La ladera de la colina parecía mucho más escarpada que la última vez que Stacy había subido por ella. Mientras ascendían, empezó a jadear. La ropa se le adhería al cuerpo por culpa del sudor. Luego le dio una punzada en el costado. Mathias pareció intuir su angustia y, a pesar de que ya estaban casi en la cima, se detuvo para que pudiera descansar. Permaneció a su lado, mirando a lo lejos mientras Stacy intentaba recuperar el aliento.
Su corazón acababa de empezar a serenarse cuando oyeron las voces:
Wo ist Eric? Wo ist Eric?
Stacy y Mathias se miraron.
Eric ist da. Eric ist da.
—¡No, Dios mío! —exclamó Stacy.
Eric ist gestorben. Eric ist gestorben.
Los dos corrieron, pero Mathias fue más rápido. Ya estaba en el claro cuando llegó ella. Lo encontró gesticulando y repitiendo con vehemencia una sola palabra. El cansancio y la desesperación lo habían hecho volver a su lengua materna:
—Genug —decía—. Genug.
Stacy tardó unos instantes en comprender que hablaba con Eric. Su primera impresión fue que en la cima había un demonio, un nuevo monstruo salido de la mina: un ser cubierto de sangre, desnudo, con ojos desorbitados y un cuchillo en la mano. Pero no; era Eric. Parecía haberse cortado gran parte de la piel, que colgaba a tiras de su cuerpo. Stacy le vio los músculos de las piernas, los abdominales e incluso un trozo de hueso del hombro izquierdo. Tenía el pelo apelmazado de un lado de la cabeza, y Stacy descubrió que se había cortado la oreja derecha.
La voz de Mathias fue subiendo de volumen hasta volverse atronadora:
—Genug, Eric! Genug, Eric! —Hacía gestos desesperados para que bajase el cuchillo, aunque a Stacy le pareció evidente que Eric no le haría caso. Se lo veía aterrorizado, feroz, como si alguien lo hubiera atacado.
—¡Eric! —exclamó Stacy—. Por favor, cariño…
Mathias dio un paso al frente y trató de arrebatarle el cuchillo.
Stacy adivinó lo que ocurriría a continuación.
—¡No! —gritó.
Pero ya era demasiado tarde.