De todos los recuerdos de la guerra que Pujol preservó, el de las bombas volantes fue el más intenso y perdurable. Las V1 y las V2[1] fueron su único contacto real con el conflicto. Una vez concluida la contienda, pudo comprobar muchas otras de sus consecuencias devastadoras, pero ninguna le aproximó tanto a la realidad del sufrimiento como estas nuevas armas. También en esta sofisticada fase de la lucha su actuación fue decisiva. Como ocurrió durante Overlord, aunque esta vez de forma involuntaria, se convirtió en la persona clave por ambos bandos. Para los alemanes, fue el observador atento que informó de la repercusión de las explosiones y guió los nuevos lanzamientos. Para Inglaterra, actuó como la mano cómplice que orientó estos proyectiles hacia destinos alejados de los centros de población.
La irrupción de estas armas en el escenario bélico supuso una innovación tecnológica de primer orden, si bien las primeras versiones de la VI se basaban en una mecánica todavía rudimentaria. Se lanzaban desde una rampa orientada en la posición del objetivo. La bomba simulaba la forma de un pequeño cohete propulsado por una hélice, que, tras una serie de vueltas programadas, interrumpía el giro y caía en picado. El sonido de su motor era audible a bastante distancia, pero el auténtico temor lo ocasionaba el silencio que seguía a la parada de la turbina, pues era la señal inequívoca que marcaba el momento de su descenso vertiginoso y terrorífico. La escasa precisión de este sistema obligaba a tener un observador sobre el terreno que informara sobre la hora y el lugar exacto del impacto. Mediante estos datos, los técnicos podían corregir la trayectoria en el siguiente lanzamiento. Su alcance podía superar los trescientos kilómetros y su velocidad alcanzaba los seiscientos cuarenta kilómetros por hora. Aunque las defensas antiaéreas inglesas derribaron bastantes de estos artilugios, más de dos mil V-1 cayeron sobre Londres y otras zonas del país, causando la muerte a seis mil personas.
Las sensibles mejoras técnicas que incorporó la V2 la convirtieron en un proyectil muy superior en alcance y capacidad de destrucción. De hecho, se lo considera el primer prototipo de misil balístico con motor a reacción. El 8 de septiembre de 1944 un ruido estridente, distinto al sonido metálico de las V1, resonó en el cielo de Londres durante unos segundos. Poco después, una intensa explosión destruyó varios edificios del centro de la ciudad, entre ellos un colegio, donde murieron setenta y ocho niños. Un minuto después, otro impacto similar pulverizó una manzana de viviendas en un barrio próximo. Fueron las primeras V2 lanzadas sobre Londres, conocidas pronto por el silbido repentino y agudo que precedía a su impacto. La amenaza de las V2 fue más efímera que la de su antecesora, ya que las tropas aliadas pronto descubrieron la isla báltica de Peenemünde, donde estaban situadas sus primeras rampas de despegue. No obstante, Alemania consiguió lanzar más de mil cohetes contra Londres y una cifra similar en el sur del país.
Pujol se convirtió en el hombre elegido por el OKW para informar del éxito de los lanzamientos. Meses antes ya había sido instruido por Harris y el Comité de la Doble Cruz para presionar a sus contactos alemanes, a fin de obtener información sobre las nuevas armas en estudio. En octubre de 1943, Pujol sondeó a Madrid sobre la posibilidad de que Alemania pudiera construir, en breve, cohetes con un alcance superior a las ciento veinticinco millas, pero la respuesta fue negativa. La cuestión se mantenía en el más absoluto secreto. En noviembre Kuhlenthal aseguró a Pujol que no debía alarmarse, pero el 15 de diciembre de 1943 un misterioso mensaje procedente de Madrid centró la atención del MI5:
Las circunstancias dictan que lleve a cabo su propuesta referente a establecer su residencia fuera de la capital. Este aviso es estrictamente confidencial para usted y, tomando las necesarias medidas al respecto, los colaboradores no deben sospechar en absoluto cuáles son los motivos de su traslado. En previsión de que comience la acción de amenaza, debe hacer los preparativos necesarios, los que estime oportunos, para asegurar que sus agentes mantengan el contacto con usted[2].
El Comité de los Veinte entendió que esta comunicación podía avisar del comienzo inmediato de los bombardeos. Así lo asumió también el propio Pujol, decidido por razones de seguridad a trasladarse junto a su familia fuera de la capital. Se instalaron en un acogedor hotel cerca de Taplow, el Amerden Priory Hotel, propiedad de un matrimonio de origen valenciano, los Terrada. El lugar era un apacible rincón de la campiña inglesa en la orilla derecha del río Támesis, a unos treinta kilómetros de Londres. Junto a los Pujol, se alojaban unos veinticinco clientes; entre ellos, el vicecónsul español en la capital británica, ante quien se presentó como traductor del servicio en español de la BBC.
Hasta la primavera no hubo nuevos indicios que alertaran sobre el temido ataque. El 3 de abril Madrid envió un mensaje en el que, sin citarlo expresamente, pedía a Pujol que actuara como guía para los lanzamientos de las V1. En realidad, la comunicación advertía que debía estar preparado para enviar breves informes siguiendo unas palabras en clave, tres o cuatro veces a la semana, a través de su emisora. Días después, nuevas instrucciones añadían que esta operación se denominaría «Stichling» y con este término se encabezarían los informes referidos a ella. Aún con la incertidumbre de saber con exactitud si el mencionado operativo se refería a las nuevas armas, el 13 de junio la primera V-1 cayó sobre Londres. Horas más tarde, Federico confirmó el inicio de los lanzamientos:
Por noticias que hoy se difunden por las agencias informativas parece que desde última noche se inicio el empleo del arma nueva de la que ya hace meses le di aviso. No hemos sido informados desde Central sobre este proyecto, debido sin duda a que toda atención está absorbida por operaciones en Francia[3].
Madrid completó su comunicación con un amplio mensaje en el que indicaba a Pujol cómo debía actuar. Federico le pidió que adquiriera un mapa de Londres de la editorial Pharus. En él encontraría las coordenadas que debía comunicar a Madrid sobre el lugar de los impactos. No exigía precisión, únicamente la zona y la hora aproximada:
Es de suma importancia nos informe sobre efectos bombardeos no interesando detalles parciales sino comunicando resultados como siguientes. Tomar como base un plano de Londres editorial Pharus que supongo en su poder e indicando cuántos blancos y proyectiles respectivamente cayeron en determinados cuadrados según plano, definiendo éstos por sus ordenadas y coordenadas y la hora aproximada[4].
El primer problema con el que se encontraron Pujol y Harris fue de índole práctica. El mapa Pharus citado por el Abwehr era una edición alemana de 1908 que estaba descatalogada en el Reino Unido. El MI5 recorrió sin éxito todas las librerías londinenses buscando algún ejemplar, pero fue inútil. La única copia disponible se halló en la biblioteca del Museo Británico. Garbo lo actualizó con otro callejero de la ciudad publicado por la editorial inglesa Stanford. La segunda dificultad era más compleja y de naturaleza moral. Las coordenadas que Pujol debía transmitir suponían un arma de doble filo y el MI5 se enfrentó al dilema de decidir sobre qué zonas desviar los proyectiles para alejarlos de las áreas más pobladas. Durante al menos dos semanas, nadie dio respuesta a esta trascendental duda. Sin embargo, el tiempo apremiaba. Madrid instaba a Pujol a iniciar su labor de guía, sin desatender por ello la vigilancia del FUSAG. Su misión se desdobló en dos vertientes comprometidas que sus superiores no sabían cómo resolver.
Al poco de empezar a caer las bombas volantes, los alemanes me pidieron que averiguara con exactitud los puntos de impacto para ir corrigiendo las trayectorias. Entonces, lo que hicimos fue mandarles falsas coordenadas para provocar que las bombas cayeran en la periferia de la ciudad o en sitios menos habitados. Ese trabajo nos planteó muchos problemas de conciencia. Siempre buscábamos las zonas donde la densidad de población era menor pero la elección nunca resultaba fácil. Era un juego muy complicado en donde el mínimo error podía costar miles de vidas inocentes[5].
El 18 de junio Pujol justificó el retraso de sus informes, alegando que las zonas de los impactos eran demasiados amplias. La dificultad de desplazar agentes de otras áreas con la suficiente celeridad le llevó a ofrecerse como observador directo de las bombas volantes. Durante los siguientes días, Garbo cumplió su nuevo cometido de forma discreta y poco eficiente, sin ofrecer, intencionadamente, información demasiado valiosa.
Una bomba en Bayswater Road cerca Marble Arch. Otra en Hyde Park cerca Knightsbridge. Otra en Green Park cerca de St. Georges Hospital. Otra en St. Pancras cerca estación. Otra en la Guards Chapel cerca Palacio Real. Otra cerca Belgrave Square[6].
Tras varios días de debate, el Comité de los Veinte llegó a la conclusión de que la mejor respuesta era enmudecer a Pujol y justificar de una forma creíble su silencio. De este modo, evitaría informar tanto de las bombas volantes como de la disolución ya prevista del FUSAG. También se intentaba preservar su credibilidad, no transmitiendo más información falsa que, en este caso, sí podía ser comprobada por los alemanes con cierta facilidad. No obstante, no era sencillo hacer desaparecer a Pujol sin comprometer su posterior reincorporación al servicio en las mismas condiciones. No se debía alarmar en exceso a Madrid, pero sí ser convincente para no incurrir en ninguna sospecha. La idea partió de Tomás Harris, quien ingenió su detención por la policía británica.
La noche del 3 de julio, según el relato posterior remitido a Madrid, Pujol se dirigió a la zona de Bow, en el East End londinense, para comprobar los daños causados por una bomba V-1. Entre los testigos que observaban la escena se encontraba un detective de la policía vestido de paisano que, extrañado ante su actitud se dirigió a él. Sorprendido por la presencia del agente, Pujol no tuvo tiempo de esconder el papel en el que había anotado los datos, y fue inmediatamente detenido. El fraude fue incluso más allá y también incluyó una coartada administrativa en la que no se prescindió de ningún detalle para simular una detención real.
Garbo fue supuestamente arrestado en aplicación del acta de poderes especiales de 1939 y de las regulaciones de defensa nacional de 1940, y trasladado a la comisaría de Bow. Transcurrido el periodo inicial de cuarenta y ocho horas, la policía metropolitana autorizó su interrogatorio durante una semana más. Pujol se declaró en todo momento inocente, alegando que la recogida de datos la hacía para el Ministerio de Información. Su contacto J(3) corroboró ficticiamente su versión y al sexto día fue puesto en libertad. Posteriormente, convirtió su detención en una nueva demostración de astucia ante Madrid. Sólo el jefe superior de la policía metropolitana estaba autorizado a prolongar su detención más de cuarenta y ocho horas, y no así el oficial, que adoptó esa medida extraordinaria En un gesto que los alemanes entendieron como una osadía admirable, presentó una denuncia formal ante el Ministerio del Interior por vulneración de sus derechos fundamentales. Días después, Garbo envió a Madrid la respuesta del Ministerio del Interior en la que, si bien reconocía que la policía sólo había cumplido con su misión ante la actitud sospechosa de un extranjero, asumía que el oficial responsable de su detención se había excedido en sus atribuciones. Por todo ello, el ministro le pedía disculpas personalmente, sin perjuicio de las medidas disciplinarias que pudieran aplicarse contra los funcionarios implicados en el error.
La satisfacción, incluso el profundo alivio, con que se recibió en Madrid su liberación sólo era comparable a la angustia con la que se había recibido la noticia de su detención días antes. El 4 de julio no hubo transmisión, Pujol faltó a su cita. El día 5, la expectación que esta ausencia había causado se transformó en alarma al leer el mensaje radiado en su lugar por Benedict, el agente número 3: «Arabal no regresó ayer; tampoco ha aparecido en la reunión de hoy»[7].
Las noticias recibidas el día 6 ya apuntaban el posible arresto del español, aunque no fue hasta el día 7 cuando se confirmó oficialmente su detención. Madrid, por el momento, no podía hacer nada, excepto cancelar las comunicaciones y no arriesgar la seguridad de la organización. Benedict fue instruido para salvaguardar la red y ocultar cualquier documento que pudiera comprometerles. Harris, mientras tanto, medía los tiempos con una precisión calculada. Sabía de la incertidumbre suscitada en Madrid, pero también pensaba que ésta tenía un límite, tras el cual Pujol podía quedar marcado. El MI5 meditó el tiempo de espera y el 10 de julio Pujol regresó. El día 12 Benedict reanudó la comunicación con Madrid:
La viuda acaba de informar acerca de la noticia sorprendente de que Arabal fue puesto en libertad el 10, y está de regreso en su hotel. Las instrucciones recibidas de él son darle a Arabal diez días de vacaciones, yo regresar de inmediato a Glasgow, y esperar ordenes allí[8].
El 14 de julio Garbo envió, mediante carta a Madrid, un extenso relato de lo sucedido, incluida la denuncia formulada ante el Ministerio del Interior. Aseguraba que en ningún momento se había puesto en riesgo a la red, aunque, para mayor seguridad, solicitaba permiso para suspender temporalmente la comunicación. El 23 de julio Madrid acusó la recepción de la carta y autorizó el descanso solicitado por Pujol, nombrando a Benedict su sustituto provisional. Pujol y Harris se disponían a disfrutar de sus primeros días de auténticas vacaciones desde la llegada del primero a Inglaterra en abril de 1942. Harris y su mujer, Hilda, se retiraron diez días a la casa de los padres de Sara Bishop, donde el pintor aprovechó para despertar su inactivo talento sobre el lienzo. Pujol emprendió un viaje del que posteriormente ofrecería un agradable recuerdo en su manuscrito. Primero visitó la zona más industrial del país, recorriendo Birmingham, Manchester y Liverpool, para dirigirse después a Glasgow. De regreso a Londres, Pujol conoció la casa natal de Shakespeare en Stratford upon Avon y el País de Gales. Fueron sólo diez días, pero representaron una evasión del ambiente tenso con el que habitualmente convivía. Para su sorpresa, éste no fue el único cambio con el que afrontaría su nueva y definitiva etapa como agente doble.
En esa fecha ni el MI5 ni el propio Pujol tenían ya dudas sobre la consideración que éste tenía en el Abwehr y en los cuarteles generales del OKW en Berlín. Aun así, les sorprendió muy gratamente un mensaje recibido el 29 de julio. En él, y con la solemnidad que la ocasión merecía, Kuhlenthal expresaba su «satisfacción y felicidad» al poder anunciar que Hitler le había concedido la Cruz de Hierro de segunda clase, una condecoración destinada exclusivamente a combatientes que hubieran acreditado una acción excepcional de guerra o una trayectoria continuada de valentía en el frente. En realidad, la medalla nunca llegó a entregarse, ni salió siquiera de Berlín, pero el proceso burocrático seguido para su concesión ilustró fielmente el interés personal con que sus controladores alemanes en Madrid demandaban un reconocimiento oficial hacia su más insigne colaborador.
Tras la aprobación inicial, en julio de 1944, el Gobierno alemán, atendiendo a nuevos cambios en su estructura militar y de inteligencia (posiblemente los derivados del fallido atentado contra Hitler), había revisado su caso y llegado a la conclusión de denegar la medalla, debido a que únicamente los súbditos alemanes podían aspirar a ella. La estación del Abwehr en Madrid protestó airadamente ante este cambio de actitud y exigió la devolución de la insignia original con la que Pujol había sido premiado. Berlín se negó y propuso a cambio concederle la medalla de la División Azul, para lo que sugirió su inscripción en esta unidad de voluntarios españoles que habían combatido junto a Alemania en el frente ruso. Kuhlenthal rechazó este ofrecimiento y planteó su demanda ante las más elevadas instancias del ejército alemán. Según describe Tomás Harris en su informe oficial, el asunto llegó a oídos de Hitler, quien decidió personalmente hacer una excepción con el espía español y concederle, como en un principio se había acordado, la Cruz de Hierro de segunda clase. El asunto quedó zanjado con su mediación. Pero entonces fueron otros los problemas que impidieron su entrega; esta disputa administrativa había durado meses y Alemania estaba al borde del colapso. La comunicación terrestre con España había quedado interrumpida tras la conquista aliada de Francia y la condecoración nunca llegó a Madrid.
El interés expresado por Kuhlenthal reflejaba una lealtad hacia Pujol que, obviamente, nunca fue correspondida. El día que se supo en Londres que Pujol había sido condecorado con la Cruz de Hierro II, la segunda en importancia en el escalafón militar alemán, los oficiales del MI5 acogieron este hecho con sorpresa e ironía, también con la satisfacción que expresaba el alcance de su propio triunfo.
Les contesté inmediatamente que estaba muy contento con la distinción, que la iba a ostentar con orgullo y que, a pesar de los momentos difíciles que estaba pasando el III Reich, no había que perder la esperanza en el triunfo de nuestros ideales. Fue el mensaje de un nazi desesperado. Pensé incluso que iban a mandar la condecoración a mi familia, pero los rusos ya estaban en Polonia y los acontecimientos se precipitaron muy rápidamente hacia el final de la guerra. Tommy —así era conocido coloquialmente Harris— y todos los oficiales del MI5 se reían como locos cuando se enteraron de que los alemanes me habían condecorado[9].
La reacción oficial fue muy distinta. En un estilo calculadamente entusiasta, Pujol respondió a Madrid sin ahorrarse ningún exceso con el que disimular sus auténticos sentimientos:
En este momento, cuando me embarga la emoción, no puedo expresar con palabras mi agradecimiento por la condecoración concedida por nuestro Führer, a quien humildemente y con todo respeto manifiesto mi gratitud por la alta distinción con la que me ha honrado, y de la cual me siento indigno, ya que nunca he hecho otra cosa que lo que consideraba era mi deber. Además, debo aclarar que este premio no ha sido ganado sólo por mí, sino también por Carlos —Kuhlenthal— y los demás camaradas que, con sus consejos y su entrega, han hecho posible mi trabajo aquí, de tal modo que las felicitaciones deben ser extensivas a todos ellos. Mi deseo es luchar con más ardor aún para ser merecedor de esta medalla, concedida exclusivamente a aquellos héroes, mis compañeros en honor, que luchan en el frente de batalla[10].
Lo cierto es que este reconocimiento procedente del campo enemigo activó una actitud similar en el bando británico. Tomás Harris, avalado por el Coronel T. A. Robertson y el director general del MI5, sir David Petrie, inició rápidamente los trámites para la concesión de la medalla de Member of British Empire (MBE). La MBE, considerada una de las más preciadas condecoraciones que otorga el Reino Unido después de la CBE y la OBE[11], se concede habitualmente a ciudadanos británicos y su nombre es publicado en la London Gazette, como reconocimiento público. Sin embargo, en el caso de Pujol se hizo una doble excepción. Su nombre no se divulgó, por razones de seguridad, y únicamente fue inscrito en un anexo secreto en la Cancillería General de las Ordenes de Caballeros, con la anotación de que toda investigación sobre él fuera inmediatamente comunicada al MI5. Esta restricción permaneció vigente hasta el regreso de Garbo a Inglaterra en 1984.
La ceremonia de entrega también se realizó en el más estricto secreto en un club privado londinense, en diciembre de 1944. Asistieron sus más próximos colaboradores y la plana mayor del servicio de contraespionaje; en total, unas quince personas. Sir David Petrie pronunció unas palabras de introducción y acto seguido le entregó la medalla. Tomás Harris comenzó a golpear la mesa. En un instante fue secundado por el resto de los asistentes, provocando un ruido ensordecedor mientras coreaban el nombre de Garbo al unísono. Juan Pujol apenas pudo expresar su agradecimiento entre los gestos de felicitación de sus compañeros, más propios de una celebración de distinta naturaleza que del formalismo que se presumía en este acto. Aunque no trascendiera su nombramiento, no hay constancia documental de que ninguna otra persona fuera condecorada por ambos bandos durante la Segunda Guerra Mundial.
Al regreso de su periodo de descanso, Garbo hizo creer que las actividades de sus agentes habían sido igualmente activas en su ausencia y describió a Benedict como un eficaz y competente sustituto. Pero, una vez incorporado, asumió de nuevo la responsabilidad de poner fin a Fortitude, con la misma habilidad con que meses antes la había iniciado. Su red preparó progresivamente el escenario para justificar la inexistencia del desembarco en Calais y la desaparición del FUSAG. El 31 de agosto Benedict envió una extensa comunicación en la que, remitiéndose a fuentes militares y en particular al colaborador 4(3), afirmaba que «el plan original del FUSAG para atacar el paso de Calais se ha cancelado definitivamente»[12]. Para respaldar este cambio de estrategia, la organización alegó que el positivo desarrollo de la operación en Normandía había hecho desistir finalmente de la ofensiva en Calais.
Ni siquiera entonces hubo reproches ni síntomas de desconfianza hacia Pujol. Su credibilidad, sorprendentemente, parecía intacta, cobijada bajo un manto protector tan resistente a las intrigas como inmune a las sospechas. Pero sólo lo parecía. Cuando creía superada con éxito la prueba más decisiva, un incidente imprevisto se convirtió en la mayor amenaza para su continuidad.
Una mañana de finales de agosto de 1944, el entonces responsable de la sección V del MI6 en Madrid, Jack Ivens, recibió una llamada en su oficina de la calle Montesquinza. Roberto Buénaga, un español relacionado con la Dirección General de Seguridad y muy vinculado con el Abwehr en España, se ofreció, a cambio de una sustanciosa cantidad de dinero, a informar de quién era el más importante agente alemán en Londres. Ivens, incrédulo en un principio, sometió a su interlocutor a una serie de preguntas que acabaron por convencerle de que Buénaga sabía más de lo que ocultaba y que, con toda seguridad, el objeto de su indiscreción no era otro que Juan Pujol[13]. Si Londres ignoraba la denuncia, podía ser entendido como la demostración de que Pujol estaba trabajando para ellos. Si aceptaba su propuesta, el Abwehr podría sospechar que Arabal había sido denunciado por un traidor y quedaría anulado como confidente. La posibilidad de asesinar a Buénaga también fue estudiada y finalmente descartada. El MI5 decidió rechazar estas ideas y optó por una intermedia, en la que el propio Garbo debía asumir la iniciativa.
Pujol remitió un mensaje a Madrid en el que daba cuenta de que su correo, J(1), había contactado en Lisboa con una persona que le había confesado el intento de un colaborador del Abwehr de denunciar una activa red de espionaje en el Reino Unido, dirigida por un español. Señaló a su informador como un conocido tratante en el mercado negro, relacionado con el MI6 en Portugal y habitualmente bien informado. A través de él, identificó al supuesto traidor como Roberto Buénaga y anunció su salida de Londres para ocultarse en el sur de Gales junto al agente número 4, Camillus, confinado allí desde el inicio del desembarco de Normandía. Suspendió todas sus comunicaciones personales, aunque la red siguió operativa bajo la supervisión de Benedict. También anuló su caja de seguridad en el banco de Lisboa, donde solía recibir sus cartas, y facilitó una nueva dirección de seguridad en la capital portuguesa.
La precipitación con la que Pujol actuó, ante el riesgo de ser descubierto, fue la excusa perfecta para no tener que solicitar de Madrid autorización a estos cambios. Sus contactos alemanes respondieron que Buénaga no estaba al corriente de su identidad ni de su red de colaboradores. Sin embargo, días después Ivens recibió de él la identidad completa de Pujol, la de su mujer y su dirección en España. Desde entonces y hasta el final de la guerra, Garbo vivió supuestamente en su alejado refugio galés en la más absoluta discreción, pero no desconectado de sus agentes. Periódicamente se reunía con Benedict, ya confirmado como su sucesor al frente de la organización, y dirigía en la distancia la labor del resto de colaboradores[14].
En su carta de respuesta, Kuhlenthal felicitó a Pujol por la rapidez con la que había actuado y la habilidad con la que había sabido interpretar la amenaza que representaban los testimonios obtenidos a través de su correo. Paradójicamente, a partir de este momento Madrid y Londres invirtieron los papeles. Garbo se convirtió en el enemigo público del servicio secreto inglés, mientras que el espionaje alemán hizo todo cuanto pudo por ocultarle y protegerle. En realidad, nunca abandonó Londres, pero esta coartada le permitió, por primera vez desde su llegada a Inglaterra, ocupar una relevancia secundaria en el diseño de la estrategia de fraude respecto a Alemania. En esta nueva etapa clandestina destacan, por su atrevimiento, los textos dirigidos a confirmar su situación de prófugo. En varias ocasiones, al menos en tres, envió a Madrid cartas manuscritas, que debían ser franqueadas en España y remitidas por correo ordinario a Londres para dar la impresión de que había conseguido huir a su país y que, desde allí, mantenía correspondencia con su esposa. Estas cartas fueron enviadas por Kuhlenthal desde Sevilla, Burgos y Madrid, en marzo y abril de 1945. El falso remitente firmaba como José Romero, y con ellas se culminó la estratagema de hacer creer al Abwehr que Pujol era un fugitivo en Inglaterra[15].
Pujol también envió varios mensajes advirtiendo sobre el acoso al que su mujer era sometida por las autoridades británicas. Madrid creyó que Araceli había sido interrogada y que permanecía bajo constante vigilancia. Llegó a ser declarada, siempre según la versión transmitida por Garbo, persona non grata por el Gobierno británico, decidido en los primeros meses de 1945 a aprobar su deportación. Apelando a razones humanitarias y a la corta edad de sus dos hijos, Londres aceptó su salida voluntaria del país con destino a España, adonde regresó el 1 de mayo de 1945, una semana antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial. Para evitar mayores problemas, Pujol pidió a sus superiores alemanes que evitaran ponerse en contacto con ella, ya que les culpaba de ser los causantes de esta situación.
El incidente Buénaga también dejó otras secuelas, y no fue la menos importante su utilización para dar cobertura a una campaña política de acoso al Gobierno de España. Conocida la delación de Buénaga, Pujol atribuyó la misma a una filtración procedente de la Embajada alemana, en concreto de Friedrich Knappe. Este forzado maniqueísmo pretendía dividir a sus adversarios y coadyuvar en una estrategia de mayor calado diseñada por el Foreign Office para presionar diplomáticamente al Gobierno de Franco. Como dos años antes había sucedido con Luis Calvo, el Gobierno británico se sirvió del agente alemán para denunciar la ficticia neutralidad española.
Desde finales de 1944, los servicios de inteligencia británicos estudiaban la manera de desenmascarar a Federico y evidenciar ante el Gobierno español sus actividades como instructor y supervisor de agentes alemanes en el Reino Unido. El objetivo era conseguir su expulsión de España o, en el mejor de los supuestos para el MI5, aceptar su entrega a las autoridades británicas. Tomás Harris, incluso, había elaborado un cuestionario sobre las actividades de Knappe y se había ofrecido a viajar a España para interrogar personalmente a Federico, en el hipotético caso de que el Gobierno español cediera a las exigencias del británico. Este cuestionario, conservado en los archivos del MI5, es un breve recopilatorio de las actividades de espionaje de súbditos españoles en territorio británico y de la relación de Knappe con todos ellos. El aspecto crucial del mismo era conocer la identidad y la organización que trabajaba para un espía clasificado como «x» y que, según todos los indicios, era evidente que se trataba de Arabal. El interrogatorio redactado por Harris comenzaba así:
Conocemos todas sus actividades en relación con las actividades de espionaje de Piernavieja del Pozo, Alcázar de Velasco, Ejysmont o Korab y Calvo. Sus actividades llegaron a su fin hace tiempo, pero sabemos que tras el descubrimiento de Alcázar de Velasco como jefe de la organización de espionaje español en el Reino Unido, usted nombró un sustituto, y sabemos, por el interrogatorio a Calvo, que este sustituto estaba entrenado para operar la radio que previamente Alcázar de Velasco había traído personalmente a Gran Bretaña. Sabemos que el espionaje español en el Reino Unido a través de falangistas, desde la época de Velasco, había operado bajo la cobertura de ser un «rojo» exiliado y con ciertos vínculos con el Ministerio de Información. En consecuencia, algunos republicanos españoles que habían sido asistidos por Alcázar de Velasco han sido arrestados y sus actividades a favor de Alemania suprimidas… Responda a las siguientes preguntas:
1. Nombre completo de todos los colaboradores en la organización española de espionaje operando en el Reino Unido bajo la dirección de «x»[16].
Para reforzar esta campaña de acoso sobre el oficial del Abwehr, la Embajada de Gran Bretaña en Madrid presentó una protesta formal ante el Ministerio de Asuntos Exteriores español el 14 de diciembre de 1944, denunciando la existencia de un importante espía español en el Reino Unido, dirigido desde Madrid por agentes alemanes y en particular por Friedrich Knappe. También se recurrió a los representantes norteamericanos y al FBI, cuyo agente local en Madrid presentó como prueba la declaración de Aladrén, uno de los periodistas integrantes de la red Tô de Alcázar de Velasco. Según los informes del MI5, Lequerica, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores español, se mostró partidario de aceptar la petición británica. Sin embargo, ésta nunca prosperó. Federico no fue interrogado ni entregado. No obstante, su actuación era ya excesivamente comprometida para seguir permitiendo su continuidad. En febrero de 1945 se le retiró del caso Arabal y unos meses después, junto a otros funcionarios alemanes, fue deportado a Caldes de Malavella (Girona) para acallar las exigencias aliadas. Pero este destierro no supuso el fin de su relación con Pujol.
Los textos de Garbo en los últimos meses de la guerra representaron la culminación perfecta a su labor de engaño. Adquirieron un convencimiento ideológico fuera de toda duda y un compromiso con la causa nazi más allá de una derrota que consideraba sólo temporal. Jamás dejó traslucir un ápice de derrotismo en sus mensajes. Hasta el último día, mantuvo un apego a sus falsos ideales que sorprendía por su firmeza, incluso a sus controladores alemanes, convencidos sin excepción de la inquebrantable fidelidad de Pujol. Hay numerosas muestras de este simulado fanatismo en sus últimas cartas. También las hay de la admiración, gracias a la cual sus contactos en Madrid le consideraban más un amigo que un colaborador. Una de las pruebas más evidentes de este aprecio es la carta recibida por Pujol el 1 de enero de 1945, y fechada en Madrid el 12 de diciembre de 1944:
Querido amigo y colega, se acercan las fechas que en tiempos normales serían días de gran alegría para todos nosotros. Estamos viviendo horas decisivas para el futuro de la humanidad, para la civilización europea y, con seguridad, para todo el mundo…
Apreciamos su personalidad, su carácter, su valor, todas estas virtudes que distinguen al caballero. A pesar de todo, tengo la esperanza de que lo que he escrito haya servido para que comprenda lo que mi falta de capacidad de expresión por escrito me ha impedido quizá darle a entender de manera adecuada. Aquí, en el pequeñísimo círculo de colegas que conocemos su historia y la de su organización, hablamos tan a menudo de usted que con frecuencia tenemos la sensación de que estamos viviendo los incidentes que usted nos relata, y sin la menor duda compartimos plenamente sus preocupaciones. A este respecto sé que al acercarse la Navidad usted sufrirá muchos momentos amargos al tener que pasar estos días separado de las personas que más significado tienen para usted. A pesar de todo, confío en que la satisfacción de contribuir, mediante la organización que ha creado, a la causa sagrada de la lucha por el mantenimiento del orden y la salvación de nuestro continente, le dará la serenidad y la fuerza moral que le permitan continuar adelante con nosotros hasta que hayamos superado nuestros obstáculos[17].
Documento expedido por la Dirección de Seguridad en el que se autoriza a Fritz Knappe a cruzar las fronteras libremente. Este salvoconducto fue utilizado por «Federico» para viajar a Lisboa a recoger la correspondencia de Pujol (archivo familiar Knappe).
A través de sus siguientes mensajes, Pujol acentuó el tono trágico de su situación, agravando la sensación de desamparo que tanto había impresionado a sus responsables en Madrid. Describió la granja en la que supuestamente se ocultaba en Gales como un lugar inhóspito, casi inhabitable, donde no había luz eléctrica ni agua corriente, en el que la comida era muy mala y la climatología en esa época del año, insufrible. Para añadir mayor dramatismo a su ficticio escenario, dibujó un cuadro desalentador de las personas con las que convivía: un matrimonio de ancianos, propietarios de la casa y nacionalistas galeses, con los que Pujol apenas podía comunicarse en inglés, y un desertor belga, callado y obsesionado con su arresto, que apenas emitía alguna palabra y solía pasar casi todo el día en el sótano de la casa.
Alternaba estas descripciones con arengas impropias de su misión como espía, pero eficaces para sostener su doble juego. El 8 de abril remitió desde su refugio galés una de sus cartas más extensas, de ocho folios, que concluía con la siguiente frase: «La guerra, a pesar de todos los éxitos conseguidos por nuestros enemigos, no está perdida ni lo estará mientras exista un solo soldado alemán con su arma dispuesta a luchar»[18]. Esta imagen de nazi irreductible pretendía también allanar el camino para la que era la última misión encomendada por el MI5: prolongar sus contactos con agentes nazis en la clandestinidad y, a través de ellos, obtener información en los territorios bajo control de la URSS. Para reforzar esta idea, el 1 de mayo envió un texto en el que anunciaba claramente su intención de mantener activa su alianza en defensa de Alemania:
Sus últimos mensajes llegados después del reciente golpe anglosajón bolchevique me dejan preocupado por lo que apelo a la cooperación más estrecha de ustedes en el desarrollo de nuestros planes en estos momentos críticos, pues presagio que será más esencial que nunca que nuestras organizaciones secretas por todo el mundo funcionen con la máxima eficacia para poder servir a nuestro caudillo y jefes que nos dirigen en esta causa[19].
Antes de suprimir las comunicaciones entre Madrid y Londres, Pujol volvió a insistir:
Estoy convencido de que si llegamos a tomar las medidas necesarias para organizamos adecuada y eficientemente en estos momentos podremos mantener los contactos con el tres y el cinco y así seguiremos controlando una red cuyos beneficios nos pueden ser de un valor incalculable en el porvenir[20].
Ese mismo 1 de mayo de 1945, Kuhlenthal notificó a Garbo que suspendiera todas las actividades de espionaje. La rendición todavía no era oficial, pero en términos militares la guerra hacía días que había concluido. El 3 de mayo Pujol asumió la derrota y pidió a Madrid que destruyera todos los documentos comprometedores sobre él que obraran en su poder. Aseguró que había regresado a Londres y que se hallaba alojado en el domicilio particular de Benedict para ultimar el plan de fuga. Tres días después, el 6 de mayo, sus contactos alemanes le enviaron un mensaje con connotaciones de despedida:
Agradecidos sus últimos mensajes especialmente sus ofrecimientos colaboración incondicional. Muerte heroica nuestro líder nos marca claramente líneas a seguir. Cualquier trabajo y esfuerzos futuros caso realizarse serían dirigidos exclusivamente contra amenaza coalición del este. Solamente una estrecha unión de todas las fuerzas sanas de Europa y América podrá conjurar este tremendo peligro ante el que todas las demás cuestiones pierden importancia. Comprenderá que ante evolución rapidísima situación última semana nos es completamente imposible decirle hoy si más adelante podremos dedicarnos al trabajo sobre la base arriba indicada, para cuyo caso, sin embargo, esperaríamos poder contar con su amistad probada y enorme experiencia cuestiones servicio. Aprobamos pues plenamente su proyecto regreso España, donde una vez llegado se ocuparía de los planes nueva organización orientada hacia Este, quedando suspendido trabajo en esa [Inglaterra][21].
Tras esta respuesta, la salida de Pujol de Inglaterra se convirtió en una etapa más de su misión. Con la finalidad de hacer creíble su fuga, Pujol volvió a reclamar a Madrid el envío de documentación falsa que le acreditara como un exiliado español. Por su parte, contribuyó a enriquecer su coartada con un cambio de imagen que facilitara la creencia de que su huida era real. El cambio más evidente fue una poblada barba oscura, insólita en su tradicional aspecto impoluto y cuidado. Llegó a hacerse una fotografía con ella y la envió a Madrid para que la adjuntaran en su nueva documentación. Pero ésta nunca llegó a sus manos. El caos en el que Alemania estaba sumida imposibilitó más ayuda de la Embajada alemana que la puramente testimonial.
El 5 de mayo solicitó instrucciones por radio para reanudar el contacto con Madrid una vez que emprendiera su fuga. La respuesta alemana reconocía la imposibilidad de prestarle ayuda material y le recomendaba que actuara por sus propios medios. Finalmente, le citaban a una nueva transmisión el día 7. Pujol aguardó impaciente la nueva comunicación, mientras repasaba la cadena de hechos que se habían sucedido en la última semana, con una precipitación que apenas permitía valorar su trascendencia histórica. El 30 de abril Hitler y Eva Braun se habían suicidado en el búnker de la Cancillería. El 1 de mayo el ministro de Propaganda, Goebbels, su mujer y sus seis hijos siguieron idéntico destino. El 2 de mayo Berlín había sido capturado por el ejército soviético.
Parecía inevitable concederse una tregua, pero Garbo no disimulaba su preocupación por el capítulo todavía inacabado de su actuación. El 7 de mayo, mientras aguardaba la transmisión de Madrid, Harris entró en el despacho abriendo la puerta con un ímpetu que presagiaba la importancia de la noticia que portaba: Alemania se había rendido incondicionalmente. El general Jodl había firmado la capitulación ante Eisenhower en su cuartel general en Reims. Veinticuatro horas después, el mariscal Keitel firmó una segunda capitulación ante el general soviético Zukov, que suponía el reconocimiento pleno de la derrota alemana. El día 7 Madrid sólo conectó para informar que la comunicación prevista se retrasaba un día más. Harris y Pujol perdieron la esperanza, convencidos de que Madrid había suspendido definitivamente el contacto.
El 8 de mayo de 1945 pasó a la historia como el día de la victoria. El triunfo desató la tensión contenida tras casi seis años de guerra de todo un pueblo, necesitado de liberar su angustia con la misma entrega con la que antes había compartido las privaciones y el dolor. Londres desterró su pasado inmediato para vivir con euforia el día más intenso de su historia reciente, el mismo que nunca olvidarían quienes lo compartieron.
Y entre ellos no faltó Juan Pujol. Anónimo entre la multitud, como cuarenta años después sucedería en Normandía, irreconocible tras su barba de porte bohemio, transitó entre la multitud, acompañado de Harris[22]. A pesar del júbilo con el que se sumaron a la celebración, regresaron al despacho para enviar un último y definitivo mensaje. Ni siquiera en ese momento Garbo rebajó el grado de compromiso con la causa nazi. Tampoco cedió en solemnidad y aparente consternación. Su inmutable firmeza fue la culminación magistral con la que cerró el ciclo iniciado cuatro años antes. Eran las 19:19 del 8 de mayo de 1945:
Comprendo la situación y la falta de liderazgo debido al inesperado final de la lucha militar. La noticia de la muerte de nuestro querido jefe sobrepasa los límites de nuestra profunda fe en el destino que le espera a nuestra pobre Europa, pero sus hechos y la historia de su inmolación por querer salvar al mundo del peligro de la anarquía que le amenaza perdurará siempre en el corazón de todo hombre de buena voluntad. Su recuerdo, como usted dice, nos alienta para continuar el camino y la conducta nuestra a seguir. Hoy más que nunca reafirmo mi empeño en mis creencias y seguro estoy que llegará un día no muy lejano en que revivirá la noble lucha por él iniciada para salvarnos de la época caótica de barbarismo que se avecina[23].
Sin embargo, el cinismo de su discurso actuó nuevamente como un resorte para sus controladores alemanes. Cuando Harris, Haines y Pujol se marchaban persuadidos de que no habría respuesta de Madrid, la radio comenzó a recibir un último mensaje, el definitivo del Abwehr y en el que tantas esperanzas había depositado el MI5:
Para tomar contacto con persona encargada en Madrid rogamos frecuentar todos los lunes, de 20:00 a 20:30, a partir del cuatro de junio. Repito junio. Café-bar La Moderna, calle Alcalá 141, sentado fondo local llevando periódico London News, donde se presentará algún lunes persona que le saludará de parte de Fernando Gómez. Por razones de seguridad, dicha persona no tiene conocimiento alguno relacionado este asunto y rogamos por tanto no hacer preguntas, pero puede entregar carta para don Fernando con sus señas. Mientras no reciba otro aviso, debe continuar procedimiento. Repetimos que no podemos asegurar si realmente conseguiremos más adelante reorganizar servicio orientado hacia el Este ni para qué fecha nuestro eventual encargado podrá encontrarse Madrid[24].
Esta comunicación marcó el punto y final de las transmisiones de Pujol y de su actividad como supuesto espía alemán, pero no como agente doble. Todavía debía encontrarse personalmente con sus superiores en Madrid y comprobar no sólo sus intenciones, sino también convencerse de que no tenían ninguna sospecha sobre él. Antes de regresar a España, el MI5 puso en marcha un plan de fuga que durante varias semanas le llevaría por Estados Unidos y varios países latinoamericanos.
Abandonar el Reino Unido no resultó una empresa sencilla. Para evitar problemas posteriores, Pujol quería entrar en España con su documentación auténtica y todos sus visados en regla, lo que implicaba que su pasaporte debía ser sellado por las autoridades británicas con el permiso de salida, y después comprobado en Madrid. Este trámite ordinario difícilmente encajaba con su coartada de prófugo que había abandonado el Reino Unido ilegalmente. Tan flagrante contradicción podría llegar a oídos de los funcionarios alemanes, todavía muy bien relacionados con la Dirección General de Seguridad. La alternativa fue idear un extenso viaje a América, durante el cual Pujol podría solicitar un nuevo pasaporte, en algún consulado español, sin rastro de su etapa londinense, alegando que el anterior se había extraviado. Decidido a no regresar a España ni a permanecer en el Reino Unido, este recorrido también le permitiría elegir el país en el que establecerse. Había un tercer motivo para emprender su periplo transoceánico: el director del FBI, John Edgar Hoover, quería conocer a la persona que se ocultaba bajo la identidad de Garbo.
Antes de iniciar el viaje, el MI5 dotó a Pujol de la cobertura con la que facilitar su entrada en los países que tenía previsto visitar. Se le hizo pasar por un estudiante de Arte de la Universidad de Londres, interesado en documentar la influencia de la arquitectura española sobre las edificaciones coloniales en Latinoamérica. El Instituto Courtauld de Arte de la Universidad de Londres, dirigido durante años por Anthony Blunt, redactó varias cartas de recomendación para el supuesto investigador español.
A principios de junio de 1945, Pujol abandonó Gran Bretaña, junto a Tomás Harris, en un hidroavión Sunderland desde Southampton, con destino a los Estados Unidos. Desde su llegada a Londres, no había abandonado su país de acogida. La casualidad quiso que en ambos casos fuera un hidroavión el medio que le transportara de sus sueños a la realidad. Mientras despegaba, la porción de tierra que se extendía bajo sus ojos le recordó la primera visión que había tenido de Inglaterra tres años antes. El contraste entre ambos momentos de su vida evidenciaba, mejor que ningún otro reconocimiento, el éxito personal con el que afrontaba su última etapa en el servicio secreto. Aquel Pujol, expectante y asombrado, que no hablaba inglés ni jamás había pisado suelo británico, poco tenía en común con este otro, experimentado y seguro, convertido casi en una leyenda revestida de misterio, a la que muy pocas personas tenían acceso.
Una de ellas iba a ser J. Edgar Hoover, uno de los hombres más temidos y temibles de la administración norteamericana. Nadie como él acumuló tanto poder en la sombra en la historia reciente de Estados Unidos. Su ambición desmedida fue el resorte sobre el que este modesto funcionario del Departamento de Justicia escaló posiciones hasta llegar a la dirección de la policía federal en 1924. Desde entonces, moldeó la institución a su medida y se sirvió de ella para mantenerse en el cargo de forma vitalicia. En 1935 transformó la policía federal en el FBI[25] y, a través de él, consagró su poder y amplió su influencia. Poco antes de su muerte, en mayo de 1972, Hoover resumió en una entrevista la filosofía personal que había guiado su actuación, al asegurar que lo primero es la ley y el orden; la justicia es secundaria.
Pujol y Harris llegaron a Baltimore tras veinticuatro horas de vuelo. Desde allí se dirigieron a Washington, y esa misma noche cenaron con J. Edgar Hoover en el refugio subterráneo construido bajo su residencia oficial. Nada trascendió de esta reunión, excepto el escueto comentario con el que Pujol se refirió a ella en su manuscrito: «Hoover se interesó mucho por mis actividades como agente doble y me mostró una gran afabilidad, pero en ningún momento me ofreció un trabajo».
La brevedad con la que Pujol citó este episodio no se correspondía con el paradójico escenario que deparó. Sentados a la misma mesa se hallaban uno de los mayores enemigos del comunismo, Hoover, y uno de los hombres, Harris, sobre los que más sospechas recaerían de haber sido un activo agente soviético.
Después de este encuentro, y tras una breve estancia en Nueva York, Pujol emprendió en solitario un largo viaje que le llevó a Argentina, Bolivia, Méjico y finalmente a sus dos destinos preferentes: Cuba y Venezuela. Cuando llegó a La Habana, le fascinó la ciudad. Se alojó en el casco histórico y decidió instalarse en la isla. Sin embargo, las autoridades cubanas le denegaron el permiso de residencia permanente. Lo intentó de nuevo en Venezuela y, en esta ocasión, no encontró ningún obstáculo para establecerse en el país. Cautivado por la belleza de Venezuela y la prosperidad en que entonces vivía, Pujol concluyó su búsqueda en Caracas:
Buscaba un lugar que fuese seguro y cómodo, exento de extremismos nacionalistas, y cuyo futuro resultase próspero. Quería hallar un país democrático en que pudiera establecerme con carácter definitivo. Por último, decidí quedarme en Venezuela[26].
En Venezuela acometió la última parte de su plan de fuga. Acudió al consulado español y solicitó un pasaporte nuevo, con la excusa de haber perdido el anterior[27]. También obtuvo del Gobierno venezolano todos los documentos que necesitaba para quedarse de forma indefinida: una autorización de residencia, una cédula de identidad y un permiso de conducir. Con todos sus papeles en regla, y sorteados los últimos obstáculos administrativos, embarcó en el trasatlántico Cabo de Buena Esperanza rumbo a España.
Llegó a Barcelona el 9 de agosto de 1945, el mismo día en que EE UU lanzó sobre Nagasaki la segunda bomba atómica. No había estado en su país ni en su ciudad natal desde 1941. Una ausencia tan prolongada hizo del reencuentro con su madre y hermanos una emotiva celebración, sólo superada por la curiosidad con la que sus familiares le preguntaron acerca de su estancia en Londres. Refugiado en un silencio comprometedor y en respuestas evasivas, Pujol eludió decir la verdad. Poco después, se despidió para dirigirse a Madrid, el último destino del largo viaje iniciado dos meses antes. En la capital española le aguardaban Tomás Harris y Desmond Bristow. Juntos organizaron la búsqueda de sus controladores alemanes. Pujol no sólo pretendía dar satisfacción a la demanda del MI5 de reanudar el contacto, sobre todo deseaba comprobar que ninguno de sus superiores en el Abwehr sospechaba o había sospechado de su lealtad. Sin esta confirmación, su futuro estaría sometido a la duda y al miedo.
El primer método para entablar contacto fue el establecido en la última comunicación por radio. Sin embargo, no dio resultado. Durante varios días acudió sin éxito a la cita en el bar La Moderna. Inició entonces un seguimiento de los lugares donde se pensaba que Federico y Kuhlenthal podían estar ocultos. Pujol acudió al domicilio particular de Knappe. Nadie contestó. Su hermana, residente en el mismo inmueble, le confirmó que Friedrich y su familia vivían en algún lugar próximo a Barcelona. Pujol dedujo que debía continuar en Caldes de Malavella. En una fecha incierta, posiblemente el 28 de agosto de 1945, viajó hasta este balneario próximo a la frontera francesa, dispuesto a entrevistarse con su antiguo superior. Durante el largo viaje a Girona, tuvo tiempo de recordar su pasado reciente. Retenía visible la imagen de Federico desde su primer encuentro, recordaba su pelo negro hacia atrás y su mirada confusa, su ademán característico al sujetar un pitillo y su tono de voz, de imperceptible acento alemán. No le había parecido una persona compleja ni enigmática, más bien todo lo contrario: previsible y sencillo. No juzgaba su participación en la guerra; para él, era simplemente un adversario, más que un enemigo, la llave que le había abierto la puerta a un mundo inaccesible, y la persona que ahora debía cerrarla definitivamente.
Cuando se encontró frente a frente con él, un amago de tensión crispó la mirada de ambos, seguido de un gesto de inconfundible asombro en el alemán, quien no pudo ni supo ocultar su disgusto. Junto a él se encontraba su mujer, Johanna. El saludo fue frío y distante. Federico disculpó su falta de cordialidad con el argumento de que la policía española le prohibía recibir visitas sin su aprobación. Sugirió que le siguiera discretamente a un bosque próximo, donde podrían hablar con mayor tranquilidad. Tras vencer su prudencia inicial, Knappe confesó que estaba viviendo una situación desesperada ante el temor permanente de ser repatriado. Relató que las autoridades españolas, cediendo a las presiones británicas, ordenaron finalmente su expulsión a Alemania, pero sus compañeros en la Embajada demoraron su salida con diversas excusas hasta que la supresión del servicio aéreo entre Madrid y Berlín impidió su deportación. Fue en ese momento cuando se ordenó su internamiento en Caldes de Malavella. También reconoció que había sido apartado de su caso durante los últimos meses de la guerra y desconocía las vicisitudes de la organización Arabal desde principios de 1945. Le formuló numerosas preguntas sobre su salida del país y se interesó por conocer cuál había sido el destino de los integrantes de la red. A Pujol le ofreció la impresión de un hombre abatido, triste, preocupado por su situación personal y consternado por la derrota de su país[28].
Apenas mantenía contactos con sus antiguos compañeros, ni estaba al corriente de sus planes. Del primer interlocutor de Pujol, Emilio, le comentó que había regresado a Alemania. De Kuhlenthal le facilitó voluntariamente la dirección donde se ocultaba en Ávila e incluso le recomendó que fuera a verle[29]. Terminó su monólogo con una reflexión sobre su futuro: nunca permitiría ser repatriado a su país, antes viviría como prófugo en España. Pujol se ofreció para ocultarle en un lugar seguro, pero rechazó el gesto, alegando que no quería comprometer más su situación. Fue entonces cuando el español le reveló sus planes de abandonar el país y vivir en Latinoamérica. Esta posibilidad sí estimuló idénticos anhelos en Federico y le solicitó ayuda para evadirse y llegar hasta América. Pujol le respondió vagamente, instándole a ponerse en contacto con él, pasados algunos meses, a través de la dirección de su cuñado en Lugo.
Tras una hora de conversación, el nerviosismo de Knappe se acrecentó y dio por concluida la entrevista. Optaron por despedirse allí mismo. Nunca volvieron a encontrarse, aunque tres años después Federico intentó cobrarse la deuda contraída por Pujol esa mañana.
Unos días más tarde, huyó de Girona y regresó a Madrid, bajo la protección y el amparo de su amigo Alcázar de Velasco.
Tras consultar con Harris y Bristow, Garbo se dirigió a su segunda cita, en la dirección de Ávila donde residía el matrimonio Kuhlenthal[30]. Llegó a principios de septiembre a la ciudad castellana. Sus murallas medievales le parecieron una metáfora de la acogida reservada con la que preveía ser recibido. Se equivocó. No hubo ninguna actitud hostil en su anfitrión, excepto la sorpresa inicial. A diferencia de Federico, Kuhlenthal expresó una sincera alegría al reencontrarse con quien había sido su mejor agente. Le preguntó sobre su salida de Inglaterra y el método utilizado para evitar la vigilancia británica. Tampoco reparó en comentarios jocosos sobre este último capítulo, asumido como el brillante colofón a una actuación admirable.
La primera impresión de Pujol fue sumamente positiva. Ningún atisbo de sospecha. Respiró tranquilo y recobró el tono distendido de la conversación. Hablaron durante tres horas. Cuando fue preguntado, explicó sin muchos detalles su periplo americano antes de regresar a España, y planteó el asunto que más inquietaba al MI5. Propuso mantener activa parte de su red y colaborar con los agentes nazis que aún operaran en la clandestinidad. Su antiguo superior respondió que, en las condiciones del momento, era inviable pensar en ninguna actividad de esa índole. Esta negativa no tenía la apariencia de excusa. Kuhlenthal intentaba desprenderse de cualquier vínculo con su pasado, y menos aún deseaba nuevos compromisos futuros. Añadió que no dudaría en volver a servir a Alemania si fuera necesario, pero se reservó sus opiniones personales sobre el régimen nazi. En todo caso, concluyó asegurando que no se dejaría arrestar o extraditar a Alemania, y le pidió ayuda en caso de que tuviera que ocultarse. Por último, se comprometió a entregarle 35000 pesetas por los servicios prestados en los últimos meses y que, debido a las circunstancias, no habían sido enviadas a Londres. En el momento de marcharse, Kuhlenthal le retuvo un instante con una última pregunta sobre la forma en que había conseguido obtener tanta y tan valiosa información. Pujol respondió con una naturalidad intencionadamente ambigua: «Clandestinamente»[31]. Se despidieron con una sonrisa cómplice de muy distinto significado para cada uno[32]. Su último contacto fue indirecto. El 18 de octubre, mientras Pujol ya estaba en Venezuela, su mujer, Araceli acudió a Ávila personalmente a cobrar el dinero. El militar alemán aprovechó esta nueva oportunidad para preguntar si alguno de sus familiares en Lugo podría acogerles a él y a su mujer. Su respuesta evasiva fue entendida como una negativa diplomática.
Pujol regresó a Madrid el 14 de septiembre. No había conseguido prolongar su actividad clandestina, pero sí había superado su más inquietante temor. Ahora sabía con certeza que sus contactos alemanes no sospechaban, ni lo habían hecho en el pasado, de su doble juego[33]. Liberado de esta duda se dirigió a Lisboa. Allí le esperaba su inseparable Tomás Harris, a quien le expuso todos los detalles de ambos encuentros. Juntos viajaron a Londres para despedirse de sus habituales en Hendon: Haines, Sara Bishop, Cyril Mills y T. A. Robertson. El servicio secreto británico ofreció a Pujol un empleo bien remunerado en la compañía de seguros Eagle Star, una oferta tentadora con la que compensarle por sus servicios, pero él la rechazó. Pujol estaba determinado a abandonar Europa. Pensaba que el final de la guerra era temporal y que pronto estallaría un nuevo conflicto con la Unión Soviética. Europa le parecía un lugar poco seguro y España un sitio poco deseable mientras persistiera la dictadura de Franco. Su despedida incluyó un último ofrecimiento a reanudar su colaboración siempre que el servicio secreto le necesitara. Esta colaboración, al menos la personal entre Harris y Pujol, sólo terminó con la muerte del primero en 1964. Antes de que acabara el año, ambos volverían a verse en Caracas.
Pujol abandonó Londres y regresó a España, dispuesto a emprender viaje a Venezuela. Semanas después, le siguieron Araceli y sus dos hijos. Durante los primeros años también compartieron su estancia en Caracas con Salvador González, capitán del ejército del Aire y hermano de Araceli, y su familia. Otro de los cuñados de Pujol, Ramón, había sido el tesorero del dinero que durante los últimos cuatro años el Abwehr le había pagado, una fortuna nada despreciable a la que sumar la remuneración entregada por los ingleses.
Cada mes Garbo recibía unas dos mil pesetas en concepto de honorarios y una prima anual que oscilaba a voluntad del Abwehr, habitualmente bastante generosa. El dinero nunca fue un obstáculo en sus relaciones con el servicio secreto alemán, a excepción de las reticencias iniciales con las que Federico solía despachar las exigencias económicas del agente español. En un principio, la Embajada alemana fue acumulando estas partidas, pero después, a petición de Pujol, se transferían periódicamente a una cuenta corriente de su cuñado, Ramón González, en una sucursal del Banco Pastor en Lugo. La operación se camufló como un contrato mercantil entre éste, abogado, y la Embajada alemana en Madrid. Al concluir las hostilidades, los funcionarios alemanes ingresaron adicionalmente 35000 pesetas en la cuenta, además de la misma suma que Kuhlenthal entregó personalmente a Araceli en Ávila. En conjunto, Berlín depositó en la cuenta corriente de Pujol en España más de 150000 pesetas entre 1941 y 1945.
Sin embargo, su principal vía de ingresos fueron las partidas enviadas por Madrid para el sostenimiento de su organización en Inglaterra. Al inicio de su colaboración con el MI5, Harris propuso a Pujol un acuerdo financiero redactado mediante contrato y firmado por ambos. Éste, según reconoce Harris, no lo creía necesario y no hizo ninguna exigencia concreta ni pidió cantidad alguna. Cuando le entregó el documento para su firma, Pujol no mostró interés en conocer su contenido y, de hecho, lo suscribió sin leer las condiciones. Según Harris, Pujol aseguró que «un acuerdo entre caballeros» no requería de documentos. La actitud, si se quiere quijotesca, del nuevo agente doble, sorprendió gratamente al MI5, habituado a discusiones bastante más materiales con otros colaboradores. Este gesto desinteresado fue corroborado en el tiempo. A pesar de la creciente influencia de su trabajo, jamás realizó ninguna exigencia económica al Servicio de Seguridad. El acuerdo presentado por Harris estipulaba que Pujol cobraría un 25 por ciento de las cantidades enviadas por la Embajada alemana en Madrid para el mantenimiento de la red, además de 100 libras mensuales para sus gastos y una cantidad fija de 500 libras al finalizar su labor. Este acuerdo fue modificado en varias ocasiones de forma unilateral y voluntaria por el MI5, a favor siempre de Pujol, en reconocimiento a sus méritos.
Periódicamente, Garbo enviaba a Madrid un exhaustivo presupuesto para justificar los gastos ficticios de su organización: pagaba a cada uno de los colaboradores, financiaba sus viajes y solía premiar de forma espléndida los informes más valiosos de sus agentes. Bien a través de su caja de seguridad, bien a través del sistema del canje de divisas pactado con varios exportadores españoles de fruta[34], el Abwehr destinó a Pujol y su red unas 31000 libras esterlinas, unos cinco millones de pesetas de la época. Al finalizar la guerra, el MI5 anuló el acuerdo suscrito con Pujol y le recompensó con más de la mitad de esta cifra, una cantidad bastante más generosa que la pactada: 17554 libras, casi tres millones de pesetas. Un dinero que Harris le transfirió a una cuenta bancaria en Caracas, a través del Banco de Londres y América del Sur. El resto del dinero enviado por Madrid fue ingresado en una cuenta del Gobierno británico.
De forma individual, es verdad que Pujol amasó una importante fortuna durante su periodo como espía (la suma del dinero recibido en España y en el Reino Unido superaba los tres millones de pesetas de entonces), pero el gran beneficiario fue el M15, quien financió sus actividades con el dinero alemán enviado a Pujol. Como Tomás Harris reconoció en su informe:
Es tan cierto como obvio, tanto para él como para nosotros, que no sólo utilizamos sus servicios gratuitamente, sino que además obtuvimos un considerable beneficio financiero adicional[35].
Foto para el pasaporte venezolano (1945).
Con este dinero y con tan sólo 33 años, Pujol tenía por delante un prometedor futuro repleto de proyectos en Venezuela. Iniciaba una nueva vida, en la que la ruptura con su pasado iba a ser mucho mayor de lo que entonces preveía. Estaba posiblemente en su momento de mayor éxito personal, aunque, sin todavía saberlo, apuraba los últimos instantes de gloria. No sólo él, también el destino parecía decidido a pasar página en todos los sentidos. La suerte que le había guiado hasta entonces nunca le volvió a acompañar. En octubre de 1945 Pujol embarcó rumbo a Venezuela, sin imaginar que jamás volvería a vivir en España.