—Recibo señal de nuestro compañero —dijo Chur, desde su asiento ante el tablero de comunicaciones—. Juran que la línea está a salvo de interferencias.
—Ya —Pyanfar acabó con sus comprobaciones y se volvió hacia su módulo de comunicaciones, en el que parpadeaba una luz—. Aquí, Chanur.
—Yo presentar —dijo Dientes-de-oro—. Capitana Pyanfar Chanur, tengo enlace con Aja Jin. Capitán Nomesteturjai.
—Chanur —una voz retumbante y más lejana—. Nombre Jik, aquí.
—Jik de primera —dijo Dientes-de-oro—. Tan honesto como tú, Pyanfar Chanur.
—Muy honesto: me ha engañado y ha hecho que me tuvieran aquí perdiendo el tiempo. Chanur está combatiendo por su vida, bastardo de orejas peladas, ¿te ha entrado eso en la cabeza? Se trata de un desafío y no estoy ahí para responder a él. ¿Has logrado enterarte de lo que significa eso durante tus tareas de espía?
—Ah… —dijo Dientes-de-oro—. Conozco ese problema, sí.
Pyanfar no le respondió y se obligó con un esfuerzo de voluntad a esconder las garras.
—Sé también dónde está Akukkakk —dijo Dientes-de-oro—. ¿Interesada, capitana hani?
—Después de que haya arreglado mis propios problemas.
—Mismo lugar.
—¿Anuurn?
—Sigue viva, hani. Puede que te hagamos más lenta pero haz trato como queremos. Algo más grande que perlas y herramientas, ¿eh, hani?
—Seguidme y así os pudráis —comprobó el rumbo y los diagramas en el ordenador y luego los transmitió—. Ahí tenéis el camino.
Por el comunicador le llegó un siseo mahe, ronco y melancólico.
—¿Te guías por suerte, hani? ¿Loca Idiota, ese curso?
—Lo hacemos constantemente, mahe. ¿Te asusta?
—Broma hani, ¿eh?
—Tenemos a dos kif en el muelle. Cuando salgamos ellos harán lo mismo. ¿Has hecho que alertaran a esa patrulla?
—Hecho —dijo la segunda voz.
—Bien —murmuró Pyanfar—. Ahí tenéis los datos y eso es todo cuanto queríais. Con eso basta: nos vamos de aquí.
—A.
Afirmativo. Pyanfar desvió la mirada hacia Haral, sentada al otro extremo de la consola, y la comunicación se interrumpió. Chur estaba transmitiendo señales a los obreros del muelle.
—Nos han dado prioridad uno —le informó Chur—, no hay problemas de momento —los cables de conexión se estaban soltando y los indicadores empezaron a parpadear, avisando de que había llegado la hora de sellar las escotillas. Haral puso los cierres en funcionamiento siguiendo la secuencia habitual y las pantallas del puesto numero uno se encendieron a medida que Geran conectaba con los sensores de la estación. El cierre de la esclusa principal se abrió con un chasquido metálico y la última escotilla acabó de quedar asegurada.
—Nos movemos —dijo Pyanfar a modo de aviso por el comunicador, soltando las abrazaderas de la Orgullo, eliminando con ello la sujeción que la nave ejercía sobre el muelle, al igual que éste la había soltado durante los minutos anteriores. Las abrazaderas entraron en el casco con un sordo retumbar en tanto que los propulsores de maniobra en superficie comenzaban para separar la nave del dique.
La partida fue perfecta: un leve empujón bastó para hacer que la proa de la nave apuntara hacia el nadir, totalmente vacío de tráfico, mientras que la gravedad empezaba a subir acompañada por el gemido de los motores de rotación. En el ordenador empezó a brillar el trayecto de salida que debían seguir y las pantallas mostraron a la Mahijiru y la Aja Jin que empezaban a desplazarse hacia el perímetro externo de los muelles. La Orgullo iba cobrando velocidad y en esos momentos la gravedad interior era ya de un g y medio.
—Los kif se están soltando —dijo Chur por el comunicador—. Es un aviso de la estación.
—No hay confirmación en pantallas por ahora —dijo Geran.
Pyanfar ya tenía la mano sobre el interruptor de armamento; con un gesto brusco quitó la cubierta protectora y lo puso en situación de encendido. Una fugaz oleada de luces le indicó que las portillas de fuego se estaban abriendo.
—Déjalo en posición manual —le advirtió a Haral, sin apartar los ojos del tablero—. Con los mahe por en medio no quiero sincronizar al ordenador de fuego: no podemos correr el riesgo de darle a uno de ellos por error.
—Espero que ellos sean igual de considerados —musitó Haral.
—Sí.
—Los kif se están moviendo —dijo Geran—. Pantalla número dos.
—¿Dónde está la escolta? —preguntó Pyanfar con voz malhumorada—. Cubierta inferior, preparadas. Permaneced a la escucha y actuad según lo que oigáis.
—La escolta se mueve —dijo Chur—. Se encuentran en posición de interceptar un ataque; la estación hace que no aparezcan en las pantallas.
—Comprendido —Pyanfar desvió la cabeza hacia la pantalla en que aparecía la señal de la estación: en la imagen la Orgullo aparecía como una cuña superior a su tamaño real, ocultando con su punto luminoso la agrupación de naves sincronizadas por el ordenador de la estación, Geran le envió más imágenes. La gravedad seguía subiendo lentamente, tirando de sus entrañas, intentando clavar sus brazos en el asiento. Los kif no ganaban terreno, limitándose a mantener una velocidad lenta para no perderlas de vista. Dientes-de-oro y ese desconocido, Jik; su escolta. Pyanfar se vio obligada a confesar en su fuero interno que no entendía la escala de valores mahe, al igual que nadie entendía a los stsho. Comerciar con ellos era una cosa pero intentar comprender hasta dónde estaba dispuesto a llegar un mahe como el Stasteburana era otro asunto muy diferente.
Dientes-de-oro y su amigo mahe, llegado como por arte de magia al sistema justo cuando partía la nave Tahar. Quizá fueran mercaderes, cierto; pero lo que había visto de la Mahijiru la Aja Jin en la pantalla le resultaba más bien ominoso. Esas naves tan largas y delgadas a las que se había despojado de todo el espacio de carga; un espacio que había sido utilizado para albergar unos motores capaces de darles una enorme capacidad de salto, cuidadosamente oculta en esos cascos de aspecto extraño cuya forma era tan abultada que ningún tanque de combustible normal podría encajar bien en ellos. Y también estaban los extraños huecos oscuros de las toberas, como rejillas de conexión entre unas toberas que, para empezar, ya eran de un tamaño muy superior al que correspondería a naves de tal masa. Qué extraño resultaba el que las naves nunca llegaran a verse entre sí, que estuvieran casi pegadas unas a otras en las estaciones pero siempre invisibles detrás de las mamparas de los diques; que existieran meramente como puntos luminosos y cifras en la pantalla del ordenador, moviéndose con tal rapidez que ninguna señal de vídeo era capaz de captarlas.
Sólo ahora, estando en sincronía, moviéndose como un grupo compacto a la misma velocidad y a una distancia mutua que permitía tal observación.
—Están hechas para correr —le dijo en voz baja Pyanfar a Haral—. Fíjate en nuestra escolta, prima.
—Ya me he dado cuenta —le respondió ella, en voz igualmente apagada—. Ya me he dado cuenta, capitana.
Así que había novedades entre los mahendo’sat, novedades que durante mucho tiempo habían sido mantenidas en el más cuidadoso secreto; naves iguales a las de los kif.
Naves de caza. Los pelos de su bigote se irguieron como si Pyanfar oliera algo amenazador.
Dioses: la Mahijiru rondando junto a Punto de Encuentro, en los confines del espacio stsho.
¿Rumores de caza, meramente? Una tripulación que holgazaneaba en el muelle, ruidosa y perfectamente visible, ocupada en unas reparaciones que podrían haber hecho también desde dentro de la nave. Dos partidas de cazadores sueltas en el muelle aparte de los kif, husmeándose con cautela unas a otras, intentando con toda su astucia evaluar la capacidad del adversario, de Pyanfar y de los kif.
—Ese bastardo con los dientes de oro sabía algo —dijo Pyanfar—. Lo sabía desde el principio. Conocía a ese Akukkakk y esas nuevas naves kif; sabía que algo se estaba cociendo por ahí.
Haral la miró, con expresión inquieta.
—Knnn —dijo Geran de pronto. Una pantalla se apagó para encenderse casi inmediatamente con otra imagen que revelaba el sector donde se hallaban las naves knnn, ahora en movimiento.
—Dioses —murmuró Chur—, ahí vamos.
—No te preocupes de esos malditos knnn —le dijo Pyanfar—. Vigila a los kif; sala de operaciones, sintoniza esa imagen del sector y no la pierdas.
La imagen se desvaneció de su pantalla y unos segundos después Tirun informó de que la había sintonizado en la sala de operaciones. En la nueva imagen que llenaba ahora la pantalla se veía a los kif, empezando a moverse más deprisa.
—Tenemos knnn —dijo bruscamente la voz de Dientes-de-oro, transmitida desde el tablero de Chur.
—Un estorbo —dijo Pyanfar—. ¿Sabes algo más sobre ellos, mahe? ¿Qué otras cosas sabes? ¿Cómo te encontraste tan oportunamente en la estación, buscando líos?
—No necesito ir caza. Hani en puerto.
—Capitana —la voz de Tirun—. Intervalo decreciente.
Pyanfar ya lo había visto en la pantalla. Sus dedos, con las garras fuera, acariciaron cautelosamente el interruptor.
—Vamos a movernos más deprisa —le dijo al mahe—. Vamos a incrementar la velocidad y haremos una prueba; quiero despejar mi campo, ¿entiendes? No quiero seguir aquí ni un instante más.
—A.
Pyanfar movió el control y la Orgullo aceleró bruscamente para aumentar la distancia que la separaba de los mahe. En la pantalla número uno se esfumó la imagen transmitida de la estación y apareció la de una estrella encuadrada por un diagrama vectorial. La imagen fue pasando de una pantalla a otra para acabar dominando el monitor central: los kif se estaban quedando cada vez más retrasados, aparentemente decididos a no correr riesgos con la patrulla.
Y los knnn… los knnn seguían avanzando como un torrente enloquecido, acelerando cada vez más, un poco separados del curso de la Orgullo.
—Intervalo restaurado —dijo Haral.
—Acelerando —le advirtió Pyanfar a las demás tripulantes. Apretó levemente el control de salto, tragando saliva al sentir la familiar inquietud en las tripas, y vio que los instrumentos se iban ajustando a la nueva velocidad.
—Despejado y estable —dijo Haral—. Nos acercamos al punto de salto.
—Preparadas para el salto largo —le dijo Pyanfar a la cubierta inferior. Por última vez sus ojos examinaron a toda prisa la pantalla, viendo que la Mahijiru y la Aja Jin estaban de nuevo en la posición calculada al principio. Ahora era imposible comunicarse; el retraso de transmisión resultaría excesivo. Ésa era la posición que ella deseaba, con los mahe corriendo pegados a su cola: la Orgullo era capaz de preocuparse por lo que hubiera delante de ella. Resultaba mucho mejor pasar a toda prisa por cualquier emboscada que les hubieran preparado y no meterse en ella ocupando el segundo o tercer lugar de la fila, como le había ocurrido a la Buscaestrellas en Kita, cuando el nido de insectos ya había sido alertado y los kif estaban bien despiertos.
¡Suerte!, les deseó a los mahe… pese a todo, a sus engaños y a sus ocultas intenciones que nada tenían que ver con las suyas. «Suerte», pensó, «maldito tramposo».
Su trayecto previsto se encendía y apagaba en la pantalla: primero un salto hasta el sistema de Ajir y, a través de éste, luego hasta la propia Anuurn. Era el trayecto más breve posible y, por ello, también el más susceptible a las emboscadas, pero no tenían el tiempo suficiente para andarse con remilgos.
—Preparadas —le advirtió a la tripulación.
Estaban llegando al punto indicado. Detrás, siguiendo su estela, estaría la Mahijiru, y después de ella la Aja Jin, la misteriosa compinche de Dientes-de-oro…
… Hasta que llegaran a su destino.
Un creciente gemido en el comunicador una baliza, la señal indicadora de Ajir desvaneciéndose a medida que la transmisión se hacía más lejana, hasta volverse ininteligible. La estación de Ajir funcionaba bajo una cooperativa mahendo’sat/hani: el tráfico era muy abundante y el espacio de salto presentaba muchos peligros para el tipo de irrupción alocada que ahora estaban realizando, sin reducir prácticamente la velocidad. Una segunda oportunidad para intentar la maniobra que había fallado en Kita y que había causado tantas averías en la nave. Que los dioses ayudaran a quien tuviera la desgracia de hallarse en su trayectoria.
«ALERTALERTALERTA —gemía la Orgullo, repitiendo constantemente una transmisión grabada—: Escolta mahe detrás. Posible acción hostil. Tomar precauciones ante kif en el interior del sistema. Tomar precauciones. Dos naves siguiéndonos como escolta. La siguiente nave supone problemas. Rajas en ataques anteriores: Viajera de Handur; Buscaestrellas de Faha. Ataque kif sobre nave no-perteneciente al Pacto sin armas, tres victimas especie desconocida hasta ahora. ALERTALERTALERTA…».
En Ajir se desataría el caos: posiblemente los kif atracados en el muelle hicieran caso omiso de la señal: quizás hubiera alguna nave de Handur en situación de captarla, quizás una nave de Faha.
Si los kif no estaban esperándolas, con su emboscada ya dispuesta…
Ante ellas se alzaba la enorme masa del sol amarillo de Ajir: Ajir, la más extraña de todas las estrellas del sector, ataviada con su cinturón de mundos y polvo cósmico aparatosamente ladeado; una zona peligrosa, como le repetía constantemente la memoria de Pyanfar, aún más peligrosa por la confusión que siempre acompañaba a la salida de un salto, con sus elevadas velocidades y sus instrumentos capaces de absorber solamente pequeñas fracciones de la realidad circundante, demasiado rápido, demasiado rápido.
—¿Dónde está? —le preguntó a Haral. En nombre de los dioses, la estrella de su hogar; hasta un recién nacido era capaz de encontrarla una vez en Ajir y podía dirigirse hacia ella por muy grave que fuera la desorientación del salto: su proa debía estar enfilando directamente hacia…
—La tengo —ronroneó la voz pausada de Haral a través de toda la confusa locura que las rodeaba, a medida que aumentaba su constante de velocidad y el sistema se convertía en una masa borrosa e irreal, moviéndose lentamente mientras que ellas se desplazaban a una velocidad que superaba todo movimiento posible: ante ellas, perfectamente clara, se encontraba una estrella, encuadrada en el diagrama de la pantalla, en tanto que el resto del universo había enloquecido… El hogar.
Semanas, en el tiempo sin tiempo del salto…
Habían pasado. Resultaba difícil pensar y aún más difícil dar inicio a la secuencia de frenado. Si la tripulación fallaba por completo la nave tomaría el mando automáticamente, reduciendo la velocidad y siguiendo un curso gradualmente más lento hasta detenerse fuera del sistema, a una distancia tal que aún fuera posible regresar a él. Sería tan sencillo dejar que la nave derivase por sí sola, dejar que el sistema pasara a su lado como una mancha confusa, dejar que los mecanismos automáticos se encargaran de todo…
No. El último salto se había efectuado bajo control manual: después de todo, las reglas hechas por las máquinas habían sido ya quebrantadas. Pyanfar levantó el brazo y en sus ojos nublados apareció Haral, que había empezado su misma lucha desesperada, debatiéndose lentamente contra el cansancio y la desorientación ocasionados por su salida del salto. Una luz de advertencia parpadeaba en el tablero: no era la misma avería de antes; era una alerta exterior, una comunicación, un faro.
Redujeron la velocidad y por un instante quedaron totalmente ciegas. El faro de Anuurn las esperaba para darles la bienvenida cuando la ceguera desapareció. Su señal de alarma seguía resonando en el espacio, precediéndolas con su grito de peligro. Pyanfar levantó la mano y agitó débilmente los dedos, mirando a Chur después de un segundo que pareció interminable, la señal se apagó.
Segunda reducción de velocidad. La voz de Tully en el comunicador y luego Hilfy tranquilizándole. Hilfy, quien hacía muy poco tiempo se había mareado terriblemente durante los saltos, calmando y consolando ahora a su pasajero.
—Recibiendo imagen —dijo Geran—. Hay naves ahí fuera.
Pero ninguna estaba en su rumbo o, de lo contrario, la voz de Geran no sonaría tan calmada. Estaban en el cénit máximo del sistema, lejos de todo y de todos.
—Recibiendo datos del rumbo —dijo Haral y la imagen de la pantalla empezó a cambiar: las líneas se encendían y se apagaban, creando nuevas conexiones y delineando ya el sendero de entrada asignado por el faro.
Tercera reducción de velocidad. Pyanfar trago saliva con un duro esfuerzo y examinó nuevamente la pantalla, donde se formaba una nueva imagen.
—Señal de popa —dijo Geran, y la pantalla número dos se encendió después de unos instantes. La Mahijiru. La oscilación creada por su rápida entrada en el sistema estaba creando ahora oscilaciones laterales y de no reducir pronto la velocidad tanto la Mahijiru como su compañera toparían de frente con ellas.
—Demasiado cerca, mahe —musitó Pyanfar.
Última reducción. Estaban por fin en el curso asignado, sin un solo error, guiados ahora por la estación de Kilan.
—Transmite nuestra intención de atracar en Gaohn —dijo Pyanfar. Esa estación era la más protegida de las dos que había en el sistema Ahr, ya dentro de la periferia de Anuurn.
La señal fue emitida, y una de las balizas robot les indicó con un destello que había sido recibida y aceptada como parte del control automático de tráfico, como si su llegada fuera tan rutinaria como la de cualquier nave mercante.
—Reducción de velocidad detrás nuestro —dijo Chur—. Segunda llegada: nuestros dos amigos están aquí.
—Transmite instrucciones de que ignoren el rumbo que les asignen y que sigan detrás nuestro. Dales la señal de guía.
—En las pantallas de la estación aparecen muchas naves —dijo Geran—. Un montón de naves.
Pyanfar miró hacia esa pantalla. Había seis planetas principales alrededor de Arh: Gohin, la propia Anuurn, Tyo, Tyar, Tyri y Anfas, con todo su abundante surtido de lunas, anillos y planetoides. Sólo Anuurn era habitable sin problemas y la estación de Gaohn orbitaba ese planeta, estando además la estación de Kilan, que mantenía la pequeña colonia de Tyo. Siempre había tráfico. La especie hani no tendía a colonizar del modo que lo hacían los mahendo’sat y los stsho, o incluso los knnn, pero en su sistema natal había una gran abundancia de tráfico, desde las pequeñas naves que surcaban el sistema hasta las naves de mayor tamaño que saltaban desde otras estrellas; existiendo además el enorme astillero en gravedad cero de la estación Harn, donde nacían todas las naves hani y al que acudían para efectuar reparaciones o ser modernizadas.
Pero en esos momentos el tráfico doblaba holgadamente su frecuencia habitual: había naves fuera de sus senderos, esperando; naves agrupadas en números variables, y enjambres de cuatro o cinco naves que se movían sin cesar.
—Esto no me gusta —dijo Haral.
—No todas son nuestras —observó Pyanfar y, unos instantes después, añadió—: Está aquí. Dientes-de-oro lo dijo, y el kif de Kirdu también. La Hinukku ha venido hasta aquí buscando venganza.
Nadie abrió la boca. Los minutos se iban acumulando lentamente en el cronómetro.
La Orgullo estaba enviando ahora su propia señal y un ordenador dialogaba con otro. Un dial se encendió y en el comunicador se recibió una transmisión.
—La Mahijiru —dijo Chur—, y la Aja Jin. Las dos siguen nuestra ruta.
—Envíales una señal de que sigan con nosotras —dijo Pyanfar—. Mándala en un haz comprimido y no añadas nada más.
—Permiso para subir —dijo Tirun desde la cubierta inferior.
—Denegado. Tenemos situación de posible emergencia. Sigue a la escucha.
—Comprendido —respondió Tirun.
Chur se agachó, abriendo el compartimiento que había bajo su tablero, y sacó de él una botella. Tomó un sorbo y luego la pasó a Geran, que se la pasó a Haral. Haral se la entregó finalmente a Pyanfar, con una cuarta parte exacta del contenido visible a través del plástico opacado. Pyanfar tomó un sorbo, sintiendo como si tuviera la boca hecha de papel y llevara días sin beber líquido. Cuando arrojó la botella en el conducto de basuras su mano izquierda dejó unos cuantos pelos sobre el plástico húmedo. El líquido salado la ayudó, aliviando un poco el temblor de sus miembros, aunque la espalda y las articulaciones seguían atormentándole y notaba los ojos algo llorosos. Un salto doble no era nunca fácil para el organismo, que no había sido diseñado para semejantes abusos. Pyanfar, abatida, pensó en la maniobra de atraque, en las caminatas que serían necesarias, los posibles problemas que solucionar.
Ah, coger una lanzadera y bajar directamente al planeta dejando que todas esas naves siguieran en el cielo.
Algo se retorció en su interior con un gemido de protesta. Pyanfar alzó los ojos hacia su pantalla, la número cuatro, donde un punto de luz se estaba colocando en posición de interceptar. Otro punto acababa de encenderse en el borde de la pantalla.
—Conseguida sincronía —la voz de Dientes-de-oro—. Jik llegando por otro lado.
—Hay demasiadas naves —dijo Pyanfar, indicándole a Chur que fuera emitiendo—. Te quiero justo donde estás ahora, mahe.
Una risita mahe.
—A.
—Maldito sea tu pellejo.
Cortó la transmisión con un golpe seco.
—Tenemos contacto de la estación —dijo Chur—. No están diciendo nada que se salga de lo acostumbrado: de momento, son las instrucciones normales de aproximación.
—Tres diques —dijo Pyanfar—, y contiguos. Si no los tienen disponibles, di que los vayan preparando. Convéncelos como puedas, pero hazlo.
El intervalo fue largo, ya que aún había demora en las transmisiones de la estación.
—El Maestre ha intervenido garantizándolo personalmente —acabó diciendo Chur—. Tenemos del veinte al veintidós.
—¿Algún comentario al respecto?
—Ninguno —le informó Chur.
Problemas. Pyanfar sintió que las orejas se le erguían de golpe. Si podían exigir que se cambiara de sitio naves para hacerles espacio en los muelles y si les hacían caso era porque consideraban que tenían derecho a ello; y si tenían derecho a ello, entonces había una situación de emergencia. Los parientes que volvían a casa tenían toda la prioridad; en casos de muerte, desafío o catástrofe.
—El sistema parece tranquilo —le siguió informando Chur—. Pero no me llega nada del parloteo habitual. No están dejando que se les escape ninguna información, capitana.
—Kif —dijo Pyanfar—. Hay extraños por aquí.
Tully dijo algo desde la cubierta inferior y se calló de pronto. Le siguió la voz de Hilfy, hablando con él, en tono bajo y apremiante.
—No quiero ningún caso de pánico ahí abajo —dijo Pyanfar—. Tully: estate quietecito y callado. Obedece las órdenes, ¿me has oído?
—Comprendido —dijo Tully.
Los minutos se arrastraban lentamente. La Aja Jin de Jik ocupó finalmente su posición y la Orgullo se vio flanqueada por las dos naves mahe.
—Dientes-de-oro —dijo Pyanfar—, vendrás a la estación conmigo. Quiero que tu amigo no se acerque al muelle y vigile atentamente, ¿a?
—A —le respondieron por el comunicador, en tono suave y mesurado. De Jik no hubo ninguna respuesta. Obedecería, pensó Pyanfar. La estación estaba enviando ahora instrucciones más específicas y Haral se estaba encargando de obedecerlas, introduciéndolas en el computador. Pyanfar conectó el control que desviaba todos los datos a las pantallas de Haral, advirtiéndole con un destello en su panel de que el control de la nave pasaba a sus manos: Haral lo aceptó con un gesto de cabeza, sin perder ni un segundo en sus delicadas operaciones con los teclados. Pyanfar se quitó el cinturón del asiento, lo hizo girar e intentó ponerse en pie.
—Mejor que subáis al puente —dijo a la cubierta inferior, inclinándose sobre el comunicador con cierta dificultad.
—Bien —le respondió Tirun. Pyanfar caminó un poco por el puente, no demasiado segura aún de sus fuerzas, y cogió un poco de las raciones secas que había en el compartimiento de su consola. Botellas de líquido salado y trozos de carne. Fue abriendo las raciones y las puso donde Haral, Geran y Chur pudieran alcanzarlas, masticando luego un poco de carne seca y haciéndola pasar con media botella del líquido. Estaba deshidratada: después de todo, los saltos hacían que el tiempo pasara algo más deprisa para el organismo. Siguió andando para librarse de las agujetas que sentía en las articulaciones y oyó funcionar el ascensor, seguido luego por pasos acercándose en el corredor.
—Capitana.
Una canción knnn, tan gimoteante como siempre, brotó del comunicador.
—¡Dioses y truenos! —bufó Pyanfar—. Localízala.
—Está delante nuestro —dijo Chur—, es una de las naves que se acercan a la estación.
Tirun, Hilfy y Tully permanecían inmóviles en el umbral del puente, guardando silencio mientras el gemido chirriante que brotaba del altavoz iba subiendo de tono a lo largo de toda la escala auditiva.
Los knnn jamás habían hablado directamente con Anuurn. Nunca hasta ahora.
—Nos adelantó en el salto —dijo Pyanfar con lo que esperó fuera una voz lo suficientemente calmada—. Si se trata de nuestro knnn, al menos nos lleva una hora de ventaja.
—Un bastardo veloz —murmuró Tirun.
—La Mahijiru pregunta si lo hemos oído —dijo Chur.
—Quita eso del altavoz —le dijo Pyanfar—, y dile a la Mahijiru que sí, que lo hemos oído —enderezó las orejas con un esfuerzo de voluntad, agitando la oreja izquierda para poner bien en orden los anillos—. Hilfy, el canal de Tully —Hilfy puso su sensor en posición de emitir—. Tully, ahora estamos en casa, en Anuurn. Y tenemos problemas aquí mismo.
—Kif —dijo Tully—. He oído. Hani… ¿trata con ellos?
—Tus documentos —le dijo Pyanfar secamente. Tully metió la mano en el bolsillo izquierdo y Pyanfar siguió hablando—. No te separes de ellos. Ahora estás registrado y tienes un número dentro de los confines del Pacto. No, no hay modo alguno de que los kif se te puedan llevar legalmente. Así quizá nos estemos enfrentando a un buen montón de kif enloquecidos y alguna que otra hani fuera de sus cabales, pero no hay modo de que se te lleven salvo por la fuerza.
—Luchar con ellos.
—Obedecerás mis órdenes. Formas parte de mi tripulación y obedecerás mis órdenes.
—Pyanfar —Tully extendió la mano para detenerla, pensando que iba a volverse—. No me separo de ti.
Las orejas de Pyanfar se abatieron de golpe y sus ojos se clavaron en las pálidas e inquietas pupilas de Tully.
—No necesito que alguien me ponga ahora condiciones. Harás lo que te diga.
—Hacer. Sí. Voy en esta nave. Contigo. == dar == hani yo rápido muerto.
—Ya tenemos suficientes problemas, Extraño. Tanto por parte de los kif como de las hani. No lo hagas tú peor.
—Contigo. Viaje largo tiempo. Contigo.
—No soy de tu especie, condenado seas. Vienes en mi nave, me das un montón de problemas. Por todos los infiernos mahe, ¿quieres decirme qué más debo hacer por ti?
—Fuera, muerto. Te necesito.
—Ya. —Un macho, sí. Su grito repentino dejó detrás un tenso silencio. Pertenecía a una especie extraña pero pese a ello Pyanfar percibió claramente que ahora había trazado una línea imposible de rebasar, más allá de la cual no habría razonamiento posible. Su paciente y dócil Extraño… Pyanfar le cogió por el brazo, con las garras a medio salir—. Escúchame, amigo Tully; debes pensar, maldito sea tu pellejo. Vamos a salir de esta nave, nosotras y tú, y cuando volvamos a ella tú volverás con nosotras. ¿Me has entendido?
—¿Iré contigo?
—Eso he dicho.
Tully la rodeó bruscamente con los brazos, como si quisiera fundir en el cuerpo de Pyanfar su propio cuerpo, cubierto de sudor maloliente al igual que el de ella. Pyanfar logró librar primero un brazo y luego el otro, apartándole indignada de un empujón, lo cual no alteró la expresión de Tully.
—Hago todo lo que tú digas —murmuró Tully.
—Por los dioses, desde luego que lo harás. Como hagas algo equivocado yo misma pienso encargarme de hacerte una muesca en esas feas orejas. Y sigue haciendo funcionar eso que tienes por cerebro o lo sacudiré como si fuera una fruta hueca. ¿Puedes conseguirlo? ¿Eres capaz de mirar a un kif y no perder el control?
Tully necesitó unos segundos para pensarlo y acabó asintiendo.
—Les cogeré otra vez —dijo con voz confiada, señalando con la mano hacia el vacío infinito—. Otra vez iremos buscar kif para arrancarles cabezas.
La salvaje irracionalidad de sus palabras la dejó algo sorprendida, casi tanto como la locura que brillaba en sus ojos. Pyanfar le sacudió el brazo otra vez, ahora con mayor fuerza, y en sus ojos apareció una sorpresa pasajera pero no la explosión de ira que había esperado. Reaccionó como Khym, su afable y tranquilo Khym, y no como habría hecho Kohan, que se habría lanzado contra ella con una maldición en los labios. Ahora estaba algo más tranquila en cuanto a su capacidad de contenerse y sabía que un buen golpe en las orejas seguía siendo capaz de llevarle por el buen camino; que sus uñas romas y su endeblez le hacían fácilmente controlable por un par de ellas.
—Si salimos de todo esto —le prometió—, iremos juntos a despellejar kif. En el próximo viaje te llevaré conmigo.
Eso resultaba algo prematuro dado que no tenían nada con qué hacer planes en el futuro, y menos aún en lo tocante al destino del Extraño. Si Chanur pierde, pensó con un escalofrío, no estarás en situación de hacer ninguna promesa, pero en los ojos de Tully ardía una feroz confianza en que Pyanfar cumpliría con su palabra.
Dioses, ahora era suyo, podían usarle para encontrar a su lejana especie antes de que lo hicieran los mahendo’sat o los kif, estableciendo de ese modo una firme cabeza de puente para el comercio hani. Pero en su forma de mirar a Pyanfar había algo de Hilfy. Adoración no, exactamente eso no. Una confianza absoluta. Observó disimuladamente a Hilfy para estar bien segura y descubrió la misma expresión. Cada vez más inquieta, se volvió hacia Haral, Geran, Chur y Tirun, que tenían sus propios derechos sobre una nave que era tan de ellas como suya, que llevaban mucho tiempo en el espacio y debían tener una idea mejor de la situación, sabiendo cuáles eran sus auténticas posibilidades de salir con bien y también en sus ojos, un poco más escondida, estaba esa misma expresión de loca confianza. Estaba hablando de cazar kif y todos la miraban de ese modo, con esa ciega credulidad.
—Vamos a tomárnoslo con calma —dijo—. Voy a limpiarme un poco y Tully, en nombre de los dioses, date un buen baño.
Salió del puente mientras que la Orgullo seguía rumbo a la estación. No tenía duda alguna de que entre esas naves de ahí fuera habría kif y que existía como mínimo una remota posibilidad de que los kif concibieran la loca idea de lanzarse sobre la Orgullo, persiguiendo la venganza.
Si Akukkakk no veía ninguna otra posibilidad de actuar, quizá lo hiciera. Pero su presencia aquí antes que la Orgullo indicaba que estaba enterado de su venida, de las razones que la habían motivado y que tenía a su alcance una venganza mucho mayor que una simple nave y un puñado de muertes.
Su objetivo era la casa de Chanur y su información sobre ella era lo bastante exacta como para haberle traído hasta aquí. En algún lugar una hani se había ido de la lengua y ahora él sabía dónde aplicar exactamente la presión necesaria.
Faha, pensó, avergonzándose inmediatamente de que se le hubiera ocurrido tal idea, sintiendo pese a todo que la sospecha le roía las entrañas. Y si no había sido la casa Faha, entonces debía ser alguna otra, alguien que se había ido de la lengua en los muelles, quizá, los dioses se apiaden de ella, alguna prisionera de Handur, que había llegado viva a Punto de Encuentro. Aunque eso último le parecía bastante difícil, ya que la destrucción de Punto de Encuentro había sido llevada a cabo de un modo más que concienzudo y Dientes-de-oro había afirmado que no pudo sobrevivir nadie. Pero alguien, en algún lugar, había dicho lo bastante a quien no debía oír. Pyanfar luchó por apartar esa idea de su mente: le resultaba demasiado amarga.
Esta vez llevaba los pantalones rojos: se había puesto también sus mejores anillos y el pendiente con la perla. Ah, las apariencias. Se pasó el cepillo hasta que su barba y su melena brillaron con un resplandor dorado, rociándose luego abundantemente con perfume y, en el último segundo, pensando en que a Tully no le disgustaría un cierto exceso de aroma dulzón, rebuscó entre los frascos de su cómoda, añadiendo un último toque olfativo a su atuendo.
También pensó en Hilfy y también para ella encontró algo en sus cajones. Luego fue hacia el puente y una vez en él pasó unos cuantos minutos examinando las transmisiones, todas dentro de la normalidad y referentes a su trayectoria de entrada; Hilfy no estaba en el puente, y tampoco se veía a Tully, Geran o Chur. Sólo estaba Tirun, ocupando el asiento número tres, junto al puesto acostumbrado de Haral.
—Parece que no hay ningún problema —dijo Pyanfar.
—Por el momento, sólo rutina —dijo Haral.
—Yo me ocuparé de todo. Descansa un poco. —Pyanfar se instaló en su asiento y Haral abandonó el suyo, cansada y algo vacilante al mover de nuevo sus músculos endurecidos por la larga inmovilidad de la guardia.
—Estamos recibiendo algunas transmisiones kif —dijo Tirun unos minutos después—. Son todas relativas a las operaciones habituales. Saben que estamos aquí. De momento no han dicho nada más.
—¿Cuántos crees que son?
—Según las estimaciones de la estación, siete.
—Que los dioses tengan piedad de nosotras.
—Así sea.
Pyanfar meneó la cabeza y fue haciendo pasar las imágenes disponibles por las pantallas. Ahora estaban recibiendo las transmisiones de forma automática, ya que se encontraban bajo la guía de la estación. En una pantalla aparecía Anuurn, un globo azulado estriado por las nubes. Magnífico; siempre resultaba magnífico al acercarse, nunca tan espectacular como Urtur pero siempre lleno de vida. La imagen hacía pensar en cielos azules, llanuras cubiertas de hierba, ríos caudalosos y mares inmensos. Para un hani, evocaba una serie de colores, aromas y texturas, y en las entrañas empezaba a revolverse una extraña sensación que lo hacía distinto de cualquier otro planeta. Para una hani.
Pyanfar permaneció absorta durante largos minutos ante la pantalla: con la Orgullo en control automático no había mucho que hacer. Un barrido de la segunda cámara le mostró a su escolta mahe un poco más atrás, dos cascos esbeltos y de aspecto mortífero moviéndose con tal precisión que casi parecían una sola nave.
—La Aja Jin sugiere quedarse detrás para protegernos mientras efectuamos la entrada en la estación —le dijo Tirun.
—Comprendido.
—Seguimos recibiendo señal de ese knnn. He probado a pasarla por el traductor y lo único que he conseguido son instrucciones de atraque, aparte del canturreo.
—¿Atracaron?
—Hace un cuarto de hora. Sólo los dioses saben qué va a hacer la estación con ellos. Tendrán que arreglárselas con el sistema de emergencias, pero no he recibido ninguna transmisión al respecto.
—Bien.
—Y tampoco se recibe nada del sistema. Hay un silencio fuera de lo normal.
—¿Han atracado los kif?
—Sí, los siete.
—Alabados sean los dioses. ¿Estás segura de ello?
—La estación me ha dado su palabra.
Las orejas de Pyanfar se fueron inclinando lentamente hacia atrás mientras pensaba, con el ceño fruncido. De momento todo resultaba demasiado fácil, como si todos desearan ayudar, incluyendo a los kif que atracaban pacíficamente en la estación. No, ahí había algo que no tenía buen aspecto, algo muy fuera de lo normal. Pero ya era demasiado tarde para retroceder y bajo la Orgullo estaba Kohan y toda la casa de Chanur, para los cuales no había ninguna posibilidad de dar la vuelta y salir corriendo. La Orgullo no tenía otra opción.
—La estación nos pide que desactivemos el armamento.
Pyanfar lo pensó durante unos instantes y luego tendió la mano hacia el tablero, haciendo lo que les habían pedido.
—Ya está —dijo, deseando en su fuero interno haber podido actuar de otro modo. Suponía que la Mahijiru haría lo mismo. Ahora la Aja Jin se encontraba detrás de ellas, defendiendo sus vulnerables espaldas.
—¿Tienes plan? —dijo de pronto en su oído la voz de Dientes-de-oro, transmitida desde el tablero de Tirun.
—Te quiero a mi lado cuando salgamos —dijo Pyanfar—. Ya sabes cuáles son las reglas de una estación hani, ¿verdad? ¿Las conoces todas?
—Todas —le confirmó Dientes-de-oro.
—Te veré en el muelle.
Armas, eso era lo que había pretendido hacerle entender: en las estaciones hani no se observaba ninguna regla sobre el armamento. Pero eso no era algo que estuviera dispuesta a comentar por el comunicador. Confiaba en que el mahe acudiera armado.
Y estaba segura de que los kif sí irían armados.