14

Chuck y Mimí se separaron de un salto. Era demasiado tarde. Como era costumbre en él, Chuck vestía ajustados pantalones de vaquero y una vieja camisa de tartán, de cuello abierto. Pero la tradicional bravuconería que acompañaba este atavío había desaparecido. Mimí tuvo la inesperada decencia de hallarse también turbada. Tenía los labios entreabiertos en lo que intentaba ser una sonrisa de niñita buena, aunque más se asemejaba a la mueca de una comadreja atrapada. La rosa blanca continuaba todavía en su pecho. Estaba ahora aplastada y uno de sus pétalos se soltó. Todos, estúpidamente, lo miramos caer dando vueltas hasta el suelo.

Todos, excepto Lorraine. Ella tenía los ojos clavados en Mimí. A pesar de sus frívolos rizos, su frívolo rostro, su frívolo traje largo, su calma resultaba impresionante.

—Puedes hacer tus maletas, Mimí —dijo—. Te irás de aquí inmediatamente.

Su tono era magníficamente desdeñoso. Parecía un ama de casa despidiendo a una criada desaseada.

Amado había estado contemplando a su novia y a Chuck estupefacto y aturdido. Al oír aquellas palabras se volvió hacia Lorraine, con la rechoncha barbilla temblorosa.

—Esto debe tener alguna…, alguna explicación.

—Claro que tiene explicación —dijo Lorraine—. Si no hubieses estado tan ciego lo habrías visto venir hace días. Mimí se las arregló para viajar sola con Chuck en el auto aquella noche en que fuimos todos a Reno. En el coche demostró sin duda cuán cariñosa y femenina puede ser. Después bailó la rumba con él. Eso fue para demostrar que también puede ser seductora y sensual. Después empezó a burlarse de mí por la manera absurda como visto. Cuando Chuck me tomó el pelo por usar aquel traje de baño, por ejemplo, la idea no era de él; era de Mimí. Le estaba haciendo ver lo frívola que soy yo, sólo para poner de relieve lo artística y etérea que es ella. Después, más adelante, empezó a mirarle y a ofrecerle cócteles cuando estaba cansado. Eso era para mostrar qué encantadora esposa podría ser. Las zapatillas delante del fuego todas las noches. —Se encogió de hombros levemente—. Todo ha sido tan evidente que me da náuseas.

Chuck tenía la vista baja, clavada en sus zapatos. Mimí continuaba muda. Amado, penosamente confuso, tartamudeó:

—Pero, Lorraine…, Mimí está…, está comprometida conmigo.

Lorraine le puso la mano sobre el brazo.

—Amado, no he querido inmiscuirme en tu vida; no he querido decir nada. Supongo que, como de costumbre, hice mal. ¡Tú eres tan fácil de engañar…!; es como quitarle un caramelo a un chico. Dios sabe dónde la has encontrado. Fue en Las Vegas, ¿no es así? ¿Por qué motivo piensas que se comprometió contigo? Tú no eres exactamente un Adonis. ¿No te das cuenta? Ha sido porque eres mi hermano, porque parecías una buena presa. Pero cuando la trajiste aquí y ella empezó a comprender que a ti no te habían dejado dinero, el asunto cambió de aspecto. Y por otro lado, en cambio, estaba Chuck, el jugador del momento, con su propio club en Reno…, una víctima mucho más prometedora, aunque era mi novio. Oh, el trueque se hizo con astucia, no cabe duda. A ti se te mantuvo atado de un hilo, por si acaso.

Amado parpadeó. Lorraine se volvió hacia Mimí.

—¡Tú! —exclamó—. ¡Tú con tu Edna St. Vincent Millay, con tus Sonetos de la Portuguesa, con tu «Amado me cortó una rosa esta noche»! Dondequiera que hayas ido, siempre había hadas y duendes danzando tras de ti. ¡Hadas y duendes! Dondequiera que hayas ido, siempre has sido una perra.

Esto era hablar. La cara de Mimí estaba tan blanca como la rosa aplastada. Hizo un amago de acercarse a su prometido.

—Amado… —comenzó a decir.

Amado le sonrió débilmente.

—Mimí, no te aflijas. Ha habido un error…

Lorraine se echó a reír.

—Mejor será que vuelvas a Amado, Mimí. No sé hasta dónde has llegado con Chuck, pero me temo que estás, perdiendo tu valioso tiempo. En primer lugar, no tiene un centavo aparte de lo que yo le di. Y además, no está disponible para las que buscan marido. —Hizo una pausa. Todos la mirábamos. Con voz tan suave que era más bien un susurro, añadió—: Chuck está casado conmigo hace ya casi seis meses.

Esto me hizo dar un respingo. Amado quedó boquiabierto. Mimí vaciló en su traje de noche castaño como si le cedieran las rodillas. Chuck, sobre cuyo cincelado labio superior brillaban gotitas de sudor, exclamó:

—¡Lorraine!

Lorraine giró en dirección a él.

—¿Qué importancia tiene ahora? De todos modos teníamos pensado decírselo al señor Throckmorton. —Se volvió hacia mí—. Por eso llamé al señor Throckmorton. Queríamos decírselo primero a él porque es mi tutor. Después íbamos a anunciar el casamiento y posiblemente a celebrar otra vez la boda, una verdadera boda. Y quise que estuvieran aquí todas mis amigas del colegio por lo feliz que me sentía, porque me parecía tan hermoso estar casada y quería que ellas hiciesen las paces con sus maridos y fueran también felices. —De pronto se echó a reír—. Gracioso, ¿no es verdad? Mis amigas no han hecho las paces con sus maridos…, han muerto. Y Chuck ha estado engañándome desde antes de anunciar el casamiento.

El hermoso rostro de Chuck revelaba la tortura que estaba sufriendo. Dio un paso hacia Lorraine.

—Lorraine, chiquilla, escucha…

Lorraine no le hizo caso y se dirigió a Mimí.

—No quiero que haya ninguna escena, Mimí; de manera que, por favor, vete en seguida. Haz tus maletas y vete.

—Desde luego que me iré —dijo Mimí muy estirada—. No pienso quedarme en esta casa y dejarme insultar…, ni un minuto más.

En un intento de hacerles volver a todos a la tierra, interrumpí:

—Pero pensamos llamar a la policía. Cuando sepan lo que ha estado ocurriendo, dudo que dejen irse a nadie.

Mimí se encaró bruscamente conmigo.

—De modo que por fin ceden, admiten que dos de las invitadas de Lorraine han sido asesinadas. Espléndido. Mayor motivo tengo, pues, para querer librarme de esto. Por si acaso la policía me necesita, y no sé por qué habría de necesitarme, dejaré mi dirección. Podrán encontrarme cuando lo deseen.

Recogiendo su larga falda, pasó rápidamente frente a nosotros en dirección a la puerta de la entrada.

Amado corrió en su seguimiento.

—Mimí…

Ella se detuvo sobre los peldaños, lanzándole una mirada de desprecio.

—Ningún hombre capaz de quedarse tan tranquilo oyendo como me insultan significa nada para mí. Estoy harta de ti. H-a-r-t-a. —Soltó una risa ronca—. Y no creas que no ha sido encantador, Amado.

Y después de decir esto penetró en la casa.

Amado vaciló un momento, balbuceando nerviosamente. Después se volvió hacia su hermana.

—Querida Lorraine, creo que has sido muy ruda con ella; muy injusta y desconsiderada. —Echó a andar pesadamente en dirección a la casa, llamando: «Mimí, Mimí», como el tenor en el último acto de La Bohème.

Chuck no prestaba ninguna atención a Mimí, a Amado ni a mí. Tenía los ojos clavados en Lorraine, y los labios muy apretados. Súbitamente se le acercó y la rodeó con sus fuertes brazos. Ella se debatió, pero él no la dejó soltarse.

—Ya sé, chiquilla, que esto parece terrible —dijo—, pero yo puedo explicártelo. Dios sabe que ya te hubiera explicado antes todo el sucio asunto, de haber podido. Yo…

—¿Qué es lo que hay que explicar?

Yo estaba seguro de que parte de Lorraine deseaba permanecer en sus brazos, de que luchaba no sólo con él, sino también consigo misma.

—Has besado a Mimí —continuó—. Eso no puedes borrarlo con explicaciones. No es que un solo beso a una sola Mimí importe. Lo que importa es que hayas podido perder el tiempo con una triste farsanta como ella.

—Pero, Lorraine, escucha.

—Oh, ahora comprendo. Si no comprendiera sería una tonta. Dijiste que querías mantener secreto el casamiento porque eras pobre y te resultaría molesto que la gente se enterara de que te habías casado con Lorraine Pleygel. Yo te creí. Te presté ese dinero para instalar el club de juego porque dijiste que querías tener éxito en alguna empresa propia antes de que anunciáramos la boda. Oh, de que tuviste éxito no cabe duda, pero eres exactamente igual que todos. Te casaste conmigo porque andabas detrás de los dólares de los Pleygel. Y quisiste mantener secreto el casamiento para poder pavonearte con tu dinero en el Chuck’s Club. El simpático joven con dinero para tirar y libre de toda atadura, el Lotario provinciano. ¿Cuántas divorciadas de Reno han sido tus Mimí?

Los ojos de Chuck centelleaban.

—Te quiero, Lorraine. Y tú eres la única para mí. Yo…

Lorraine se libró de su abrazo de un tirón.

—No me mientas. ¿Para qué?

—No es mentira.

Lorraine tenía un aspecto muy frágil y patético. Le temblaban los labios. Sacó un delicado pañuelo de color de frambuesa negra y se sonó la nariz.

—Nunca será lo mismo —balbuceó—. Nunca, nunca.

Y rápidamente, haciendo revolar su falda, se apartó de nosotros y subió la escalinata.

Chuck no hizo intento de seguirla. Permaneció en su lugar, como aturdido. Yo también estaba bastante aturdido. Cómo podría nadie, estando en su sano juicio, tener una intriga con Mimí era ya difícil de entender, pero que Chuck lo hubiera hecho siendo ya el aceptado marido de Lorraine rebasaba los límites de lo verosímil.

La lástima que me inspiraba no era excesivamente profunda. No sin ironía, le dije:

—Lo felicito por su casamiento.

Él se sobresaltó y se quedó mirándome. Hizo después una ligera mueca.

—¡Las mujeres! —exclamó—. Lo mire uno como lo mire, las mujeres son mujeres.

Y hecha la penetrante observación, pareció no tener nada que agregar en su descargo.

La situación había tomado un giro completamente ajeno al asunto que teníamos entre manos. El intrincado enredo amoroso de Chuck podía ser importante para él, pero no lo era tanto como el hecho de que teníamos que vérnoslas con dos asesinatos. Me pareció que era ya tiempo de enterar de lo sucedido al marido secreto de Lorraine. Le referí lacónicamente la tentativa para asesinar a Fleur, mientras él estaba en Reno. Le dije también que Wyckoff, Amado y yo pensábamos enterar del asunto a la policía para que interviniera.

Si esperaba sorprenderle en alguna especie de admisión de culpa, estaba destinado a sufrir un desengaño. Cuando oyó que Wyckoff pediría que hicieran una autopsia del cadáver de Dorothy, exclamó:

—¿Por qué demonios no podrá decidirse ese muchacho? Fue él quien dijo que había muerto de un ataque al corazón. De no haber sido por Wyckoff yo nunca… —Se interrumpió, observándome con fijeza—. He sido un imbécil. Me he estado engañando a mí mismo. Ahora lo comprendo. No me parecía posible que aquí, en esta elegante casa de Lorraine, con sus elegantes amigos, sucediera algo tan espantoso como un asesinato. Me parece que estaba equivocado.

—Creo que sí —dije yo.

Dejó escapar un silbido.

—Dorothy, Janet, Fleur… ¿Qué pasa, teniente?

—Pregúnteme cosas más fáciles.

—¿Usted…, usted cree que habrá más asesinatos?

—Cuando la policía esté aquí me sentiré mucho más feliz —dije, y le hice saber que Lorraine prefería que fuese él quien llamara a la policía.

—¡Oh, sí!, claro. —Parecía ahora activo y competente—. Es al inspector Craig a quien hay que llamar. Es el tipo más inteligente de todos ellos. Además, tiene mucha influencia con la prensa. —Echó a andar hacia la casa—. Vamos, ya hemos perdido bastante tiempo.

Chuck Dawson parecía un joven adaptable. Esa misma mañana apenas había sido el campeón de la escuela todo-marchará-perfectamente. Ahora, en cambio, estaba sediento de acción.

Yo lo seguí a la desierta sala de estar desde donde habló por teléfono. Terminada la conversación, colgó el receptor ruidosamente.

—Craig estará aquí dentro de hora y media, poco más o menos. No le he contado nada, le he dicho simplemente que viniera.

—Muy bien —repliqué.

—Y le agradecería, teniente —me dijo con otra débil mueca—, que no mencionara nuestro casamiento ni el asunto de Mimí a la policía. Se lo digo por Lorraine. En verdad Mimí me importa un comino. Me parece que ahora subiré para poner las cosas en claro con mi mujercita.

Lo dijo con cierta bravuconería. Y sin embargo, al mirar su rostro me pregunté si no le resultaría difícil poner las cosas en claro con su mujercita.