30

Wendy salió del ascensor y se dirigió hacia el despacho de Vic. Por el camino se cruzó con Michele Feisler —la nueva y más joven presentadora—, que estaba trabajando en su cubículo. Un cubículo decorado con fotos de Walter Cronkite, Edward R. Murrow y Peter Jennings. Hay que joderse, pensó Wendy.

—Hola, Michele.

Pero la aludida estaba muy ocupada escribiendo, así que le dedicó un amago de saludo y nada más. Wendy miró por encima de su hombro. Estaba leyendo sus mensajitos en Twitter. Uno de ellos decía: «¡En el programa de ayer lucías un peinado increíble!». Michele le estaba respondiendo a su seguidor: «He cambiado de acondicionador… Pronto habrá más información al respecto. ¡Mantente al loro!».

Qué orgulloso se sentiría de ella Edward R. Murrow.

—¿Cómo está ese tío al que le dispararon en las rodillas? —le preguntó Wendy.

—Es una historia de las tuyas, ¿verdad? —repuso Michele.

—¿A qué te refieres?

—A que parece que es una especie de pervertido. —Se apartó del ordenador, pero solo por un instante—. ¿No son tu especialidad los pervertidos?

Estaba bien tener una especialidad, se dijo Wendy.

—¿Eso es lo que crees?

—Bueno, tú eres nuestra experta en pervertidos sexuales, ¿no?

—¿Perdón?

—Uy, ahora no puedo hablar —dijo Michele, volviendo a teclear—. Estoy ocupadísima.

Ahí de pie, Wendy no podía evitar observar que Clark había estado en lo cierto: Michele tenía un cabezón gigantesco, sobre todo si lo comparabas con su delgadísimo cuerpo. Parecía un globo de helio al final de un cordel. Daba la impresión de que el cuello se le podría partir en cualquier momento por culpa del peso que debía soportar.

Wendy consultó su reloj de pulsera. Faltaban tres minutos para las doce en punto. Recorrió apresuradamente el pasillo que conducía al despacho de Vic. Su secretaria, Mavis, ya estaba allí.

—Hola, Mavis.

La mujer en cuestión apenas la miraba.

—¿Qué puedo hacer por usted, señora Tynes?

Era la primera vez que la llamaba así. Puede que alguien hubiese dado órdenes de aplicarle un tratamiento más formal desde que la habían despedido.

—Quisiera hablar un momento con Vic.

—El señor Garrett no está disponible. —El tono de Mavis, habitualmente amable, ahora era de lo más gélido.

—¿Puede decirle que subo a la sexta planta? No tardaré en volver.

—Se lo diré.

Wendy echó a andar hacia el ascensor. Puede que fuera cosa de su imaginación, pero parecía haber una extraña tensión en el aire.

Wendy había estado en ese edificio —las oficinas del canal— en infinidad de ocasiones, pero nunca había subido a la sexta planta. Ahora estaba sentada en un despacho de un blanco impoluto, una maravilla cubista con una pequeña cascada en una esquina. Una de las paredes estaba dominada por un cuadro que consistía en un amasijo de trazos blancos y negros. En las demás no había nada. Los remolinos pictóricos los tenía prácticamente en las narices y la distraían bastante. Al otro lado de la mesa de cristal, también frente a los remolinos, había tres personas trajeadas. Dos hombres y una mujer: los tres juntos frente a ella. Uno de los hombres era negro. La mujer era asiática. Admirable equilibrio, pero quien estaba al mando, el que se sentaba en medio y llevaba la voz cantante, era un hombre blanco.

—Gracias por venir a vernos —dijo ese hombre.

Se había presentado a sí mismo —y también a los otros dos—, pero Wendy no había prestado atención a los nombres.

—Es un placer —dijo.

Wendy se percató de que su silla era, por lo menos, cinco centímetros más baja que las de los demás. El clásico truco intimidatorio, aunque propio de aficionados. Se cruzó de brazos y se deslizó ligeramente hacia abajo, para que se creyeran que llevaban ventaja.

—Bueno —dijo Wendy, intentando ir al grano—, ¿qué puedo hacer por vosotros, chavales?

El blanco miró a la asiática, quien sacó una hoja de papel y la deslizó por el cristal de la mesa.

—¿Es esta su firma? —preguntó el blanco.

Wendy la miró. Se trataba de su contrato original.

—Eso parece.

—¿Lo es o no?

—Lo es.

—Y se ha leído este documento, claro está.

—Supongo.

—No me interesan sus suposiciones…

Wendy lo interrumpió con un movimiento de la mano.

—Sí, lo he leído. ¿Cuál es el problema?

—Me gustaría remitirle a la sección diecisiete, punto cuatro, de la página tres.

—Vale —dijo ella, empezando a pasar hojas.

—Hace referencia a nuestra estricta regulación acerca de las relaciones románticas o sexuales en el lugar de trabajo.

Eso la puso en guardia.

—¿Y qué?

—¿Lo ha leído?

—Sí.

—¿Y lo comprende?

—Sí.

—Pues resulta —dijo el blanco— que nos hemos enterado de que usted se saltó esa norma, señora Tynes.

—Le aseguro que no.

El blanco se reclinó en el asiento, cruzó los brazos y trató de adoptar un aspecto severo.

—¿Conoce a un hombre llamado Víctor Garrett?

—¿Vic? Pues claro, es el que lleva las noticias.

—¿Ha mantenido usted relaciones sexuales con él en algún momento?

—¿Con Vic? Venga, hombre.

—¿Eso es un sí o un no?

—Es un no como una catedral. ¿Por qué no le hace venir y se lo pregunta?

Se produjo una breve intercomunicación en la parte acusadora.

—Pensamos hacerlo.

—No lo entiendo. ¿De dónde han sacado que Vic y yo…? —Intentaba no parecer enfadada.

—Hemos recibido informes al respecto.

—¿De quién?

No contestaron de inmediato. Y de repente, Wendy se dio cuenta de que había una respuesta obvia. ¿Acaso no se lo había advertido Phil Turnball?

—No podemos revelar la fuente —dijo el blanco.

—Pues es una pena, porque la acusación es muy grave. Más les vale tener pruebas al respecto.

El negro miró a la asiática. La asiática miró al blanco. El blanco miró al negro.

Wendy abrió los brazos, pasmada.

—¿Todo esto lo lleváis ensayado, tíos?

Se inclinaron los tres y se pusieron a susurrar cual senadores durante una audiencia. Wendy se mantuvo a la espera. Cuando acabaron, la asiática abrió otro expediente y lo deslizó por la superficie de cristal.

—Tal vez debería leer esto.

Wendy abrió la carpetilla. Era un texto impreso, sacado de un blog. Sintió que le ardía la sangre cuando empezó a leer:

«Trabajo en la NTC. No puedo revelar mi auténtico nombre porque me despedirían. Pero Wendy Tynes es una persona horrible. Es una prima donna sin talento alguno que ascendió a la cumbre de la manera tradicional: a base de polvos. En la actualidad, se está follando a nuestro jefe, Vic Garrett. Y gracias a ello, hace lo que le da la gana. De hecho, la despidieron la semana pasada por incompetente, pero la han vuelto a admitir porque Vic tiene miedo de que lo lleve a juicio por acoso sexual. Wendy se ha hecho un montón de operaciones de cirugía plástica, incluyendo nariz, ojos y tetas…».

Y la cosa seguía en ese plan. Una vez más, Wendy recordó la advertencia de Phil. Recordó lo que esos psicópatas virales le habían hecho a Farley Parks y a Steve Miciano. Ahora le tocaba a ella. Y las insinuaciones empezaban a calar: su carrera, su energía vital, la habilidad que tenía para cuidar de su hijo. Los rumores siempre afectaban a la realidad. Para la gente en general, las acusaciones equivalen a condenas. Eres culpable hasta que se demuestra lo contrario.

¿No le había dicho Dan Mercer algo parecido?

Finalmente, el blanco se aclaró la garganta y dijo:

—Bueno, ¿qué?

Con toda la chulería que pudo reunir, Wendy sacó pecho.

—Son auténticas. Puede estrujarme una para comprobarlo.

—Eso no ha tenido gracia.

—Tampoco me estoy riendo. Solo le ofrezco pruebas de que todo eso es mentira. Adelante, hombre, tóquemelas un poco.

El blanco hizo unos ruiditos de incomodidad y señaló el expediente.

—Tal vez debería echarles un vistazo a los comentarios. Están en la segunda página.

Wendy trataba de mantener en pie su fachada confianzuda, pero notaba que su mundo empezaba a tambalearse. Pasó la hoja y buscó el primer comentario.

«Comentario: Trabajé con ella en su anterior empleo y no puedo estar más de acuerdo. Ahí pasó lo mismo. Nuestro jefe, que estaba casado, se divorció y acabó en el trullo. Esa tía es veneno».

«Comentario: Se acostó con dos profesores universitarios, por lo menos. Con uno de ellos, cuando estaba embarazada. Se cargó su matrimonio».

Ahora Wendy sintió que le ardía la cara. Estaba casada con John cuando tenía ese empleo. De hecho, su marido había muerto durante sus últimas semanas de trabajo allí. Esa mentira en concreto la enfureció más que las otras. Era obscena e injusta.

—¿Y bien? —le preguntó el blanco.

—Es una sarta de mentiras —dijo Wendy mientras le rechinaban los dientes.

—Pues corren por toda la red. Y algunos de esos blogs les han sido enviados a nuestros patrocinadores. Nos amenazan con retirar la publicidad.

—Son todo mentiras.

—Y además nos gustaría que firmara un comunicado.

—¿Qué clase de comunicado?

—El señor Garrett es un superior suyo. Aunque no creo que haya base para un juicio, podría usted demandarle por acoso sexual.

—¿Está usted de broma? —le preguntó Wendy.

El hombre señaló el expediente.

—Uno de esos blogs menciona que, en cierta ocasión, usted ya demandó a un superior por acoso sexual. ¿Quién nos dice que no lo volverá a hacer?

Wendy empezaba a verlo todo negro. Apretó los puños y trató con todas sus fuerzas de mantener la calma.

—Señor… Lo siento, he olvidado su nombre.

—Montague.

—Señor Montague. —Respiró hondo—. Quiero que me escuche con mucho interés. Intente prestar atención porque quiero asegurarme de que me entiende. —Wendy levantó la carpeta—. Todo esto son mentiras. ¿Lo pilla? Invenciones. ¿Lo de que llevé a juicio a un antiguo jefe? Mentira. ¿La acusación de que me acosté con un superior o con un profesor? Otra mentira. ¿Lo de que me acosté con alguien que no era mi marido mientras estaba embarazada? ¿O lo de que me he hecho múltiples operaciones, ya puestos? Mentiras. No son exageraciones ni distorsiones de la realidad. Son mentiras puras y duras. ¿Me entiende?

Montague se aclaró la garganta.

—Entendemos que esa es la postura que usted adopta.

—Cualquiera puede meterse en la red y decir lo que se le ocurra de alguien —continuó Wendy—. ¿No se da cuenta? Alguien está soltando trolas a mi costa. Mire la fecha del blog, por el amor de Dios. Colgaron el texto ayer y ya hay un montón de comentarios. Todo es falso. Hay alguien que intenta hundirme.

—En cualquier caso —dijo Montague, una expresión que servía para todo y que a Wendy la irritaba especialmente—, creemos que sería mejor que se acogiese a una baja temporal mientras investigamos las acusaciones.

—Pues yo no lo creo —dijo Wendy.

—¿Perdón?

—Porque si me obligan a hacer eso, les voy a montar un pollo del que no se recuperarán en su vida. Demandaré a la cadena. Demandaré a la productora. Los demandaré personalmente a cada uno de ustedes. Les enviaré a nuestros queridos patrocinadores unos blogs que digan que ustedes dos —señaló al blanco y al negro— se lo pasan de miedo follando en el sofá del despacho mientras ella —señaló a la asiática— lo contempla encantada dándose de latigazos. ¿Es eso cierto? Pues lo será en un blog. En varios blogs, de hecho. Luego cambiaré de ordenador y añadiré unos comentarios, cosas como que a Montague le va el sexo duro, o los juguetitos o los animalitos de granja. Les echaré encima a la protectora de animales. Y luego les enviaré esos blogs a sus respectivas familias. ¿Qué les parece?

Nadie abrió la boca.

Wendy se levantó.

—Me vuelvo al tajo.

—No, señora Tynes, me temo que no.

Se abrió la puerta y aparecieron dos guardias de seguridad uniformados.

—Estos señores la acompañarán a la puerta. Haga el favor de no ponerse en contacto con nadie de esta empresa hasta que tengamos la oportunidad de comprobar este asunto. Cualquier intento de comunicación con alguna persona involucrada en el caso, será considerado un intento de alterar la realidad. Y, por último, sus amenazas hacia mí y mis colegas quedarán debidamente registradas. Gracias por su tiempo.