Foucault no fue un filósofo en el sentido que le daba al término la tradición clásica. Aun así, en cierto momento de su vida se le consideró en algunos medios como el nuevo Kant, una pretensión ridículamente exagerada; no se puede decir que esto fuera culpa suya (aunque hizo poco por desalentar a los que así opinaban). Tampoco fue apenas su culpa el hecho de que estuviera fuera de su alcance cualquier posibilidad de ser un filósofo clásico. Éste no es un simple juicio intelectual; el hecho es que Wittgenstein había acabado prácticamente con la filosofía en el sentido de la tradición clásica. Wittgenstein sostuvo que ya no existía la filosofía, sino el filosofar, y que la mayor parte de las cuestiones filosóficas son el resultado de errores lingüísticos. Se aclara la confusión, y el problema sencillamente desaparece. Y las cuestiones restantes simplemente no tenían respuesta (o, más correctamente, no podían ser preguntadas).
No obstante, una variante de la tradición filosófica clásica persistió en la Europa continental en la obra de Heidegger, que pretendía actuar, más allá del reino wittgensteiniano, fuera del alcance de la lógica, analizando los fundamentos del pensamiento y del entendimiento. Esta tendencia tuvo una enorme influencia en Foucault y le indujo a desvelar cómo la filosofía y, en suma, todo «conocimiento» llega a su versión de la verdad. Señaló que semejantes «verdades» dependen en gran medida de los supuestos, o mentalidad, de la época en que son promulgadas.
Foucault se dedicó a su tarea más como historiador que como filósofo. Estudiaba minuciosamente los documentos originales del periodo que estuviera investigando, y éstos le revelaban de primera mano la sociedad, el conocimiento y la estructura de poder de la época en cuestión. Foucault concluyó que el conocimiento y el poder están íntimamente relacionados, hasta el punto que los conjuntó en su término «poder/conocimiento». Éste fue el tema central de su filosofía, si bien, para llegar a él e investigar sus implicaciones, cubrió un amplio campo de material, a menudo sensacional. Consideró que era esencial para su argumentación la historia de la locura, de la sexualidad, del control y del castigo. Añádase la relación de estos tópicos con su vida personal y el resultado es el filósofo más sensacional de los tiempos modernos.
Sin embargo, ¿qué valor filosófico real contiene todo este sensacionalismo? A casi veinte años de su muerte, las respuestas a esta pregunta permanecen nítidamente divididas. Al olvido filosófico se llega fácilmente; el hecho de que todavía se discuta acerca de Foucault es una especie de reconocimiento. De nosotros depende cuánto tiempo durará esta situación.