Por la tarde, caminé hasta los acantilados. El día, nuestro primer día de regreso en Las Torres, estaba cálido y despejado. El rumor del mar no había cambiado desde que dejé de oírlo diez largos meses atrás. Había un barquito de pesca surcando el mar verdiazul. Todo seguía igual y, sin embargo, se había producido un cambio vital.
Él no estaba.
Era un error por mi parte esperar encontrarlo allí donde lo había dejado hacía ya tantos meses. Encontrarlo pintando al aire libre, como era su costumbre. Era un error por mi parte esperar verlo y que se volviera de pronto hacia mí, mirándome con aquellos ojos grises de mirada intensa. Sonriéndome, pronunciando mi nombre…
El corazón bailaba en mi pecho mientras salía a toda prisa de la casa para correr por el césped, atravesar los jardines y bajar la cuesta.
Allí estaban los acantilados, altos y orgullosos. A mis pies, al fondo, el mar batía las rocas. Detrás, las torres de mi residencia de verano, la casa de mi marido, se alzaban arrogantes y hermosas. Qué extraño amar aquella casa cuando tantas desgracias había encerrado dentro. Me recordé a mí misma quién era: Bianca Calhoun, esposa de Fergus Calhoun, madre de Colleen, de Ethan y de Sean. Soy una mujer respetada, una abnegada esposa, una devota madre. Mi matrimonio no es feliz, pero eso no puede cambiar los sagrados votos que contraje. No hay lugar en mi vida para románticas fantasías o sueños pecaminosos.
Aun así, me quedé allí y esperé. Pero él no vino. Christian, el amante que tomé solo en mi corazón, no vino. Tal vez ni siquiera estaba ya en la isla. Quizá había empaquetado sus lienzos y pinceles y se había marchado a pintar otro mar, otro cielo.
Eso sería lo mejor. Sé que sería lo mejor. Desde que lo conocí el verano pasado, no he dejado ni un solo día de pensar en él. Pero tengo un marido al que respeto, tres hijos a los que quiero más que a mi vida. Es a ellos a quienes debo ser fiel, y no al recuerdo de algo que nunca fue. Ni nunca podrá ser.
Contemplo la puesta de sol desde la ventana de mi torre. Dentro de poco tendré que bajar y ayudar a Nanny a acostar a los niños. El pequeño Sean ha crecido mucho y ya está empezando a gatear. Pronto gateará tan rápido como Ethan. Colleen, la joven damita de cuatro años, quiere ya un nuevo vestido.
Es en ellos en quienes debo pensar, en mis hijos, mis preciosos tesoros, y no en Christian.
Esta será una noche tranquila, una de las pocas de las que podré disfrutar durante nuestro veraneo en la isla de Mount Desert. Fergus ya ha hablado de dar una fiesta la semana que viene. Debo…
Está allí. Abajo de los acantilados. Con esta luz y a la distancia que se encuentra, apenas es más que una sombra. Pero sé que es él. De pie, con la mano apoyada contra el cristal de la ventana, sabía que me estaba mirando. Por muy imposible que parezca, estoy segura de que lo oí pronunciar mi nombre. Suavemente.
Bianca.