Lo que estaban construyendo en las gélidas entrañas de la Orgullo bajo las luces de los focos era un monstruo, igual que Tully. Había empezado teniendo una forma vagamente hani y en su origen fue una cápsula para operar fuera de la nave a la que se le habían ido quitando partes y que nunca consiguieron endilgarle a otra nave hani. El artefacto se había ido haciendo más y más largo y ahora, cortado en secciones cubiertas de tubos y conductos, poseía un ruidoso y no muy fiable sistema de mantenimiento vital.
—Traed a Tully —dijo Pyanfar, colocando la última soldadura que debía hacer funcionar el sistema—. Despertadle y traedle aquí. —Y Chur, cubierta como las demás con el polvo y la suciedad de su trabajo, fue a cumplir la orden.
Pyanfar siguió trabajando, sudando y lanzando una maldición cuando el sistema se estropeó de nuevo lanzando una nubecilla de humo. Quitó la pieza estropeada y buscó una nueva, colocándola en su lugar y felicitándose luego al comprobar que por fin funcionaba: con una vibración suave, una hilera de luces verdes se encendió y apagó a lo largo del cinturón y dentro del casco. Sonrió una vez más y se limpió las manos en los pantalones azules de faena que se había puesto para llevar a cabo esta sucia labor. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había llevado esa ropa azul llena de remiendos y había tenido las manos llenas de ampollas. En su juventud había hecho trabajos parecidos obedeciendo a otra capitana de la Orgullo, pero sólo Haral y Tirun podían recordar tales días. Se lamió la quemadura de un dedo y se acuclilló sobre la cubierta, observando satisfecha el funcionamiento de la unidad. Dejemos que trabaje un poco, decidió, para ver si puede aguantar. El traje parecía devolverle la mirada, rígido e inmóvil sobre sus enormes pies, reflejándola como una lejana miniatura sobre la curvatura del visor. Parecía un demonio mahendo’sat: le faltaban dos miembros para poder mantener con orgullo tal pretensión pero con todas las tuberías al descubierto y sus proporciones deformes resultaba bastante horrible recortado contra la oscuridad del taller. Al olor de la soldadura se mezclaba un débil aroma a sangre. Un cubo iba recogiendo las gotas de sangre que, de vez en cuando, caían en los despojos que colgaban bajo las luces, detrás del traje. Su tamaño era un poco superior al de una hani: lo habían suspendido con una cadena del riel superior del montacargas, con su flaca y alargada cabeza colgando de un cuello aún más prolongado, para que se descongelara y fuera goteando. El calor de las luces estaba empezando a conseguir que oliera mal. Los largos miembros ya habían recobrado casi la flexibilidad y el vientre abría su oscuro agujero. Uruus: una carne dulce y llena de grasa, cuyo mejores bistecs ya iban en dirección de la cocina. El despojo estaba lleno de cortes pero eso no hacía sino alargar los miembros y prolongar la línea de los cuartos traseros.
La puerta, perdida en la oscura lejanía, se abrió y volvió a cerrarse; luego se oyó el roce de unos pasos sobre el suelo metálico. Pyanfar preparó su traductor y no logró recibir nada pero podía ver cómo las luces se iban encendiendo en el vasto recinto oscuro, reflejándose de un modo espectral a causa de la curvatura de la cubierta superior que constituía el techo de la vasta cámara de almacenamiento. Pronto distinguió dos siluetas, una de ellas muy alta y pálida. Siguió esperando, sentada, mientras las luces iban encendiéndose y apagándose a lo largo de la cámara, como si la secuencia automática fuera acercando a ella cada vez más las dos figuras.
Tully y Chur, claro. El Extraño venía sin oponer resistencia pero cuando estuvo lo bastante cerca para verlo todo se detuvo en seco y la luz que le había estado precediendo se apagó, dejándole a él y a Chur en tinieblas, a unos pasos del área iluminada en la que estaba sentada Pyanfar. Entonces ella se puso en pie, distinguiéndole claramente en la penumbra.
—Tully, no pasa nada. Ven, Tully, todo anda bien.
Él se acercó lentamente, como una sombra extraña más perdida en aquel cúmulo de cosas extrañas, y Chur le cogió del brazo, sólo por si acaso, contempló el traje vacío y luego el despojo colgado del techo, y siguió mirándolo largo rato.
—Animal —dijo Pyanfar—. Tully, deseo que veas lo que estamos haciendo. Quiero que lo comprendas. ¿Me has oído?
Se volvió hacia ella con los ojos hundidos en sus cuencas cubiertas de sombras. El ángulo de la luz hacía destacar su pálida melena y los rasgos de un rostro que, decididamente, nada tenía de hani.
—¿Me ponéis en eso?
—Pondremos eso en el traje —le dijo Pyanfar con voz animada—. El transmisor mandará su señal tan fuerte como pueda. Le diremos a los kif que te estamos echando de la nave y les daremos eso. ¿Me entiendes, Extraño? Haremos que persigan ese traje y echaremos a correr.
Estaba empezando a comprenderlo. Sus ojos recorrieron velozmente por segunda vez todo el cuadro: el traje vacío, el despojo a medio descongelar.
—Sus instrumentos ven dentro de él —dijo.
—Los instrumentos los registrarán, sí, y eso es lo que obtendrán.
Hizo un gesto hacia el despojo.
—¿Esto? ¿Esto?
—Comida —dijo ella—. No es una persona, Tully. Animal. Comida.
De pronto en su rostro floreció una sonrisa casi alarmante. Su cuerpo se agitó con un ruido ahogado que ella reconoció un segundo después como carcajadas. Le dio una palmada a Chur en el hombro y volvió hacia ella ese rostro convulso de cuyos ojos brotaba líquido y en el que aún se veía esa horrible mueca de mahendo’sat.
—Tú == al kif.
—Metedlo dentro —dijo ella, señalando el despojo—. Traedlo aquí y metedlo dentro.
Echa una mano, Tully.
Y eso hizo, tensando su cuerpo desgarbado contra el peso medio helado del despojo, ayudando a Chur, con algún gesto fugaz de lo que quizá fuera repugnancia ante el aspecto o el tacto de la carne. Pyanfar desconectó el sistema vital del traje, abrió su obra de arte y arrugó la nariz cuando Chur y el Extraño se acercaron con el maloliente despojo. Un trabajo desagradable. Hizo a un lado sus escrúpulos y se encargó ella misma de meter el despojo en el interior del traje, pues tenía cierta idea sobre el mejor modo de hacerlo encajar. La cabeza entraba bien en el casco y el cuello iría bien para rellenar lo que faltaba de cuerpo: había que romper un poco el costillar y luego bastaba con seccionar los rígidos miembros y enderezarlos dentro del traje.
—Olerá muy bien si hace un poco de camino con el calefactor puesto —observó Chur.
Tully lanzó de nuevo su risa ahogada y se limpió el rostro, manchándose el bigote con la mezcla de sangre y polvo que le cubría los brazos hasta el codo. Pyanfar sonrió también, percibiendo de pronto lo incongruente del espectáculo: aquí estaba, acuclillada en la penumbra con un alienígena medio loco y un traje lleno de carne de uruus, los tres cómplices de una disparatada conjura.
—Sostenlo —le ordenó a Chur, intentando cerrar el sello del vientre. Chur apretó los dos lados del traje por la parte inferior y Tully la ayudó por arriba y finalmente obtuvieron su recompensa: el traje estaba cerrado y tenía la forma de Tully—. Venid —dijo Pyanfar poniéndose en pie, y Tully, ayudado por Chur, cogió el traje por los hombros, avanzando con él hasta que las luces se dieron por enteradas de su presencia y empezaron a encenderse y apagarse a lo largo de su trayecto.
—¿La escotilla de carga? —preguntó Chur.
—La esclusa —dijo Pyanfar—. ¿O es que acaso los pasajeros abandonan seguramente las naves por alguna otra ruta?
No se trataba de una carga ligera. Avanzaron con paso tambaleante transportando el peso incómodo del traje y en la siguiente sección lo depositaron sobre un transporte con un suspiro de alivio. El traje parecía un cadáver, con el espejo del visor contemplando ciegamente el techo. Tully estaba blanco y temblaba a causa del esfuerzo: tenía la piel cubierta de sudor y tuvo que agarrarse al extremo del transporte, jadeando pero con los ojos brillantes.
—Eres Pyanfar, ¿verdad? —le preguntó entre un jadeo y otro—. ¿Pyanfar?
—Sí —admitió ella, rascándose la nariz con una mano sucia y pensando que era imposible ensuciarse más, señalando luego con un gesto a Chur y pronunciando de nuevo su nombre.
—Yo == —dijo él, asintiendo. Las ayudó a empujar con gran entusiasmo y por fin lograron poner en movimiento el transporte a lo largo del pasillo que cruzaba el almacén interno, pasando junto a las enormes sombras de los tanques y la maquinaria hasta emerger otra vez en las secciones iluminadas normalmente de la cubierta inferior, donde el techo era más bajo. Por fin, siguiendo ya por los corredores normales, llegaron a la esclusa.
—¿== él va a ==? —preguntó Tully, tropezando mientras las ayudaba a bajar el traje del transporte y mirando con cierto nerviosismo hacia la izquierda donde se empezaba a abrir la compuerta interior de la esclusa—. ¿Sale rápido fuera?
—Ah, no —dijo Pyanfar. Pasó los pies del traje por la abertura y los apoyó al otro lado mientras que Chur y Tully hacían pasar el resto del cuerpo y acababan poniéndolo en posición vertical—. Así, junto a la compuerta exterior. Cuando la abramos saldrá sin ningún problema a través de la esclusa. —Plantó bien los pies en el suelo y añadió su peso al de Tully y Chur, que se esforzaban al máximo, para retroceder luego y examinar su obra de arte con una sonrisa, pensando en los kif. Puso en marcha el sistema de mantenimiento vital con los botones del cinturón y el traje, a mínima potencia, se irguió un poco más. Pyanfar lo desconectó, ya que no quería malgastar un buen cilindro.
También Tully se quedó unos instantes contemplando el traje, jadeante y sudoroso, con los brazos a los costados, una expresión algo distraída iba sustituyendo de repente a su anterior alegría: una expresión en la que había algo parecido a un estremecimiento, como si después de todo aquello hubiera empezado a pensar en ese traje y en su situación y estuvieran empezando a ocurrírsele muchas preguntas que aún no había hecho.
—Fuera —dijo Pyanfar, agitando el brazo hacia Chur para que se apartara e incluyendo a Tully en su gesto. Tully vaciló unos instantes y ella avanzó para cogerle del brazo y sacarle de su aparente distracción y de pronto él le puso una mano en un hombro y luego en el otro, inclinando su cabeza sobre su mejilla en un gesto fugaz para apartarse a toda prisa, dejando caer la mano con igual velocidad a la que habían usado las orejas de Pyanfar para pegarse al cráneo. Pyanfar estuvo a punto de bufarle pero en vez de eso, lentamente y con cierta dificultad, le dio un golpecito en el hombro y le hizo cruzar la esclusa hasta el pasillo.
Gracias, parecía significar ese gesto. Bueno. Así que Tully sabía entender las cosas con bastante sutileza. Agitó las orejas y consiguió con ello que Chur se volviera rápidamente a mirarla y luego, de un leve empujón, hizo que Tully avanzara hacia ella.
—Ve a limpiarte —le dijo—. Date una ducha, ¿me oyes? ¡Lávate!
Chur le cogió el brazo indicándole que le ayudara con el transporte y los dos se fueron por el corredor para devolverlo a su lugar de origen, Pyanfar expulsó una breve bocanada de aire y cerró la compuerta interior dirigiéndose luego hacia el lavabo común donde había dejado sus otras ropas, sintiendo aún un cierto escozor allí donde la había tocado la mano del Extraño.
Pero había comprendido lo que estaban haciendo: había percibido cuál era la intención de aquella mascarada y se daba cuenta de que no todo en ella era divertido.
Malditos kif.
Y entonces recordó el rostro alargado y solemne del uruus, tan benignamente estúpido, y al pensar en el altivo orgullo del gran hakkikt de los kif no pudo sino arrugar la nariz emitiendo una risa en la que había muy poco buen humor.
La cena estaba ya casi preparada y un delicioso aroma llegaba de la cocina superior, donde Hilfy y Geran llevaban ya cierto tiempo trabajando, con ocasionales viajes a las instalaciones más amplias del piso inferior. Esta vez iba a tratarse de un auténtico festín, uno de esos guisos magníficos en los que tan hábil resultaba Geran: era la penúltima contribución hecha por el uruus para su bienestar y había sido preparada con todo el cuidado que dedicaban a la comida en viajes más normales durante los cuales las comidas eran una auténtica obsesión, una apreciada pausa en la rutina y un arte que practicaban para el deleite de sus pasajeros ocasionales y para sorprenderse unas a otras.
A modo de bienvenida, una aromática corriente de aire empezó a brotar por el pasillo y Pyanfar preparó las conexiones con el comunicador del puente, tomando las disposiciones necesarias para asegurar el funcionamiento de los aparatos, con las manos casi temblando, tanta era su hambre, sintiendo un enorme hueco en el centro de su dolorido estómago. Hasta el momento por el comunicador no habían llegado transmisiones que hicieran pensar en más problemas de los que ya tenían y el uruus dentro del traje seguía esperando en la esclusa, inmóvil y derritiéndose lentamente, como vio al echar una breve mirada en la pantalla, apoyándose en sus pies deformes y sostenido contra la compuerta exterior. Desconectó la imagen y comprobó otra vez la conexión cocina/sala común, recibiendo por un momento la voz de Hilfy. Luego, invirtiendo la conexión, maldijo con toda su voluntad a cualquier kif que se atreviera a interrumpir esa hora tan duramente ganada. Pero la conexión estaba allí, por si hacía falta en un momento dado, y la unidad de la sala común les informaría de cualquier nuevo acontecimiento. Habló con Geran y transmitió a la nave su aviso de que todo estaba listo. Unos momentos después salió del puente y se dirigió hacia el comedor, otra vez limpia y también relamiéndose ya ante el banquete.
El espectáculo le hizo sonreír tanto por dentro como por fuera: la mesa había sido extendida al máximo, de tal forma que apenas si tenían espacio para sentarse a su alrededor y en el centro se desplegaba una abundante muestra de fabuloso arte culinario. Bandejas de carne, por los dioses, nada de salazón y patatas ultracongeladas: auténticas fuentes de salsa en la que flotaban suculentos pedazos adornados con hierbas y crujientes guarniciones. La habitación, blanca y estéril normalmente, se había transformado: Geran y Hilfy daban a toda prisa los últimos toques repartiendo los almohadones con sus abigarrados dibujos hechos en rojo, oro y azul, los colores heráldicos de Chanur.
—Maravilloso —dijo Pyanfar, inhalando el aroma. Había sitio para siete. Oyó el ascensor y se volvió hacia el pasillo, por el que no lardaron en aparecer Haral y Chur con Tully siguiéndolas y, en último lugar, Tirun, que avanzaba cojeando apoyada en la muleta que había improvisado con un trozo de tubería—. Sentaos, sentaos —les indicó Pyanfar tanto a ellas como a Tully y todos fueron acomodándose lo mejor posible en el escaso espacio disponible, rozándose casi unos con otros. Pyanfar ocupó el asiento del extremo que daba al puente y Haral el que daba a la cocina, mientras que Tirun y Chur dejaban a Tully casi aprisionado entre ellas, con Hilfy y Geran al otro lado de la mesa. El intruso ofrecía así un extraño espectáculo con su melena entre blanca y dorada flanqueada por el oro rojizo de las dos y sus hombros sin vello contrastando con el rojo oscuro de sus compañeras de mesa: Tully se había encogido lo más posible, intentando no ocupar el espacio reservado a los demás asientos. Pyanfar rió levemente, cada vez más satisfecha, y entonó la petición de salud a la cual respondieron las otras y que sobresaltó un poco a Tully por su estruendo.
Luego se llenó la copa con el efe de su propia botella y las demás imitaron su gesto, sirviéndose de las suyas, con un leve retraso por parte de Tully. Durante unos instantes se oyó solamente el tintineo de los cubiertos y el ruido de las copas y los platos en tanto que los monumentos de Hilfy y Geran quedaban rápidamente demolidos. Tully iba probando pequeñas cantidades de cada plato cuando éstos pasaban ante él en el centro giratorio de la mesa, sirviéndose al principio con parquedad como si no estuviera demasiado seguro de a qué raciones tenía derecho. Luego, a medida que fue observando disimuladamente lo que comían todas, fue cogiendo trozos más grandes a los que añadió salsa, reservándose más de una vez raciones de algo que, muy evidentemente, se agotaría antes de pasar por segunda vez ante él. No dijo ni palabra durante todo ese tiempo.
—Uruus —dijo Chur con una sonrisa maligna, pinchándole suavemente el brazo con una garra para atraer su atención, señalando hacia la carne—. El mismo animal que le daremos a los kif.
Tully puso momentáneamente cara de no entender, pinchó el filete con su cuchillo y alzó los ojos de nuevo hacia el rostro sonriente de Chur.
—¿El mismo?
—Él mismo —le confirmó Chur. Tully puso una cara bastante rara y luego siguió comiendo. Rió brevemente para sí mismo, con su habitual alegría de loco, los hombros encorvados y su atención totalmente concentrada en la comida, apartando los ojos de ella sólo los segundos necesarios para fijarse en las demás e intentar usar los cubiertos al estilo hani.
—¿Bueno? —dijo Pyanfar, rompiendo el silencio general. Tully alzó la vista de inmediato, mirándolas a todas por turno, sin saber quién había hablado. El traductor que resonaba en su oído carecía de personalidad—. Yo, Pyanfar. ¿Todo bien, Tully? ¿Te gusta esta comida, es la adecuada?
—Sí —respondió él—. Estoy hambriento. —Hambriento, dijo sin la menor pasión el traductor en su oído pero la expresión de su rostro en esos instantes lo decía todo al respecto. Los golpes parecían destacar aún más bajo la luz blanca de la habitación y la angulosa osamenta de su cuerpo se hubiera dicho a punto de romper la piel de sus hombros y costillas.
—Dice que casi siempre tiene frío —intervino Chur—. Después de todo carece de nuestra protección natural. Intenté ponerle una chaqueta pero es demasiado pequeña para él. Me la ha pedido, dice que la abrirá un poco. Quizá sería mejor empezar dejándole algo de Haral.
—Seguiría resultando demasiado pequeño para esos brazos —dijo Haral, contemplándole con expresión pensativa—, pero veré lo que puedo encontrar.
—Frío —dijo Tully, comprendiendo muy poco de la conversación.
—Lo estamos intentando, Tully —dijo Chur—. Le acabo de pedir eso mismo a Haral, ¿entiendes? Puede que encontremos algo para ti.
Tully asintió.
—== == —dijo con cierto abatimiento y luego el rostro se le iluminó—. Bueno. ¡Bueno! —dijo, señalando a la comida.
—No te estarás quejando, ¿verdad? —comentó Pyanfar—. No… ¡dioses!
Del comunicador brotó repentinamente una canción knnn y Tully dio un salto. Todas contemplaron con expresión algo inquieta el altavoz y Pyanfar dejó escapar un lento suspiro cuando quedó claro que la transmisión estaba toda en knnn. Sólo Tully siguió con los ojos clavados en el comunicador.
—No es nada —dijo Pyanfar—. Otra vez los knnn. Lo desconectaré en seguida. —Miró a las demás, el rostro nuevamente serio y la mente concentrada en el trabajo—. Tenemos preparado un rumbo, por si llegara a ser necesario. Está en el ordenador para cuando haga falta. Y acabará haciendo falta. Chur, Tully y yo estuvimos preparando una pequeña distracción, un regalo para los kif que les costará perder velocidad crítica si quieren apoderarse de él. Lo preparamos de modo que tenga un aspecto atractivo para sus sensores.
Un momento de silencio.
—¿Puedo hablar? —preguntó Hilfy.
Pyanfar asintió sin más comentario.
—¿Adónde? —dijo Hilfy—. Si vamos a salir corriendo, ¿hacia dónde iremos? ¿Otra vez a Punto de Encuentro?
—No. Claro que estuve pensando en ello como una manera de hacerle perder la pista a los kif, pero cuando empecé a pensarlo detenidamente una y otra vez… Estuvimos a punto de no conseguirlo en el trayecto hacia aquí con toda la masa de Urtur para guiarnos y por mucho que recemos no hay modo de conseguirlo invirtiendo el camino con la poca masa de Punto de Encuentro para guiarnos. He estado trabajando mucho con los rumbos posibles y no hay otra solución que Kirdu, en dos saltos. Es una estación grande y puede que allí tengamos ayuda disponible.
—Los kif se lo habrán imaginado también —dijo Geran—. Nos interceptarán en Kita.
—Pues daremos los saltos a toda velocidad —dijo Pyanfar, tomando un sorbo de efe—. No hay otro modo, Geran, absolutamente ninguno.
—Dioses —musitó Chur con muy poca diplomacia. Hilfy parecía inquieta y sus ojos no se apartaban de las demás, que tenían más experiencia. Tully había dejado nuevamente de comer y también él las miraba, entendiendo parte de la conversación.
—Un salto consecutivo al inicial —le dijo Pyanfar a Hilfy—. Ningún retraso para tiempo de recuperación, ninguna disminución de velocidad en el intervalo y, bien lo saben los dioses, bastante riesgo en cuanto al lugar adonde vayamos a parar: puede que nos llevemos en el salto parte de este polvo y rocas. Pero el riesgo sigue siendo preferible a quedarnos aquí sentadas mientras la población kif sigue aumentando. Debemos llegar a un punto de salto: Kita. Después del Punto Kita los kif tendrán que escoger entre tres destinos posibles para nosotras: Kura, Kirdu y Maing Tol. Puede que acaben acertando, pero deberán enviar algunas naves para cubrir las otras dos posibilidades.
—Estamos yendo a casa —dijo Hilfy, no muy segura.
—¿Quién habló de ir a casa? Vamos a resolver este lío, eso es lo que haremos. Vamos a encargarnos de unos cuantos kif buscando un lugar en el que nos sea posible encontrar aliados. Eso es lo que haremos.
—Entonces, la nave Faha; podríamos avisarles.
—Cómo, ¿piensas ir diciendo por ahí cuál es nuestro destino? También ellas imaginarán que nuestra mejor esperanza es Kirdu y probablemente irán allí.
—Podríamos avisarles. Aquí, ahora. Darles una oportunidad para que huyan.
—Saben cuidarse de sí mismas, como ya han demostrado en otras ocasiones.
—Después de que fuéramos nosotras las que trajimos aquí el problema.
—Ésa es mí decisión —dijo Pyanfar.
—No estoy de acuerdo y creo que…
—No podemos ayudarlas meramente yendo hacia ellas. Y si no es yendo hacia ellas, ¿cómo piensas enviarles un mensaje? Lo único que podemos conseguir de ese modo es empeorar su situación. ¿Me has entendido?
—Lo he entendido —sus orejas se pegaron al cráneo y luego volvieron a erguirse con un leve esfuerzo. El silencio era absoluto y sólo lo rompía el gimoteo de los knnn, motivado por lo que les impulsaba a cantar, fuera lo que fuera.
Y de pronto el gimoteo se detuvo.
—¡Dioses! —murmuró Haral irritada, con sus ojos llenos de preocupación fijos en el otro extremo de la mesa, Pyanfar le devolvió su mirada y luego observó al Extraño.
—Pyanfar —dijo Tully, que sostenía su copa como si se hubiera olvidado de ella, con algo parecido al pánico en su expresión, obviamente cada vez más deseoso de hablar e incapaz ya de contenerse—. ¿Yo hablo? —le preguntó. Pyanfar asintió—. ¿Qué movimiento hará esta nave?
—Nos acercaremos más a nuestro territorio, al espacio hani. Vamos hacia donde los kif no puedan seguirnos tan fácilmente, hacia donde hay demasiado tráfico hani y mahendo’sat como para poder atacarnos igual que ahora. Un sitio mejor, ¿entiendes? Más seguro.
Dejó la copa sobre la mesa haciendo un gesto impreciso con su mano de largos dedos carentes de uñas.
—Dos saltos.
—Sí.
—==. Necesito ==, capitana ==.
Ahora estaba muy nervioso, terriblemente inquieto. Pyanfar tomó aire intentando calmarle con un gesto.
—Otra vez Tully, dilo otra vez. De un modo distinto.
—¡Dormir! Necesito dormir en salto.
—Ah, igual que los stsho. También ellos necesitan dormir entonces. Sí. Ya lo entiendo. Te daremos drogas para que duermas, no tengas miedo.
Había empezado a temblar. De pronto sus ojos empezaron a llenarse de líquido y el intruso agachó la cabeza, limpiándoselos en silencio. Nadie habló, comprendiendo lo intenso de sus emociones en aquellos instantes. Quizás él se dio cuenta del silencio porque de pronto, con un gesto brusco, cogió su cuchillo y pinchó con él un pedazo de carne que tenía en el plato. Se lo llevó a la boca y empezó a masticar, sin levantar nunca la cabeza.
—Necesitas drogas para dormir —dijo Pyanfar—, y los kif te hicieron pasar el salto sin ellas. Eso es lo que hicieron, ¿verdad?
Él la miró.
—¿Estabas solo al empezar todo, Tully? ¿Había otros contigo?
—Muertos —dijo él con la boca llena, tragando con dificultad—. Muertos.
—Estás seguro de ello.
—Estoy seguro.
—¿Hablaste con los kif? ¿Respondiste a sus preguntas?
Una negativa con la cabeza.
—¿No?
—No —dijo Tully, bajando nuevamente los ojos hasta esconderlos bajo sus pálidas cejas—. Dimos un == erróneo a su traductor.
—Cómo, ¿palabras erróneas?
Seguía teniendo el cuchillo en la mano, con un trozo de carne en él: se había olvidado de la comida.
—Manipuló su traductor para que no funcionara —exclamó Tirun, encantada—. ¡Dioses!
—¿Y el nuestro no? —le preguntó Pyanfar.
Los ojos de Tully buscaron su rostro.
—Pensé que te apresuraste mucho a entrar aquí —dijo Pyanfar—. Qué Extraño tan listo… Hablaste de nosotros.
Entonces, al principio había más de vosotros en manos de los kif.
—Los kif cogen cuatro de nosotros. Nos llevan a través del salto sin medicina, despiertos, ¿entiendes?, tampoco nos dan comida buena y poca agua, nos hacen trabajar ante teclado de su traductor igual vuestro. Sabemos lo que quieren de nosotros. Trabajamos despacio, hacemos no entender teclado, no entender los símbolos, trabajo muy despacio. Dan muy poco tiempo. Nos pegan mucho, nos sacuden mucho, nos hacen trabajar en la máquina, trabajar rápido. Trabajamos todo mal en máquina, hacemos muchas palabras equivocadas, esta palabra por esa otra palabra, cinta larga, larga; algunas bien, muchas mal. Un día, dos, tres… lodo mal. —Una mueca fugaz retorció sus rasgos—. Hacen funcionar cinta y nosotros más error. Entienden lo que hacemos, cogen uno de nosotros, la matan. Nos pegan mucho a todos. Nos dan otra vez mismo trabajo, hacer cinta que quieran. Hacemos cinta dos mal, equivocada distinto. Los kif matan luego otro de mis amigos. Yo, un hombre nombre Dick James, dos en nave que viene a estación. Nos hacen conocer ese Akukkakk, él viene bordo nave vernos. Él… —Otra convulsión del rostro, un gesto incomprensible—. Él… coge brazo mi amigo, rompe, rompe muchas veces dos brazos, pierna, yo hago lucha con él, nada bueno, me pega… sale fuera. Y mi amigo… pregunta… le mato, ¿entiendes? Yo lo hago; mato mi amigo, == kif ya no más daño él.
Ahora en la mesa reinaba un silencio mortal. Pyanfar carraspeó levemente. Las demás guardaban silencio con las orejas pegadas al cráneo y las pupilas muy dilatadas.
—Vienen —prosiguió Tully en voz baja—. Encuentran mi amigo muerto. Kilos = enfadados, me pegan, me traen hacia segunda nave. Fuera. Muelles. Corro. Corro mucho tiempo. Vengo vuestra nave. —Agachó la cabeza y luego las miró con una pálida sonrisa de mahendo’sat—. Hago teclado bien vosotras.
—Ese kif está buscando sangre —dijo Haral.
—Tully —le dijo Pyanfar—. Entiendo el que tengas mucho cuidado al responder a las preguntas sobre tu lugar de origen. Pero apostaría a que tu espacio está cerca de los kif. Escúchame; creo que tu nave se metió entre ellos y ahora saben que existe una especie capaz de viajar por el espacio cerca de sus territorios, una especie a la que pueden robar a placer, o a la que tienen un miedo mortal pues quizá represente un peligro para ellos. No sé cuál es la verdad pero eso es lo que desean de ti, me atrevería a jurarlo. Quieren saber más de ti. Y tú lo sabes. Y no sientes muchos deseos de hablar con nosotras sobre todo eso.
Tully permaneció muy quieto durante unos segundos.
—Mi especie es humana —Pyanfar oyó la palabra pronunciada en su propia lengua.
—Humana.
—Sí, ellos intentan preguntarme. Yo no digo; hago no entiendo.
—Tu nave no tenía armas. ¿No lleváis armas?
Ninguna respuesta.
—¿Ignorabais que pudiera haber peligro?
—No conocemos este espacio, no. Salto largo. Dos saltos. = oímos transmisión.
—¿Kif?
Sacudió la cabeza, diciendo que no a su manera.
—Oigo… —Señaló hacia el comunicador, que permanecía callado—. Eso. Hace ese sonido.
—¡Por todos los dioses! Eran knnn.
Se tocó el oído.
—Dilo otra vez. No entiendo.
—Knnn, un nombre. Una especie. Respiran metano. Estabas en territorio knnn. Las noticias son cada vez peores, amigo mío. El espacio knnn se encuentra entre los stsho y los kif.
—Capitana —dijo Geran—, sería capaz de apostar con un chi a que los stsho andan metidos en todo esto. Era su estación, después de todo, donde los kif andan con toda libertad en público por el muelle. Me atrevería a decir que los kif no tendrán que responder a ninguna pregunta ante los stsho.
Pyanfar asintió, pensativa, recordando su entrevista en la oficina stsho y el cambio que se había producido. Una sonrisa de bienvenida, esos impasibles ojos color de piedra lunar, esas delicadas y pálidas cejas. Sintió un escalofrío en la espalda.
—Lo cierto es que los stsho harían la vista gorda ante todo lo que oliera a problemas. Chiquilla —dijo, viendo las orejas de Hilfy pegadas a su cráneo, y sus pupilas dilatadas al máximo—, presta atención: así se portan nuestros amigos y aliados por esta zona. Que los dioses los pudran… Anda, come.
Tully removió inquieto el contenido de su plato, concentrándose de nuevo en él y Pyanfar, aún pensativa, masticó lentamente un bocado de carne.
Knnn, kif, stsho, Dioses, todo había entrado en ebullición cuando el Extraño, el humano, había caído de golpe dentro del caldero. Seguía notando un molesto y helado escozor en la espalda, como un viento frío surgido de la nada. El muelle en Punto de Encuentro con su extraña atmósfera, todos intentando afanosamente no ver ni oír nada fuera de lo normal, con un fugitivo suelto y los kif de caza.
No había nada especialmente malo en los stsho, salvo su deseo de evitarse problemas.
Siempre se habían portado así, pero en el fondo eran realmente distintos. No había ningún hani capaz de entender sus complicados modelos y rituales de conducta. Y ahora, si los knnn andaban metidos en algo con los kif… ¡Dioses!
Tenía la boca seca y para tragar la carne tuvo que tomar un sorbo de efe. Volvió a llenarse la copa. Tully comía con auténtico apetito, por lo que parecía. La comida iba desapareciendo a lo largo de toda la mesa y los platos circularon para ofrecerles una segunda ración.
—Voy a darle ciertas tareas a Tully —dijo—. Está claro que no puede leer, pero hay ciertas cosas que puede hacer —Tully la estaba mirando—. Sobrina —añadió—, ya no eres la más joven a bordo de la Orgullo en este viaje. Eso debería hacerte feliz.
El rostro atezado de Hilfy se descompuso en una mueca de inquietud.
—¿Es él el más joven?
—Un trabajador lleno de entusiasmo —dijo Pyanfar, arrugando la nariz—. Y, a partir de ahora, estará en parte bajo tu responsabilidad.
—Tía, yo…
—Ya te he dicho cuál es la situación, sobrina. ¿Me has entendido? Ya sabes con qué nos las estamos viendo y cuál es el precio del juego, ¿no?
—He comprendido —dijo Hilfy con voz queda—. No lo sabía pero estoy empezando a imaginármelo.
—Kif —bufó Geran—. Son muy distintos cuando tienen los números en contra.
—Hace mucho tiempo… —dijo Haral, y luego torció el gesto. La canción knnn de nuevo, aún más aguda—. Así se pudra.
—Muy cerca —opinó Pyanfar. La recepción era sorprendentemente clara. Sus ojos se encontraron con los de Haral, cada vez más inquietos, al otro extremo de la mesa. La canción prosiguió durante unos momentos, demasiado alta como para que fuera posible hablar, y luego se fue esfumando entre gimoteos ahogados, como el parloteo de un loco que baja de tono hasta callarse.
—Demasiado cerca —dijo Haral—. Capitana…
Pyanfar empezó a levantarse de la mesa, cediendo por fin ante el nerviosismo que sentía.
—Capitana Chanur —dijo el comunicador en un volumen mucho más reducido. Una voz toda chasquidos y chirridos, hablando en hani—. Capitana Chanur, no es preciso acusar recibo. Sólo escuche.
Pyanfar se quedó muy quieta, con el cuerpo rígido, mirando hacia el comunicador: el vello de su nuca estaba erizado y las orejas echadas hacia atrás. Todos se habían quedado inmóviles, como helados.
«—El trato rechazado en Punto de Encuentro ya no es posible. Ahora ofrezco nuevos términos más adecuados a la situación. Un nuevo trato. Podréis abandonar el sistema con toda seguridad, tanto vosotras como la nave Faha ahora en el muelle. Garantizo todo lo que realmente os interesa, a cambio de algo que no os interesa en lo más mínimo. Expulsa al vacío el resto de tu carga, ladrona hani. Ya conoces nuestras costumbres. Si actúas sabiamente no te perseguiremos más. Sabes que somos los legítimos propietarios de esa mercancía. Sabes que conocemos tu nombre y el de tus aliados. Siempre recordamos el mal que se nos hace. Todos los kif recordamos los crímenes cometidos contra nosotros. Pero debes limpiar tu nombre, Pyanfar Chanur. Es más, debes salvar las vidas de quienes no estuvieron implicados originalmente en tu acto de piratería. Devuélvenos nuestra propiedad, Pyanfar Chanur, y no emprenderemos ninguna acción posterior contra los Faha o contra vosotras. Ésta es mi mejor oferta. Y ahora ya sabes, por experiencia, que no se trata de una amenaza hueca. ¿Vale todo esto acaso vuestra destrucción y la de las Faha? ¿O piensas quizás huir de nuevo abandonando a tu aliada? ¿Piensas quizás huir eternamente? Eso no contribuirá a ayudarte en el comercio ni te hará demasiado bienvenida en las estaciones apenas se enteren de los riesgos que supone tu cercanía. Abandona, ladrona. La ganancia es muy pequeña comparada con las pérdidas que puede traerte lo que has robado».
—Akukkakk —dijo Pyanfar en voz baja cuando la transmisión hubo terminado—. Bien.
—Tía —dijo Hilfy, conteniéndose a duras penas—. Piensan atacar a la Buscaestrellas. Primero la atacarán a ella.
—Sí, indudablemente —el mensaje empezó a repetirse y Pyanfar se puso en pie con un gesto brusco—. ¡Maldito aparato! Apagadlo.
Chur era la más próxima al comunicador. Se levantó de un salto y quitó el volumen de la unidad mural. Las demás ya habían empezado a levantarse, así como también Tully.
Su piel estaba cubierta por una fina capa de sudor que parecía rocío.
—Cerrad la cocina y aseguradla —dijo Pyanfar—. Preparadlo todo para saltar. Nos vamos.
Hilfy se volvió hacia ella con una mirada implorante. Pyanfar clavó en ella unos ojos que parecían arder y con Geran instándole a moverse Tully se detuvo unos instantes, extendiendo la mano hacia el hombro de Pyanfar.
—Dormir —suplicó Tully, recordándole sus palabras con el rostro lleno de terror.
—En nombre de los dioses, sacadlo de aquí —gruñó Pyanfar, volviéndose y echando su plato y algunos otros que tenía cerca en el conducto de basuras, mientras iba recogiendo las fuentes y los cubiertos para entregárselos a Haral, Tirun y Chur, que a su vez se apresuraban a despejar la mesa lo más deprisa posible. Hilfy se dispuso a echarles una mano—. Fuera —le dijo Pyanfar a Chur—. El traje de la esclusa: pon en marcha el sistema de apoyo vital. ¡Muévete!
Chur saltó por encima de la mesa y corrió hacia la puerta con un repiqueteo de garras, Pyanfar se volvió, controlando mucho mejor sus movimientos, y la siguió en dirección a los controles. Tirun fue detrás de ella, cojeando, pero Pyanfar no estaba de humor para esperarla. Sentía en el vientre un hormigueo de nervios que le estaba revolviendo el alimento recién ingerido: de pronto todas las elecciones que había hecho hasta ese momento le parecían muy poco de fiar, incluyendo entre ellas el tener suelto a un Extraño ligeramente enloquecido a bordo de una nave en situación de emergencia. Y los knnn tan cerca; y ellas con sus ojos y sus oídos ciegos y sordos ante todo lo que pasaba en el exterior.
Entró en la penumbra del puente y se instaló en el asiento cuyo desgastado respaldo conocía tan bien las dimensiones de su cuerpo, abrochándose el cinturón y oyendo cómo todas las demás se movían a su alrededor: Tirun, Hilfy, Haral. En el comunicador resonaba aún la voz del kif. A lo lejos oyó a Tully que hablaba con Geran en tono suplicante, intentando transmitir a través del traductor algo que en su origen ya parecía bastante confuso. Empezó a efectuar una serie de comprobaciones internas de las que muy bien habría podido prescindir y miró a sus compañeras.
Haral y Tirun habían ocupado sus asientos y estaban empezando también a comprobar sus aparatos, con el rostro impasible y totalmente absortas en su labor. Hilfy tenía las orejas echadas hacia atrás y sus manos temblaban visiblemente sobre los controles.
Bien. Una cosa era enfrentarse al fuego de los kif en Punto de Encuentro y otra, muy distinta, esta larga espera imaginando que en cualquier momento podían empezar los disparos.
—Por favor —dijo repentinamente una voz mahendo’sat en el tablero de Hilfy y unos instantes después en el suyo—. Manténganse alejados de la estación. Pedimos a todas las partes implicadas que mantengan la calma. Sugerimos un arbitraje.
La emisión había sido difundida a máxima potencia y se dirigía a todo el sistema: la estación, llena de seres inocentes refugiados en ella desde todos los confines de Urtur, suplicaba a sus combativos invitados involuntarios que no atacaran.
Y, entre esos seres inocentes, estaba también la tripulación de la Buscaestrellas.
—Ese mensaje debía preceder al otro —dijo Pyanfar pensativa—. Para la estación todo esto pertenece ya al pasado sus palabras se dirigían a Hilfy, intentando con ello que no se le ocurrieran más ideas locas. Tully seguía hablando. Pyanfar se quitó el auricular del oído, eliminando así todas las comunicaciones de esa procedencia confiando en que, si todo lo demás fallaba, la nada despreciable fuerza del brazo derecho de Geran se encargaría de mantener la calma.
—Capitana —era Chur, dirigiéndose a toda la nave—. El sistema de apoyo vital está conectado y la esclusa cerrada otra vez.
—Entendido, Chur —murmuró ella, trabajando en el teclado y revisando los cálculos de trayectoria que había preparado antes—. Dirígete a la sala de operaciones de la cubierta inferior. —Habría preferido tener a Chur en el puente pero Tully necesitaba vigilancia, los kif andaban sueltos por el sistema y el tiempo estaba en su contra; no era un buen momento para ir recorriendo los pasillos. Dio media vuelta en su asiento, aún indecisa. Hilfy, el eslabón más débil, estaba observando la pantalla del comunicador—. ¿Qué están haciendo los kif? ¿Alguna transmisión?
—Negativo —dijo Hilfy con voz bastante tranquila—. Repetición del mensaje. Recibo cierta señal de los sistemas interiores de la nave, por el momento no hay ninguna disrupción perceptible. Los knnn…
El gemido brotó nuevamente del comunicador: la transmisión resultaba cada vez más clara y su fuente de origen debía estar ahora aún más cerca de ellas, perdida en algún lugar de ese océano de polvo cósmico y rocas. Pyanfar tragó aire.
—Alerta todos los sensores y sistemas, manteneros a la escucha. Quiero echar una buena mirada ahí fuera, primas. —Empezó a mover los interruptores y el sistema nervioso de la Orgullo cobró nuevamente vida en un estallido de luces y colores, en tanto que oleadas de energía ondulaban a través de los sistemas que se recalibraban de modo automático.
Conectó brevemente la propulsión y reorientó la nave, tendiendo la mano hacia los controles del ordenador principal.
—Dioses —musitó Tirun, proyectando en su pantalla número uno la imagen que habían recibido hacía unos segundos, una especie de sopa polvorienta tachonada de rocas.
—¡Nave! —dijo Haral de pronto desde el monitor número uno, inundando el resto de las pantallas con la imagen procedente de su sector, Pyanfar sintió que el pánico le anudaba las entrañas. Estaba muy cerca, y se movía.
—Más resolución —pidió. La Orgullo estaba acelerando, todavía sin escudos. El murmullo del polvo en el casco se convirtió en un chillido y acabó creciendo hasta ser un grito agudo: una roca les golpeó, chirriando metálicamente sobre el casco; luego otro golpe y una pantalla se llenó de estática—. ¡Dioses, qué lodazal!
—Escudos —dijo Haral.
—Todavía no.
—No hay resolución —dijo Tirun—. Demasiado polvo ahí fuera, seguimos estando ciegas.
—Maldición —golpeó bruscamente el control de la esclusa, abriéndola.
—Hemos perdido algo —dijo Tirun.
—Estamos recibiendo una señal —dijo Hilfy de inmediato—. Alta y clara, tía, ¿es nuestro señuelo?
Pyanfar, demasiado ocupada, hizo caso omiso de su pregunta.
—Quiero largo alcance en mi tablero de comunicaciones. Ahora mismo.
Una luz se encendió en su panel, indicándole que habían cumplido su orden sin hacer preguntas al respecto. Pyanfar conectó el micrófono.
—Aquí Pyanfar Chanur, Hinukku. Acabamos de soltar una cápsula por la esclusa. Con eso es suficiente, hakkikt. Abandona —cerró el contacto y se volvió hacia Hilfy—. Chiquilla, cuida de que el mensaje se repita dos veces y luego corta todas las señales y la transmisión de identidad. Emite la señal por el canal cinco del traductor.
Medio segundo de parálisis: Hilfy se inclinó sobre el tablero y se quedó helada, accionando después otro control distinto de los pedidos. Un gruñido medio ahogado por la estática, una voz hani: «¡Chanur! ¡Adelante! ¡Nos vamos!». El mensaje se repitió otra vez convirtiéndose en un apremiante chillido, tan agudo como el del polvo que resonaba en el casco.
—No es de ahora —le dijo secamente Pyanfar a Hilfy, pero Hilfy ya se había puesto de nuevo en movimiento, emitiendo la transmisión pedida y despejando luego el canal, con las orejas gachas y los ojos llenos de pánico, cumpliendo las órdenes que se le habían dado por muy locas que le parecieran.
—Curso principal trazado —dijo Haral, imperturbable—. Referencias registradas.
—Sigue así —avanzaban acelerando cada vez más: el polvo cósmico resonaba en el casco. Otra pantalla se apagó por unos segundos y luego volvió a encenderse.
—Tía —exclamó Hilfy—, estamos emitiendo señales knnn.
—Puedes apostar a que sí —dijo Pyanfar apretando los dientes. Hizo que la Orgullo se inclinara en un ángulo dirigido hacia el cénit del sistema, un lugar en el que ninguna nave que pensara salir de Urtur debía estar normalmente. Un hilillo de sudor frío empezó a correrle por la nariz, haciéndole sentir náuseas. El casco metálico seguía gimiendo.
—Lectura a popa —dijo Geran—, la nave que vimos eran knnn.
Maldición, nada salía nunca tan bien como una pensaba. De pronto otra señal entre el chisporroteo del polvo. «¡Chanur! ¡Adelante!…».
Y una voz kif: «Lamentable decisión, capitana Faha».
Pyanfar lanzó un bufido y tragó aire para resistir el tirón de la gravedad, mientras su campo visual se estrechaba hasta convertirse en un túnel a causa de la tensión y la ira. La señal procedente de la nave Faha debía tener como mínimo una hora de antigüedad; o probablemente aún más.
—Segunda nave —dijo Tirun— 3/4 a 32 en nuestra referencia.
—Dame el curso de la Buscaestrellas —dijo Pyanfar.
—Lo he estado intentando —dijo Haral—. Esto es lo que he logrado en referencia a la estación, pero el resultado no es muy seguro —la pantalla número dos se llenó de números a los que siguió un diagrama que abarcaba una cuarta parte del sistema de Urtur con sus barreras de polvo y sus coordenadas de referencia.
—Nave knnn moviéndose —dijo Hilfy—. Tía, la van a interceptar.
Pyanfar vaciló una fracción de segundo antes de volverse hacía la pantalla en la que se encendió una imagen mostrando el rumbo de intercepción probable para la nave que les seguía. Por los dioses, la nave knnn avanzaba hacia el señuelo y ello pese a que nunca se había oído hablar de que los knnn rescataran a ningún náufrago en el espacio. Algo le oprimió el corazón y sintió una repugnancia instintiva que la hizo volverse rápidamente hacia el diagrama del sistema.
No había modo de ayudar a la nave Faha. Ningún modo. La Buscaestrellas sólo contaba ahora con sus propios recursos. Los knnn tenían el señuelo y a los kif eso no les iba a gustar nada. Si es que los knnn habían existido alguna vez, claro. El ruido del polvo en el casco se hizo aún más estridente: no sólo la Orgullo podía practicar un juego tan peligroso.
—Pantallas —le ordenó secamente a Haral y alargó la mano hacia el control de impulsión, dejando al descubierto los interruptores—. Atención; voy a poner los motores al máximo y mantendré Alijuun fuera de nuestro morro cuando emerjamos de nuevo en el ciclo normal. —Apretó por dos veces el interruptor y luego lo apretó una tercera vez, conectando los motores apenas una fracción de segundo en cada ocasión. El estómago le dio un vuelco y su pulso se aceleró hasta que la sangre pareció taponarle la nariz y apretarle los ojos, reduciendo su campo visual a la magnitud de un alfiler. Ahora estaban ciegas otra vez: a los instrumentos les faltaban las referencias necesarias y su velocidad había crecido enormemente por los tres impulsos sucesivos. Si la experta Haral les fallaba en aquellas circunstancias, estarían muertas. Pero todas eran veteranas de Urtur: conocían el sistema y aunque estuvieran navegando a ciegas poseían un sexto sentido capaz de orientarlas a partir de un punto dado.
Metiéndose por el mismísimo cuello de botella que habían creado los kif en su despliegue, desde el cénit, conectó nuevamente los motores, otro incremento de velocidad, tragando saliva con esfuerzo para que su reciente comida no intentara salir volando de su estómago. Por el comunicador les llegó un aullido kif y luego un tartamudeo inquieto en mahendo’sat.
Eso por lo que hubieran hecho con la Buscaestrellas, por haber realizado todo el trabajo sucio de los kif, por haber buscado con tanta diligencia el blanco.
—¡Ay! —chilló Haral y sus instrumentos parecieron incendiarse, indicando que estaban a punto de chocar. «¡Chanur!», oyó: ahora su nombre era tan infame aquí como en Punto de Encuentro. Los tableros parecían arder en un destello multicolor. Pyanfar se vio obligada a hacer entrar y salir la nave de la impulsión y los instrumentos enloquecieron.
—Dioses —gimió Haral—, casi lo tenía.
—¡Ahora, Haral! ¡En nombre de los dioses, hazlo!
Los instrumentos parpadearon y las pantallas repletas de estática se fueron aclarando con algo parecido a la indignación. Un alarido ininteligible brotó del comunicador. Tully, pensó repentinamente Pyanfar: las drogas no habían actuado con la rapidez suficiente. Le habían traicionado, igual que los kif.
Una imagen apareció en la primera pantalla: Alijuun. La estrella había sido encuadrada correctamente y la identificación era positiva.
—¡Bien! —gritó Pyanfar, de puro alivio, apretando el botón del salto prolongado. Su voz se fue enredando hasta convertirse en una madeja de muchos colores que se abría paso lentamente a través de los intersticios que había ante ellos. El salto, con su acostumbrada sensación de náusea, las engulló a todas.