban cerca de un pueblo lamorquiano y de alguna que otra granja apartada. Las gentes permanecían en su mayoría al aire libre y el ganado que pastaba en los campos aparecía mojado y abatido.
No se hallaban lejos del lago cuando Bevier y Kurik se reunieron con ellos una tarde en que la implacable lluvia caía casi horizontalmente en el suelo a causa de la violencia del viento.
—Dejamos a Ortzel en la basílica —informó Bevier, enjugándose el agua del rostro—. Después fuimos a casa de Dolmant y lo pusimos al corriente de lo que sucede aquí en Lamorkand. Coincidió en que la agitación tiene probablemente el fin de arrancar a los caballeros de la Iglesia de Chyrellos. Hará cuanto pueda para impedirlo.
—Estupendo —replicó Sparhawk—. Me agrada la idea de que queden inutilizados todos los esfuerzos de Martel. ¿Habéis tenido algún contratiempo?
—Nada de importancia —respondió Bevier—. Aunque los caminos están invariablemente patrullados y Chyrellos está atestado de soldados.
—Y todos los soldados son leales a Annias, ¿me equivoco? —dedujo agriamente Kalten.
—Hay otros candidatos al archiprelado, Kalten —señaló Tynian—. Si Annias lleva sus tropas a Chyrellos, resulta razonable que los demás hagan lo propio.
—De ningún modo nos interesa que se libre una lucha abierta en las calles de la ciudad santa —reflexionó Sparhawk—. ¿Cómo está el archiprelado Clovunus? —preguntó a Bevier.
—Está debilitándose a ojos vista, me temo. La jerarquía ya no puede siquiera ocultar su estado a la plebe.
—Ello no hace sino incrementar la urgencia de nuestra misión —infirió Kalten—. Si Clovunus muere, Annias se pondrá en marcha y, llegado ese momento, ya no necesitará el tesoro elenio.
—Apresurémonos pues —instó Sparhawk—. Todavía queda un día hasta el lago.
—Sparhawk —observó con tono crítico Kurik—, habéis dejado que se os oxide la armadura.
—¿De veras? —Sparhawk levantó su empapada capa negra y miró un tanto sorprendido las láminas enrojecidas por el orín.
—¿No habéis podido encontrar la botella de aceite, mi señor?
—Tenía otros asuntos en que pensar.
—Sin duda.
—Lo siento. Ya lo haré.
—No sabríais por dónde empezar. No apliquéis vuestra ignorancia en la armadura, Sparhawk. Yo me ocuparé de ella.
Sparhawk miró en derredor a sus compañeros.
—Si a alguien se le ocurre hacer un comentario malicioso al respecto, habrá una pelea —advirtió con aire amenazador.
—Antes moriríamos que ofenderos, mi señor Sparhawk —prometió Bevier con absoluta seriedad en el rostro.
—Os lo agradezco —repuso Sparhawk, antes de espolear el caballo y atravesar una nueva cortina de agua, con un crujir de su herrumbrosa armadura.