La mujer que perdió sus tortas
Hace mucho, mucho tiempo, había una simpática viejecita a la que le gustaba reír y hacer tortas de arroz. Un día, mientras estaba preparando unas tortas para cenar, se le cayó una; y rodó hasta colarse por un agujero del suelo de tierra de su pequeña cocina, y desapareció. La viejecita intentó alcanzarla metiendo su brazo en el agujero, y de repente la tierra cedió y la anciana cayó dentro.
La caída fue bastante profunda, pero no se hizo daño alguno; y cuando se puso en pie de nuevo, comprobó que se encontraba en medio de un camino exactamente igual que el que pasaba por delante de su casa. Había bastante luz allí abajo, y se podían ver muchos campos de arroz, pero todo estaba desierto. El cómo ocurrió esto, es algo que no soy capaz de explicar, pero parecía que la anciana había caído a otro país.
El camino en el que había aterrizado descendía con bastante pendiente; por lo tanto, después de haber buscado en vano su torta, pensó que habría rodado cuesta abajo. Por consiguiente se apresuró por el camino buscándola y gritando:
—¡Mi torta, mi torta. Dónde estará esa torta mía!
Después de un rato vio una piedra Fizô de pie junto a la cuneta, y le dijo:
—Oh, señor Fizô, ¿has visto mi torta?
Fizô respondió:
—Si, he visto tu torta pasar rodando camino abajo. Pero es mejor que no vayas más lejos, porque allá vive un malvado Oni que se come a la gente.
A lo que la anciana replicó riendo, y continuó su carrera gritando:
—¡Mi torta, mi torta. Dónde estará esa torta mía!
Y llegó a otra estatua Fizô, y le preguntó:
—Oh, amable señor Fizô, ¿has visto mi torta?
Y Fizô respondió:
—Si, he visto pasar tu torta hace un momento. Pero no debes continuar, porque allí abajo hay un malvado Oni que se come a la gente. Pero ella contestó riendo, y continuó su carrera y sus gritos:
—¡Mi torta, mi torta. Dónde estará esa torta mía! —Y llegó a un tercer Fizô, al que preguntó:
—Oh amado señor Fizô, ¿has visto mi torta?
Pero Fizô dijo:
—No hables ahora de tu torta. Ahí viene el Oni. Refúgiate bajo mi manga, y no hagas el menor ruido.
Entonces el Oni se acercó y se detuvo inclinándose hacia Fizô; y dijo:
—¡Buenos días, Fizô San!
Fizô contestó educadamente al saludo. Entonces el Oni olfateó de repente el aire dos o tres veces de una manera desconfiada, y gritó:
—Fizô San, Fizô San, huelo olor humano por algún lado, ¿tu no?
—¡Oh! —dijo Fizô— tal vez te equivocas.
—No, no —dijo el Oni tras olfatear el aire de nuevo—, huelo un olor humano.
Entonces la anciana no pudo aguantar la risa —«Te, he, he»— y el Oni, de inmediato, introdujo su manaza peluda bajo la manga de Fizô y la sacó, todavía riendo —«Te, he, he»—.
—¡Aajajá! —gritó el Oni.
Entonces Fizô dijo:
—¿Qué vas a hacer con esta anciana bondadosa? No debes lastimarla.
—No lo haré —replicó el Oni—, pero me la llevaré a casa para que nos haga la comida.
—¡Te, he, he! —rio la viejecita.
—Muy bien —dijo Fizô—, pero debes ser amable con ella. Si no, me enfadaré mucho.
—No le haré ningún daño —prometió el Oni— y sólo tendrá que trabajar un poco para nosotros cada día. Buenos días, Fizô San.
El Oni se alejó con la anciana camino abajo, hasta llegar a un ancho río en el que había una barca. La metió dentro y la llevó a su casa, en la otra orilla. Era una casa muy grande. La condujo directamente a la cocina y le mandó que cocinara la cena para él y para el otro Oni que vivía con él. Y le dio una pequeña cuchara de palo, diciendo:
—Siempre debes poner un solo grano de arroz en la olla, y cuando lo remuevas con esta cuchara, el grano se multiplicará hasta llenar la olla.
Por tanto, la anciana metió un solo grano de arroz en la olla, como le dijo el Oni, y comenzó a remover con la cuchara; y, según estaba removiendo, el grano se convirtió en dos, luego en cuatro, luego en ocho, luego en dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro, y así sucesivamente. Cada vez que movía la cuchara, el arroz aumentaba en cantidad, y a los pocos minutos la gran olla estaba llena.
Después de aquello, la simpática viejecita se quedó durante mucho tiempo en la casa del Oni, y cada día cocinaba para él y todos sus amigos. El Oni nunca le hacía daño ni la asustaba, y su trabajo se hacía muy fácil gracias a la cuchara mágica, aunque tuviera que cocinar gran cantidad de arroz, pues un Oni come mucho más que cualquier ser humano.
Pero se sentía sola y deseaba intensamente volver a su propia casa y hacer sus tortas. Y un día, cuando los Onis no estaban, pensó que debería intentar escapar.
Primero cogió la cuchara mágica y se la metió bajo la faja, y luego se dirigió al río. Nadie la veía, y la barca estaba allí. Se metió dentro y le dio un empujón, y como sabía remar muy bien, pronto se alejó de la orilla.
Pero el río era muy ancho, y no había aún remado una cuarta parte de la distancia cuando todos los Onis regresaron juntos a casa.
Se encontraron con que su cocinera había desaparecido, y la cuchara mágica también. Se dirigieron rápidamente al río y vieron a la anciana que se alejaba remando con gran rapidez.
Quizá no supieran nadar, pero el caso es que se habían quedado sin barca, y decidieron que para pillar a la simpática viejecita deberían beberse toda el agua del río antes de que alcanzase la otra orilla. Por lo tanto, se arrodillaron y comenzaron a beber tan rápido que antes de que la anciana hubiera llegado a la mitad del camino, el agua había ya descendido mucho de nivel.
Pero la viejecita siguió remando hasta que quedó tan poca agua que los Onis dejaron de beber y empezaron a vadear el río. Entonces ella dejó los remos, sacó la cuchara mágica de su ropa y se la enseñó a los Onis poniendo tales muecas que todos ellos se echaron a reír.
Pero mientras reían, no podían evitar que se les saliera toda el agua que habían bebido, por lo que el río volvió a llenarse de nuevo. Los Onis no pudieron cruzar y la simpática viejecita alcanzó sana y salva la otra orilla y escapó corriendo lo más rápido que podía camino arriba.
No paró de correr hasta llegar a su casa de nuevo.
Entonces se puso muy contenta, ya que podía hacer tortas cuando ella quisiera. Además, tenía la cuchara mágica para cocinarse arroz. Se puso a vender sus tortas a los vecinos y viajeros, y en un corto espacio de tiempo se hizo rica.