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La liebre de Inaba

Sucedió una vez que existieron ochenta y un hermanos, todos ellos Príncipes en la tierra. Cada uno de ellos celoso de los demás, cada uno de ellos deseando ser Rey, gobernar sobre los otros y sobre todo el Reino. Además todos querían casarse con la misma Princesa: la Princesa Yakami de Inaba.

Al final decidieron que irían todos juntos a Inaba y cada uno por su parte intentaría persuadir a la Princesa de que se casara con él. Aunque entre ellos se tenían celos, sin embargo todos estaban de acuerdo en odiar y ser desagradables con el hermano número ochenta y uno, que era bondadoso y amable y al que no gustaban las maneras bruscas y beligerantes de sus otros hermanos.

Cuando emprendieron el viaje, obligaron al pobre hermano ochenta y uno (el menor) a caminar siempre por detrás de ellos y cargar con el equipaje como si de un sirviente se tratara, siendo su propio hermano y tan Príncipe como cualquiera de ellos.

Poco a poco los ochenta Príncipes llegaron a Cabo Keta donde se toparon con una pobre liebre, toda despellejada y tirada en el suelo, enferma y abatida. Los ochenta príncipes dijeron a la liebre:

—Te diremos lo que debes hacer. Ve a bañarte en agua de mar, después túmbate en la ladera de una montaña y deja que el viento sople sobre ti. Eso hará que tu piel crezca, te lo prometemos.

La pobre liebre les creyó; fue y se bañó en el mar y después se tumbó al sol para secarse. Pero cuando el agua salada se evaporó hizo que la piel se le cuartease y desgarrase con el efecto del sol y del viento. La liebre sufría un dolor terrible y allí permanecía llorando, en un estado aún peor que antes.

El hermano menor iba muy por detrás de los demás, porque tenía que acarrear el equipaje, pero al fin llegó tambaleándose bajo el peso del gran saco que portaba. Cuando vio a la liebre le preguntó:

—¿Qué haces ahí tirada lamentándote?

—¡Ay, señor! —dijo la liebre—, si paras un momento te contaré mi historia. Yo me encontraba en la Isla de Oki y quería cruzar hasta tierra firme. No sabía cómo hacerlo hasta que se me ocurrió un plan. Les dije a los cocodrilos: «Contemos cuantos cocodrilos hay en el mar y cuantas liebres en tierra. Podemos empezar con los cocodrilos. Venga, venid todos y poneos en fila uno al lado del otro, desde esta isla hasta llegar a Cabo Keta; yo iré saltando de uno a otro y contando al mismo tiempo. Cuando haya acabado de contaros, vosotros contáis las liebres y al final sabremos qué hay más, cocodrilos o liebres.

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»Los cocodrilos se dispusieron en fila. Entonces fui pisándolos y contando. Estaba a punto de llegar a la orilla, cuando me dio la risa y les dije: “Cocodrilos tontos… No me interesa nada cuantos sois. Tan sólo quería construir un puente con vosotros para poder cruzar”.

»¡Oh! ¿Por qué habré alardeado antes de pisar tierra firme? El último cocodrilo, el que estaba al final de la fila, me atrapó y me arrancó toda la piel».

—Y te estuvo bien, por tramposa —dijo el hermano ochenta y uno—. Pero bueno, continúa con tu historia.

—Estaba aquí llorando —prosiguió la liebre—, cuando pasaron ochenta Príncipes antes de llegar tú, y me dijeron que me bañara en agua salada y me secara al viento. Hice tal y como me aconsejaron y ahora estoy diez veces peor, con el cuerpo escocido y dolorido.

Entonces el hermano ochenta y uno le dijo a la liebre:

—Ve rápido al río, que está muy cerca de aquí. Lávate bien con agua fresca, después coge el polen de los juncos que crecen en la orilla, extiéndelo por el suelo y revuélcate en él. Si lo haces así tu piel sanará y te saldrá pelo de nuevo.

La liebre hizo tal y como le dijo; y esta vez sí se curó, y el pelo le creció aún con más fuerza.

Entonces la liebre le dijo al hermano ochenta y uno:

—En cuanto a esos ochenta príncipes, tus hermanos, nunca conseguirán a la Princesa de Inaba. Aunque eres tú el que carga el equipaje, serás la Alteza que se lleve a la Princesa y, con ella, el reino.

Y eso fue lo que al final sucedió, pues la princesa no quiso saber nada de los mezquinos ochenta hermanos y eligió al ochenta y uno, que era bueno y amable. Fue coronado Rey del país y vivió feliz durante el resto de su vida.