Ed Grayson utilizó la llamada que se le concedía para despertar a su abogada, Hester Crimstein. Le dijo que lo habían detenido.
—Me suena a chorrada de las gordas, y normalmente no le concedería la menor importancia —repuso Hester.
—¿Pero? —preguntó Ed.
—No me gusta el momento que han elegido.
—A mí tampoco —dijo Ed.
—Vamos a ver, hace unas horas le practiqué un orificio nuevo a Walker, ¿no? Por consiguiente, ¿a qué viene ahora lo de detenerte? —Hizo una pausa—. A no ser que esté perdiendo facultades.
—No creo que se trate de eso.
—Yo tampoco. Así pues, me temo que tienen algo nuevo.
—¿La prueba de sangre?
—Eso no sería suficiente —dijo Hester en tono dubitativo—. Ed, ¿estás seguro de que es imposible que encontraran algo más, digamos, incriminador?
—Totalmente.
—¿Seguro?
—Del todo.
—Vale, ya sabes cómo va esto. No abras la boca. Mi chófer me llevará hasta ahí. A estas horas de la noche, no creo que tardemos más de una hora.
—Hay otra cosa preocupante —dijo Ed.
—¿De qué se trata?
—Esta vez no estoy en la comisaría de policía del condado de Sussex. Estoy en Newark. Y eso está en el condado de Essex, pertenece a otra jurisdicción.
—¿Tienes alguna idea de por qué?
—No.
—Vale, tú tranquilo. Déjame que me vista. Esta vez les voy a zurrar a conciencia. No pienso tener la más mínima compasión con esa pandilla de comemierdas.
Cuarenta y cinco minutos después, Hester estaba sentada junto a su cliente, Ed Grayson, en una pequeña sala de interrogatorios con una mesa de formica clavada al suelo. Esperaban. Esperaron un buen rato. Hester estaba cada vez más furiosa.
Finalmente, se abrió la puerta y entró el sheriff Walker, de uniforme. Le acompañaba otro tío: barrigón, de unos sesenta años y vestido con un traje de color gris ardilla que parecía haber sido arrugado a propósito.
—Lamento la espera —dijo Walker.
Se apoyó contra la pared más alejada. El otro hombre ocupó la silla situada enfrente de Grayson. Hester seguía dando vueltas por la sala.
—Nos vamos —dijo.
Walker se despidió de ella gesticulando con los dedos.
—Adiós, letrada, la echaremos de menos. Pero su cliente no va a ninguna parte. Está detenido. Es lo de costumbre: detención y proceso. Ahora ya es tarde, así que, probablemente, la petición de fianza se podrá hacer a primera hora de la mañana. Pero no se preocupe, que va a estar muy confortable.
Hester no pensaba aguantar eso.
—Discúlpeme, sheriff, pero ¿usted no es un funcionario elegido?
—Así es.
—Pues imagínese lo que puede ocurrir cuando haga todo lo que esté en mi mano para meterle en el trullo. ¿Cómo cree que va a sonar todo esto? Detener a un hombre cuyo hijo fue víctima de un repugnante…
El otro hombre se decidió a tomar la palabra.
—Señora Crimstein, haga lo que le salga del níspero, ¿vale? Me la suda. Tenemos preguntas. Si usted o su cliente no las responden, las cosas se les van a complicar mucho. ¿Me entiende?
Hester Crimstein le miró de soslayo.
—¿Y usted quién es?
—Me llamo Frank Tremont. Soy un investigador del condado de Essex. Y francamente, si fuese tan amable de dejar de marcar paquete, tal vez entendería por qué estamos aquí.
Hester le miró como si estuviera a punto de atacarle, pero se lo pensó dos veces.
—Vale, machote, ¿qué tienes?
Walker se hizo cargo, dejando caer un expediente sobre la mesa.
—Una prueba de sangre.
—¿Y qué dice?
—Como ya sabes, encontramos sangre en el coche de tu cliente.
—O eso dijiste tú.
—La sangre del coche coincide a la perfección con la de la víctima, Dan Mercer.
Hester simuló un enorme bostezo.
—Tal vez podrías explicarnos a qué se debe, ¿no crees? —dijo Walker.
Hester se encogió de hombros.
—Igual viajaron juntos en algún momento. Igual a Dan Mercer le sangraba la nariz.
Walker se cruzó de brazos.
—¿Eso es todo lo que se te ocurre?
—Oh, no, sheriff Walker, se me pueden ocurrir muchas más cosas, si insistes. —Hester parpadeó y puso una vocecita infantil—. ¿Puedo aportar una hipótesis?
—Preferiría hechos.
—Lo siento, guapetón, hasta ahí no llego.
—Vale, adelante.
—Pues bueno, ahí va mi hipótesis. Cuentas con un testigo del supuesto asesinato de Dan Mercer, ¿no es cierto?
—Así es.
—Desde un punto de vista hipotético, digamos que he leído la declaración de tu testigo, la reportera de televisión Wendy Tynes.
—Eso sería imposible —dijo Walker—. El testimonio y la identidad de la testigo son confidenciales.
—Vaya, hombre, qué lástima. Pues refirámonos a la «hipotética» declaración de una «hipotética» reportera televisiva. ¿Puedo continuar?
Intervino Frank Tremont.
—Adelante.
—Fantástico. Según su hipotético testimonio, cuando ella encontró a Dan Mercer en su caravana, antes de que tuviese lugar ningún tiroteo, ya encontró señales visibles de que al hombre le habían dado una paliza recientemente.
Nadie dijo nada.
—Me gusta tener cierto nivel de respuesta —dijo Hester—. Que asienta uno de los dos.
—Haga como que ya lo hemos hecho —le dijo Frank.
—Vale, muy bien. Y ahora digamos, hipotéticamente, de nuevo, que Dan Mercer se topó con el padre de una de sus víctimas algunos días antes. Digamos que hubo pelea. Digamos que se derramó un poco de sangre. Digamos que una pequeña parte de esa sangre acabó en un coche.
Se interrumpió, abrió los brazos y arqueó una ceja. Walker miró a Tremont.
—Vaya, vaya —dijo este.
—Vaya, vaya, ¿qué?
Intentó sonreír pese a la tensión.
—Si hubo una pelea hipotética, ahí podría haber un motivo para su cliente, ¿verdad?
—Perdone, ¿cómo me ha dicho que se llamaba?
—Frank Tremont. Investigador del condado de Essex.
—¿Nuevo en el cargo, Frank?
Ahora fue él quien se abrió de brazos.
—¿Tengo pinta de nuevo?
—No, Frank, tienes pinta de llevar cien años tomando las decisiones más equivocadas que puedes, pero lo que has dicho del motivo solo se le ocurriría a un novato con problemas de riego ante una becaria subnormal. Para empezar, y haz el favor de prestar atención, quien pierde la pelea es habitualmente el que busca venganza, ¿no?
—La mayoría de las veces.
—Bien —Hester señaló a su cliente como si fuese la presentadora de un programa de televisión—, pues échale un buen vistazo a esta muestra de contundente virilidad a la que yo llamo «mi cliente». ¿Aprecias algún tipo de heridas o de abrasiones? No. O sea, que en caso de altercado físico, reconocerás que mi chaval ha salido muy bien parado, ¿no te parece?
—Eso no prueba nada.
—Créeme, Frank, no te conviene discutir de pruebas conmigo. Pero en cualquier caso, ganar o perder una pelea resulta irrelevante. Tú estás hablando de encontrar un motivo, como si eso fuese una innovación o una ayuda. Eres nuevo en el caso, Frank, así que déjame que te eche una mano: Dan Mercer tomó fotografías del hijo de ocho años de mi cliente, desnudo. Ahí ya hay un motivo, ¿lo ves? Cuando un hombre agrede sexualmente a tu hijo, tienes motivos suficientes para vengarte de él. Apúntalo. Los investigadores experimentados necesitan saber ese tipo de cosas.
Frank emitió un gruñido.
—Eso no tiene ninguna importancia.
—Lamentablemente, Frank, la tiene toda. Tú te crees que ese análisis sanguíneo es un gran hallazgo. Nos arrastras hasta aquí en plena noche porque estás de lo más impresionado. Pues te voy a decir una cosa: tu supuesta prueba (y te voy a ahorrar la parte en la que me cargo a vuestra gente de la escena del crimen y su manera de llevar las cosas, pues Walker te puede pasar la cinta de nuestro primer tête-à-tête) no significa absolutamente nada y puede ser desechada con gran facilidad.
Hester le echó un vistazo a Walker.
—No quiero tener que recurrir a las amenazas, pero… ¿de verdad piensas utilizar esa birria de análisis de sangre para detener injustamente a mi cliente por asesinato?
—No es por asesinato —precisó Tremont.
Y eso a Hester le pilló un tanto por sorpresa.
—¿No?
—No. No es por asesinato. Más bien pienso en un detalle accesorio, posterior a los hechos.
Hester posó la vista en Ed Grayson, que se encogió de hombros. Volvió a mirar a Tremont.
—¿Se puede saber qué es lo que consideras un detalle accesorio posterior a los hechos?
—Registramos la habitación del motel de Dan Mercer —dijo Frank Tremont—. Y encontramos esto.
Deslizó sobre la mesa una fotografía de veinte centímetros por veinticuatro. Hester la miró: un iPhone rosa. Se la enseñó a Ed Grayson, poniéndole una mano en el brazo para avisarle de que no exagerara al reaccionar. Hester no abrió la boca. Lo mismo hizo Grayson. Hester entendía a la perfección las reglas básicas del juego. Había momentos para atacar y momentos para reflexionar. Tenía la costumbre, como era de dominio público, de tender en exceso al ataque y de hablar demasiado. Pero ahí estaban esperando una reacción suya. Cualquiera. Y no pensaba darles ese gustazo. Que se cocieran en su propio jugo.
Pasó un minuto más hasta que Frank Tremont dijo:
—Ese teléfono se encontró bajo la cama de Mercer en su habitación de hotel de Newark, no muy lejos de donde ahora estamos.
Hester y Grayson se mantenían en silencio.
—Pertenece a una chica desaparecida que se llama Haley McWaid.
Ed Grayson, agente federal jubilado del que se esperaban mejores cosas, soltó un genuino gruñido. Hester se volvió hacia él. El rostro de Grayson iba perdiendo color, como si alguien le hubiera abierto un grifo por el que se le escapaba la sangre. Hester le agarró nuevamente del brazo, intentando que volviera en sí.
Hester trató de ganar tiempo.
—No es posible que creáis que mi cliente…
—¿Sabes lo que yo creo, Hester? —la interrumpió Frank Tremont, que estaba ganando confianza y mostraba una voz llena de energía—. Creo que tu cliente mató a Dan Mercer porque Mercer había salido de rositas de lo que le hizo a su hijo. Eso es lo que creo. Creo que tu cliente decidió tomarse la justicia por su mano, y la verdad es que no puedo culparle del todo. Si alguien le hiciera algo así a un hijo mío, ten por seguro que iría a por él. Te lo juro por lo más sagrado. Y luego contrataría al mejor abogado posible porque la verdad es que, en un caso como este, la víctima no le cae bien a nadie, pues es una inmundicia humana a la que se podría ejecutar en un estadio lleno de gente sin que nadie tuviera nada que decir.
Le lanzó una mirada airada a Hester, quien reaccionó cruzándose de brazos y manteniéndose a la espera.
—Pero ese es el problema de tomarse la justicia por su mano. No sabes adónde te llevarán las cosas. Y ahora resulta (cuidado, que todo esto es hipotético, ¿verdad?) que tu cliente se ha cargado a la única persona que nos podría haber explicado lo sucedido a una chica de diecisiete años.
—Oh, Dios —dijo Grayson mientras hundía el rostro en las manos.
—Necesitaría un minuto a solas con mi representado —dijo Hester.
—¿Para qué?
—Para salir de aquí, joder. —Acto seguido, pensándoselo mejor, se inclinó sobre la oreja de Grayson y susurró—: ¿Sabes algo de esto?
Grayson se apartó de ella y la contempló horrorizado.
—Por supuesto que no.
Hester asintió.
—Vale.
—Mira, no creemos que tu cliente le hiciese el menor daño a Haley McWaid —continuó Frank Tremont—. Pero estamos bastante seguros de que Dan Mercer sí. Y ahora vamos a tener que averiguar todo lo que podamos para encontrar a Haley. Todo. Incluyendo la situación del cadáver de Mercer. Y vamos contra reloj. Por lo que intuimos, Dan la tenía encerrada en algún lugar secreto. Haley puede estar atada, asustada, herida y Dios sabe qué más. Estamos cavando en el jardín de Mercer. Estamos preguntando a los vecinos, a los compañeros de trabajo, a los amigos y hasta a su exmujer acerca de los sitios a los que le gustaba ir. Pero el reloj sigue corriendo, y esa chica puede estar sola, muriéndose de hambre, atrapada o algo peor.
—¿Y crees que un cadáver puede decirte dónde está? —preguntó Hester.
—Es posible. Puede haber alguna pista en el cuerpo o en los bolsillos, algo. Tu cliente tiene que decirnos dónde está Mercer.
Hester negó con la cabeza.
—¿De verdad esperas que le permita a mi cliente incriminarse a sí mismo?
—Lo que espero es que haga lo que es justo.
—También te lo podrías estar inventando todo.
Frank Tremont se puso de pie.
—¿Qué has dicho?
—Ya me conozco a los polis y sus triquiñuelas. Confiesa y podremos salvar a la chica.
Frank se inclinó sobre ella.
—Mírame bien la cara. ¿De verdad crees que esto es una treta?
—Podría serlo.
—No lo es —intervino Walker.
—¿Y se supone que tengo que dar por buena tu palabra?
Walker y Tremont se limitaron a mirarla. Todos sabían que la cosa iba en serio. Ni De Niro sería capaz de actuar tan bien.
—De todos modos —dijo Hester—, no permitiré que mi cliente se incrimine.
Tremont se incorporó, con la cara colorada.
—¿A ti te parece bien, Ed?
—Habla conmigo, no con mi representado.
Frank la ignoró.
—Eres un agente de la ley. —Se inclinó junto al rostro hundido de Ed Grayson—. Al matar a Dan Mercer, puedes ser responsable del asesinato de Haley McWaid.
—Atrás —le dijo Hester.
—¿Podrás vivir con eso, Ed? ¿Con tu conciencia? Si crees que voy a perder el tiempo con maniobras legales…
—Espera —dijo Hester, en un tono repentinamente calmado—. ¿Estás basando esa relación únicamente en el teléfono?
—¿Qué?
—¿Eso es todo lo que tienes? ¿El móvil del hotel?
—¿No te parece suficiente?
—No es lo que te he preguntado, Frank. Lo que te he preguntado es si tenías algo más.
—¿Y a ti qué más te da?
—Tú dímelo.
Frank Tremont volvió a mirar a Walker, y este asintió.
—Su exmujer —dijo Tremont—. Mercer solía frecuentar su casa. Y aparentemente, Haley McWaid también.
—¿Crees que fue ahí donde Mercer conoció a esa chica?
—Así es.
Hester asintió y luego dijo:
—Haz el favor de dejar a mi cliente en libertad ahora mismo.
—Estás de guasa, ¿no?
—Ahora mismo.
—¡Tu cliente se ha cargado nuestra única pista!
—Te equivocas —saltó Hester. Su voz retumbaba por toda la sala—. Si lo que estás diciendo es cierto, es Ed Grayson el que te ha dado la única pista que tienes.
—¿De qué coño estás hablando?
—¿Cómo acabasteis encontrando el teléfono unos tontos de baba como vosotros?
Nadie respondió.
—Registrasteis el cuarto de Dan Mercer. ¿Por qué? Pues porque creíais que mi cliente se lo había cargado. O sea, que sin ese dato no tendríais nada. Llevabais tres meses investigando y no habíais encontrado nada. Hasta el día de hoy. Hasta que mi cliente os dio vuestra única pista.
Silencio. Pero Hester aún no había acabado.
—Y ya que estamos en ello, Frank, sé quién eres. Frank Tremont, el investigador del condado de Essex que la cagó hace años en un importante caso de asesinato. Un tío acabado al que su jefe, Loren Muse, puso de patitas en la calle porque era un incompetente de cojones, ¿verdad? Y aquí estás ahora, en tu último caso, ¿y qué pasa? Pues que en vez de redimirte a ti mismo y tu lamentable carrera profesional, ni te molestas en investigar a un pedófilo reconocido que se cruzó con la víctima de forma bien evidente. ¿Cómo carajo se te escapó eso, Frank?
Ahora era Frank Tremont el que se estaba quedando lívido.
—Y ahora, como eres un vago de la hostia, ¿tienes las narices de abalanzarte sobre mi cliente como si fuese el cómplice de un crimen? Deberías estar dándole las gracias. Te has tirado meses sin averiguar nada. Y ahora estás más cerca que nunca de encontrar a esa pobre chica gracias a lo que, según tú, hizo mi cliente.
Frank Tremont se desinfló delante de todos.
Hester le hizo un gesto con la cabeza a Grayson. Ambos empezaron a levantarse.
—¿Adónde creéis que vais? —les dijo Walker.
—Nos vamos y punto.
Walker miró a Tremont para quejarse, pero este seguía agobiado. Walker tomó el mando.
—Y una mierda os vais a ir. Tu cliente está detenido.
—A ver si me escuchas —dijo Hester—. Si supiésemos algo que pudiera serle de ayuda a esa chica, te lo diríamos.
Silencio.
Walker intentó ponerse farruco, pero ya no le salía.
—¿Por qué no nos dejas decidir a nosotros lo que puede ser de utilidad?
—Sí, claro —dijo Hester, incorporándose del todo y lanzando sendas miradas rápidas a Tremont y Walker—. Con todo lo que habéis hecho hasta ahora para inspirar confianza… Lo que tenéis que hacer es concentraros en encontrar a esa pobre chica, no en juzgar a un hombre que puede que sea el único héroe de esta historia.
Llamaron a la puerta. La abrieron y apareció un poli joven. Todos clavaron sus ojos en él. Walker le preguntó:
—¿Qué pasa, Stanton?
—He encontrado algo en el teléfono de la chica. Creo que les interesará verlo.