Las nubes habían oscurecido el parque estatal de Ringwood. Marcia McWaid atravesaba la espesura con su marido, Ted, a unos pasos por delante. Marcia confiaba en que no lloviese, pero tenía que reconocer que las nubes representaban cierta mejora en relación con el implacable sol matutino.
Ni Ted ni Marcia eran muy dados al senderismo, al camping o a ningún otro tipo de «comunión con la naturaleza». Antes —ahora siempre había un «antes», un mundo hecho añicos de una era muerta, cuando todo era de una maravillosa ingenuidad—, los McWaid preferían los museos, las librerías y las cenas en restaurantes de moda.
Cuando Ted miró a su derecha, Marcia se fijó en su perfil, y lo que vio la sorprendió. Pese a la evidencia de que estaban llevando a cabo una tarea espantosa, había un esbozo de sonrisa en su bello rostro.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Marcia a su marido.
Pero él siguió caminando, con la sonrisa puesta. Tenía los ojos salpicados de lágrimas, pero lo cierto es que los tenía así desde hacía tres meses.
—¿Te acuerdas del espectáculo de danza de Haley?
Solo había habido uno, cuando Haley tenía seis años.
—Creo que es la última vez que la vi vestida de rosa —dijo Marcia.
—¿Te acuerdas del disfraz que llevaban todas?
—Claro que sí —afirmó Marcia—. Se supone que iban de algodón de azúcar.
—Curioso recuerdo. La verdad es que no tenía nada que ver con ella.
—Cierto.
—¿Y bien?
Ted se detuvo ante una cuesta.
—¿Recuerdas el espectáculo en sí?
—Fue en el auditorio de la escuela.
—Exacto. Los padres estábamos ahí sentados y la cosa duraba tres horas y era aburridísima. Lo único que esperábamos todos eran los dos minutos de gloria de nuestro retoño. Y recuerdo que el número de Haley, el baile del algodón de azúcar, era el octavo o el noveno de un total de, no sé, veinticinco o treinta, y cuando aparece, tú y yo nos damos unos codazos. Recuerdo haber sonreído. Ahí estoy, mirando a mi hija y, por unos instantes, experimentando una dicha superlativa. Es como si tuviera una luz en el pecho cuando la miro y veo su carita preocupada, porque ya sabes cómo es… Entonces Haley ya era Haley. No quería que nada le saliera mal. Cada pasito es exacto y preciso. Vamos a ver, no hay ni ritmo ni expresión, pero Haley no comete ningún error. Y estoy mirando a esa pequeña maravilla, henchido de orgullo.
Ted la miró como si quisiera confirmar ese recuerdo. Marcia asintió, y puede que entonces, pese a lo horrible de su tarea, también se le dibujara una sonrisita en el rostro.
—Y tú estás sentada allí —continuó Ted—, con lágrimas en los ojos, y piensas en lo maravilloso que es ese instante, y entonces, eso es lo más sorprendente, echas un vistazo circular al auditorio, a los demás padres, y te das cuenta de que cada uno de ellos siente exactamente lo mismo por su propia hija. Todo es de lo más obvio y sencillo, pero hay algo en ello que me abruma. No me puedo acabar de creer ese sentimiento brutal, que esa oleada de amor no nos pertenezca exclusivamente a nosotros, que lo que estamos experimentando no sea algo único… Y al mismo tiempo, todo resulta más grande así. Recuerdo haber mirado a los demás padres del público. Haber visto las sonrisas y los ojos húmedos. Las mujeres que estrechan la mano de sus maridos, sin intercambiar palabra. Y recuerdo haberme sentido asombrado, como… como, no sé, como si no me pudiera creer que una sala, un auditorio escolar, pudiese contener un amor tan puro sin llegar a despegarse de la tierra.
Marcia quería decir algo, pero no se le ocurría nada. Ted se encogió de hombros, se dio la vuelta y enfiló la subida. Clavó el pie en el suelo, se agarró a un arbolito y lo usó para impulsarse hacia arriba. Finalmente, Marcia dijo:
—Ted, tengo tanto miedo…
—No pasará nada —dijo él.
Ya no había sonrisas. Las nubes seguían oscureciendo el entorno. Un helicóptero volaba por encima de ellos. Ted le dio la mano a Marcia. La ayudó a subir. Y ambos siguieron buscando a su hija.
Dos días después, en una tumba poco profunda situada en la parte más alejada del parque estatal de Ringwood, la unidad canina encontró el cadáver de Haley McWaid.