Capítulo 6

—Deberemos ir al punto más alto de vuestro castillo, mi señor —anunció Sephrenia después de que el patriarca de Kadach se hubo retirado con airado ademán de la habitación.

—Ése está en la torre norte —informó el barón.

—¿Y se avista al ejército atacante desde allí?

—Sí.

—Bien. Primero, no obstante, hemos de dar instrucciones a vuestros soldados respecto al uso de esto —dijo, señalando el tonel—. Vamos, caballeros —los instó vivamente—, no os quedéis ahí parados. Coged el barril y traedlo y, suceda lo que suceda, no lo dejéis caer ni lo acerquéis al fuego.

Las explicaciones dadas a los soldados encargados de las catapultas sobre la adecuada proporción de polvo, nafta y brea eran muy simples.

—Ahora —continuó—, escuchad con atención, pues vuestra seguridad depende de ello. No prendáis fuego a la nafta hasta el último instante y, si parte del humo soplara en vuestra dirección, contened el aliento y echad a correr. No inhaléis ese humo bajo ningún concepto.

—¿Nos mataría? —preguntó un soldado con voz medrosa.

—No, pero os enfermaría y confundiría vuestras mentes. Tapaos la nariz y la boca con trapos húmedos. Eso os dará cierta protección. Esperad a que el barón dé la señal desde la torre norte. —Comprobó el rumbo del viento—. Arrojad el material ardiente al norte de esas tropas del terraplén —les indicó— y no olvidéis lanzar asimismo una parte a los barcos del río. Muy bien entonces, barón Alstrom. Vayamos a la torre.

Al igual que en los días precedentes, el cielo estaba nublado, y un fresco viento silbaba entre las troneras del torreón que, como todas las construcciones puramente defensivas, era severamente funcional. El ejército sitiador del conde Gerrich, que presentaba el curioso aspecto de las inmediaciones de un hormiguero, era una masa de diminutos hombrecillos cubiertos con relucientes armaduras que reflejaban la tonalidad del estaño a la pálida luz. A pesar de la elevación de la torre, de vez en cuando una ballesta chocaba contra sus desgastadas piedras.

—Tened cuidado —murmuró Sparhawk a Sephrenia cuando ésta asomó la cabeza por una de las lumbreras para observar las tropas apostadas ante la puerta.

—No hay peligro —le aseguró mientras el viento agitaba su blanco vestido—. Mi diosa me protege.

—Podéis creer en diosas cuanto queráis —arguyó el caballero—, pero yo soy responsable de vuestra seguridad. ¿Tenéis idea de lo que me haría Vanion si permitiera que os hirieran?

—Y eso únicamente sucedería después de que yo le diera su merecido —gruñó Kalten.

La mujer se retiró de la ventana y permaneció con expresión pensativa golpeando suavemente con un dedo sus labios fruncidos.

—Perdonadme, señora —se disculpó Alstrom—. Reconozco la necesidad de ahuyentar a esa criatura de aquí, pero una retirada meramente pasajera de las tropas de Gerrich no mejorará nuestra posición. Regresarán en cuanto el humo se disipe y nosotros no habremos logrado ningún avance en el cometido de sacar con garantías a mi hermano de aquí.

—Si realizamos esto sin error, no volverán hasta dentro de varios días, mi señor.

—¿Es ese humo tan poderoso?

—No. Se despejará al cabo de una hora aproximadamente.

—Es un espacio de tiempo muy escaso para que consigáis escapar —señaló—. ¿Qué impedirá que Gerrich regrese y prosiga el asedio?

—Va a estar muy ocupado.

—¿Ocupado? ¿Con qué?

—Va a estar persiguiendo a ciertas personas.

—¿Qué personas?

—Vos, yo, Sparhawk y los demás, vuestro hermano y un buen número de los miembros de vuestra guarnición.

—No creo que eso sea sensato —objetó Alstrom—. Tenemos fortificaciones resistentes aquí y no es mi intención abandonarlas para arriesgar nuestras vidas en una huida.

—Por el momento no vamos a ir a ninguna parte.

—Pero habéis dicho…

—Gerrich y sus hombres creerán que van tras de nosotros. Lo que en realidad perseguirán será una ilusión. —Sonrió brevemente—. Buena parte de la magia más eficaz es ilusiva —explicó—. Mueve la mente y la vista a engaño para hacerles creer enteramente en algo inexistente. Gerrich estará totalmente convencido de que intentamos aprovechar la confusión para irnos. Seguirá nuestra imagen con su ejército y ello nos proporcionará tiempo sobrado para escabullimos con vuestro hermano. ¿Es extenso ese bosque que se ve en el horizonte?

—Se prolonga varias leguas.

—Perfecto. Dirigiremos a Gerrich allí mediante nuestra ilusión y dejaremos que vague entre sus árboles durante los próximos días.

—Creo que hay un fallo en todo esto, Sephrenia —observó Sparhawk—. ¿No regresará el Buscador tan pronto se disipe el humo? No me parece que una imagen ficticia vaya a engañarlo, ¿me equivoco?

—El Buscador no volverá hasta que haya transcurrido al menos una semana —aseveró la estiria— porque estará muy, muy enfermo.

—¿Doy la señal a la guarnición de catapultas? —inquirió Alstrom.

—Todavía no, mi señor. Nos quedan cosas por hacer. La coordinación es esencial en esto. Berit, necesitaré una jofaina con agua.

—Sí, señora. —El novicio se encaminó a las escaleras.

—Comencemos —indicó la mujer, y empezó a enseñar pacientemente a los caballeros de la Iglesia el encantamiento. Éste contenía palabras estirias que Sparhawk no había aprendido antes, y Sephrenia insistió inflexiblemente en hacer que cada uno las repitiera una y otra vez hasta que la pronunciación y la entonación fueran del todo perfectas—. ¡Callad! —ordenó en el instante en que Kalten trató de sumarse al aprendizaje.

—Pensé que podía ayudar —protestó el caballero.

—Sé bien cuán inepto sois para estas cuestiones, Kalten. Limitaos a no participar. De acuerdo, caballeros, probemos de nuevo.

Una vez satisfecha con su pronunciación, instruyó a Sparhawk para que compusiera el encantamiento. El elenio comenzó a repetir los vocablos estirios y a gesticular con los dedos. La figura que se hizo visible en el centro de la estancia era vagamente amorfa, pero parecía llevar la negra armadura propia de los pandion.

—No le has puesto cara, Sparhawk —apuntó Kalten.

—Yo me ocuparé de ello —dijo Sephrenia. Entonces pronunció dos palabras y gesticuló con energía.

Sparhawk contempló la forma que se encontraba ante él. Era como si estuviera mirándose en un espejo.

Sephrenia fruncía el entrecejo.

—¿Algo va mal? —le preguntó Kalten.

—No es complicado duplicar rostros conocidos —respondió—, ni los de las personas que están presentes, pero, si he de examinar las caras de cuantos se hallan en el castillo, esto podría llevarnos varios días.

—¿Os serviría esto? —inquirió Talen, entregándole su bloc de dibujo.

La mujer lo hojeó y fue abriendo cada vez más los ojos a medida que pasaba las páginas.

—¡Este chico es un genio! —exclamó—. Kurik, cuando regresemos a Cimmura, ponedlo de aprendiz de un artista. Tal vez ello contribuya a apartarlo del mal camino.

—Sólo es una afición, Sephrenia —restó importancia Talen, ruborizándose.

—Sabes que podrías ganar mucho más como pintor que como ladrón, ¿verdad? —observó con manifiesta intencionalidad la mujer.

El muchacho pestañeó y luego entornó los ojos con expresión calculadora.

—Bien. Ahora os toca a vos, Tynian —indicó Sephrenia al deirano.

Cuando cada uno de ellos hubo creado una imagen reflejo de su propia apariencia, los condujo a una tronera que daba al patio.

—Construiremos la ilusión masificada allá abajo —les informó—. De intentar hacerlo aquí arriba, la habitación quedaría abarrotada en exceso.

Tardaron una hora en completar el ilusorio aspecto de una masa de hombres armados a caballo en el patio. Después Sephrenia les otorgó semblantes diferenciados con la ayuda de los bosquejos realizados por Talen, tras lo cual efectuó un amplio movimiento de brazo, y los caballeros de la Iglesia se reunieron con la hueste de abajo.

—No se mueven —observó Kurik.

—Flauta y yo nos encargaremos de eso —le aseguró Sephrenia—. Los demás deberéis concentraros en conservar la cohesión de las imágenes. Habréis de mantenerlas juntas hasta que lleguen a ese bosque de allí.

Sparhawk sudaba profusamente, no tanto por el esfuerzo de invocar y liberar el hechizo como por la necesidad de prolongar sus efectos. De pronto cayó en la cuenta de la enorme tensión que debía soportar Sephrenia.

Era ya de tarde cuando Sephrenia oteó desde la lumbrera las tropas del conde Gerrich.

—Creo que ya estarnos listos —concluyó—. Dad la señal, mi señor —indicó a Alstrom.

El barón tomó un trozo de tela roja que llevaba bajo la correa de la espada y lo agitó fuera de la ventana. Abajo, las catapultas comenzaron a arrojar sus ardientes proyectiles que, saltando por encima de las murallas, fueron a caer en medio del ejército sitiador y sobre los barcos anclados en el río. Aun a aquella distancia, Sparhawk alcanzaba a oír las toses de asfixia provocadas por la densa nube de humo de lavanda originada por la combustión de las bolas de brea, nafta y el polvo que había elaborado Sephrenia. El humo recorrió ondulante el campo contiguo al castillo, centelleando con aquel fulgor de luciérnaga. Cuando rodeó la loma donde se encontraban Gerrich, Adus y el Buscador, Sparhawk oyó un chillido animal y al instante la criatura de negro sayo abandonó el brumoso escenario, fustigando despiadadamente su caballo sobre el cual apenas mantenía el equilibrio, mientras con una pálida garra se embozaba el rostro con la capucha. Los soldados que habían estado obstruyendo el camino que partía de la puerta de la fortaleza huían con paso vacilante de aquel misterioso azote, tosiendo y vomitando.

—Bajad el puente levadizo, mi señor —ordenó Sephrenia a Alstrom.

El barón dio una nueva señal, esta vez con una tela verde y momentos después el puente quedó tendido.

—Ahora, Flauta —avisó Sephrenia, y comenzó a hablar velozmente en estirio al tiempo que la niña se llevaba el caramillo a los labios.

La masa de ilusorias personas que hasta entonces habían guardado una rígida inmovilidad en el patio pareció cobrar vida instantáneamente y, trasponiendo la puerta al galope, se sumergió en el humo. Sephrenia pasó la mano sobre la jofaina de agua que había llevado Berit a la torre y la examinó con atención.

—Sostenedlos, caballeros —los exhortó—. Mantenedlos íntegros.

La media docena de soldados de Gerrich que habían escapado al humo tosían, con el cuerpo doblado por las náuseas y las manos tratando de aliviar el escozor de los ojos, en el terraplén contiguo al castillo, cuando la ilusoria hueste cabalgó directamente hacia ellos. Los soldados huyeron dando alaridos.

—Ahora aguardaremos —manifestó Sephrenia—. Bastarán unos minutos para que Gerrich recobre la serenidad y advierta lo que en apariencia está ocurriendo.

Sparhawk oyó gritos de asombro y órdenes vociferadas desde abajo.

—Un poco más rápido, Flauta —recomendó con voz calma Sephrenia—. No nos conviene que Gerrich alcance a nuestros imaginarios personajes, pues sin duda sospecharía la argucia si su espada atraviesa el cuerpo del barón, aquí presente, sin surtir efecto alguno.

Alstrom contemplaba a Sephrenia con admiración.

—No hubiera creído que esto fuera posible, mi señora —confesó con voz trémula.

—Ha salido bastante bien, ¿no es cierto? —reconoció la mujer—. No tenía la absoluta certeza de poder llevarlo a cabo.

—Queréis decir que…

—Nunca lo había puesto en práctica, pero no podemos aprender sin experimentación, ¿no os parece?

En extramuros, las fuerzas de Gerrich saltaban a caballo y emprendían una persecución desorganizada en una caótica mezcolanza de monturas al galope y armas blandidas.

—Ni siquiera se les ha ocurrido atacar por el puente levadizo bajado —notó con desaprobación Ulath—. Una actitud muy poco profesional.

—Sus mentes están embotadas a causa del humo —le explicó Sephrenia—. ¿Ya han abandonado todos el área?

—Todavía quedan unos pocos andando pesadamente por ahí —informó Kalten—, por lo visto tratando de atrapar a sus caballos.

—Démosles tiempo a que nos dejen el paso libre. Seguid manteniendo la ilusión, caballeros —insistió, mirando la jofaina de agua—. Todavía quedan un par de kilómetros hasta esos bosques.

—¿No podéis acelerar un poco el proceso? —preguntó Sparhawk, apretando los dientes—. Sabéis que esto es difícil.

—Nada digno de interés se consigue con facilidad, Sparhawk —sentenció la mujer—. Si las imágenes de esos caballos comienzan a volar, Gerrich va a concebir terribles sospechas… incluso en su actual estado.

—Berit —dijo Kurik—, vos y Talen venid conmigo. Vamos a ensillar los caballos. Seguramente habremos de partir de un momento a otro.

—Os acompañaré —anunció Alstrom—. Quiero hablar con mi hermano antes de que se vaya. Me consta que lo he ofendido y preferiría que nos separásemos como amigos.

Los cuatro descendieron por las escaleras.

—Faltan escasos minutos —los animó Sephrenia—. Estamos casi en el linde del bosque.

—Parece como si acabaras de caerte en un río —señaló Kalten, lanzando una ojeada al sudoroso rostro de Sparhawk.

—Oh, cállate —contestó éste, irritado.

—Ya está —constató al fin Sephrenia—. Ahora ya no es preciso controlarlas.

Sparhawk dejó escapar el aire de los pulmones con visible alivio y liberó el hechizo. Flauta bajó el caramillo y le dedicó un guiño.

—Gerrich está a poco más de un kilómetro de distancia de la primera línea de árboles —informó Sephrenia, que no había dejado de observar la jofaina—. Creo que deberíamos esperar a que se adentre profundamente en el bosque antes de partir.

—Lo que vos digáis —asintió Sparhawk, apoyándose con fatiga en una pared.

Unos quince minutos después, Sephrenia depositó la palangana en el suelo e irguió la espalda.

—Me parece que ya podemos bajar —dijo.

Se dirigieron al patio donde Kurik, Talen y Berit habían reunido los caballos. El patriarca Ortzel, pálido y con expresión airada, se hallaba junto a ellos al lado de su hermano.

—No olvidaré esto, Alstrom —manifestó, pegándose la sotana al cuerpo.

—Tal vez pienses de otra manera cuando hayas tenido tiempo de reflexionar sobre ello. Ve con Dios, Ortzel.

—Queda con Dios, Alstrom —contestó Ortzel, más por costumbre, pensó Sparhawk, que como expresión de una emoción real.

Montaron y traspusieron la puerta.

—¿Qué dirección tomamos? —preguntó Kalten a Sparhawk tras cruzar el puente levadizo.

—Norte. Abandonemos este lugar antes de que Gerrich regrese.

—Se supone que no lo hará hasta dentro de unos días.

—Mejor será no correr riesgos —repuso Sparhawk.

Galoparon rumbo norte y a última hora de la tarde llegaron al vado donde habían encontrado a sir Enmann. Sparhawk refrenó su montura y desmontó.

—Hagamos un estudio de las opciones disponibles —propuso.

—¿Qué habéis hecho exactamente allá en el castillo, señora? —interrogaba Ortzel a Sephrenia—. Como estaba en la capilla, no he visto lo ocurrido.

—Una pequeña maniobra de engaño, Ilustrísima —respondió la estiria—. El conde Gerrich ha creído vernos a nosotros y a vuestro hermano escapando, y ha partido a la caza.

—¿Eso es todo? —Parecía sorprendido—. No habéis… —Dejó la frase inconclusa.

—¿Matado a nadie? No. Repruebo totalmente los asesinatos.

—Eso es algo en lo que ambos coincidimos. Sois una mujer muy extraña, señora. Vuestra moralidad parece concordar bastante con la establecida por la verdadera fe. No era eso lo que esperaba en un pagano. ¿Habéis tomado en consideración la posibilidad de convertiros?

—¿Vos también, Ilustrísima? —rió la mujer—. Dolmant lleva años tratando de convertirme. No, Ortzel. Seguiré fiel a mi diosa. Soy demasiado vieja para cambiar de religión a estas alturas de mi vida.

—¿Vieja, señora? ¿Vos?

—No lo creeríais, Ilustrísima —le dijo Sparhawk.

—Todos me habéis dado mucho en qué pensar —confesó Ortzel—. Hasta ahora he seguido lo que he interpretado como el significado correcto de la doctrina de la Iglesia. Tal vez debería ampliar las miras de mi percepción y solicitar la asistencia de Dios. —Caminó bordeando el arroyo, con semblante perdido en cavilaciones.

—Es un paso —murmuró Kalten a Sparhawk.

—Y considerable, diría yo.

Tynian había permanecido a la orilla del vado mirando absorto hacia poniente.

—Tengo una ligera idea, Sparhawk —declaró.

—Os escucho.

—Gerrich y sus soldados están explorando el bosque y, si Sephrenia no anda errada, el Buscador no estará en condiciones de perseguirnos durante al menos una semana. En la otra ribera de este río no habrá enemigos.

—Es cierto, supongo. No obstante, deberíamos cerciorarnos de ello antes de caer en un exceso de confianza.

—De acuerdo. Admito que es lo más seguro. Lo que sugiero es que, si no hay tropas al otro lado, bastaría con dos de nosotros para escoltar a Su Ilustrísima a Chyrellos mientras el resto prosigue hacia el lago Randera. Si la región está tranquila, no es necesario que cabalguemos todos hasta la ciudad santa.

—Tiene razón, Sparhawk —aprobó Kalten.

—Lo pensaré —prometió Sparhawk—. Crucemos el cauce y examinemos los alrededores antes de tomar una decisión.

Volvieron a montar y atravesaron el arroyo, no lejos del cual se extendía un bosquecillo de árboles.

—Pronto anochecerá, Sparhawk —advirtió Kurik— y deberemos levantar un campamento. ¿Por que no nos ocultamos en ese bosquecillo? Una vez que haya oscurecido, podemos salir a comprobar si hay fogatas. Ningún grupo de soldados está dispuesto a pasar una velada sin encender fuego, y los veríamos indefectiblemente. Ello sería mucho más sencillo y rápido que cabalgar río arriba y río abajo durante todo el día de mañana intentando localizarlos.

—Buena idea. Hagámoslo así, pues.

Se instalaron para pasar la noche en el centro de la arboleda y no encendieron más que una pequeña hoguera para calentar la comida. Para cuando acabaron de comer, la noche había caído ya sobre Lamorkand.

—Bien —propuso Sparhawk, poniéndose en pie—, vayamos a echar un vistazo. Sephrenia, vos, los niños y Su Ilustrísima manteneos aquí al abrigo de posibles miradas.

Una vez en descampado se dispersaron y escrutaron las tinieblas. Las nubes velaban la luna y las estrellas, por lo que la oscuridad era casi absoluta.

Sparhawk rodeó el bosquecillo y en el linde opuesto chocó con Kalten.

—Está más oscuro esto que el interior de tus botas —aseveró Kalten.

—¿Has visto algo?

—Ni un relumbre. Hay una colina al otro lado de esos árboles y Kurik va a subir allí para otear.

—Estupendo. Confío totalmente en la buena vista de Kurik.

—Yo también. ¿Por qué no lo haces nombrar caballero, Sparhawk? Si uno lo piensa con objetividad, es mejor que cualquiera de nosotros.

—Aslade me mataría. No está preparada para ser la esposa de un caballero.

Kalten rió y ambos siguieron caminando, aguzando la vista entre la negrura circundante.

—Sparhawk —sonó la voz de Kurik, no muy lejana.

—Aquí.

—Era una colina bastante alta —resopló al reunirse con ellos—. La única luz que he visto procedía de un pueblo situado a algo más de un kilómetro al sur.

—¿Estás seguro de que no era una fogata? —inquirió Kalten.

—La luz que emana de los fuegos de campamento es distinta de la que despiden las lámparas a través de una docena de ventanas, Kalten.

—Supongo que tienes razón.

Sparhawk se llevó los dedos a los labios y emitió un silbido, la señal convenida para que los otros volvieran al campamento.

—¿Qué opinas? —inquirió Kalten mientras se abrían camino entre la rígida y susurrante maleza en dirección al centro del bosquecillo donde la exigua luz del fuego cubierto apenas era un tenue resplandor rojizo en la oscuridad.

—Consultemos a Su Ilustrísima —replicó Sparhawk—. Es su cuello el que está en juego. —Entraron en el campamento rodeado de matorrales y Sparhawk se bajó la capucha de la capa—. Hemos de tomar una decisión, Ilustrísima —dijo al patriarca—. Según todos los indicios, la zona está desierta. Sir Tynian ha sugerido que dos de nosotros podríamos escoltaros hasta Chyrellos con tanta seguridad como la totalidad del grupo. Nuestra búsqueda del Bhelliom no debe sufrir demora si hemos de impedir que Annias ascienda al trono del archiprelado. Sois vos quien habéis de elegir, no obstante.

—Puedo ir solo a Chyrellos, sir Sparhawk. Mi hermano se preocupa excesivamente por mi bienestar. Mi sotana me protegerá.

—Preferiría no correr ese riesgo, Ilustrísima. Recordaréis que mencioné un ser que nos perseguía.

—Sí. Creo que lo llamasteis un Buscador.

—Eso es. Esa criatura se encuentra enferma ahora debido al humo creado por Sephrenia, pero no hay modo de estar seguros respecto al tiempo en que tardará en recuperarse. De todas formas, no os considerará como un enemigo. Si os atacara, huid de ella. Es poco probable que os siga. Me parece que en la situación actual Tynian se halla en lo cierto. Dos de nosotros bastarán para garantizar vuestra seguridad.

—Como creáis conveniente, hijo mío.

Los demás se habían acercado al campamento durante la conversación, y Tynian se ofreció voluntario enseguida.

—No —rechazó la idea Sephrenia—. Vos sois el más experto en nigromancia. Os necesitaremos tan pronto como lleguemos al lago Randera.

—Iré yo —propuso Bevier—. Tengo un caballo veloz y puedo daros alcance en el lago.

—Yo iré con él —se ofreció Kurik—. Si se presentan nuevas dificultades, Sparhawk, precisaréis caballeros con vos.

—No existe tanta diferencia entre tú y un caballero, Kurik.

—Yo no llevo armadura, Sparhawk —señaló el escudero—. El espectáculo de los caballeros de la Iglesia arremetiendo con lanzas hace que la gente comience a pensar en su propia condición de mortales. Es una buena manera de evitar peleas.

—Tiene razón, Sparhawk —convino Kalten—, y, si topamos con más zemoquianos y soldados eclesiásticos, necesitarás hombres protegidos con acero que te secunden.

—De acuerdo —accedió Sparhawk. Se volvió hacia Ortzel—. Quiero disculparme por haber ofendido a Su Ilustrísima —dijo—, pero no veo que tuviéramos otra alternativa. Si todos nos hubiéramos visto obligados a permanecer confinados en el castillo de vuestro hermano, tanto nuestra misión como la vuestra habrían fracasado y la Iglesia no podía permitirse ese lujo.

—Todavía no acabo de aprobarlo, sir Sparhawk, pero vuestro argumento es convincente. No es preciso disculparos.

—Gracias, Ilustrísima. Tratad de dormir un poco. Me temo que os espera una larga jornada a caballo. —Sparhawk se alejó del fuego y revolvió uno de los fardos hasta encontrar su mapa. Después hizo señas a Bevier y Kurik—. Mañana, cabalgad en dirección este —les indicó—. Intentad atravesar la frontera con Kelosia antes de que anochezca. Luego tomad rumbo sur hasta Chyrellos bordeando la línea colindante. No creo que ni el más fanático soldado lamorquiano viole ese límite, arriesgándose a tener un enfrentamiento con las patrullas fronterizas kelosianas.

—Parece razonable —aprobó Kurik.

—Cuando lleguéis a Chyrellos, dejad a Ortzel en la basílica y después id a ver a Dolmant. Informadle de lo sucedido aquí y pedidle que lo comunique a Vanion y a los otros preceptores. Instadlos insistentemente a que se opongan a la idea de enviar los caballeros eclesiásticos aquí, a las tierras del interior, para sofocar las escaramuzas suscitadas por Martel. Necesitaremos que las cuatro órdenes estén en Chyrellos si el archiprelado Clovunus fallece, y todas las intrigas tramadas por Martel tienen el propósito de incitarlos a abandonar la ciudad santa.

—Lo haremos, Sparhawk —prometió Bevier.

—Viajad con la mayor celeridad posible. Su Ilustrísima parece bastante robusto, con lo cual no lo perjudicará cabalgar un poco deprisa. Es mejor que lleguéis cuanto antes a la frontera con Kelosia. No perdáis el tiempo, pero sed cautelosos.

—Podéis contar con ello, Sparhawk —le aseguró Kurik.

—Nos reuniremos con vosotros en el lago Randera en cuanto podamos —declaró Bevier.

—¿Tienes dinero suficiente? —preguntó Sparhawk a su escudero.

—Más o menos. —Entonces Kurik sonrió, mostrando su blanca dentadura en la penumbra—. Además, Dolmant y yo somos viejos amigos y él siempre está dispuesto a concederme préstamos.

Sparhawk soltó una carcajada.

—Acostaos los dos —aconsejó—. Quiero que os pongáis en camino con Ortzel con la primera luz del día.

Se levantaron antes del amanecer y se despidieron de Bevier y Kurik, que partieron hacia poniente seguidos del patriarca de Kadach. Sparhawk volvió a consultar el mapa a la luz del fuego.

—Cruzaremos de nuevo ese vado —anunció a los demás—. Hay un canal más ancho al este de aquí, con lo que seguramente habremos de buscar un puente. Partamos rumbo norte. Preferiría no volver a topar con ninguna de las patrullas del conde Gerrich.

Atravesaron el vado después de desayunar y se alejaron de él mientras una rojiza luz en el horizonte indicaba que en algún lugar bajo la pesada capa de nubes el sol ya había salido.

—No querría parecer irrespetuoso —confió Tynian a Sparhawk—, pero espero que Ortzel no salga victorioso en las elecciones. Creo que la Iglesia, y las cuatro órdenes, habrían de padecer malos tiempos si él sube al trono.

—Es un buen hombre.

—Sí, pero es muy rígido. Un archiprelado ha de ser flexible. Los tiempos están cambiando, Sparhawk, y la Iglesia debe evolucionar con ellos. No me parece que la noción de cambio resulte atractiva para Ortzel.

—Eso está en manos de la jerarquía, no obstante, y yo sin vacilar elegiría a Ortzel antes que a Annias.

—En eso estoy de acuerdo.

Hacia mediodía alcanzaron el tintineante carro de un calderero itinerante de apariencia andrajosa que también se dirigía al norte.

—¿Cómo va ese ánimo, compadre? —le preguntó Sparhawk.

—Bajo, caballero —repuso sombríamente el calderero—. Estas guerras van mal para los negocios. Nadie se preocupa por una cazuela agujereada cuando tiene asediada la casa.

—Sin duda es cierto. Decidme, ¿conocéis un puente o vado por aquí por el que podamos cruzar ese río que queda más adelante?

—Hay un puente de peaje un par de leguas más al norte —informó el calderero—. ¿Adónde os dirigís, caballero?

—Al lago Randera.

—¿Para buscar el tesoro? —inquirió el hombre con ojos brillantes.

—¿Qué tesoro?

—Toda la población de Lamorkand sabe que hay un gran tesoro enterrado en algún sitio del antiguo campo de batalla a orillas del lago. La gente viene excavando allí desde hace quinientos años, pero todo cuanto encuentran es espadas herrumbrosas y esqueletos.

—¿Cómo se enteró el pueblo de ello? —le preguntó Sparhawk, con tono indiferente.

—Fue algo muy curioso. Por lo que tengo entendido, no mucho después de la batalla la gente comenzó a ver a estirios cavando allí. El caso es que no tiene mucho sentido, ¿verdad? Lo que quiero decir es que todo el mundo sabe que los estirios apenas se preocupan del dinero y que además son muy reacios a utilizar palas. Por alguna razón, esa herramienta no parece adaptarse a sus manos. Sea como fuere, la historia sigue más o menos así: la gente empezó a preguntarse qué era exactamente lo que buscaban los estirios. Fue entonces cuando se iniciaron los rumores sobre el tesoro. Ese terreno ha sido arado y cribado cien veces o más. Nadie sabe a ciencia cierta qué esperan encontrar, pero todos los habitantes de Lamorkand van allí una o dos veces en el transcurso de su vida.

—Tal vez los estirios sepan qué hay enterrado allí.

—Puede que sí, pero nadie puede hablar con ellos. Se marchan corriendo siempre que se les acerca alguien.

—Qué extraño. Bien, gracias por la información, compadre. Buenos días.

Siguieron cabalgando, dejando tras ellos el carro del artesano.

—Es desalentador —se lamentó Kalten—. Alguien ha escarbado allí con una pala antes que nosotros.

—Con un montón de palas —precisó Tynian.

—El hombre tiene razón en algo —opinó Sparhawk—. Nunca he conocido a un estirio a quien la codicia del dinero aparte de su camino habitual. Creo que lo mejor será encontrar un pueblo estirio y formular algunas preguntas allí. En el lago Randera está ocurriendo algo que desconocemos y no me gustan las sorpresas.