Ronald Tilfer no tenía ni idea de qué quería decir «Cara Cortada» ni de a qué cacería se refería su hermano.
—Ya había hablado antes de eso, de cacerías y de Cara Cortada. Es como lo de Himmler. No creo que signifique nada.
Wendy se fue a casa, preguntándose qué hacer con esa pseudoinformación, sintiéndose más perdida incluso que al comienzo de la jornada. Charlie estaba tirado en el sofá, viendo la televisión.
—Hola —le saludó su madre.
—¿Qué hay para cenar?
—Bien, gracias. ¿Tú qué tal?
Charlie suspiró.
—Creí que ya pasábamos de paripés.
—Y de las normas básicas de cortesía, observo.
Charlie no se dio por aludido.
—¿Estás bien? —le preguntó su madre, con una voz que tal vez denotaba más preocupación de la prevista.
—¿Yo? Pues claro, ¿por qué?
—Haley McWaid iba contigo a clase.
—Sí, pero tampoco la conocía tanto.
—Había cantidad de compañeros y amigos suyos en el funeral.
—Ya lo sé.
—Vi a Clark y a James.
—Ya lo sé.
—¿Y tú por qué no has querido ir?
—Porque no la conocía.
—¿Y Clark y James sí?
—No —Charlie se incorporó en el sofá—. Mira, me sabe muy mal. Es una tragedia. Pero la gente, incluyendo a mis amigos, se lo pasa de miedo con estas cosas. Eso es lo que hay. No aparecieron para dar el pésame, sino porque les parecía que sería chachi ir. Querían formar parte de algo. Solo piensan en ellos, no sé si me entiendes.
Wendy asintió.
—Te entiendo.
—En general, no tengo nada en contra —dijo Charlie—. Pero cuando se trata de una chica muerta, lo siento mucho, pero por ahí no paso.
Volvió a apoyar la cabeza sobre el cojín y siguió viendo la tele. Wendy lo miró fijamente unos instantes. Sin tan siquiera volver la vista hacia su madre, Charlie suspiró de nuevo y dijo:
—¿Y ahora qué?
—Me has recordado a tu padre.
Charlie no dijo nada.
—Te quiero —le dijo Wendy.
—¿Seguiré recordándote a mi padre si te vuelvo a preguntar qué hay para cenar?
Wendy se echó a reír.
—Voy a ver qué hay en la nevera —dijo, pero sabía que no había nada y que tendría que encargar comida a domicilio. Rollitos japoneses. Y arroz, para que todo fuese más saludable—. Ah, otra cosa. ¿Conoces a Kirby Sennett?
—La verdad es que no. Solo de vista.
—¿Es buen chaval?
—No, es un capullo integral.
Wendy sonrió ante la descripción.
—He oído que es un camello de poca monta.
—Pero un cabronazo de primera. —Charlie se incorporó—. ¿A qué vienen esas preguntas?
—Estoy intentando darle otro enfoque a lo de Haley McWaid. Corre el rumor de que eran pareja.
—¿Y?
—¿Podrías preguntar por ahí?
Se la quedó mirando horrorizado.
—¿Quieres que sea tu aprendiz de reportero infiltrado?
—No es buena idea, ¿verdad?
Charlie ni se tomó la molestia de contestarle. Pero entonces, a Wendy le vino otra idea que se le antojaba bastante mejor. Se fue escaleras arriba y encendió el ordenador. Procedió a una búsqueda rápida de imágenes hasta encontrar una perfecta. La chica de la foto aparentaba unos dieciocho años, era una mezcla de asiática y europea, llevaba gafas de bibliotecaria, lucía una blusa cortita y tenía un buen cuerpo.
Serviría, sí, señor.
Creó rápidamente una página de Facebook utilizando la foto de esa chica. Se inventó un nombre combinando los de sus dos mejores amigas de la universidad: Sharon Hait. Estupendo. Ahora tenía que hacerse amiga de Kirby.
—¿Qué estás haciendo?
Era Charlie.
—Me estoy inventando un perfil falso.
Charlie puso mala cara.
—¿Para qué?
—Confío lograr que Kirby se haga amigo mío. En ese momento, tal vez pueda mantener una conversación con él.
—¿Va en serio?
—¿Qué pasa? ¿Crees que no funcionará?
—Con esa imagen, no.
—¿Por qué no?
—Está demasiado buena. Parece un timo de esos del spam.
—¿Qué?
Charlie suspiró.
—Las empresas usan fotografías así para enviárselas a la gente y sacarle los cuartos. Lo que tienes que hacer es buscar a una chica que sea guapa, pero que parezca real. ¿Me explico?
—Más o menos.
—Y haz que sea, no sé, de Glen Rock, por ejemplo. Si es de Kasselton, debería conocerla.
—¿Por qué? ¿Acaso tú conoces a todas las chicas del pueblo?
—A todas las que están buenas, más bien sí. O habría oído hablar de ella, por lo menos. Así que búscate un pueblo cercano, pero no demasiado. Luego dile que has oído hablar de él a través de una amiga, o que le viste en el centro comercial Garden State Plaza o algo así. Ah, tal vez deberías darle un nombre auténtico, el de una chica de ese pueblo, por si le pregunta a alguien o le da por buscar su número de teléfono. Eso sí, antes asegúrate de que no hay ninguna foto de esa chica en Google. Dile que te acabas de apuntar a Facebook y que estás empezando a hacer amigos, o se preguntará cómo es que aún no conoces a nadie. Pon un par de detalles en la información. Tus películas favoritas, tus grupos de rock preferidos.
—¿U2, por ejemplo?
—Mejor alguien menor de cien años.
Charlie le dictó una serie de grupos de los que Wendy nunca había oído hablar, pero los apuntó todos.
—¿Crees que funcionará? —preguntó esta.
—Lo dudo, pero nunca se sabe. Por lo menos, se hará amigo tuyo.
—¿Y eso para qué me servirá?
Nuevo suspiro.
—Ya lo hemos hablado. Es como lo de la página de Princeton. Una vez te acepte como amiga, podrás acceder a toda su página. Podrás ver las fotos que ha colgado, las cosas que ha dicho, a sus amigos, sus opiniones, los juegos que le gustan y cosas por el estilo.
La página de Princeton le hizo pensar en otra cosa. La clicó. Encontró el link de «Administración» y pulsó la tecla de los mails. El administrador se llamaba Lawrence Cherston, «nuestro antiguo delegado de curso», según ponía allí. En la foto de su perfil aparecía luciendo la tradicional corbata negra y naranja de la institución. Wendy redactó un breve mensaje:
«Hola, soy una periodista de televisión que está preparando un reportaje sobre su promoción de Princeton, por lo que me encantaría que nos viésemos. Si es tan amable, póngase en contacto conmigo, cuando le vaya bien, en cualquiera de los números que aparecen abajo».
Mientras pulsaba la tecla de envío, le sonó el móvil. Lo miró y vio que se trataba de un mensaje de texto, de Phil Turnball: «Tenemos que hablar». Le envió una respuesta: «Vale, llámame». Hubo una demora, y acto seguido: «No por teléfono». Wendy no sabía muy bien cómo tomárselo, así que escribió: «¿Por qué no?». Otro mensaje: «¿En 30 min. Bar Zebra?». Wendy se preguntaba por qué había esquivado la pregunta: «¿Por qué no podemos hablar por teléfono?». Ahora, la espera fue más larga: «En estos momentos no me fío de los teléfonos».
Wendy frunció el ceño. Se le antojaba todo un poco rocambolesco, pero debía reconocer que Phil Turnball no le había parecido de los que sobreactúan. ¿Para qué meterse en suposiciones? No tardaría mucho en verle. Escribió: «OK», y luego miró a Charlie.
—¿Qué pasa? —dijo este.
—Tengo que salir pitando a una reunión. ¿Puedes encargar tú la cena?
—Eh… ¿Mamá?
—¿Qué?
—Esta noche hay orientación para el proyecto de graduación, ¿recuerdas?
Un poco más y Wendy casi se da una palmada en la frente.
—Mierda, lo había olvidado.
—Hay que estar en el instituto en… —Charlie se miró la muñeca, aunque no llevaba reloj—. Vaya, en menos de treinta minutos. Y tú estás en el comité de aperitivos o algo así.
De hecho, su misión consistía en traer azúcar o edulcorantes artificiales y leche u otros productos alternativos para el café, pero su natural modestia le impedía presumir de ello.
Pasar de todo era una posibilidad, pero la escuela se tomaba muy en serio lo del proyecto de graduación; y últimamente Wendy se había mostrado, en el mejor de los casos, un tanto negligente con su hijo. Cogió el móvil y le envió un mensaje a Phil Turnball: «¿Puede ser a las diez?».
No hubo una respuesta inmediata. Se dirigió al dormitorio para cambiarse de ropa y se puso unos tejanos y una blusa verde. Se quitó las lentillas, se caló unas gafas y se recogió el pelo en una cola de caballo. Una mujer práctica. Le sonó el móvil. La respuesta de Phil Turnball: «OK».
Volvió a la planta baja. Pops estaba en el salón. Llevaba una cinta roja en la frente. Lo de la cinta no era algo que le sentara bien a todo el mundo. A Pops no le quedaba del todo mal, aunque se la podría haber ahorrado. El hombre meneó la cabeza cuando la vio acercarse.
—¿Adónde vas con esas gafas de abuelita?
Wendy se encogió de hombros.
—Así nunca te vas a echar novio.
Como si ella esperara algo así de una reunión del instituto.
—No es asunto tuyo, pero resulta que hoy me han invitado a salir.
—¿Después del funeral?
—Pues sí.
Pops asintió.
—No me extraña.
—¿Por qué?
—El mejor polvo de mi vida lo eché después de un entierro. En el asiento trasero de una limusina. Acojonante.
—Caramba, espero que luego me lo cuentes con todo detalle.
—¿Te estás poniendo sarcástica?
—Mucho.
Pops besó a Wendy en la mejilla y esta le pidió que se cerciorase de que Charlie cenaba, antes de encaminarse hacia el coche. Paró en el supermercado para hacerse con las cosas para el café. Cuando llegó al instituto, el aparcamiento ya estaba lleno. Consiguió encontrar un sitio en Beverly Road. Técnicamente, era probable que el coche quedara a menos de veinte metros de un semáforo, pero confiaba en que los policías no llevaran una cinta métrica. Esa noche, Wendy Tynes pensaba vivir peligrosamente.
Los padres de los alumnos ya estaban congregados en torno a la mesa del café —carente aún de los necesarios complementos— cuando apareció Wendy. Se propulsó hacia allá, disculpándose mientras desplegaba su provisión de productos para acompañar el café. Millie Hanover, presidenta de la Asociación de Padres del Instituto y una de esas mujeres que siempre ejercen de doña Perfecta, protestó levemente por lo bajinis. Por el contrario, los progenitores de sexo masculino se mostraron muy tolerantes ante su retraso. Excesivamente tolerantes, tal vez. Esa actitud era parte del motivo por el que Wendy llevaba la blusa abrochada hasta arriba, los tejanos no muy ceñidos, las gafas poco favorecedoras y el pelo recogido. Nunca se extendía demasiado en sus conversaciones con hombres casados. Jamás. Que la llamaran estirada o bruja si querían, pues eso siempre sería mejor, desde su punto de vista, que ser definida como coqueta, furcia o algo peor. Las esposas de ese pueblo ya la miraban lo suficientemente mal para, encima, empeorar las cosas. En noches como esa, Wendy experimentaba la tentación de presentarse con una camiseta en la que pudiera leerse: «Os aseguro que no tengo el menor interés en robaros al marido».
El principal tema de conversación era la universidad; en concreto, qué chavales habían entrado en qué facultades y cuáles no. Algunos padres fanfarroneaban, otros hacían bromas y, esos eran los favoritos de Wendy, los había que se comportaban como los comentaristas políticos a toro pasado, lanzándose de pronto a cantar las excelencias de la universidad con la que se habían tenido que conformar sus retoños al no ser admitidos en la deseada. Aunque también cabía la posibilidad de que Wendy los contemplara de manera poco caritativa. Igual solo intentaban superar su decepción como buenamente podían.
Sonó la esperada campana, que transportó a Wendy de regreso a su propia época escolar, y todo el mundo se encaminó hacia el centro de reuniones. En un tenderete, se invitaba a los padres a colocar señales de limitación de la velocidad con frases como: «Conduzca despacio, por favor, queremos a nuestros hijos», que Wendy suponía que eran efectivas, aunque parecían insinuar que usted, el conductor, no quiere realmente a los suyos. En otro lugar, repartían pegatinas para las ventanas en las que se informaba a los vecinos de que esa casa era realmente un hogar «Libre de drogas», lo cual estaba muy bien, aunque resultaba tan superfluo como lo de «Bebé a bordo». Había una parada del Instituto Internacional de Prevención del Alcohol, que seguía con su campaña para impedir que los progenitores montaran juergas en casa. ¿Lema de la campaña? «En nuestra casa, no». En otra parada se ofrecían contratos para el control de la bebida. El adolescente juraba no conducir nunca borracho ni subirse a un coche con alguien que hubiese bebido. El padre, a su vez, se comprometía a recoger al adolescente a la hora que este le indicara.
Wendy encontró un sitio libre hacia la parte de atrás. Un padre de lo más amistoso, que metía tripa y sonreía cual presentador de concurso televisivo, se le sentó al lado. Señaló hacia los tenderetes.
—El exceso de seguridad es una lata —dijo—. Nos estamos pasando con lo de la sobreprotección, ¿no le parece?
Wendy no dijo nada. La ceñuda esposa de ese caballero se sentó junto a él. Wendy tuvo la prudencia de saludar a la esposa malcarada, presentarse y decirle que era la madre de Charlie, evitando concienzudamente el contacto visual con don sonrisas, adalid de la antiseguridad.
El director Pete Zecher se subió a la tarima y les dio las gracias a todos por haber venido en «una semana tan difícil como esta». Se le dedicó un minuto de silencio a Haley McWaid. Había quien se preguntaba por qué no habían pospuesto la reunión de esa noche, pero el calendario de actividades escolares estaba tan repleto que, simplemente, no quedaban otras fechas libres. Y además, ¿cuánto habría que esperar? ¿Un día? ¿Una semana?
Así pues, al cabo de uno o dos minutos algo incómodos, Pete Zecher presentó a Millie Hanover, quien anunció emocionadísima que el tema del proyecto de graduación de ese año serían «los superhéroes». En resumen, como explicó Millie de manera interminable, la cosa consistiría en decorar las instalaciones del gimnasio de la escuela como si fuesen distintos lugares de los tebeos. La Bat-cueva. La Fortaleza de la Soledad de Superman. La Mansión X de La Patrulla X, o como la llamaran. El cuartel general de la Liga de la Justicia Americana. En otras ocasiones, la decoración se había basado en Harry Potter, en el programa de televisión Supervivientes (igual eso fue hace bastantes años, pensaba Wendy) y hasta en La sirenita.
La idea en que se basaba el proyecto de graduación consistía en ofrecer al alumnado un entorno seguro para la fiesta posterior a la graduación y todas sus actividades. Los estudiantes venían en autobús y todos los vigilantes se quedaban en el exterior. No había bebida ni drogas, claro está, aunque en las últimas fiestas algunos adolescentes habían colado ambas cosas de matute. De todos modos, con los vigilantes a mano y los autobuses dedicados al transporte juvenil, el proyecto de graduación parecía una gran alternativa a las juergas de antaño.
—Quisiera agradecer el esforzado empeño de mis compañeras de comité —dijo Millie Hanover—. Cuando diga vuestro nombre, levantaos, por favor.
Presentó a la encargada de la decoración, a la de las bebidas, a la de la comida, a la del transporte y a la de la publicidad, levantándose todas ellas para recibir el aplauso del respetable.
—Y en cuanto a las demás —añadió—, haced el favor de sumaros a la causa. No podemos hacer esto sin vosotras, y tened presente que es una manera maravillosa de convertir la graduación de vuestro retoño en una experiencia sumamente positiva. Recordemos que todo esto es por nuestros hijos y que no hay que dejar que trabajen siempre los demás. Gracias por escucharme. Podéis pedir el formulario para apuntaros.
La voz de Millie podría haber sido aún más perdonavidas, pero era difícil imaginar cómo.
El director Zecher presentó a continuación al agente de la policía de Kasselton Dave Pecora, responsable de seguridad ciudadana, quien procedió a enumerar los peligros asociados a las fiestas de graduación. Habló de cómo la heroína estaba volviendo a aparecer. Habló de fiestas farmacológicas, en las que los chavales robaban pastillas en sus casas, las ponían en un bol enorme y las compartían con fines experimentales. Wendy había querido hacer un reportaje sobre esas fiestas el año pasado, pero no encontró ninguna prueba real de su existencia, solo algunos indicios anecdóticos. Un agente de la DEA le dijo que las farma-fiestas tenían mucho más de leyenda urbana que de realidad. El agente Pecora siguió con sus advertencias sobre los peligros de la bebida para los menores: «Cuatro mil chavales mueren cada año por sobredosis de alcohol». Aunque no dijo si eso era en todo el mundo o solo en Estados Unidos, ni qué edad tenían esos chicos. También reiteró la evidencia de que «ningún padre le hace un favor a su hijo» montando fiestas con licor. Poniendo una cara de lo más severa, citó casos concretos en los que los anfitriones adultos acabaron matando a alguien y fueron a prisión. Y hasta se lanzó a describir la experiencia carcelaria con bastante lujo de detalles.
Subrepticiamente, Wendy consultó el reloj de pulsera, como cuando iba al colegio. Las nueve y media. Había tres cosas que no dejaban de rondarle por la cabeza. Una, se moría de ganas de salir de ahí para ver qué le pasaba al repentinamente críptico Phil Turnball. Dos, lo más probable es que tuviera que apuntarse a uno u otro comité. Aunque no viese muy claro todo eso del proyecto de graduación —una parte le parecía otra manera de seguir mimando a los niños, y otra se le antojaba más dirigida a los padres que a los hijos—, sería injusto, a causa de la actitud perdonavidas de Millie, dejar que otros se encargaran de todo el trabajo para algo de lo que también disfrutaría Charlie. Y tres, puede que lo más importante, no podía evitar pensar en Ariana Nasbro y en que el alcohol al volante había matado a John. No podía evitar preguntarse si, tal vez, los padres de Ariana Nasbro no deberían haber acudido a esas exageradas sesiones de orientación; si, quizá, todo ese aparente exceso de seguridad acabaría salvándole la vida a alguien las siguientes semanas, para que ninguna otra familia tuviera que pasar por lo mismo que Charlie y ella.
Zecher había vuelto a la tarima y estaba poniendo punto final a la reunión con un gracias-por-estar-aquí-esta-noche. Wendy echó un vistazo a su alrededor, en busca de algún rostro familiar, molesta consigo misma por conocer a tan pocos padres de los compañeros de clase de su hijo. Evidentemente, los McWaid no estaban. Ni tampoco Jenna o Noel Wheeler. Defender a su denigrado exmarido les había hecho un flaco favor a Jenna y a su familia entre los vecinos de las afueras, pero el asesinato de Haley McWaid había dado la puntilla.
Los padres empezaron a dirigirse hacia los sitios de apuntarse al comité. Wendy recordó que Brenda Traynor, la encargada de publicidad, era amiga de Jenna Wheeler y, al mismo tiempo, la reina del cotilleo, todo un logro en la zona. Wendy se encaminó hacia ella.
—Hola, Brenda.
—Me alegro de verte, Wendy. ¿Te vas a presentar voluntaria?
—Eh… por supuesto. Estaba pensando que igual te podría echar una mano con la publicidad.
—Oh, eso sería estupendo. Vamos a ver, ¿quién mejor que una reputada reportera de televisión?
—Bueno, yo no diría reputada.
—Claro que sí.
Wendy se esforzó en sonreír.
—¿Dónde tengo que firmar?
Brenda le enseñó la hoja.
—Tenemos reuniones de comité todos los martes y jueves. ¿Te gustaría ejercer de anfitriona en alguna de ellas?
—Me encantaría.
Wendy echó una firma mientras mantenía la cabeza baja.
—Bueno —dijo, intentando ser sutil sin conseguirlo—. ¿Tú crees que Jenna Wheeler podría formar parte del equipo de publicidad?
—Estás de broma, claro está.
—Creo que estudió algún curso de periodismo —dijo Wendy, que se lo acababa de inventar.
—¿Y eso qué más da? Después de lo que ha hecho, metiendo a ese monstruo en nuestra comunidad… Esa familia se larga, Wendy.
—¿Cómo que se larga?
Brenda asintió y se acercó más a ella.
—Han puesto un cartel de «Se vende» en la casa.
—Oh.
—Y Amanda ni siquiera va a venir a la graduación. Me sabe mal por ella. No es culpa suya, supongo… Pero creo que ha tomado la decisión adecuada. Le amargaría la fiesta a todo el mundo.
—¿Y adónde se van?
—Bueno, por lo que he oído, Noel ha conseguido trabajo en un hospital de Ohio. O de Columbus, o de Canton o puede que de Cleveland. Siempre me hago un lío con todas esas ces que hay en Ohio. Ahora que lo pienso, creo que es en Cincinnati. Otra ce. Le llaman ce blanda, ¿no?
—Exacto. ¿Y ya se han trasladado allí?
—No, creo que aún no. Talia me dijo… ¿Conoces a Talia Newman? Una mujer de lo más agradable, que tiene una hija llamada Allie. Un poco obesa. Bueno, el caso es que Talia me dijo que había oído que se habían mudado al Marriott Courtyard hasta que encontraran alojamiento en el sitio al que van.
Bingo.
Wendy pensó en lo que había dicho Jenna sobre Dan, lo de la parte de él que ella nunca podía alcanzar… ¿Qué era exactamente lo que le había dicho? Que algo le había pasado a Dan en la universidad. Puede que fuese el momento de mantener otra conversación con Jenna Wheeler.
Se despidió de todo el mundo, ganó rápidamente la salida y se dirigió a su reunión con Phil Turnball.