Yo apenas podía dar crédito a mis oídos. Había hecho una docena de suposiciones para explicarme la relación existente entre Mimí y Chuck, pero jamás se me había pasado por la mente la idea del matrimonio. Al parecer tampoco había pasado por la de Lorraine. Su vivaz rostro expresaba profundo asombro.
—¿Estabas casado con Mimí, Chuck? Pero ¿por qué…, por qué no me lo dijiste?
Chuck rehuyó su mirada. Iris se acercó a Lorraine.
—Lorraine —dijo—, te digo esto sólo porque ahora todo el desagradable asunto debe salir a la luz, créeme. Chuck no podía contarte lo de Mimí, porque —se volvió hacia Chuck con los labios apretados—, porque todavía estaba casado con ella. No se habían divorciado.
—¡No se habían divorciado! —Lorraine repitió las palabras como si fuera un niño repitiendo una frase que oye por primera vez—. ¿Quieres decir que en realidad no estamos casados? —Su voz bajó al tono de un susurro—. ¿Has cometido bigamia?
Resultaba penoso contemplar el semblante de Chuck. Se acercó torpemente hacia ella.
—No podía decírtelo. Yo…, ¡oh Dios mío, te juro que es cierto! Cuando me casé contigo no lo sabía.
Iris lo interrumpió vivamente.
—Es una buena idea, por cierto, cuando uno proyecta casarse con alguien, averiguar primero si no está casado ya con otro.
—¿Qué sabe usted de esto? —replicó Chuck, volviéndose colérico hacia ella—. ¡Si siquiera me escucharan, en lugar de lanzarme acusaciones! —Volvió a posar la mirada en Lorraine—. Te diré la verdad, chiquilla. ¿Me escucharás? ¿Me darás una oportunidad?
Lorraine asintió glacialmente con la cabeza. La nuez de Adán subía y bajaba convulsivamente en la garganta de Chuck.
—Sí, estaba casado con Mimí —dijo—. Nos habíamos casado hace siete años, en el Este. Los dos éramos muy jóvenes…, y la cosa sencillamente no resultó. Hace un par de años nos separamos. Ella ambicionaba ser actriz. Partió para Hollywood y yo vine a Nevada. No nos divorciamos entonces. No nos quisimos tomar el trabajo. Pero convinimos en que nos facilitaríamos mutuamente el divorcio si alguno quería volver a casarse. —Hizo una pausa para humedecerse los labios—. Yo llegué a tener algo así como una posición en Reno; compré una pequeña hacienda, me labré una reputación… No ganaba mucho, pero estaba bien relacionado. Todo marchaba perfectamente. Y entonces…, fue el año pasado, Lorraine, te conocí a ti. (Lorraine permanecía rígida y silenciosa). ¡Oh, ya sé! —exclamó Chuck con voz amarga—. Sé lo que dirás; que eres una de las muchachas más ricas del mundo y que yo sólo vi en ti una buena oportunidad. Dilo si quieres; piénsalo. Yo ya he dejado de preocuparme por lo que se piense de mí. Pero desde ese primer día me sentí loco por ti. Cuando me pareció que tú también te habías enamorado de mí, no me lo podía creer. Y aquella vez, ¿recuerdas, Lorraine?, en el lago Pyramid, te pedí que te casaras conmigo y tú aceptaste.
Lorraine, Iris y yo le observábamos en medio de un silencio extraño, neutral.
—Entonces estuve a punto de confesarte que yo ya estaba casado, y que antes tenía que divorciarme, pero…, —se encogió de hombros— el caso es que no lo hice. Eso es todo. No podía creer que fuera cierto que habías aceptado. ¡Tenía tanto miedo de que algo, cualquier cosa, te hiciera cambiar de parecer! Así que callé. No dije nada. Pero aquella noche, cuando llegué a casa, escribí a Mimí. Le dije que me había enamorado de ti y le pedía que, como habíamos convenido, me facilitara el divorcio. —Chuck vaciló un instante—. Mimí me contestó. Era una amable carta. Decía que accedería al divorcio, por supuesto, pero que quería ser ella quien lo pidiera. Iría a Las Vegas inmediatamente y entablaría la demanda, siempre que yo corriera con los gastos. No le había ido muy bien, decía, y no contaba con la suma requerida. Yo, como es lógico, no tenía ningún inconveniente en darle el dinero. Había ahorrado un poco, no gran cosa, pero lo suficiente. Se lo envié por correo y ella partió para Las Vegas. —Chuck no despegaba los ojos de Lorraine—. ¿Recuerdas que insistí en que no nos casáramos inmediatamente? Estaba esperando a que pasaran las seis semanas de la tramitación del divorcio. Y después, una vez cumplido el plazo, Mimí me escribió desde Las Vegas para anunciarme que el juicio había concluido. Yo le contesté en seguida, agradeciéndoselo y comunicándole que me casaría al día siguiente. Y lo hicimos, Lorraine. Volamos a México —dijo con voz ronca—, y gracias a Dios, decidimos mantener en secreto el casamiento.
»Debía de haber adivinado que había allí una trampa —prosiguió—, pero yo tenía confianza en Mimí. Jamás se me pasó por la cabeza que me jugaría una mala pasada. Cuando me comunicó que nos habían concedido el divorcio creí en su palabra y no me molesté en confirmarlo. Y de pronto, una semana después de nuestro casamiento, Mimí se presentó en Reno, en mi club. No se anduvo con rodeos. Me dijo directamente que no se había divorciado de mí en absoluto. Me había embaucado haciéndome incurrir en bigamia. Ella, por su parte, estaba en la mejor posición del mundo. Dijo que ahora que yo estaba casado con Lorraine Pleygel, el dinero no significaba nada para mí. Ella había iniciado los trámites en Las Vegas, había constituido domicilio. Podría obtener el divorcio en cualquier momento. Estaba dispuesta a guardar silencio y obtener el divorcio tan pronto como yo o Lorraine le diéramos cien mil dólares al contado. Si yo no quería prestarme a su juego, ella acudiría a la prensa y daría publicidad a la historia desde los titulares de los periódicos entablando juicio contra mí por bigamia. —Chuck extendió las manos en un ademán de impotencia—. Me tenía completamente en su poder. El juicio por bigamia no me hubiera afectado personalmente, pero arrojaría el nombre de Lorraine a cada uno de los periódicos escandalosos del país. ¿Qué podía hacer yo? Sé darme cuenta cuando me han derrotado. Le prometí que me las arreglaría de alguna manera para conseguirle el dinero.
Los pálidos labios de Lorraine se entreabrieron como si fuera a decir algo, pero siguió callada. Chuck continuó hablando:
—¿No lo comprendes, Lorraine? No era posible que acudiera a ti pidiéndote que compraras mi libertad por cien mil dólares. Tú ni siquiera conocías la existencia de Mimí, y mucho menos el hecho de que yo estaba casado con ella. Me… y bien, yo estaba seguro de que si llegabas a saberlo romperías conmigo para siempre. Tenía que ingeniármelas para conseguir ese dinero por mis propios medios. Por eso te pedí que me prestaras fondos para inaugurar el club. Yo siempre había tenido olfato para ese tipo de negocio. Estaba además bien relacionado. Pensé que tendría así oportunidad de reunir los cien mil y que hasta podría devolverte tu inversión original. Me arriesgué locamente. Lo jugué todo a la carta de convertir el club en un éxito. Nada me importaba, excepto reunir ese dinero para Mimí, porque comprendía que hasta entonces ninguno de los dos tenía la menor probabilidad de ser feliz.
—Pero aun poseyendo un club de juego de moda —le interrumpí—, sacar una ganancia neta de cien mil dólares no es un juego de niños. A medida que pasaban los meses, supongo, Mimí habría comenzado a sentirse impaciente. Por eso se pegó al pobre Amado. Lo utilizó para poderse introducir en esta casa y mantener constantemente su amenaza sobre la cabeza de Chuck.
Chuck no me respondió nada. Continuaba mirando a Lorraine con los ojos profundamente hundidos en las órbitas.
En ese momento intervino Iris.
—Y las cosas llegaron al momento crítico esta semana —dijo suavemente—, ¿no es verdad, Chuck?, porque estaba a punto de venir el señor Throckmorton. Lorraine quería contarle lo del casamiento secreto. Usted sabía que el señor Throckmorton, como tutor de Lorraine y perspicaz abogado, trataría de averiguar todo lo que pudiera acerca de usted. Era muy probable que descubriera que el matrimonio era nulo por bigamia. Usted comprendió que tenía que convencer a Mimí de que regresara a Las Vegas para completar el divorcio, de manera que le fuera posible volver a casarse con Lorraine antes de la llegada del señor Throckmorton. Usted no tenía inconveniente en prometer a Mimí cualquier cosa, pero Mimí ya estaba harta de promesas. Pedía dinero al contado, quería hasta su último centavo. Por eso tuvo usted que vender el club. Mimí proyectaba ir a Las Vegas esta noche y divorciarse mañana, ¿no es así? Y se llevaba en la maleta hasta el último centavo que usted poseía en la tierra.
Chuck se pasó la mano por la frente.
—¿Para qué he de hablar —musitó—, si usted parece saberlo todo?
—De manera que pensabas pagar a Mimí. —La voz de Lorraine sonaba débil y apagada; era la voz de una mujer que ha visto reducirse todo a polvo y cenizas—. Y después, en el último momento, en lugar de pagarle la mataste. Eso no me parece tan terrible. Cualquier mujer capaz de algo semejante a lo que ella hizo merece la muerte. Pero esto no es todo, ¿verdad? Otras dos mujeres habían sido asesinadas antes de esto. Fueron asesinadas por haber caído en trampas preparadas para mí. Dices que me amabas. Y sin embargo, por la sola razón de que estabas en un apuro y necesitabas dinero, estuviste dispuesto a matarme dos veces. ¡Amor! —Se echó a reír con risa descompuesta—. Esta es la clase de amor que me tocó en suerte. El amor de un asesino.
Chuck parecía demasiado aturdido para comprender lo que Lorraine decía.
—Sigue —le dijo ella—. ¿Por qué no lo admites y terminamos con esto? ¿Por qué no admites que mataste a Dorothy y a Janet, así como a Mimí?
Chuck dio un paso en dirección a ella.
—Lorraine…
Iris también tenía los ojos fijos en Lorraine. Jugueteaba en sus labios una enigmática sonrisa.
—Oh, no, querida Lorraine —dijo—. Eso no es verdad. No es así como ocurrieron las cosas.
Lorraine se volvió hacia ella.
—Iris, ¿qué dices? ¿Qué quieres dar a entender?
—Peter dice que ha sido pura casualidad que te hayas salvado de las trampas mortales que te acechaban. No es cierto. Si estás viva ahora es sencillamente porque todo este tiempo alguien ha estado haciendo los mayores esfuerzos por conservarte sana y salva. Piensa, Lorraine. ¿Quién te apartó de la mesa de ruleta un minuto antes de que comenzaras a jugar con aquellas fichas? ¿Quién te estuvo tomando el pelo para que no te pusieras aquel traje de baño plateado?
Cogió los brazos de Lorraine y le clavó los ojos en el rostro.
—Deberías estar orgullosa de Chuck. Ha hecho muchas cosas terribles, pero las ha hecho porque pensó que era la única manera de salvarte la vida, sin hablar ya de tu reputación. Si no fuera por Chuck, estarías muerta hace días.
Iris dirigió a Chuck una sonrisa radiante.
—Lamento haber sido tan ruda. No me di cuenta de que incurrió en bigamia porque lo habían embaucado. Ahora lo veo todo claro, y yo, por lo menos, le creo.
Todos contemplábamos a Iris en medio de un expectante silencio. Un rubor de confusión se extendió por el rostro de Chuck.
—Sé por qué ha guardado usted silencio —continuó Iris—; pero, ¿no lo comprende?, ahora tiene que decir la verdad. Tiene que decirles quién es el verdadero asesino.