Capítulo IX
Overlord

Pujol no salió de su habitación de Hendon durante el Día D. Pasadas las ocho de la mañana, y tras el infructuoso intento de contactar con la estación Centro, Harris, Haines y él se turnaron sucesivamente para dormir y, al mismo tiempo, permanecer en alerta ante cualquier comunicación de Madrid o del mando aliado. Durante su espera en vela, Garbo intentó activar su cerebro para no sucumbir al sueño. Hacía varias horas que había amanecido. Aquel martes Londres le parecía distinto. La misma luz pálida de cada mañana esta vez adquiría una textura casi física. Sus ojos no se habían acostumbrado aún a la claridad, enrojecidos por la falta de sueño y la tensión de las horas previas. Pensó en su familia, en Madrid, en Barcelona y, por encima de todo, imaginó las encarnizadas luchas que debían estar produciéndose a cientos de kilómetros de aquella falsa quietud de Hendon. Londres, definitivamente, le parecía distinto.

En momentos como éste cuestionaba, con más curiosidad que dudas, el resultado de su empresa. No creía ser la misma persona que cuatro años atrás escuchaba en un transmisor en Madrid las noticias sobre el desastre del ejército británico en Francia y su rescate desesperado en Dunquerque. No se reconocía ya en aquel joven inquieto que vagaba por Madrid dejando rastros de su compromiso personal por las embajadas. Volvió a su mesa a repasar el mensaje que Haines había conseguido transmitir a las ocho de la mañana. Unos segundos después, Harris se despertó. Le saludó con un gesto sincero pero cansado. Hablaron unos minutos y pronto recuperó su contagiosa vitalidad. Antes de acudir a la sede del MI5, preguntó a Pujol si le gustaba la poesía. Se despidió con ese misterioso interrogante mientras Garbo no acertaba a adivinar qué relación podría guardar esa cuestión con los acontecimientos excepcionales que vivían. Sin embargo, esa relación existía.

EL MENSAJE VERLAINE

El enigma con el que Harris se despidió no preocupó a Pujol: lo interpretó como el toque frívolo con el que su bromista amigo intentaba restar trascendencia a aquel momento. Pero se equivocaba. Overlord, en cierto modo, también se sirvió de la poesía. De hecho, la clave que la resistencia francesa esperaba para sumarse a la operación fue un poema de Paul Verlaine. Se trataba de la Canción de otoño, unos versos románticos y melancólicos que, en uno de los escasos logros del Abwehr en relación con el desembarco, habían sido parcialmente descubiertos. Los versos «les sanglots longs des violins / de l'automne»[1] componían la primera parte de una contraseña pactada por el SHAEF para advertir a la resistencia francesa de que la invasión estaba próxima. Esta estrofa inacabada se radió varias veces los días 1 y 15 de los meses previos al desembarco. La segunda parte del poema, «blessent mon coeur / d 'une langueur mono tone»[2], estaba programada para emitirse justo cuarenta y ocho horas antes del inicio de la ofensiva. Numerosos dirigentes del movimiento de resistencia francés habían sido prevenidos, pero Londres desconocía que el Abwehr también estaba al corriente del uso del poema de Verlaine como santo y seña. El coronel Oscar Reile, el mismo competente oficial que había reclutado a Brutus, rastreaba desde hacía semanas las comunicaciones aliadas a la espera de ese segundo mensaje advirtiendo sobre la fecha de la invasión. Su búsqueda concluyó con éxito en la primera semana de junio:

Según el despacho de Reile, la estación de radio de Daventry había difundido el primer trozo del santo y seña varias veces entre la 1:30 y las 2:30 de la tarde del 1 de junio, a cinco grupos de resistencia de Francia, advirtiéndoles que estuvieran alerta.

El 4 de junio, Reile notificó a los destinatarios de sus despachos anteriores que la segunda parte de la alerta se había lanzado al aire por Daventry quince veces entre el mediodía y las 2:30 de la tarde del 3 de junio[3].

El coronel Reile mandó urgentemente copias de sus informes al cuartel general del Führer y al cuartel general del OKW en Zossen. En ambos casos, los despachos fueron archivados y olvidados. Las copias remitidas al mariscal Von Rundstedt siguieron igual proceso, ignoradas por un oficial de inteligencia alemán, el coronel Meyer-Dietring, que infravaloró su contenido al asegurar que «la invasión no se trasluce todavía»[4].

EL DÍA MÁS LARGO

Desde el domingo 4 de junio, la plana mayor del mando aliado dependía de los partes de su servicio meteorológico. Una depresión barométrica imprevista se situó el día anterior sobre el sur de Escocia, provocando fuertes marejadas en la mar y un violento oleaje en el área del Canal. En esas condiciones, la travesía se presentaba sumamente peligrosa para las embarcaciones más pequeñas, sobrecargadas de peso. Las previsiones eran también pesimistas para las fuerzas aéreas. Los expertos anunciaban para el lunes 5 un techo de nubes sobre Normandía que dificultaría el bombardeo. Resultaba evidente que la fecha inicial del 5 de junio estaba lejos de ser la más apropiada para el desembarco. Eisenhower lo intentó hasta el último momento, pero cuando comprobó que cualquier esperanza de mejora era inútil decidió dar la orden de regreso de la Fuerza U, la única que ya había zarpado desde Plymouth la tarde del domingo. Desconcertado ante la incertidumbre de una decisión de la que dependían miles de vidas, Eisenhower asistió al empeoramiento del tiempo en su nuevo puesto avanzado de Southwick House, en Porstmouth, donde se había desplazado junto con el Estado Mayor del SHAEF.

Mientras proseguía su reunión con Montgomery, Bradley, Leigh-Mallory y Ramsey, todos sus pensamientos confluían en la esperanza de una mejoría de las condiciones atmosféricas. A las 21:30 del domingo 4 de junio, el capitán J. M. Stagg, del servicio meteorológico, cambió el aspecto circunspecto y serio de los reunidos con una nueva previsión que disipó definitivamente sus dudas. Traía buenas noticias: habría un cese temporal de la tormenta durante la noche del día 5 y la mañana del día 6, para después sufrir un nuevo empeoramiento. Esta decisiva novedad provocó inusuales muestras de júbilo, seguidas de un silencio que presagiaba la gran decisión aún pendiente. Si el mando aliado no quería retrasar demasiado la operación, tenía que aprovechar ese paréntesis de horas para llevar a cabo el desembarco. Durante quince minutos Eisenhower debatió con sus oficiales la conveniencia de seguir adelante, como proponía Montgomery, o de ordenar un aplazamiento, como pretendía Leigh-Mallory. Finalmente, se fijó la fecha definitiva para las primeras horas del 6 de junio, aprovechando la subida de la marea. En la mañana del 5 de junio el capitán Stagg presentó un nuevo parte confirmando las previsiones iniciales, rubricado con la frase de Eisenhower que puso en marcha Overlord por segunda y definitiva vez: «Ok, will go»[5].

Las primeras fuerzas navales aliadas se encontraban en el canal desde el viernes 2 de junio. Se trataba de noventa y siete dragaminas, encargados de limpiar diez pasillos desde la isla de Wight a Normandía, en un mar infectado por cuatro millones de minas alemanas. Debían abrir dos canales de cuatrocientos metros de ancho hacia cada una de las cinco playas. Cuando Eisenhower paralizó Overlord en la noche del domingo, los dragaminas se encontraban a treinta y cinco millas de la costa francesa. El resto de las embarcaciones dispersas por el litoral británico salieron a lo largo del día 5, rumbo a la llamada «área z», el punto de concentración de toda la flota en la isla de Wight, al sur de Inglaterra, para desde allí dirigirse a la costa francesa.

A las 00:15 del 6 de junio, las primeras tropas fueron lanzadas en el interior de Normandía para señalizar el aterrizaje de los planeadores y los lugares donde debían saltar veinte mil paracaidistas. Poco después, la 101. ª División Aerotransportada norteamericana cayó de forma dispersa sobre un área de cuarenta kilómetros de largo por veinticinco de ancho, debido al fuerte viento y la inexactitud con que se hicieron los aterrizajes. Al alba, cuando los primeros soldados norteamericanos llegaron a la playa de Utah, la 101.ª División Aerotransportada sólo había conseguido reunir a mil cien de sus seis mil hombres. A media tarde ya eran unos dos mil quinientos. Algo similar ocurrió con la 82.ª División Aerotransportada de Estados Unidos; sólo el cuatro por ciento de sus efectivos llegó a la zona asignada al oeste del río Meredet. Incluso dos días después de ser lanzada, esta unidad contaba solamente con un tercio de su fuerza. La mayoría permanecía oculta o luchando de forma aislada por su propia supervivencia. Menos caótico fue el aterrizaje de la 6.ª División Aerotransportada británica, en el área de Caen.

Antes de que los primeros soldados aliados pisaran suelo francés, miles de aviones bombardearon los principales sistemas de comunicaciones alemanes, así como las defensas costeras, que debían hacer frente al desembarco. La mayoría de los objetivos fueron dañados de forma importante, excepto en la playa de Omaha, donde una densa concentración de nubes hizo errar a los artilleros aéreos. Mientras tanto, las cinco grandes fuerzas navales, integradas en total por 4200 embarcaciones de transporte y 1200 navíos de guerra, navegaban en formación y sin salirse de los canales abiertos por los dragaminas hasta completar las cien millas que les separaban de Normandía. A las 5:10 de la madrugada, el crucero Orion fue el primero en abrir fuego desde el mar contra las defensas alemanas. La cortina de destrucción y metralla que se abatió sobre la muralla atlántica fue el estruendo de fondo que acompañó a las tropas mientras abandonaban los buques para descender a las lanchas de desembarco. Había fuerte viento y un oleaje propio casi de borrasca. La navegación en las barcazas durante las últimas millas se convirtió en la primera prueba de resistencia. Las olas hacían oscilar las embarcaciones varios metros. Los soldados estaban literalmente empapados y muchos se pusieron las máscaras anti gas para mantener seca la cara, pero la falta de aire no hizo sino acentuar el mareo provocado por el oleaje. Cuando los soldados llegaron a las playas, la mayoría afrontó el escenario de la batalla como un mal menor a la fatiga, el mareo y el cansancio sufridos durante las horas previas.

A las seis y media de la mañana, llegó la hora H para las primeras fuerzas de ataque. Las rampas de las lanchas cayeron sobre la orilla dejando al descubierto del fuego enemigo a la vanguardia de la 4.ª División de Infantería norteamericana sobre la playa de Utah, al sur de Cherburgo. A la misma hora, el V Cuerpo de Ejército de los EE UU, integrado básicamente por la 1, ª División de Infantería, desembarcó en Omaha. Una hora más tarde, a las siete y media, aprovechando la marea en su punto más alto para esquivar las defensas submarinas y favorecer la aproximación de las barcazas a la costa, la 50.ª División de Infantería británica llegó a la playa de Gold, la 3.ª División canadiense a Juno, y la 3.ª División de Infantería británica a Sword.

Desde que el primer soldado aliado pisó tierra firme en el mismo lugar donde el 1 de agosto de 1588 había varado el navío San Salvador de la Armada Invencible española, los noventa kilómetros de la llamada Costa de Calvados, que separaban Utah, en el extremo más occidental, de Sword, en el punto más oriental, se transformaron en un campo de batalla cruento y feroz. Atrapados entre las defensas alemanas al frente y el mar a su espalda, las tropas aliadas lucharon a vida o muerte por establecer una cabeza de playa en cada uno de sus puntos de desembarco. Entre todo el contingente de infantería y fuerzas aerotransportadas, únicamente dos divisiones ya habían entrado en combate durante la Segunda Guerra Mundial: la 1.ª División de Infantería y la 82.ª División Paracaidista. Para el resto, esta experiencia bélica fue su bautismo de fuego en una lucha de resultado desigual. En Utah la batalla fue poco virulenta; en apenas tres horas se tomaron los objetivos, y a media tarde la 4.ª División había conseguido avanzar ocho kilómetros tierra adentro. En Sword la lucha fue sangrienta, pero breve. En Juno los canadienses sufrieron bastantes pérdidas, pero pudieron avanzar. En Gold los británicos permanecieron bloqueados varias horas en los sectores mejor defendidos, pero a última hora del día ya habían conseguido vencer toda resistencia.

En Omaha, sin embargo, la situación fue muy distinta. Las defensas alemanas estaban casi intactas, varias barcazas de desembarco no consiguieron llegar hasta la costa y, además, una división de infantería alemana, la 352, se encontraba casualmente allí. Esta suma de circunstancias convirtió el desembarco del V Cuerpo de Ejército norteamericano en un infierno de sangre y arena en el que, según el testimonio de los supervivientes, era posible recorrer toda la playa andando sobre cadáveres. La confusión, la intensidad del fuego enemigo, que barría la playa desde decenas de nidos de ametralladoras, y la ausencia de apoyo de carros blindados inmovilizaron a las tropas tras las dunas. Durante la primera media hora del asalto, falleció el cuarenta por ciento de los atacantes. La armada se aproximó lo máximo posible para destruir la artillería alemana, situada a un kilómetro de la playa. El general Bradley tuvo preparada la orden de retirada, pero la llegada de refuerzos y la actitud de numerosos oficiales liderados por el coronel Taylor obligó a los hombres a moverse, convencidos de que pararse era esperar una muerte cierta. Hasta la noche, y con grandes dificultades, no se logró consolidar una cabeza de playa. El avance había sido mínimo, tan sólo de kilómetro y medio, y el coste muy elevado. Tres mil quinientos soldados murieron en la playa, simbólicamente bautizada como bloody Omaha, «la sangrienta Omaha». En total, Overlord costó la vida a más de nueve mil soldados aliados y a unos once mil alemanes.

LA FORTALEZA ATLÁNTICA SE DERRUMBA

Las cinco divisiones de infantería que participaron en Overlord se enfrentaron a uno de los más ambiciosos proyectos defensivos de Alemania. La muralla atlántica agrupaba a una sucesión de fortificaciones de cemento y hormigón que se extendían, teóricamente, a lo largo de más de tres mil kilómetros, desde Noruega hasta la frontera española. Más de 500000 personas, en su mayoría trabajadores esclavizados de los países derrotados, trabajaron en su construcción. Ésta dependía del ministro Albert Speer y de la organización Todt, expresamente constituida para suministrar mano de obra a este proyecto de diseño faraónico. Hitler había ideado una muralla con 15000 puntos fuertes, defendidos por 300000 soldados, que debía estar finalizada en mayo de 1943. Un año después de la fecha prevista, el proyecto todavía distaba mucho de estar concluido.

El más prestigioso militar alemán, el mariscal Erwin Rommel, fue nombrado supervisor del muro defensivo. Este nombramiento supuso una cierta dualidad en el reparto del control militar de la zona entre el comandante en jefe de los ejércitos del oeste, el también mariscal de campo Gerd von Rundstedt, con competencias sobre toda Francia, y el propio Rommel. Éste, además de supervisor de las defensas, había sido designado para dirigir el grupo de ejércitos B, con mando sobre Normandía y Calais, y cuyo cuartel general estaba situado en el Château La Roche-Guyon. Oficialmente Rommel estaba sometido al mando de Von Rundstedt, pero sus diferencias estratégicas sobre el modo de afrontar una posible invasión causaron no pocos malentendidos. Rommel era partidario de concentrar todas las tropas en la misma costa y empujar al enemigo al mar desde el primer momento de la invasión, sin permitirle consolidar sus posiciones. Su superior prefería mantener protegido el grueso de sus fuerzas en el interior y combatir al enemigo en una batalla abierta.

Desde sus primeras inspecciones a la muralla atlántica, Rommel mostró un interés especial en reforzar las defensas en la desembocadura del Sena y en apostar artillería pesada por toda la costa, particularmente en las áreas de Cherbugo y El Havre. Poco a poco, trazó un conjunto concéntrico de líneas defensivas que se iniciaba con las minas marinas y las llamadas «puertas belgas»[6]. En las playas se apostaron defensas anticarros, casamatas, fortalezas de hormigón y una red de trincheras que cubría buena parte del litoral. Reforzando este primer anillo, se encontraba la artillería de distinto calibre y alcance, en algunos puntos tan inaccesible y eficaz como las seis piezas de quince milímetros situadas en el acantilado de Pointe du Hoc, que tan letales consecuencias tuvieron sobre los rangers americanos. Superado este primer obstáculo, las tropas aliadas tenían que hacer frente al ejército regular alemán en campo abierto. Sobre el papel, Alemania disponía en Francia de cincuenta divisiones de infantería y once blindadas, bajo el mando de Von Rundstedt, pero en la práctica no pasaban de veinticinco divisiones de calidad razonable, a todas luces insuficientes para poder defender con garantías la muralla atlántica, en una escasa proporción de una división por cada ochenta o cien kilómetros. De este total de 61 divisiones, la inmensa mayoría, 43, estaban adscritas al Grupo de Ejércitos B del mariscal Rommel. Este Grupo estaba, a su vez, integrado por tres unidades: el 15.° Ejército en Calais y Flandes, el 83.° Cuerpo de Ejército en Holanda, y el 7.° Ejército con sede en Normandía y Bretaña bajo las órdenes del general Friedrich Dollmann. Este 7.° Ejército estaba llamado a ser la primera barrera de contención de la invasión aliada, aunque en los planes de defensa siempre pesó el apoyo que, con cierta rapidez, podría aportar desde Calais el 15.° Ejército alemán, mejor dotado en efectivos humanos y en recursos acorazados.

Hasta la víspera de Overlord, Rommel estuvo intentando reforzar sus efectivos y mejorar sus emplazamientos. Sabía de la debilidad y del pésimo entrenamiento de la mayoría de sus tropas. La relativa tranquilidad del frente francés lo había convertido en un destino de reposo para las divisiones más castigadas en el frente oriental, para los voluntarios sin experiencia, o para jóvenes reclutas con escasa o nula experiencia real en el campo de batalla. Muchos de estos hombres eran novatos sin formación militar o mercenarios de las Brigadas Ost[7], unidades integradas por los voluntarios que se habían sumado a las tropas alemanas en su avance en el este contra la Rusia soviética. La variedad multirracial de sus integrantes hacía a estas fuerzas poco efectivas y difícilmente manejables. El propio Rommel tuvo bajo su mando a un importante número de voluntarios polacos, checos e incluso hindúes que combatían el dominio británico de su país. El caso más sorprendente fue el de cuatro coreanos tomados prisioneros al día siguiente de la invasión por efectivos de la 101.ª División Aerotransportada.

Al igual que el resto del Estado Mayor alemán, Rommel pensaba que la invasión no se produciría durante los primeros días de junio. Una conclusión que obedecía a la creencia extendida entre el OKW de que, pasado mayo, agosto sería el momento escogido para la invasión. En cualquier caso, los partes meteorológicos confirmaban mar gruesa y temporal a partir del cuatro de junio. Las defensas se relajaron, dando por hecho que la flota de ataque no cruzaría el Canal del Mancha en esas circunstancias. La sorpresa fue absoluta, al extremo de que las patrullas navales fueron suprimidas el día 5 de junio, el estado de alarma nocturno se anuló, se dio permiso a muchos oficiales, y un buen número de generales del 7.° y el 15.° ejércitos fueron convocados a una reunión en Rennes el día 6 de junio. El general Feuchtinger, al mando de una unidad tan clave como la 21.ª División Panzer, también había partido hacia París, para pasar unos días junto a su novia. La única señal de alarma procedía de las emisiones de la BBC, que, además del mensaje Verlaine, había emitido otras claves a la resistencia francesa, alertando sobre la inminencia de un ataque. Sin embargo, estos avisos se desestimaron, por poco creíbles y demasiado obvios. Como un oficial de inteligencia alemán dijo, «sería absurdo pensar que los aliados iban a anunciar la invasión por la BBC»[8].

El propio Rommel partió el domingo 4 de junio en coche con destino a Herrlinger (Alemania) para celebrar el cumpleaños de su mujer, Lucie. No obstante, el auténtico objetivo de este viaje consistía en visitar después a Hitler en su residencia de Berchtesgaden y discutir con él el estado de las defensas atlánticas. Este encuentro nunca llegó a celebrarse. A las siete y media de la mañana del 6 de junio, Rommel recibió una llamada telefónica del general Hans Speidel, el jefe de su Estado Mayor y conocido en los círculos militares más hostiles al régimen como un habitual conspirador, anunciándole el lanzamiento de tropas paracaidistas y el comienzo de un desembarco aliado. Aún con la duda de si ésta sería la auténtica ofensiva, o tan sólo una maniobra de distracción, Rommel anuló su cita con Hitler y regresó a su cuartel general en La Roche-Guyon.

La cadena de equívocos que siguió al lanzamiento de las primeras tropas paracaidistas demuestra no sólo el grado de sorpresa con que se acogió la primera fase del ataque, sino también la desorganizada improvisación con que se reaccionó. Tropas alemanas combatían desde la medianoche con soldados de las tres divisiones aerotransportadas, pero no se supo interpretar la magnitud de la operación en la que participaban. Cuando los primeros radares y algunos submarinos detectaron la aproximación de la flota, tampoco se pensó en ella como la mayor escuadra de asalto de la historia. La cadena de negligencias posteriores sólo puede ser justificada por la creencia de que este asalto intentaba desviar la atención del que seguían pensando era el principal objetivo: Calais. Incluso asumiendo este inmenso error de interpretación, sorprende la displicencia con la que se despachó el asunto en los principales cuarteles generales.

A las 6:15 horas, el general Max Pensel, jefe de Estado Mayor del 7.° Ejército del general Dollmann, informó al general Spiedel en La Roche-Guyon acerca de los bombardeos masivos por mar y aire; media hora después, el general Pensel informaba al cuartel general de Rundstedt que los desembarcos habían comenzado, y añadía a continuación que el 7.° Ejército era perfectamente capaz de manejar la situación con sus propios medios. Con estas noticias, el general Salmuth, al mando del 15.° Ejército, se fue a dormir. Así lo hizo la mayor parte del Estado Mayor de Rommel en La Roche-Guyon y el propio Spiedel. El general Blumentritt desde el cuartel general de Rundstedt informó al general Jodl[9], del cuartel general de Hitler en Berchtesgaden, que una gran invasión tenía visos de estar desencadenándose, y por ello, solicitaba que la reserva acorazada, el I Cuerpo Panzer de las SS situado en las afueras de París, se dirigiese urgentemente hacia Normandía. Jodl se negó a despertar a Hitler[10] y el permiso fue denegado. El general Bayerlein, al frente de la División Panzer Lehr, tenía preparados sus tanques para avanzar hacia la costa alrededor de las 6 horas, pero no recibió el permiso para hacerlo hasta bien entrada la tarde[11].

Un ejemplo claro de esta actuación fue lo ocurrido con la primera unidad alemana que se movilizó de forma coordinada en las primeras horas del 6 de junio: el 125.° Regimiento Panzer del coronel Hans von Luck. A la 1:30 de la madrugada, Von Luck recibió los primeros informes sobre el lanzamiento de tropas paracaidistas aliadas. Una hora después, su columna de tanques ya estaba preparada para dirigirse al puente del canal del río Orne, tomado por un destacamento británico y vital para las comunicaciones entre el 7.° y el 15.° ejércitos alemanes, situados respectivamente a un lado y otro del río. Sin embargo, la columna no podía desplazarse ni entrar en combate sin la autorización del cuartel general de Hitler, quien había asumido desde hacía tiempo el control sobre sus unidades más preciadas. Para llegar a contactar con su Estado Mayor, era imprescindible activar toda la cadena de mando, pero ésta sencillamente estaba ausente; Hitler y Rundstedt dormían, Rommel estaba en Alemania, el general Dollmann en Rennes y el general Feuchtinger en París. Von Luck no pudo ponerse en marcha hasta primera hora de la tarde.

Las consecuencias de la pasividad inicial alemana fueron demoledoras para su capacidad de defensa. Cuando, horas más tarde, el Estado Mayor movilizó a sus fuerzas para hacer frente a la invasión, ya era demasiado tarde. Las primeras cabezas de playa se habían consolidado y la vanguardia aliada se adentraba en forma de cuña tras la muralla atlántica. Se había perdido la oportunidad de responder a la agresión con firmeza en las primeras horas, y con ella se había desmoronado la estrategia fundamental de Rommel.

En la noche del 6 de junio todas las playas estaban tomadas. A las cinco divisiones desembarcadas por la mañana se sumaron otras seis más. En total 175000 soldados y 50000 vehículos integraban, veinticuatro horas después de la primera oleada, la punta de lanza aliada del segundo frente. Se había ganado la primera batalla, pero no la decisiva. A partir de ese momento, el objetivo prioritario consistía en reforzar las cabezas de playa antes del previsto contraataque alemán. Al día siguiente los dos muelles Mulberry fueron instalados en Gold y Omaha, y a través de ellos llegaron diariamente 35000 soldados, 5000 vehículos y 25000 toneladas de suministros. La batalla de Francia había comenzado, pero los aliados sabían que el desconcierto inicial causado en el Estado Mayor alemán respondía al factor sorpresa. Era de esperar un contraataque masivo y organizado de sus temibles divisiones Panzer. Sólo el éxito de la segunda fase de Fortitude Sur podía evitar el choque frontal de ambos ejércitos. Para ello era imprescindible retrasar el traslado a Normandía de los refuerzos acantonados en Calais. Quizá la invasión ya era irreversible, pero su coste humano dependía de eludir esa confrontación hasta que las divisiones aliadas estuvieran suficientemente reforzadas y desplegadas en un perímetro más amplio. Nadie en Normandía sabía que esta estrategia iba a depender de un español que a esas mismas horas reanudaba frenéticamente la redacción de sus mensajes en una modesta oficina de Londres. Tampoco él imaginaba que sus siguientes informes salvarían miles de vidas y el desarrollo final de Overlord.

EL MENSAJE CLAVE DEL 9 DE JUNTO

En la misma tarde del 6 de junio, Harris y todo el MI5 se vieron sorprendidos por un anuncio que, si bien podía entenderse como una ayuda en la estrategia de Fortitude Sur, en realidad suponía todo lo contrario. Lo sorprendente es que el error procedía del primer ministro Winston Churchill, quien, llevado por su ímpetu de victoria, comunicó a la Cámara de los Comunes que esa mañana se había asistido al primero de una serie de desembarcos previstos en el continente europeo. De ser esto cierto, parecería poco probable que el jefe del Gobierno británico lo anunciara públicamente. Con toda seguridad, así sería también entendido por Berlín, que en lógica podría hacer la lectura opuesta y pensar que Normandía sería el único y definitivo asalto. A pesar de esta indiscreción, Pujol y Harris estuvieron reunidos toda la tarde, preparando la secuencia de mensajes que debía ser transmitida en la siguiente comunicación con Madrid. El nuevo reto era mantener viva la amenaza del FUSAG y hacer más creíble que nunca su inminente ataque sobre Calais, desvirtuando la importancia de la operación en Normandía. Esa misma noche, exactamente a las 20:25, Garbo resumió en un extenso informe cuál era la reacción de la administración británica ante el inicio de la ofensiva en el continente:

Después de la crisis de la pasada noche con Camillus, a primera hora de esta mañana me presenté en el Ministerio de Información. Me encontré con que el departamento se hallaba en un estado de completo caos, y todo el mundo se dedicaba a especular sobre la importancia del ataque que se ha iniciado esta mañana contra Francia. En todas las secciones se repartieron ejemplares de un conjunto de instrucciones, distribuidas por el ejecutivo de guerra político en el Ministerio. Lo encuentro muy significativo, sobre todo si lo comparamos con los discursos de los jefes aliados. Transmito una copia exacta de dichas instrucciones.

Informaciones especiales sobre la ofensiva contra el norte de Francia. Ejecutivo de guerra política. Directrices centrales.

1. La ofensiva lanzada hoy por el general Eisenhower constituye otro paso importante en el ataque aliado concéntrico sobre la fortaleza de Europa.

2. Es de la máxima importancia que el enemigo se mantenga en la ignorancia con respecto a nuestras intenciones futuras.

3. Deben evitarse con cuidado todas las referencias a futuros ataques y operaciones de distracción.

4. Hay que evitar especulaciones acerca de zonas alternativas de invasión.

5. Es preciso formular con claridad la importancia del ataque actual y su decisivo influjo sobre el curso de la guerra[12].

El día 7 transcurrió como una jornada de transición en la actividad de Pujol, centrada en devaluar el discurso de Churchill y en suscitar en Madrid la inquietud necesaria para que sus informes posteriores fueran acogidos con la credibilidad que su importancia exigía. Parte de esta estrategia consistía en anunciar que al día siguiente, 8 de junio, Pujol celebraría en Londres una reunión con sus cuatro agentes más activos en la búsqueda de información relacionada con el desembarco. El supuesto objetivo del encuentro era contrastar información y establecer una radiografía precisa del orden de batalla de los ejércitos aliados y de las auténticas intenciones que mantenía el todavía inmóvil FUSAG. Para este crucial encuentro, Donny —agente 7(2)— había venido desde Londres, Dick —agente 7(4)— había viajado desde Brighton, Dorrick —agente 7(7)— desde Harwich y, por último, Benedict se había desplazado desde Escocia.

Hasta la fecha carezco aún de informes militares de mis otros agentes aquí. Les he llamado urgentemente que vengan a Londres pudiendo sólo ahora dar un argumento positivo basado en los estudios y apreciaciones que mi trabajo en el Ministerio me ha dado descubrir y es el de que el enemigo tras esta primera acción oculta otras intenciones[13].

El 8 de junio Pujol y Harris eran conscientes de la importancia que su actuación de ese día tenía en el desarrollo de Fortitude, pero no imaginaban la repercusión que habría de tener en el mando alemán. Pujol envió un mensaje previo a modo de anticipo con el que alentar la impaciencia informativa alemana; un reclamo con el que atraer toda su atención hacia el que iba a ser el eje fundamental de toda su actuación:

Hoy he pasado un día extremadamente agitado, pero tengo la satisfacción de poder comunicarle los informes más importantes de toda mi labor. Como todavía no tengo listos todos los mensajes, confío en que esta noche se hallará a la escucha a las 10 GMT[14].

Como había ocurrido en la madrugada del día 6, esa noche la tensión fue máxima. A la 01:44 GMT del 9 de junio, Haines activó el transmisor y marcó la clave convenida con la estación Centro. Harris y Pujol miraban atentos el movimiento preciso y ágil de su mano sobre el transmisor. Cuando Madrid respondió, ambos asintieron con la cabeza, en silencio. Sin más preámbulos, el operador comenzó a transmitir. Lo hizo durante casi media hora, ininterrumpidamente, sin pausa y sin errores, con un tecleo constante cuyo sonido se extendía por toda la habitación con una frecuencia monótona y tediosa, incapaz de reflejar la importancia que aquel ruido intraducible representaba para el futuro inmediato de la Segunda Guerra Mundial. Cuando terminó eran las 2:09 GMT. Madrid confirmó que había captado el texto íntegro, sin interrupciones ni interferencias. El mensaje, redactado de forma incorrecta y casi telegráfica, se entiende con cierta dificultad, aunque sus conclusiones son evidentes:

Por los informes mencionados está perfectamente claro que el actual ataque es una operación en gran escala pero con carácter de divergencia, con el fin de crear una fuerte cabeza de puente para distraer el máximo de nuestras reservas en el área de acción y retenerlas allí con el fin de dar el golpe en otro lugar con éxito asegurado. No me gusta opinar nunca si no tengo razones de peso que justifican mis aseveraciones. Así pues, el hecho que estas concentraciones que están en el sureste y este de la isla están en la actualidad inactivas deben tenerlas reservadas para realizar con ellas otras operaciones de envergadura. Los constantes bombardeos que sufre el área del Paso de Calais y la situación estratégica de estas fuerzas hacen que sospeche de ataque a aquella región francesa, ruta a la par más corta para su ilusionado objetivo final, o sea Berlín. Facilitado este avance por un constante martilleo de aviación por tener las bases más cerca del campo batalla y cayendo además detrás de nuestras fuerzas que están luchando en la actualidad con el enemigo desembarcado en Oeste Francia. Por J cinco supe ayer que existían setenta y cinco divisiones en esta isla antes de empezar el actual asalto. Suponiendo que utilicen un máximo de veinte a veinticinco divisiones quedarían unas cincuenta divisiones para intentar un segundo golpe. Espero sometan urgentemente a nuestro alto mando todos estos informes y estudios, ya que un momento de indecisión en estos instantes puede ser decisivo y antes de dar un paso en falso por carecer de hechos y conocimientos precisos, posean toda la información actual que transmito junto con mi opinión, basada en la creencia de que todo este actual ataque es una trampa hecha por el enemigo para hacernos mover todas nuestras reservas en una precipitada disposición estratégica de la cual nos lamentaríamos más tarde[15].

A pesar de su redacción precipitada, ningún otro mensaje de Pujol tuvo, ni tendrá en las semanas siguientes, la trascendencia e influencia de éste, convertido por los acontecimientos posteriores en un texto de importancia histórica que acabó en las manos del propio Hitler. El mensaje fue traducido en Madrid inmediatamente. Kuhlenthal, advirtiendo su importancia, ordenó que se resumiera y tradujera al alemán, para ser radiado a Berlín. Desde la capital alemana, modificado e interpretado, fue transmitido al cuartel general de Hitler en Berchtesgaden, donde se dio entrada al documento a las 22:30 del 9 de junio. El primer oficial en Berchtesgaden que recibió la comunicación fue el coronel Friedrich-Adolf Krummacher, responsable de inteligencia de la Wermacht en el círculo más próximo al Führer. El servicio secreto británico, que había seguido el recorrido del informe Garbo por las distintas instancias germanas a través de los mensajes Ultra, tuvo conocimiento en tiempo real de su azaroso peregrinar y del contenido exacto con el que había llegado hasta el centro del poder alemán, distinto en su redacción pero idéntico en la idea esencial que quería transmitir:

V-Alaric de la red Arabal, viernes 9 de junio desde Inglaterra. Después de las consultas personales efectuadas el 8 de junio en Londres a mis agentes Jonny (sic), Dick y Dorrick, cuyos informes fueron enviados hoy, opino —a la vista de las grandes concentraciones de tropas en el sudeste y en el este de Inglaterra, que no toman parte en las actuales operaciones— que dichas operaciones constituyen una maniobra de distracción cuyo propósito es ocupar las reservas del enemigo con objeto de realizar un ataque decisivo en otro lugar. A la vista de los continuos ataques aéreos sobre la mencionada área de concentración, que representa una posición estratégicamente favorable para ello, es muy probable que dicho ataque se produzca en la región del Paso de Calais, dado que un ataque en esta zona se vería facilitado por la proximidad de bases aéreas que suministrarían un apoyo permanente de la aviación[16].

Tras leer atentamente el contenido, Krummacher subrayó la frase: «una maniobra de distracción cuyo propósito es ocupar las reservas del enemigo con objeto de realizar un ataque decisivo en otro lugar». A continuación, añadió de su puño y letra la siguiente reflexión: «confirma la opinión ya defendida por nosotros de que hay que esperar un nuevo ataque en otro lugar [¿Bélgica?]»[17]. El mensaje pasó entonces al despacho del general Jodl, jefe de operaciones del OKW, quien a su vez subrayó las palabras «sudeste» y «este» y marcó el documento con su inicial escrita en verde en la parte superior de la hoja. Jodl consideró el mensaje de suficiente trascendencia como para ser revisado por Hitler, quien tras analizarlo añadió con lápiz las letras «erl», el distintivo habitual con el que se clasificaban los documentos que personalmente había estudiado. Todos estos añadidos al texto original de Pujol fueron descubiertos después de la guerra, tras hallar dicho mensaje entre los documentos incautados al Gobierno alemán. Pero en el momento de su emisión ya fue posible obtener una idea precisa de su éxito al comprobar la respuesta que originó.

El mismo día 9 de junio el Abwehr en París envió un informe urgente a la KO Spanien en el que confirmaba que la 3.ª División de Infantería se encontraba en Normandía, tal y como había informado Pujol. La referencia a la división acorazada de guardas había sido igualmente considerada como muy importante por Von Rundstedt, quien solicitó información más detallada a la red del agente español. Esa noche otro mensaje captado por el servicio secreto británico permitió especular con un alcance aún mayor del informe Garbo. El mensaje procedía directamente del nuevo responsable de inteligencia militar en Berlín, el coronel Hansen, e iba dirigido a su homólogo en Madrid, Leissner, y al oficial de Pujol, Kuhlenthal. En él se transmitía la felicitación personal de Himmler, como máximo responsable de los servicios de seguridad, por el trabajo desempeñado por la red Arabal en Inglaterra, y animaba a que continuara su labor a fin de informar con el mismo detalle cuando se produjera el embarque de las tropas en el sur y sudeste de Inglaterra. En aquellos momentos de debilidad del servicio secreto alemán y, en particular, de la batalla que se había librado en su seno en Madrid, es fácil imaginar cuál fue la impresión que ambas comunicaciones causaron en los responsables del agente catalán. Federico, a través del tono de sus siguientes mensajes, corroboró la credulidad en la que una vez más habían incurrido sus superiores. A las 19:51 del 10 de junio envió el siguiente texto a Londres:

Con referencia a sus amplios informes del día ocho sobre las concentraciones aún existentes en el sureste de la isla interesa con máxima urgencia en la transmisión cuantas noticias pueda conseguir sobre embarque y destino de estas fuerzas. Fin[18].

En apenas cuarenta y ocho horas las demostraciones de estima y confianza hacia Pujol tuvieron su correspondiente reflejo en el campo de batalla. A través de nuevos mensajes ULTRA, el SHAEF confirmó que el cuartel general de Hitler había ordenado paralizar el traslado de refuerzos a Normandía. A las 7:30 de la mañana del 10 de junio el mariscal Von Rundstedt ejecutó la contraorden. Siete divisiones bien preparadas fueron retenidas en Calais. La 116.ª División Panzer, acuartelada al oeste de París, y la 1. ª División Panzer, ambas en disposición de prestar una ayuda vital al 7.° Ejército de Rommel, dieron marcha atrás y pusieron rumbo a su nuevo destino en el Paso de Calais. Lo mismo ocurrió con la 85.ª División de Infantería, cuyas órdenes de reforzar las defensas normandas también fueron revocadas. Hitler transmitió instrucciones personales a Von Rundstedt para que defendiera Normandía con tropas de cualquier demarcación, excepto las utilizadas para garantizar la seguridad del punto más angosto del Canal de la Mancha. Cuatro semanas después del inicio de Overlord, Calais sumaba veintidós divisiones a la espera de una ofensiva que nunca se produjo, mientras el avance aliado consolidaba su avance al sur. El 11 de junio un nuevo mensaje enviado desde Berlín a Madrid indicaba una creciente dependencia de los mensajes de Pujol:

El informe es creíble. Los informes recibidos en la pasada semana de la red Arabal han sido confirmados casi sin excepción y se pueden calificar como especialmente valiosos. En el futuro, la principal línea de investigación deben ser las fuerzas enemigas situadas en sudeste y este de Inglaterra. También es de especial importancia saber cuándo embarcarán las tropas situadas en los puertos occidentales escoceses y cuál será su destino[19].

Este cambio de estrategia fue decisivo. Con menos de la mitad de sus fuerzas disponibles, Rommel presentó una defensa feroz pero incapaz de contener la ofensiva. El 12 de junio, tres días después del mensaje de Pujol y cuarenta y ocho horas más tarde de que se hubiera paralizado la contraofensiva alemana, las divisiones aliadas habían consolidado una franja de tierra que unía las cinco playas a lo largo de noventa y siete kilómetros de largo y treinta y dos de ancho. El tiempo y el terreno ganados en estos primeros días de la ofensiva se demostraron cruciales cuando el 19 de junio descargó sobre el Canal la peor tormenta en cuarenta años. Uno de los muelles Mulberry fue destrozado y el segundo dañado, amenazando seriamente el suministro de material. A pesar de este incidente, continuó el avance. El 26 de junio, los veinticinco mil soldados que componían la guarnición alemana de Cherburgo se rindieron. La ciudad pasó a manos aliadas y con ella el primer puerto estable capaz de recibir la permanente llegada de refuerzos. Tras la toma de la estratégica ciudad de Caen, los restos del 7.° Ejército alemán fueron rodeados y derrotados en la batalla de Falaise el 16 de agosto. Diez mil soldados alemanes murieron y otros cincuenta mil fueron hechos prisioneros, mientras su antiguo oficial en jefe, el mariscal Rommel, convalecía en Berlín de las graves heridas causadas por el ataque de un avión aliado. No regresaría al frente. Su suerte estaba ya irreversiblemente unida a la de los conspiradores que con tanta saña perseguía Hitler.

El reconocimiento que la aportación de Garbo supuso para la causa aliada procedió de todos los ámbitos. Un reconocimiento del que tampoco quedó excluido el Estado Mayor alemán. El mariscal de campo Keitel admitió en 1946, antes de ser juzgado y ejecutado por crímenes de guerra en el Tribunal de Nuremberg, que «hay noventa y nueve posibilidades sobre cien de que este mensaje fuera la causa directa de la contraorden»[20]. Pero posiblemente el más realista de los balances lo formuló el propio Eisenhower en el informe que presentó a los jefes de Estado Mayor al finalizar la guerra:

La carencia de infantería fue la causa más importante de la derrota del enemigo en Normandía, y su imposibilidad para remediar esta debilidad se debió primordialmente al éxito del posible peligro de ataques aliados sobre la región del Paso de Calais. Esta amenaza —que ya se había comprobado como muy valiosa para confundir al enemigo con respecto a los verdaderos objetivos de nuestros preparativos de invasión— se mantuvo con posterioridad al 6 de junio, y sirvió con la máxima efectividad para mantener quieto el 15.° Ejército alemán al este del Sena, mientras consolidábamos nuestro poderío en los atrincheramientos situados al oeste. Sería imposible exagerar el valor decisivo de esta victoriosa amenaza, que dio enormes beneficios en el momento del asalto y durante las operaciones de los dos meses siguientes. Si el 15.° Ejército alemán hubiese entrado en batalla en junio o julio, posiblemente nos hubiera derrotado, por la sola fuerza de su cantidad de efectivos. Al permanecer sin intervenir durante el periodo crítico de la campaña, y trasladar sus divisiones de infantería al oeste del Sena cuando ya habíamos logrado abrirnos camino, su empleo llegó demasiado tarde para influir en la obtención de la victoria[21].

Desmond Bristow también dejó testimonio de la importancia que el comandante en jefe aliado atribuyó a la actuación de Harris y Pujol. Durante la concesión al primero de la medalla de la Orden del Imperio Británico (OBE), Eisenhower se dirigió personalmente a él y le habló en los siguientes términos:

No sé si lo sabe, señor Harris, pero el trabajo que usted realizó con el señor Pujol equivale probablemente al de toda una división; usted salvó muchas vidas, señor Harris. Se lo agradezco mucho[22].

Estudios posteriores también han avalado esa misma tesis, afianzando la trascendencia del informe Garbo. El publicado en abril de 2001 por la Air University de Estados Unidos es la investigación más actualizada al respecto:

La clave fundamental en toda la operación Bodyguard fue el mensaje de Garbo del 8 de junio. Este mensaje tuvo un impacto tremendo sobre los movimientos de refuerzo de las Divisiones Panzer en los días más críticos después del Día D. Este mensaje no fue una comunicación aislada, sino que era la culminación de dos años de esfuerzo para ganarse la confianza del Abwehr y del OKW[23].

La credibilidad otorgada por Berlín a este decisivo mensaje fue tal que, dos semanas después de la invasión, el cuartel general de Hitler seguía ordenando la inmovilización de las tropas desplegadas en Calais, en contra de la opinión de Von Rundstedt, convencido de que, transcurrido ese plazo, ya no era creíble ninguna otra amenaza de desembarco. Entretanto, Pujol y Harris ultimaban la coartada con la que justificar la inexistencia del ataque cuando fuera evidente que éste era inviable. A principios de julio, este dilema se convirtió en una amenaza doble para Pujol. Berlín ya daba muestras de una impaciencia que podía comprometer la credibilidad del agente doble, y Londres no podía mantener eternamente una amenaza ficticia. Además, parte de las unidades auténticas utilizadas para dar cobertura al FUSAG iban a ser enviadas a Francia. Se imponía un repliegue de Garbo que le evitara ser testigo de estos movimientos y que al mismo tiempo le impidiera tener que ofrecer incómodas explicaciones. La solución a este problema la proporcionaron involuntariamente los mismos alemanes. El 13 de junio, la primera bomba volante V-1 cayó sobre un puente ferroviario en el East End de Londres. Murieron seis personas y otras nueve resultaron heridas. Este hecho permitió a Harris ingeniar una nueva treta con la que justificar la desaparición de Pujol. El 3 de julio envió su último mensaje relacionado con el FUSAG. Al día siguiente no acudió a su cita nocturna en Hendon. Las señales de llamada de la estación Centro no obtuvieron respuesta. El silencio resonó en Madrid y se extendió con preocupación por los despachos del Abwehr desde España hasta Berlín. Nadie sabía qué había ocurrido con Alaric.