Capítulo IV
Españoles en la City

Antes de viajar a Lisboa, Pujol supo que su caso no era el único. Desde el inicio de la guerra, especialmente tras el nombramiento de Serrano Suñer como ministro de Asuntos Exteriores, la actividad de bastantes diplomáticos y periodistas españoles en Londres se orientó hacia la captación de información en beneficio del Eje. Los datos sobre estas personas que Federico le transmitió fueron escuetos. Se limitó a citarle el nombre de Luis Calvo y la posibilidad de utilizar la valija diplomática española para enviar sus mensajes, pero bastó para que Pujol advirtiera el peligro que suponían tales confidencias. El endeble engaño que había iniciado exigía la más absoluta discreción. Cualquier contacto le hubiera expuesto al riesgo de ser descubierto, entre otros motivos evidentes porque entre sus planes no figuraba viajar a Inglaterra. Así pues, pidió a Federico no conocer a nadie y que nadie conociera su actividad ni siquiera quien estaba considerado como el responsable del espionaje español en el Reino Unido: Ángel Alcázar de Velasco. Con poco éxito y menos prudencia, este falangista de perfil novelesco había creado meses antes la primera red de espías al servicio de Berlín en el Reino Unido.

ALCÁZAR DE VELASCO, EL ARROGANTE INDISCRETO

Nacido en Mondéjar (Guadalajara) el 2 de octubre de 1909, Ángel Alcázar de Velasco era un «camisa vieja» vinculado desde sus inicios al nacimiento de la Falange y al círculo de colaboradores de José Antonio Primo de Rivera. Su relación comenzó en 1929, cuando Velasco se distinguió en el rescate de las víctimas del incendio del cine Novedades de Madrid. En reconocimiento a su heroicidad, el dictador Miguel Primo de Rivera le galardonó personalmente y le presentó a su hijo, José Antonio, al que desde entonces le unirían la amistad y la afinidad ideológica. Atraído por el magnetismo radical de su discurso, Velasco entendió la política como un desahogo de sus instintos aventureros, del mismo modo que años antes había canalizado esa ansiedad en los ruedos, cuando era conocido como un novillero en ciernes apodado Gitanito. Compensó su falta de formación ideológica con una militancia radical y violenta, muy activa, en la primera línea de la confrontación política.

Su adhesión al ideario original de la Falange le llevó a rebelarse contra el decreto de unificación de abril de 1937, por el que Franco institucionalizó el partido único nacido de la fusión de la Falange Española y de las JONS con la Comunión Tradicionalista. Durante los conocidos como sucesos de Salamanca, el líder del falangismo irredento, Manuel Hedilla, y un reducido grupo de fieles a la doctrina fundacional del partido fueron condenados a muerte por oponerse a esta unión. El tribunal juzgó menos expeditivamente la insubordinación de Alcázar de Velasco y le sentenció a cadena perpetua, aunque poco después quedó en libertad, tras evitar un plan de fuga de presos republicanos en el penal de Pamplona, donde cumplía condena. En realidad, ninguno de los acusados fue ejecutado. No obstante, Hedilla permaneció aislado en una prisión de Las Palmas de Gran Canaria hasta 1941. En junio de ese año fue indultado y confinado en Palma de Mallorca hasta 1946[1].

Velasco, quien nunca tuvo una responsabilidad importante en el partido, no volvió a cuestionar la legitimidad de los nuevos dirigentes. Es más, a partir de entonces inició su aproximación al que estaba llamado a ser su protector y la estrella política en alza del régimen franquista: Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco, ministro de la Gobernación y, poco después, titular del departamento de Exteriores. Llegó incluso a escribir un libro, Serrano Suñer en la Falange, en el que proponía al «cuñadísimo» como el sucesor natural de Primo de Rivera. La política hizo, de personas tan distintas, extraños compañeros de viaje. El carácter tosco y la escasa preparación de Alcázar de Velasco representaban la antítesis del refinamiento florentino y la inteligencia política de Suñer, pero por encima de sus diferencias les unía un encendido odio al comunismo y la identificación con los intereses del Eje. Velasco asumió con celeridad su papel de brazo ejecutor de los instintos conspiradores de Suñer. Éstos le llevaron hasta el conde de Mayalde, responsable de la Dirección General de Seguridad, quien le captó sin dificultades para la causa alemana. Meses antes de que Pujol fuera instruido, Alcázar de Velasco fue entrenado como espía por Federico y Kuhlenthal.

La primera acción importante que desempeñó fue a instancias de Serrano Suñer para traer a España, bajo protección alemana, al ex rey de Gran Bretaña y duque de Windsor, Eduardo VIII. Eduardo había abdicado de la corona británica en 1936 para poder unirse a la divorciada norteamericana Wallis Simpson. Ideológicamente, Eduardo siempre había hecho gala de una indisimulada simpatía por Alemania. En el verano de 1940 pasó una breve temporada en Madrid antes de desplazarse a Lisboa, donde tenía previsto embarcar rumbo a las Bahamas para tomar posesión de su nuevo cargo como gobernador, el destino más alejado que le pudo asignar el Gobierno británico para anular la comprometedora actitud del monarca destronado. Durante esas semanas España y Alemania tejieron un plan para retrasar su partida y convencer a Eduardo de su posible mediación en una hipotética paz negociada entre el Reino Unido y Alemania. Bautizaron la trama como «operación Willi»[2]. El Gobierno español envió a Lisboa como emisario a Miguel Primo de Rivera para informar al duque de Windsor de un supuesto plan del servicio secreto británico para asesinarle. La interesada advertencia incluía el ofrecimiento de España de garantizarle protección. Velasco fue uno de los enlaces encargados de transmitir y recibir mensajes durante este proceso, además de supervisar la seguridad de los Windsor en caso de un hipotético regreso a Madrid. Finalmente, Eduardo decidió proseguir su viaje y el 1 de agosto embarcó en el buque Excalibur con destino a Nassau.

El nombramiento de Serrano Suñer como ministro de Asuntos Exteriores, el 16 de octubre de 1940, supuso el respaldo definitivo para el inicio de las actividades de espionaje de Alcázar de Velasco en el exterior. Sorprendentemente, y a pesar de su trayectoria, el embajador británico no sólo avaló, sino que propuso su nombramiento como agregado de prensa de la legación española en Londres en enero de 1941, creyendo ingenuamente que Velasco podría ser manejado en beneficio de los intereses británicos. En realidad, Velasco había forzado esta falsa impresión atribuyéndose ante el embajador una hostilidad hacia Franco que sólo era parcialmente real. Todo formaba parte de una hábil estrategia para servir al espionaje alemán. El embajador británico se refirió después a este hecho como el mayor error cometido en su misión diplomática en Madrid, y describió a Serrano Suñer y Velasco en términos que evidencian el grado de hostilidad que sintió por ambos:

Su toma de posesión del Ministerio fue deplorable. Después de haber reunido a todos los funcionarios, les declaró que él estaba resuelto a romper con todas las formas tradicionales establecidas y a utilizar métodos nuevos y hombres nuevos. El cambio se puso en práctica muy pronto: un grupo de falangistas, con camisas azules y provistos de muchas armas, llegaron para hacerse cargo de la vigilancia del Ministerio. Uno de ellos [no lo cita, pero se refiere a Alcázar de Velasco], de quien más tarde supe que era un asesino evadido de prisión, y espía a sueldo de nuestros enemigos, ordinariamente se encontraba sentado con las secretarias privadas, en el despacho contiguo al del ministro. Vale la pena recordar la carrera personal de este personaje. Había comenzado sus primeras actividades en la vida como mendigo. Después de haber estado involucrado en un homicidio como asesino a sueldo, entró en la Falange y fue uno de los seis falangistas condenados a muerte por haber participado en el complot de Hedilla contra Franco. Su sentencia había sido conmutada por prisión y posteriormente fue perdonado, como recompensa a los servicios prestados en la represión de un motín en la prisión de Pamplona. Serrano Suñer, por alguna razón, estaba muy ligado a él y, si bien esta persona era prácticamente analfabeta, le confió un importante cargo como secretario del Instituto de Estudios Políticos. Más adelante, frecuentemente, se cruzó en nuestro camino, convertido ya en notorio espía a sueldo de Alemania y luego de Japón. Estos detalles merecen ser recordados, pues dan idea del tipo de hombre que Serrano Suñer había elegido para integrar su círculo[3].

Desde su llegada a la capital británica, Alcázar de Velasco dio sobradas muestras de indiscreción. En abril, apenas dos meses después, captó poderosamente la atención del MI5, pero éste le dejó proseguir sus actividades hasta finales de ese mismo año, en que fueron definitivamente descubiertas y denunciadas por el Gobierno británico. El 13 de enero de 1942 fue cesado como agregado de prensa en Londres y regresó a Madrid. El entonces responsable de la sección española del MI6, Kim Philby, atribuyó su expulsión al robo de su diario y otros documentos de la caja de seguridad de su vivienda en Madrid por un agente inglés, aunque este hecho no consta en los archivos oficiales del servicio de contraespionaje. En cualquier caso, el MI5 comprobó que muchos de los informes que mandaba a la Embajada de Alemania en Madrid eran falsos o simplemente elaborados con recortes de prensa.

Siempre fue una incógnita la composición real de la supuesta red de espionaje que consiguió crear en el Reino Unido. Nunca se supo con certeza cuántas personas la integraban, aunque según un mensaje enviado por la red «Tô» el 16 de septiembre de 1942 con copia a Italia y Alemania, entre los miembros de la red se citaba al embajador de Argentina, al embajador y al primer secretario de la Embajada de Turquía, al empresario Ronald Straüs, a los franceses Raymund Lacoste, Norman Hore y un inspector de la marina gala. También, según Alcázar, colaboraron con él integrantes del ejército británico: entre ellos menciona al comandante Mac Dancy, al capitán Lacassa y al general de división H. Füller, crítico militar del Evening Star. También señala como informadores a H. C. O'Meill, corresponsal de guerra del Daily Telegraph, a un tal Strategius, y a un ruso exiliado, Baikaloff, al que define como apasionado anticomunista y colaborador del Weekly Review y el Catholic Herald[4]. La credibilidad de estos datos inéditos es, como la de muchos otros atribuidos a Alcázar de Velasco, objeto de serias dudas, aunque como tal fueron remitidos a Tokio.

Sí parece probada la implicación involuntaria en la red Velasco del cónsul adjunto en Londres, Miguel María de Lojendio[5], y del agregado militar Alfonso Barra. Según los informes que constan en el Public Record Office, Barra operó para el Abwehr con la clave 311 y su ayudante, Muñoz, como el agente 301. Lojendio llegó a infiltrarse en los círculos republicanos y nacionalistas exiliados en Londres pensando que sus informes eran de uso exclusivo del Gobierno español. Cuando supo que llegaban hasta Berlín y eran utilizados por el servicio secreto germano expresó sus quejas al Ministerio de Asuntos Exteriores español. Llamado inmediatamente a Madrid, Lojendio fue acusado sin pruebas de tener vínculos con el servicio secreto británico y con el Partido Nacionalista Vasco en el exilio[6].

Cuando la influencia de Velasco parecía declinar tras su expulsión de Gran Bretaña, fue realmente cuando comenzó su actividad más intensa y la que le reportó una considerable fortuna. A su regreso a Madrid, Serrano Suñer intentó acreditarle en la Embajada española en Washington, pero conocidos sus antecedentes el Gobierno norteamericano le denegó el visado. Ello no impidió que prosiguiera con la nueva misión encomendada de organizar desde Madrid una red de agentes en Estados Unidos y Latinoamérica al servicio del imperio japonés.

En enero de 1942 Tokio ya había aceptado, a cambio de una considerable remuneración, sus servicios. Desde Madrid, Velasco constituyó la llamada red «Tô»[7] en Estados Unidos, con la colaboración de la propia Embajada española, los núcleos clandestinos de la Falange en aquel país y la participación forzada o voluntaria de numerosos periodistas españoles. Alcázar de Velasco citó en 1978 al escritor Pastor Petit el nombre de varios de estos informadores. Uno de ellos fue Guillermo Aladrén, hermano del escultor Antonio Aladrén, un viejo amigo del poeta Federico García Lorca. Guillermo, corresponsal del diario Informaciones en EE UU, confesó su misión al Gobierno estadounidense y éste le utilizó como agente doble al servicio de Washington. También se refirió a Penella de Silva, del periódico Madrid, a Jacinto Miquelarena, del ABC, y a Francisco Lucientes, corresponsal del Ya[8]. Entre los diplomáticos-colaboradores, la red contaba supuestamente con la ayuda del agregado militar de la Embajada de España en EE UU, Fernando González Camino, y de los cónsules españoles en Nueva York, Nueva Orleans y San Francisco: Miguel Espinos, José María Garay y Francisco Amat, todos ellos de la confianza personal de Franco. Espinos, por ejemplo, conocía personalmente al dictador desde la década de los veinte, cuando ambos habían coincidido en Tetuán.

Es difícil calibrar la validez de la red en Estados Unidos, a la que Velasco atribuyó unos treinta agentes. La mayoría de sus mensajes fueron descifrados por Estados Unidos, lo que demostró que muchos de éstos eran invenciones o, en el mejor de los casos, informaciones superficiales entre las que en ocasiones se incluía algún dato más revelador para Japón. Lo cierto es que, al menos en cantidad, la red «Tô» fue sumamente activa y se convirtió en la fuente que más informes mandó a Tokio entre los distintos sistemas de inteligencia habilitados por el Gobierno nipón en Norteamérica[9].

Alcázar prosiguió su labor hasta que el Gobierno británico, a mediados de 1944, acumuló sobradas pruebas de su implicación a favor de Tokio. El embajador Hoare presentó una nueva queja formal ante las autoridades españolas que provocó el fin de sus actividades como agente, pero no de sus lealtades ideológicas. Liberado de sus responsabilidades en la red «Tô», se trasladó a Alemania. Según su testimonio, abandonó España en un submarino alemán y, una vez en Berlín, se reunió con Hitler y le facilitó información sobre las investigaciones norteamericanas en relación con la bomba atómica. Aunque esta afirmación resulta poco verosímil, sí está demostrado que permaneció en el búnker de la Cancillería del Reich junto al reducido grupo que acompañó a Hitler hasta su suicidio. Tras la rendición alemana pasó a Suiza con documentación falsa y poco después regresó a España, ayudando en su huida a nazis perseguidos por las autoridades aliadas. Les ocultaba en casa de personas de su confianza, les daba dinero y les ayudaba a salir del país, de forma paralela a la red de evasión planificada por otro falangista, Ramón de la Peña. En sus memorias llegó a afirmar que en 1946 ayudó a evadirse a Sudamérica a Martin Bormann, el lugarteniente de Hitler.

Alcázar de Velasco continuó ocasionalmente su actividad como agente hasta 1976, al servicio de la Segunda Sección Bis del Estado Mayor del Ejército, compaginando este trabajo con una prolífica carrera como periodista y escritor: publicó varios libros sobre su vida e incluso diversos ensayos taurinos. Murió en su casa de Madrid en 2001 a la edad de 91 años.

A pesar de que Velasco no conoció personalmente a Juan Pujol (al menos no hay ninguna prueba de ello), es indudable que Federico le habló de él y que estaba al corriente de sus actividades. En 1984, en una entrevista en la revista Interviú, el ex agente habló despectivamente sobre Garbo, al que descalificó como un mal espía, impreciso e imprudente. Curiosa afirmación de alguien a quien precisamente siempre se le reprocharon esos mismos defectos. Hay otras dos afirmaciones sorprendentes en la entrevista: sitúa el inicio de las actividades de Pujol como agente doble en Tánger y habla de una mujer, la condesa de Rattibó, como su introductora en los servicios secretos germanos. Cuando Pujol leyó esta entrevista simplemente se limitó a anotar al margen: «No quiero polemizar, pero nunca estuve en Tánger ni conocí jamás a una tal condesa Rattibó»[10].

EL INCIDENTE LUIS CALVO

Alcázar de Velasco representó el caso más paradigmático de agente español vinculado al servicio secreto alemán, pero no fue el único, ni siquiera el más importante a juicio del contraespionaje inglés. El MI5 reservó este calificativo para su sucesor, Luis Calvo Andaluz, cuya detención en 1942 provocó un serio contencioso entre España y Gran Bretaña.

Nacido en Madrid en junio de 1898, Calvo cultivó desde joven un estilo lúcido como escritor y un fino instinto periodístico curtido en sus años de aprendizaje en la agencia United Press. Su pluma ágil llamó la atención del fundador del diario ABC, Torcuato Luca de Tena, quien le ofreció hacerse cargo de la crítica teatral del periódico. Años después, Luca de Tena escribió esta descripción sobre él:

Era Luis Calvo un hombre de baja estatura, pero enjuto y de buen ver. Carirredondo, chato, de pelo abundante y blanco que cuidaba, lavaba y acicalaba con cierta presunción. Su inteligencia era tan patente que le desbordaba por unos ojos oscuros, que contrastaban con el color de su pelo, mas no de sus cejas: ojos penetrantes hasta la impertinencia, y un no sé qué de bondad que procuraba esconder como la más secreta de las ignominias. Era faldero y decidor, chispeante y culto[11].

A diferencia de Alcázar de Velasco, Calvo atesoraba una trayectoria intelectual como escritor respetado y vinculado a los círculos republicanos. Íntimo amigo de Ramón Pérez de Ayala, éste consiguió que Calvo fuera nombrado agregado de prensa en la legación española en Londres cuando él fue designado embajador de la Segunda República en el Reino Unido. En 1932 Luis Calvo llegó a Gran Bretaña por primera vez y nunca, a pesar de los sucesos posteriores, perdió su admiración por el país que años más tarde le condenaría a muerte. Ésta fue sólo una de las muchas contradicciones en las que el entonces agregado de prensa incurrió. Se declaraba anglófilo convencido, pero sus crónicas periodísticas militaban en el sentimiento opuesto. Igualmente se confesaba republicano, aunque abrazó de inmediato la sublevación franquista. Estos repentinos y radicales cambios de criterio fueron una constante en su vida personal y profesional, temidos entre quienes trabajaron con él y sólo justificados desde la perspectiva de que la inteligencia y el egocentrismo de Calvo no admitían mayor compromiso real que consigo mismo y, en todo caso, con el periódico al que siempre sirvió de forma leal.

Lo cierto es que en septiembre de 1936[12] Calvo abandonó su puesto en la Embajada y regresó a España para apoyar la insurrección del general Franco. Apenas año y medio después, en enero de 1938, volvió a Londres como corresponsal del diario ABC y del periódico argentino La Nación. Elegante, incisivo y brillante, Calvo encajaba a la perfección con el talante y las costumbres inglesas. Frecuentaba con asiduidad los bares londinenses y recorría sus calles en un Rover descapotable cuando salía de su oficina en la redacción de The Times, de cuya modestia él mismo dio testimonio: «Un despachito en la redacción de un periódico de Londres: una máquina de escribir, un diccionario de nuestra Academia y una bella y vieja edición de Berceo»[13].

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Luis Calvo, Carlos Luis Álvarez y José Luis Castillo Puche. Finales de los sesenta en la Agencia Efe.

Nada alteró sus nuevos hábitos de británico de adopción hasta el nombramiento de Alcázar de Velasco como agregado de prensa de la Embajada española en enero de 1941. En esa fecha, el servicio secreto británico, en particular la sección española del MI5, que dirigía Tomás Harris[14], ya tenía una idea bastante precisa de las actividades encubiertas a favor de Alemania que se organizaban desde la legación. La primera prueba importante la había aportado el caso Piernavieja del Pozo. Cuando este funcionario del Instituto de Estudios Políticos viajó a Londres en septiembre de 1940, a petición de Suñer, contactó con un nacionalista galés, Gwilym Williams, conocido como «GW». Williams era un antiguo oficial de policía, supuestamente captado por el Abwehr en 1939, aunque en realidad operaba bajo la cobertura del MI5 como uno de los primeros agentes dobles utilizados por el espionaje inglés. Miguel Piernavieja del Pozo entregó a Williams una clave secreta de comunicaciones con la estación del Abwehr en Hamburgo, le facilitó dinero para financiar sus actividades y le instruyó en el tipo de información requerida por Berlín. Tras la denuncia de sus actividades a finales de 1940, Piernavieja regresó a Madrid e incluso fue temporalmente encarcelado, para acallar las presiones británicas.

Sin embargo, este hecho no frenó las actividades conspirativas impulsadas desde Madrid. Londres comprobó que la labor de Piernavieja estaba supervisada por Alcázar de Velasco, pero éste se había ausentado del Reino Unido coincidiendo con la salida precipitada de aquél. Dispuesto a averiguar si había algún otro espía encubierto entre el personal diplomático, Williams, siguiendo instrucciones del MI5, volvió a ponerse en contacto con la Embajada en mayo de 1941[15]. Tras varios intentos obtuvo respuesta: Luis Calvo sería su nuevo enlace. Aunque éste no era personal de la Embajada ni poseía estatus diplomático, sí tenía una estrecha relación con la mayoría de los diplomáticos españoles acreditados en Londres y había sido tentado por Alcázar de Velasco para continuar la labor de información en su ausencia. Pero hasta la aparición en escena de Williams, su actuación como agente había sido nula. Calvo acudió a la cita y se ofreció a asumir el papel de intermediario que anteriormente había desempeñado Piernavieja del Pozo.

Sin saberlo, acababa de caer en la provocación del MI5, decidido a usar el caso de Luis Calvo como denuncia pública de todas las actividades amparadas desde la cancillería española. Su apartamento en el número 8 de Chesham Place fue pinchado con micrófonos, todos sus movimientos fueron vigilados, y su amante rusa fue sometida al mismo sistema de vigilancia. No podía dar un solo paso sin que fuera controlado por el Servicio de Seguridad inglés. Los propios informes británicos reconocen que Calvo fue un espía inducido utilizado en su propio beneficio:

Calvo fue empujado intencionadamente al espionaje. La manera de inducirle a prestar servicios al enemigo puede considerarse injusta en cierta medida. Pero Calvo había sido el instrumento elegido para revelar y denunciar las actividades subversivas hispano-alemanas contra Inglaterra. Su arresto nos podría aportar abundante información del grupo de españoles comprometidos en Inglaterra con el espionaje alemán; nos serviría también como una advertencia para aquellos que estuvieran pensando en seguir tales actividades, además de denunciar al claramente parcial Gobierno español[16].

Desconocedor de la vigilancia de que era objeto, Calvo incrementó su labor como enlace entre Williams y Alcázar de Velasco, coincidiendo con la reincorporación de este último a su puesto en Londres en julio de 1941. Poco a poco sus responsabilidades también aumentaron. Pasaba informes de inteligencia, instrucciones de sabotaje, organizaba los pagos e introducía clandestinamente en el país libras esterlinas falsas emitidas por el Banco Central de Alemania. En la mayoría de las ocasiones se recurría a la valija diplomática para enviar y recibir dinero o documentos. En otras, Calvo aprovechaba sus viajes a España para regresar con centenares de billetes falsos ocultos en el forro de su abrigo. En sus estancias en Madrid solía reunirse con sus amigos, entre ellos el genial periodista Julio Camba, asombrados de la proliferación de divisas que Calvo manejaba a la hora de pagar la cuenta de su restaurante favorito, el Lhardy de Madrid[17]. Paralelamente, sus crónicas en el diario ABC eran de tal sesgo antibritánico que el corresponsal del diario The Times en Madrid llegó a asegurar que Calvo «era el mejor quintacolumnista de los alemanes en Inglaterra»[18]. Una vez detenido e interrogado por la hostilidad de sus artículos, Calvo volvió a reiterar su admiración por el Reino Unido y alegó que el tono de sus crónicas era el impuesto por la línea editorial del rotativo madrileño. No obstante esta afirmación, la familia Luca de Tena, y en buena medida el periódico de su propiedad, se caracterizó siempre por su anglofilia y sus excelentes relaciones con las instituciones británicas.

En octubre de 1941 el MI5 había acumulado suficientes pruebas contra Calvo, pero decidió mantenerle aún activo para rentabilizar al máximo su seguimiento. El 14 de diciembre de 1941 regresó a España para tratar varios asuntos, todos relacionados con su nueva misión. Alcázar de Velasco se sabía ya al final de carrera como agente en Londres. Serrano Suñer no podía eludir por más tiempo las presiones de Londres en su contra y, tras su cese en enero de 1942, la persona elegida para sustituirle fue Luis Calvo. Con el fin de ultimar los detalles de este acuerdo, Velasco fijó una reunión en Madrid entre el periodista y el ministro de Asuntos Exteriores. En ella, según los informes del MI5, Calvo aceptó pasar de mero intermediario a ser el auténtico organizador del espionaje español en el Reino Unido. A partir de ese momento, siguió el mismo proceso de instrucción que ya habían realizado Velasco y Juan Pujol. Se reunió al menos en dos ocasiones con Kuhlenthal y Federico en el domicilio particular de este último. Ambos le formaron en la utilización de códigos secretos y en el uso de tinta invisible, y le enseñaron a operar un radio transmisor idéntico al que Velasco había conseguido instalar clandestinamente en la Embajada española en Londres, y que estaba bajo la custodia del encargado de negocios, José Fernández Villaverde. Para todas las comunicaciones que no se realizaran por radio, se le recomendó que utilizara la valija diplomática.

Informado el servicio secreto británico por sus agentes en Madrid de las reuniones mantenidas por Calvo, se decidió su arresto nada más pisar territorio británico. El 12 de febrero de 1942 Luis Calvo Andaluz voló de Madrid a Lisboa y desde allí al aeropuerto de Bristol. Al llegar a la ciudad británica fue detenido y, esa misma noche, trasladado en coche a Latchmere House, más conocido como Campo 020, un antiguo hospital militar al sur de Londres reconvertido en campo de internamiento e interrogatorio de espías y agentes del Eje. Desde su arresto, el caso Calvo discurrió por dos vertientes: la personal y la diplomática. Esta última adquirió una dimensión que alcanzó a las esferas más elevadas tanto en España como el Reino Unido. Decididos a ejemplificar en el castigo del periodista español nuevos intentos de infiltración, Luis Calvo fue sentenciado a la pena de muerte por los tribunales británicos. La condena motivó gestiones urgentes del ministro de Asuntos Exteriores español ante su homólogo británico, al que advirtió de que cualquier súbdito inglés detenido en España bajo la misma acusación sería también sentenciado a la pena capital[19]. Serrano Suñer movilizó todas sus influencias para conmutar la condena a muerte, aunque la más efectiva de todas las presiones la ejerció el embajador, el duque de Alba, sobre la familia real británica. Finalmente, Londres aceptó sustituir la sentencia por su internamiento en el Campo 020 por tiempo indefinido.

En el aspecto personal, Luis Calvo fue el primer sorprendido por su detención. Se había creído inmune a cualquier sospecha y por ese mismo motivo se derrumbó ante sus interrogadores de Latchmere House. Veinticuatro horas después de su internamiento, el 14 de febrero de 1942, firmó una declaración completa en la que reconocía sus actividades, si bien admitía una implicación mucho menor de la que le acusaban los responsables del contraespionaje británico. Según el informe oficial de su detención[20], Calvo se sintió abandonado a su suerte por las autoridades españolas, a pesar de las visitas que recibió del secretario de la Embajada, Manuel Viturro. Su actitud derivó hacia la colaboración pena con sus interrogadores y a confesar cuantas relaciones conocía con el espionaje alemán en el ámbito de la legación española. El oficial que dirigió los interrogatorios fue el capitán Goodacre, aunque el comandante Robin Stephens, responsable máximo del campo, asumió personalmente el caso del ya célebre periodista español. En los informes sobre su labor al frente del Campo 020 durante la Segunda Guerra Mundial, desclasificados en 1999, Stephens se refiere a Calvo como «un hombre extremadamente sensible, que nunca se adaptó a su vida en prisión. Anímicamente, era un hombre roto a los pocos días de su internamiento»[21].

Aunque bastante menos preciso, en algunos puntos incluso equivocado, también es revelador el testimonio que Kim Philby, entonces responsable de la sección ibérica del MI6 y directamente implicado en su detención, ofreció en sus memorias del incidente Calvo y de su relación con Alcázar de Velasco:

Ya en un principio me había enfrentado con una turbia situación típica. Un agente del SIS en Madrid robó el diario de un cierto Alcázar de Velasco, que visitó Inglaterra uno o dos meses antes. En el diario afirmaba explícitamente que había reclutado una red de agentes a favor de la Abwehr alemana; nombres, direcciones y misiones aparecían con todo detalle. Sólo al cabo de varias semanas perdidas de duro trabajo, llegamos a lo que seguramente era la conclusión correcta, esto es, que el diario, aunque indudablemente fuera fruto del trabajo del propio Alcázar de Velasco, era fraudulento del principio al fin, y había sido confeccionado con el único objeto de sacar dinero a los alemanes. De cualquier forma, el robo no resultó del todo inútil: hacía tiempo que sospechábamos que Luis Calvo, periodista español que trabajaba en Londres, pasaba información que acaso confortara, y posiblemente ayudara, al enemigo. El hecho de que su nombre apareciese en el diario como reclutado por Alcázar de Velasco para su red de agentes, sugería prometedores medios para obtener una confesión, pese a que suponíamos que la anotación era falsa. En consecuencia, Calvo fue arrestado y conducido al Centro de Interrogatorios duros de Ham Common. No se recurrió a la violencia física para hacerle confesar. Simplemente, se le dejó en cueros y se le condujo ante el comandante del campamento, un tipo con monóculo, de aspecto prusiano, llamado Stephens, que subrayaba las preguntas azotando sus botas de montar con un jactancioso bastón. Habíamos valorado correctamente el valor de Calvo. Consternado ante la frívola traición de su compatriota, e indudablemente impresionado también por el jactancioso bastón, dijo lo suficiente sobre sus actividades para justificar su cautiverio hasta el término de la guerra[22].

No parece que el propio Robin Stephens compartiera el mismo tono peyorativo hacia Calvo que se deduce del texto de Philby. La impresión que reflejan sus informes demuestra que siempre estudió su caso como un fenómeno insólito entre el abanico de personajes y nacionalidades que poblaron el Campo 020. En varias ocasiones le describe como una persona atormentada, de confusa conciencia, por el que insinúa sentir cierta compasión. Quizá por esto le concedió el privilegio, respecto al resto de los reclusos, de trabajar como bibliotecario de la prisión y le autorizó a asesorar a los responsables del Campo en los interrogatorios a otros españoles internados en el centro. Gran Bretaña supo aprovechar las consecuencias que la detención de Calvo ofreció y la utilizó como arma propagandística contra el Gobierno de Franco, así como advertencia para conjurar nuevos intentos de espionaje. La prensa británica se hizo eco del escándalo y las autoridades norteamericanas orquestaron una campaña tendente a situar a Madrid como el foco desde que el que se irradiaban agentes a los países aliados para espiar en favor de Alemania y Japón.

La consecuencia indirecta fue que todos los países miraron a partir de entonces con lupa cualquier nombramiento de personal español para sus embajadas y consulados que no tuviera experiencia diplomática previa contrastada[23].

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Luis Calvo fue liberado, el 22 de agosto de 1945, y trasladado en el buque HMS Glasgow a Gibraltar, donde fue entregado en la frontera a las autoridades españolas. Su deportación incluía la prohibición de volver a territorio británico. Nunca regresó, y quizá esa fue la secuela que más amargamente padeció de este episodio, porque su cautiverio no fue óbice para que siempre se declarara un incondicional anglófilo. No solía hablar de su pasado, y cuando lo hacía ofrecía un visión edulcorada en la que se presentaba a sí mismo como víctima de una conjura de los servicios secretos ingleses. En España reemprendió su carrera como periodista, en ocasiones controvertido y polémico, pero siempre reconocido por su inteligencia. Llegó a ser director del diario ABC entre 1953 y 1962. Falleció en Madrid en 1993. Veinte años antes, en una fecha tan tardía como 1973 y cuando se comenzó a especular sobre la posible identidad de Garbo, el periodista norteamericano especializado en temas de espionaje Ladislas Farago, llegó a sostener que éste no era otro que Luis Calvo. Toda una ironía equivocada para dos españoles que habían asumido lealtades tan opuestas durante la Segunda Guerra Mundial.

ESPAÑOLES BAJO SOSPECHA

A pesar de este incidente, España no cesó de encubrir las actividades de espionaje de otros funcionarios de la Embajada, si bien expulsado Alcázar de Velasco y arrestado Luis Calvo, éstas resultaron escasas y conocidas por el MI5. A este control sobre el personal diplomático y sus compromisos clandestinos contribuyó el nuevo responsable de prensa de la legación, José Brugada. Durante el inicio de la Guerra Civil, Brugada trabajó para los servicios de información de Franco. En 1937, aprovechando el origen británico de su madre, se trasladó al Reino Unido para ayudar al duque de Alba en la creación de un eficaz servicio de propaganda en Londres a favor del general sublevado. Amigo personal de Luis Calvo, compartió piso con él en Londres durante los meses previos a su detención. Su nombramiento como consejero de prensa coincidió con la salida de Alcázar de Velasco del país y, al igual que él, también fue aleccionado para transmitir información confidencial con destino a Berlín. Sin embargo, Brugada no tardó demasiado tiempo en ser descubierto y captado como agente doble por el MI5, convirtiéndose de este modo en un infiltrado de excepción en el corazón de la legación española. Según Philby, Brugada, conocido en clave como Pippermint, nunca facilitó información demasiado valiosa, pero sí permitió al MI5 estar al corriente de todos los movimientos y decisiones internas de la Embajada de España.

En cualquier caso, el servicio secreto británico registraba desde hacía tiempo la valija diplomática, sin que aparentemente nunca lo sospecharan los funcionarios españoles. No es de extrañar que a finales de 1941 la cancillería española en la capital británica no tuviera secretos para el contraespionaje inglés. Con todo, la fuente de información más sagaz y fiable sobre el Reino Unido de la que disponía España era el propio embajador. El duque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart, también incluía ente sus numerosos emblemas de nobleza el de duque de Berwick, título nobiliario ligado a la Casa Real británica. En sus habituales registros de la valija, el MI5 se sorprendía por la calidad y la seriedad de sus informes. Sin embargo, no podía hacer nada sin generar un serio conflicto diplomático, aún mayor que el de Luis Calvo.

El MI5 sabía que los informes del embajador no procedían de ninguna red clandestina, sino de sus propios contactos con las más altas autoridades británicas, incluido el propio Churchill, conscientes de la posición amistosa del duque de Alba hacia Gran Bretaña y de sus ideas monárquicas. Además de su condición de embajador, su mayor protección se la brindó tácitamente su parentesco con la familia real británica, lo que hacía de él un personaje prácticamente intocable. No en vano, era conocido coloquialmente por aquélla como el primo Jacobo. Al margen de las notas diplomáticas habituales, en el Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores español existe una nutrida documentación sobre la información de interés para Alemania, facilitada por el embajador a Madrid y que solía firmar simplemente como Alba. La mayoría de estos despachos reservados tenían como objetivo detallar los efectos de los bombardeos sobre el Reino Unido y en particular sobre la ciudad de Londres. Para este fin el embajador se sirvió, como informadores asiduos, de los cónsules españoles en Cardiff, en Newcastle, el conde de Artaza, y en Liverpool, Ignacio de Muguiro. Esta actividad no era fruto de su iniciativa personal, sino que había sido solicitada por el Ministerio de Asuntos Exteriores y reiterada, con petición de detalles más precisos, el 24 de septiembre de 1940 en un telegrama clasificado como muy confidencial:

El Gobierno alemán quedaría particularmente agradecido si la Embajada de España en Londres pudiera todas las noches telegrafiar a Madrid las horas exactas de las alarmas aéreas ocurridas en las últimas 24 horas, y si estas noticias fueran inmediatamente transmitidas a la Embajada de Alemania en Madrid[24].

Aunque la Embajada de España en Londres focalizó el centro más activo de espionaje, sólo canalizó una parte de las actividades al servicio del Eje de numerosos españoles dentro y fuera del Reino Unido. Posiblemente porque ésta ha sido una cuestión poco investigada, sorprende el rastro dejado por la presencia española en los archivos del Campo 020. De los cuatrocientos ochenta agentes internados en este centro entre 1940 y 1945, veinticinco fueron españoles. Entre las treinta y cuatro nacionalidades a las que pertenecía el conjunto de detenidos, la española era la séptima más numerosa, únicamente superada por belgas, alemanes, franceses, noruegos, holandeses y británicos. Varios de los sumarios instruidos a espías españoles están clasificados entre los más importantes del centro, si bien, a excepción de Luis Calvo, el resto de los detenidos fueron personas desconocidas que colaboraron con Alemania por convicción o por conveniencia. Ninguno de los veinticinco españoles interrogados en este centro de detención permaneció en él tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial y tampoco ninguno fue víctima de las catorce sentencias de muerte por fusilamiento que se ejecutaron contra espías extranjeros durante los cinco años en que el Campo 020 estuvo operativo[25].

FELIPE FERNÁNDEZ ARMESTO, PRESUNTO GARBO

En contraste con la participación española a favor del Eje en el campo de los servicios de inteligencia, también hubo colaboradores del otro lado que prestaron una contribución importante al esfuerzo aliado. Quizá su presencia fuera menor en número, pero su relevancia fue indudablemente mayor. Felipe Fernández Armesto adquirió por derecho propio un lugar de honor entre los españoles más significados en la lucha clandestina contra Alemania. El paralelismo de su historia y la de Juan Pujol, en muchos casos coincidente, indujo a numerosos investigadores durante años a pensar que él había sido el auténtico Garbo.

Felipe Fernández Armesto compartió con Luis Calvo el mérito de ser los corresponsales más veteranos de la prensa española en Londres, hasta la detención de este último, y los únicos que permanecieron en la capital británica tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Nació en el municipio de La Mezquita (Ourense) en 1904, y desde mediados de la década de los veinte comenzó a colaborar con el diario barcelonés La Vanguardia. Pronto fue conocido como Augusto Assía, el nombre de un príncipe veneciano que utilizó como seudónimo para firmar sus crónicas desde Berlín, su primer destino importante. Llegó a la capital alemana en 1926 con una beca para ampliar sus estudios de Geografía e Historia, y a partir de 1929 se convirtió en el corresponsal fijo del diario catalán.

Desde las simpatías que entonces sentía hacia el comunismo, fue testigo hostil de la llegada de Hitler al poder en 1933. Assía reconoció años más tarde su aproximación al Partido Comunista de España, aunque siempre negó su militancia, en contra de los testimonios que avalan su importante responsabilidad dentro de esta organización política. El dirigente comunista español Enrique Líster le cita en sus memorias como un activo militante[26]. Otros autores señalan a Assía como el enlace entre la dirección del partido en Madrid y su representante en Moscú, además de atribuirle la creación de un activo círculo comunista en el Ateneo de Madrid[27].

Amigo de muchos escritores y artistas, fue sonora su vehemente discusión con Pío Baroja en el Ateneo de Madrid en enero de 1933. Testigos de aquel encendido debate fueron Manuel Azaña, Azorín, Ortega y Gasset, Corpus Barga o Miguel de Unamuno. El propio Baroja reflejó el incidente en sus memorias, refiriéndose a Assía como «el escritor comunista que escribía en diarios conservadores». Meses después, en octubre de 1933, el nombre de Fernández Armesto alcanzó una notoriedad involuntaria cuando se convirtió en el segundo periodista extranjero en ser expulsado de Alemania, por decisión personal de Goebbels, el ministro de Propaganda nazi. La causa fue la publicación de una crónica en La Vanguardia sobre el asesinato de cuatro sacerdotes católicos por parte de los nazis.

Su siguiente destino fue Londres, ciudad en la que, exceptuando el periodo de la Guerra Civil, permaneció como corresponsal del rotativo barcelonés desde 1933 hasta 1950. Durante su experiencia londinense se gestaron dos de los hechos que más influyeron en su trayectoria posterior: su intensa y prolongada amistad con el propietario del periódico, el conde de Godó, inalterable hasta la muerte de éste, y el profundo impacto que le causó la sociedad británica, una impresión positiva de la que nació su identificación plena con el país y el sentimiento anglófilo que siempre reflejaron sus artículos. Es posible que la combinación de ambos factores determinara la evolución ideológica que sufrió en ese periodo, reflejada en un progresivo distanciamiento del comunismo, del que llegó a abdicar en 1936 para sumarse a la rebelión franquista.

Entre 1939 y 1945 Armesto se convirtió en la persona mejor relacionada de la colonia española en Londres, tanto con la Embajada como con las autoridades inglesas, actuando como punto de encuentro de intereses opuestos; conocía a todos, aunque no todos sabían a quién conocía, y desde esta privilegiada posición construyó inteligentemente su posición de testigo, consejero y también informador. Por el lado español cultivó una excelente relación personal con el duque de Alba y con el encargado de negocios, José Fernández Villaverde, después marqués de Santa Cruz y embajador en Londres a partir de 1950. Con el secretario de la Embajada, Manuel Viturro, no sólo le unía la amistad sino también el parentesco familiar. Conoció a Alcázar de Velasco durante su breve periplo londinense y con él mantuvo correspondencia durante años, si bien el trato más estrecho y personal lo estableció con Luis Calvo.

Este círculo de amistades despertó en el bando británico un lógico interés. Tomás Harris asumió su caso con un especial interés, y con su habitual destreza pronto consiguió de Armesto su amistad y colaboración. Comían juntos una vez a la semana y solían frecuentar uno la casa del otro. Harris llegó a regalar a Armesto uno de los cuadros pintados por él, durante muchos años expuesto en la residencia londinense del periodista español como símbolo de la amistad entre ambos. No hay constancia de que Armesto y Pujol se conocieran personalmente, pero es muy probable que el nexo común que ambos tenían con Harris y con el MI5 les permitiera al menos tener referencias mutuas de sus actividades. Otro de los contactos recurrentes de Armesto en el espionaje inglés fue Kim Philby, aunque es una incógnita el grado de empatía que tuvo con el topo soviético. Apenas existe documentación al respecto y el propio Armesto se esmeró en ocultar esta etapa, durante el franquismo por razones obvias y después posiblemente por la misma discreción impuesta que llevó a Pujol a silenciar sus méritos durante cuarenta años.

Al igual que en el caso del espía catalán, sus hijos desconocieron durante décadas esta faceta oculta de su padre. Uno de ellos, hoy catedrático de Historia en la Universidad de Oxford e historiador de reconocido prestigio, conoció en sus años de estudiante a un profesor de avanzada edad que, sin reconocer nunca sus motivos, insistía en invitarle a su casa y mostraba un interés especial en ayudarle en sus estudios. Hasta años después no supo que este hombre, John Masterman, había sido el cerebro de la red de agentes dobles que operó a favor del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial y que las atenciones que le dedicaba no eran sino una forma de agradecer la contribución de su padre.

Es un dato objetivo que, en su doble faceta de periodista comprometido con la causa aliada y agente de inteligencia, Armesto tuvo un acceso privilegiado a la administración británica, llegando a entrevistar a Churchill en una ocasión. Un amplio artículo suyo publicado días antes del desembarco de Normandía pronosticaba que la ofensiva se produciría en el paso de Calais y no en las playas normandas, donde realmente ocurrió. Esta tesis fue justamente la utilizada por el servicio secreto inglés y Pujol para intoxicar al Abwehr. El conjunto de su trabajo fue premiado al final de la guerra con la concesión de la King's Medal (la Medalla del Rey) por parte del Gobierno británico. A finales de los años setenta, también se le concedió la medalla de la Orden del Imperio Británico (OBE).

En las décadas de los cincuenta y sesenta Assía fue corresponsal en Nueva York y Bonn, manteniendo activa su colaboración profesional con La Vanguardia, y personal con el conde de Godó, durante cincuenta y un años. A su muerte, en 2002, se le reconoció y despidió como una de las figuras más ilustres del periodismo gallego y español del siglo pasado.

En el momento de fallecer, casi nadie advirtió en el libro inconcluso sobre su escritorio una de las claves de su vida. Se trataba de la historia de las actuaciones del servicio secreto británico durante la Segunda Guerra Mundial. El libro estaba abierto por la página en que se relataba la detención de su antiguo amigo, Luis Calvo. Ésa fue su última lectura, quién sabe si llevado por el recuerdo de secretos inconfesables que siempre había reservado para sí mismo.

EDUARDO MARTÍNEZ Y LA RUTA DEL EMBASSY

El misterio que acompañó a Armesto fue una constante también en la vida del médico gallego Eduardo Martínez Alonso. Liberal, anglófilo y culto, su hazaña habría pasado desapercibida si quince años después de su muerte su hija no hubiera encontrado casualmente unos documentos familiares con anotaciones de ingresos procedentes del Gobierno británico y frases casi ilegibles, lo suficientemente enigmáticas para suscitar una curiosidad que acabó descubriendo el secreto mejor guardado de su padre. Tras numerosas indagaciones y entrevistas, Patricia Martínez pudo reconstruir su etapa como responsable de una red que ayudó a sacar de España clandestinamente a unas 30000 personas, en su mayoría evadidos de la persecución nazi[28].

Eduardo Martínez Alonso era médico de la Embajada británica en Madrid y amigo personal del agregado naval y coordinador de los servicios de inteligencia, Alan Hillgarth. Siguiendo instrucciones directas del Gobierno de Londres, Hillgarth puso en marcha una compleja red de evasión a través de España. En un primer momento este sistema se diseñó para permitir la fuga de los soldados británicos, marinos y aviadores en su mayoría, que habían llegado hasta España evitando al ejército alemán. Pero la eficacia de esta organización permitió extender su labor humanitaria a muchos otros colectivos, siendo el de los judíos polacos el más numeroso. Existían diversas rutas de escape, pero la más activa dependió directamente del médico gallego.

Su primer punto estratégico en España estaba situado en un convento de los hermanos capuchinos en Jaca (Huesca), muy próximo a la frontera francesa. Con absoluta discreción, varios frailes ofrecieron cobijo, alimentos y refugio a decenas de prófugos durante años[29]. Quienes tenían menos suerte y caían en manos de las autoridades españolas, solían ser recluidos en el campo de internamiento de Miranda de Ebro. Martínez Alonso, como médico oficial de la legación británica, estaba autorizado a visitar este campo para atender a los súbditos del Reino Unido internados en él. Aprovechando un caso real de tifus, extendió muchos otros certificados falsos de esta enfermedad, permitiendo la liberación de centenares de reclusos por miedo a que este contagioso virus se propagara por el recinto. Con la excusa de ser tratados en centros sanitarios, Martínez Alonso desvió a muchas personas al que era el siguiente punto de transición en esta larga y clandestina travesía por España.

Embassy representó, desde su fundación en 1931, el salón por excelencia de la alta sociedad madrileña. Era un local coqueto y exclusivo, de decoración austera, para no sobrecargar sus reducidas dimensiones. Por sus mesas discurrían a diario los miembros más selectos de la aristocracia y el poder empresarial y político. Su estratégica ubicación en el paseo de la Castellana le situaba, y le sitúa, a un paso de las embajadas alemana y británica. Funcionarios de uno y otro signo compartían café y té en este rincón privilegiado del Madrid de la posguerra. Pero muy pocos conocían la actividad oculta de su fundadora y propietaria, Margarita Taylor. Taylor, hija de un diplomático inglés, se prestó activamente a colaborar con la red de evasión impulsada por Hillgarth. Procedentes de Jaca o de Miranda de Ebro, centenares de evadidos recalaron en Embassy. Muchos eran acogidos en el domicilio particular de Margarita Taylor, situado encima del local; a otros se les enviaba a la vivienda del famoso florista Bourguignon. Los más enfermos recibían atención directa del doctor Martínez Alonso en su residencia particular de la calle Guturbay.

La siguiente etapa consistía en acreditar la falsa defunción de aquéllos a quienes se les había diagnosticado tifus, y en dotar al resto de una ropa apropiada, y en ocasiones también de documentación falsa con la colaboración de la Embajada británica. El método era sencillo pero osado. Los antiguos reclusos, ya vestidos adecuadamente, se mezclaban entre la distinguida clientela del Embassy. Con la misma naturalidad se introducían en algún vehículo con matrícula diplomática de la Embajada británica aparcado en la puerta, y emprendían camino hacia Gibraltar o a la finca de Martínez Alonso en Redondela (Galicia). Desde esta última, eran trasladados durante la noche a Portugal por marineros gallegos, o a alguno de los barcos ingleses fondeados en la ría de Vigo. Casi todas las personas que se sirvieron de esta ruta de evasión gallega eran judíos de nacionalidad polaca, cuyo destino final fue Latinoamérica en la mayoría de los casos.

En 1942 Hillgarth advirtió a Martínez Alonso de que sus actividades habían despertado las sospechas de la Gestapo en Madrid. Sin despedirse de nadie de forma definitiva, él y su mujer salieron de su casa en Madrid en febrero de ese mismo año, con poco equipaje, aduciendo que se iban de viaje de novios. Cruzaron la frontera con Portugal y desde allí llegaron sin contratiempos a Londres. Pocos días después, la Gestapo encontró la casa vacía cuando acudió en busca del prófugo gallego. El matrimonio se instaló en la capital británica y durante muchos años Martínez Alonso siguió colaborando con el servicio secreto inglés como el agente 055A. Entre las amistades que frecuentó en la capital británica, destaca Tomás Harris, el omnipresente responsable de la sección española del contraespionaje británico.

Ésta es sólo una de las múltiples casualidades que enlaza esta sorprendente historia con la de Juan Pujol. Pero hay más. Es muy probable que Federico y Kuhlenthal fueran clientes asiduos del Embassy, dada su proximidad a la Embajada alemana. Incluso es posible que este local fuera escenario de alguno de los encuentros entre éstos y Pujol durante su periodo de captación. De hecho, el hotel Majestic, del que Pujol fue gerente, se encontraba a unos doscientos metros del salón de té, en la misma calle Ayala en cuya esquina con el paseo de la Castellana se encuentra Embassy. Muchos de los amigos ingleses de Martínez Alonso fueron, curiosamente, los responsables de rechazar al agente catalán en sus intentos de aproximación a la legación británica. El oficial de pasaportes, David Thompson, funcionario que reiteradamente rechazó sus ofrecimientos posteriores, era amigo personal de Martínez Alonso, como también lo fue de Alan Hillgarth y de Alan Lubbock, el agregado militar. En Londres, el doctor gallego fue asiduo cliente del restaurante Martínez, el mismo que Pujol frecuentó meses después durante su estancia londinense[30]. En 1945, el Gobierno británico otorgó a Eduardo Martínez Alonso la King George Medal for Courage y en 1959 recibió la Gran Cruz de Oro de Polonia.

Ajeno a este intenso pulso que se desarrollaba entre Madrid y Londres en el ámbito más desconocido de la guerra, Pujol prosiguió con su plan, fijando Lisboa como su primer destino. Meses más tarde, tras la salida de Alcázar de Velasco y la detención de Calvo, Pujol se convirtió, para los intereses de Kuhlenthal y Federico, casi en su única fuente de información en el exterior. Pero hasta entonces debía seguir manteniendo creíble su coartada desde Portugal. La parte más arriesgada y difícil de su plan acababa de empezar.