… Y de nuevo fueron escupidas al espacio, a un lugar distinto visto entre sombras confusas. Un parpadeo multicolor ante sus ojos: la pantalla, los instrumentos automáticos buscando, registrando. Sigue consciente, no te apagues ahora, ahora no, mantén la mano en los controles…
—Funcionando —dijo una voz casi inaudible. Haral, trayéndola de vuelta desde la eternidad.
—Oh, dioses… —Otra voz distinta. ¿Hilfy? Una estrella apareció encuadrada en la pantalla y luego se esfumó.
—Comprobar referencias —dijo Pyanfar mientras sus ojos extraviados buscaban entre los instrumentos. Una luz roja encendida.
—Tengo un problema —dijo Haral, despertando un escalofrío en su columna vertebral—. No consigo identificación positiva de las referencias.
—Mantén el curso —empezó el proceso de anular el segundo salto, reduciendo la velocidad lo suficiente para que los sensores de búsqueda lograran situarse. Un gemido detrás de ella ante el brusco frenazo: sus manos temblaron sobre los controles, vacilando a centímetros del botón.
—Dioses, hemos fallado —gimió Haral, y unos segundos después oyó a Tirun:
—¡Anulad el salto! ¡Vamos hacia una masa!
Ante ellos se alzaba una forma oscura, la masa que les había arrancado de su salto, a punto de chocar con ellas. Los sensores se dieron cuenta de la inminencia de la colisión y las alarmas empezaron a sonar por toda la nave. Pyanfar redujo la velocidad, aún más bruscamente, torciendo el gesto al ver cómo las pantallas se cubrían de estática y una de ellas se apagaba. Algo se había roto.
—Girando —advirtió a la tripulación. La Orgullo se desvió y la sangre se agolpó de nuevo en la nariz de Pyanfar, en tanto que sus articulaciones, sus órganos y sus músculos se esforzaban, cada uno aparentemente en una dirección distinta. Lanzó un bufido y luchó con los músculos de sus ojos para no perder su foco visual, tensando los doloridos músculos de su mano para no alejarla de los controles. El monitor mostraba una distancia mínima pero suficiente. Pyanfar dejó que la nave siguiera su curso, casi rozando el obstáculo.
Una voz kif en el comunicador.
—Identificación: urgente —alguien estaba esperando también aquí, otro de los largos brazos de Akukkakk montando guardia.
—Tía —la voz de Hilfy, muy débil, con un burbujeo líquido—. Kif…
—Lo he oído —Pyanfar resopló, oliendo a sangre o a sudor, lamiéndose los labios y percibiendo un regusto salado. En las pantallas aparecía una masa oscura suspendida sobre ellas muy cerca, increíblemente cerca. Ahora seguían emitiendo la canción knnn, un gemido que subía y bajaba por toda la escala musical, una mezcla de llanto y chasquido; eso debía engañar a los kif, era preciso. Haral y Tirun hablaban frenéticas entre sí, haciendo funcionar los sensores en busca de una salida.
—¡Lo tengo! —exclamó Haral de repente. Una estrella apareció en las referencias de la pantalla.
—No lo conseguiré —dijo Pyanfar. La masa estaba demasiado cerca. Ahora no tenían otra elección: debían pasar junto a ella esperando que…
—Identificación —insistió la voz del kif.
Los instrumentos se encendieron de pronto y las pantallas se cubrieron de estática.
—Eso fue un disparo —le dijo Pyanfar a Hilfy—. Gracias a los dioses, cayó por cierto en nuestra antigua trayectoria.
Un segundo destello: la Orgullo había devuelto el fuego de modo automático. Las alarmas sonaron de nuevo en un crescendo de terror mecánico.
—Proximidad de masa —dijo Pyanfar por el comunicador general en beneficio de quienes estuvieran abajo—. No vamos a chocar.
De pronto sintieron el sólido influjo de la masa cercana: una repentina variación en todos los instrumentos que registraban la relación masa/impulso, una floración de luces rojas y una marea de estática en la pantalla número cuatro: la masa de Punto Kita, un trozo de roca y cenizas que apenas si irradiaba calor en la oscuridad del espacio, sin ninguna luz, solitaria y lejos, demasiado lejos para que la Orgullo la arrastrara en su salto.
En las pantallas aparecieron destellos luminosos, enormes manchas que parecían brillar tanto como el sol en mitad de aquellas tinieblas, iluminando la superficie de Kita. La roca que se habían llevado en su salto desde Urtur no había cambiado de rumbo y se estaba estrellando ahora en la masa oscura con velocidad casi lumínica, creando unos fuegos artificiales que ardían como flores en las tinieblas.
Pasaron velozmente por entre la pirotecnia y salieron despedidos como un proyectil de la honda con una torsión que hizo afluir nuevamente la sangre a la garganta de Pyanfar. Todo se volvió gris…
… Otra vez consciente.
—¡Haral!
Un instante de frenética locura.
—¡Ahí! —su punto de referencia había vuelto a surgir en la pantalla. Una voz kif crujiendo, hablando con un considerable retraso a lo que debían estar recibiendo: entonces, había una segunda nave, fuera del cénit de Kita.
Una marea de fuego las golpeó.
Pyanfar conectó otra vez los impulsores al máximo con el aullido de los kif resonando en sus orejas y la estática que brotaba de todo el instrumental arrastrada en la estela de aquel caos. Intentó con todas sus fuerzas no perder la orientación y muy lentamente extendió su brazo dolorido mientras que la materia se deshacía a su alrededor y la nave, con todas ellas, yacía desnuda en el espacio intermedio y el tiempo se divertía con sus sentidos. Era imposible que los kif hubieran conseguido seguirlas. Habían pasado por el sitio más difícil y lo habían conseguido. Después de Kita deberían elegir un destino entre tres y luego de ése sería uno entre otros dos y las posibilidades se irían multiplicando. A los kif les costaría cada vez más reunir el número de naves necesario para seguir a la Orgullo.
—Nos vamos —dijo Haral y sus palabras parecieron prolongarse a través del infinito, despojadas de toda emoción hasta perderse en la nada. Eso ocurría cuando una nave se perdía, cuando daba un salto y luego no conseguía salir de él. Quizás un limbo matemático; quizá caía de cabeza en el infierno mahendo’sat, donde demonios de cuatro brazos inventaban horrores siempre nuevos. Pyanfar vigilaba la pantalla, esperando que la imagen se perdiera. Tal vez el impacto había estropeado los motores, robándoles parte de su capacidad, quizás ahora se extraviaran para siempre…
… Segunda llegada, una cegadora caída de los sentidos hasta el aquí y el ahora, otra vez. Pyanfar se acercó al panel y ordenó una búsqueda en todos los monitores. En el comunicador se oía ya una señal: la baliza del sistema Kirdu, una asombrosamente bella voz mahendo’sat indicando la zona de salto.
—¡Lo logramos! —gritó Hilfy—. Lo logramos.
—Recepción clara, estamos dentro de la zona —dijo Pyanfar con orgullo mal disimulado. Accionó los motores para reducir velocidad y su orgullo se fue evaporando al darse cuenta de que el impulso vacilaba, no siendo tan fuerte como debería.
—¿Capitana? —La voz de Haral.
—Ya me he dado cuenta.
—¿Mantengo la transmisión knnn? —le preguntó Hilfy.
—Sí —Pyanfar no apartaba los ojos de los diales, examinando el impulso—. Traza vector de entrada —le ordenó a Tirun—. Puede que llevemos con nosotras algo de polvo y rocas todavía.
—Creo que perdimos la mayoría de rocas en Kita —murmuró Tirun. Empezó a transmitir nuevamente el esquema por la pantalla y luego envió un aviso por el ordenador, esperando ayudar con ello un poco a cualquier nave lenta que se encontrara en línea con el vector de entrada de la Orgullo y su posible cortejo de polvo y rocas. La velocidad siguió bajando a medida que el débil impulso de frenado iba acumulándose.
—Eso está mejor —dijo Pyanfar, tragando saliva—. Hilfy, ¿tienes algún cálculo de duración?
—Aproximado —dijo Hilfy con voz débil—. He calculado unos treinta minutos hasta la estación.
Cerca, por los dioses, casi demasiado. Pyanfar siguió disparando impulsos de frenado lo más seguido posible, con los ojos clavados en el centro de la pantalla en la que aparecía la transmisión enviada por la boya de la estación, que localizaba todas las naves, planetas y objetos de gran tamaño que había en el sistema. Los mecanismos automáticos habían captado el aviso de la Orgullo y habían trazado una zona cónica de peligro cuya punta cortaba el cénit del sistema.
—Precisando el rumbo —dijo Haral al mismo tiempo que otro esquema aparecía en la pantalla número dos. El ajuste era mínimo: reducir velocidad, decían las letras luminosas que se encendían y apagaban, Pyanfar disparó otra vez el impulso de frenado y llevó a cabo el ajuste, sintiendo que le costaba concentrarse: la cabeza le daba vueltas a causa de la prolongada tensión del pilotaje a velocidades tan altas, teniendo que forzar su mente para abarcar escalas de distancia y velocidad tan enormes que incluso el ordenador de la nave aplicaba un programa especial para manejarlas.
—¡Justo en el blanco! —gritó Tirun al encajarse las líneas de la pantalla.
Por fin estaban en el rumbo preciso, avanzando sanas y salvas por el sendero que la estación le había asignado de antemano a la siguiente nave que entrara en esa zona. Pyanfar respiró con algo más de tranquilidad, los ojos aún clavados en el monitor, intentando calcular hasta qué punto podrían reducir aún la velocidad y con qué rapidez. Si un minero estaba donde no debía, si una nave prospectora había salido por alguna razón particular sin avisar antes a la estación, si algún estúpido se cruzaba en el sendero de entrada, si aparecía uno de esos locos knnn o chi, con los que nunca había forma de razonar, poniendo en peligro la navegación allá donde iban.
Sintió que algo le corría por la piel: sudor, o sangre. Resopló levemente y se limpió la nariz, los ojos fijos en la pantalla y la mano en el botón. Todavía se encontraban en una situación arriesgada; entrando a toda velocidad, confiando en la suerte y las estadísticas, en que todo el tráfico se encontrara exactamente allí donde debía estar. Era posible hacer eso varias veces durante una vida y confiar en que no se te acabara la suerte.
—Recibiendo señal de la estación —dijo Hilfy—. Creo que ahora son tc’a. Se debe a nuestra emisión knnn.
—Córtala. Manda a la estación nuestra auténtica señal de identificación. Informa de que hemos sufrido un ataque pirata; daños y situación de emergencia, probablemente llevamos polvo y rocas siguiéndonos.
—Entendido —dijo Hilfy.
Pyanfar conectó de nuevo el frenado, obligando a la nave a que se ajustara un poco más a lo que sería una velocidad racional, y un tablero se llenó de luces rojas. Pyanfar activó un tablero de emergencia mientras que Haral se quitaba el cinturón y se inclinaba en el orificio que había junto a su consola, efectuando frenéticos reajustes.
Dioses, quizás hubiera kif en el muelle de Kirdu. Lo más seguro era que hubiera kif allí y muy posiblemente uno de ellos vendría de Urtur. Pero ahora estaban en Kirdu: los mahendo’sat se encontraban aquí en territorio propio, tenían la suficiente dentadura para protegerlo y no aceptarían ningún jaleo causado por visitantes. Pedirían explicaciones por su modo de entrar, claro, y ojalá los dioses no permitieran que el polvo arrastrado en su entrada diera en algún blanco perteneciente a los mahendo’sat, o tendrían que darles algo más que una explicación.
—Algo ha salido de la estación —dijo Tirun y una imagen apareció en la pantalla número dos. Cuatro naves, una detrás de otra, avanzando hacia la Orgullo para interceptarla, sus contornos algo borrosos por el retraso en la transmisión.
—Hilfy —dijo Pyanfar—, da la señal de alerta general a todas las naves hani dentro del sistema.
—Hecho —dijo Hilfy, obedeciéndola. Haral volvió a su puesto, empezando a trabajar con premura en el computador. En la pantalla número uno aparecieron las primeras estimaciones de posición sobre las naves recién avistadas y sobre el resto del sistema.
Probablemente se trataría de la guardia de la estación: la Orgullo había quebrantado un buen montón de reglas desde el mismo instante de su entrada. En esos instantes, sin duda, algún desgarbado oficial de estación mahe estaba enterrado entre montones de libros legales buscando penas que aplicar. Pyanfar arrugó la nariz al pensar en las multas, los recargos y las discusiones.
—Recibiendo señal de las naves que han abandonado la estación —dijo Hilfy—. Son mahendo’sat, confirmado.
—Bien —Pyanfar emitió un suspiro de alivio. Otras posibilidades mucho peores no habían estado fuera de lo concebible—. Geran —dijo por el comunicador general, Chur. ¿Me recibís ahí abajo? Estamos bien y la estación nos envía una escolta.
—La recepción es clara, capitana.
—¿Todo bien ahí abajo? ¿Cómo está Tully? ¿Le tenéis bajo observación?
—Está aquí en la sala, con nosotras —dijo Geran—. El efecto de las drogas se está desvaneciendo. Se encuentra algo aturdido pero ya se entera de casi todo.
—No quiero correr más riesgos, maldita sea; ¿quién le ha declarado fuera de sospechas por el momento? Encargaos del número cuatro para aproximación, así nos ayudaréis un poco; y quiero que Tully esté bien vigilado.
—Yo amigo —la voz de Tully, hablando en hani. Y luego otro torrente de palabras, esta vez en su propia lengua.
—Que se calle —bufó Pyanfar, y al cabo de unos instantes se hizo el silencio.
—Hecho —le informó la voz de Chur, y Tirun se detuvo un momento en su frenética labor para arriesgarse a beber un sorbo de la botella de plástico que había bajo la consola.
Se la pasó a Hilfy, y ésta a Tirun, que la entregó a Haral y, finalmente, llegó a manos de Pyanfar. No quedaba mucho líquido pero su frescor le vino muy bien. Pyanfar decidió investigar los daños mediante el ordenador y a medida que la información iba apareciendo, aún incompleta, se mordió los labios. Miró hacia la derecha y vio que Hilfy estaba escuchando algo con una expresión de cansancio en su rostro hinchado.
—Cuando tengan bien instalado al Extraño pasa todas esas funciones abajo —le dijo Pyanfar, mirando luego a Haral, que seguía haciendo cálculos—. Daños indeterminados —le dijo a ésta, en voz baja, para que nadie más la oyera—. No encuentro fallos en las respuestas de los sistemas internos, y eso ya es algo. No deberíamos tener problemas en el atraque pero tendremos que hacer reparaciones a toda prisa y, por los dioses, no se me ocurre ningún modo de financiar los sobornos.
—Tía —dijo Hilfy—, la estación al habla, quieren comunicarse contigo personalmente. Les dije que…
—Capitana. —Una comunicación de abajo, con prioridad uno, hizo aparecer una imagen en pantalla.
Nave a distancia de salto, acercándose, a popa.
—Dioses… —siseó Pyanfar—. Maldición para todos los kif… Hilfy, identificación, deprisa.
Hilfy vaciló durante una fracción de segundo y Tirun ya estaba extendiendo su largo brazo, entrometiéndose en su parte de los controles. Un gemido brotó del altavoz, haciéndole fruncir el ceño a Pyanfar.
—Knnn —dijo Tirun—, capitana, son esos condenados knnn.
—No sabemos si se trata de esos knnn —respondió secamente Pyanfar, agarrando el micro con brusquedad y agitándolo irritada en dirección a Hilfy—. Estación. La estación, sobrina, y procura despertar.
La luz se encendió en el tablero.
—Adelante —dijo Hilfy, con aspecto inquieto y las pupilas muy dilatadas, haciendo bajar de volumen la señal knnn.
—Aquí la Estación Kirdu —dijo la voz traducida por la máquina—. Elevamos protesta urgente severa por esta entrada. Avance despacio, capitana hani aproximándose.
—Aquí la Orgullo de Chanur, Pyanfar Chanur al habla. Nos estamos acercando con nave sin identificar a popa y con averías, pero no hemos perdido la capacidad de maniobrar. La nave que tenemos detrás puede suponer una amenaza para la estación; sugerimos que su escolta se fije atentamente en ella.
El comunicador permaneció silencioso por un tiempo superior al exigido por la demora de transmisión.
—La escolta está pasando por el punto de regreso —dijo Geran en voz queda desde el otro centro de operaciones—. Capitana, van a pasar de largo junto a nosotras para echarle una mirada a ese bastardo.
Pyanfar vio que estaba en lo cierto y luego se concentró de nuevo en el ordenador, del que brotaban ya nuevas estimaciones sobre la posición de la nave que tenían detrás. Estaba muy cerca y se movía a gran velocidad, sin dar señales de reducirla.
—Tengo un contacto hani —dijo Hilfy—. Tahar.
—Dioses y truenos… —No era una casa amiga de Chanur. Pyanfar recibió la señal en su tablero—. Nave Tahar, aquí Pyanfar Chanur. Manténganse alerta en previsión de problemas. No se dejen coger desprevenidas en el muelle.
—Chanur, aquí Dur Tahar. ¿Se trata de sus problemas?
—De momento no tienen patente especial de propiedad, Tahar. Mi advertencia es que se mantengan lejos de la estación, por si acaso.
—Chanur —la interrumpió la voz mecánica de la estación—, capitana Tahar. Esto, contra reglas. Usen canal estación. Y la estación ordena quedarse. Ningún movimiento salida.
—Nos estamos acercando, estación. Advertimos de que se han perdido vidas y varias naves han sido destruidas. Si esa nave de ahí atrás es knnn, perfecto; pero si no lo es, Kirdu tendrá problemas.
Otra voz, áspera y llena de chasquidos. Kif.
—Ésa viene de una nave atracada en la estación —se apresuró a decir Hilfy—. La recibo en el direccional de la estación.
—¡Capitana! —la voz de Tirun—. La nave que nos sigue está empezando ahora mismo a reducir velocidad. Están frenando.
Pyanfar pestañeó lentamente, como si aquella tenue señal de buenas noticias no lograra penetrar muy bien en su aturdido cerebro.
—Ojalá los dioses hagan que sea una nave knnn —murmuró tragando aire—. Estación, deberían estar recibiendo nuestra señal sin demora; lo explicaremos todo tan pronto como lleguemos y podamos reparar nuestros problemas mecánicos. Les aconsejamos muy sinceramente que tomen las máximas precauciones y consigan una identificación visual de esa nave, aparentemente knnn, acercándose. Tenemos serias denuncias que presentar.
Silencio de la estación. Lo más probable era que las noticias no les estuvieran alegrando demasiado.
Pyanfar interrumpió la comunicación.
—Bastardos —se pasó la mano por los labios—. Cobardes. —La escolta pasó junto a la Orgullo, dirigiéndose hacía la nave que tenían detrás. Pyanfar se reclinó en su asiento mientras escuchaba los informes.
—Tía —dijo Hilfy por último—, confirmación visual mahendo’sat: es una nave knnn.
—Alabados sean los dioses —murmuró Pyanfar, quitándose el cinturón para poder moverse con mayor comodidad en el asiento. Estaban recibiendo señales de la estación y un torrente de instrucciones para el atraque empezaba a surgir en la pantalla número tres.
Así que detrás de la Orgullo no había ningún kif, sólo un knnn totalmente confundido y hecho un lío. Imaginó brevemente el estado emocional de aquellas extrañas criaturas, metidas de repente en un jaleo mucho mayor del que a los knnn les resultaba tolerable, dada su mentalidad. Quizá fuera una coincidencia, dado que las naves podían surgir en cualquier lugar desde mil destinos distintos. Sí, dioses, resultaba extraño que dos naves aparecieran tan cerca una de otra después de un salto, pero no era imposible. Kirdu tenía un tráfico muy superior al representado solamente por la Orgullo, después de todo: Kirdu era la civilización, al fin.
Su respiración fue calmándose gradualmente mientras observaba el diagrama indicador del camino hacia el muelle. Estaba cansada, desde luego. Le dolían los huesos y le hizo falta un buen esfuerzo de voluntad para efectuar las maniobras del atraque de forma manual y no confiando en los sistemas automáticos para que no la sorprendiera ninguna avería inesperada.
Por su mente estaban empezando a formarse ya todas las posibles discusiones a mantener con la nave Tahar: un préstamo, lo que fuera necesario para llevar a cabo las reparación de la Orgullo, pagarlas y salir a toda prisa de Kirdu. Ya tenían averías más que suficientes y, por encima de todo, no les hacía ninguna falta quedarse aquí de modo prolongado.
Si tenían mucha, mucha suerte, los kif estarían ahora viéndoselas con cierto knnn que había recogido algo del espacio en Urtur; y quizás ese knnn no encontrara nada divertida una broma hani. El gran hakkikt Akukkakk estaría todavía menos dispuesto a saborear esa broma en su justo valor, pero habría tenido que perder un buen rato negociando con los knnn para que le permitieran echarle un vistazo a lo que habían encontrado; y luego habría pasado un rato todavía menos agradable con los demás kif. Sí, realmente habría sido un rato nada agradable. A decir verdad, Pyanfar se encontraba bastante satisfecha.
Pero se habían encontrado un knnn nada más salir del salto, casi chocando con él.
Dioses, ¿acaso poseían aparatos capaces de permitir tal tipo de rastreo?
La voz de la nave knnn resultaba tan distante y extraña como la que habían duplicado en Urtur para escudo y disfraz de la Orgullo.
Sólo los dioses sabían el mensaje que había estado transmitiendo a cualquier knnn que las escuchara: «¿Seguidme?». «¿Ayudadme?». ¿Quizás algo mucho menos amistoso?
Quizá los tc’a lo supieran pero la estación de Kirdu no contaba con ningún tc’a dispuesto a responder esas preguntas.
Cuando llegaron al muelle ocuparon una posición paralela a la de la nave Tahar.
Kirdu, al parecer, deseaba tener bien juntos todos sus problemas hani, asignándoles diques contiguos. En parte ello era bueno pues les permitía hablar sin testigos, pero en parte no era nada bueno porque hacía de las dos naves un solo blanco.
—¿Dónde están los kif? —le preguntó Pyanfar sin miramientos a la estación, desdeñando todo posible rodeo—. No pienso meter la nariz en la estación sin saber cuáles son sus diques.
—Números veinte y veintiuno —le informó la estación—. En números intermedios mahe y stsho, no hay problema, no hay problema, capitana hani. Por favor, ocupe dique.
Pyanfar arrugó la nariz y les obedeció, no de muy buena gana.