Objetivo principal del investigador Frank Tremont y del sheriff Mickey Walker: encontrar una conexión entre el pedófilo Dan Mercer y Haley McWaid, la chica desaparecida.
Hasta ahora, el teléfono de Haley no había aportado gran cosa —no había mensajes nuevos, ni llamadas ni mails—, pero Tom Stanton, un joven agente del condado de Sussex con ciertos conocimientos tecnológicos, seguía revisándolo. En cualquier caso, y con la ayuda de un lloroso Ted y una gélida Marcia, no pasó mucho tiempo hasta que apareció una relación entre Haley y Dan Mercer. Haley McWaid había sido alumna del Instituto Kasselton. Una de sus compañeras de clase, Amanda Wheeler, era la hijastra de Jenna Wheeler, la exmujer de Dan. Dan Mercer estaba en buenas relaciones con su exesposa y solía pasar bastante tiempo en su casa.
La conexión.
Jenna y Noel Wheeler estaban sentados en un sofá de su hogar, justo enfrente de Frank. Jenna tenía los ojos hinchados a causa de unas lágrimas recientes. Era una mujer pequeñita y de cuerpo ágil, como si hiciera mucho ejercicio. Probablemente, resultaba impresionante cuando no tenía el rostro deformado por el llanto. El marido, Noel, era, según había averiguado Tremont, el jefe del departamento de cirugía cardíaca del Valley Medical Center. Tenía el pelo negro, despeinado y algo más largo de la cuenta, ofreciendo cierto aspecto de pianista de conciertos.
Otro mullido sofá, se dijo Frank, de otro adorable hogar de las afueras. Igual que con los McWaid. Ambos sofás eran bonitos y, probablemente, caros. Este era de color amarillo brillante, con un estampado de flores azules. Primaveral. Frank se imaginó a esos dos, Noel y Jenna Wheeler (o Ted y Marcia McWaid), yendo a alguna tienda de muebles de la autopista, probablemente en la carretera 4, probando una serie de sofás, intentando discernir cuál de ellos quedaría mejor en su adorable morada, cuál se ajustaría con mayor eficacia a su entorno y su estilo de vida, cuál combinaría a la perfección la comodidad y la resistencia, cuál pegaría más con el papel de la pared, la alfombra oriental y los cachivaches adquiridos en aquel viaje a Europa. Se lo entregaron a domicilio y lo fueron desplazando de un sitio a otro hasta dar con el lugar preciso, momento en el que se desmoronaron sobre él, llamaron a los críos para que lo probaran y, tal vez, hasta llegaron a visitarlo alguna noche para echar un polvo.
El sheriff Mickey Walker del condado de Sussex acechaba a su espalda como un eclipse solar. Ahora que los dos casos se solapaban, habría una colaboración completa, pues no hay jurisdicción que valga cuando se trata de encontrar a una muchacha desaparecida. Se habían puesto de acuerdo en que Frank llevara la voz cantante en el interrogatorio.
Frank Tremont se llevó el puño a la boca y soltó una tosecilla.
—Gracias por prestarse a hablar con nosotros.
—¿Han encontrado algo nuevo sobre Dan? —preguntó Jenna.
—Quería preguntarles a ambos por su relación con Dan Mercer.
Jenna puso cara de sorpresa. Noel Wheeler no movió ni un músculo. Se inclinó ligeramente hacia delante, apoyó los brazos en los muslos y cruzó los dedos entre las rodillas.
—¿Qué pasa con nuestra relación? —preguntó Jenna.
—¿Estaban unidos?
—Sí.
Frank miró a Noel.
—¿Usted también? Quiero decir, se trata del exmarido de su mujer…
De nuevo fue Jenna quien respondió.
—Nos llevábamos muy bien los tres. Dan es… Era el padrino de nuestra hija Kari.
—¿Y qué edad tiene Kari?
—¿Eso qué tiene que ver con nada?
Frank endureció un tanto su tono de voz.
—Le agradeceré que responda a la pregunta, señora Wheeler.
—Tiene seis años.
—¿Pasaba tiempo a solas con Dan Mercer?
—Si está usted insinuando…
—Solo le estoy haciendo una pregunta —la interrumpió Frank—. ¿Pasaba su hija de seis años tiempo a solas con Dan Mercer?
—Pues sí —dijo Jenna, arrogante—. Y le quería con locura. Le llamaba tío Dan.
—Tienen ustedes otro hijo, ¿no?
Esta vez habló Noel.
—Sí, yo tengo una hija de un matrimonio anterior. Se llama Amanda.
—¿Está en casa ahora?
Frank ya lo había comprobado y se sabía la respuesta.
—Sí, está arriba.
Jenna observó al silencioso Walker.
—No entiendo qué tiene que ver todo esto con que Ed Grayson se cargara a Dan.
Walker le devolvió la mirada y se quedó de brazos cruzados.
—¿Con qué frecuencia venía Dan a esta casa? —dijo Frank.
—¿Y eso qué importancia tiene?
—Señora Wheeler, ¿tiene usted algo que ocultar?
A Jenna se le abrió la boca de par en par.
—¿Cómo dice?
—¿Por qué se empeña en complicarme las cosas?
—Yo no le complico nada. Solo quiero saber…
—¿Por qué? ¿Qué más da por qué lo pregunto?
Noel Wheeler le puso una mano en la rodilla a su mujer, para tranquilizarla.
—Nos visitaba a menudo. Puede que una vez a la semana, por lo menos antes… —Aquí hizo una pausa—. Antes de que emitieran ese programa sobre él.
—¿Y a partir de entonces?
—Muy poco. Puede que una o dos veces.
Frank se concentró en Noel.
—¿Por qué venía menos? ¿Se creyó usted las acusaciones?
Noel Wheeler se tomó su tiempo para responder. Jenna le miraba fijamente, con el cuerpo repentinamente tenso. Finalmente, dijo:
—No, nunca me creí las acusaciones.
—¿Pero?
Noel Wheeler se mantuvo en silencio. Y sin mirar a su esposa.
—Pero más vale prevenir que curar, ¿no?
—Dan pensó que era mejor no dejarse caer por aquí. Para que los vecinos no chismorrearan —dijo Jenna.
Noel seguía con los ojos clavados en la alfombra.
—De todos modos —siguió Jenna—, sigo queriendo saber qué tiene que ver todo esto con nada.
—Nos gustaría hablar con su hija Amanda —dijo Frank.
Entonces sí que le hicieron caso. Jenna fue la primera en saltar, pero algo la hizo detenerse. Miró a Noel. Tremont se preguntó por qué. El síndrome de la madrastra, supuso. Al fin y al cabo, aquí el auténtico progenitor era Noel Wheeler.
—Detective… Tremont, ¿verdad? —dijo Noel.
Frank asintió, pero no se tomó la molestia de corregirle la terminología: era un investigador, no un detective, pero también era cierto que él mismo confundía ambas funciones a menudo.
—Nos hemos mostrado dispuestos a colaborar —dijo Noel—. Le responderé todas las preguntas que me haga. Pero ahora está usted involucrando a mi hija. ¿Usted tiene hijos, detective?
Con su visión periférica, Frank Tremont pudo ver como Mickey Walker, incómodo, meneaba los pies. Walker lo sabía, aunque Tremont nunca se lo había explicado. Tremont nunca hablaba de Kasey.
—No, no tengo.
—Si quiere hablar con Amanda, necesito saber qué está ocurriendo.
—Me parece justo. —Tremont se tomó su tiempo, dejando que el silencio inquietara un tanto a sus interlocutores. Cuando consideró que había llegado el momento adecuado, dijo—: ¿Sabe quién es Haley McWaid?
—Sí, por supuesto —dijo Jenna.
—Creemos que su exmarido le hizo algo.
Silencio.
—Cuando dice que «le hizo algo…» —dijo Jenna.
—Secuestrarla, acosarla, encerrarla, asesinarla —saltó Frank—. ¿Le parece lo suficientemente preciso, señora Wheeler?
—Yo solo quiero saber…
—Y a mí me importa un rábano lo que usted quiera saber. Y me la suda Dan Mercer, su reputación y hasta quién le mató. Lo único que me importa es lo que guarda relación con Haley McWaid.
—Dan era incapaz de hacer daño a nadie.
Frank sintió que se le disparaba la vena de la frente.
—Hombre, ¿y por qué no me lo ha dicho antes? Así puedo dar su palabra por buena y marcharme a casa, ¿verdad? Señor y señora McWaid, olvídense de esa montaña de pruebas que apuntan a que Dan Mercer se llevó a su hija… Su exmujer dice que era incapaz de hacer daño a nadie.
—No hay por qué ponerse sarcástico —intervino Noel con esa voz que, seguramente, reservaba para sus pacientes.
—Doctor Wheeler, la verdad es que me sobran los motivos para ponerme sarcástico. Como me acaba de indicar con tanta claridad, usted es padre, ¿verdad?
—Sí, claro.
—Bien. Pues imagine que su Amanda lleva tres meses desaparecida. Tres meses sin quitarme de encima a los McWaid. ¿Cómo reaccionaría usted?
—Solo intentamos entender… —intervino Jenna.
Pero su marido hizo que se callara de nuevo apoyándole una mano en la rodilla. Negó con la cabeza en su dirección y gritó: «¡Amanda!».
Jenna Wheeler se echó hacia atrás mientras una vocecita de adolescente respondía: «¡Ya voy!».
Esperaron. Jenna miraba a Noel. Noel miraba la alfombra.
—Una pregunta para los dos —dijo Frank Tremont—. Que ustedes sepan, ¿conocía Dan a Haley McWaid?
—No —respondió Jenna.
—¿Doctor Wheeler?
Negó con la cabeza, agitando la pelambrera, mientras aparecía su hija. Amanda era alta y flacucha; el cuerpo y la cabeza eran alargados, como si unas manos gigantescas de alfarero hubiesen tirado del barro desde ambos extremos. Aunque resultara algo cruel, la palabra más adecuada para describirla era «desgarbada». Estaba ahí de pie, con sus enormes manos delante, como si estuviese desnuda, siendo inspeccionada y quisiera taparse. Sus ojos miraban a cualquier parte menos a alguna persona en concreto.
Su padre se levantó y atravesó la sala. La rodeó con un brazo protector y se la llevó al sofá. Situó a su hija entre Jenna y él mismo. Jenna también le pasó un brazo por encima a su hijastra. Frank esperó unos momentos, permitiendo que la niña recibiera comentarios animosos.
—Amanda, soy el investigador Tremont. Este es el sheriff Walker. Tenemos que hacerte unas preguntas. No tienes nada que temer, así que haz el favor de relajarte. Solo necesitamos que respondas de la manera más sincera y directa que sepas, ¿de acuerdo?
Amanda dijo que sí con un rápido movimiento de cabeza. Sus ojos iban de un lado a otro, cual pájaros en busca de una rama segura. Sus padres se apretaron un poco más contra ella, como si quisieran pararle los golpes.
—¿Conoces a Haley McWaid? —le preguntó Frank.
Y la adolescente pareció menguar ante sus ojos.
—Sí.
—¿De qué?
—Del cole.
—¿Dirías que sois amigas?
Amanda realizó el típico encogimiento de hombros juvenil.
—Éramos compañeras de laboratorio en química.
—¿Este curso?
—Sí.
—¿Y cómo fue eso?
Amanda pareció no entender la pregunta.
—¿Os escogisteis mutuamente?
—No. Eso es cosa de la señora Walsh.
—Ya veo. ¿Y congeniasteis?
—Sí, claro. Haley es estupenda.
—¿Ha estado alguna vez en tu casa?
Amanda dudó un instante.
—Sí.
—¿Muchas veces?
—No, solo una.
Frank Tremont se echó hacia atrás y le dio un segundo.
—¿Podrías decirme cuándo?
La chica miró a su padre. Este asintió.
—No pasa nada.
Amanda se volvió hacia Tremont.
—El día de Acción de Gracias.
Frank observó a Jenna Wheeler. Ella se mantuvo impasible, pero era evidente que le costaba un esfuerzo.
—¿Por qué estaba Haley aquí?
Otro encogimiento de hombros adolescente.
—Para pasar el rato —dijo Amanda.
—¿El día de Acción de Gracias? ¿No lo pasaba con su familia?
Jenna Wheeler dio las explicaciones.
—Fue después. Todas las chicas celebraron la cena de Acción de Gracias con sus familias y luego vinieron aquí. Al día siguiente no había clases.
Ahora la voz de Jenna parecía venir de muy lejos. Plana, sin vida. Frank mantuvo la mirada fija en Amanda.
—¿Qué hora sería?
Amanda se lo pensó.
—Pues no sé. Ella llegó a eso de las diez.
—¿Cuántas chicas había?
—Cuatro. Bree y Jody también estaban. Nos fuimos al sótano.
—¿Después de la cena de Acción de Gracias?
—Sí.
Frank se quedó a la espera. Como nadie abrió la boca, hizo la pregunta lógica.
—¿Estuvo aquí el tío Dan el día de Acción de Gracias?
Amanda no dijo nada. Jenna estaba más tiesa que nunca.
—¿Estuvo aquí? —preguntó Tremont de nuevo.
Noel Wheeler se inclinó hacia delante y se llevó las manos a la cara.
—Sí —dijo—. Dan estuvo aquí el día de Acción de Gracias.