5

Sloan se enteró del momento exacto en que Trent llegó a Las Torres. Incluso desde la biblioteca situada al final del largo pasillo pudo escuchar los alegres ladridos del perro y la alegre algarabía de los niños. Dejando a un lado su cuaderno, se levantó para saludar a su viejo amigo.

Trent no había logrado pasar del vestíbulo. Jenny seguía agarrada a sus piernas mientras Fred corría en torno suyo. Alex saltaba y chillaba en un esfuerzo por llamar la atención mientras Coco, Suzannah y Lilah lo acribillaban a preguntas. Solo C. C. permanecía en silencio, radiante de alegría, del brazo de su prometido. De repente, al oír un grito procedente de arriba, Sloan alzó la mirada y vio a Amanda bajando las escaleras a la carrera. Tenía una expresión de gozo y felicidad que nunca antes le había visto. Abriéndose paso entre sus hermanas, se lanzó a abrazarlo.

—Si no hubieras venido hoy, habríamos tenido que enviar a un comando de mercenarios a buscarte —le dijo a Trent—. Faltaban ya cuatro días para la boda y tú aún seguías en Boston.

—Confiaba en ti para que te encargaras de todo.

—Mandy ha hecho miles de listas —señaló Coco—. Es aterrador.

—¿Lo ves? —Trent le dio a Amanda un rápido beso.

—¿Qué me has traído? ¿Qué me has traído? —preguntaba Jenny.

—Hablando de mercenarios… —riendo, Suzanna levantó en brazos a su hija. Pero cuando vio a Sloan en el pasillo, su sonrisa se borró de inmediato. Intentó decirse que era su imaginación la responsable de aquel cambio en su mirada siempre que la miraba. Tenía que serlo. ¿Qué otro motivo podía haber para que, aparentemente, lo disgustara siempre su presencia?

Sloan continuó observándola: una mujer alta y esbelta, con una melena de color rubio pálido recogido en una cola de caballo, rostro de una belleza clásica y unos ojos azules que rezumaban tristeza. Luego miró a Trent. Y volvió a sonreír.

—Detesto interrumpirte cuando te veo rodeado de tan bellas mujeres.

—Sloan —le estrechó la mano, sin apartarse de C. C. Entre los numerosísimos socios y colegas que tenía, Sloan era el único al que consideraba un verdadero amigo—. ¿Ya estás trabajando?

—Empezando.

—Cualquiera diría que acabas de regresar de unas largas vacaciones en el trópico, en vez de haber pasado mes y medio trabajando en Budapest. Me alegro de verte.

—Lo mismo digo —Sloan lanzó un rápido guiño de complicidad a C. C.—. Me alegro de ver que finalmente has demostrado buen gusto.

—Me gusta —comentó C. C.

—Como a la mayoría de las mujeres —apuntó Trent—. ¿Qué tal está tu familia?

De nuevo Sloan desvió la mirada hacia Suzanna.

—Bien.

—Creo que vosotros dos tenéis un montón de cosas que hablar —sintiéndose incómoda, Suzanna tomó a su hijo de la mano—. Nosotros saldremos a dar un paseo antes de cenar.

Amanda esperó a que Coco se hubiera llevado a todo el mundo al salón antes de dirigirse a Sloan.

—Espera un momento.

—Espero, Calhoun —sonrió.

—Quiero saber por qué has mirado así a Suzanna.

El brillo de humor abandonó sus ojos.

—¿Así cómo?

—Como si la detestaras.

—Tienes más imaginación de lo que creía.

—No es mi imaginación —desconcertada, sacudió la cabeza—. ¿Qué puedes tener tú en contra de Suzanna? Es la persona más buena que conozco.

Le costó no esbozar una mueca, pero se mantuvo imperturbable.

—Yo nunca he dicho que tuviera algo contra ella. Lo has dicho tú.

—No necesitas decirlo. Obviamente no he podido sacarte nada, pero…

—Quizá sea porque prefiera hablar de nosotros. De ti y de mí.

—Si estás intentando cambiar de tema…

—Otra vez estás frunciendo el ceño —alzó una mano, como si quisiera borrárselo suavemente con el pulgar—. ¿Cómo es que nunca me sonríes a mí como acabas de sonreírle a Trent?

—Porque me gusta Trent.

—Es curioso, porque la mayoría de la gente piensa que yo soy un tipo afable, que cae bien.

—A mí no —replicó Amanda, con tanto apresuramiento que no pudo menos que sonreírse. Sabía que Sloan habría ganado el primer premio en un concurso de tenacidad. Y de repente tuvo que dominar el fuerte impulso de deslizar los dedos por aquel cabello siempre despeinado, con aquellos reflejos cobrizos—. «Afable» no es la palabra que yo utilizaría. «Engreído», «irritante», «tenaz» serían calificativos más adecuados.

—Me gusta lo de tenaz —se acercó a ella, aspirando su aroma—. Un hombre no consigue nada dándose cabezazos contra una pared. Es mejor saltarla, cavar un túnel por debajo, o incluso demolerla.

Amanda le puso una mano en el pecho para conservar un mínimo de distancia.

—O puede romperse la cabeza si sigue dándose de cabezazos contra ella.

—Ese es un riesgo calculado, que merece la pena correrse si detrás de la pared hay una mujer mirándolo como tú me estás mirando ahora mismo a mí.

—Yo no te estoy mirando de una manera especial.

—Cuando te olvidas de adoptar una actitud fría y distante, me miras con una enorme ternura en los ojos, y un cierto miedo. Y mucha curiosidad. Es una mirada que me hace ansiar levantarte en brazos y llevarte a un lugar lo suficientemente tranquilo como para satisfacer esa curiosidad.

Amanda podía imaginarse esa escena demasiado claramente. Solo había una solución: escapar.

—Bien, hasta aquí ha sido divertido, pero tengo que cambiarme.

—¿Vas a volver al trabajo?

—No —empezó a alejarse—. Voy a una cita.

—¿Una cita? —repitió Sloan, pero para entonces Amanda ya estaba subiendo las escaleras.

Se dijo que no la estaba esperando, aunque llevaba más de veinte minutos caminando de un lado a otro del vestíbulo. No iba a quedarse allí como un idiota para ver cómo se marchaba al encuentro de otro hombre… después de haberlo mirado como lo había hecho hacía tan solo unos instantes. Tenía muchas cosas que hacer, que incluían disfrutar de la cena a la que Coco lo había invitado, o hablar de los viejos tiempos y elaborar nuevos planes con Trent. No iba a pasarse toda la velada lamentando el hecho de que cierta obstinada mujer hubiera preferido la compañía de otro hombre a la suya.

Después de todo, se recordó Sloan mientras seguía caminando por el vestíbulo, Amanda era libre de irse con quien quisiera. Y lo mismo le pasaba a él. No estaban ligados el uno al otro. No tenía sentido que le sentara tan mal que fuera a pasar un par de horas con otro tipo…

Al diablo. Claro que tenía sentido.

—¿Calhoun? —subió en un par de zancadas las escaleras y fue llamando a todas las puertas del pasillo—. Maldita sea, Calhoun, quiero hablar contigo —ya había llegado al final cuando vio a Amanda abrir la puerta del fondo.

—¿Qué pasa?

Se la quedó mirando por un momento, recortada su silueta contra la luz de la habitación. Se había hecho un peinado muy sexy. Y también se había maquillado. Llevaba un vestido de color azul pálido, ceñido a la cintura y con dos finos tirantes que destacaban contra la piel cremosa de sus hombros. Lucía unos pendientes y un collar a juego, de piedras azules. Ahora sí que no parecía profesional, pensó airado. No, ni profesional ni eficiente. Más bien tenía un aspecto exquisitamente delicioso.

Amanda ya estaba golpeando el suelo con el pie, impaciente, cuando Sloan se le acercó. «¿Afable?», se preguntó para sus adentros, resistiendo el impulso de darle con la puerta en las narices. En aquel instante, nadie lo habría calificado de afable.

—¿Qué tipo de cita? —le espetó Sloan, aún más alterado cuando aspiró su perfume.

Amanda inclinó lentamente la cabeza y bajó las manos que antes había tenido apoyadas en las caderas, con actitud desafiante. Pensó que cuando alguien se enfrentaba con un toro bravo, lo mejor no era blandir un trapo rojo, sino refugiarse detrás de la valla más próxima.

—Lo normal.

—¿Para una cita normal te has vestido así?

—¿Qué tiene de malo mi vestido?

Por toda respuesta, Sloan la agarró de un brazo.

—Cancélala.

—¿Que cancele el qué? —repitió, asombrada.

—La cita, maldita sea. Llámalo y dile que no puedes ir.

—Estás completamente loco —a esas alturas, ya se había olvidado de toros bravos y de trapos rojos—. Voy a donde me place y con quien me place. Si crees que voy a cancelar una cita con un hombre inteligente, atractivo y encantador, entonces estás muy, pero que muy equivocado. ¿Sabes una cosa? He quedado para cenar con tu antítesis: un verdadero caballero. Y, ahora, fuera de aquí.

—Me iré de aquí… —le prometió Sloan— …después de darte algo en lo que pensar.

Antes de que pudiera ser consciente de nada, la acorraló contra la pared a la vez que la besaba en la boca. Amanda podía saborear la furia en sus labios, y contra eso sí que habría podido luchar hasta el último aliento. Pero también podía percibir una desesperada necesidad, y fue a eso a lo que se rindió. Una necesidad que era un reflejo perfecto de la suya propia.

A Sloan no le importaba que tuviera razón o no, que estuviera o no cometiendo una estupidez. Quería maldecirla por haberlo obligado a comportarse como un airado adolescente, pero lo único que podía hacer era paladearla, ahogarse en aquel delicioso sabor que parecía haberle impregnado el alma. Solo podía atraerla más y más hacia sí, hasta fundirse con su cuerpo. Sentía cada cambio que estaba experimentado. Primero, la furia que la mantenía tensa, rígida. Después la redención, la reacia entrega. Y, por último, la pasión que lo dejó sin aliento. Fue entonces cuando comprendió que no podía vivir sin ella.

Amanda sentía su cuerpo vibrando y latiendo con una única y dolorosa necesidad. Una necesidad que siempre había echado en falta. Besaba y mordisqueaba sus labios, consciente de que en cualquier instante el delirio se apoderaría de ella. Deseando, ansiando aquel liberador torbellino que solo él podía encender en su interior.

En una larga y posesiva carencia, Sloan deslizó las manos desde sus hombros desnudos hasta sus muñecas, sintiendo su acelerado pulso bajo las palmas. Cuando alzó la cabeza, vio que apoyaba lánguidamente la espalda en la pared, mirándolo a los ojos mientras se esforzaba por recuperar el aliento, mientras luchaba por sobreponerse a aquel torrente de sensaciones y comprender los sentimientos que se ocultaban detrás.

El pensamiento de otro hombre tocándola, o simplemente mirándola como él la estaba mirando en ese instante, viendo cómo sus ojos se nublaban de deseo, lo aterraba. Y porque prefería la furia al miedo, la agarró bruscamente de los hombros.

—Piensa en ello —le advirtió con una voz peligrosamente baja.

¿Qué le había hecho aquel hombre para suscitarle aquella terrible necesidad?, se preguntó Amanda. Por fuerza tenía que saber, con solo mirarla, que no tenía más que hacerla entrar de nuevo en la habitación para conseguir de ella todo lo que se le antojara. Solo tenía que volver a acariciarla para obtener todo lo que tan desesperadamente ella misma ansiaba darle. Ni siquiera tenía que pedirle nada. Ese descubrimiento le avergonzaba tanto que la obligó a reaccionar:

—Ya lo has conseguido —pronunció, humillada—. ¿Quieres oírme decir que puedes conseguir que te desee? Muy bien. Te deseo. Ya está.

El brillo de las lágrimas en sus ojos consiguió lo que la furia no había podido. Profundamente consternado, alzó una mano para acariciarle el rostro.

—Amanda…

Cerró los ojos con fuerza. Sabía que se derrumbaría si se mostraba tierno con ello.

—Ya tienes tu conquista. Ahora, te agradecería que me soltaras.

Dejó caer la mano a un lado antes de dar un paso atrás.

—No voy a decirte que lo siento —pronunció Sloan, pero por la manera que tenía de mirarla, parecía como si acabara de destrozar algo pequeño y frágil.

—Es igual. Yo lo siento por los dos.

—Amanda —de repente, Lilah apareció en lo alto de las escaleras, observándolos con curiosidad. Acaba de llegar tu cita.

—Gracias —desesperada por escapar, entró en su habitación para recoger el bolso y la chaqueta. Luego, teniendo buen cuidado de no mirar a Sloan, bajó apresuradamente las escaleras.

Después de seguirla con la mirada, Lilah se acercó a Sloan.

—Vaya. Me parece a mí que en estos momentos bien podrías necesitar el consejo de una buena amiga.

—Quizá lo que necesite sea bajar al vestíbulo y arrojar a ese tipo por una ventana.

—Podrías hacerlo —asintió Lilah—, pero Mandy siempre ha tenido una debilidad especial por los más débiles.

Maldiciendo entre dientes, Sloan decidió desahogar su frustración caminando de un lado a otro del pasillo.

—Bueno, ¿y quién es?

—No le había visto antes. Se llama William Livingston.

—¿Y?

—Es alto, guapo y moreno. Muy elegante, con acento británico, traje italiano, de clase selecta. Con el típico lustre de riqueza y buen gusto, pero sin resultar ostentoso.

—Parece que acabas de describir a un dandy.

—Solo lo parece —repuso, preocupada.

—¿Qué pasa?

—Malas vibraciones —respondió, abrazándose—. Y tiene un aura muy turbia.

—Oh, Lilah, por favor…

—Tranquilízate, Sloan —le sonrió Lilah—. Recuerda que estoy de tu lado. Y el señor William Livinsgston no tiene ni una sola oportunidad con mi hermana. No es su tipo —riendo, lo acompañó escaleras abajo—. Ella piensa que sí, pero no. Así que relájate y disfruta de la cena. No hay nada como la trucha que prepara la tía Coco para ponerte de buen humor.

Fingiendo que tenía apetito, Amanda leyó el menú. El restaurante que había escogido William era un precioso y acogedor local con vistas a la Bahía del Francés. Sentados en la terraza, ante una mesa decorada con velas, disfrutaban de la fresca brisa del mar.

Amanda le dejó que eligiera el vino e intentó convencerse de que iba a pasar una muy agradable velada.

—¿Te gusta Bar Harbor? —le preguntó.

—Mucho. Espero salir pronto a navegar, pero mientras tanto me contento con admirar el paisaje.

—¿Has visitado el parque?

—Aún no —miró la botella que le mostró el camarero, examinó la etiqueta y asintió con gesto aprobador.

—No debes perdértelo por nada del mundo. Las vistas desde la montaña Cadillac son maravillosas.

—Eso me han dicho —paladeó el vino, satisfecho, y esperó a que sirvieran a Amanda—. Quizá puedas conseguir un poco de tiempo libre y enseñarme esos lugares.

—No creo que…

—Las normas del hotel ya se han flexibilizado —la interrumpió, chocando su copa con la suya.

—Precisamente quería preguntarte cómo lo habías conseguido.

—Muy sencillo. Le di al señor Stenerson a elegir. O hacía una excepción con sus normas, o me trasladaba a otro hotel.

—Entiendo —pensativa, tomó un sorbo de vino—. Me parece una medida demasiado drástica solo por una cena.

—Una cena muy deliciosa. Quería conocerte mejor. Espero que no te importe.

¿A qué mujer podría importarle?, se preguntó Amanda, y se limitó a sonreír. Le resultó imposible no relajarse, no sentirse cautivada por las historias que le contó, y halagada por sus constantes atenciones. Había viajado por todo el mundo, y durante la cena, escuchando sus palabras, llegó a vislumbrar París y Roma, Londres y Río de Janeiro.

Pero como sus pensamientos volvían una y otra vez a Sloan, llegó a dudar de su determinación de disfrutar realmente de aquella compañía.

—La cómoda de palorrosa de tu vestíbulo… —le comentó William, ya en los postres— …es una pieza única.

—Gracias. Es del período Regencia, creo…

—Crees bien —sonrió—. Si la hubiera conseguido en una subasta, me habría sentido muy afortunado.

—Mi bisabuelo se la trajo de Inglaterra cuando edificó la casa.

—Ah, la casa —se llevó la taza de café a los labios—. Impresionante. Casi esperaba ver a doncellas medievales paseando por el jardín.

—O murciélagos sobrevolando la torre —rio Amanda—. Sí, nos encanta la casa. Y quizá la próxima vez que visites la isla, puedas alojarte en el Refugio de las Torres.

—El Refugio de Las Torres —murmuró, pensativo—. ¿Dónde he oído eso antes?

—¿El nuevo proyecto de la cadena hotelera St. James?

—Por supuesto. Leí algo acerca de ello hace unas semanas.

—Esperamos habilitar una parte del edificio como hotel. Para dentro de un año, más o menos.

—Fascinante. ¿Pero no existía cierta leyenda asociada a ese lugar? ¿Algo acerca de fantasmas y unas joyas desaparecidas?

—Las esmeraldas Calhoun. Pertenecieron a mi bisabuela.

—Ah, ¿son reales? —esbozando una media sonrisa, ladeó la cabeza—. Yo pensaba que solo era un truco publicitario. «Alójese en una casa encantada y busque el tesoro perdido». Ese tipo de cosas.

—No, de hecho no nos ha gustado nada que ese asunto trascendiera tanto. El collar existe… o al menos existió. Lo que no sabemos es dónde puede estar oculto. Mientras tanto, tenemos que soportar las constantes molestias de los periodistas o ahuyentar a los buscadores de tesoros.

—Vaya, lo siento.

—Tenemos que encontrarlo pronto para poner punto final a todo este absurdo. Una vez que comencemos las obras de reforma, tal vez aparezca debajo de una loseta.

—O detrás de una puerta disimulada en un panel —añadió William, haciéndola reír.

—Me temo que no tenemos ninguna de esas puertas… al menos que yo sepa.

—No puede ser. Una casa como la tuya merece tener al menos una puerta secreta —le puso una mano encima de la suya—. Quizá me permitas ayudarte a buscar ese collar… o, en todo caso, utilizarlo como excusa para volver a verte.

—Lo siento, pero durante los dos próximos días voy a estar muy ocupada. Mi hermana se casa el sábado.

—Siempre queda el domingo —sonrió—. Me gustaría verte otra vez, Amanda. Me gustaría mucho —no insistió más, y ella retiró discretamente la mano.

Durante el trayecto de vuelta a casa charlaron sobre temas generales, tópicos. Amanda agradeció que no volviera a presionarla. William Livingston era el tipo de hombre que sabía tratar a una mujer con tanto respeto como atención. Todo lo contrario que Sloan.

Pero, entonces, ¿por qué se sintió tan abatida cuando, al detenerse frente a la casa, no vio por ninguna parte el coche de Sloan?

Intentando sobreponerse a su desánimo, esperó a que William saliera y le abriera la puerta.

—Gracias por la velada —le dijo ella—. Ha sido maravillosa.

—Sí. Y tú también —con extremada delicadeza, le puso las manos sobre los hombros antes de besarla en los labios. Fue un beso leve y tierno. Pero, para su decepción, la dejó completamente indiferente—. ¿De verdad que vas a hacerme esperar hasta el domingo para volver a verte?

Sus ojos le decían que aquel contacto, al revés que a ella, no lo había dejado indiferente. Amanda esperó a sentir una mínima punzada de deseo. Nada.

—William, yo…

—Una comida juntos —la interrumpió, esbozando una encantadora sonrisa—. Una comida sencilla, en el hotel. Así podrás seguir hablándome de la casa.

—De acuerdo —se apartó antes de que pudiera besarla de nuevo—. Gracias de nuevo.

—Ha sido un verdadero placer, Amanda —esperó, como un perfecto caballero, hasta que ella hubo entrado en la casa. Cuando la puerta se cerró a su espalda, su sonrisa se transformó ligeramente; se hizo más dura, más fría—. Créeme. Y el placer será aún mayor.

Volvió a su coche. Se alejaría de Las Torres, hasta perderse de vista. Pero luego volvería para dar una rápida y sigilosa vuelta por la finca, buscando algún acceso más discreto.

Si Amanda Calhoun podía servirle para penetrar en Las Torres, todo iría bien. Y contaría con el beneficio de una aventura fácil con una mujer hermosa. Pero si ese no era el caso… simplemente ya encontraría un medio distinto para lograr el mismo fin.

En cualquier caso, no se marcharía de la isla Mount Desert sin las esmeraldas Calhoun.

—¿Te lo has pasado bien? —le preguntó Suzanna a Amanda nada más verla entrar.

—Suze —divertida, pero no sorprendida, sacudió la cabeza—. ¿Te has quedado levantada esperándome?

—Oh, no —para demostrárselo, señaló la taza que sostenía en una mano—. Acababa de prepararme un té.

Amanda se echó a reír mientras se acercaba a ella para ponerle cariñosamente las manos sobre los hombros.

—¿Por qué será que las Calhoun somos tan incapaces de mentir?

—No lo sé —reconoció al fin Suzanna, rindiéndose a la evidencia—. Supongo que deberíamos practicar más.

—Cariño, pareces cansada.

—Mmm —pensó que «exhausta» habría sido una palabra más adecuada, pero no se lo dijo. Tomó un sorbo de té antes de que empezaran a subir juntas las escaleras—. Es primavera. Y todo el mundo quiere tener sus flores cuanto antes. Bueno, al menos parece que el negocio está comenzando a dar beneficios.

—Sigo pensando que deberías contratar a alguien para que te ayudara. Entre el negocio y los niños, vas a acabar agotada.

—¿Y ahora quién está jugando a la mamá? En cualquier caso, Jardines de la Isla necesita aguantar una temporada más antes de poder permitirse contratar a un trabajador a media jornada. Además, me gusta mantenerme ocupada —se detuvo ante la puerta de la habitación de Amanda—. Mandy, ¿puedo hablar contigo un momento antes de que te acuestes?

—Claro. Entra —la hizo pasar, y empezó a descalzarse—. ¿Pasa algo malo?

—No. Me gustaría saber lo que piensas de Sloan.

—¿Lo que pienso de él? —repitió mientras guardaba cuidadosamente sus zapatos en el armario.

—Sí, la impresión que te produce. A mí me parece un hombre muy agradable. Los niños están encantados con él, y eso es importante.

—Sí, es muy cariñoso con ellos —Amanda se quitó los pendientes y los guardó en su joyero.

—Lo sé —preocupada, Suzanna empezó a caminar por la habitación—. Tía Coco ya lo ha adoptado. Y se lleva muy bien con Lilah. C. C. también lo aprecia, y no solo porque es un gran amigo de Trent.

—Sí —Amanda se desabrochó el collar—. Los de su tipo siempre tienen un gran éxito con las mujeres.

Distraída, Suzanna negó con la cabeza.

—No, no me refería a eso. Creo que tiene una simpatía natural. Parece un hombre muy bueno.

—¿Pero?

—Probablemente sean imaginaciones mías, pero siempre que me mira, percibo unas vibraciones extrañas, como de hostilidad —medio riendo, se encogió de hombros—. Vaya, me temo que empiezo a parecerme a Lilah…

Amanda miró a su hermana en el reflejo del espejo del tocador.

—No, yo también lo he sentido. No logro explicármelo. Y se lo hice notar.

—¿Te dijo algo? No espero caer bien a todo el mundo, pero cuando percibo un disgusto tan intenso, al menos quiero saber a qué se debe.

—Él me lo negó. No sé qué decir, Suzanna, excepto que no me parece el tipo de hombre que reaccione así, de una manera tan gratuita, ante una persona a la que ni siquiera conoce —hizo un gesto de impotencia—. No sé. Puede que ambas estemos siendo demasiado suspicaces.

—Tal vez. Bueno, todas estamos muy alteradas con la boda de C. C., y con las obras de reforma. En cualquier caso, seguro que ese hombre no me va a quitar el sueño esta noche —besó a Amanda en las mejillas—. Buenas noches.

—Buenas noches.

Mientras se acostaba, Amanda soltó un largo y profundo suspiro. Sabía que era lamentable. E irritante. Pero estaba completamente segura de que, a esas alturas, Sloan sí que le estaba quitando el sueño a ella.