La lluvia continuó cayendo, implacable, hasta altas horas de la noche. Traspasaba las paredes de la tienda, y las goteras se multiplicaban. Pronto, el suelo quedó convertido en un charco de un par de centímetros de altura. Los tres estaban sentados allí, en la oscuridad. Era imposible dormir, por supuesto, así que Stacy y Eric mataron el tiempo hablando.
Eric le suplicó que lo perdonara, y ella lo hizo. Se acostaron abrazados. Stacy deslizó la mano hasta la entrepierna de él, pero no consiguió provocarle una erección, así que al poco tiempo se dio por vencida. Lo que deseaba no era sexo sino calor, tanto en su sentido literal como en el figurado. Sin embargo, la piel de Eric estaba mucho más fría que la suya, y cuanto más tiempo pasaban abrazados, más sentía ella que le estaba robando el calor, enfriándola. Cuando Eric tosió, doblándose hacia delante, aprovechó la ocasión para soltarse.
Trataba de no pensar en Pablo, pero no podía evitarlo. Se le hacía extraño seguir allí sentada sabiendo que la enredadera estaría devorando la carne del griego, y que éste quedaría convertido en un esqueleto antes de que amaneciera. En varias ocasiones durante la noche, Stacy lloró pensando en su participación en la muerte de Pablo, en su incapacidad para protegerlo. Eric la consolaba como podía, asegurándole que no era culpa suya, que la muerte del griego había sido ineludible desde el mismo momento en que cayó al pozo, y que era una bendición para él que todo hubiese terminado.
También hablaron de Jeff, desde luego, especulando sobre su ausencia, considerando las distintas posibilidades y volviendo de manera obsesiva a la de que quizás hubiese encontrado la forma de escapar. Cuanto más hablaban de ello, más evidente le parecía a Stacy. ¿Qué otra cosa podía ser? En ese preciso momento estaba camino de Cobá, y los rescatarían al día siguiente, antes del atardecer. Sí; al final no morirían.
Mathias permaneció callado durante toda la conversación. Stacy sentía su presencia en la oscuridad, a apenas un metro de distancia, e intuía que estaba despierto. Quería que hablara, que participase en la creación de su fantasía. Su silencio sugería dudas, y Stacy se sentía amenazada por ellas, como si el escepticismo del alemán pudiera alterar el curso de los acontecimientos. Necesitaba que él también creyera en la huida de Jeff, necesitaba su ayuda para hacerla realidad. Sabía que era absurdo, una superstición pueril, pero no conseguía sacudirse ese sentimiento, y estaba cada vez más asustada.
—¿Mathias? —susurró—. ¿Duermes?
—No —respondió él.
—¿Tú qué piensas? ¿Crees que ha escapado?
Se oía el sonido de la lluvia sobre la tienda y el constante goteo del techo de nailon. Eric no dejaba de moverse, produciendo olas en el pequeño charco. Stacy deseó que se quedara quieto. Pasaban los segundos, uno tras otro, y Mathias no respondía.
—¿Mathias?
—Lo único que sé es que no está aquí.
—Así que podría haber escapado, ¿no? Podría…
—No lo hagas, Stacy.
Esto la pilló por sorpresa.
—¿Que no haga qué?
—Piensa en lo mal que te sentirás si te permites alimentar la esperanza y luego resulta que te equivocas. No podemos permitírnoslo.
—Pero…
—Ya veremos por la mañana.
—¿Qué veremos?
—Lo que haya que ver.
—¿O sea que crees que podría haber…?
—Chsss. Espera. Amanecerá dentro de pocas horas.
Poco después de esto, volvieron a oír la respiración de Pablo. Las inhalaciones roncas, las exhalaciones silbantes y la pausa antes de que el ciclo se reiniciara. Stacy se levantó en el acto, aun sabiendo lo que pasaba. Mathias también se había levantado y se rozaron en el camino hacia la puerta de la tienda. Él la cogió de la muñeca, deteniéndola.
—Es la enredadera —susurró.
—Lo sé, pero quiero asegurarme.
—Iré yo. Tú espera aquí.
—¿Por qué?
—Quiere enseñarnos algo, ¿no te parece? Algo que ha hecho. Para asustarnos.
Fuera se oyó otra inspiración ronca. Sonaba idéntica a las de Pablo, y a pesar de todo lo que habían vivido, a Stacy le costó creer que no fuera él. Pero sabía que Mathias tenía razón, y también que no deseaba ver lo que fuese que les hubiera preparado la enredadera debajo del cobertizo.
—¿Estás seguro? —preguntó.
Notó que Mathias asentía en la oscuridad antes de soltarle la mano y dirigirse a la puerta. Se agachó y abrió la cremallera.
Casi de inmediato, en cuanto salió a la lluvia, la respiración cesó. Entonces un hombre empezó a gritar en una lengua extranjera que a Stacy le pareció que era alemán.
Wo ist dein Bruder? Wo ist dein Bruder?
Stacy se sentó y buscó la mano de Eric en la oscuridad. La encontró y la cogió con fuerza.
—Está hablando de su hermano —dijo.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Eric.
—Escucha.
Dein Bruder ist da. Dein Bruder ist da.
Mathias reapareció, empapado, chorreando agua sobre el charco del suelo. Cerró la cremallera y regresó a su sitio junto a ellos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Stacy. Mathias no respondió—. Dímelo.
—Se lo está comiendo. Su cara… la carne ha desaparecido.
Stacy notó que dudaba. «Hay algo más», pensó, y esperó a oírlo.
Finalmente, Mathias dijo en voz muy baja:
—Tenía esto en la cabeza. En la calavera.
Le alargó un objeto en la oscuridad. Stacy lo cogió con cautela y lo palpó, tratando de reconocerlo por la forma.
—¿Un sombrero? —preguntó.
—El de Jeff, creo.
Stacy supo que eso era cierto de inmediato, pero se negó a creerle. Buscó otra posibilidad, aunque no se le ocurría ninguna. El sombrero estaba pesado, impregnado de agua. Tuvo que luchar contra el impulso de arrojarlo a un lado. Se inclinó hacia delante y se lo devolvió a Mathias.
—¿Cómo llegó allí? —preguntó.
—La enredadera debió de… ya sabes.
—¿Qué?
—Debió de subirlo por la ladera de la colina, pasándolo de zarcillo en zarcillo. Después nos llamó para que lo encontrásemos.
—Pero ¿cómo lo cogió en primer lugar? ¿Cómo…? —Se interrumpió, pues la respuesta acudió a su mente antes de que terminara la pregunta. De hecho, era demasiado evidente. Pero no quería oír cómo Mathias pronunciaba aquellas palabras, así que tomó un camino nuevo, esforzándose por plantear otra posibilidad—. A lo mejor se le cayó. Puede que mientras corría entre los árboles…
La interrumpió la voz procedente del claro, que empezó a gritar de nuevo:
Bruder ist gestorben. Dein Bruder ist gestorben.
—¿Qué dice? —preguntó Eric.
—Primero preguntó dónde estaba Henrich —respondió Mathias—. Después dijo que estaba aquí. Ahora dice que está muerto.
Wo ist Jeff? Wo ist Jeff?
—¿Y eso?
Mathias guardó silencio.
Jeff ist da. Jeff ist da.
Stacy entendió lo que decía; era fácil de adivinar, aunque a Eric le costara.
—¿Dice algo de Jeff? —preguntó.
Jeff ist gestorben. Jeff ist gestorben.
Eric acarició la mano de Stacy, dándole un pequeño tirón.
—¿Por qué no me lo dice?
—Es lo mismo, Eric —susurró Stacy.
—¿Lo mismo que qué?
—Pregunta dónde está Jeff. Luego dice que está aquí y finalmente, que está muerto.
Fuera, la voz se multiplicó de repente, rodeándolos, propagándose por la colina. Se convirtió en un coro que subió gradualmente de volumen, repitiendo:
Jeff ist gestorben… Jeff ist gestorben… Jeff ist gestorben…