Wendy llamó a Walker desde el coche. La llamada fue desviada tres veces hasta que el sheriff descolgó.
—¿Dónde está usted? —le preguntó ella.
—En el bosque.
Silencio.
—¿Han encontrado algo?
—Aún no.
—¿Tendría cinco minutos para mí?
—Ahora estoy volviendo a la mansión. Hay un tío que se llama Frank Tremont y que está a cargo del caso de Haley McWaid.
Ese nombre le sonaba. Wendy había cubierto algunos casos que Tremont había llevado antiguamente. Era un tío mayor, bastante listo y de lo más cínico.
—Le conozco.
—Estupendo. Podemos vernos ahí.
Wendy colgó. Condujo de regreso a Ringwood, aparcó junto a los demás periodistas y se acercó al poli que custodiaba la entrada a la escena del crimen. Sam agarró la cámara y salió detrás de ella. Wendy le paró con un movimiento de cabeza. Sam se quedó anonadado. Wendy le dio su nombre al guardia y la dejaron pasar, cosa que no fue del agrado del resto de los periodistas, que se abalanzaron hacia allí exigiendo acceso. Wendy ni se dio la vuelta.
Cuando llegó a la tienda, otro agente le dijo:
—El sheriff Walker y el investigador Tremont han dicho que les esperase aquí.
Wendy asintió y se sentó en una silla plegable de lona, de esas que utilizan los padres de familia para asistir a los partidos de fútbol de sus hijos. Había docenas de vehículos policiales —unos oficiales, otros no— aparcados de cualquier manera. Había polis uniformados, polis de paisano y varios agentes del FBI con el preceptivo impermeable amarillo. Muchos llevaban ordenadores. En la distancia, Wendy podía oír el ruido metálico de un helicóptero.
A solas, a la entrada del bosque, había una cría a la que Wendy identificó como Patricia McWaid, la hermana pequeña de Haley. Wendy dudaba de que ese fuera el momento adecuado, pero el debate interior no duró mucho. La ocasión la pintan calva. Echó a andar hacia la muchacha, diciéndose que no se trataba de lograr una buena historia a cualquier precio, sino de averiguar qué le había pasado en realidad a Haley y a Dan.
Una nueva teoría empezó a formarse en su cerebro. Patricia McWaid podía disponer de información capaz de confirmarla o desmentirla.
—Hola —le dijo Wendy a la chica.
Y la cría se llevó un pequeño susto. Se dio la vuelta para mirar a Wendy.
—Hola.
—Me llamo Wendy Tynes.
—Ya lo sé —dijo Patricia—. Vives en la ciudad. Sales por la tele.
—Cierto.
—E hiciste un reportaje sobre el hombre que tenía el móvil de Haley.
—Así es.
—¿Tú crees que le hizo daño?
A Wendy le chocó lo directa que se mostraba la chica.
—No lo sé.
—Haz un esfuerzo… ¿Tú crees que le hizo daño?
Wendy le dio un par de vueltas al asunto.
—No, no lo creo.
—¿Por qué no?
—Es una intuición. No tengo motivos para creer algo así. Pero como ya te he dicho, la verdad es que no lo sé.
Patricia asintió.
—Me parece bien.
Wendy pensaba en cómo abordar el tema. Tal vez empezar con algo discreto, como: «¿Estabais muy unidas tu hermana y tú?». Habitualmente, ese era el modo de proceder en cualquier entrevista. Empezar con preguntas inocuas. Relajar al que tienes delante, desarrollar una relación con él, hacerle seguir tu ritmo. Pero incluso sin el tiempo echándosele encima —Tremont y Walker podían aparecer en cualquier momento—, la cosa no le acababa de convencer. Esa cría había sido muy directa con ella. Se merecía el mismo trato.
—¿Tu hermana mencionó en alguna ocasión a Dan Mercer?
—Eso ya me lo ha preguntado la policía.
—¿Y?
—No. Haley nunca le mencionó.
—¿Tenía novio tu hermana?
—Eso también me lo han preguntado —repuso Patricia—. El día que desapareció. Y desde entonces, el investigador Tremont me lo ha debido de preguntar un millón de veces. Como si le ocultara algo.
—¿Y era eso lo que hacías?
—No.
—¿Y había un novio o no?
—Sí, creo que sí, pero no estoy segura. Era una especie de secreto. Haley era de lo más reservada con esas cosas.
Wendy notó que se le aceleraba un tanto el pulso.
—Reservada… ¿De qué manera?
—A veces se escapaba para verle.
—¿Y tú cómo lo descubriste?
—Porque ella me lo contó. Ya sabes, para que la cubriera si nuestros padres preguntaban por ella.
—¿Cuántas veces hizo algo así?
—Puede que dos o tres.
—¿Te pidió que la cubrieras la noche que desapareció?
—No. La última vez fue como una semana antes.
Wendy reflexionó brevemente al respecto.
—¿Y ya le has contado todo esto a la policía?
—Claro. El primer día.
—¿Y encontraron al novio?
—Creo que sí. Bueno, dijeron que le habían encontrado.
—¿Me puedes decir quién era?
—Kirby Sennett, un chaval de la escuela.
—¿Crees que de verdad era Kirby?
—¿A qué te refieres? ¿A que si era el novio de mi hermana?
—Exacto.
Patricia se encogió de hombros.
—Sí, supongo que sí.
—No pareces estar muy segura.
—Ya te lo he dicho, ella nunca me contaba nada. Se suponía que yo lo único que tenía que hacer era cubrirla.
El helicóptero pasó por encima de ellas. Patricia se puso la mano en plan visera para mirarlo. Tragó saliva de manera enérgica.
—Todo sigue sin parecerme real. Es como si se hubiera ido de excursión y pudiera regresar cualquier día de estos.
—Patricia.
La muchacha bajó la vista.
—¿Tú crees que Haley se escapó?
—No.
Tal que así.
—Pareces muy segura.
—¿Por qué se iba a escapar? Vale, igual le gustaba tomarse un trago de vez en cuando y cosas así. Pero Haley era feliz, ¿sabes? Le gustaba el cole. Le gustaba jugar al lacrosse. Y nos quería. ¿Para qué iba a escaparse?
Wendy se lo pensó.
—Wendy —dijo Patricia.
—¿Sí?
—¿Qué estás pensando?
No quería mentirle a esa cría. Pero tampoco quería decírselo. Apartando la vista, Wendy se mostró convenientemente dubitativa.
—¿Qué está pasando aquí?
Ambas se volvieron. El investigador del condado Frank Tremont estaba ahí de pie, junto al sheriff Walker. Y no ponía buena cara, precisamente. Intercambió una mirada con Walker, quien asintió y dijo:
—Patricia, ¿puedes venir conmigo?
Walker y Patricia se encaminaron hacia la tienda policial, dejando a Tremont a solas con Wendy. La miró muy mal.
—Quiero creer que no era una treta para intentar hablar con la familia.
—No lo era.
—¿Qué tiene que decirme?
—Que a Dan Mercer le gustaban las jovencitas.
Tremont le lanzó una mirada sarcástica.
—Caramba, qué dato tan útil.
—Hay algo sobre todo el asunto Dan Mercer que me chirría desde el principio —continuó Wendy—. Ahora no hace falta entrar en detalles, pero nunca he sido capaz de tragarme lo de que fuese un depredador maligno. Acabo de hablar con un antiguo compañero de clase suyo en Princeton, y no se cree que Dan pudiera secuestrar a nadie.
—Otra aportación fundamental.
—Pero me ha confirmado que a Dan le gustaban las jovencitas. No estoy diciendo que el tío no fuese un saco de mierda. Da la impresión de que lo era. Pero mi teoría es que lo hacía más de manera consensuada que recurriendo a la violencia.
Tremont puso cara de que no le estaban impresionando demasiado.
—¿Y?
—Patricia dice que Haley tenía un novio secreto.
—No tan secreto. Es un pringado de la localidad que se llama Kirby Sennett.
—¿Está seguro?
—¿Seguro de qué? —Tremont hizo una pausa—. Espere, ¿qué está insinuando?
—Según Patricia, Haley se escapaba de casa de vez en cuando. La última vez fue una semana antes de desaparecer. Me ha dicho que Haley le pidió que la cubriera.
—Cierto.
—¿Y ustedes creen que fue a encontrarse con el tal Kirby?
—Exacto.
—¿Lo ha confirmado Kirby?
—No del todo. Mire, hay pruebas de que eran pareja. Mensajes, mails y cosas por el estilo. Parece que a Haley le gustaba la idea de mantenerlo en secreto, probablemente porque el chaval era un gamberro de marca mayor. Nada más. El chico se hizo con un abogado, que tampoco resulta tan extraño, aunque seas inocente. Padres ricos, niño malcriado, ya sabe de qué va eso.
—¿Y ese era el novio de Haley?
—Pues sí, eso parece. Pero Kirby nos dijo que había roto con Haley una semana antes de su desaparición. Lo cual encaja con la última vez que ella se escapó.
—Y eso les llevó a Kirby, ¿no?
—Pues claro, pero el chico es un capullo de estar por casa. No me malinterprete. Lo investigamos a fondo. Pero estaba en Kentucky cuando ella desapareció. Tiene una coartada muy sólida. La comprobamos a conciencia. No hay manera de que pudiese tener algo que ver con esto, si es que usted apunta en esa dirección.
—No apunto en esa dirección —dijo Wendy.
Tremont se subió los pantalones.
—¿Le importaría compartir sus teorías?
—Dan Mercer sale con chicas más jóvenes. Haley McWaid abandona su domicilio sin que haya huellas de violencia, de allanamiento de morada, de nada de nada. Lo que estoy diciendo es que, tal vez, el novio misterioso no era Kirby Sennett. Igual era Dan Mercer.
Tremont se tomó su tiempo para pensárselo. Mascaba algo que, aparentemente, sabía fatal.
—O sea, ¿usted cree que Haley se fugó por propia voluntad con ese pervertido?
—Todavía no lo tengo tan claro.
—Mejor que sea así —dijo Tremont en un tono de voz de lo más frío—. Porque estamos hablando de una buena chica. Una chica estupenda. Y no quiero que sus padres escuchen semejantes barbaridades. No se lo merecen.
—No pienso decírselo a nadie.
—Vale. Por si acaso.
—Pero por concluir la teoría —dijo Wendy—, digamos que Haley sí se escapó con Mercer. Eso explicaría por qué no había muestras de juego sucio. Y puede que también explique la presencia del iPhone en la habitación del motel.
—¿Como si fuese un trofeo?
Wendy puso mala cara.
—¿De verdad se cree algo así?
Tremont no dijo nada.
—Usted encontró ese parque estatal en el Google Earth de Haley, ¿verdad?
—Verdad.
—Imagine que usted es Haley. No creo que buscase el lugar en el que un secuestrador pensara encerrarle, enterrarle o lo que fuera.
—Pero —Tremont le completó el razonamiento— lo que sí puedes buscar es el sitio en el que has quedado con tu novio para fugarte.
Wendy asintió.
Tremont suspiró.
—Es una buena chica.
—Aquí no estamos haciendo juicios morales.
—¿No?
Wendy hizo como que no le había oído.
—Digamos que está usted en lo cierto —dijo Tremont—. ¿Dónde estaría Haley ahora?
—No lo sé.
—¿Y por qué habría dejado el teléfono en el motel?
—Puede que tuviera que salir a toda prisa de allí. Tal vez no pudo volver a la habitación, por algún motivo. Puede que esté asustada porque han matado a Dan y que se esté escondiendo.
—Pongamos que salió pitando —aceptó Tremont, inclinando la cabeza—. Pero ¿antes metió el iPhone debajo de la cama?
Wendy se lo pensó. Pero no encontró la respuesta.
—Vayamos paso a paso —dijo Tremont—. Primero, enviaré gente al motel y a todos los asquerosos agujeros en los que estuvo Dan, para ver si alguien recuerda haberlo visto con una adolescente.
—Muy bien —dijo Wendy. Y acto seguido, añadió—: Otra cosa.
—¿Qué?
—Cuando vi a Dan antes de que le dispararan, alguien le había zurrado a conciencia.
Tremont vio a donde quería ir a parar Wendy.
—Y usted cree que tal vez Haley McWaid, si es que estaba con él, podría haber presenciado la paliza —asintió—. Quizá fue por eso por lo que salió corriendo.
Pero ahora que Tremont lo había dicho en voz alta, a Wendy ya no le sonaba tan bien. Ahí había algo que no cuadraba. Intentó reflexionar a fondo. Había algo más. Sin ir más lejos, ¿qué pasaba con los escándalos relacionados con el 109 de Stearns? Estaba a punto de sacar ese tema con Tremont, pero ahora mismo, todavía se le antojaba un tanto fuera de lugar. Tenía que estudiarlo mejor. Y eso significaba volver a ver a Phil y a Sherry Turnball, y puede que llamar a Farley Parks y a Steven Miciano, y tratar de encontrar a Kelvin Tilfer.
—Creo que debería averiguar quién agredió a Dan Mercer —dijo.
Tremont esbozó una sonrisita.
—Hester Crimstein tenía una teoría interesante al respecto.
—¿Hester Crimstein? ¿La juez de la tele?
—La misma. También es la abogada de Ed Grayson. Tiene una hipótesis según la cual fue su cliente el que zurró a Dan Mercer.
—¿Y en qué se basa?
—Encontramos sangre de Mercer en el coche de Grayson. Y le dijimos que eso, junto a su testimonio, era una clara prueba de que Grayson mató a Mercer.
—Ya.
—Pero Crimstein, que es muy buena en lo suyo, nos dice que, bueno, nuestro testigo, usted, dijo que Mercer había recibido una paliza. Así pues, continúa ella, igual Grayson y Mercer se las tuvieron uno o dos días antes. E igual fue entonces cuando la sangre acabó en el coche.
—¿Y usted se lo tragó?
Tremont se encogió de hombros.
—No, la verdad es que no, pero eso es lo de menos.
—Muy hábil de su parte —dijo Wendy.
—Pues sí. Crimstein y Grayson parecen haber encontrado una manera de negar las evidencias. Tenemos el ADN sanguíneo, pero lo de la pelea puede ser una explicación plausible. Y sí, Grayson tenía residuos de pólvora en la mano, pero el propietario del campo de tiro Disparama confirmó que estaba allí una hora después de que usted le viera acribillar a Mercer. El hombre dice que Grayson es uno de los mejores tiradores que haya visto jamás, motivo por el que le recuerda perfectamente. Usted le vio cargarse a Dan Mercer… pero no hay cadáver, no hay arma y, encima, llevaba la cara tapada.
Algo reclamaba la atención de Wendy desde el fondo de su cerebro. Estaba ahí, fuera de su alcance, pero no acababa de pillarlo.
—Ya sabe lo que le voy a pedir ahora, ¿no? —dijo Tremont.
—Creo que sí.
—Los McWaid las han pasado canutas. No quiero amargarles más la vida. O sea, que usted aún no puede informar de esto.
Wendy no dijo nada.
—No tenemos nada más que unas teorías atrabiliarias —continuó el policía—. Le prometo que la informaremos de todo lo que descubramos. Pero por el bien de la investigación, y por el bien de los padres de Haley, usted todavía no puede decir nada. ¿De acuerdo?
La actividad cerebral continuaba, pero Tremont estaba a la espera de su respuesta.
—De acuerdo —dijo.
Cuando ya había dejado atrás la escena del crimen, Wendy se llevó una pequeña sorpresa al ver a Ed Grayson apoyado en su coche. Intentaba adoptar un aire desenfadado, pero no acababa de lograrlo. Sus dedos jugaban con un cigarrillo. Se lo puso entre los labios y lo inhaló como si fuera un tubo de oxígeno y él estuviese bajo el agua.
—¿Qué? —le saludó Wendy—. ¿Colocándome otro GPS por ahí abajo?
—No sé de qué me habla.
—Claro, claro. Solo estaba revisando los neumáticos, ¿verdad?
Grayson le dio otra profunda calada al pitillo. Necesitaba un afeitado, pero se podía decir lo mismo de la mitad de los hombres que habían aparecido por ahí a una hora tan temprana. Tenía los ojos inyectados en sangre. Ofrecía un aspecto mucho peor que el hombre que, ayer mismo, le explicaba confidencialmente sus teorías sobre la aplicación de la justicia. Wendy pensaba en eso, y en la visita que le hizo.
—¿De verdad pensó que yo le ayudaría a matarle? —le preguntó.
—¿Quiere la verdad?
—Pues sí, estaría bien.
—Puede que usted estuviera de acuerdo con mis teorías. Puede que hasta me entendiera cuando mencioné a Ariana Nasbro. Pero no, nunca pensé que me ayudaría.
—O sea, que solo estaba viendo si yo picaba.
No hubo respuesta.
—O la visita solo era una excusa para endilgarme el GPS.
Ed Grayson dijo lentamente que no con la cabeza.
—Bueno, ¿qué? —le dijo Wendy.
—No tiene ni idea, ¿verdad?
Wendy se acercó algo más a la puerta del conductor.
—¿Qué está haciendo aquí, Ed?
Grayson miró a lo lejos, hacia los bosques.
—Quería ayudarla con la investigación.
—¿Acaso alguien se lo impide?
—¿Usted qué cree?
—Creo que se siente culpable.
Grayson echó otra calada.
—Hágame un favor, Wendy. Ahórreme el psicoanálisis.
—Pues vayamos al grano: ¿qué quiere de mí?
—Su opinión.
—¿Sobre?
Apretó el cigarrillo entre la punta de los dedos y lo estudió como si contuviera una respuesta.
—¿Usted cree que Dan la mató?
Wendy no sabía muy bien cómo responder a eso.
—¿Qué hizo con el cadáver?
—Usted primero. ¿Mató Dan Mercer a Haley McWaid?
—No lo sé. Puede que se limitase a encerrarla. Y ahora, por culpa suya, se está muriendo de hambre.
—No está mal —dijo Ed mientras se rascaba la mejilla—, pero los polis ya han intentado aplicarme el complejo de culpa.
—¿Y no ha funcionado?
—Pues no.
—¿Piensa decirme qué hizo con el cadáver?
—Ay, Señor. —Recurrió a un tono monótono—. No. Sé. De. Qué. Me. Está. Hablando.
Wendy se daba cuenta de que esa situación no la llevaba a ninguna parte, y tenía que ir a muchos sitios. El pinchazo cerebral tenía algo que ver con su investigación acerca del grupo de Princeton. Con Dan y Haley escapándose juntos… tal vez. Pero ¿qué pasaba con todos esos escándalos relacionados con sus antiguos compañeros de cuarto? Puede que nada. Puede que mucho. Pero tenía la impresión de que se le estaba escapando algo importante.
—Bueno —dijo—. ¿Qué quiere de mí?
—Estoy intentando averiguar si Dan secuestró realmente a esa chica.
—¿Por qué?
—Para echar una mano en la investigación, supongo.
—¿Y así poder dormir mejor de noche?
—Tal vez.
—En ese caso, ¿qué clase de respuesta le ayudará a dormir mejor?
—No la entiendo.
—Vamos a ver: si Dan mató a Haley, ¿se sentiría usted mejor respecto a lo que ha hecho? Como ya me ha dicho, el tipo estaba condenado a volverlo a hacer. Usted le detuvo… aunque algo tarde. Y si Dan no la mató… pues qué se le va a hacer, ¿no? Total, usted sigue convencido de que habría acabado haciendo daño a otros, ¿no? En cualquier caso, la única manera de detenerlo era matándolo. Tengo la impresión de que lo único que puede causarle insomnio es la posibilidad de que Haley esté viva en algún lado y usted haya empeorado su situación.
Ed Grayson negó con la cabeza.
—Olvídelo.
Y empezó a alejarse de allí.
—¿Hay algo que no entiendo? —le preguntó Wendy.
—Como ya le he dicho antes —Grayson arrojó la colilla al suelo y siguió andando—, no tiene usted ni idea.