El retumbante choque de los cantos rodados arrojados contra los muros del castillo de Alstrom sonaba con monótona regularidad mientras los ingenios de asedio del conde Gerrich tomaban sus posiciones y comenzaban a someter la fortaleza a sus embates.
Sparhawk y sus compañeros, que habían permanecido en la lúgubre estancia atestada de armas a petición de Alstrom, aguardaban sentados su regreso.
—Nunca me he encontrado en estado de sitio —comentó Talen, alzando la mirada del papel—. ¿Cuánto suelen durar?
—Si no logramos encontrar la manera de salir de aquí, ya te afeitarás la barba llegado el momento de su conclusión —le respondió Kurik.
—Haced algo, Sparhawk —pidió, angustiado, el muchacho.
—Estoy dispuesto a escuchar cualquier propuesta.
Talen le devolvió una mirada de impotencia.
—Me temo que estamos completamente rodeados —anunció el barón Alstrom de regreso a la sala.
—¿No hay posibilidad de una tregua? —sugirió Bevier—. En Arcium es costumbre garantizar la salida a mujeres y eclesiásticos antes de emprender un asedio.
—Por desgracia, sir Bevier —replicó Alstrom—, esto no es Arcium. Esto es Lamorkand y aquí no existen las treguas.
—¿Alguna idea? —preguntó Sparhawk a Sephrenia.
—Algunas, quizá —repuso la mujer—. Permitidme que ponga a prueba vuestra excelente lógica elenia. Primero, el uso de la fuerza bruta para salir del castillo es totalmente descabellado, ¿no os parece?
—Sin lugar a dudas.
—Y, como habéis señalado, es probable que una tregua no sea respetada.
—Ciertamente no querría poner en juego la vida de Su Ilustrísima ni las nuestras con una tregua.
—Entonces nos resta la posibilidad de una huida sigilosa. No creo que eso fuera factible tampoco, ¿y vos?
—Demasiado arriesgado —convino Sparhawk—. El castillo está cercado y los soldados vigilarán para que no se escabulla nadie.
—¿Algún tipo de subterfugio? —inquirió ella.
—No en las circunstancias actuales —descartó Ulath—. Las tropas que rodean el castillo van armadas con ballestas. Jamás llegaríamos lo bastante cerca para parlamentar con ellos.
—Entonces únicamente nos queda recurrir a las artes de Estiria, ¿no es así?
—No pienso participar en nada que implique el uso de brujería pagana —declaró Ortzel con expresión súbitamente adusta.
—Me temía que adoptaría esa actitud —murmuró Kalten a Sparhawk.
—Trataré de hacerlo entrar en razón por la mañana —respondió Sparhawk entre dientes. Se volvió hacia el barón Alstrom—. Es tarde, mi señor —observó—, y todos estamos fatigados. Tal vez el reposo del sueño nos despeje la mente y sugiera nuevas soluciones.
—Tenéis toda la razón, Sparhawk —acordó Alstrom—. Mis criados os acompañarán a vuestros aposentos y mañana volveremos a considerar este tema.
Los llevaron a través de los desapacibles corredores del castillo de Alstrom a un ala que, a pesar de ser confortable, no tenía huellas de ser utilizada con frecuencia. Les sirvieron la cena en las habitaciones, tras lo cual Sparhawk y Kalten se quitaron la armadura y, después de comer, se sentaron a conversar tranquilamente en el dormitorio que compartían.
—Hubiera podido prevenirte de la postura que adoptaría Ortzel respecto a la magia. Los eclesiásticos de Lamorkand son casi tan intransigentes en estas cuestiones como los rendoreños.
—Si se hubiera tratado de Dolmant, habríamos logrado convencerlo —acordó sombríamente Sparhawk.
—Dolmant es más cosmopolita —afirmó Kalten—. Se crió en la casa contigua al castillo principal de los pandion y conoce más profundamente los secretos de lo que deja entrever.
Sonó un golpecito en la puerta y Sparhawk se levantó a abrirla. Era Talen.
—Sephrenia quiere veros —informó al fornido caballero.
—De acuerdo. Acuéstate, Kalten. Todavía pareces algo desmejorado. Llévame hasta ella, Talen.
El chiquillo condujo a Sparhawk al fondo del pasillo y llamó a una puerta.
—Entra, Talen —contestó Sephrenia.
—¿Cómo sabíais que era yo? —preguntó con curiosidad Talen al abrir la puerta.
—Hay maneras de saberlo —fue la misteriosa respuesta de la menuda mujer estiria, quien cepillaba suavemente el largo cabello negro dé Flauta.
La niña tenía una expresión soñadora en la carita y canturreaba alegremente para sí. Sparhawk estaba perplejo. Aquél era el primer sonido vocal que le había oído emitir.
—Si puede canturrear, ¿por qué no sabe hablar? —inquirió.
—¿Qué os ha hecho pensar que no sabe hablar? —preguntó a su vez Sephrenia sin dejar de peinarla.
—Nunca lo ha hecho.
—¿Y qué tiene eso que ver?
—¿Para qué queríais verme?
—Necesitaremos algo bastante espectacular para salir de aquí —respondió— y puede que necesite vuestra ayuda y la de los demás para lograrlo.
—Sólo tenéis que pedirlo. ¿Tenéis alguna idea?
—Varias. Pero nuestro primer problema es Ortzel. Si se inmiscuye en esto, jamás lo sacaremos del castillo.
—Suponed que me limito a golpearlo en la cabeza antes de partir y lo dejo atado a la silla de su caballo hasta que nos hallemos lejos.
—¡Sparhawk! —lo reprendió.
—Era una idea —repuso, encogiéndose de hombros—. ¿Y qué hay de Flauta?
—¿Que pasa con ella?
—Ella consiguió que ignoraran nuestra presencia los soldados de los muelles de Vardenais y los espías apostados fuera del castillo pandion. ¿No podría hacer lo mismo aquí?
—¿Os dais cuenta de lo numeroso que es el ejército que hay afuera, Sparhawk? Ella no es más que una niña, después de todo.
—Oh. No sabía que eso influyera.
—Por supuesto que influye.
—¿No podríais dormir a Ortzel? —preguntó Talen—. Ya sabéis, mover los dedos delante de él hasta que se caiga de sueño.
—Es posible, supongo.
—Entonces no sabría que habéis utilizado la magia para sacarnos de aquí hasta que se despierte.
—Una idea interesante —concedió ella—. ¿Cómo se te ha ocurrido?
—Soy un ladrón, Sephrenia —respondió, sonriendo con descaro—. No sería bueno en el oficio si no fuera capaz de pensar más aprisa que la víctima.
—La manera como sorteemos el escollo que representa Ortzel es lo de menos —zanjó Sparhawk—. Lo principal es obtener la colaboración de Alstrom. Es posible que se muestre reacio a arriesgar la vida de su hermano en algo que no comprende. Hablaré con él por la mañana.
—Recurrid, pues, a todas vuestras dotes persuasivas —recomendó Sephrenia.
—Lo intentaré. Vamos, Talen. Dejemos que las damas duerman un poco. Kalten y yo tenemos una cama de sobra en nuestra habitación. Puedes dormir allí. Sephrenia, no temáis en llamarme a mí y a los otros si precisáis ayuda con algún hechizo.
—Nunca siento temor, Sparhawk… No cuando estáis cerca para protegerme.
—Basta —la atajó. Luego sonrió—. Que durmáis bien, Sephrenia.
—Vos también, querido.
—Buenas noches, Flauta —añadió.
Ella le dedicó un breve trino de su flauta.
A la mañana siguiente, Sparhawk se levantó temprano y se dirigió a la parte central del castillo, en uno de cuyos largos pasadizos iluminados con antorchas topó por azar con sir Enmann.
—¿Cómo van las cosas? —preguntó al caballero lamorquiano.
Enmann tenía el rostro macilento a causa de la fatiga y era evidente que no se había acostado aquella noche.
—Hemos obtenido algún logro, sir Sparhawk —respondió—. Rechazamos un asalto harto preocupante en la puerta principal del castillo alrededor de media noche y estamos situando los artefactos en sus posiciones. Antes de mediodía nos hallaremos en condiciones de destruir los ingenios de asedio de Gerrich… y sus barcos.
—¿Se retirará entonces?
Enmann sacudió la cabeza.
—Lo más probable es que comience a cavar fortificaciones subterráneas y prolongue el sitio.
—Era lo que preveía —asintió Sparhawk—. ¿Tenéis idea de dónde puedo encontrar al barón Alstrom? He de hablar con él… sin la presencia de su hermano.
—Mi señor Alstrom está en las almenas de la parte delantera del castillo, sir Sparhawk. Quiere que Gerrich lo vea. Eso podría inducir al conde a acometer alguna acción precipitada. Está solo allí. Su hermano suele estar en la capilla a esta hora.
—Bien. En ese caso iré a hablar con el barón.
En las almenas, el viento azotó la capa con que Sparhawk se había rodeado para cubrir su armadura.
—Ah, buenos días, sir Sparhawk —lo saludó Alstrom con voz cansada.
Llevaba armadura al completo y la visera del yelmo tenía aquella peculiar forma puntiaguda habitual en Lamorkand.
—Buenos días, mi señor —replicó Sparhawk, manteniéndose a cierta distancia de las almenas—. ¿Hay algún lugar no expuesto a la vista donde podamos conversar? No estoy seguro de que sea una buena idea que Gerrich se entere de que hay caballeros de la Iglesia en el interior de vuestros muros y no me cabe duda de que debe de tener varios hombres de aguzada vista vigilándoos.
—Aquella torre de encima de la puerta —sugirió Alstrom—. Venid, Sparhawk.
La habitación del interior del torreón era fríamente funcional. Una docena de ballesteros se hallaban junto a las angostas ventanas arrojando proyectiles a las tropas de abajo.
—Necesito usar esta sala —ordenó Alstrom—. Id a disparar un rato a las almenas.
Los soldados se retiraron, acompañados del tintineo producido por el choque del metal con que iban calzados contra la piedra del suelo.
—Tenemos un problema, mi señor —manifestó Sparhawk cuando los dos se hallaron solos.
—Ya lo había advertido —señaló secamente Alstrom, lanzando una ojeada por una de las lumbreras a las tropas apostadas bajo sus murallas.
Sparhawk sonrió ante aquella rara muestra de humor en ese pueblo por lo común tan severo.
—Este problema en concreto es vuestro, mi señor —observó—. El que nos concierne a ambos es lo que vamos a hacer con vuestro hermano. Sephrenia dio en el clavo anoche. Ningún esfuerzo puramente natural va a permitir que escape a este asedio. Debemos realizar una elección. Hemos de hacer uso de la magia… y Su Ilustrísima parece oponerse de plano a ello.
—Yo no osaría instruir a Ortzel en teología —apuntó Alstrom.
—Ni yo tampoco, mi señor. Permitidme, no obstante, señalaros que, en el caso de que Su Ilustrísima ascienda al archiprelado, va a tener que modificar su posición… o como mínimo aprender a hacer la vista gorda cuando se den situaciones similares. Las cuatro órdenes constituimos el brazo armado de la Iglesia y nos servimos cotidianamente de los secretos de Estiria para llevar a cabo nuestra tarea.
—Soy consciente de ello, sir Sparhawk. Pero mi hermano es un hombre rígido y poco propenso a modificar su punto de vista.
Sparhawk comenzó a recorrer la estancia, reflexionando.
—Muy bien, entonces —dijo prudentemente—. Lo que haremos para sacar a vuestro hermano del castillo os parecerá antinatural a vos, pero os aseguro que será eficaz. Sephrenia es extraordinariamente experta en los secretos. La he visto hacer cosas rayanas en lo milagroso. Os doy garantías de que en ningún caso pondrá en peligro a vuestro hermano.
—Comprendo, sir Sparhawk.
—Bien. Temía que pudierais expresar objeciones. La mayoría de la gente es reacia a depositar su confianza en fenómenos que no entiende. Ahora bien, Su Ilustrísima no participará en modo alguno en lo que debamos realizar. Para seros franco, sería un estorbo. Todo cuanto hará él es salir beneficiado de ello. De ninguna manera se verá involucrado personalmente en lo que considera un pecado.
—Comprendedlo, sir Sparhawk, no me opongo a ello. Trataré de hacer entrar en razón a mi hermano. A veces me escucha.
—Esperemos que ésta sea una de tales ocasiones. —Sparhawk se asomó a la ventana y profirió un juramento.
—¿Qué sucede, sir Sparhawk?
—¿Es Gerrich aquel que está de pie en esa loma, en la retaguardia de las tropas?
—Lo es —asintió el barón tras mirar por la aspillera.
—Creo que conocéis al hombre que se encuentra junto a él. Es Adus, el subalterno de Martel. Por lo visto Martel ha estado jugando con dos barajas en este asunto. Lo que me preocupa, sin embargo, es esa figura algo más apartada…, el alto con sayo negro.
—No creo que represente una amenaza, sir Sparhawk. Casi parece un esqueleto.
—¿Veis cómo le brilla la cara?
—Ahora que lo mencionáis, sí. ¿No es extraño?
—Es más que extraño, barón Alstrom. Creo que será mejor que vaya a hablar con Sephrenia. Debo ponerla inmediatamente al corriente de esto.
Sephrenia estaba sentada junto al fuego en su habitación, con su perpetua taza de té en las manos. Flauta, con las piernas cruzadas sobre la cama, tejía un entramado de tal complejidad que Sparhawk hubo de apartar la mirada a riesgo de perder la cabeza tratando de discernir el recorrido de cada uno de los hilos.
—Tenemos complicaciones —anunció a su tutora.
—Ya había reparado en ello —replicó la mujer.
—Es algo más grave de lo que pensábamos. Adus está allá afuera con el conde Gerrich y seguramente Krager estará acechando en un segundo plano.
—Martel está comenzando a cansarme de veras.
—Adus y Krager complican un tanto la actual situación, pero esa cosa, el Buscador, está también ahí afuera.
—¿Estáis seguro? —dijo ella, levantándose de un salto.
—Tiene idéntica forma y tamaño, y el mismo brillo emana de debajo de su capucha. ¿Cuántos humanos puede dominar a la vez?
—No creo que exista límite alguno, Sparhawk. Al menos, no cuando Azash está controlándolo.
—¿Recordáis esos hombres que nos tendieron una emboscada cerca de la frontera con Kelosia? ¿La manera como seguían atacando pese a que estábamos despedazándolos?
—Sí.
—Si el Buscador es capaz de adueñarse de la mente de todos los componentes del ejército de Gerrich, montarán un asalto que las fuerzas del barón Alstrom no podrán resistir. Será mejor que nos vayamos sin tardanza de aquí, Sephrenia. ¿Habéis ideado algún medio?
—Existen varias posibilidades —respondió—. La presencia del Buscador complica un poco las cosas, pero creo que conozco la manera de sortear ese escollo.
—Confío en ello. Vayamos a hablar con los otros.
Había transcurrido tal vez una hora cuando todos volvieron a reunirse en la estancia donde habían conversado el día anterior.
—Bien, caballeros —dijo Sephrenia—. Estamos amenazados por un gran peligro.
—El castillo es muy seguro, señora —afirmó Alstrom—. En quinientos años no ha caído ni una sola vez ante un sitio.
—Me temo que las cosas sean distintas en esta ocasión. Un ejército asediante suele asaltar los muros, ¿no es así?
—Es la práctica habitual, una vez que los ingenios han debilitado las fortificaciones.
—Y, cuando las fuerzas atacantes han sufrido importantes bajas, normalmente se retiran, ¿no es cierto?
—Así ha sido en mi experiencia.
—Los hombres de Gerrich no se retirarán. Proseguirán en su ataque hasta arrollar el castillo.
—¿Cómo estáis tan segura?
—¿Recordáis la figura de sayo negro que os he señalado, mi señor? —inquirió Sparhawk.
—Sí. Pareció inquietaros.
—No sin razón, mi señor. Ésa es la criatura que ha estado persiguiéndonos. Se llama un Buscador. No es humana y está supeditada a Azash.
—Cuidado con lo que decís, sir Sparhawk —advirtió con tono amenazador Ortzel—. La Iglesia no reconoce la existencia de los dioses estirios. Transitáis un terreno que roza la herejía.
—Para llevar a buen fin el propósito de esta discusión, será preferible que supongamos que sé de qué estoy hablando —replicó Sparhawk—. Dejando a un lado a Azash por el momento, es importante que vos y vuestro hermano comprendáis el inmenso peligro que entraña ese ser que está allá afuera. Es capaz de controlar por completo las tropas de Gerrich, y las lanzará contra el castillo hasta que logren tomarlo.
—Y no sólo eso —agregó sombríamente Bevier—, sino que los soldados no prestarán atención a heridas que dejarían incapacitado a un hombre normal. La única manera de contenerlos es matándolos. Nos hemos enfrentado anteriormente a hombres sujetos al influjo del Buscador y hubimos de exterminarlos.
—Sir Sparhawk —objetó Alstrom—, el conde Gerrich es mi mortal enemigo, pero aun así es un hombre honorable y un hijo fiel de la Iglesia. Él no se aliaría con criaturas de la oscuridad.
—Es del todo posible que el conde ni siquiera sepa que está allí —afirmó Sephrenia—. Lo que cuenta, no obstante, es que nos hallamos ante un mortal peligro.
—¿Por qué uniría esa criatura sus fuerzas a las de Gerrich? —preguntó Alstrom.
—Como ha explicado Sparhawk, ha estado persiguiéndonos. Por algún motivo, Azash considera a Sparhawk como una amenaza. Los dioses mayores poseen cierta habilidad para predecir el futuro y cabe la posibilidad de que Azash haya vislumbrado algo que quiere evitar. Ya ha realizado varios intentos de dar muerte a Sparhawk. Estoy convencida de que el Buscador está aquí con el expreso propósito de matar a Sparhawk… o como mínimo impedirle que recupere el Bhelliom. Debemos partir, mi señor, y sin demora. —Se volvió hacia Ortzel—. Me temo, Ilustrísima, que no tenemos otra alternativa. Nos vemos en la necesidad de acudir a las artes de Estiria.
—No pienso ser partícipe de ello —se obstinó el patriarca—. Sé que sois estiria, señora, y que por tanto ignoráis los dictados de la verdadera fe, pero ¿cómo osáis proponer la práctica de vuestras negras artes en mi presencia? En fin de cuentas, soy un eclesiástico.
—Creo que con el tiempo os veréis obligado a modificar vuestro punto de vista, Ilustrísima —advirtió con calma Ulath—. Las órdenes militantes son los brazos de la Iglesia. Recibimos instrucción en los secretos para poder servirla mejor. Esta práctica ha sido aprobada por todos los archiprelados a lo largo de novecientos años.
—En efecto —agregó Sephrenia—. Ningún estirio se avendría a enseñar a los caballeros hasta que cada nuevo archiprelado dé su consentimiento.
—En caso de que yo ascendiera al trono de Chyrellos, esa práctica cesaría.
—Entonces los reinos occidentales estarían perdidos —predijo ella—, pues, sin esas artes, los caballeros de la Iglesia estarían indefensos contra Azash y, sin los caballeros, Occidente caería ante las hordas de Otha.
—No tenemos pruebas fehacientes de que Otha se haya puesto en camino.
—Tampoco tenemos pruebas de la llegada del próximo verano —replicó secamente la mujer. Se volvió hacia Alstrom—. Creo disponer de un plan que puede permitirnos escapar, mi señor, pero antes he de ir a vuestra cocina y hablar con el cocinero.
El barón pareció desconcertado.
—Para llevar a efecto el plan necesito ciertos ingredientes que suelen hallarse en las cocinas. Por ello he de asegurarme de tenerlos al alcance.
—Hay un guardia en la puerta, señora —indicó Alstrom—. El os escoltará hasta la cocina.
—Gracias, mi señor. Vamos, Flauta —llamó, dicho lo cual, abandonó la habitación.
—¿Qué se propone? —preguntó Tynian.
—Sephrenia no explica casi nunca las cosas de antemano —le informó Kalten.
—Ni tampoco después, según he observado —agregó Talen, alzando la mirada del dibujo que realizaba.
—Habla cuando te dirijan la palabra a ti —lo regañó Berit.
—Si así lo hiciera, olvidaría cómo hablar.
—Espero que no irás a consentir esto, Alstrom —dijo con enfado Ortzel.
—No tengo más remedio —replicó Alstrom—. Es de vital importancia ponerte a buen recaudo, y éste parece el único método viable.
—¿Has visto también a Krager allá afuera? —preguntó Kalten a Sparhawk.
—No, pero imagino que no anda lejos. Alguien debe mantener vigilado a Adus.
—¿Es tan peligroso ese Adus? —inquirió Alstrom.
—Es un animal, mi señor —respondió Kalten—, y de una especie muy estúpida. Sparhawk me ha prometido que seré yo quien acabe con Adus si no me entrometo cuando él dé cuenta de Martel. Adus apenas sabe hablar y mata por mero placer.
—Es sucio y huele mal —añadió Talen—. Una vez me persiguió por la calle en Cammoria y casi me desmayo de la peste que despedía.
—¿Creéis que tal vez Martel esté con ellos? —preguntó esperanzadamente Tynian.
—Lo dudo —repuso Sparhawk—. Creo que le dejé los pies clavados en el suelo de Rendor. Según barrunto, debió de asentar las bases de su ardid aquí en Lamorkand y después fue a Rendor para conspirar allí. Luego envió a Krager y Adus para desencadenar los acontecimientos.
—Me parece que el mundo estaría mejor sin ese Martel —afirmó Alstrom.
—Haremos cuanto podamos para arreglar ese punto, mi señor —prometió con voz cavernosa Ulath.
Sephrenia y Flauta regresaron momentos después.
—¿Habéis encontrado lo que habéis menester? —inquirió Sparhawk.
—En su mayor parte. Lo demás puedo elaborarlo. —La mujer miró a Ortzel—. Quizá deseéis retiraros —sugirió—. No quisiera ofender vuestros sentimientos.
—Me quedaré, señora —contestó él fríamente—. Tal vez mí presencia impida que se lleve a cabo esta abominación.
—Tal vez, pero dudo que así sea. —Frunció los labios y clavó los ojos en la pequeña vasija de barro que había traído de la cocina—. Voy a necesitar un tonel vacío.
Sparhawk se dirigió a la puerta y cruzó unas palabras con el guardia.
Sephrenia se encaminó a la mesa y tomó una copa de cristal. Habló unos minutos en estirio y, con un quedo sonido susurrante, el recipiente se llenó súbitamente de un polvo muy parecido a la lavanda machacada.
—Afrentoso —murmuró Ortzel.
—Decidme, mi señor —consultó Sephrenia a Alstrom, haciendo caso omiso de su hermano—, tendréis brea y nafta, supongo.
—Desde luego. Forman parte del material defensivo del castillo.
—Bien. Si esto surte efecto, vamos a necesitarlas.
El soldado volvió a entrar, haciendo rodar un barril en el suelo.
—Aquí, por favor —le indicó la mujer, señalando un punto alejado del fuego.
El guardia situó el tonel boca arriba, saludó al barón y se retiró.
Sephrenia habló brevemente con Flauta y la niña asintió y se llevó el caramillo a los labios. La melodía que interpretó era extraña, hipnótica, casi lánguida.
La mujer estiria, de pie junto al barril, salmodió en estirio con la vasija en una mano y la copa en la otra y después volcó éstas sobre el tonel. Las acres especias del jarro y el polvo de lavanda de la copa fueron trasvasándose, pero ninguno de los dos recipientes se vació. Ambos materiales, mezclándose al caer, empezaron a brillar y la estancia se inundó de pronto de puntos luminosos semejantes a estrellas o luciérnagas, que centelleaban sobre el fondo de las paredes y el techo. La menuda mujer seguía vertiendo sin parar las, al parecer, inagotables sustancias.
Le llevó casi media hora llenar el barril.
—Ya está —dijo por fin Sephrenia—, con esto bastará —afirmó, bajando la mirada hacia el refulgente tonel.
Ortzel emitía sonidos estrangulados.
La mujer depositó los dos recipientes a buena distancia de la mesa.
—No los pongáis juntos —avisó a Alstrom—, y mantenedlos apartados de cualquier clase de fuego.
—¿Qué haremos con eso? —preguntó Tynian.
—Debemos alejar al Buscador, Tynian. Mezclaremos el contenido de este barril con nafta y brea y cargaremos la mixtura en las catapultas del barón. Después le prenderemos fuego y las arrojaremos sobre las tropas del conde Gerrich. El humo los obligará a replegarse, temporalmente al menos, aunque ése no es el objetivo principal que perseguimos. El Buscador tiene un sistema respiratorio muy distinto del de los humanos. Si el humo es nocivo para los hombres, a él le resulta letal. Si no huye, morirá.
—Eso parece alentador —se entusiasmó el caballero.
—¿Qué es lo que os parece tan terrible, Ilustrísima? —preguntó la mujer a Ortzel—. Sabéis que va a salvaros la vida.
—Siempre había pensado —respondió el patriarca con expresión turbada—, que la brujería estiria era un mero engaño, pero de ningún modo habéis podido hacer lo que acabo de ver con el uso de simples artes de charlatán. Rezaré para esclarecer esta cuestión y solicitaré la asistencia de Dios.
—Yo de vos no me demoraría mucho, Ilustrísima —aconsejó Kalten—. De lo contrario, podría ocurrir que llegarais a Chyrellos justo a tiempo para besar el anillo del archiprelado Annias.
—Ello no debe suceder —declaró severamente Alstrom—. El sitio de esta fortaleza me concierne a mí, Ortzel, no a ti. Por consiguiente, y con todo mi pesar, debo retirarte mi hospitalidad. Abandonarás mi castillo en cuanto ello sea posible.
—¡Alstrom! —se indignó Ortzel—. Ésta es mi casa. Yo nací aquí.
—Pero nuestro padre me la legó a mí. Tu verdadero hogar se encuentra en la basílica de Chyrellos. Te aconsejo que te dirijas allí de inmediato.