Ahora ya lo sabía.
Wendy llamó a Phil al móvil. Una vez más, no hubo respuesta. Lo intentó en su casa. Nada. De regreso del despacho de Win, se detuvo frente al domicilio de Phil en Englewood. No había nadie. Lo intentó en el Starbucks, pero el Club de los Padres ya no estaba.
Dudó entre llamar a Walker o, aún mejor, a Frank Tremont, que era quien llevaba el caso de Haley McWaid. Era muy posible que Dan Mercer no hubiese matado a Haley. Wendy intuía quién lo había hecho, pero no dejaba de ser una especulación.
Cuando Ridley Barry abandonó el despacho de Win, Wendy repasó con este toda la historia. Tenía un par de buenos motivos para hacerlo. Uno, necesitaba un punto de vista distinto e inteligente, y Win podía aportárselo. Y dos, quería que alguien más supiera lo que ella ya sabía, para cubrirse las espaldas, para proteger la información y a sí misma.
Cuando terminó, Win abrió el cajón superior de su escritorio. Sacó varias pistolas para que Wendy tuviera donde elegir, pero ella declinó la oferta.
Charlie y Pops seguían ausentes. La casa estaba en silencio. Wendy pensó en los próximos años: Charlie en la universidad, la casa siempre tan callada. Y no le gustaba la perspectiva de quedarse sola en un sitio tan grande. Tal vez sería mejor mudarse a otro más pequeño.
Tenía la boca pastosa. Se bebió un vaso de agua y lo rellenó nada más terminárselo. Subió a la planta de arriba, tomó asiento y enchufó el ordenador. Ya iba siendo hora de ponerse a comprobar su teoría. Entró en Google para estudiar los escándalos de Princeton en orden inverso: Steve Miciano, Farley Parks, Dan Mercer, Phil Turnball.
Ahora le veía la lógica a todo.
Acto seguido, se buscó a sí misma en Google, leyó los informes sobre su conducta «sexualmente inapropiada» y meneó la cabeza, pasmada. Le entraron ganas de llorar, y no solo por ella, sino por todos.
¿De verdad había empezado todo esto con la broma pesada de una pandilla de universitarios?
—¿Wendy?
Debería haberse pegado un buen susto, pero no fue así. Solo se trataba de la confirmación de algo que ya sabía. Se dio la vuelta. Phil Turnball estaba de pie en el umbral.
—Lo sabe más gente —dijo Wendy.
Phil sonrió. Le brillaba la cara a causa de la bebida.
—¿Crees que pretendo hacerte daño?
—¿Acaso no me lo has hecho ya?
—Supongo que sí. Pero no he venido por eso.
—¿Cómo has entrado?
—El garaje estaba abierto.
Charlie y la maldita bicicleta. No sabía muy bien qué hacer. Podía optar por la sutileza, hacerse con el móvil y marcar el número de la policía, o algo así. Podía intentar enviar un mail, un SOS electrónico de algún tipo.
—No tengas miedo —le dijo Phil.
—En ese caso, ¿te importa si llamo a un amigo?
—Preferiría que no lo hicieses.
—¿Y si insisto?
Phil sacó una pistola.
—No tengo la menor intención de hacerte daño.
Wendy se quedó tiesa. Cuando aparece un arma, se convierte en lo único que ves. Tragó saliva e intentó mantenerse fuerte.
—Oye, Phil…
—¿Qué?
—Si no piensas hacerme daño, lo mejor que puedes hacer para demostrarlo no es sacar una pistola.
—Tenemos que hablar —dijo él—. Pero no sé muy bien por dónde empezar.
—¿Qué tal por lo de cuando le sacaste un ojo a Christa Stockwell clavándole la esquirla de un espejo?
—La verdad es que has hecho los deberes, Wendy. ¿No es así?
No dijo nada.
—Y estás en lo cierto. Ahí es donde todo empezó. —Phil suspiró. La pistola le colgaba junto al muslo—. Ya sabes lo que ocurrió, ¿verdad? Yo me estaba escondiendo y, de repente, Christa Stockwell se puso a chillar. Salí pitando hacia la puerta, pero me pilló y se me agarró a la pierna. Nunca quise hacerle daño. Solo intentaba salir de allí, y me entró el pánico.
—¿Fuiste a la casa del decano para gastarle una broma pesada?
—Estábamos todos.
—Pero tú pagaste el pato.
Por un instante, Phil ofreció un aspecto ausente, perdido. Wendy pensó en aprovechar la situación para salir corriendo. No la estaba apuntando. Podía ser su única oportunidad. Pero no se movió. Se quedó donde estaba hasta que él, finalmente, dijo:
—Sí, así fue.
—¿Por qué?
—En ese momento, parecía lo más razonable. Mira, yo había llegado a esa universidad con todo a mi favor: riqueza, un buen apellido y unos buenos estudios previos. Los demás las pasaban canutas. Y eso era algo a lo que yo concedía importancia. Eran mis amigos. Y además, yo iba a pringar de todas maneras, así que… ¿para qué llevármelos por delante?
—Admirable —dijo Wendy.
—Evidentemente, yo no era consciente de la gravedad del problema que me había caído encima. La casa estaba a oscuras. Yo creía que Christa gritaba, simplemente, porque tenía miedo. No tenía ni idea de que había salido tan malparada cuando confesé. —Torció la cabeza a la derecha—. Quiero creer que volvería a hacer lo mismo. Cargar con la culpa por el bien de mis amigos, me refiero. Pero ya no estoy tan seguro.
Wendy intentó atisbar el ordenador, ver si había algo que pudiese clicar para conseguir ayuda.
—¿Y qué pasó a continuación?
—Ya lo sabes, ¿no?
—Te expulsaron.
—Sí.
—Y tus padres compraron el silencio de Christa Stockwell.
—Mis padres estaban horrorizados. Supongo que no era para menos. Pagaron mi deuda y me dijeron que me largara. Le pasaron el negocio familiar a mi hermano. Yo fui excluido. Pero puede que fuese para bien.
—Te sentiste libre —dijo Wendy.
—Sí.
—Ahora ya eras igual que tus compañeros de cuarto. Los tíos a los que admirabas.
Phil sonrió.
—Exactamente. Y al igual que ellos, también yo las pasé canutas. Rechacé cualquier tipo de ayuda. Conseguí trabajo en Barry Brothers. Me hice con una lista de clientes y trabajé duro para que todos ellos estuvieran contentos. Me casé con Sherry, una mujer espectacular en todos los sentidos. Formamos una familia. Unos críos estupendos, una casa preciosa. Todo gracias a mi esfuerzo. Nada de nepotismo, nada de ayudas…
Su voz se estaba apagando. Sonrió.
—¿Qué pasa? —inquirió Wendy.
—¿Que qué pasa? Lo que pasa eres tú, Wendy.
—¿Yo?
—Aquí estamos los dos. Yo tengo un arma y te estoy contando todas mis funestas andanzas. Tú me estás haciendo preguntas para que vaya pasando el tiempo, confiando en que aparezca la policía en el último minuto.
Wendy no abrió la boca.
—Pero yo no he venido aquí por mí, Wendy. He venido por ti.
Wendy le miró a la cara y, de repente, pese a la pistola y la situación, dejó de tener miedo.
—¿Y eso a qué se debe? —preguntó.
—Ya lo verás.
—Preferiría…
—Quieres respuestas, ¿verdad?
—Supongo.
—Pues vamos a ver… ¿Por dónde andaba yo?
—Boda, trabajo, nada de nepotismo.
—Exacto, muchas gracias. ¿Me has dicho que has conocido a Ridley Barry?
—Sí.
—Un viejo adorable, ¿no es cierto? De lo más encantador. Y parece honrado, además. Y lo es. Yo también lo era. —Bajó la vista hacia el arma que sostenía como si se hubiese materializado en su mano de repente—. Nadie empieza siendo un ladrón. Te apuesto lo que quieras a que ni Bernie Madoff. Tú haces lo que puedes por tus clientes. Pero es un mundo de navajeros. Haces un mal negocio. Pierdes algo de dinero. Pero sabes que lo recuperarás. Así pues, metes en esa cuenta un poco de dinero ajeno. Solo por un día, puede que una semana. Cuando llega el siguiente negocio, lo compensas, e igual se te va un poquito la mano. No es robar. Al final, a tus clientes les saldrá a cuenta. Empiezas poco a poco, saltándote un poco la línea roja… ¿pero qué le vas a hacer? Si admites lo que has hecho, estás acabado. Te despedirán o te meterán en la cárcel. Por consiguiente, ¿qué otra posibilidad te queda? Tienes que seguir trincándole a Peter para poder pagar a Paul, mientras te encomiendas a la Divina Providencia para salir del marrón en el que te has metido.
—Yendo al grano —dijo Wendy—, ¿les robabas a tus clientes?
—Sí.
—¿Te otorgabas un salario decente?
—Había que mantener las apariencias.
—Vale —dijo Wendy—. Ya veo.
Phil volvió a sonreír.
—Tienes razón, claro está. Solo intento explicarte mi punto de vista de entonces, justificado o no. ¿Te contó Ridley por qué empezaron a investigarme?
Wendy asintió.
—Porque mentiste en tu currículo.
—Exacto. Aquella noche en casa del decano volvía para atormentarme. De repente, por algo que había ocurrido hacía un montón de años, todo mi mundo empezaba a desintegrarse. ¿Puedes imaginarte cómo me sentía? Pringué por esos tíos, aunque en realidad yo no era culpable, y ahora, al cabo de tantos años, tenía que seguir pagando las consecuencias.
—¿Qué quieres decir con lo de que no eras culpable?
—Lo que acabo de decir.
—Estabas allí. Le diste una patada en la cara a Christa Stockwell.
—Eso no fue lo primero que pasó. ¿No te contó nada del cenicero?
—Sí. Que tú lo arrojaste.
—¿Eso te dijo?
Wendy le dio un par de vueltas al tema. Había dado por sentado que había sido Phil, pero… ¿había llegado a decírselo Christa?
—No fui yo —dijo él—. Fue otro el que le tiró el cenicero que se acabó cargando el espejo.
—¿Y no sabes quién era?
Phil negó con la cabeza.
—Todos los que estaban allí esa noche negaron haberlo hecho. A eso me refería cuando he dicho que yo no tuve la culpa. Y ahora volvía a estar a dos velas. Cuando mis padres se enteraron de que me habían despedido, pues ya te lo puedes imaginar, eso fue la traca final. Me desheredaron por completo. Sherry y los críos me empezaron a mirar de otra manera. Estaba perdido. Había tocado fondo, y todo por culpa de la puta cacería de carroñeros. Así pues, recurrí a mis antiguos compañeros de cuarto en busca de ayuda. Farley y Steve me estaban agradecidos por haberme hundido en su nombre, me aseguraron, pero ¿qué podían hacer ahora al respecto? Empecé a pensar que no debería haber pringado yo solo. Si los cinco hubiésemos confesado, podríamos haber compartido la carga. Yo no estaría solo en eso. La facultad no habría sido tan dura conmigo. Y yo les miro, a esos viejos amigos que no piensan ayudarme y a los que todo les va muy bien, que ganan dinero y tienen éxito…
—Y decides que paguen su diezmo —le interrumpió Wendy.
—¿Me culpas por ello? Soy el único que pagó por lo que había pasado, y ahora resultaba que me veían como a un fracasado. Como a un pringado. Como a alguien al que no merecía la pena salvar. Mi familia era rica, me decían. Pídeles ayuda a ellos.
Phil era incapaz de escapar de su familia, se dijo Wendy, de su riqueza, de su posición. Ya podía intentar ser como esos amigos suyos que tenían que buscarse la vida, que ellos nunca le verían como a uno más, pues cuando empezaron a pintar bastos, Phil, simplemente, ya no formaba parte ni de los pobres ni de los ricos.
—Descubriste el marketing viral con el Club de los Padres —dijo Wendy.
—Sí.
—Eso debería haberme puesto en guardia. Acabo de revisarlo todo. A Farley le pusieron verde. A Steve le pusieron verde. A mí me pusieron verde. Y ya había bastante sobre Dan en la red. Solo faltabas tú, Phil. No hay ni una palabra sobre tus desfalcos en la red. ¿Por qué? Si había alguien que iba a por todos vosotros, ¿por qué no dijo nada de lo que le robabas a tu empresa? De hecho, nadie sabía nada al respecto. Tú le contaste al Club de los Padres que te habían despedido. Pero hasta que mi amigo Winn me informó de que te habían echado por robar dos millones de dólares no te mostraste sincero sobre el tema. Y cuando supiste que yo estaba en Princeton, también tuviste que decirles a tus amigos que te habían expulsado.
—Todo es cierto —dijo Phil.
—Pasemos a tus encerronas. Primero, te hiciste con una chica que interpretara a Chynna, la adolescente de Dan y prostituta de Farley.
—Cierto.
—¿De dónde la sacaste?
—No es más que una puta a la que contraté para interpretar dos papeles. Tampoco era tan complicado. Y en cuanto a Steve Miciano… En fin, ¿tan difícil es meterle drogas en el maletero a alguien y decirle a la policía que eche un vistazo? Y Dan…
—Me utilizaste —le acusó Wendy.
—No era nada personal. Una noche vi tu programa de televisión y me dije: vaya, vaya, ¿hay alguna manera mejor de vengarse de alguien?
—¿Cómo lo hiciste?
—¿Qué tenía de complicado, Wendy? Escribí ese primer mail de Ashlee, la chica de trece años del chat de SocialTeen. Luego me hice pasar por Dan en el chat. Le hice una visita y aproveché para esconder en su casa el portátil y las fotografías. Mi furcia hizo como que era una adolescente con problemas llamada Chynna. Cuando le dijiste a mi personaje de Internet del «pedófilo Dan» —trazó unas comillas en el aire con los dedos— que apareciese en un lugar concreto a la hora requerida, Chynna se limitó a pedirle a Dan que se presentara en ese mismo sitio a la misma hora. Dan apareció, tus cámaras estaban grabando…
Se encogió de hombros.
—Caramba —dijo ella.
—Lamento que te vieses involucrada. Y aún lamento más haber puesto en marcha esos rumores sobre ti. Ahí me pasé un poco. Fue un error. Me siento fatal por ello. Ese es el motivo de que ahora esté aquí. Quiero compensarte.
No paraba de decir eso, lo de que había venido por ella. Resultaba enloquecedor.
—Todo lo que hiciste —dijo Wendy—, lo de ir a por esos tíos… ¿fue solo por venganza?
Phil bajó la cabeza. Su respuesta la sorprendió:
—No.
—No seas tan blando contigo mismo, Phil. Lo perdiste todo y optaste por llevarte por delante a unos inocentes.
—¿Inocentes? —Por primera vez, la voz de Phil adoptó un tono airado—. No eran inocentes.
—¿Te refieres a lo que hicieron aquella noche en casa del decano?
—No, no me refiero a eso. Lo que digo es que eran culpables.
Wendy hizo una mueca.
—¿Culpables de qué?
—¿No lo entiendes? Farley se acostaba con putas. Era un mujeriego espantoso. Todo el mundo lo sabía. Y Steve se servía de su posición como médico para vender ilegalmente fármacos de esos que necesitan receta. Pregúntaselo a la poli. No podían demostrarlo, pero lo sabían. Mira, Wendy, yo no les tendí una encerrona, solo los desenmascaré.
Se produjo un silencio, una profunda vibración, y Wendy notó que le temblaba el cuerpo. Se estaban acercando al meollo de la cuestión. Phil se mantenía expectante, plenamente consciente de que ella acabaría sacando el tema.
—¿Y lo de Dan?
Phil empezó a respirar de manera algo extraña. Intentaba mantener el autocontrol, pero el pasado cargaba rápidamente contra él.
—Por eso estoy aquí, Wendy.
—No lo entiendo. Acabas de decir que Farley era un mujeriego y Steve un camello.
—Sí.
—Por consiguiente, te voy a hacer una pregunta inevitable: ¿de verdad era Dan Mercer un pedófilo?
—¿Quieres la verdad?
—No, Phil, después de todo esto, lo que quiero es que me mientas. ¿Le montaste una encerrona para que fuese llevado ante la justicia?
—Con Dan —dijo Phil lentamente—, supongo que nada salió según lo planeado.
—Déjate de rollos semánticos. ¿Era un pedófilo? ¿Sí o no?
Phil miró a la izquierda y puso cara de estar reuniendo valor.
—No lo sé.
Pero esa no era la respuesta que Wendy estaba esperando.
—¿Y cómo es eso posible?
—Cuando le tendí la trampa, no creía que lo fuese. Pero ahora ya no estoy tan seguro.
Esa respuesta la dejó atónita.
—¿Y eso qué coño quiere decir?
—Ya te he contado que fui a ver a Farley y a Steve —dijo Phil—. Y que no mostraron el menor interés en ayudarme.
—Sí.
—Luego fui a ver a Dan. —Levantó la pistola y se la cambió de mano.
—¿Cómo reaccionó?
—Tomamos asiento en su mierda de casa. Ya no sabía ni para qué me había molestado en ir a verle. ¿Qué podía hacer ese por mí? No tenía ni un céntimo. Trabajaba con los pobres. El caso es que Dan me ofreció una cerveza y yo se la acepté. Luego le expliqué lo que me había ocurrido. Me escuchó de manera comprensiva. Cuando acabé, Dan me miró a los ojos y me dijo que se alegraba de verme. ¿Por qué?, le pregunté yo. Y me contó que llevaba años visitando a Christa Stockwell. Me quedé pasmado. Y entonces me contó la verdad definitiva.
Ahora iba a saber Wendy lo que Christa Stockwell le había ocultado.
«¿Qué te dijo Dan la primera vez que vino?».
«Eso queda entre nosotros».
Wendy miró a Phil.
—Fue Dan quien arrojó el cenicero.
Y Phil asintió.
—Me vio agacharme detrás de la cama. Los demás, Farley, Steve y Kelvin, ya habían empezado a largarse. Andaban escaleras abajo cuando Christa Stockwell intentó darle al interruptor. Dan solo quería distraerla, darme la oportunidad de salir corriendo. Por eso le tiró el cenicero.
—Que destrozó el espejo en plena cara de Christa.
—Sí.
Wendy imaginó el momento. Vio a Dan confesando y a Christa limitándose a aceptar sus disculpas. A fin de cuentas, solo eran unos chavales de universidad gastando bromas pesadas. ¿Tan fácil era todo eso de perdonar? Puede que para Christa sí.
—Y durante todos estos años —dijo Wendy—, tú lo ignoraste.
—Nunca lo supe. Dan mintió al respecto. Intentó explicarme por qué. Era un chico sin recursos, me dijo. Tenía miedo de perder la beca. Y tampoco me habría servido de nada. Solo se habría autodestruido… ¿Y para qué?
—Así pues, se mantuvo callado.
—Como los demás, sabía que yo tenía dinero. Familia y contactos. Yo podía compensar a Christa Stockwell, así que él nunca abrió la boca. Se limitó a dejarme pagar por lo que él había hecho. Ya lo ves, Wendy, Dan tampoco era tan inocente. De hecho, en muchos aspectos, era el más culpable de todos.
Wendy se lo pensó. Pensó en la rabia que Phil debió de experimentar al saber que había pagado por un delito cometido por Dan.
—Pero no se lo hacía con niños, ¿verdad?
Phil le dio un par de vueltas al asunto.
—No, yo creía que no. Por lo menos, al principio.
Wendy intentó averiguar qué le estaba diciendo Phil. Y de repente, se acordó de Haley McWaid.
—Dios mío, Phil, ¿qué has hecho?
—Esos tíos tienen razón. Estoy acabado. Lo que quedaba de mí, lo poco bueno que aún conservaba, también ha desaparecido ahora. A eso te conduce la venganza. Te devora el alma. Nunca debería haber abierto esa puerta.
Wendy no sabía a qué puerta se refería, si a la de la casa del decano tantos años atrás o si a la del odio que le llevó a buscar venganza. Recordaba lo que le había dicho Christa Stockwell con respecto al odio, lo de que agarrarse a él te lleva a desprenderte de todo lo demás.
Pero aún no habían terminado. Aún les faltaba el tema de Haley McWaid.
—Y cuando Dan se libró… —empezó Wendy—. Quiero decir, cuando el juez lo dejó en libertad…
La sonrisa de Phil le heló la sangre.
—Sigue, Wendy.
Pero no podía. Intentaba continuar hablando, pero, de repente, nada tenía el menor sentido.
—Te estás preguntando por Haley McWaid, ¿verdad? Te preguntas qué pinta aquí.
Wendy era incapaz de hablar.
—Adelante, Wendy. Di lo que ibas a decir.
Pero ahora lo veía todo claro. Y no tenía ningún sentido.
La expresión de Phil era ahora más tranquila, casi serena.
—Les hice daño, sí. ¿Quebranté la ley? No estoy tan seguro. Contraté a una chica para que mintiera sobre Farley e interpretara un papel con Dan. ¿Es eso un delito? Puede que solo una falta. Me hice pasar por otra persona en un chat, pero… ¿acaso no es eso lo que tú haces? Has dicho que el juez dejó a Dan en libertad. Es cierto, pero ¿y qué? Yo tampoco estaba tan interesado en enviarlos a prisión. Solo quería que sufrieran. Y vaya si sufrieron, ¿no crees?
Se quedó a la espera de una respuesta, pero lo único que consiguió Wendy fue asentir.
—Por consiguiente, ¿para qué querría yo que acusaran a Dan de asesinato?
—Lo ignoro —consiguió decir Wendy.
Phil se inclinó hacia delante y susurró.
—No quería.
Wendy no podía respirar. Intentaba ir despacito, reflexionando a fondo, volviendo atrás si era necesario. Haley McWaid había sido asesinada tres meses antes de que la encontraran. ¿Por qué? ¿Qué pensaba Wendy? ¿Que Phil la había matado por si Dan se iba de rositas y así poder cargarle el muerto?
¿Y eso qué lógica tenía?
—Wendy, soy padre de familia. No podría matar a una adolescente. No podría matar a nadie.
Wendy era consciente de que había una gran distancia entre la destrucción viral y el asesinato, entre vengarse de unos antiguos compañeros de cuarto y matar a una adolescente.
La verdad empezaba a imponerse, atontándola.
—Tú no pudiste plantar el iPhone en la habitación de Dan —dijo lentamente—. No sabías dónde se encontraba.
La cabeza no paraba de darle vueltas. Intentaba centrarse, entender lo que había ocurrido, pero ahora la respuesta se le antojaba de lo más evidente.
—No pudiste ser tú.
—Exactamente, Wendy. —Sonrió y su rostro recuperó un aspecto apacible—. Por eso estoy aquí, ¿recuerdas? Te he dicho que he venido por ti, no por mí. Este es el último regalo que te hago.
—¿De qué regalo hablas? No lo entiendo. ¿Cómo llegó ese iPhone al cuarto de Dan?
—Ya sabes la respuesta, Wendy. Estás preocupada por haber hundido a un hombre inocente. Pero no lo hiciste. Solo hay una explicación posible de la presencia de ese teléfono en la habitación del hotel: siempre había estado en poder de Dan.
Wendy se limitó a mirarle.
—¿Dan mató a Haley?
—Por supuesto —dijo Phil.
Wendy no podía moverse, no podía respirar.
—Y ahora ya lo sabes todo, Wendy. Eres libre. Lo siento todo mucho. No sé si te compenso por lo que te hice, pero no tengo nada más que ofrecerte. Como te he dicho al principio, he venido para eso: para ayudarte.
Acto seguido, Phil Turnball levantó el arma. Cerró los ojos y ofreció un aspecto de lo más apacible.
—Dile a Sherry que lo siento —dijo.
Wendy alzó las manos, le gritó que parara y corrió hacia él. Pero estaba demasiado lejos. Phil se puso el cañón de la pistola bajo la barbilla, apuntando hacia arriba, y apretó el gatillo.