El camión de la mudanza estaba aparcado delante de casa de los Wheeler.
Había una pequeña rampa que conducía a la puerta de entrada, que estaba abierta. Dos operarios con guantes oscuros y cinturones de cuero de los de aguantar pesos empujaban una cajonera hacia abajo. Uno de ellos iba repitiendo las palabras «suave, suave» como si se tratara de un mantra. El cartel de «Se vende» seguía en el patio. Debajo de él no había ningún añadido modelo «solo particulares», o algo parecido.
Wendy dejó pasar el mueble y luego enfiló la rampa, asomó la cabeza por la puerta y dijo:
—¿Hay alguien en casa?
—Hola.
Jenna salió del salón. También llevaba guantes oscuros. Iba en tejanos. Una holgada camisa de franela le colgaba por encima de una camiseta blanca. Las mangas de la camisa estaban recogidas a la altura de las muñecas, pero prácticamente nadaba en tejido. Debía de ser de su marido, se dijo Wendy. De pequeña, puedes usar las camisas viejas de tu padre como vestidos. De adulta, utilizas las de tu marido para tareas domésticas o, en ocasiones, para sentirte más cerca de él. Wendy había hecho lo mismo, disfrutando del olor de su hombre.
—¿Habéis encontrado comprador? —preguntó.
—Todavía no —Jenna llevaba el pelo recogido, pero se le habían escapado algunas mechas. Se las puso detrás de la oreja—. Pero Noel empieza a trabajar en Cincinnati la semana que viene.
—Qué rápido.
—Pues sí.
—Debió de ponerse a buscar trabajo de inmediato.
Esta vez Jenna dudó unos instantes.
—Supongo.
—¿Por el estigma de defender a un pedófilo?
—Exacto. —Jenna se llevó las manos a las caderas—. ¿De qué vas, Wendy?
—¿Has estado alguna vez en las Suites Lujosas De Luxe de Freddy, en Newark?
—¿Las qué de Freddy?
—Es un motel muy discreto en mitad de Newark. ¿Has estado?
—No, claro que no.
—Qué curioso. Le enseñé al recepcionista una foto tuya y me dijo que te vio allí el día que mataron a Dan. De hecho, me dijo que pediste la llave de su habitación.
Wendy era consciente de que eso era una semitrola. El recepcionista reconoció a Jenna Wheeler y le dijo que había estado allí en algún momento de las últimas dos semanas, pero no sabía exactamente cuándo. También recordaba haberle entregado una llave sin hacer preguntas —si una mujer atractiva se presenta en lo de Freddy, no le pides el carné de identidad—, pero no recordaba exactamente el número de la habitación.
—Debió de confundirse —dijo Jenna.
—No lo creo. Y lo que es más importante, cuando se lo cuente a la policía, tampoco lo creerá.
Las dos mujeres se quedaron ahí de pie, cuerpo a cuerpo, estudiándose mutuamente.
—Ya ves, eso es lo que no pilló Phil Turnball —dijo Wendy—. Supongo que te has enterado de su suicidio, ¿no?
—Sí.
—Él creía que Dan había matado a Haley porque no se le ocurría ningún otro sospechoso. Dan se ocultaba en el motel. Nadie sabía dónde estaba, así que nadie pudo endilgarle el iPhone de Haley. Phil se olvidó de ti, Jenna. Y yo también.
Jenna se quitó los guantes de cuero.
—Eso no quiere decir nada.
—¿Y qué me dices de esto?
Wendy le pasó la fotografía de Kirby Sennett. El brillante sofá amarillo con flores azules estaba detrás de ellas, envuelto en plástico, listo para ser enviado a Cincinnati. Jenna le dedicó a la fotografía un interés algo excesivo.
—¿Te ha explicado tu hija de qué va lo de Red Bullear?
Jenna le devolvió la foto.
—Esto sigue sin probar nada.
—Te aseguro que sí. Porque ahora sabemos la verdad, ¿no es cierto? Cuando le pase esta información a la policía, irán a por los chicos en serio. Encontrarán las fotos sin retocar. Sé que Kirby estuvo aquí. Haley y él tuvieron una buena pelea y rompieron. Cuando hablé con él a solas, me dijo que había habido una fiesta etílica aquí, en tu casa, la noche en que Haley desapareció. Me dijo que solo aparecieron cuatro chicos. Y ahora la policía les apretará las tuercas y hablarán.
Una vez más, eso no era del todo cierto. Walker y Tremont se habían encerrado a solas con Kirby en un cuarto. Le amenazaron con todo lo que se les ocurrió para hacerle hablar. Pero hasta que su abogado no les hizo firmar un documento de confidencialidad, además de dar su palabra de no llevarle a juicio, Kirby no les habló de la fiesta.
Jenna se cruzó de brazos.
—No sé de qué estás hablando.
—¿Sabes que fue lo que me chocó? Que ninguno de los chicos dijera nada después de la desaparición de Haley. Pero también es verdad que eran muy pocos. Kirby dijo que le preguntó a tu hijastra, Amanda, al respecto. Amanda le dijo que Haley se había ido en buen estado, justo después que él. Y con la tolerancia cero del director Zecher, nadie estaba dispuesto a admitir que había bebido a no ser que no hubiese más remedio. A Kirby le preocupaba que lo echaran del equipo de béisbol. Me dijo que había otra chica en la lista de espera para la Universidad de Boston, y que nunca la aceptarían si Zecher les iba con el cuento. Así pues, se mantuvieron callados, como saben hacer los críos. Y la verdad es que tampoco había para tanto, ya que Amanda les había dicho que Haley se encontraba perfectamente cuando abandonó la fiesta. ¿Por qué deberían haberlo puesto en duda?
—Creo que deberías irte.
—Pienso hacerlo. Y también pienso acudir directamente a la policía. Sabes que ahora podrán reconstruir toda esa noche. Les darán inmunidad a los demás chicos de la fiesta. Descubrirán que estuviste en el motel, y hasta puede que revisen las cintas de vigilancia más próximas. Se darán cuenta de que fuiste tú quien plantó el teléfono. El examinador médico le echará otro vistazo al cadáver de Haley. Tu red de mentiras se desmoronará en el acto.
Wendy se dio la vuelta para marcharse.
—Espera —dijo Jenna, tragando saliva—. ¿Qué es lo que quieres?
—La verdad.
—¿Llevas un micro?
—¿Un micro? Tú ves mucho la tele.
—¿Llevas un micro? —volvió a preguntar Jenna.
—No. —Wendy extendió los brazos—. ¿Te apetece…? ¿Cuál es la terminología correcta? ¿Cachearme?
Los dos tíos de la mudanza entraron en la casa. Uno de ellos dijo:
—Señora Wheeler, ¿le parece bien que ahora nos pongamos con el cuarto de la chica?
—Perfecto —dijo Jenna. Volvió a mirar a Wendy. Tenía lágrimas en los ojos—. Salgamos fuera para hablar.
Jenna Wheeler lideraba la marcha. Abrió la puerta corredera de cristal. Había una piscina en la parte de atrás de la casa. Un flotador azul daba tumbos por el agua. Jenna se lo quedó mirando un momento. Alzó los ojos y los dejó viajar por el jardín, como si fuesen los de un posible comprador.
—Fue un accidente —dijo—. Cuando sepas lo que ocurrió, espero que lo entiendas. Tú también eres madre.
Wendy sintió que se le encogía el corazón.
—Amanda no es una cría popular. A veces da igual. Encuentras otros intereses o te haces amiga de otros chavales impopulares. Ya sabes de qué va. Pero Amanda no era así. Se metían mucho con ella. Nadie la invitaba a fiestas. Las cosas empeoraron después de que yo saliera en defensa de Dan, pero la verdad es que tampoco sé si eso influyó mucho. Amanda era de las que se preocupan demasiado. Se encerraba en su cuarto y se pasaba el día llorando. Noel y yo ya no sabíamos qué hacer.
Se interrumpió.
—Y por eso montasteis una fiesta —dijo Wendy.
—Sí. No voy a entrar en detalles, pero nos pareció lo más adecuado. ¿Sabías que, durante toda esa semana, los más mayores habían estado yendo al Bronx porque habían encontrado un sitio en el que servían alcohol a menores? Pregúntaselo a Charlie y te lo confirmará.
—No metas a mi hijo en esto.
Jenna levantó las manos como si se rindiera, pero en tono burlón.
—Vale, lo que tú digas, pero es la verdad. Se iban todos a ese club, se cocían y luego volvían a casa en coche. Así pues, Noel y yo optamos por organizar algo en casa. Pensábamos quedarnos en la parte de arriba, para no molestar, y dejarles una nevera llena de cervezas fuera. No es que les obligáramos a beber, pero bueno, Wendy, tú también fuiste al instituto. Los chavales beben. Lo único que intentamos fue ofrecerles un entorno lo más seguro posible.
Wendy recordó aquel tenderete del proyecto de graduación dedicado a la campaña «En nuestra casa no», para combatir la tendencia paterna a organizar fiestas. «Exceso de seguridad», había dicho uno de los padres, y era posible que ella, en cierta medida, se hubiese mostrado de acuerdo con él.
—¿Debo asumir que Haley McWaid estaba allí? —preguntó Wendy.
Y Jenna asintió.
—La verdad es que Amanda no le caía bien. Solo había estado en casa una vez. Me temo que la estaba utilizando para acceder al alcohol. Vamos a ver, solo aparecieron unos cuantos chicos. Y Haley McWaid estaba enfadada. Estaba hecha polvo por no haber sido admitida en la Universidad de Virginia. Tuvo una buena bronca con Kirby. Por eso se fue pronto el muchacho.
Se estaba quedando sin voz. Volvió a contemplar el agua de la piscina.
—¿Y qué ocurrió? —inquirió Wendy.
—Que Haley murió.
Lo soltó tal cual.
Los de la mudanza bajaron la escalera a trompicones. Uno de ellos soltó un taco. Wendy y Jenna no se movieron de su sitio. El sol caía con ganas sobre ellas. Parecía que hasta los bichos del jardín contenían la respiración.
—Bebió demasiado —dijo Jenna—. Sobredosis de alcohol. Haley era pequeñita. Encontró una botella de whisky sin abrir en el mueble bar. Se la bebió entera. Amanda pensó que solo se había desmayado.
—¿No llamasteis a la policía?
Jenna dijo que no con la cabeza.
—Noel es médico. Hizo todo lo posible para revivir a esa pobre chica. Pero ya era demasiado tarde. —Finalmente, Jenna apartó la mirada de la piscina y contempló a Wendy con ojos suplicantes—. Quiero que te pongas un momento en nuestro lugar, ¿vale? La chica estaba muerta. No se podía hacer nada por ella.
—Los muertos, muertos están —dijo Wendy, haciéndose eco de lo que Jenna había dicho sobre su exmarido la última vez que se vieron.
—Estás siendo sarcástica, pero tienes razón, los muertos están muertos. Haley se había ido. Fue un accidente espantoso, pero no había forma de devolverle la vida. Nos quedamos de pie junto a su cadáver. Noel insistía en reanimarla, pero era inútil. Piénsalo. Eres periodista. Has hecho reportajes sobre esas fiestas, ¿verdad?
—Pues sí.
—Sabes que hay padres que han acabado entre rejas, ¿no?
—Sí. Se llama homicidio involuntario.
—Pero fue un accidente, ¿no lo ves? Bebió demasiado. Estas cosas pasan.
—Cuatro mil veces al año —dijo Wendy, recordando que ese dato estadístico se lo había proporcionado el agente de seguridad Pécora.
—El caso es que Haley está ahí tirada. Muerta. Y no sabemos qué hacer. Si llamamos a la policía, acabaremos en prisión. El caso se cerrará de inmediato. Y nuestras vidas se desmoronarán.
—Siempre es mejor que estar muerto —apuntó Wendy.
—Pero ¿de qué iba a servir? ¿No lo entiendes? Haley ya había muerto, y destruir nuestras vidas no la iba a resucitar. Estábamos aterrorizados. No me malinterpretes: nos sentíamos fatal por lo que le había ocurrido. Pero no se puede hacer nada por los muertos. Estábamos asustados… Eso lo comprendes, ¿no?
Wendy asintió.
—Claro que lo comprendo.
—Vamos a ver, ponte en nuestro lugar. Toda tu familia está al borde de la destrucción. ¿Qué habrías hecho tú?
—¿Yo? Lo más probable es que hubiese enterrado el cadáver en un parque estatal.
Silencio.
—Eso no ha tenido gracia —dijo Jenna.
—Pero es lo que hicisteis, ¿verdad?
—Imagínate que sucede en tu casa. Imagínate que Charlie se presenta en tu dormitorio y te hace bajar para que veas que uno de sus amigos acaba de morirse. Tú no obligaste al chaval a beber. No le metiste la botella en la boca. Pero ahora puedes acabar en la cárcel. O tal vez Charlie. ¿Qué habrías hecho para proteger a tu familia?
Esta vez, Wendy no dijo nada.
—No sabíamos qué hacer. Y sí, nos dominó el pánico. Noel y yo metimos el cadáver en el maletero del coche. Ya sé que suena muy mal, pero insisto en que no encontramos ninguna alternativa. Si llamábamos a la policía, estábamos listos… Y la chica seguiría estando muerta. Eso era lo que yo no paraba de repetirme. Habría sacrificado mi propia vida para resucitarla, pero eso era imposible.
—Por consiguiente, la enterrasteis en el bosque, ¿no?
—No era ese el plan inicial. Pensábamos ir hasta Irvington o alguna otra población, para dejarla donde pudieran encontrarla fácilmente… Pero entonces reparamos en que la autopsia revelaría un envenenamiento por alcohol. La policía ataría cabos y daría con nosotros. O sea, que había que ocultarla. Me sentía fatal al respecto… Que Ted y Marcia no supiesen nada. Pero la verdad es que no sabía qué otra cosa hacer. Y luego la gente empezó a dar por sentado que Haley se había escapado. ¿Acaso no era eso mejor que saber con seguridad que tu hija ha muerto?
Wendy no respondió.
—¿Wendy?
—Has dicho que me pusiera en tu lugar.
—Sí.
—Pues ahora me estoy poniendo en el de Ted y Marcia. ¿Confiabas en que nunca descubriesen la verdad? ¿Su hija había desaparecido de un día para otro y tú esperabas que se pasaran el resto de la vida pendientes de cada llamada telefónica y de cada golpe en la puerta?
—¿Es eso peor que saber que tu hija está muerta?
Wendy ni se molestó en contestarle.
—Y tienes que entender —continuó Jenna— que nosotros también vivíamos en una especie de infierno inminente. Cada vez que llamaban a la puerta o que sonaba el teléfono, pensábamos que podía tratarse de la policía.
—Caramba —dijo Wendy—. Cómo lo siento por vosotros.
—No te lo estoy diciendo para ganarme tu compasión. Solo intento explicarte lo que ocurrió a continuación.
—Creo que ya sé lo que ocurrió —dijo Wendy—. Tú eras el familiar más cercano de Dan. Cuando apareció la policía y te dijeron que estaba muerto… Pues te vino muy bien, ¿no?
Jenna bajó la vista. Se arrebujó un poco más en la enorme camisa de franela, como si así se sintiera más protegida. Ahora parecía aún más pequeña.
—Yo quería a ese hombre. Estaba destrozada.
—Pero, como tú misma has dicho, los muertos, muertos están. A Dan ya le había caído el sambenito de pedófilo, y ya me dijiste que le habría importado un rábano que lo rehabilitaran, pues no creía en la otra vida.
—Todo eso es cierto.
—Según los registros telefónicos las únicas personas a las que Dan llamó fuisteis tú y su abogado, Flair Hickory. Tú eras la única en quien confiaba. Sabías dónde estaba. Y aún conservabas el iPhone de Haley. Así pues, ¿por qué no endilgárselo a un muerto?
—Ya no podía afectarle. ¿No lo ves?
De manera especialmente horrible, esa parte del asunto tenía su lógica. No puedes dañar a un muerto.
—Metiste el parque estatal de Ringwood en el Google Earth del iPhone de Haley. Eso fue otra pista. Si Dan la había matado y enterrado allí, ¿para qué habría buscado ella ese parque? No tenía ningún motivo. La única conclusión a la que llegué fue que el asesino quería que encontraran su cadáver.
—Nadie la mató —dijo Jenna—. Fue un accidente.
—No estoy de humor para sutilezas gramaticales, Jenna. Pero ¿por qué introdujiste el parque estatal de Ringwood en el Google Earth?
—Porque, a pesar de lo que tú creas, no soy un monstruo. Vi a Ted y a Marcia, vi el tormento por el que estaban pasando, vi lo que les estaba haciendo el no saber nada.
—¿Lo hiciste por ellos?
Jenna se volvió hacia ella.
—Quería proporcionarles algo de paz. Quería que su hija tuviese un entierro auténtico.
—Cuánta bondad.
—Tú y tus sarcasmos —repuso Jenna.
—¿Qué pasa con ellos?
—Son para protegerte. Lo que hicimos estuvo mal, muy mal. Pero tú lo entiendes, aunque solo sea en cierta medida. Eres madre. Hacemos lo que hay que hacer para proteger a nuestros hijos.
—Pero no enterramos a chicas muertas en los bosques.
—¿No? ¿Seguro que no lo harías, si no te quedara más remedio? Imagínate que la vida de Charlie estuviese en peligro. Sé que perdiste a tu marido. Pero imagínate que sigue entre nosotros y que está a punto de ir a la cárcel por culpa de un accidente. ¿Qué habrías hecho en un caso así?
—Cualquier cosa menos enterrar a una chica en el bosque.
—Lo que quiero saber es qué habrías hecho en concreto.
Wendy no dijo nada. Por un instante, consideró esa posibilidad. John sigue vivo. Charlie sube a la planta de arriba. La chica está muerta en el suelo. No necesitaba preguntarse qué habría hecho. No había por qué llevar las cosas tan lejos.
—Su muerte fue un accidente —volvió a decir Jenna, en voz baja.
Wendy asintió.
—Ya lo sé.
—¿Entiendes por qué hicimos lo que hicimos? No te estoy pidiendo que lo bendigas, pero ¿lo entiendes o no?
—Supongo que, en cierta medida, sí.
Jenna la contempló con el rostro bañado en lágrimas.
—¿Y ahora qué piensas hacer?
—¿Qué harías tú en mi lugar?
—Lo dejaría correr. —Jenna cogió a Wendy de la mano—. Por favor. Te lo suplico. Déjalo estar.
Wendy se lo pensó. Había llegado aquí pensando de una determinada manera. ¿Había cambiado de opinión? Una vez más, imaginó que John vivía. Pensó en Charlie subiendo las escaleras. Y en la chica muerta, tirada en el suelo.
—¿Wendy?
—No voy a ejercer ni de juez ni de jurado —dijo esta, pensando ahora en Ed Grayson y en lo que había hecho—. No me corresponde a mí castigarte. Pero tampoco absolverte.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Lo siento, Jenna.
Jenna se echó hacia atrás.
—No puedes probar nada. Negaré que esta conversación haya tenido lugar.
—Inténtalo si quieres, pero no creo que te sea de mucha utilidad.
—Será tu palabra contra la mía.
—No, no será así —dijo Wendy.
Y señaló hacia la verja. Frank Tremont y otros dos inspectores de policía aparecieron por la esquina.
—Antes te he mentido —dijo Wendy, desabrochándose la camisa—. Llevo un micro.