7

Sloan tenía el cerebro lleno de hombrecillos blandiendo picos y haciendo ruido. O al menos esa era su sensación. En un intento por acallarlos, dio un par de vueltas en la cama. Craso error, ya que aquel movimiento parecía haber dado la señal para que una diminuta banda de música ejecutara una marcha marcial, con todo lujo de instrumentos de percusión.

En vano se tapó una y otra vez la cabeza con la almohada, porque no tardó en darse cuenta de que el ruido que torturaba su sistema nervioso no procedía solamente de su resaca. Alguien estaba llamando a su puerta. Al fin, dándose por vencido, se levantó de la cama y fue a abrir.

Amanda advirtió de inmediato que tenía un aspecto lamentable, con aquellas ojeras, la barba crecida y el gesto avinagrado. Llevaba puestos unos vaqueros, sin abrochar, como si se hubiera quedado dormido antes de desnudarse del todo.

—Vaya, parece que has pasado una noche estupenda.

Ella, por el contrario, tenía un aspecto fresco y descansado.

—Si has venido a estropearme el día, llegas demasiado tarde —intentó cerrar la puerta, pero ella se lo impidió y entró en la habitación.

—Tengo algo que decirte.

—Ya me lo has dicho.

—Supongo que te sentirás bastante mal —comentó, conmovida por su tono abatido.

—¿Bastante mal? —entrecerró los ojos—. No, me siento perfectamente. Me encantan las resacas.

—Lo que necesitas es una ducha fría, una aspirina y un desayuno decente.

—Calhoun, estás pisando un terreno peligroso —volvió al dormitorio.

—No te entretendré demasiado —lo siguió, decidida a cumplir su misión—. Solo quiero hablar contigo de… —se interrumpió cuando Sloan le cerró la puerta del baño en las narices—. Vaya —suspirando, apoyó las manos en las caderas.

Dentro del cuarto de baño, Sloan se quitó los vaqueros y entró en la ducha. Apoyándose en la pared de azulejo, abrió a tope el grifo del agua fría. La maldición que soltó resonó en toda la habitación. Poco después salió y se tomó una aspirina.

Se dijo, irónico, que la resaca no había desaparecido, pero al menos ya estaba lo suficientemente despierto como para disfrutarla. Después de enrollarse una toalla a la cintura, salió del cuarto de baño.

Había pensado que Amanda captaría su mensaje, pero allí estaba, inclinada sobre su mesa de dibujo. Antes se había dedicado a ordenar la habitación, vaciando ceniceros, retirando tazas y platos, apartando la ropa sucia. De hecho, en aquel instante tenía las manos cargadas de ropa mientras contemplaba sus dibujos, con las gafas de lectura puestas.

—¿Qué diablos estás haciendo?

Alzó la mirada y sonrió, decidida a mostrarse amable.

—Oh, ya has salido —al verlo vestido únicamente con una pequeña toalla, procuró por todos los medios no bajar la mirada de sus ojos—. Solo estaba echando un vistazo a tu trabajo.

—No me refería a eso. ¿Por qué no te has ido? Tú no trabajas en el servicio de habitaciones, ¿verdad?

—No entendía cómo podías trabajar en medio de un caos semejante, así que te he ordenado un poco esto.

—Me gusta trabajar en el caos. Si no fuera así, habría ordenado yo mismo esta maldita habitación.

—Estupendo —repentinamente furiosa, lanzó al aire el montón de ropa que hasta ese momento había estado cargando en los brazos—. ¿Mejor así?

Lentamente Sloan recogió la camiseta que había aterrizado sobre su cabeza.

—Calhoun, ¿sabes qué es más peligroso que un hombre con resaca?

—No.

—Nada —ya había dado un paso hacia ella cuando volvieron a llamar a la puerta.

—Es tu desayuno —lo informó Amanda cuando fue a abrir—. Yo misma te lo había encargado.

Dándose por vencido, Sloan se dejó caer en el sofá.

—No quiero ningún maldito desayuno.

—Bueno, pues te lo comerás y dejarás de compadecerte a ti mismo —firmó la factura y recogió la bandeja para depositarla en la mesa baja, frente a él—. Café solo, tostadas y zumo de tomate con salsa picante.

A regañadientes, Sloan tomó un sorbo de café. Satisfecha con aquel buen comienzo, Amanda se quitó las gafas y se las guardó en un bolsillo. Se dijo que tenía un aspecto verdaderamente patético. Aun así, o quizá precisamente por eso, sintió el fuerte impulso de arrodillarse a su lado y acariciarle el pelo mojado.

Pero estaba segura de que la habría rechazado con un manotazo, y su instinto de supervivencia era tan fuerte o más que aquel impulso.

—Trent me dijo que ayer estuviste bebiendo bastante.

Después de probar el zumo de tomate, la miró ceñudo.

—Por eso has venido a comprobarlo con tus propios ojos.

—No exactamente. Pensé que quizá te habías emborrachado por mi culpa, y me pareció que debía…

—Espera un momento. Si me emborraché fue porque quise.

—Ya, pero…

—No quiero tu compasión, Calhoun. Ni tampoco tu arrepentimiento.

—Estupendo —en el interior de Amanda comenzaron a batallar el orgullo y la furia. Ganó el orgullo—. Solamente quería pedirte disculpas.

—¿Por qué? —le preguntó Sloan, mordiendo una tostada.

—Por lo que te dije, y por mi comportamiento de ayer —incapaz de quedarse quieta, se acercó a la ventana y la abrió de par en par—. Aunque sigo pensando que estaba plenamente justificado. Después de todo, yo solo sabía que le habías dicho a Suzanna algo que le había afectado terriblemente —sin embargo, había un brillo de culpa en sus ojos cuando se volvió hacia él—. Cuando ella me contó lo de tu hermana, y lo de Bax, me di cuenta de lo que debiste de haber sentido. Maldita sea, Sloan, debiste habérmelo dicho.

—Quizá. Y quizá tú pudiste haber confiado en mí.

—No fue un problema de confianza, sino de reflejo automático. Tú no sabes lo mal que lo pasó Suzanna. O, si puedes imaginártelo, teniendo en cuenta lo mucho que sufrió tu hermana, deberías comprender por qué no pude soportar verla así otra vez —se le habían llenado los ojos de lágrimas—. Y fue todavía peor, porque… siento algo por ti.

Si había algo contra lo que Sloan no tenía ninguna defensa, eran las lágrimas. Desesperado por consolarla, se levantó para tomarle las manos.

—Ayer cometí un montón de errores —sonriendo, le acarició una mejilla con el dorso de la mano—. Supongo que pedir disculpas te resulta tan duro a ti como a mí.

—Tienes razón.

—¿Por qué no lo dejamos en un empate? —le preguntó.

Pero cuando bajó la cabeza para besarla, ella se apartó.

—Necesito poder pensar con un mínimo de claridad.

—Y yo necesito hacerte el amor —volvió a tomarle una mano.

—Yo… —el corazón se le había subido a la garganta—, …eh… estoy trabajando. Ya se me ha acabado la media hora libre, y Stenerson…

—¿Por qué no lo llamas? —sonriendo, empezó a besarle los dedos. La resaca se había transformado en un dolor apagado, no tan perceptible como otro, más dulce, que se le anudaba en las entrañas—. Dile que necesito los servicios de su ayudante ejecutiva por un par de horas.

—Pienso que…

—Otra vez pensando… —murmuró Sloan, acariciándole los labios con los suyos.

—No, de verdad, tengo que… —la mente se le nubló cuando él empezó a besarle el cuello—. Tengo que volver al trabajo. Y yo… —aspiró profundamente—, …necesito estar segura —desesperada, lo rechazó—. Tengo que saber lo que estoy haciendo.

—Te diré una cosa, Calhoun. Piensa en ello, y piensa a fondo. Hasta después de la boda, como hemos acordado —antes de que ella pudiera relajarse, le sujetó firmemente la barbilla con una mano—. Y después de la boda, si no vienes a mí, será mejor que salgas corriendo.

—Eso parece un ultimátum —replicó Amanda, frunciendo el ceño.

—No, es un hecho. Y si yo fuera tú, saldría ahora mismo por esa puerta, cuando todavía estás a tiempo de hacerlo.

Toda digna, Amanda se marchó no sin antes volverse hacia él con una sonrisa que lo desquició aún más.

—Que disfrutes de tu desayuno.

Y cerró de un portazo, en venganza. Casi podía imaginárselo agarrándose la dolorida cabeza con las dos manos.

—No me imaginaba que me pondría tan nerviosa —C. C. contemplaba fijamente el vestido de boda, de seda y encaje, colgado en el armario—. Quizá sería mejor que me pusiera simplemente una ropa normal…

—No seas ridícula. Y estate quieta —Amanda se inclinó hacia ella para añadir un poco de colorete a sus mejillas—. Se suponía que tenías que estar tranquila.

—Es verdad —disgustada consigo misma, C. C. se llevó una mano al estómago—. Amo a Trent y quiero casarme con él. ¿Por qué habría de ponerme nerviosa ahora, cuando eso va a suceder? —volvió a mirar el vestido y tragó saliva—. Queda menos de una hora.

—Quizá debería llamar a tía Coco para que te diera ánimos —sonrió Amanda.

—Muy gracioso. ¿Cuándo vendrá Suzanna?

—Ya te lo dije, tan pronto como termine de vestir a los niños. A Jenny le encanta la idea de vestirse de damita de honor, pero Alex no parece muy contento con la idea de tener que llevar los anillos en un cojín de satén. Y, antes de que me lo preguntes otra vez, se supone que Lilah tiene que quedarse abajo y ocuparse de los detalles de última hora. Aunque todavía no sé por qué diablos tenemos que confiar en ella…

—Lo hará muy bien. Nunca falla en los momentos importantes —la tranquilizó C. C.—. Y este lo es, Mandy.

—Lo sé, cariño. Es el día más importante de tu vida —con los ojos nublados de emoción, acercó una mejilla a la suya—. Oh, tengo la sensación de que debería decir algo profundo, pero lo único que se me ocurre decirte es que seas feliz.

—Lo seré. Y no te apenes, que no es como si fuera a irme de casa. Viviremos aquí la mayor parte del tiempo, excepto cuando… cuando estemos en Boston —se le hizo un nudo en la garganta.

—No empieces otra vez —le advirtió Amanda—. Hablo en serio. Después de todo el trabajo que me ha costado ponerte bonita, no te vas a echar a llorar ahora. Bueno, y ahora déjame ayudarte a vestirte.

Cuando Suzanna bajó poco después, con un niño en cada mano, también ella tuvo que hacer un esfuerzo por no llorar.

—¡Oh, C. C.! ¡Estás maravillosa!

—¿Seguro? —nerviosa, se ajustó un lazo del cuello. El vestido era de una elegante sencillez, casi sin adornos—. Quizá tendría que haberme puesto algo menos formal…

—No, es perfecto —comentó, y se dirigió luego a su hijo—. Alex, estate quieto, por favor.

—Odio las chaquetas.

—Ya lo sé, pero tendrás que aguantarte. Tengo algo para ti —le dijo a C. C. mientras le tendía una pequeña caja. Dentro había un zafiro en forma de lágrima, al extremo de una cadena de oro.

—La cadena de mamá.

—Tía Coco me la dio cuando… el día de mi boda —abrazó a su hermana, emocionada—. Quiero que la lleves y conserves como si fuera tuya.

C. C. cerró los dedos sobre el zafiro.

—Ya no estoy nerviosa.

—Ahora soy yo la que está al borde del llanto —temerosa de decir más, Amanda le dio un rápido beso—. Voy a bajar para asegurarme de que todo está listo.

—Mandy…

—Sí, le diré a Lilah que suba —y salió de la habitación para bajar corriendo las escaleras. Solo se detuvo un instante en el pasillo para atusarse el peinado ante el espejo, pero fue entonces cuando vio a Sloan.

—Estás preciosa. Sencillamente preciosa.

—Gracias.

Se miraron durante unos instantes. Él, vestido de frac, y ella con un precioso vestido largo de color melocotón.

—Er… ¿sabes dónde está Trent?

—Necesitaba unos minutos de soledad. Su padre quería darle algunos consejos… —sonrió—. Cuando un hombre se ha casado tantas veces como el señor St. James, siempre se cree con derecho a dar algún que otro consejo interesante —y se echó a reír al ver la expresión de Amanda—. No te preocupes, que me lo llevé al jardín para que tomara una copa de champán con Coco. Parece que son viejos amigos.

—Creo que se conocen desde hace mucho tiempo —al ver que se acercaba a ella, Amanda empezó a hablar con rapidez, parloteando de puro nerviosismo—. Estás magnífico. No imaginaba que te quedaría tan bien el frac —y añadió, cuando él se echo a reír—. No, no quería decir eso, sino que…

—Te pones muy guapa cuando te ruborizas.

—Bueno, debo irme —pronunció—. Empezaremos dentro de unos minutos. Hay que ocuparse de los invitados.

—La mayor parte están ya en el jardín.

—El fotógrafo.

—Ya he hablado yo con él.

—El champán.

—En hielo —dio un paso hacia ella y le alzó la barbilla con un dedo—. ¿Te ponen tan nerviosa las bodas, Calhoun?

—Esta sí.

—¿Me reservarás un baile?

—Por supuesto.

Se puso a jugar con las flores que adornaban su cabello.

—¿Y después?

—Yo…

—¡C. C. ya está lista! —gritó de pronto Alex, apareciendo en lo alto de las escaleras.

—Muy bien —sonrió Sloan—. Ya me aseguraré yo de que el novio está en su puesto.

—De acuerdo… ¡maldita sea! —exclamó Amanda cuando sonó su teléfono móvil—. ¿Diga? Oh, William, no puedo hablar ahora contigo. Va a empezar la boda… ¿mañana? —se llevó una mano al peinado, con gesto distraído—. No, por supuesto. Hum… sí, está bien. A primera hora de la tarde sería lo mejor. ¿Las tres? Te veré a esa hora —cuando cortó la llamada, se volvió para descubrir a Sloan mirándola con frialdad.

—Estás corriendo grandes riesgos, Calhoun.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó, frunciendo el ceño.

—Ya hablaremos de eso después. Tenemos una boda por delante.

—Tienes toda la razón.

Momentos después, las mujeres de la familia Calhoun ocuparon sus lugares en el sendero del jardín que llevaba al altar, situado bajo una carpa. Primero Suzanna y luego Lilah y Amanda, seguidas de una radiante Jenny y un visiblemente avergonzado Alex. Amanda se esforzaba todo lo posible por no mirar en la dirección de Sloan, pero no tardó en olvidarse de todo al ver avanzar a su hermana, cubierta por un velo blanco, del brazo de Coco.

Embargada de emoción, contempló la ceremonia. A través de las lágrimas vio cómo Trent deslizaba un anillo de esmeraldas en el dedo de C. C. La mirada de amor que se cruzaron fue más elocuente que todos los votos y promesas del mundo. Luego, tomando de la mano a Lilah y a Suzanna, pudo ver la radiante expresión que iluminó el rostro de su hermana cuando recibió el primer beso de su marido.

—¿Ya ha terminado todo? —quiso saber Alex.

—No —respondió Amanda mientras su mirada se desviaba hacia Sloan—. Apenas acaba de empezar.

—Una boda preciosa —después de besarla en las mejillas, el padre de Trent felicitó efusivamente a Amanda—. Mi hijo me comentó que tú lo habías organizado todo.

—Se me dan bien los detalles —repuso, y le ofreció un plato del bufé.

—Eso había oído —alto, esbelto y de tez bronceada, St. James le sonrió—. Y también que todas las hermanas Calhoun erais maravillosas. Ahora he podido comprobarlo con mis propios ojos.

—Nos sentimos encantadas de tenerlo en la familia —sonrió Amanda mientras le servía comida en el plato.

—Qué cosas tiene la vida. Hace un año yo estaba navegando en mi yate por esa bahía y me fijé en esta casa. Nada más verla, me dije que tenía que ser mía. Y ahora no solo forma parte de mi negocio, sino también de mi familia —miró a C. C. y a Trent, bailando en la terraza—. Ella lo ha hecho feliz —añadió con tono suave—. Y eso es algo que yo nunca pude conseguir —encogiéndose de hombros, hizo a un lado ese pensamiento—. ¿Te apetece bailar?

—Me encantaría.

Apenas habían dado tres pasos en la pista de baile, cuando Sloan se acercó con Coco y cambiaron de pareja.

—Podías haberme pedido el baile —musitó Amanda cuando él deslizó los brazos por su cintura.

—Ya te lo pedí antes. Enhorabuena. Has hecho un excelente trabajo con esta boda.

—Gracias. Espero que sea la última que tenga que organizar en mucho tiempo.

—¿Es que tú no piensas casarte?

Amanda perdió el paso, nerviosa, y a punto estuvo de tropezar.

—No, esto es… sí, pero no…

—A eso lo llamo yo una respuesta clara.

—Lo que quiero decir es que es algo que no entra en mis planes a corto plazo. Durante los próximos años voy a estar muy ocupada con el hotel. Siempre he querido dirigir un hotel de primera clase. Es para eso para lo que me he estado preparando, y ahora que Trent me ha dado la oportunidad, no puedo permitirme dividir mis lealtades.

—Una interesante manera de verlo. En mi caso, siempre que me he comprometido en alguna relación, en cualquiera de los lugares que he visitado en mis viajes, he terminado descubriendo que se trataba de un error.

—Sí, también está ese peligro —aliviada al ver que no estaban discutiendo, sonrió—. Nunca te lo he preguntado, pero supongo que habrás viajado mucho.

—Si. Oye, ¿porqué no vamos a un lugar tranquilo donde podamos hablar de todo esto?

—Lo siento, pero tengo cosas que hacer —dejó de bailar—. Y si quieres ser de alguna ayuda, podrías ir a buscar más botellas de champán a la cocina. Yo tengo que ir por las serpentinas.

—¿Para qué?

—Para decorar el coche. Las tengo arriba, en mi habitación.

—Te propongo una cosa —le dijo Sloan cuando se dirigían hacia la cocina—. ¿Y si subo contigo a tu habitación y te ayudo con esas serpentinas?

—No, porque quiero decorar el coche antes de que vuelvan de su luna de miel —respondió, riendo, y se alejó de él.

Ya había recorrido Amanda la mitad del pasillo del segundo piso cuando oyó crujir una tabla en el suelo de la planta superior, y se detuvo en seco. Pasos. Sí, eran pasos, sin lugar a dudas. Preguntándose si alguno de los invitados habría decidido dar una vuelta por la casa por su propia cuenta, regresó a las escaleras. En el rellano del tercer piso vio a Fred, hecho un ovillo, durmiendo plácidamente.

—¡Vaya un guardián! —musitó, agachándose para acariciarlo. El perro apenas se movió—. ¿Fred? —lo sacudió, pero seguía casi inmóvil. En el momento en que lo levantó en brazos, la cabecita le cayó sobre el brazo, inerte.

Todavía no se había incorporado del todo cuando alguien surgió a su espalda y la empujó contra la pared. Aturdida, se arrodilló en el suelo. Quienquiera que la hubiera empujado estaba bajando las escaleras a la carrera. Rápidamente se levantó, agarró al perrillo debajo del brazo y corrió tras él.

Acababa de llegar al piso principal cuando tropezó con Sloan.

—¿A qué viene tanta prisa? —le preguntó, sonriente—. ¿Y qué estás haciendo con Fred?

—¿Lo has visto? —le preguntó, echando a correr hacia la puerta.

—¿A quién?

—Había alguien arriba —el corazón le latía a toda velocidad, y le temblaban las piernas. Hasta ese instante no se había dado cuenta—. Alguien estaba husmeando por el piso de arriba. Y no sé lo que le ha hecho a Fred…

—Espera, déjame ver —se inclinó sobre el cachorro y, después de levantarle un párpado, soltó una maldición. Cuando se volvió hacia Amanda, había un oscuro brillo en sus ojos que ella nunca antes había visto—. Alguien lo ha drogado.

—¿Drogado? —Amanda apretó al perrillo contra su pecho—. ¿Quién podría drogar a un cachorro indefenso?

—Alguien que no quería que ladrase, imagino. Cuéntame lo que pasó.

—Escuché unos pasos en el tercer piso y subí a ver. Encontré a Fred tumbado en el suelo —acarició al perrillo—. Cuando me disponía a recogerlo, alguien me empujó por detrás, contra la pared.

—¿Estás herida? —le acunó de inmediato el rostro entre las manos.

—No. De no haber sido por eso, creo que lo habría agarrado.

—¿Y no se te ocurrió pedir ayuda? Dios mío, Amanda, ¿no te das cuenta de que ese tipo pudo hacer algo peor que empujarte?

Lo cierto era que no había pensado en eso. Pero no por ello cambió de actitud.

—Puedo cuidar de mí misma. Ya es bastante malo tener que soportar que haya gente que llame a nuestra puerta por lo del collar, o se dedique a merodear por los alrededores, como para que además de todo eso se cuelen en la casa. Bueno, por lo menos yo también le he dado un buen susto a ese tipo —añadió, satisfecha—. A la velocidad a la que salió corriendo, ahora mismo estará casi en el pueblo. No creo que vuelva. ¿Qué hacemos con Fred?

—Yo me encargaré de él —le quitó cuidadosamente el cachorro de los brazos—. Lo único que necesita es dormir. Y tú necesitas llamar a la policía.

—Después de la boda. No voy a estropearles la fiesta a mi hermana y a Trent solo porque algún estúpido escogió este día para colarse en la casa. Lo que sí haré será revisar el tercer piso para comprobar si se han llevado algo. Luego regresaré para despedir a los novios. Y, por último, llamaré a la policía.

—Ya lo has arreglado todo. Tan metódica como siempre —repuso Sloan, irritado—. Pero las cosas no suelen ser tan fáciles.

—Ya lo solucionaré.

—Claro que sí. ¿Cómo podrían un intento de robo y un pequeño asalto alterar tus planes a corto plazo? De ninguna manera. Al igual que no puedes permitir que alguien como yo se entrometa en tus planes a largo plazo.

—No sé por qué te enfadas tanto.

—¿No lo sabes? Oyes los pasos de un desconocido en la casa y el tipo te empuja contra la pared, pero tú ni te planteas llamarme. No se te ocurre pedirme ayuda, ni siquiera cuando sabes que estoy enamorado de ti.

Amanda volvió a sentir aquel familiar nudo de tensión en el pecho.

—Yo solo hice lo que tenía que hacer.

—Ya —asintió lentamente—. Pues continúa y haz lo que tengas que hacer ahora. Quédate tranquila, que yo no te molestaré.