Capítulo V
El misterio Arabal

V-Mann 319[1]. Aparentemente una sucesión inocua de letras y números. Para Pujol era todo cuanto había representado cuarenta años antes. La V era el símbolo asignado por el Abwehr a todos sus agentes y la cifra correspondía a su número personal. Aquel código fue su identidad irreal, el resumen más aséptico y breve de sus vínculos con el servicio secreto alemán. Este indicativo, o bien el nombre en clave que le habían asignado los alemanes, Alaric[2], encabezaba todos los mensajes transmitidos desde Madrid a Berlín con sus informes. No obstante, su alias más habitual fue Arabal, el nombre con el que Madrid bautizó a su ficticia red de colaboradores. Ajeno a este baile de mutaciones de nombres, Pujol simplemente firmaba sus mensajes originales con una «J» mayúscula o con el nombre de Juan. V-319, Alaric, Arabal[3], tres nombres que siempre permanecieron ligados, en una combinación de fatales y poderosas consecuencias, sobre el estado mayor alemán; tres vértices de un mismo triángulo creado sobre la base de su propia iniciativa, a la que pronto se sumaría toda la maquinaria de inteligencia británica. Mientras escribía este trance de su vida, Pujol sometía sus recuerdos al filtro inexorable del tiempo. Le resultaba curioso comprobar cómo acogía ahora con ironía la angustia que entonces le causaban los sucesivos rechazos ingleses.

EN TIERRA DE NADIE

Con la misma pobreza de detalles grandiosos con la que Pujol construyó la primera parte de su engaño, su salida definitiva hacia Portugal también estuvo repleta de gestos de idéntica modestia. No hubo maletines de doble fondo ni transmisores en miniatura, simplemente dos preservativos, un tubo de pasta de dientes y otro de espuma de afeitar. Guardó un grupo de billetes del dinero entregado por Federico dentro de uno de los profilácticos y lo introdujo en el envase de la pasta dentífrica, previamente vaciado. Ocultó el resto de billetes entre la crema de afeitar. Con tales precauciones cruzó la frontera portuguesa por Fuentes de Oñoro (Zamora). Se reencontró con Lisboa a mediados de julio de 1941, pero con el fin de evitar encuentros indeseados se trasladó con su familia a una humilde casa de pescadores en Cascais, y poco después a Estoril. A diferencia de las anteriores ocasiones en que había visitado Portugal, ahora su estrategia era mucho más limitada. Ya no bastaba con invenciones imaginativas. Debía confirmar su coartada con hechos e informes concretos que hicieran creíble su falso viaje a Inglaterra sin salir de Lisboa. Sabía que el reto no era sencillo.

Intentó ganar tiempo sin despertar recelos entre los alemanes. Su primer cometido consistió en ofrecerse a la Embajada británica en Lisboa, consciente de que no obtendría respuesta. Ni siquiera fue recibido. Contaba con ello y nada cambió en sus planes. Siguió perfilando su actuación con la precisión de una mente acelerada que conocía el arriesgado escenario en el que trabajaba. El siguiente paso fue ingeniar un sistema seguro con el que transmitir sus mensajes, y para este fin recurrió al apartado de correos en Lisboa de su amigo Dionisio Fernández. Ahora sólo necesitaba ofrecer alguna prueba de que ya estaba en Londres. Escribió su primera carta con tinta invisible a Federico el 19 de julio de 1941, aunque la fechó el día 15:

Salí el día 12 en avión. Le hablaré del viaje otro día. He contactado con un español que me recomendaron en Lisboa y esta persona me ha presentado a un oficial de la compañía aérea que realiza el servicio entre Inglaterra y Portugal. Yo alegué razones urgentes para enviar cartas a mi mujer. Él prometió llevar las cartas a Lisboa sin pasar por la censura británica. Me cobra un dólar por cada carta. El sistema parece rápido y seguro, según me ha asegurado este español que he mencionado, quien también envía correspondencia por este método. Cuando reciba esta carta, responda inmediatamente a fin de comprobar su seguridad y eficacia.

Escriba al nombre de Dionisio Fernández (para J. P), Post Restante, Restauradores, Lisboa. Este caballero la hará llegar al oficial aéreo.

Espero que no se olvide de mi esposa[4].

La línea aérea a la que Pujol se refería era la BOAC (British Overseas Airways Corporation), que durante toda la guerra mantuvo activo el servicio entre Inglaterra y Portugal. Operó con aviones propios y también con cuatro bimotores DC3 alquilados a la compañía holandesa KLM. De hecho, las tripulaciones de los aparatos eran holandesas y procedían de esta compañía. A pesar de su carácter comercial, los vuelos tenían que desviarse hasta mil seiscientos kilómetros de la ruta habitual para evitar el ataque de la Luftwaffe alemana, lo que no impidió que uno de estos aviones fuera derribado el 1 de junio de 1943 por un Junker 88. Murieron todos los tripulantes y los diecisiete pasajeros, entre ellos el actor inglés Leslie Howard, colaborador del servicio de inteligencia británico[5]. Pujol, que en esas fechas ya gozaba de una sólida credibilidad ante el Abwehr, se quejó airadamente, pues estos ataques ponían en peligro su principal cauce de comunicación con Madrid. Desde entonces no volvió a registrarse ninguna agresión contra las rutas aéreas que unían Portugal con Inglaterra, rutas que resultaban fundamentales para el Reino Unido, ya que, junto al vuelo nocturno que unía Escocia con Estocolmo, eran los únicos servicios aéreos regulares que conectaban este país con el exterior.

La excusa del piloto de KLM contactado por Pujol no sólo resultaba válida como vía de intercambio creíble, sino que era fácilmente comprobable. También le permitió inventar un inexistente grupo de colaboradores, de los que el aviador holandés sería su primer miembro, denominado a partir de entonces J(1). Pujol convenció al Abwehr de la existencia de este cómplice y de su creencia en que él era un catalán exiliado por razones políticas. El falso piloto, según pensaba Madrid, trasladaba las cartas desde Londres hasta una oficina postal de Lisboa, donde eran enviadas por correo ordinario a una de las direcciones tapadera facilitadas por el Abwehr. En el sentido contrario, Federico enviaba sus mensajes al apartado de correos de Lisboa, donde supuestamente eran recogidos por el piloto y entregados a Pujol en la capital británica. En realidad, era el propio Pujol quien entregaba y recogía su correspondencia en Lisboa. El 29 de julio de 1941 tuvo oportunidad de comprobar el acierto de su plan. Federico le envió su primer mensaje:

Recibí carta día 24. Medio comunicación es bueno. Carta salió muy bien. Esperamos con interés nuevas noticias. No olvide numerar cartas. Su esposa está bien y atendida. Cariñosos saludos y mucha suerte: Federico[6].

Con este texto como prueba irrefutable de su verdad, reincidió en su intento de aproximarse a la Embajada británica en Portugal. No hay constancia de quién rechazó de nuevo su ofrecimiento. Tomás Harris cita en su informe a un empleado de la oficina del agregado militar, a quien el español explicó con detalle su situación y le mostró la tinta invisible y los códigos cifrados. Este funcionario citó a Pujol a las siete de la tarde del día siguiente en el bar Inglés de Estoril. Aunque nadie acudió a su encuentro, es muy probable que la espera solitaria del agente catalán no pasara desapercibida. El sitio elegido no era casual. El bar Inglés de Estoril aún se alza sobre un promontorio al borde del mar, con unas privilegiadas vistas sobre la bahía de Cascais. Cuando Pujol lo conoció por primera vez, hacía escasamente un año que el bar Inglés había sido fundado por el británico Horace Bass, un agente del servicio secreto británico que hizo del restaurante lugar de cita habitual del activo espionaje en la zona. Concluida la guerra, el local nunca perdió su atractivo para políticos, escritores y artistas. Don Juan de Borbón fue uno de sus clientes habituales durante su exilio en Cascais.

Al día siguiente de su fallida reunión, regresó a la Embajada. El mismo funcionario que le había atendido veinticuatro horas antes excusó la ausencia sin demasiada convicción. Abandonó la sede diplomática consciente de que este enésimo rechazo le situaba ante el reto de afrontar en solitario una nueva estrategia. Ya no había marcha atrás. Su única alternativa era la huida o un destello de suerte que desbloqueara el punto muerto en el que se encontraba. Fueron semanas de un ritmo delirante, consumidas entre la angustia de los sucesivos rechazos británicos y el temor a ser descubierto. El 26 de agosto envió una segunda carta a Madrid, pero la fechó el día 17. En ella informaba del reclutamiento de dos supuestos colaboradores: el primero era un portugués de nombre Carvalho (agente número 1), viajante de comercio y residente en Newport. El segundo sub-agente era un británico de origen suizo-alemán, William Maximilian Gerbers (agente número 2), ubicado cerca de Liverpool:

Recibí su carta. No se sorprenda si no escribo constantemente. Sólo lo haré cuando tenga información interesante. Prefiero espaciar los envíos. Hasta el momento he cultivado la amistad con gente simpatizante del Eje, con el objetivo de crear una red. Las siguientes personas ya están trabajando para mí: un portugués llamado Carvalho, en Newport, quien vigila todo el distrito y especialmente Cardiff, donde él cubre los movimientos de barcos a través del Canal de Bristol que transportan material de guerra.

Un suizo llamado Gerbers. Está en Bootle (Liverpool) para cubrir ese importante distrito.

Les prometí veinticinco dólares por cada informe interesante y también dos dólares diarios para sus gastos.

Aún no he fijado residencia, ya que mi prioridad actual es distribuir a posibles colaboradores en las más importantes regiones de Inglaterra.

Según información fiable, el lugar donde está llegando la mayor parte de la ayuda americana es a Escocia. Además, varias industrias de guerra se han trasladado allí para evitar los ataques aéreos. Yo estoy en Oldham, pero mañana saldré para Glasgow y después iré a Londres a enviar la carta. Necesitaría una tinta especial para comunicarme con mis agentes. ¿Puede suministrarme una?

Tengo una corta lista de cambios de ubicación de varias factorías, pero debo confirmarlos antes del final del mes. Escribiré de nuevo.

Aún me queda dinero. Ya hablaremos de esto en la siguiente carta[7].

Pujol escribía estos mensajes con tinta invisible entre las líneas de los textos de sus cartas. Aparentemente éstas iban remitidas a su mujer, Araceli. En un principio su contenido ordinario versaba sobre su estancia en Londres y sus avances como escritor, ya que a Federico le había asegurado que se hacía pasar por novelista. Contribuyó a su fraude con relatos de la vida cotidiana londinense sobre el racionamiento de alimentos o la carestía de algunos productos. Un asunto que pronto suscitó el interés de sus controladores, como demuestra la segunda carta enviada por Federico y recibida en Lisboa el 10 de septiembre de 1941:

Recibimos carta 2. Datos dificultad conseguir víveres interesan mucho. Círculos oficiales ingleses aseguran disponer en actualidad mayores cantidades víveres que año pasado por igual época. Espero urgente detalle sobre almacenaje efectivos: trigo, harina, piensos, carne, grasas, quesos, leche condensada, azúcar, conservas pescado, té, cacao, café. Por oscilación precios puede concretar igualmente falta de artículos. Preciso datos organización, secciones y dirigentes del Ministerio Alimentación, qué artículos son adquiridos y distribuidos por agencias importadoras por cuenta Ministerio. P. E. National Meat Import Association. Adquiera folletos: «Food Facts» y «Ministry of Labour Gazette». El Instituto de Estadística de Oxford publicó en junio 1941 folleto sobre: situación abastecimiento pueblo británico. Trate conseguirlo. Envío tinta solicitada comunicaré próxima carta. Espero urgente datos militares anunciados. Comunique medios para enviarle fondos[8]. Federico.

Desde Lisboa le era imposible responder a cuestiones tan concretas y decidió esperar antes de averiguar el modo de dar satisfacción a tales demandas. El tercero de sus mensajes, fechado en Glasgow y remitido el 15 de septiembre, ya incorporaba información militar concreta:

Están vigilando la ruta de Islandia a Escocia. Durante agosto y el presente mes, muchos convoyes han llegado a Inglaterra a través de la bahía de Glasgow, que llaman The Clyde; desde aquí dispersan las flotas por todo el país. Los barcos son pequeños, con el propósito de poder ser amarrados en puertos de segundo y tercer nivel. Hay dos objetivos en esto: poder utilizar con fines militares todos los puertos del país, para barcos con un peso máximo de 2000 toneladas, y hacer los blancos más pequeños en caso de un ataque al convoy. Este dato fue confirmado por un transportista que hace tan sólo unos días trasladaba material del puerto de Barnstaple al puerto de Southampton, para la firma Lancaster & Son, 136 High Street. La información sobre el convoy ha sido facilitada por un marinero que transporta material y maquinaria de guerra para su uso en el barco.

(Continúa en una carta a mi mujer en Lugo.)[9]

Durante esta primera etapa, la mayoría de las cartas fueron enviadas a la dirección auténtica de Federico en Madrid, en la calle Viriato número 73. Éste, por su parte, se ocupó de hacerle llegar diligentemente no sólo instrucciones, sino también dinero y tinta invisible a través de su dirección postal en Lisboa. Con el propósito de no despertar las sospechas de su falso correo aéreo, la tinta invisible era enviada en dosis sólidas similares a cápsulas médicas que hacía pasar por pastillas de panflavina, adecuadas para la irritación de garganta. Para poder utilizarlas como tinta, debían disolverse en una cuchara de alcohol de cuarenta y cinco grados o, como el propio Federico aconsejaba, en whisky o ginebra. Para escribir le recomendó que utilizara la punta de un palillo envuelta en un poco de algodón. Después de redactar el mensaje debía dejar secar el papel al menos durante una hora y posteriormente mojarlo con el mismo líquido utilizado para disolver la tinta.

Si se hizo con whisky, bañar con éste. Puede beberse después usado sin cuidado, también volverse a usar. Baño muy corto, sólo para mojar carta por igual. En seguida secarla entre secantes blancos y limpios, para que carta quede ligeramente humedecida. Inmediatamente sobre cristal y encima bastante papel secante blanco y mucho peso. Dejar secar por completo, como costumbre. Una vez bien seca, frotar ambas caras con un trozo papel igual clase que la carta. A continuación puede escribirse texto camuflaje[10].

Respecto al código con el que Pujol cifraba sus mensajes, inicialmente era sencillo: sucesiones de cinco letras separadas por una «x». Durante los primeros meses sólo cifraba las palabras claves, normalmente las referidas a lugares, nombres de unidades militares o personas concretas. Los sistemas de codificación enviados por Federico adquirieron progresivamente mayor sofisticación, a medida que el prestigio de Pujol como informante aumentaba[11]. Redactar el mensaje confidencial, codificar las palabras claves, escribirlo con tinta invisible, esperar su secado y después añadir el texto convencional de la carta suponía una labor ardua y pesada que le mantenía ocupado durante horas.

Entretanto, la desesperación con que Pujol veía transcurrir las semanas sin ninguna señal de avance le abocó a un nuevo intento de contactar con los británicos. Aun a riesgo de ser descubierto, planeó su regreso a Madrid a finales del verano con la intención de entrevistarse con David Thompson, el oficial de pasaportes de la Embajada del Reino Unido en España. Acudió a Madrid y visitó discretamente la legación, pero la respuesta fue que mister Thompson se encontraba fuera de la ciudad y que no volvería en unos días. Demasiado tiempo para aguardar su regreso.

Ideó entonces una reunión entre su mujer Araceli y Federico. El objetivo era conocer la impresión que el Abwehr tenía de su trabajo. Araceli, digna imitadora de las cualidades dramáticas de su marido, telefoneó a Federico asegurando que debía entregarle una carta de Pujol. Se trataba de la cuarta misiva, supuestamente enviada a su esposa en Lugo. Éste aceptó, interesado en leer su contenido oculto. Araceli desplegó una convincente representación de esposa desconfiada y sometió al alemán a un exhaustivo interrogatorio sobre el contenido de la carta. Expresó sus sospechas sobre la infidelidad de su marido, que en su opinión ese papel seguramente demostraba, y le acusó de ser el cómplice de la aventura que su esposo vivía con otra mujer en Londres, según decía creer. Siguió pidiendo explicaciones y, en un tono desafiante, encaró con enojo el silencio comprometido de Federico, testigo embarazoso de una discusión de incierto riesgo personal para su colaborador español. Convencido de que Araceli no sabía nada de la labor de Pujol, le pidió calma y tiempo para darle una explicación. Esa misma tarde, tras consultar con sus superiores, regresó decidido a confesar la verdad o al menos parte de ella. Explicó que su marido estaba realizando en Londres una misión secreta para el Gobierno alemán y le mostró la carta abierta para que comprobara que era esa, y ninguna otra, la justificación de su viaje a Inglaterra y del contenido de la correspondencia. Tras una disimulada sorpresa, sumó un grado más de ingenuidad a sus preguntas y aseguró no entender en qué podría servirles su marido, cuando ni siquiera hablaba inglés. La respuesta de Federico fue la lectura en positivo de esa misma carencia; los resultados ya obtenidos, a pesar de ignorar el idioma, eran la mejor demostración de su habilidad. Araceli envolvió su despedida con un sentimentalismo conmovedor de no ser el toque magistral de cinismo con el que puso fin a la farsa: entregó a Federico una foto reciente de su hijo Juan, nacido en Cascais en julio, para que la enviara a su marido en Londres.

Pujol extrajo del relato que su mujer hizo de la entrevista un cierto sosiego, la efímera seguridad que le permitía saber que, por el momento, no era cuestionado. Con esa tranquilizadora impresión regresó a Lisboa, dispuesto a abordar una larga espera, mientras su mujer y su hijo, esta vez realmente, se quedaban en Lugo. Se dispuso entonces a perfeccionar su conocimiento del Reino Unido. Sus nociones del país eran tan básicas que le resultaba imprescindible documentarse si quería ofrecer informes más cualificados, falsos pero aparentemente ciertos. Compró varios libros: una guía azul turística de Inglaterra en francés y otra en inglés, una publicación portuguesa actualizada sobre la flota británica y un diccionario inglés-francés de términos militares. Además de estos libros de consulta, contaba con un mapa alemán de Gran Bretaña, escala 1/1000000, entregado por Federico en su última reunión. Completó estas lecturas con visitas diarias a varias bibliotecas públicas, donde era asiduo lector de la prensa británica. A través de ésta, obtenía detalles concretos, nombres de empresas, noticias de la guerra y valiosas notas sobre la vida cotidiana en Inglaterra.

Pujol supo combinar con destreza la mención de estos datos para construir, uno tras otro, decenas de mensajes que parecieran creíbles. La mayoría eran ciertos, aunque poco importantes, si bien los adornaba con los suficientes datos como para resultar sólidamente convincentes. Un ejemplo de esta habilidad fue su quinta carta, enviada el 18 de septiembre, en la que informaba sobre el brote de una epidemia infantil en el distrito de Monmouth y facilitaba algunos datos sobre la dieta diaria de racionamiento: 40 gramos de té, 160 gramos de azúcar, 80 gramos de mantequilla, etc. Toda esta información la había extraído íntegramente de una noticia publicada en un periódico francés. Días después, posiblemente con la intención de ganar tiempo y quizá también dinero, Pujol dio un salto cualitativo en su sexta carta. De una parte anunciaba que ya había tenido los primeros problemas con las autoridades británicas y de otra proponía completar su misión de informador con la de organizador de una red de saboteadores.

Sin noticias de Federico.

Preciso urgentemente algún medio para comunicarme con mis agentes, los viajes que efectúan hacen sospechar a la policía, el otro día en la King's Cross Station unos policías me detuvieron y me hicieron una cantidad abrumadora de preguntas, salí bien del asunto, pero es necesario no viajar tanto.

Si ustedes quisieran, yo podría organizar aquí, en represalia por los atentados terroristas de las zonas ocupadas, un grupo de elementos que contraatacaran y efectuaran en Inglaterra actos de sabotaje y terroristas, para eso necesitaría el permiso de ustedes y medios suficientes para recompensar a los individuos que se prestaran a ello. Aquí estoy seguro de encontrar elementos, hay mucha hambre y en algún sector mucho malestar[12].

A pesar de la dedicación con la que intentaba afianzar su fraude, y de las buenas palabras recibidas por Araceli, en estas primeras semanas los resultados de su marido no respondían al interés depositado en él. Federico empezó a dar evidentes muestras de impaciencia en sus respuestas. La correspondencia entre ambos adquirió una tensión que reflejaba una profunda y mutua desconfianza, como demuestra la tercera carta de Federico, recibida el 25 de septiembre:

Recibí suya 3/9 de Glasgow sin numerar y hoy suya 10/9 de Londres n.° 5. Contenido poco aprovechable, información muy deficiente. Absténgase contemplaciones personales y proposiciones militares. Interesan datos concretos con fechas. Trabaje con gente competente, no comunique datos de terceras personas, interesan sus observaciones durante viajes, describa movimientos tropas, clase uniforme, unidades, armamento, distintivos, donde emplazamiento de baterías aéreas y navales, donde campos de aviación. ¿Qué puertos han sido ampliados? Dónde entran convoyes, número unidades y fecha, dónde descargan, almacenan mercancía y dónde es transportada. Describa todo carácter militar observado en diferentes ciudades. Remisión de fondos imposible, comunique urgentemente dirección segura donde ha de ser enviado y si por giro. Repita señas para garantizar envío fondos con regularidad. Su estancia allí ha de ser bastante larga. No regrese ninguna manera sin nuestras órdenes. Saludos:

Federico[13].

La respuesta de Pujol fue más breve, pero igualmente taxativa. Su colaboración daba síntomas de agotamiento apenas iniciada:

Recibí carta n.° 3 del 25/9.

Contenido carta inexplicable. Carezco recursos cerca dos meses, solicito tinta. Preciso indicación rápida contestación a mis cartas. Advierto nuevamente peligrosa situación con desplazamientos. Incomprensible obstáculo remisión fondos. Contestar urgentemente asunto. ¡¡¡Fondos y tinta!!! Saludos de Juan[14].

Con una rapidez inusual, la respuesta de Federico, diez días después, rebajó el tono de la polémica y por primera vez se refirió a la visita efectuada por Araceli. Sus instrucciones eran precisas y coincidentes con las expresadas en la carta anterior:

Confirmo sus cartas del 3 y 17/9 de Lugo y mía del 22/9 número 3. Araceli estuvo aquí entrevistándose conmigo, quedando todo arreglado. No escriba a Lugo por motivos estratégicos referente familia. Las tabletas adjuntas guárdelas bien hasta reciba mi próxima con instrucciones. Confirme recibo de las mismas. Enviaré desde Lisboa por D. Fernández nuevos fondos. Actos sabotaje no interesan pero sí grupo de elementos que se ofrecen para ello, aproveche inmejorable ocasión hacer uso de estos ofrecimientos, para conseguir buenos y detallados informes militares. Espero gran interés y pronto buenos informes según instrucciones mías n.° 3.

Federico[15].

Poco a poco Pujol consiguió superar la crisis de confianza generada por la imprecisión de sus primeros mensajes. Lo demostraba el tono más distendido y confiado de las cartas de Federico a partir de noviembre de 1941, y lo confirmaba también la calidad de sus propios informes, notablemente superiores respecto a los enviados durante el verano. Esta experiencia no le evitó cometer errores, algunos tan burdos como los referidos al sistema monetario inglés, para él un misterio confuso en el que solía equivocarse con frecuencia al hacer la conversión de chelines a peniques y de peniques a libras. Otro error que pasó menos desapercibido fue la mención de algunas calles o fábricas inexistentes. En su carta número 7, por ejemplo, Pujol comunicó que la firma Smith and Coventry Lmtd., ubicada en Paradise Street, se dedicaba a la producción de bombas de aviación. Federico le corrigió asegurando que en Glasgow no existía tal dirección y que sólo en Coventry existía una calle con ese nombre. Pujol asumió la errata, atribuyéndola a la gran cantidad de datos que debía supervisar. No le faltaba en parte razón.

En sus siguientes envíos el agente español fue perfeccionando el contenido de sus textos sobre el desabastecimiento de la población, la ubicación de algunas unidades militares o el emplazamiento de baterías antiaéreas en Londres. En su carta número 13, enviada el 19 de noviembre de 1941, Pujol anunció un cambio en su sistema de comunicación con Federico. Le aseguró que su amigo Dionisio Fernández debía regresar a España y que su apartado de correos ya no podía ser utilizado como cobertura para la correspondencia entre ambos. Como alternativa más segura y anónima, contrató una caja de seguridad, la 122, en el Banco Portugués do Continente é Ilhas[16], con el nombre típicamente inglés de Joseph Smith Jones. Envió una llave a Federico con la nueva dirección y la instrucción de que remitiera allí su correspondencia. Como destinatario debía figurar el inexistente Smith Jones, y debajo el añadido para JP (para Juan Pujol). Esta caja de seguridad sirvió como estafeta de correos entre ambos desde septiembre de 1941 hasta prácticamente el final de la guerra. En esa misma carta Pujol se hizo eco de la sorprendente llegada al Reino Unido de Rudolf Hess. Este hecho, que tanto impacto causó en la opinión pública, fue aprovechado por Pujol para añadir un grado más de osadía a su perfil de agente bien informado, aunque de nuevo es la compensación económica la prioridad que se extrae de las siguientes líneas:

Hoy sólo informaré noticia sensacional relativa paradero D. Hess. Lugar ocultación sólo recibirá con gratificación un amigo del agente número 1. He contestado que sólo entregaré «premio» una vez me haya cerciorado yendo por mí mismo lugar reclusión, y reconociéndole u obteniendo seguridad informe[17].

Madrid rechazó el ofrecimiento. Mientras tanto, la frenética actividad de Pujol se diversificaba en varios frentes. No sólo falseaba los informes, también inventaba nuevos colaboradores de su red. En octubre de 1941 informó de la incorporación de un tercer agente, un venezolano que había estudiado en la Universidad de Glasgow y cuyo campo de actuación era Escocia. Pedro, como fue identificado por Pujol, o Benedict, como fue conocido por los alemanes, llegaría a ser el agente más veterano de la red y el que asumió su dirección tras la ficticia detención de Arabal en 1944. Tampoco desistía de contactar con el servicio secreto británico. El último intento lo protagonizó en Madrid a finales de octubre de 1941. Regresó a España sin el conocimiento de la Embajada alemana para reunirse durante unos días con su mujer y su hijo en Lugo. Al pasar por Madrid, visitó la legación británica con el propósito de ver al esquivo responsable de pasaportes. Esta vez Pujol sí fue recibido. Acudió a la cita con varias de las cartas y con un microfilm en el que Federico le había incluido una serie de preguntas que Alemania consideraba vital y de la máxima urgencia que él contribuyera a aclarar. Conocido el desarrollo de la historia, esas preguntas resultaron sorprendentemente premonitorias:

¿Espera Inglaterra alguna agresión de Japón contra las posesiones británicas u holandesas en el Extremo Oriente durante el curso de 1941? ¿Cuál cree Inglaterra que puede ser el objetivo final de un posible ataque: Hong Kong, Singapur, la India, las posesiones holandesas o Australia? ¿Qué posibilidades existen de defender Hong Kong? ¿En qué dirección se espera el ataque en caso de guerra con Japón, contra Singapur, Siam o las Indias Holandesas (Indonesia)? ¿Cómo espera Inglaterra resistir la agresión japonesa? ¿Qué ayuda espera de Estados Unidos? ¿Está Inglaterra en condiciones de disponer de fuerzas navales suficientes y armas para usar en el Extremo Oriente?[18]

Unas semanas después, el 7 de diciembre de 1941, Japón bombardeó la base naval de Estados Unidos en Pearl Harbor sin previa declaración de guerra. Sin embargo, ni el testimonio de aquel cuestionario ni los argumentos de Pujol fueron suficientes para doblegar el constante recelo del funcionario británico.

Pujol regresó a Lisboa acompañado de Araceli y su hijo. Este nuevo desengaño agotó la paciencia del español y por primera vez desde que llegó a Portugal pensó firmemente en renunciar y marcharse a Latinoamérica. Brasil fue el destino escogido. En noviembre de 1941 inició los trámites en el consulado brasileño en Lisboa para emigrar junto a su familia.

Ante la decepción de su marido, fue Araceli quien asumió la iniciativa de abordar nuevos contactos. Descartada la opción inglesa, Araceli intentó y consiguió reunirse con el ayudante del agregado naval de la Embajada de Estados Unidos en Lisboa, el oficial Rousseau[19]. El funcionario norteamericano partió de la misma incredulidad con la que Pujol fue recibido en otras ocasiones por los representantes británicos. Escuchó las explicaciones de Araceli sobre las actividades de un supuesto espía al que en ningún momento identificó con su marido, pero no aceptó por el momento asumir mayor compromiso que el de haberla recibido. El contacto quedó interrumpido durante semanas debido a un viaje de Rousseau a Madrid. A su regreso, a finales de noviembre de 1941, una semana antes de la entrada de EE UU en la guerra, volvieron a verse. Araceli acudió a la cita con un plan elaborado para suscitar el interés del militar. Aseguró que las actividades de espionaje denunciadas afectaban también a Estados Unidos e incluso llegó a pedir 200000 dólares a cambio de la información. Sabía que esa cifra astronómica era inaceptable, pero quizá útil para incrementar el interés de sus confidencias. También escribió una carta en francés con tinta invisible en la que hacía referencia a los informes de falsos agentes en Estados Unidos.

Esta y otras pruebas actuaron eficazmente sobre las reticencias de Rousseau, quien finalmente accedió a convocar una tercera reunión en presencia de un agente del servicio secreto británico. Araceli trajo consigo muchas de las pruebas que creía definitivas: un microfilm, un frasco de tinta secreta y una carta de Federico. Rousseau cedió el peso de la entrevista a su colega británico, quien en absoluto se mostró impresionado por las demostraciones de aquella española, en quien displicentemente veía una aventurera de difusos intereses. Su actitud prepotente y defensiva encendió el carácter de Araceli, que, cansada de oír reproches, se levantó, dispuesta a marcharse. En ese momento el agente británico sacó una moneda de veinte escudos de su bolsillo y la dejó sobre la mesa: «Aquí tiene, muchas gracias por las molestias y por el precio de sus servicios». Esta frase, recogida en el informe oficial de Tomás Harris, estuvo a punto de anular definitivamente la única vía abierta para hacer realidad las aspiraciones de Pujol. Rousseau, menos desconfiado e intransigente, pidió disculpas por el gesto humillante de su compañero y rogó a Araceli que siguiera con el relato. Ésta puso fin al misterio reconociendo que el auténtico espía no era otro que su marido. La confesión modificó la actitud de ambos y semanas después se demostraría como la auténtica conexión que permitió al servicio secreto británico identificar y localizar al auténtico Arabal.

Mientras tanto, Pujol continuaba su labor intensificando la frecuencia de su correspondencia con Federico. Su campo de actuación, gracias a sus tres supuestos colaboradores, también aumentó en extensión. Las noticias sobre la industria de guerra, la fabricación de material militar o los ejercicios de entrenamiento de tropas centraron el contenido de la mayoría de sus cartas en las últimas semanas de 1941 y las primeras de 1942. En febrero de este año, aún sin respuesta del consulado brasileño, propuso otra de sus sorprendentes ideas. A través del hermano de Benedict, el agente 3, ofreció utilizar su finca en el litoral venezolano para crear una pequeña base de aprovisionamiento de los submarinos alemanes que operaban en la zona. Madrid rechazó este proyecto como inviable. Junto a esta negativa su contacto alemán le felicitó por su mejora en la utilización de la tinta invisible, cuya técnica había alcanzado niveles magníficos. Además, le comunicó una nueva dirección de cobertura a la que enviar sus cartas: «Don Rafael de Morales, abogado, calle Génova, 15, Madrid».

Días después le envió otra dirección, la utilizada habitualmente por Kuhlenthal, lo que indicaría que, desde febrero de 1942, el superior de Federico mostró un interés personal en el seguimiento del agente catalán: «Sr. Don Germán Domínguez, apartado de correos 1099, Madrid».

Esta creciente coordinación estuvo a punto de truncarse de nuevo por otro error cometido por Pujol, al equivocar el nombre de varias unidades militares de las que no tenía mayores referencias que la prensa diaria y el diccionario anglo-francés de términos militares. El 14 de marzo de 1942 Federico le reprochó duramente esta negligencia:

Comunica usted número regimientos infantería observados su viaje Guilford. Regimientos infantería no llevan número sino nombres, por tanto, comunicaciones sin ningún valor. Ruego aclare esto según su carta n.° 23. Igualmente referente a 2.ª brigada carros combate. Poseemos informes que no están en ese país. ¡Espero rectificación! No traduzca definiciones unidades al castellano, sino comunique nombres exactos en inglés[20].

Pujol, a quien su experiencia ya le había aportado la temeridad de sentirse seguro y confiado, respondió con el mismo tono imperativo e idéntico nivel de exigencia:

Estoy sorprendido por su mensaje sobre la numeración de los regimientos y la brigada acorazada. ¿Acaso no ha oído hablar de la Oficina de Guerra y del Mando General? Hace ya casi un año que estas organizaciones, para evitar el espionaje, se refieren a sus unidades de combate por números. Estos números no son conocidos como lo eran sus nombres. En sus propias instrucciones desde mi salida de España siempre se ha referido a estas unidades por números, lo que me hacía suponer que estaba al corriente de este cambio. De hecho, yo y mis agentes nos hemos esforzado en descubrir la numeración de estas unidades, a pesar de que no ha sido fácil. Yo también tengo pruebas de lo que estoy afirmando y de mis informes anteriores. Por favor, indíqueme qué procedimiento quiere que siga en el futuro[21].

El tono desafiante del texto le mantuvo durante días en la incertidumbre sobre la reacción provocada en Madrid. Esta inquietud sobre sus consecuencias pesó en el ánimo de Pujol, consciente de la vulnerabilidad de su situación y de que su engaño, en esas condiciones, estaba llegando a su fin. Para su sorpresa, la respuesta de Federico, lejos de hacer nuevos reproches, asumía su explicación como cierta y reiteraba la confianza depositada en él y en su misión:

Sobre los nombres y los símbolos de las unidades militares: es prioritario conocer el nombre de estas unidades y si es posible también su número. Si no es posible disponer de ambos datos envíenos uno de los dos. No es necesario que nos mande pruebas de sus evidencias ya que confiamos absolutamente en usted. Es importante que continúe su estancia el mayor tiempo posible. Repito que aquí estamos muy satisfechos con su colaboración[22].

A pesar de esta nueva demostración de ingenuidad desde Madrid, Pujol sabía que no podía prolongar indefinidamente su fraude sin riesgo de ser descubierto antes o después. Tampoco había recibido ninguna respuesta de los contactos mantenidos en la legación norteamericana. Sumido en este dilema, atrapado entre el recelo alemán y la indecisión aliada, un nuevo golpe de suerte cambió para siempre su futuro. En marzo de 1942 envió el que, sin saberlo, sería el mensaje más decisivo de su etapa portuguesa: la carta número 39, la que le abriría definitivamente la puerta del espionaje británico. El informe anunciaba la salida desde Liverpool de un convoy de cinco barcos con dirección a Malta. Lo hizo sin una intencionalidad concreta, al igual que previamente había mandado otros informes sobre desplazamientos de buques. Pero en esta ocasión consiguió movilizar no sólo al servicio secreto alemán, sino también a buena parte del operativo militar del Eje en el Mediterráneo y, por extensión, al MI6 británico. La oportunidad del momento en el que Pujol propagó el bulo fue su mayor acierto en este crucial episodio.

Desde hacía semanas la isla de Malta sufría un constante acoso por la marina y la aviación alemanas e italianas, deseosas de privar a Gran Bretaña de esta importante base estratégica en el Mediterráneo. Hasta ese momento ningún buque había salido del Reino Unido para socorrer a la isla. Los barcos que lo habían intentado procedían de puertos más próximos y alcanzaban su destino tras surcar un encarnizado fuego enemigo. Los que consiguieron llegar lo hicieron con tal coste de vidas y material que el Almirantazgo ralentizó la frecuencia de los envíos. En el transcurso de esta cruenta batalla por el control de Malta, Pujol envió el siguiente mensaje:

Transmito urgentemente informe agente número 2 entregado personalmente.

Convoy compuesto quince unidades, de ellas nueve mercantes, han salido hoy, 26.3.42 puerto Liverpool, punto concentración. Composición de un barco carbonero de 2000 toneladas, un petrolero de 2000, cinco grandes barcos tonelaje 5000 a 10000, cargamento de material de guerra, granadas, cañones antiaéreos desmontados y otro armamento, los otros tres, artículos alimenticios, otro barco de tonelaje medio, transporta técnicos y especialistas del cuerpo de aviación, RAF, para agregarlos a unidades existentes en Malta, otro tonelaje aproximado de 1500, artículos sanitarios y ambulancias, resto cargamento bélico. Dirección Malta por Gibraltar con escala probable en Lisboa según conversación oída, antiguo oficial vapor griego Nea Helias, actualmente prestando servicio Gran Bretaña.

Mando urgentemente carta por si pueden observar composición antes de llegar destino. Continúo en cama, mejorado, espero pronto poder informar extensamente.

Saludos de JUAN[23].

Atendiendo a la información de su agente, el Abwehr desplegó un amplio dispositivo militar para localizar y hundir el inexistente convoy. Alemania envió una flotilla de submarinos al este de Gibraltar y un grupo de buques de guerra. Aviones torpederos italianos fueron desplazados a Cerdeña para reforzar el ataque. Este desplazamiento de fuerzas, la mayoría de ellas retiradas del cerco sobre Malta, supuso un importante respiro para las defensas de la isla, además de un estéril gasto en combustible y tiempo para el Eje. Cuando pasados varios días la llegada del esperado convoy no se produjo, Berlín no atribuyó el error al mensaje de Pujol, sino a la ineficacia de la aviación italiana, cuyos aparatos de reconocimiento habían sido incapaces de localizar la flotilla. Berlín dio una muestra más de su creciente confianza en Arabal, en la que erróneamente reincidiría en el futuro.

Resulta sorprendente, casi incomprensible, cómo Pujol pudo durante estos meses mantener un engaño tan básico sin recaer en él ninguna sospecha de deslealtad por parte del Abwehr. Incluso siendo consciente de que su descubrimiento era sólo cuestión de tiempo, mantuvo su posición en Lisboa durante ocho meses simulando que el auténtico origen de los mensajes procedía de Londres. Aún no lo sabía, pero su mérito tuvo como mejor aliado al propio servicio secreto inglés, que desde el inicio de la guerra había desmantelado distintas redes de espionaje alemán en el país. Sin competencia real sobre el terreno, Pujol fue inmune a posibles confirmaciones de sus mensajes por otros agentes alemanes desplegados en Inglaterra. No ocurrió lo mismo con el MI6, para quien la demostración de influencia de Arabal no pasó en absoluto desapercibida. Tras la comunicación sobre el convoy de Malta, localizarle sería la prioridad del espionaje inglés.

ENIGMA

Sin que Alemania lo supiera, ni Pujol lo sospechara, Gran Bretaña tuvo conocimiento de Arabal desde el primero de sus mensajes, enviado de Lisboa a Madrid en julio de 1941 y después transmitido a Berlín por radio. El mensaje fue captado por la estación de interceptación de Hanslope Park y descifrado horas después, prácticamente al mismo tiempo que el informe era recibido en la capital alemana. Esta vulnerabilidad de las transmisiones enemigas permitió a Londres conocer, en tiempo real, gran parte de la información recibida en el cuartel general del Abwehr desde sus distintas estaciones en el exterior, siendo la de Madrid probablemente la más productiva de todas ellas.

Entre las embajadas de Lisboa y Madrid la comunicación se realizaba a través de un transmisor de radio o por correo personal. Este eslabón de la cadena de transmisiones era el más débil de todos y el más expuesto a las escuchas de los potentes receptores británicos. Sin embargo, entre Madrid y Berlín existía un método de comunicación más seguro: una línea de teletipo vía París, pero sólo estuvo operativa hasta 1943, cuando los bombardeos aliados hicieron impracticable la comunicación por cable. A partir de ese momento la estación española del Abwehr recurrió a un potente transmisor, bautizado como Sabine, que enlazaba directamente Madrid con un receptor en Wiesbaden (Alemania). Esto permitió al Reino Unido extender la interceptación de los mensajes a toda la península Ibérica.

Las señales captadas por la estación central de Hanslope Park y otras estaciones menores se remitían al departamento del Servicio de Seguridad de Radio[24], donde se filtraban los mensajes, se identificaba la estación o el agente emisor, su lugar de destino y la fecha de emisión. De allí se enviaban a la Escuela Gubernamental de Codificación y Claves[25], situada en Bletchley Park, a cincuenta millas de Londres, donde los criptoanalistas intentaban descifrar los códigos, traducir el mensaje a un alemán legible y transcribirlo en inglés. Los mensajes se agrupaban según su importancia y su procedencia: naval, militar, diplomática, la Gestapo o el Abwehr. Estos últimos tenían una consideración especial y automáticamente eran remitidos al departamento de Oliver Strachey, quien estudiaba el mensaje, completaba el descifrado y resumía su contenido en unos informes que pasaron a ser conocidos como ISOS (Intelligence Service Oliver Strachey). Los mensajes ISOS eran después remitidos al MI5 o MI6 según su contenido. Sin embargo, el avance decisivo que permitió al Reino Unido introducirse plenamente en las comunicaciones germanas se produjo tras desvelar los secretos de una máquina de cifrado hasta el momento inexpugnable: Enigma.

El secreto mejor guardado del Reich fue patentado con fines civiles por el inventor alemán Arthur Scherbius, según un modelo fabricado en 1919 por el holandés Hugo Koch. Scherbius presentó su nueva máquina por primera vez en la Exposición Postal de Berlín en 1923. Inicialmente concebida para la transmisión de información reservada entre empresas, fue bautizada con el término español de Enigma para simbolizar el misterio que este complejo artilugio representaba. El poco éxito obtenido llevó a su creador a fabricar una versión distinta con fines militares, adquirida en exclusividad por el ejército alemán en 1926. La máquina militar básica, llamada Modelo Uno o Modelo W (Wehrmacht Enigma), entró en servicio el 1 de julio de 1930 y su uso se generalizó tras la llegada al poder de Hitler en enero de 1933. Todas las instituciones oficiales que manejaban información reservada utilizaban este codificador en sus comunicaciones; desde luego la Wehrmacht (ejército), la marina y la Luftwaffe (fuerza aérea alemana) disponían de ella, pero también la Gestapo, el Ministerio de Asuntos Exteriores y las embajadas alemanas.

Externamente, Enigma era poco más llamativa que una sofisticada máquina de escribir insertada en una caja de madera. Pesaba unos doce kilos y constaba de un teclado principal y otro complementario en el que cada letra se conectaba a una pequeña bombilla. El complejo sistema se completaba con dos clavijas que actuaban como conmutadores, y varios tambores (se usaron entre tres y cinco, dependiendo de la versión utilizada), cada uno de ellos con veintiséis muecas correspondientes a cada letra del alfabeto. Según la posición de estos rotores, al apretar una tecla se encendía la luz que correspondía a su letra ya cifrada. En teoría, la mecánica era muy similar a la de un circuito cerrado en el que cada tecla era un interruptor y los cilindros los distribuidores que conducían la energía hacia una luz u otra. En la práctica, los 6000 trillones de combinaciones distintas que generaba hacían imposible descifrar sus mensajes. Para mayor seguridad, la clave de codificación, esto es, la posición que debían tener los cilindros giratorios, era distinta para el ejército, la armada y la marina, y además, se cambiaba cada día.

El Servicio de Seguridad de Radio (RSS) ya tenía bastante conocimiento de Enigma y sus claves gracias a la labor de seguimiento de los informes emitidos por sus agentes dobles. Cuando una estación del Abwehr codificaba uno de estos mensajes procedentes del Reino Unido, su clave era automáticamente conocida por Londres, que era realmente quien había emitido el texto original. Sin embargo, este hallazgo sólo tenía validez hasta la siguiente modificación de la clave. Para conseguir un dominio completo del funcionamiento de Enigma resultaba imprescindible tener una máquina idéntica y descifrar sus claves diarias. Un trabajo que se inició muchos años antes en una modesta oficina de correos polaca.

Polonia había logrado importantes avances en el descifrado de Enigma, gracias al envío por error de uno de sus prototipos a una delegación postal de Varsovia en 1929. Inmediatamente, el gabinete de cifra del servicio secreto polaco buscó a las personas más adecuadas para desvelar su funcionamiento. Tras complejos exámenes y difíciles pruebas de acceso, se seleccionó a tres jóvenes estudiantes con un cociente intelectual adecuado para la envergadura del reto y una devoción por la ciencia matemática que lindaba con la obsesión. Estos jóvenes polacos, Marian Rejewski, Henryk Zygalski y Jerzy Rozycki se volcaron en el análisis de la criptografía con una pasión contagiosa, pero entre ellos sería Marian Rejewski, de 23 años, tímido y miope, el que antes y con más brillantez despuntaría.

Rejewski inició en 1932 su particular disección de Enigma. En breve, consiguió crear un duplicado similar, pero consciente de que lo importante no era la máquina, sino conocer la lógica de sus claves, se sumió intensamente en la labor de analizar los distintos mensajes captados a Alemania. Los analistas polacos tenían a su favor que en esa época los códigos de Enigma únicamente se cambiaban cada tres meses, lo que permitió al equipo de Rejewski un tiempo precioso para estudiar su lógica. Los avances fueron lentos, pero prometedores. Tras varios años de investigación, descubrieron que las seis primeras letras eran siempre una serie de tres repetidas dos veces, y que, en realidad, éstas indicaban la posición en que debían colocarse los rodillos para recibir el resto del mensaje. Este y otros descubrimientos permitieron a los matemáticos polacos, a comienzos de 1938, descifrar el 75 por ciento de los textos codificados[26]. Sus investigaciones fueron aún más rápidas a partir del otoño de ese año, ayudados por un prototipo de computadora conocida como La Bomba, llamada así por el ensordecedor ruido que generaba durante su funcionamiento. Cuando casi habían culminado su trabajo, en diciembre de 1938, Alemania cambió completamente los códigos y añadió dos rotores más. Rejewski tenía que empezar desde cero, pero ya no hubo tiempo de reacción. El ansia expansionista de Hitler hacía previsible una guerra entre ambos países, y el servicio de espionaje polaco decidió compartir sus avances con británicos y franceses.

Francia, por su parte, había conseguido también logros significativos en relación con Enigma, aunque el mérito no era tanto de sus descifradores, sino de un valioso topo infiltrado en el corazón del gabinete de cifra del Ministerio de Defensa alemán. Hans Thilo Schmidt llevaba siete años pasando informes al Deuxième Bureau (servicio secreto francés) a cambio de sustanciales sumas de dinero. Durante ese periodo había facilitado más de trescientos documentos de gran valor, entre ellos instrucciones para el uso de Enigma y diversas fotografías sobre su mecanismo. A partir de 1938, Francia aceptó pasar este material a Inglaterra a través de la estación del MI6 en París, documentación clasificada como del más alto secreto y a la que se referían como «la pimpinela escarlata».

El Reino Unido, a su vez, también intentaba desde hacía años arrojar luz sobre los misterios de Enigma. Desde principios de la década de los treinta se había encargado a un brillante matemático, Dilly Knox, desvelar su funcionamiento. Knox consiguió importantes avances durante la Guerra Civil española, al descifrar en abril de 1937 parte de las comunicaciones que alemanes, italianos y españoles mantenían a través de Enigma. Sin embargo, el modelo utilizado fue reemplazado por versiones más modernas, y las investigaciones de Knox, al igual que las de los polacos, quedaron superadas por el celo alemán en dotar de mayor seguridad a su más valioso secreto. En enero de 1939, polacos, franceses y británicos decidieron sumar esfuerzos y unificar sus trabajos. Se reunieron dos veces, la primera en París y la segunda en Varsovia en julio, cuando Alemania ya había denunciado el tratado de no agresión con Polonia y la guerra se presumía más inminente que nunca. Junto a un pormenorizado informe sobre la investigación, Polonia entregó dos réplicas del modelo más avanzado de Enigma, una al Gobierno francés y otra al británico. Esta última fue trasladada a Londres entre el equipaje del dramaturgo Sacha Guitry, para no despertar las sospechas de posibles espías alemanes[27].

El MI6, de quien dependía Bletchley Park, se vio sorprendido por la profesionalidad del trabajo desempeñado por el servicio polaco y decidió seguir sus pasos. Londres dio prioridad máxima a esta misión. Buscó entre matemáticos de prestigio el personal adecuado para proseguir la investigación y también se seleccionó a especialistas en juegos de lógica, maestros de ajedrez e incluso expertos en crucigramas. Uno de los aspirantes seleccionados fue Ian Fleming, famoso años después por trasladar su experiencia a la literatura a través del personaje de James Bond. La mansión victoriana en Bletchley que daba nombre a la Escuela Gubernamental de Códigos y Cifrados, conocida en clave como la Estación X, se quedó pequeña para acoger a las remesas de eruditos, militares, oficinistas y radiotelegrafistas que, por centenares, llegaban a sus instalaciones. En esta nueva etapa de las investigaciones, Knox se rodeó de un equipo humano que marcó la diferencia respecto a los trabajos precedentes. Todos eran matemáticos de una calidad excepcional, casi todos procedían de los centros universitarios más reputados de Cambridge y Oxford, y para la mayoría ésta suponía su primera experiencia en el campo de las comunicaciones militares.

Además del propio Knox, John Jeffreys, Peter Twinn o Gordon Welchman fueron algunas de las mentes más lúcidas de este grupo. Aunque la auténtica genialidad que permitió los mayores éxitos, y quien más activamente contribuyó a descubrir las claves de Enigma, fue Alan Turing, un matemático superdotado, extravagante, desaliñado y homosexual, que escasamente congeniaba con el ambiente castrense y conservador del recinto de Bletchley. Turing fue reclutado en la Universidad de Cambridge, donde con tan sólo veinticuatro años ya había creado un modelo básico de ordenador, «la máquina Turing», capaz de resolver a una velocidad entonces desconocida complejos cálculos matemáticos.

Una fría mañana de enero de 1940 se consiguió descifrar por primera vez un mensaje íntegro de Enigma. Desde este punto de partida, sus investigaciones avanzaron a un ritmo mayor y entre finales de 1941 y principios de 1942 pudieron traducir la práctica totalidad de los textos codificados con la máquina que los alemanes seguían considerando indescifrable. Junto a los mensajes ISOS, este triunfo permitió a Bletchley transcribir una media de 4000 transmisiones alemanas diarias y, a través de ellas, tener una idea muy precisa de los movimientos de fuerzas alemanas y de las órdenes emanadas desde los distintos cuarteles generales. Estos mensajes descubiertos pasaron a ser denominados ULTRA o MSS[28], aunque coloquialmente eran conocidos como «los huevos de oro», un término que acuñó el propio Winston Churchill al hacer una visita en septiembre de 1941 al equipo de descifradores. La combinación de los mensajes ISOS, ULTRA y la red de agentes dobles permitió al Gobierno británico trazar una completa tela de araña a la que muy pocos datos se escapaban. En enero de 1942 una de esas excepciones aún era Juan Pujol.

TRAS LA PISTA DE ARABAL

Tras el primer mensaje de Arabal, el Servicio de Seguridad de Radio alertó sobre la posible presencia de un espía no identificado, probablemente español, en territorio británico. Inicialmente la sorpresa fue grande, pero el servicio secreto decidió obrar con prudencia para que el Abwehr no pudiera sospechar de la vulnerabilidad de sus comunicaciones. Sin embargo, la llegada posterior de más mensajes ISOS con nuevas referencias a Arabal causaron mayor inquietud. No sólo era una posible amenaza para la seguridad británica, representaba también un serio peligro para la red de agentes dobles. Si Berlín ordenaba a Arabal contactar con alguno de sus espías en Londres, éste podría comprobar que casi todos ellos habían sido detenidos o trabajaban realmente para el Reino Unido.

En el otoño de 1941 Scotland Yard y el servicio secreto se movilizaron tras la búsqueda de Arabal. La operación se repartió entre tres departamentos del MI5 y la sección V del MI6. Las secciones del MI5 implicadas fueron la Bl(a), Bl(b) y Bl(g). La primera integraba la red de agentes dobles al frente del coronel T. A. Robertson. La segunda analizaba los mensajes ISOS relacionados con agentes alemanes en Inglaterra. Entre sus miembros figuraba Anthony Blunt. El tercero de los departamentos del MI5 dedicado a la búsqueda de Pujol, el Bl(g), dirigiría su labor posterior. Esta sección se ocupaba del contraespionaje español, portugués y latinoamericano, investigando en el Reino Unido a ciudadanos de estas nacionalidades sobre los que recaía la sospecha de ser agentes alemanes. A finales de 1941 Tomás Harris se convirtió en su nuevo responsable.

La sección V del MI6 actuaba como un híbrido entre el espionaje exterior, dependiente del MI6, y el contraespionaje en territorio británico, asignado al MI5. En la práctica asumía las funciones de un servicio de contraespionaje exterior, y operaba como uno de los departamentos más reservado y secreto. Su responsable durante la Segunda Guerra Mundial fue el coronel Félix Henry Cowgill. En la sección V también operaba una unidad, la V(d), especializada en España, Portugal y el norte de África. Se la conocía como la sección ibérica y su sede, como el conjunto de la sección V, se encontraba en Glenalmond, una vieja mansión victoriana situada en St. Albans, un pequeño pueblo de origen romano próximo a Londres. En ella prestaba servicio media docena de funcionarios, con Kim Philby al frente. Su llegada coincidió con un creciente flujo de información procedente de las estaciones del MI6 en Madrid, Lisboa, Gibraltar y Tánger. En sus despachos trabajaban Desmond Bristow, oficial de inteligencia criado en Huelva (su padre había sido ingeniero jefe de la mina de cobre de Santa Rosa), Tim Milne, procedente de la Universidad de Oxford, Trevor Wilson, Frank Hyde, ex oficial de enlace de la marina británica en Barcelona, y Jack Ivens. En 1941 también ingresó en la sección V del MI6 un inglés católico, cuyo éxito como escritor y su pasado brevemente comunista —había sido militante del Partido Comunista Británico a los veintiún años— hicieron que fuera acogido con recelo entre la cúpula del SIS: Graham Greene fue incorporado al departamento encargado de la Francia de Vichy, pero pronto se le trasladó al sector ibérico, donde Philby le asignó la cobertura de Portugal. Esta colaboración propició una estrecha amistad entre ambos y fue la experiencia sobre la que Greene inspiraría muchas de sus futuras novelas.

Este era el escenario al que, sin saberlo, se enfrentaba Pujol. Las dos personas que más influyeron en su actividad posterior, Harris desde el MI5 y Philby desde el MI6, coordinaban activamente su búsqueda. Paradójicamente, él se afanaba en contactar con el servicio secreto británico, mientras éste se esforzaba en localizar a la persona que se ocultaba tras el seudónimo Arabal. Pasarían varios meses antes de que esta vía de doble sentido confluyera en Juan Pujol García.

De los mensajes de Arabal, dos aspectos sorprendieron poderosamente a sus receptores en St. Albans: el primero fue el desconocimiento que parecía mostrar del Reino Unido y, en especial, sobre la disposición y movimientos de tropas; el segundo punto de interés derivaba de la credibilidad que se le otorgaba en Madrid y Berlín. Estos dos elementos se confirmaron tras el envío de un mensaje sobre un ficticio convoy. Según Bristow, que vivió personalmente en la sección V la interceptación de las comunicaciones de Arabal, el desconcierto era general:

Una brumosa mañana de principios de octubre, el motociclista que traía el correo nos dejó una partida de mensajes alemanes enviados por nuestros hombres en el ISOS. Tim Milne, mientras los revisaba, observó: Madrid dice que su hombre-V Arabel informa sobre la constitución de un convoy en la bahía de Caernarvon… A primera hora del día siguiente recibimos un informe escrito del comandante Ewen Montagu, oficial del enlace del MI5 ante el Almirantazgo: el convoy Caernarvon no existe[29].

Bristow relacionó este mensaje con el famoso incidente del convoy a Malta. Sin embargo, las fechas indican un error. Él asegura que este informe fue captado en el mes de octubre de 1941, mientras que la carta de Pujol sobre la salida de esta flota fue enviada en marzo de 1942. O Bristow se equivocó de mes, o sendos mensajes se refieren a convoyes distintos. En cualquier caso, la perplejidad de Philby fue mayor cuando una semana después recibió un nuevo mensaje en el que Arabal confirmaba la partida del convoy cuatro días antes. La falsedad del informe tranquilizó al servicio secreto sobre la efectividad del supuesto espía, pero no cesó en su búsqueda. Ésta se realizó con suma cautela, no sólo para proteger sus mensajes ISOS, sino porque existía la posibilidad de que Arabal estuviera siendo hábilmente manejado por el Abwehr para infiltrarse en el espionaje británico. Semanas después, se obtuvieron los primeros resultados. El MI5 identificó al misterioso informador como un español que enviaba sus mensajes desde Lisboa, un testimonio coincidente con el de Cyril Mills, agente de la sección Bl(a) que entonces trabajaba en la capital portuguesa. El cerco sobre Arabal se estrechaba.

Mientras Londres aceleraba su búsqueda, el 15 de enero de 1942 Pujol se reunió personalmente con Rousseau, ya plenamente convencido de la autenticidad de su historia y dispuesto a trasladar su petición a la Embajada británica en Lisboa. Rousseau cumplió su palabra y transmitió el caso a su superior, el teniente Demarest. Éste comunicó la increíble situación del falso agente español a su homólogo inglés, el capitán Benson, quien, a su vez, envió un telegrama pidiendo instrucciones a Londres:

El teniente Demarest, agregado naval de Estados Unidos, me ha proporcionado esta información. Ha sido abordado por un español de nombre Juan Pujol, interesado en trabajar para nosotros en Gran Bretaña. Habló de enviar mensajes a los alemanes desde Lisboa[30].

Resultaba precipitado extraer conclusiones, pero las líneas de investigación abiertas sobre Arabal coincidían con el ofrecimiento de Pujol: español, residente en Lisboa y con supuestos contactos con el Abwehr. Desde un principio hubo agentes británicos convencidos de que Arabal y Pujol eran la misma persona, pero muchos otros tenían serias dudas sobre la conveniencia de aceptar su propuesta. Excepto Bristow y Philby, la sección V del MI6 era partidaria de mantener la vigilancia, pero se oponía a un acercamiento mayor. El MI5, sin embargo, confiaba en las expectativas que el caso Arabal podría aportar a su red de agentes dobles. El servicio secreto discutió durante días una u otra posibilidad. Finalmente se impuso la estrategia del MI5 y se nombró a Bristow, el agente que, junto con Harris, mejor conocía España, para coordinar la operación.

Según el relato del propio Bristow, la opinión de Philby fue decisiva en el cambio de actitud hacia Arabal. Tras leer el telegrama de Benson, Philby no tuvo dudas de que estaban sobre la pista correcta. Su característica tartamudez se activó, como siempre le ocurría en los instantes de agitación, se puso su llamativa chaqueta negra de cuero, recuerdo de la Guerra Civil española, y se entrevistó urgentemente con su superior, el coronel Félix Cowgill. Esta conversación fue determinante para inclinar la opinión de la sección V, y de su máximo responsable, a favor de la tesis rival. Tomada la decisión de contactar con Pujol, el problema consistía ahora en hacerlo sin despertar la sospecha del Abwehr ni de sus agentes en Lisboa.

En marzo de 1942 el MI6 transmitió un mensaje cifrado al agente de la sección V en Lisboa, Ralph Jarvis, para que localizara y entrevistara discretamente a Pujol. Jarvis obtuvo su teléfono y su dirección en Estoril, pero encargó el contacto a otra persona menos identificada con el servicio de inteligencia inglés. El agente resultó ser Eugene Risso-Gill, un británico de origen maltés con excelentes relaciones con la policía política portuguesa, la PVDE[31]. Tras contactar con Pujol se citaron en la terraza de un café del paseo marítimo de Estoril[32]. Esta conversación telefónica se prolongó durante varios minutos, en una sucesión previsible de recelos mutuos: por parte de Pujol, porque no quería cometer ningún error que le hiciera desaprovechar la oportunidad tanto tiempo deseada; por parte de Risso-Gill, porque estaba convencido de que Arabal era un agente alemán, y él, el medio utilizado para infiltrarle en las estructuras del espionaje inglés.

El local estaba repleto. El excesivo calor, poco habitual en esa época del año, había congregado a bastantes personas en la terraza. Las mesas eran de hierro y estaban dispuestas en forma de herradura sobre un pequeño ensanche del paseo marítimo. Esta distribución permitía observar el resto de las mesas sin esfuerzo y, al mismo tiempo, poder ver el océano Atlántico, del que apenas les separaba una playa diáfana de arena limpia y virgen que sólo surcaban las huellas reconocibles de los pescadores arrastrando su carga. Sobre este pintoresco escenario de fondo, Risso-Gill intentó tranquilizarse sin conseguirlo mientras esperaba la llegada de Pujol. Una espera breve pero tensa en la que cada nuevo cliente era sometido a un atento escrutinio. Pujol le había dado su descripción y habían convenido una frase como contraseña. Cuando llegó, Risso Gill desplazó disimuladamente su mirada hacia ese hombre bajo, menudo, de mirada lánguida y astuta, que se sentó en una mesa junto a la suya. Pidió un té con limón sin azúcar. El inglés dijo a media voz las palabras pactadas: «La vista es mucho mejor desde las mesas que están cerca de las escalinatas que bajan a la playa». Pujol respondió la frase acordada, al tiempo que Risso Gill le proponía con un gesto sentarse en su mesa. Los primeros cinco minutos fueron fríos, de una desconfianza evidente en la parquedad del saludo y la reserva de sus palabras, pero Pujol supo ser convincente y tranquilizador en la narración de su historia. Respaldó su relato con copias de las treinta y nueve cartas enviadas a Madrid y de las quince recibidas de Federico. Risso-Gill aceptó estas evidencias como válidas y pensó, disipadas sus dudas iniciales, que aquel español de imaginación sólo comparable a su osadía podría ser una valiosa adquisición. Reflejó ambas impresiones positivas en su informe a Londres.

Pujol se marchó doblando por la mitad la factura del café y guardándosela en el bolsillo, como si fuera la prueba indeleble de un momento que para él había simbolizado cruzar la frontera que separaba su increíble empresa del fracaso o del éxito. Durante unos minutos paseó relajado y satisfecho por el malecón, seguro de que esta vez su esfuerzo obtendría respuesta. Así fue como aquella tarde, en el eje del triángulo que formaban Lisboa, Estoril y Cascais como centro del espionaje europeo, se decidió el futuro de Pujol.

La estación del MI6 portuguesa y St. Albans intercambiaron mensajes durante varios días para evaluar las decisiones a adoptar. El 20 de marzo de 1942 Philby envió la respuesta final a Ralph Jarvis: «Haz los preparativos necesarios para que nuestro amigo sea trasladado a Gibraltar lo antes posible»[33]. Este anuncio resonó en la mente de Pujol con toda la satisfacción que su larga espera merecía y aceptó sin dudar el ofrecimiento de Risso-Gill.

El MI6 disponía de un sistema de evasión con la colaboración de marineros portugueses, habituados a trasladar ¿legalmente a personas a Gibraltar a cambio de dinero. El miedo a descubrir esta ruta clandestina si Pujol no era realmente lo que decía ser, eliminó esta posibilidad y se optó por un transporte más convencional. A principios de abril de 1942, se aprovechó que cuatro buques mercantes británicos estaban fondeados cerca de Lisboa para intentar la fuga en uno de ellos. A las cinco de la tarde del 10 de abril de 1942, Pujol abandonó Estoril sin saber su destino ni su medio de transporte. Al día siguiente llegó a Gibraltar. Con las primeras luces del amanecer de un día claro y luminoso de abril, Pujol vio por primera vez el Peñón y la bahía de Algeciras. En la colonia británica fue recibido por Donald Darling, un funcionario del MI9[34] que le facilitó un alojamiento y le acompañó durante las casi dos semanas que tuvo que esperar la salida de un avión con destino a Inglaterra.

Donald Darling seria recordado después como el oficial británico que bautizó por primera vez al futuro agente doble. Acostumbrado a los nombres en clave con los que solía tratar a sus huéspedes, Darling decidió llamarle Bovril, el nombre de un concentrado de carne cuyo lema comercial le inspiró la misma confianza que deseaba a su conocido español: «Con Bovril nunca se sentirá hundido». Ésa era también la esperanza de Pujol en el momento de embarcar en un pequeño hidroavión rumbo a Inglaterra el 24 de abril de 1942. Después de año y medio de toscos pero eficaces engaños, Pujol había conseguido el objetivo propuesto desde el primer día en que acudió a la Embajada británica en Madrid. Arabal se había convertido en Bovril, pero aún tendría que transformarse en Garbo, la etapa más perfecta y productiva de su actuación como espía.

PHILBY, EL FACTOR HUMANO

Philby había seguido desde St. Albans el recorrido de Pujol de Lisboa a Gibraltar y desde allí a Inglaterra. Aunque había delegado en Bristow la supervisión del caso, quería estar personalmente informado de las incidencias de cada día. Creía que Pujol era un caso único que podría ser rentabilizado con sorprendentes resultados si se actuaba con inteligencia y tacto. Se lo habían anticipado los informes de Risso-Gill desde Lisboa, pero se lo decía con mayor acierto su instinto de gran farsante que desde hacía años también militaba en el doble juego del espionaje. Quizá esa misma intuición de agente con lealtades ambiguas le hizo entender mejor que nadie la habilidad y las posibilidades de Pujol.

Harold Adrian Russell Philby había nacido en 1912 en la India, donde su padre, Harry Saint John Bridger Philby, era uno de los grandes personajes de la administración británica. En su padre coincidieron las cualidades de intrigante, explorador, político y díscolo aventurero. Su aureola de heterodoxo funcionario del imperio británico acompañó siempre al joven Philby, que a través de caminos muy distintos intentó emularle. La distancia y el escaso tiempo compartido no mermaron la admiración de Harold por su progenitor, de quien siempre lució con orgullo el apodo de Kim, con que le había distinguido en homenaje al personaje de Kipling. Cuando su padre murió en brazos de Kim en 1960, éste sólo inscribió un breve epitafio en su lápida: «El más grande de todos los exploradores».

Harold, ya conocido como Kim Philby, se educó bajo la tutela materna en los más elitistas colegios británicos, en un recorrido que le llevó del colegio de Westminster al Trinity College en Cambridge. Las aspiraciones del joven Philby eran entonces modestas: obtener el diploma en Historia y poder presentarse a los exámenes de ingreso en la administración civil. Sin embargo, las ideas socialistas que se instalaron en muchos salones y aulas de Cambridge a finales de la década de los años veinte cambiaron para siempre el rumbo de sus inquietudes. A su llegada en 1929 se convirtió en miembro de la Sociedad Socialista de la Universidad de Cambridge[35], un auténtico nido de infiltración soviética en el Reino Unido y en el que Philby coincidió con el grupo de espías del que él llegaría a ser el más brillante y capaz representante. La derrota del Partido Laborista en 1931 llevó a Philby a extremar sus ideas, en un proceso de dos años que le llevaría del socialismo al comunismo.

Hasta mi último curso en Cambridge, en el verano de 1933, no deseché mis últimas dudas. Abandoné la Universidad con un título y la convicción de que debía consagrar mi vida al comunismo[36].

Su amigo Guy Burgess, agente soviético y también alumno de Cambridge, le introdujo en el activismo de la guerra silenciosa. Theodor Maly, el responsable del NKVD[37] en Londres, aceptó entusiasmado el ofrecimiento de un hombre de la valía de Philby. Maly operaba bajo la cobertura de un banquero de nombre Paul Hardt, pero el contacto habitual del joven Kim sería Arnold Henrikhovitch Deutsch, alias Otto. En 1934 recibió instrucciones de viajar a Viena y actuar como enlace entre la oficina del Komintern (la Internacional Comunista) en Praga y los agentes soviéticos que operaban en Austria colaborando con los socialdemócratas y comunistas austriacos, enfrentados al canciller conservador Dollfuss. Allí conoció a Litzi Friedman, una combativa comunista austriaca con quien se casaría meses después.

De regreso a Inglaterra, su controlador soviético le propuso ingresar en el servicio secreto. Con su historial, la solicitud fue rechazada. Inició entonces un cambio de estrategia para limpiar su pasado. Rompió sus vínculos con las organizaciones de izquierda y se construyó una imagen de respetable británico, conservador, anticomunista y filonazi. Ante quienes se extrañaron de un cambio tan radical solía atribuir sus veleidades socialistas a arrebatos de juventud. Su ascendencia familiar y su conservadurismo de nuevo cuño le abrieron los salones de la alta sociedad londinense. Philby se movía por ellos con soltura, incluso con distinción, a pesar de su tartamudez. Nadie sospechó que, con virtudes tan británicas, este inglés flemático, irónico y elegante podía ser un espía soviético. Tampoco lo imaginaron los propios alemanes cuando le abrieron las puertas de la Sociedad de Amistad Anglo-Alemana, la misma que le financió varios viajes a Berlín. Sirviéndose de estas influencias, obtuvo una entrevista con Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler, y con Von Ribbentrop, entonces embajador alemán en el Reino Unido y futuro ministro de Asuntos Exteriores.

Pero Philby sólo había comenzado a escribir las primeras páginas de su sorprendente curriculum. En febrero de 1937 sus enlaces soviéticos le ordenaron ir a España. Gracias a las gestiones de su madre, consiguió la corresponsalía de una modesta agencia de noticias, la London General Press. Informaciones muy recientes de los archivos británicos han demostrado que la misión encomendada a Philby no era otra que el asesinato del general Franco. Según un documento del MI5, desclasificado el 13 de noviembre de 2001, el general soviético Walter Krivitski confesó que en 1937 Moscú ordenó a sus agentes en Londres que mandaran a España a un inglés para cumplir este objetivo. La descripción facilitada correspondía con la de un «joven inglés, periodista de buena familia, idealista y fanático anti nazi. Junto a estas líneas, un agente del contraespionaje británico anotó: prob.

Philby [probablemente Philby][38]. Obviamente, no cumplió su objetivo, pero no fue por falta de oportunidades. Philby estaría más cerca de Franco de lo que seguramente sus contactos soviéticos pudieron prever.

Teruel. Diciembre de 1937. Las crónicas de Philby desde el frente habían encandilado a la opinión pública británica y al diario conservador The Times, quien había sabido apreciar también su tono pro-franquista, acorde con la línea editorial del periódico. El diario le hizo una oferta para publicar sus artículos, que éste lógicamente aceptó, convirtiéndose en el corresponsal inglés mejor relacionado con el Gobierno de Burgos. El 31 de diciembre, en medio del intenso bombardeo que acompañó al momento crucial de la batalla de Teruel, un vehículo de prensa atravesó veloz el pueblo de Caude, a doce kilómetros de la ciudad y a cinco del frente. Un sonido ensordecedor, la explosión de un obús frente al motor, quebró la trayectoria del coche y salpicó el interior de una lluvia letal de metralla. Fallecieron tres periodistas: Neil y Sheepshanks, de la agencia Reuters, y Johnson, fotógrafo de Newsweek. Philby salió milagrosamente vivo a pesar de las quemaduras sufridas en la cabeza y una grave herida en el brazo. Este incidente le valió al corresponsal inglés la concesión de la Gran Cruz de la Orden del Mérito Militar. Es fácil imaginar qué pensamientos cruzaron la mente del agente soviético cuando Franco le impuso personalmente la medalla en Burgos el 2 de marzo de 1938.

El balance de su paso por España fue más que provechoso para su futuro. Le permitió un conocimiento del país que después le sería muy útil dentro del servicio secreto inglés, y le labró una reputación periodística de la que se sirvió para obtener la corresponsalía de The Times en Berlín y después en el frente francés durante los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial. Para entonces los soviéticos ya habían comprobado la utilidad de Philby como espía y decidieron explotar al máximo sus posibilidades. Su siguiente misión consistió en infiltrarse en el servicio secreto inglés, una vez superado su estigma de juventud. En este reto le ayudó de nuevo su amigo Guy Burgess, entonces en el momento más álgido de su carrera en el MI6, tras haber descubierto a Tyler Kent, el más importante espía del Eje en el Reino Unido[39].

Su primer destino fue un cuerpo secreto de reciente creación, el SOE[40], especializado en la infiltración de saboteadores y agentes tras las líneas enemigas. En este departamento conoció a Tomás Harris y gracias a él obtuvo poco después la jefatura de la sección ibérica del MI6, en la que permaneció hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Condecorado con la medalla de Miembro del Imperio Británico (MBE), su mayor éxito llegó tras la victoria aliada en 1945. Las inquietudes británicas se dirigían entonces hacia la URSS, la nueva potencia emergente de la derrota nazi. El MI6 creó un nuevo departamento, la sección IX, destinado al espionaje anticomunista y antisoviético, del que Philby sería nombrado responsable. Paradójicamente, toda la información de naturaleza confidencial referida a la Unión Soviética que manejaba el Reino Unido pasaba por sus manos, discriminando las noticias que debía remitir con discreción a Moscú de las que eran inofensivas.

En posesión de este nuevo cargo, afrontó su primer riesgo serio de ser descubierto. El peligro procedía del vicecónsul soviético en Estambul, Konstantin Volkov, quien se había puesto en contacto con la legación británica en Turquía, ofreciéndose a descubrir una red de espías en Gran Bretaña, entre cuyos miembros citaba a dos funcionarios del Foreign Office y al jefe de una organización de contraespionaje en Londres. Se trataba, obviamente, de Guy Burgess, Donald Maclean[41] y Kim Philby. Éste asumió personalmente la investigación del caso y viajó a Estambul con la suficiente demora como para dar tiempo a los agentes del KGB, a los que previamente había informado, para que hicieran desaparecer a Volkov. Nunca más se supo de él, pero cuando Philby llegó a la ciudad turca, acogió con fingida sorpresa el desconcierto que generaría en la estación local del MI6 la desaparición de su confidente.

Turquía fue precisamente su siguiente destino como nuevo responsable del MI6 en el país a partir de 1947. Pero Ankara fue sólo un lugar de transición hasta recibir en 1949 su más preciado nombramiento oficial: el de representante del servicio secreto británico en Washington, trabajando conjuntamente con la CIA y el FBI. Sus secretos dejaron de serlo para el KGB. La amplitud de la colaboración entre las agencias de inteligencia de ambos países se extendió ante el topo soviético, dispuesto a aprovechar su posición estratégica para desequilibrar a favor de la URSS el curso de la guerra fría. Así sucedió cuando formó parte de la Oficina de Coordinación Política anglo-norteamericana (OPC), un órgano secreto constituido para combatir la expansión comunista.

Sin embargo, la aparente inmunidad de Philby vivía sus últimos días de gloria, amenazada desde su flanco más débil: el de sus propios colaboradores. La llegada de Guy Burgess como segundo secretario a la Embajada británica en EE UU marcó el inicio de su prolongado declive. Si Philby añadía a sus cualidades personales la discreción, Burgess era su antítesis en este aspecto. Hizo de su homosexualidad un motivo continuo de escándalo para el resto del personal diplomático y también para el FBI, que ya entonces investigaba la actividad en Estados Unidos de Donald Maclean. Cuando el peso de las pruebas fue abrumador, Philby consiguió convencer a ambos de que escaparan a Moscú antes de que los detuvieran. El 25 de mayo de 1950 Burgess y Maclean huyeron a la URSS, destapando en su huida una polémica sin precedentes sobre la seguridad y la eficacia de los servicios secretos británicos y norteamericanos. Maclean había conseguido pasar a Moscú el plan atómico de Estados Unidos, y Burgess los planes aliados sobre China, Corea y Japón.

El seísmo que sacudió las estructuras de la inteligencia británica fue seguido de una «caza de brujas» en la que Philby, más por su amistad con ambos que por pruebas concluyentes, fue llamado a Londres e interrogado. Absuelto, pero bajo sospecha, se le relegó de su cargo en la Embajada y se le expulsó del Foreign Office. Comenzó entonces la travesía del desierto para Philby, de nuevo en España en 1952 como colaborador del diario The Observen Poco más se sabe de su segunda estancia en la península Ibérica, excepto que publicó algunos artículos sobre las excelencias turísticas de la costa andaluza y que intentó sin éxito captar inversores para un proyecto inmobiliario en la Costa del Sol. En noviembre de 1955, la Cámara de los Comunes reavivó el caso Burgess-Maclean con un encendido debate en el que el diputado Marcus Lipton, del Partido Laborista, afirmó sin dudas que Kim Philby era el tercer hombre, el siguiente en la cadena de espías soviéticos infiltrados en Gran Bretaña. El primer ministro, Harold Macmillan, para salvar la imagen pública de los servicios secretos, aseguró que no existían indicios de que Philby hubiera traicionado los intereses de su país. Para el antiguo responsable de la sección ibérica del MI6, supuso suficiente exoneración de culpa. Regresó a Londres y consiguió un contrato con The Observer como corresponsal en el Líbano y una colaboración con el semanario The Economist.

Los siguientes años fueron relativamente tranquilos, antes de que nuevas sospechas sobre sus vínculos soviéticos le hicieran seguir el camino emprendido por sus antiguos camaradas. Físicamente, la tensión también le había pasado factura. Bebía bastante más de lo habitual, su nerviosismo resultaba evidente y su tartamudez constante. Se sabía al final de su carrera cuando fue descubierto definitivamente por la delación de un agente soviético, Anatol Golitsin, quien confirmó de forma irrefutable las pruebas acumuladas contra él por el servicio secreto británico.

El 23 de enero de 1963 Philby desapareció misteriosamente de su casa de Beirut. Al día siguiente la Unión Soviética anunció que había concedido asilo político al ciudadano británico Harold Russell Philby. Ni siquiera en esas circunstancias defraudó a quienes vieron en él un excéntrico brillante y cínico, un amigo inteligente y mordaz al que, incluso conocida su traición o quizá por ello, siempre recordarían. Unos días antes de su huida, en las Navidades de 1962, Desmond Bristow recibió una postal enviada desde Beirut en su casa de Madrid. Mostraba a tres beduinos que marchaban hacia el este. Al reverso había un texto breve: «Les deseo una feliz Navidad y un feliz Año Nuevo. Seguramente no nos veremos durante un tiempo. Mi cariño, Kim»[42]. Bristow supo interpretar que esta carta significaba bastante más que un adiós: simbolizaba el original reconocimiento de que Philby era el tercer hombre, camino de Moscú.

Posiblemente, si a alguien no sorprendió su huida fue a Graham Greene. Cuando escribió el guión de la película El tercer hombre, a finales de la década de los años cuarenta, nada se conocía todavía de las actividades encubiertas de su amigo y antiguo superior. Sin embargo, la metáfora sobre la amistad y la traición que aborda el texto resultó premonitoria. En 1944 Graham Greene abandonó el servicio secreto, a pesar de los ofrecimientos de Philby para concederle un ascenso. Oficialmente alegó que estaba aburrido del trabajo, pero años después se extendió otro rumor: Greene había preferido alejarse antes que colaborar con su amigo o denunciarle. Ésta es la tesis que sustenta una de las últimas biografías sobre el escritor[43]. Greene solía ser intencionadamente esquivo sobre sí mismo, aunque en una entrevista admitió a su biógrafo, Norman Sherry, que, en caso de haber conocido las lealtades ocultas de Philby, le habría dado veinticuatro horas para que escapara y luego habría informado. Nunca perdieron el contacto. Se carteaban con frecuencia, y en una ocasión, Greene, que durante veinticinco años también vivió fuera del Reino Unido por problemas fiscales en su país, le visitó en Moscú. Por encima de los juicios personales, su amistad quedó plasmada en el prólogo que Greene escribió a la primera edición de las memorias de Philby en 1968:

Si este libro requiriese un subtítulo, yo sugeriría: el espía como artesano. Nadie puede tener mejor jefe que Kim Philby cuando estaba a cargo del área ibérica de la sección V […] Renuncié en vez de aceptar una promoción que era una pequeña pieza en la maquinaria de su intriga. Yo lo atribuí entonces a un afán personal de poder, la única característica de Philby que juzgué desagradable. Me alegro de haberme equivocado. Él servía a una causa, no a sí mismo, y por eso regresa mi vieja simpatía por él, al recordar toda la subsección relajándose algunas horas con abundante bebida bajo su liderazgo, y el encuentro posterior con una pinta en las noches de vigilancia del fuego en el pub situado tras St. James Street.

Traicionó a su país, sí, tal vez lo hizo, ¿pero quién de nosotros no ha cometido traición hacia algo o hacia alguien más importante que un país? A los ojos de Philby, él trabajaba para dar forma a las cosas, de tal modo que su país se beneficiara. En cualquier caso, los juicios morales están particularmente fuera de lugar en el espionaje[44].

Philby vivió discretamente en un modesto apartamento de Moscú. Se adaptó con disciplina, pero sin entusiasmo, a las limitaciones de su vida en la URSS y a su nuevo cargo de coronel del KGB. Jamás dejó de ejercer de británico: comunista, pero británico al fin y al cabo. Leía diariamente The Times y seguía asiduamente la liga de cricket de su país. Allí se volvió a casar, por cuarta vez, con Melinda Maclean, la ex mujer de su compañero de exilio. Moscú reconoció su labor concediéndole la medalla de la Orden de Lenin, que Philby guardó junto a la condecoración de Miembro del Imperio Británico y la Orden del Mérito Militar Español con distintivo blanco, toda una simbología de la ambigüedad que ejerció durante treinta años.

Murió en 1988, ignorado con el silencio más absoluto por parte de las autoridades británicas, y agasajado por la nomenclatura soviética, que incluso editó una serie de sellos con su efigie un año antes de la caída del muro de Berlín. En sus memorias, utilizó un fragmento de la novela El agente secreto de Graham Greene para reflejar que su lealtad a la causa comunista no supuso una adhesión ciega a las personas que dirigieron el sistema:

La heroína pregunta al héroe si sus dirigentes son mejores que los otros. No, naturalmente que no —contesta él—. Pero aun así, mis simpatías siguen inclinándose por la gente a la cual dirigen… aunque las dirijan de forma absolutamente equivocada. Siempre el pobre, con razón o sin ella —se mofó la heroína—. Elegiste el camino a seguir de una vez por todas… y desde luego, puede ser el camino equivocado. Sólo la historia podrá decirlo[45].

Con la huida de Kim Philby en 1963 no se cerró la investigación sobre el círculo de Cambridge. Anthony Blunt se confirmó después como el cuarto hombre. Blunt ya era a los 25 años profesor del Trinity College de Cambridge y una de las máximas autoridades británicas en arte. Conoció a Burgess, Maclean y Philby en las reuniones de la Sociedad Socialista, donde su talante reservado y discreto ocultaba su auténtica influencia. Años después, se identificó a Blunt como el hombre en la sombra, el cazador de talentos que, desde un segundo plano, movía los hilos de la red nacida en aquel elitista centro de la alta sociedad inglesa. Introducido por Burgess en el MI5 durante la guerra, Blunt abandonó después el servicio secreto para dedicarse a su labor como crítico e historiador de arte, llegando a convertirse en el responsable del patrimonio artístico de la Casa Real británica.

En 1964, tras la deserción de Philby y la confesión al FBI del espía soviético Michael Straig, Blunt fue descubierto. Más tarde, firmó una declaración reconociendo sus vínculos con el espionaje soviético, si bien esta confesión sólo se hizo pública bajo el mandato de Margaret Thatcher. Blunt fue desposeído de todos sus títulos, aunque sigue siendo un misterio nunca aclarado por qué se le permitió vivir en Londres sin juicio hasta su muerte en 1983. No ha faltado quien haya atribuido esta benevolencia a sus relaciones con la familia real británica y a los secretos que Blunt conocía del palacio de Buckingham[46].

La estela de los espías de Cambridge prosiguió minando la confianza en los servicios de inteligencia británicos durante décadas. A principios de los años setenta, se acusó a sir Roger Hollis, director del MI5 hasta su jubilación en 1965, de ser otro agente soviético. La falta de pruebas evitó su juicio. Tras su muerte en 1974, una comisión parlamentaria llegó a la conclusión de que Hollis había sido el quinto hombre.

En relación con Pujol, la misión de Philby terminó una vez que llegó a Inglaterra y su caso fue encomendado a la sección de agentes dobles del MI5. Sin embargo, su relación con Bristow y Tomás Harris, los controladores de Pujol en Londres, hacen pensar que nunca se desvinculó por completo de su seguimiento. No obstante, resulta sorprendente el interés que Philby puso en captar y llevar a Inglaterra al espía catalán, tanto como el cúmulo de coincidencias que jalonaron sus respectivas biografías. Ambos nacieron en 1912 y murieron en 1988, coincidieron en el mismo hotel en Burgos durante la Guerra Civil española y mantuvieron en común su estrecha amistad con Harris. Algún autor ha sugerido que esta serie de coincidencias no fueron tales, y que Pujol, inconscientemente, fue utilizado por Philby y Harris como un instrumento en beneficio de los intereses británicos, cierto, pero también soviéticos[47]. Lo más probable es que en abril de 1942 Pujol no habría viajado a Londres si Philby no hubiera tutelado su acogida por el MI6. Supo recompensar sobradamente con los hechos la apuesta personal de Philby y Tomás Harris. Lo hizo desde el mismo día de su llegada a Inglaterra.