21

Los hechos se habían sucedido con tal rapidez que yo me sentía completamente aturdido. Todos mirábamos a Chuck. Lorraine, al acusarlo de los crímenes, parecía una mujer firmando su propia sentencia de muerte. Ahora brillaba una luz de esperanza en sus ojos. Iris parecía completamente dueña de sí, pero yo abrigaba la astuta sospecha de que no sabía tanto como quería hacer creer a Chuck.

—Bien, Chuck —dijo con firmeza—, prosiga. Es mejor que lo sepan de sus labios.

—Sí, me parece que sí. —Chuck se pasó la mano nerviosamente por el cuello de su camisa de vaquero. Pareció casi como si intentara aflojar algún lazo invisible—. Será difícil explicarlo. Iris tiene razón. He hecho muchas cosas terribles. He protegido a un asesino cuya sola imagen aborrezco. He mentido. Hasta he hecho correr a Lorraine un riesgo enorme, aunque en el momento no lo sabía. Si no hubiera sido un cobarde, supongo que hubiera acudido a la policía inmediatamente y afrontado la situación. Pero fui cobarde…, cobarde porque tenía miedo de perder a Lorraine. —Fijó la mirada en ella—. Lo que he hecho lo hice en parte por salvar mi propio pellejo. Es cierto. Si hubiera obrado en otra forma ahora estaría arrestado, probablemente como encubridor de un crimen, y sin duda como charlatán que quiso explotar a Lorraine Pleygel mediante un matrimonio ilegal. Pero esto no revestía gran importancia para mí. Sobre todo pensaba en ti, Lorraine, trataba de no perderte, de evitar que te vieras envuelta en un escándalo, porque te quiero. —Se encogió de hombros—. Al final sólo he logrado ponerme en ridículo. Cuando estés enterada de lo que he hecho terminarás conmigo para siempre…, si es que no has terminado ya.

—Cuéntanoslo todo, Chuck. No omitas nada —dijo tranquilamente Lorraine.

—Creo que será más fácil que comience por Mimí. Después de prometerle los cien mil, permaneció en Las Vegas, donde consiguió trabajo en un club nocturno. Pero no le gustaba esperar. A medida que pasaban los meses sin que yo le entregara el dinero, empezó a concebir sospechas. Hubiera venido por su cuenta a Reno para crearme dificultades, pero se presentó algo mejor.

—¿Ese algo mejor era Amado? —interpuso Iris.

—Sí. Lo conoció en el club nocturno. Sabía quién era, por supuesto, y comprendió que sería una verdadera ganga conseguir que la invitara a casa de Lorraine, donde estaría bajo el mismo techo que yo y podría apretarme las clavijas. Siempre había resultado atractiva para los hombres maduros. Representó su papel de frágil amante de la poesía y él cayó como un chorlito. Al cabo de unos días estaba tan chiflado por ella que le pidió que se casara con él. —Hizo una pausa—. Mimí no había imaginado que llegaría tan lejos, pero, como prometida de Amado, se encontraría en una posición ideal. El mismo día de su llegada aquí, me llevó aparte para decirme que si no le daba el dinero inmediatamente presentaría sus condiciones a Lorraine y la explotaría a ella. Era para desesperarse. El club marchaba muy bien y yo tenía perspectivas de reunir los cien mil dólares sin que Lorraine se enterara siquiera. Traté de entenderme con Mimí. Hasta le entregué un par de miles, para tenerla contenta. Por último conseguí que me concediera un poco más de tiempo.

Chuck posó la vista en sus manos; no estaban muy firmes.

—Cosa de una semana después Lorraine trajo a esas mujeres de Reno y concibió su insensata idea de reconciliarlas con sus maridos. Lo que ocurrió luego no lo supe en el momento; Mimí me lo contó después. Pero parece que finalizada la comida, aquella primera noche en que estuvieron aquí los maridos, cuando todos nos disponíamos a salir para Reno, Mimí fue al cuarto de Amado. Se le habían terminado los cigarrillos y sabía que él siempre tenía algunos en el cajón superior de su escritorio. Amado no se encontraba allí. Mimí se encaminó hasta el cajón y lo abrió. En el interior, junto a los cigarrillos, había un objeto que tomó por una polvera. Mimí era muy curiosa. Le pareció raro que Amado tuviera una polvera. La sacó del cajón y la abrió. —Chuck Dawson indicó con un movimiento de cabeza la pitillera que se encontraba sobre la cómoda—. Dentro de la polvera estaba la ficha de ruleta, ya preparada con las agujas y el veneno.

—¡De modo que era Amado! —exclamó Lorraine dando una boqueada. Por fin, después de tantos días de perplejidad, me era revelado el nombre del asesino. Algunos momentos antes, mientras Chuck hablaba, yo había anticipado esto y comprendido lo errado de mi apresurada acusación contra Chuck. Pero, cosa bastante absurda, en lugar de sentir turbación, o un sacudimiento, me sorprendí pensando en lo inverosímil del hecho de que todos continuáramos aludiendo a Walter French por el repulsivo apodo que le pusiera Mimí.

—¡Amado! —Chuck emitió una carcajada ronca—. ¡Vaya el maldito nombre que resultó ser! Mimí, naturalmente, no tenía la menor idea de lo que podría significar esa ficha. Estaba allí de pie, con la polvera abierta en la mano, cuando apareció Amado. Amado se la arrancó de las manos, la cerró y se la metió en el bolsillo. Luego se puso a observar a Mimí con aire divertido, y por fin dijo: «Bien, pensaba no mezclarte en esto durante algún tiempo, pero ahora que has visto la ficha, me parece mejor que te enteres de todo». Ella seguía sin comprender, y Amado empezó a explicarle el asunto. Hasta aquel momento Mimí le había considerado meramente un viejo sentimental y tonto, pero el plan que le expuso era lo más cruel y cínico que ella había oído jamás.

»En primer lugar, dijo a Mimí con toda calma que había averiguado que ella estaba legalmente casada conmigo. Mimí siempre había sido descuidada con sus cosas. Había conservado aquel libro de poemas que yo le regalé en los primeros tiempos de nuestro matrimonio, y Amado lo había encontrado y había leído la dedicatoria, igual que Iris esta noche. Había encargado subrepticiamente a unos detectives particulares que investigaran sus actividades en Las Vegas, y ellos habían sacado a la luz toda la historia. Mimí pensó que su juego había tocado a su fin. Pero Amado, en lugar de amenazarla con ponerla al descubierto, la llenó de alabanzas. Le dijo que la quería mucho más por ser una muchacha ambiciosa que sabía cómo cuidar de sus intereses. Toda su vida, explicó, había sufrido humillaciones por ser pobre en tanto que su media hermana era una de las muchachas más ricas del mundo. Y había decidido que ya era tiempo de que también él tuviera en cuenta sus intereses. Había ideado un plan que les haría ricos a los dos y frente al cual, cualquiera de los proyectos de ella pasaba a la categoría de niñería. —Chuck hurgó en el bolsillo de su chaqueta y sacó un cigarrillo—. Le reveló entonces el objeto de la ficha. Le dijo que proyectaba matar a Lorraine con ella esa misma noche. Lorraine no había hecho testamento. Su casamiento conmigo estaba viciado de nulidad por bigamia, lo que podría demostrarse con toda facilidad. Si moría antes de que yo pudiera legalizar el matrimonio, su fortuna íntegra iría a manos de Amado, como pariente más próximo. Cuando todo se hubiera apaciguado, él se casaría con Mimí, y ambos nadarían en la abundancia hasta el fin de sus días.

»El escenario era ideal para cometer un crimen —prosiguió Chuck con voz lúgubre—. Lorraine había llenado la casa de maridos y mujeres que se aborrecían, todos los cuales se agolparían alrededor de la mesa de ruleta. Nadie, dijo Amado, podría descubrir jamás que la ficha envenenada era obra suya, y había grandes probabilidades de que la policía supusiera que estaba destinada a una de las esposas por uno de los maridos, y que Lorraine había sido asesinada por error. Ocurriera lo que ocurriere, habría tanta confusión que era casi seguro que lograría despistarlos.

»Cuando Amado terminó de hablar soltó una carcajada y dijo: «Me alegro de habértelo revelado. Tú has venido aquí para amenazar a Chuck. El chantaje no es muy diferente del asesinato. Puedo contar con que no acudirás a la policía. Uno debe cuidar de sus propios intereses. Yo te quiero. Ahora que conoces el plan, tendrás que serme leal una vez que Lorraine haya muerto, porque según todas las probabilidades serías considerada encubridora».

Chuck hizo una pausa.

El relato era lo bastante crudo para helarle a uno la sangre en las venas.

—Al llegar aquí —prosiguió Chuck—, Mimí estaba realmente asustada. No quería casarse con él. Lo detestaba, y no quería verse mezclada en un crimen. Mimí era mujer decidida, pero no a tal extremo. Le prometió lealtad. Le prometió todo lo que él quiso, pero tenía otra idea en la cabeza. Apenas se le presentó la oportunidad, dejó a Amado y vino a hurtadillas a mi habitación.

Yo recordé cómo, aquella primera noche, Iris y yo habíamos visto a Mimí deslizarse furtivamente en el aposento de Chuck.

—Sí —continuó Chuck—, Amado la tenía en sus manos, pero Mimí era lo bastante lista para comprender que ella, a su vez, todavía me tenía en las suyas. Era de concepción rápida y ya tenía su plan enteramente formado. Llegó a mi cuarto en el preciso instante en que yo me disponía a bajar para reunirme con los demás. Me comunicó que Amado había descubierto que mi matrimonio con Lorraine era nulo y que intentaba matar a Lorraine antes de que pudiéramos legalizarlo. Me dijo que estaba dispuesta a revelarme el plan y ayudarme a salvar la vida de Lorraine con estas dos condiciones: primero, que yo elevara la suma que debía pagarle a doscientos mil dólares, y segundo, que le prometiera no contar nunca la verdad a la policía, pasara lo que pasase, porque en ese caso, aunque Amado no intentara arrastrarla con él como cómplice, quedaría en descubierto como chantajista. Ella sabía que no corría peligro. Sabía que yo amaba a Lorraine y que haría cualquier cosa por salvarla. Había comprendido, además, que con la acusación de bigamia pendiente sobre mi cabeza nunca me atrevería a acudir a la policía. Así ella podría conseguir doscientos mil dólares sin verse mezclada en un crimen, y, de paso, dejar a Amado con un palmo de narices. —Chuck siguió hablando con voz entrecortada—. La ansiedad que sentía por Lorraine me hacía sudar sangre. Como mi única oportunidad de salvarla dependía de Mimí, acepté. Hubiera aceptado cualquier cosa. Entonces ella me reveló el plan de Amado. Dijo que sería sencillo ganarle por la mano, pero que debíamos andarnos con cuidado, porque si llegaba a adivinar que ella le había traicionado se volvería contra ella. Mimí sabía que él tenía la polvera en el bolsillo derecho de su chaqueta. Todo lo que debería hacer era escamoteársela. De esa manera no sólo salvaríamos a Lorraine, sino que también podríamos conservar la ficha como prueba…, tendríamos algo con qué amenazarle si volvía a darle por hacer cosas raras.

Una vez más Chuck volvió los ojos hacia el blanco rostro de Lorraine.

—Yo estaba demasiado asustado para hacer uso de mi inteligencia. Lo único en que podía pensar era en conseguir aquella ficha antes de que te matara. Nos precipitamos escaleras abajo, para encontrarnos con que todos se habían ido ya sin esperarnos. Saltamos a mi coche. Conduje como un demonio para adelantarme a vosotros, para llegar antes de que pudiera ocurrir nada. —Se encogió de hombros—. Como sabéis, se nos pinchó un neumático. Fue una pesadilla cambiar ese neumático. Primero pasasteis vosotros. Le hicimos seña a Lorraine, pero ella no quiso detenerse. Después pasó Amado velozmente, en el otro coche. Y por último terminé de cambiar la rueda y nos lanzamos hacia Reno.

Se leía en sus ojos el recuerdo de lo que debió de sufrir aquella noche.

—Cuando llegamos al club, todos se encontraban ya alrededor de la mesa de ruleta. Mimí y yo no habíamos} contado con llegar tarde. Todos nuestros planes habían quedado hechos trizas. Después vi a ese gigoló sudamericano. Había estado hablando con él el día anterior, y había mostrado gran interés en ser presentado a Lorraine. Parecía un regalo del Cielo. Yo me precipité a la mesa de la ruleta. Casi me muero de alivio al ver que Lorraine no había empezado a jugar. Mi único pensamiento era alejarla del peligro. De manera que la cogí del brazo. También me llevé a Amado. Les arrastré a los dos hasta donde estaban Mimí y el sudamericano. Mientras hacía que éste y Lorraine bailaran juntos, Mimí se encargó de Amado. Ella tenía que conseguir la polvera. Empezó a hacerle caricias, fingiendo sentirse cariñosa. Transcurridos unos segundos me hizo un signo de cabeza. Eso quería decir que ya tenía la polvera. —En el pálido rostro de Chuck se esbozó una sonrisa—. Pensé que todo estaba perfectamente, que nuestro plan había dado resultado.

Desde el comienzo de esta increíble historia, Iris había estado observando con fijeza el rostro de Chuck, y al llegar a este punto dijo:

—Dio resultado en lo que respecta a Lorraine, sin duda, pero usted no advirtió que Amado ya había puesto la ficha envenenada entre el montón que había en la mesa, y que al arrastrarlo usted de allí no le fue posible recobraría. Estaría loco de ansiedad. Sabía que Dorothy iba a morir si él no regresaba a la mesa y retiraba la ficha. Pero usted no lo soltaba. Después yo obtuve el pozo en el tragamonedas de cincuenta centavos. Todo el mundo se agolpó a mi alrededor. Esto dio a Amado su oportunidad. Corrió hasta la mesa de ruleta, pero, para su horror, la ficha no estaba ya allí. Dorothy se la había metido en el bolso junto con las otras. Desde ese momento en adelante, ya nada dependía de él. Amado no sabía dónde estaba la ficha. Él había echado a rodar la bola y ahora no podía detenerla.

—Supongo que sería así —dijo Chuck, retorciéndose las manos—. ¿Comprenden? Mimí no había podido echar una mirada al interior de la polvera y comprobar que estaba vacía. Y antes de que ninguno de los dos supiera que había peligro para alguien, Dorothy había muerto. —Chuck fijó su mirada en mí—. Cuando le ayudé a cargar a Dorothy, yo sabía ya que había muerto víctima de la trampa de Amado. Comprendía la terrible situación en que me encontraba. Había prometido a Mimí no decir la verdad a la policía; pero aun en el caso de que faltara a mi promesa, el asunto de la bigamia tenía que salir a la luz. Y eso no era todo. Yo había tenido conocimiento previo del plan criminal, y sin embargo no había avisado a la policía. Yo también sería considerado encubridor. Estaría tan comprometido como Mimí, quizá tanto como el mismo Amado. Yo sufría los tormentos de los condenados. Y de pronto, inesperadamente, Wyckoff diagnosticó que la muerte se debía a un síncope cardíaco. Yo no tenía idea del móvil que le impulsaba, pero su diagnóstico me cayó como maná del Cielo. Al fin y al cabo, Lorraine estaba sana y salva. Y Dorothy no me importaba gran cosa.

—¿De manera que por eso —pregunté yo— guardó usted silencio y utilizó su influencia con la policía para que dejaran firmar a Wyckoff el certificado de defunción?

—Al menos ganaba así algún tiempo —asintió Chuck con un movimiento de cabeza—. Yo tenía que hablar con Mimí, pero me vi obligado a llevar a Dorothy, junto con Wyckoff, a la funeraria, y volví demasiado tarde. Además, tenía que obrar con suma cautela al comunicarme con ella, para que Amado no entrara en sospechas. Sólo a la noche del día siguiente, a la vuelta de nuestra excursión a Tahoe, se me presentó la oportunidad. Mimí me estaba esperando en el muelle. ¿Se acuerdan?

—Por supuesto —respondió Iris.

—Lo primero que me dijo fue que Amado no sospechaba que ella lo estuviera traicionando. Pensaba que el hecho de que yo hubiera arrastrado a él y a Lorraine lejos de la mesa de juego era meramente accidental. Tampoco parecía particularmente contrariado por el fracaso de su plan. La muerte de Dorothy, en su opinión, antes le servía de ayuda que de obstáculo. Tantas personas habían querido matar a Dorothy que la policía, aunque llegara eventualmente a sospechar que se trataba de un crimen, era seguro que seguiría una pista falsa. Y por último Mimí dejó caer su granada. Amado se sentía tan seguro de sí que había proyectado otro atentado contra Lorraine.

Chuck se pasó la mano por su corta cabellera rubia.

—Me dijo que me contaría el plan y me ayudaría de nuevo a salvar a Lorraine siempre que yo me atuviera a nuestro trato anterior. Yo comencé a comprender entonces que la situación no tenía salida para mí. No me era posible acudir a la policía a esta altura, de modo que acepté la propuesta de Mimí y ella me reveló el nuevo plan de Amado. Pensaba apagar las luces cuando fuéramos todos a nadar y ahogar a Lorraine. Basaba todo su proyecto en el traje de baño de Lorraine, porque, a pesar de ser él corto de vista, estaba seguro de percibir su centelleo en la oscuridad. Tenía también un poco de éter, pero no quería emplearlo de no ser absolutamente necesario. Tal como sucedieron las cosas, cuando llegó el momento no tuvo necesidad de recurrir a él.

»Yo comprendí inmediatamente que no me sería posible disuadir a Lorraine de su plan de que fuéramos a nadar sin despertar sus sospechas y las de Amado. Pero sabía en cambio que siempre había sido muy susceptible respecto a su ropa. Concebí entonces la idea de tomarle el pelo por el traje, de hacerle pensar que parecía tonta con él, de manera que desistiera de usarlo. Por supuesto, había que hacerlo cuando Amado no estuviera presente. Así lo hicimos, y la idea dio resultado. Después de la comida Mimí y yo no nos despegamos de Amado. Después, cuando apagó las luces, yo me sumergí en la piscina, localicé a Lorraine, y no me separé de su lado. Sabía que Amado no sería capaz de distinguirla en aquel traje negro, pero no quería exponerla a ningún riesgo. —Sonrió débilmente—. Y una vez más nos las ingeniamos para salvar a Lorraine, pero no pudimos impedir un crimen. Lo que ninguno de nosotros sabía era que Janet no había traído traje de baño y que Lorraine le había dado el plateado. Cuando Amado, Mimí y yo llegamos a la piscina, Lorraine y Janet se encontraban en los vestuarios de las mujeres. No teníamos la menor idea de que Janet tenía puesto ese traje, pues en ese caso Mimí y yo hubiéramos hecho algo. En medio de la oscuridad, Amado vio resplandecer el traje…, y mató a Janet pensando que mataba a Lorraine.

Chuck, fatigado, se encogió de hombros.

—Entonces yo ya estaba casi al cabo de mi resistencia. Parecía que aquello nunca terminaría. Amado habría de persistir en su miope matanza hasta alcanzar finalmente a Lorraine. El hecho de que murieran mujeres inocentes no le preocupaba en absoluto. La verdad es que cada vez que aparecía un nuevo cadáver las cosas tomaban un cariz más favorable para él, porque su propio motivo quedaba enterrado cada vez más profundamente bajo una descabellada superficie que sólo podía interpretarse como obra de un loco homicida.

—Que es, justamente, lo que sucedió —intervino Iris con calma.

Chuck hizo un signo de asentimiento con la cabeza.

—Entonces yo estaba dispuesto a acudir a la policía y confesarlo todo, aunque sabía que equivalía a ponerme una soga en torno a mi propio cuello tan infaliblemente como en torno al de Amado.

»Y de pronto se me ocurrió algo, algo que nunca había pensado antes. Había, sí, una manera de detener los crímenes sin dar aviso a la policía. La muerte de Lorraine sólo resultaría provechosa a Amado mientras su matrimonio conmigo no fuera legal. Mimí ya había seguido todos los trámites preliminares del divorcio. Era una residente de Nevada. Si volvía a Las Vegas, podría obtener el divorcio en un día. Todo lo que yo tenía que hacer después era volver a casarme con Lorraine, y el motivo de Amado para asesinarla habría desaparecido para siempre. —Se detuvo por un instante—. Me dirigí a Mimí y le expuse mi proyecto. Ella estaba muy asustada a la sazón, pero no hasta el punto de olvidar sus propios intereses. Aceptó. Iría a Las Vegas al día siguiente, si yo vendía el club y le entregaba hasta el último centavo que poseía en el mundo. Ni siquiera intenté regatear con ella. Fetter tenía los ojos puestos en el club desde hacía meses. Yo sabía que me sería fácil realizar una rápida venta. Esa tarde, pues, me quedé en Reno después del funeral de Dorothy y realicé la operación. Pero todo ese tiempo estuve pasando las de Caín, por temor a que Amado hiciera otra tentativa de asesinar a Lorraine mientras yo no estaba a su lado para protegerla.

—Y fue eso precisamente lo que ocurrió —interrumpió Iris—. También Amado debía de estar angustiado entonces, porque el señor Throckmorton tenía que llegar de un momento a otro y Lorraine había anunciado la noche anterior que le haría redactar su testamento. Un testamento hubiera puesto fin a las esperanzas de Amado tan efectivamente como una ceremonia legal de matrimonio. Cuando Lorraine dijo que iría al aeropuerto en la camioneta, comprendió que debía matarla antes de la llegada del señor Throckmorton. Esa vez no enteró a Mimí de sus proyectos. Se deslizó en el garaje y limó el freno de cable de la camioneta. Todos sabemos que fue Fleur la víctima de esta trampa. Amado venía subiendo el camino a la sazón. Cuando vio que era Fleur y no Lorraine quien estaba en el interior del coche, hizo esa tentativa seudogalante de salvarla. Era una buena oportunidad para mostrarse heroico, y no tenía nada que perder.

Chuck volvió a asentir.

—Cuando volví de Reno —prosiguió—, traía conmigo el dinero en efectivo para Mimí. Ella se encontró conmigo en la escalinata. Me contó lo sucedido a Fleur con la camioneta. Eso sólo tornaba la situación más apremiante. Le entregué el dinero, Mimí iba a partir inmediatamente para Las Vegas. Pero, para desgracia nuestra, eligió aquel momento precisamente para ponerse sentimental con su casi exmarido. Creo que sería efecto del dinero. «Te besaré en recuerdo de los viejos tiempos», dijo. —Chuck se encogió de hombros—. Y mientras me daba aquel último y tierno abrazo, aparecieron ustedes en la puerta de entrada.

»Mimí y yo habíamos tenido cuidado de ocultar a Amado nuestras entrevistas, pero no habíamos pensado en Lorraine. Andando los días, había comenzado a sospechar que había algo entre nosotros, y al ver que nos besábamos ya no le cupo duda. Ordenó a Mimí que se marchara al punto de la casa. En lo que a Mimí concernía nos venía perfectamente, porque le ofrecía una excusa razonable para irse, pero… —hizo un gesto— era también una cosa más a la que yo debía hacer frente. Tenía la esperanza, sin embargo, de hablar esta noche con Lorraine e inventar alguna historia acerca de que nuestro matrimonio en México no era del todo seguro; pensaba sugerirle que nos volviéramos a casar aquí, secretamente, antes de que llegara el señor Throckmorton. Ya lo ven ustedes, esperaba aún, contra toda razón, que podría impedir que conociera la verdad. Pero Lorraine estaba tan enojada conmigo por lo de Mimí que se encerró en su cuarto y no me dejó entrar. —Se interrumpió un momento, y prosiguió—: Parecía que nunca se me concedería tregua…, ni un solo momento de tregua en todos estos horribles días. —Su fatigada mirada pasó del rostro de Iris al de Lorraine—. Me daba cuenta de que Lorraine corría aún gran peligro, pero al menos estaba segura por el momento, encerrada en su cuarto bajo llave. Pensé que todo podía acabar bien todavía. Mañana Mimí me llamaría por teléfono desde Las Vegas para decirme que el asunto del divorcio estaba resuelto. Quizá mañana pudiera apaciguar a Lorraine y persuadirla a que se volviera a casar conmigo…, esta vez legalmente. El teniente Duluth había insistido en que llamara a la policía. Bien, eso no me inquietaba. Yo sabía que los asesinatos estaban envueltos en tal confusión, que no había perspectiva alguna de que alguien diera con la verdad. Me encaminé a mi cuarto, y después de un breve intervalo se presentó Amado.

Una expresión de intenso odio se pintó en el rostro de Chuck.

—Se sentó y encendió un cigarrillo. Estaba perfectamente tranquilo. Con toda calma, como si me contara algún hecho trivial, me comunicó que acababa de matar a Mimí. Cuando nos vio besarnos sospechó que ella le había estado traicionando, confabulándose conmigo para frustrar sus planes, y cuando Lorraine reveló que Mimí y yo habíamos hecho que se quitara el traje de baño plateado, tomándole el pelo, se sintió completamente seguro. Con igual calma, me confesó que había registrado la maleta de Mimí, que había encontrado el dinero que yo le había entregado, y que se lo había guardado para sí.

La mirada de Chuck reflejó vacilación.

—Fue horrible comprender que yo estaba tan complicado en el asunto, que debía estar allí sentado y escuchar, sin poder siquiera pegarle. Con la mayor desenvoltura del mundo, dijo que había venido a hacer un trato conmigo. Me expuso una docena de buenas razones, razones que yo ya conocía demasiado bien, para hacerme ver que iría contra mis propios intereses denunciarle a la policía. Terminó diciendo que si esos argumentos no me eran suficientes y yo era lo bastante loco para delatarle estaba dispuesto a negarlo todo y hacerme cargar a mí con la culpa. Si yo me detenía a pensar un momento, dijo, comprendería que por el hecho de haber sido Mimí mi esposa y todo lo demás, yo resultaba mucho más sospechoso que él. Tenía razón, por supuesto. Yo no poseía ninguna prueba contra él, ahora que Mimí estaba muerta. Sólo tenía mi palabra contra la suya. Él era un respetable ciudadano. Yo, a lo sumo, era un charlatán que había embaucado a Lorraine haciéndole contraer un matrimonio nulo. Entonces me hizo su proposición.

»Él tenía el dinero que yo había dado a Mimí. Dijo que estaba perfectamente satisfecho con eso. Era lo suficiente para poder mantenerse hasta el fin de sus días. Si yo obraba con cordura, me daría su palabra de no volver a atentar contra la vida de Lorraine. No tardaría en llegar la policía. Intentarían resolver el misterio, pero no podían sino fracasar. Con el tiempo todo el asunto quedaría convertido en una serie de crímenes no aclarados de un loco. Él se quedaría con el dinero de Mimí. Yo me quedaría con Lorraine. Podría volver a casarme con ella con toda tranquilidad. Todo marcharía perfectamente.

Chuck volvió a humedecerse los labios.

—Él sabía que me tenía en su poder. Yo también lo sabía. Dadas las circunstancias, hasta pensé que me ofrecía una oportunidad. Creo que no me quedaba mucho espíritu de lucha. Ahora que Mimí estaba muerta, nada me impediría volverme a casar con Lorraine. Acepté; no le denunciaría a la policía.

Levantó la vista, con una expresión de fiereza en el rostro.

—Ahora veo que al fin y al cabo me engañó. Todo eso que dijo acerca de dejar tranquila a Lorraine era pura palabrería para infundirme un falso sentimiento de seguridad. Él sabía que me tenía inmovilizado. También sabía que había levantado la perfecta cortina de humo del loco homicida. Y esta noche hizo otra tentativa para asesinar a Lorraine. —Volvió los ojos inciertamente en dirección a Iris—. Yo no sé nada de esto, excepto lo que ustedes me han dicho. Supongo que Amado decidió por último hacer uso del éter. Pero, gracias a Dios, usted ha podido salvar a Lorraine.

»Creo haberlo dicho todo, salvo que… en cierto sentido soy casi tan culpable como Amado y estoy dispuesto a cargar con las consecuencias. —Dio un paso hacia Lorraine—. Querida, sólo quiero decirte una cosa. Tal vez no puedas creerme, pero, todo este tiempo, lo que me preocupaba era obrar del modo que fuera mejor para ti. He sido un estúpido. Lo que he hecho sólo ha servido para empeorar las cosas. Pero…, bien… —Su voz se quebró roncamente—. Trata de no odiarme demasiado.

Lorraine estaba de pie, muy quieta. Tenía los ojos clavados en él. Yo también le observaba. Parecía completamente agotado, como un nadador que ha luchado horas enteras contra la resaca y a quien ya no le quedan más fuerzas para resistir. Mientras yo repasaba mentalmente la terrible historia, con su intrincada maraña de conspiración y contraconspiración, desesperación y engaño, traté de pensar en lo que hubiera hecho yo de haber estado en el pellejo de Chuck y si Lorraine hubiese sido Iris.

¿Hubiera dado muestras de un carácter más valiente o más noble?

—¿Estás dispuesto a contar a la policía todo lo que nos has dicho, Chuck? —inquirió Lorraine con suavidad.

Chuck asintió con un movimiento de cabeza.

—¿Pase lo que pase?

Chuck volvió a asentir.

Los labios de Lorraine temblaban. Corrió impulsivamente hacia él, posando sus pequeñas manos en sus fuertes brazos.

—Si te envían a prisión te esperaré.

Él se quedó mirándola con expresión de incredulidad.

—Lorraine, tú… ¿quieres decir…?

—Tonto —dijo Lorraine con los ojos brillantes—. ¿No tienes ninguna inteligencia? ¿No te das cuenta de que te quiero?

Por espacio de un momento Chuck permaneció inmóvil, teniéndola en sus brazos. Estaba transfigurado; era un hombre que no creía en milagros y veía realizarse uno ante sus ojos. Después, lentamente, su rostro se ensombreció.

—Puede no ser tan sólo prisión, mi querida Lorraine —dijo—. Yo no poseo ninguna prueba en contra de Amado. Él es mucho más listo que yo, y sólo tendré mi palabra contra la suya. Quizá la policía le crea a él.

En ese momento Iris se levantó de la cama. Mi mujer parecía a un tiempo encantadora y eficiente; encarnaba la concepción de Hollywood de la mujer activa.

—¡Oh!, no se preocupe usted por esto, Chuck —dijo—. Ahora tenemos todas las pruebas del mundo contra Amado, ¿sabe usted? La verdad es que el inspector Craig ya lo ha detenido.