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La medusa tonta

Había una vez un Rey de los Dragones, que siempre había estado soltero, hasta que un día se le metió en la cabeza la idea de casarse. Su novia era una joven dragoncita de tan sólo dieciséis años, lo suficientemente adorable como para convertirse en la esposa de un Rey. Grande fue el alboroto que causó la alegre noticia. Los Peces, pequeños y grandes, llegaron para presentar sus respetos y ofrecer presentes a la pareja de recién casados; y durante varios días todo fueron festejos y alegría.

Pero, ¡oh fatalidad!, incluso los Dragones tienen que soportar duras pruebas. Apenas había transcurrido un mes cuando la joven Reina Dragona cayó enferma. Los doctores la trataron con todos los medios que estaban a su alcance, pero sin resultado. Al final con gran pesadumbre declararon que no había nada que hacer. La enfermedad seguiría su curso y probablemente moriría. Pero la Reina enferma le dijo a su esposo:

—Sé de algo que me curaría. Tan sólo consígueme el hígado de un mono vivo para yo comérmelo y me recuperaré enseguida.

—¡El hígado de un mono vivo! —exclamó el Rey—. Pero ¿qué dices, querida mía? Olvidas que nosotros, los Dragones vivimos en el mar, mientras que los Monos viven lejos de aquí, entre los árboles en tierra firme. ¡El hígado de un Mono! Pero, querida, debes estar loca.

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En este punto, la joven Reina Dragona estalló en sollozos: 

—Sólo te pido una pequeña cosa —se quejó—, y tú no quieres concedérmela. Siempre sospeché que no me querías de verdad. ¡Oh! Ojalá me hubiese quedado en casa con mi m-m-mamá y mi papá-a-a-a.

Su voz se quebró en sollozos y ya no pudo decir más.

Por supuesto que el Rey Dragón no quería que nadie pudiese pensar que él estaba siendo displicente con su joven y bella esposa. Así que envió a buscar a su fiel sirviente la Medusa[3] y le dijo:

—Sé que lo que te voy a encomendar es una tarea difícil. Lo que quiero es que intentes nadar tierra adentro y convenzas a un Mono para que te acompañe hasta aquí. Para persuadirlo puedes contarle cuánto mejor se vive aquí en Dragonlandia, que donde él vive ahora. Pero lo que realmente quiero es cortarle el hígado y utilizarlo como medicina para tu joven señora, quien, como bien sabes, está gravemente enferma.

Así que la Medusa partió a su extraño viaje errante. En esos tiempos era como cualquier otro pez, con ojos, aletas y cola. Incluso tenía unos pequeños pies, que le permitían tanto caminar por tierra como nadar en el agua. No le llevó muchas horas nadar hacia el país en donde vivían los Monos; y la suerte quiso que nada más llegar viese a un espléndido ejemplar de Mono saltando entre las ramas de los árboles cerca del lugar en donde la Medusa había pisado tierra. La Medusa llamó:

—¡Señor Mono! He venido para hablarle de un país mucho más bello que este. Se encuentra bajo las olas y se llama Dragonlandia. Hace un tiempo muy agradable todo el año, los árboles están colmados de deliciosos frutos maduros, y no existen esas criaturas maliciosas llamadas Hombres. Si me acompañas, te llevaré hasta allí. Súbete a mi espalda.

El Mono pensó que sería divertido conocer un país nuevo. Así que saltó a las espaldas de la Medusa y se zambulleron en el agua. Cuando llevaban medio trecho recorrido, empezó a preguntarse si no habría gato encerrado. Parecía un poco raro verse abordado de esa manera por un extraño. Así que le preguntó a la Medusa:

—¿Qué es lo que te llevó a buscarme?

La Medusa contestó:

—Mi Señor, el Rey Dragón, te necesita para quitarte el hígado y dárselo como medicina a su esposa, la reina, que está enferma.

«¡Ah!, así que de eso ser trata el juego, ¿no?», pensó el Mono. Pero se guardó sus pensamientos y tan sólo respondió:

—Nada me proporcionaría mayor placer que estar al servicio de Sus Majestades. Pero resulta que dejé mi hígado colgado de una rama de ese gran castaño en el que estaba brincando. El hígado es algo que pesa bastante, por lo que generalmente me lo quito para jugar durante el día. Tenemos que volver a buscarlo.

La Medusa estuvo de acuerdo en que era lo único que podía hacerse dadas las circunstancias. Porque —tonta criatura como era— no se dio cuenta de que el Mono le estaba contando un cuento para evitar que lo matasen y le diesen su hígado a la caprichosa joven Reina Dragona.

Cuando alcanzaron la orilla de Monolandia de nuevo, el Mono dio un rápido bote desde la espalda de la Medusa hasta alcanzar la rama más alta del castaño. Entonces dijo:

—No veo mi hígado por aquí. Quizás alguien se lo haya llevado. Pero voy a buscarlo. Tu, mientras tanto, es mejor que vuelvas y le cuentes a tu amo lo que ha sucedido. Se preocupará si no estás de vuelta en casa antes de que anochezca.

Así que la Medusa emprendió la marcha por segunda vez; y cuando llegó a casa, le contó al Rey Dragón todo tal y como había sucedido. El Rey se encendió de ira y llamó a gritos a sus guardias, diciéndoles:

—¡Llevaos a este individuo! ¡Lleváoslo y hacedlo papilla! ¡Que no quede un solo hueso sano en todo su cuerpo!

Así que los guardias lo amarraron y apalearon, tal y como el Rey había ordenado. Esa es la razón por la cual, hasta el día de hoy, las Medusas no tienen huesos, y no son sino una masa pulposa.

En cuanto a la reina Dragona, cuando supo que no tendría el hígado del Mono, ¡vaya!, pues se convenció de que no le quedaba más remedio que curarse sin él.