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Cinco días después

La policía se hizo cargo del estropicio.

Tanto Walker como Tremont pasaron a ver cómo estaba Wendy y a escuchar su historia. Ella intentó explicársela con todo detalle. Los medios de comunicación también mostraron gran interés. Farley Parks lanzó un comunicado en el que condenaba a aquellos que «se habían apresurado a juzgarle», pero no reemprendió su carrera política. El doctor Steve Miciano se negó a conceder entrevistas y anunció que dejaba de ejercer la medicina para «dedicarse a otros asuntos».

Phil Turnball tenía razón respecto a ellos.

La vida recuperó cierta normalidad con bastante rapidez. Wendy fue exonerada por la NTC de cualquier tipo de acusación de índole sexual, pero el trabajo se había convertido para ella en un sitio imposible. Vic Garrett era incapaz de mirarla a los ojos. Se lo encargaba todo a través de su ayudante personal, Mavis. Y hasta ahora, esos encargos habían sido un asco. Si las cosas no cambiaban, Wendy no tendría más remedio que ponerse un poco más agresiva.

Pero aún no había llegado el momento.

Pops anunció que pillaría el montante hacia el fin de semana. Se había quedado para cerciorarse de que Wendy y Charlie estaban bien, pero, como él mismo dijo, era «un trotamundos, un holandés errante». Quedarse en un sitio no iba con él. Wendy lo entendía perfectamente, pero le iba a echar mucho de menos.

Sorprendentemente, mientras en su lugar de trabajo se había aceptado que los rumores que corrían por la red sobre ella eran falsos, la mayoría de sus conciudadanos no había adoptado esa actitud. En el supermercado la ignoraban. Las madres se mantenían a una prudente distancia de ella a la hora de recoger a sus hijos. El quinto día, dos horas antes de que Wendy acudiera a la reunión del comité del proyecto de graduación, recibió una llamada de Millie Hanover.

—Por el bien de los niños, te sugiero que te des de baja del comité.

—Por el bien de los niños —repuso Wendy—, te sugiero que te vayas al carajo.

Y le colgó el teléfono. Oyó aplausos a su espalda. Era Charlie.

—Bien dicho, mamá.

—Esa mujer es una mojigata.

Charlie se echó a reír.

—¿Recuerdas que te comenté que quería saltarme la clase de salud porque promueve la promiscuidad?

—Sí.

—Cassie Hanover se la salta porque su madre teme que le corrompa la moral. Lo curioso es que se la conoce por Paja Hanover. O sea, que la tía es un zorrón.

Wendy se volvió y vio como el larguirucho de su hijo se acercaba al ordenador. Se sentó y empezó a teclear, manteniendo los ojos clavados en la pantalla.

—Hablando de zorrones… —dijo Wendy.

Charlie levantó la vista hacia ella.

—¿Sí?

—Corren ciertos rumores sobre mí. Los colgaron en un blog.

—¿Mamá?

—¿Sí?

—¿Tú crees que vivo en una cueva?

—¿Los has visto?

—Pues claro.

—¿Y por qué no me has dicho nada?

Charlie se encogió de hombros y volvió a teclear.

—Quiero que sepas que no son ciertos.

—¿Quieres decir que no te dedicas a follar para medrar?

—No te hagas el gracioso.

Charlie suspiró.

—Ya sé que no son ciertos, mamá, ¿vale? No tienes que decírmelo.

Wendy combatía duramente las lágrimas.

—¿Tus amigos te lo están haciendo pasar mal al respecto?

—No —repuso Charlie—. Bueno, vale, a Clark y a James les gustaría saber si te molan los hombres más jóvenes que tú.

Wendy frunció el ceño.

—Es broma —le dijo Charlie.

—Muy gracioso.

—Alegra esa cara, mujer.

Y se puso a teclear.

Wendy emprendió el camino de salida para que Charlie tuviese un poco de vida privada. Si lo hubiese completado, todo habría terminado. Ya tenían las respuestas. Phil tendió trampas a sus amigos. Dan se zumbó y mató a Haley. El hecho de que no pudieran dar con un motivo resultaba molesto, pero así son las cosas a veces.

Pero Wendy no llegó a salir de la habitación. Se sentía sola y frágil, y por eso le preguntó a su hijo:

—¿Qué estás haciendo?

—Revisando mi Facebook.

Eso le recordó su falso perfil, el de Sharon Hait, el que había usado para «hacerse amiga» de Kirby Sennett.

—¿Qué es una fiesta Red Bull? —preguntó.

Charlie interrumpió el tecleo.

—¿Dónde has oído ese término?

Wendy le recordó lo del falso perfil que había utilizado para ponerse en contacto con Kirby Sennett.

—Kirby invitó a «Sharon» a una fiesta Red Bull.

—Enséñamelo —dijo el chico.

Charlie se desconectó y se apartó del ordenador. Wendy tomó asiento y se identificó como «Sharon Hait». Necesitó un segundo para recordar la contraseña (Charlie) y entrar. Recuperó la invitación y se la enseñó a su hijo.

—Más bien torpe —dijo Charlie.

—¿A qué te refieres?

—Vayamos por partes. Ya sabes que la escuela tiene unas normas estrictas de tolerancia cero, ¿no?

—Sí, lo sé.

—Y el director Zecher es muy nazi en según qué cosas. Si a un chaval lo pillan bebiendo, ya se puede olvidar de entrar en ningún equipo y de participar en los espectáculos de Nuevos Jugadores. Y además, Zecher lo denuncia al departamento de Admisiones Universitarias y toda la pesca.

—Ya veo.

—Tú ya sabes lo idiotas que pueden llegar a ser los adolescentes, que siempre están colgando fotos suyas bebiendo en sitios como Facebook, ¿no?

—Pues sí.

—Bueno, pues el caso es que a alguien se le ocurrió la idea de Red Bullear las fotos.

—¿Red Bullear?

—Sí. Pongamos que has ido a una fiesta y te estás bebiendo una lata de cerveza, y como eres un pringado con serios problemas de autoestima, piensas, joder, qué enrollado que soy, quiero que todo el mundo vea lo enrollado que soy. Así que le pides a alguien que te saque una foto bebiendo cerveza para que puedas colgarla en la red y fardar ante tus patéticos amigos. Pero hay un problemilla: ¿qué pasa si el director Zecher o sus esbirros del Tercer Reich topan con tu foto? Pues que estás bien jodido. Por consiguiente, lo que haces es recurrir al Photoshop y convertir la lata de cerveza en una de Red Bull.

—No puede ser.

—¿Cómo que no? Si te paras a pensarlo, es de lo más lógico. Mira.

Se inclinó sobre su madre y le dio al ratón. Aparecieron un montón de fotos de Kirby Sennett. Empezó a clicar en ellas.

—¿Lo ves? Mira la de Red Bull que se están bebiendo él, sus colegas y las guarras que les acompañan.

—No las llames guarras.

—Lo que tú digas.

Wendy se puso a clicar en las fotos.

—¿Charlie?

—¿Sí?

—¿Has estado en alguna fiesta Red Bull?

—Destino: Pringolandia.

—¿Eso significa que no?

Wendy se le quedó mirando.

—¿Has estado en alguna fiesta en la que la gente bebiera alcohol?

Charlie se frotó el mentón.

—Sí.

—¿Y bebiste?

—Una vez.

Wendy se volvió hacia el ordenador y siguió clicando, contemplando a Kirby Sennett y sus congestionados amigotes con los Red Bulls. En algunas imágenes, podías detectar fácilmente el Photoshop: la lata de Red Bull era demasiado grande o demasiado pequeña, o estaba fuera de sitio o se comía parte de los dedos.

—¿Cuándo fue? —preguntó Wendy.

—Mamá, no pasa nada. Solo fue una vez. En segundo.

Estaba pensando en si seguir adelante con la conversación o no cuando vio la fotografía que lo cambió todo. Kirby Sennett estaba sentado en el centro y en primera fila. Había dos chicas detrás de él, ambas de espaldas a la cámara. Kirby lucía una sonrisa de oreja a oreja. Sostenía el Red Bull en la mano derecha. Llevaba una camiseta de los New York Knicks y una gorra negra de béisbol. Pero lo que captó la atención de Wendy, lo que la hizo detenerse y echar otro vistazo, fue el sofá en el que estaba sentado.

Era amarillo brillante con flores azules.

Wendy ya había visto antes ese sofá.

Por sí misma, esa fotografía no habría significado nada para ella. Pero ahora recordaba las últimas palabras de Phil Turnball, lo de que le estaba haciendo un «regalo», lo de que no debería culparse por haberle tendido una trampa a un inocente. Phil Turnball se lo creía, y también Wendy había querido creérselo. Eso era lo importante. Le quitaba de encima la sombra de la culpa. Dan había sido un asesino. Ella no le había montado una encerrona a un hombre inocente. En realidad, había desenmascarado a un criminal.

Pero ¿cómo era posible que aún no acabara de creérselo?

La primera intuición, la que le decía que había sido injusta con Dan Mercer, la que le había estado remordiendo la conciencia desde el momento en que él abrió esa puerta roja y entró en la casa trampa, Wendy la había mantenido en estado latente durante los últimos días.

Pero nunca había desaparecido del todo.